Logo Studenta

Adamovsky-Introduccion

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

Ezequiel	Adamovsky
Historia	de	las	clases	populares	en	la	Argentina
Desde	1880	hasta	2003
Sudamericana
Dedicado	a	la	memoria	del	obrero	Meyer	Gurvitz,
de	su	hija	Elisa	y	de	su	nieto	Eduardo,
por	esa	antorcha	que	transmitieron.
AVISO	AL	LECTOR
Aunque	este	libro	puede	leerse	perfectamente	de	manera	independiente,	continúa	en	su	temática	el
volumen	del	mismo	título	publicado	por	esta	editorial,	referido	al	período	anterior	a	1880,	de	autoría
de	Gabriel	Di	Meglio.	El	lector	ganará	en	una	mayor	comprensión	del	conjunto	de	la	historia	de	las
clases	populares	leyendo	ambos	volúmenes,	que	inicialmente	se	planearon	como	uno	solo,	pero	que
por	su	extensión	se	decidió	publicar	por	separado.
Introducción
Este	 libro	 recorre	 la	 historia	 de	 las	 clases	 populares	 en	 Argentina,	 desde	 tiempos	 de	 la
organización	 nacional	 hasta	 2003.	 La	 intención	 es	 poner	 a	 disposición	 del	 público	 general	 una
síntesis	de	las	investigaciones	de	las	últimas	décadas	sobre	los	diversos	aspectos	del	mundo	popular,
desde	 la	 vida	 cotidiana,	 la	 cultura	 y	 el	 trabajo,	 hasta	 las	 identidades,	 las	 formas	 de	 organización
gremial	y	de	acción	política.
¿A	qué	nos	referimos	cuando	hablamos	de	“clases	populares”?	La	respuesta	no	es	sencilla,	ya	que
no	existe	un	mismo	grupo	popular	uniforme	que	haya	atravesado	la	totalidad	del	período	de	nuestra
historia.	 Por	 el	 contrario,	 se	 trata	 de	 un	 conjunto	múltiple	 y	 heterogéneo	 de	 grupos	 sociales	 que,
sobre	todo	al	principio,	estuvieron	más	bien	fragmentados.	Hacia	1880,	por	ejemplo,	poco	había	en
común	entre	un	toba	del	Chaco,	un	afroporteño	que	trabajaba	como	peón	en	el	puerto	y	una	empleada
de	comercio	italiana	de	la	ciudad	de	Córdoba.	El	primero	no	formaba	parte	de	la	misma	sociedad	en
la	 que	 vivían	 los	 otros	 dos;	 aún	 tenía	 la	 suya	 propia.	 El	 porteño	 y	 la	 cordobesa,	 en	 cambio,	 sí
pertenecían	al	mismo	orden	 social.	Sin	embargo,	una	gran	distancia	étnica	y	cultural	 los	 separaba.
Más	allá	de	sus	diferencias,	incluimos	a	todos	ellos	en	nuestra	historia	porque	fueron	antepasados	de
quienes,	años	más	tarde	y	como	resultado	de	sucesos	históricos	de	los	que	hablaremos	en	este	libro,
se	fundirían	y	actuarían	como	una	clase	popular	más	o	menos	unificada.	No	se	puede	entender	a	las
clases	 populares	 de	 la	 Argentina	 actual	 sin	 tener	 en	 cuenta	 los	 procesos	 a	 través	 de	 los	 cuales
diferentes	grupos	humanos	se	fueron	haciendo	parte	—a	veces	voluntariamente,	otras	por	la	fuerza—
de	una	misma	sociedad.	Preferimos	mantener	el	plural	“clases”	en	el	 título	para	dar	cuenta	de	esta
heterogeneidad	inicial,	pero	también	para	no	perder	de	vista	que,	aunque	muchas	veces	actúen	juntos
como	 una	 clase,	 los	 diversos	 grupos	 que	 componen	 las	 clases	 populares	 no	 siempre	 consiguen
superar	 su	 fragmentación.	 Optamos	 asimismo	 por	 titular	 “en	 Argentina”,	 antes	 que	 aludir
simplemente	a	las	clases	populares	argentinas,	porque	ni	el	toba	de	fines	del	siglo	XIX,	ni	el	obrero
inmigrante	europeo	de	comienzos	del	XX,	ni	los	trabajadores	de	países	limítrofes	que	se	afincaron
en	este	país,	se	consideraron	indefectiblemente	argentinos.	Las	clases	populares	en	Argentina	fueron
y	siguen	siendo	múltiples	en	su	sentido	de	pertenencia	nacional.
