La acritud y la astringencia pueden considerarse como matices desagradables de lo amargo. La fuerte tanicidad de ciertos vinos se asemeja muchas veces a los sabores metálicos, aunque no se deba a ningún metal. Los vinos ricos en taninos son llamados tánicos y son más o menos astringentes. La astringencia se ha definido como una impresión de sequedad y rugosidad sobre la lengua. Son varios los adjetivos utilizados para expresar esta sensación y definir a los vinos tánicos: El vino tiene sabor a "cuba" o está fuertemente "encubado". Tiene sabor a "orujo". Tiene sabor a "escobajo", "de racimo", "de raspón rudo", "leñoso". Por otra parte, el lugar donde se guarda o aloja el vino puede ser el responsable de una tanicidad excesiva, que se manifiesta por el sabor tánico de la madera o del estaño. El tanino es un componente del cuerpo del vino y cuando está en cantidad suficiente hace que los vinos sean fuertes, consistentes, sólidos, vigorosos, bien estructurados y largos en boca. El tanino es una garantía de longevidad. Un vino con bastante tanino tiene "continuidad", pero demasiado tanino los hacen duros. Entre los vinos tintos se observa que la calidad de tanino va muy ligada a la calidad aromática; la finura del sabor va siempre a la par con la de los aromas. Se llama tanino noble al de las variedades finas y al de las buenas cosechas. Al mismo tiempo que el bouquet se desarrolla durante el envejecimiento, los sabores tánicos se suavizan, se funden; habría casi que creer que los taninos son aromáticos por sí mismos o que se hacen aromáticos. A la inversa, un vino áspero y al mismo tiempo sin carácter, es llamado común, vulgar, como antónimo de fino. Tales vinos proceden de viñas mediocres o de malos terrenos.
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