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l New Look de la Teoría de la disonancia

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El New Look de la Teoría de la disonancia
Sin duda, la revisión más difundida de la Teoría de la disonancia ha sido el trabajo de Cooper 
y Fazio (1984), conocido como el new look (o nuevo enfoque) de la disonancia. Después de 
una revisión exhaustiva de los datos generados en más de veinticinco años de investigación, 
derivada del paradigma de la complacencia inducida, estos autores llegaron a la conclusión 
de que deben cumplirse dos condiciones para que se experimente disonancia cuando se ha 
llevado a cabo una conducta contraria a la actitud: 
• que la persona crea que ha producido consecuencias aversivas con su acción.
• que la persona se considere responsable de haber realizado esa conducta, por lo que resulta
imprescindible que se sienta libre para decidir si la lleva a cabo o no, ya que de otro modo
podría justificar su comportamiento por la presión externa.
Pero además, según Cooper y Fazio (1984), la activación producida por la disonancia debe
etiquetarse como negativa, es decir, debe experimentarse malestar psicológico, y atribuirse ese 
malestar al comportamiento realizado y no a otra causa, como podría ser el haber consumido 
un producto excitante.
Joel Cooper 
Universidad de Princeton
Russel Fazio 
Universidad del Estado de Ohio
Las puntualizaciones del new look han producido una fuerte controversia en los últimos 
años y, finalmente, se han rebatido, en parte, con nueva experimentación. 
El propio Festinger (1999, p. 383), en el curso de un simposium de la American Psychological 
Association celebrado en 1987, se encargó de señalar algo que ya había quedado claro en la teo-
ría original. En concreto, que si la persona se siente forzada a hacer algo opuesto a su actitud, y 
no tiene posibilidad de negarse, la presión resultante sería para ella una justificación suficiente 
de la conducta realizada. En consecuencia, no habría disonancia. Esto equivale a decir que se 
debe sentir libre para actuar. 
En este sentido, poco o nada nuevo añadiría el new look a la formulación original de la teoría, 
aparte de constatar la importancia de la libertad de decisión sobre la conducta. Que la persona se 
sienta libre o no para realizar la conducta se considera una condición fundamental en cualquier 
situación en la que se trate de provocar disonancia. Por esa razón, es muy común que en los 
experimentos de disonancia se manipule la libertad de elección como variable moduladora. Así, se 
espera que se produzca más disonancia en los sujetos que se sienten plenamente libres de efectuar 
la conducta comparados con aquellos para los que ese grado de libertad no es tan manifiesto.
Respecto a las consecuencias aversivas de la conducta que provoca disonancia, numerosos 
trabajos más recientes, basados en distintos paradigmas experimentales, han puesto de ma-
nifiesto que no es una condición necesaria para que aparezca la disonancia (Aronson, 1999; 
Beauvois y Joule, 1999; Burris, Harmon-Jones y Tarpley, 1997; Harmon-Jones, 1999; 2000; 
Harmon-Jones y cols., 1996). 
 El papel del yo en la disonancia
La relación entre la disonancia cognitiva y el autoconcepto (o concepto de yo) ha sido objeto 
de estudio en algunas teorías que han analizado cómo las creencias sobre el yo o la autoestima 
influyen en la activación y en la reducción de la disonancia.
Teoría de la consistencia del yo
Una de las primeras revisiones de la Teoría de la disonancia fue sugerida por Elliot Aronson 
(1968, 1999), colaborador de Festinger y uno de los impulsores de esta teoría. Su aportación se 
basa en la consistencia del yo y, más concretamente, en la idea de que la disonancia se produce 
en aquellas situaciones en las que la persona realiza un comportamiento incoherente con la 
imagen que tiene de sí misma, es decir, cuando no es coherente con su autoconcepto. En pa-
labras del mismo autor, hay que considerar que esta aportación no se puede entender como 
“...una importante modificación de la teoría, sino como un intento de estrechar un poco sus 
predicciones” (Aronson, 1999. p. 110).
Elliot Aronson 
Universidad de California en Sta. Cruz
Según la Teoría de la consistencia del yo, los esfuerzos para reducir la disonancia implican 
un proceso de autojustificación porque, en la mayoría de los casos, las personas tienen un 
concepto positivo del yo. Por esa razón, experimentan disonancia después de realizar una 
conducta que les hace sentirse inmorales, necios, o confundidos. Según Aronson, en el experi-
mento de Festinger y Carlsmith (1959), los sujetos experimentan disonancia porque se sienten 
inmorales después de haber engañado a sus compañeros. Ahora bien, de este planteamiento 
se sigue que las personas que se consideren mentirosas no tendrían por qué sentir disonancia 
en una situación como la del experimento de Festinger y Carlsmith, ya que su conducta no 
contradice su autoconcepto. 
Estas hipótesis, basadas en la consistencia del yo, fueron probadas, entre otros estudios, 
por Aronson y Carlsmith (1962). En efecto, comprobaron que en algunas ocasiones los estu-
diantes manifestaban disonancia cuando tenían éxito en una tarea determinada. En concreto, 
este resultado se obtenía en personas que habían desarrollado unas expectativas negativas de 
sí mismas en relación con el desempeño en esa tarea.