A	pesar	de	toda	su	fragmentación	y	heterogeneidad,	las	clases	populares	comparten	una	situación
común	de	subalternidad	respecto	de	las	élites	que	han	tenido	y	tienen	el	poder	social,	económico	y
político.	De	 diversas	maneras	 y	 en	 grados	 distintos,	 todos	 los	 grupos	 que	 las	 componen	 han	 sido
desposeídos	del	control	de	 los	 resortes	 fundamentales	que	determinan	su	existencia.	Privadas	de	 la
posibilidad	 de	 definir	 cómo	 se	 organiza	 la	 vida	 en	 sociedad	 (al	menos	 en	 varios	 de	 sus	 aspectos
centrales),	 la	 realidad	 de	 las	 clases	 populares	 se	 encuentra	 cruzada	 por	 diferentes	 situaciones	 de
explotación,	opresión,	violencia,	pobreza,	abandono,	precariedad	o	discriminación.	Pero	también	por
ello	 son	 suelo	 fértil	 para	 experiencias	 de	 comunidad,	 de	 solidaridad	 y	 de	 resistencia	 que	 con
frecuencia	 dan	 lugar	 a	 una	 intensa	 creatividad	 cultural	 e	 ideas	 alternativas.	 Las	 llamamos	 clases
populares	 —y	 no	 meramente	 “grupos”	 o	 “sectores”—	 para	 no	 perder	 de	 vista	 esta	 relación
fundamental	que	 las	define.	Porque	un	artesano,	un	 indio	o	una	campesina	no	son	parte	del	mundo
popular	en	virtud	del	trabajo	que	realizan	o	de	su	procedencia	étnica,	sino	sólo	en	relación	con	 las
clases	que	tienen	en	sus	manos	el	poder.	Nada	en	el	color	de	la	piel	ni	en	el	tipo	de	trabajo	que	uno
desempeñe	 indica	por	sí	 solo	que	uno	deberá	pertenecer	a	 las	clases	menos	 favorecidas.	El	mundo
popular	sólo	se	recorta	como	tal	en	contraste	con	el	mundo	de	la	clase	dominante.
No	es	fácil	establecer,	sin	embargo,	por	dónde	pasa	exactamente	la	línea	que	divide	ambos	mundos.
En	general	 resulta	bastante	sencillo	 identificar	a	quienes	forman	las	élites	más	 importantes,	 las	que
detentan	 las	 porciones	 mayores	 de	 la	 riqueza	 y	 el	 poder.	 Lo	 mismo	 vale	 para	 los	 sectores	 más
marginados	y	empobrecidos	de	las	clases	populares.	Entre	ambos	extremos,	sin	embargo,	se	dibuja
todo	 un	 degradé	 de	 posiciones	 escalonadas.	 Algunas	 de	 ellas	 se	 encuentran	más	 cerca	 del	mundo
popular	 que	 otras,	 pero	 no	 siempre	 resulta	 claro	 cuáles	 deben	 considerarse	 parte	 de	 él	 y	 cuáles
quedan	afuera.	En	cada	situación	histórica,	las	clases	sociales	se	componen	de	manera	diferente:	un
mismo	sector	puede	en	un	momento	formar	parte	de	la	clase	subalterna	y,	en	otro,	actuar	como	si	no
tuviera	 nada	 que	 ver	 con	 ella.	 La	 posición	 que	 ocupe	 cada	 grupo	 en	 este	 escalonamiento	 social
depende	de	varios	 factores.	Uno	de	ellos	es	 la	 riqueza:	 cuanto	más	dinero	posea	una	persona,	más
arriba	se	ubicará	en	la	jerarquía.	Lo	mismo	vale	para	el	tipo	de	trabajo:	en	general,	los	empleos	más
independientes,	calificados	o	“intelectuales”	gozan	de	mayor	prestigio	que	las	labores	manuales	más
duras,	en	relación	de	dependencia	o	poco	calificadas.	Asimismo,	el	nivel	educativo	es	un	factor	que
influye	en	el	posicionamiento	de	cada	cual	en	la	jerarquía	social.	En	Argentina,	también	el	color	tiene
una	gran	importancia	como	factor	definitorio	del	 lugar	de	clase	de	una	persona.	Los	de	pieles	más
oscuras	suelen	ser	los	que	ocupan	los	escalones	más	bajos	en	la	sociedad.	Por	último,	la	capacidad	de
influir	 en	 las	 decisiones	 del	 Estado	 también	 tiene	 su	 papel:	 no	 posee	 las	mismas	 posibilidades	 un
poderoso	 grupo	 de	 empresarios	 con	 buenas	 conexiones	 políticas	 en	 el	 Congreso	 que	 un	 pastor
aislado	en	un	cerro	en	Jujuy.	Todos	estos	factores	que	definen	la	posición	de	clase	de	 las	personas
están	 interrelacionados.	 Suele	 haber	 coincidencia,	 en	 una	 proporción	 importante,	 entre	 los	 que
ocupan	el	lugar	más	alto	y	más	bajo	en	cada	categoría.	En	general,	alguien	que	desempeñe	un	trabajo
manual	 poco	 calificado	 ganará	 poco	 dinero	 y	 seguramente	 habrá	 alcanzado	 un	 nivel	 educativo
modesto.	Tenderá	a	haber	más	personas	pobres	entre	los	que	tienen	la	piel	oscura	que	entre	los	más
blancos	 y	 más	 en	 las	 regiones	 menos	 ricas	 del	 país	 que	 en	 las	 zonas	 más	 prósperas.	 Esto	 es	 así
porque	 cada	 uno	 de	 estos	 factores	 funciona	 entrelazado	 con	 los	 demás,	 de	 manera	 que	 cada	 uno
refuerza	 al	 otro.	 Las	 oportunidades	 de	 obtener	 educación,	 un	 buen	 empleo	 y	 contactos	 con	 gente
influyente	son	mucho	mayores	para	alguien	que	disponga	de	cierto	capital,	venga	de	una	familia	con
educación	 y	 viva	 en	 Buenos	 Aires	 que	 para	 el	 hijo	 de	 una	 familia	 pobre	 que	 habite	 en	 una	 zona
desfavorecida.	Los	prejuicios	que	suelen	existir	contra	la	gente	que	no	es	de	piel	blanca	hacen	que	en
general	accedan	a	trabajos	de	menor	remuneración	y	prestigio,	de	manera	que	la	desigualdad	inicial
se	reproduce	y	refuerza	a	través	del	tiempo.	El	modo	en	que	se	recortan	las	clases	sociales,	el	lugar
preciso	por	el	que	pasa	lalínea	bajo	la	cual	comienzan	las	clases	populares,	dependerá	de	la	forma	en
que,	en	un	momento	histórico	determinado,	se	combine	el	peso	relativo	de	estos	diversos	factores.
En	 efecto,	 los	 cambios	 económicos,	 tecnológicos,	 demográficos,	 políticos	 y	 culturales	 que
atravesó	 la	 Argentina	 en	 sus	 dos	 siglos	 de	 existencia	 han	 traído	 profundas	modificaciones	 en	 las
características	fundamentales	de	las	clases	populares,	incluida	su	composición.	Algunos	grupos	que
en	cierto	momento	pudieron	haber	formado	parte	de	ellas,	hoy	ya	no	pertenecen	al	mismo	mundo.	Y
lo	mismo	vale	al	contrario:	 trabajos	que	en	el	pasado	desempeñaba	gente	de	clases	superiores	hoy
son	 realizados	por	personas	de	clase	baja	o	mediabaja.	Por	ejemplo,	el	empleado	de	una	 tienda	de
venta	de	telas	pertenecerá	hoy	seguramente	al	mundo	popular.	Pero	en	tiempos	de	la	Independencia,
no	 era	 extraño	 que	 los	 hijos	 de	 las	 familias	 de	 élite	 se	 desempeñaran	 en	 ese	 tipo	 de	 empleos.	Un
chacarero	de	la	provincia	de	Buenos	Aires	a	comienzos	del	siglo	XX	era	casi	siempre	alguien	pobre
que	debía	arrendar	la	tierra.	Hoy	es	más	probable	que	tenga	un	importante	capital,	sea	propietario	y
goce	de	un	nivel	de	consumo	interesante.
Los	 cambios	 económicos	 y	 tecnológicos	 han	 traído	 el	 empobrecimiento	 de	 algunos	 oficios	 y
formas	 de	 ganarse	 la	 vida	 (incluso	 su	 desaparición)	 y	 mejoras	 relativas	 para	 otros.	 Ciertas
actividades	se	han	“descalificado”	y	otras	requirieron	nuevas	calificaciones.	En	lo	demográfico,	las
diversas	 oleadas	 de	 inmigración	 y	 los	 cambios	 en	 las	 pautas	 de	 vida	 familiar	 y	 en	 el	 lugar	 de	 las
mujeres	en	el	mercado	de	trabajo	generaron	transformaciones	no	menos	importantes.	Políticamente
también	hubo	cambios	cruciales.	El	acceso	a	la	posibilidad	de	votar	en	elecciones	limpias	para	todos
los	 varones	 desde	 1912	 y	 para	 las	 mujeres	 desde	 1947	 trajo,	 para	 las	 clases	 populares,	 nuevas
posibilidades	 de	 influir	 en	 las	 decisiones	 del	 Estado;	 lo	 contrario	 sucedió	 en	 varios	 períodos	 de
dictaduras	militares.	En	 lo	 cultural,	 por	 último,	 también	 existieron	 transformaciones	 profundas.	El
proceso	de	alfabetización	iniciado	en	el	último	tercio	del	siglo	XIX	o	la	aparición	de	los	medios	de
comunicación	 masivos	 en	 el	 siglo	 siguiente	 —por	 mencionar	 sólo	 dos	 ejemplos—	 impactaron
enormemente	en	el	universo	popular.	Todos	estos	cambios	afectaron	las	relaciones	entre	los	sectores
más	 humildes	 y	 los	 que	 ocupaban	 escalones	 intermedios	 en	 la	 jerarquía	 social.	 En	 determinados
momentos	 las	 clases	 populares	 expandieron	 sus	 lazos	 de	 solidaridad	 incluyendo	 “hacia	 arriba”	 a
ciertos	 grupos	 de	 posición	 no	 tan	 subalterna.	 En	 otros,	 por	 el	 contrario,	 predominaron	 la
fragmentación	y	el	aislamiento.