Esta perspectiva, en torno a la importancia del autoconcepto para la comprensión de 
la disonancia, se ha enriquecido con una serie de experimentos en los que se inducen, 
fundamentalmente, sentimientos de hipocresía para producir disonancia (Aronson, 1999; 
Aronson, Fríed, Stone, 1991; Stone y cols., 1994). 
Cuando una persona toma conciencia de que no hace lo que defiende con sus ideas (es 
hipócrita) experimenta disonancia.
El paradigma de la hipocresía
Dentro del marco de un programa para promover el uso de preservativos entre los jóvenes, 
y así prevenir el SIDA, Aronson, Fried y Stone (1991) realizan un conocido experimento. Su 
objetivo es ver cómo influye el tipo de conducta, que consiste en valorar públicamente (o no) 
la conducta proactitudinal en una situación en que se hace consciente (o no) al participante de 
su hipocresía. Hay cuatro grupos experimentales, tal como muestra la Figura 20.1
Figura : Los cuatro grupos experimentales. 
Todos los participantes son estudiantes universitarios. La diferencia entre los grupos 1 y 2, así 
como entre los grupos 3 y 4, consiste en que a los participantes de los grupos 1 y 3 se les pide que 
elaboren un vídeo para intentar convencer a escolares de educación secundaria de la importancia 
de usar preservativos en sus relaciones sexuales (valoración pública de la conducta proactitudi-
nal). En cambio, en los grupos 2 y 4 sólo se pide a los participantes que enumeren argumentos 
sobre el uso de preservativos (ausencia de valoración pública de la conducta proactitudinal). 
La diferencia entre los grupos 1 y 3, así como entre los grupos 2 y 4, consiste en que en los 
dos primeros se induce una toma de conciencia relativa al uso personal de preservativos. En 
concreto, se hace caer en la cuenta a los participantes de los grupos 1 y 2 de que ellos no practi-
can de forma rigurosa las medidas de prevención. Se les pide que citen situaciones concretas en 
las que no han utilizado preservativos. De ahí que estas dos condiciones se categoricen como 
“hipocresía“. En cambio, en los grupos 3 y 4 no se induce la toma de conciencia. 
Los participantes de la condición de alta hipocresía, es decir, los que, además de elaborar el 
vídeo, son conscientes de su falta de prevención en varias situaciones concretas, experimentan 
mayor disonancia y muestran un mayor cambio a favor del uso de preservativos. 
Un estudio posterior muy similar corroboró estos mismos resultados y añadió una nueva 
variable dependiente, esta vez conductual, además de la medida de actitud. A continuación del 
experimento, los estudiantes tuvieron la oportunidad de comprar preservativos con descuen-
to. En la condición de alta hipocresía el porcentaje de adquisición fue del 83%, sensiblemente 
mayorque en las otras condiciones (Stone y cols., 1994).
Teoría de la autoafirmación
Claude Steele 
Universidad de Stanford
Otra perspectiva que aborda el papel del autoconcepto en 
los procesos de disonancia es la Teoría de la autoafirmación
(Steele, 1988). Desde este punto de vista, después de escribir 
un ensayo contraactitudinal, engañar a un compañero o rea-
lizar un esfuerzo considerable para estar en un grupo aburri-
do, las personas se sienten inmorales o estúpidas y necesitan 
hacer algo para restaurar su yo. Cambiar las actitudes puede 
ser uno de los mecanismos para volver a sentirse morales y 
competentes. En opinión de Steele (1988), la principal fun-
ción de la reducción de la disonancia es restablecer la visión 
positiva del autoconcepto, no reducir la incoherencia. Por 
lo tanto, cualquier recurso que contribuya a restaurar una 
imagen positiva del yo, después de que se haya realizado una 
conducta que ha lesionado esa imagen, sería adecuado.
Desde este enfoque se asume que las personas con alta autoestima tienen una visión del yo 
con muchos atributos positivos que les pueden servir como recurso para mejorar su autoima-
gen en aquellas ocasiones en que sea necesario, por oposición a las personas de baja autoestima, 
que no cuentan con ese tipo de recursos. Puesto que el autoconcepto abarca muchas facetas, 
aumentar la autoestima en cualquier aspecto del yo ayudará a restaurar la imagen global po-
sitiva de sí mismo como persona valiosa. Por lo tanto, cualquier cognición positiva sobre el yo 
hará que las personas sean menos vulnerables a la disonancia después de un comportamiento 
contrario a la actitud. 
En uno de los experimentos que se hicieron para probar estos supuestos, después de escri-
bir un ensayo contraactitudinal, y antes de medir las actitudes, a un grupo de estudiantes se 
les proporcionó la oportunidad de aumentar su autoestima reafirmando sus valores. A otro 
grupo no se le dio esa posibilidad. En el grupo que pudo restaurar una imagen positiva del 
yo no se observó cambio de actitud en la dirección apoyada por el ensayo. Contrariamente, 
el grupo que no restituyó la autoestima sí necesitó cambiar la actitud para racionalizar su 
comportamiento y reducir la disonancia (Steele y Lui, 1983). 
Si bien es cierto que la evidencia empírica derivada de esta teoría no siempre ha confirma-
do sus hipótesis, no se puede negar que su planteamiento teórico ha contribuido al desarrollo 
de la Teoría de la disonancia al orientar abundante investigación que ha servido para aclarar 
los procesos que subyacen al fenómeno (véase J. Aronson, Cohen y Nail, 1999).

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