En	 este	 libro	 trazaremos	 la	 historia	 de	 las	 clases	 populares	 a	 la	 luz	 de	 todos	 estos	 cambios	 que
atravesó	la	Argentina	a	lo	largo	de	su	historia.	Ya	que	hemos	optado	por	una	perspectiva	relacional,
no	podremos	hacerlo	sin	traer	a	colación,	al	mismo	tiempo,	la	historia	de	las	clases	dominantes.	Es
que	 la	historia	nacional	está	marcada	 tanto	por	 las	acciones,	 iniciativas	y	producciones	de	 las	unas
como	por	las	de	las	otras.	Desde	tiempos	de	la	colonia,	las	élites	locales	—en	general	asociándose	a
iniciativas	de	las	élites	de	los	países	centrales—	dieron	pasos	firmes	para	establecer	un	orden	social
capitalista,	 para	 aprovechar	 oportunidades	 de	 comercio,	 producción	 y	 enriquecimiento	 y	 para
moldear	una	 fuerza	de	 trabajo	predispuesta	para	 ello.	Las	 clases	populares	 recibieron	cada	uno	de
esos	 pasos	 a	 su	 manera.	 Muchas	 veces	 los	 resistieron	 y	 trataron	 de	 defender	 sus	 modos	 de	 vida
tradicionales;	 otras	 veces	 los	 acompañaron,	 convencidas	 de	 que	 traerían	 mejoras;	 otras,	 en	 fin,
intentaron	 sacar	 al	 menos	 algún	 provecho	 para	 sí	 frente	 a	 una	 situación	 que	 percibían	 como
inexorable.	 En	 ocasiones	 se	 encontraron	 en	 la	 impotencia	 y	 debieron	 simplemente	 aceptar	 los
designios	de	las	élites.	Otras	veces	consiguieron	elaborar	 ideas	y	explorar	formas	de	organización
social,	 política	 o	 sindical	 que	 les	 permitieron	 unificar	 sus	 fuerzas	 y	 obtener	 victorias.	 A	menudo
actuaron	autónomamente,	pero	también	confiaron	su	suerte	a	líderes	populares	que	no	venían	de	su
seno.	Algunas	veces,	en	fin,	se	rebelaron	abiertamente	y	soñaron	un	mundo	nuevo.	Y	así	como	cada
iniciativa	 de	 la	 élite	 dejó	 sus	marcas	 en	 el	modo	de	 vida,	 en	 la	 cultura	 y	 en	 las	 identidades	 de	 las
clases	populares,	las	acciones	que	éstas	desplegaron	dejaron	también	la	propia	en	el	mundo	de	los	de
arriba	y	en	general	en	el	modo	que	se	organiza	la	vida	social.	Aunque	el	impacto	de	ambos	no	haya
sido	de	la	misma	magnitud,	la	historia	nacional	ha	sido	forjada	en	buena	medida	por	el	choque	y	el
conflicto	entre	estos	dos	mundos.
Con	un	acceso	limitado	a	la	cultura	letrada	y	a	los	medios	de	difusión,	la	vida	popular	no	siempre
ha	dejado	 testimonios	propios.	Han	 sido	 en	general	otros	 quienes	 hablaron	 en	 nombre	 de	 los	más
humildes	o	registraron	sus	voces.	Además,	por	su	lugar	subordinado,	su	historia	es	más	fragmentaria
y	discontinua	que	la	de	las	clases	altas.	Por	todo	esto,	su	contribución	en	la	vida	nacional	ha	quedado
en	buena	medida	invisibilizada,	cuando	no	tergiversada.	Este	libro	se	propone	acercarse	a	lo	que	hoy
sabemos	 sobre	 las	 tradiciones	 de	 ideales,	 culturas,	 símbolos,	 lenguajes	 y	 experiencias	 políticas	 y
organizativas	que	las	clases	populares	han	construido	a	lo	largo	de	su	historia.	Buscamos	así	hacer
visible	el	aporte	que	su	presencia	significó	en	la	formación	de	la	Argentina	como	país	e	indagar,	al
mismo	tiempo,	sobre	su	lugar	en	el	escenario	actual.

Otros materiales