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Mientras lees, comparte con otros en redes usando #DineroSexoPoder VIVIENDO EN LA LUZ: DINERO, SEXO & PODER / John Piper © 2017 por Poiema Publicaciones Traducido del libro Living in the Light: Money, Sex & Power por John Piper © Desiring God Foundation en 2016 y publicado por The Good Book Company. A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional ©1986, 1999, 2015 por Biblica, Inc. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, u otros, sin el previo permiso por escrito de la casa editorial. Poiema Publicaciones info@poiema.co www.poiema.co SDG Para Richard Coekin y Co-Mission, con admiración y gratitud Introducción 1. Definiciones y fundamentos 2. Los peligros del sexo que destruyen tu placer 3. Los peligros del dinero que destruyen tu prosperidad 4. Los peligros del poder que destruyen tu ser 5. Liberación: el regreso del sol al centro 6. Aplicación: las nuevas órbitas Conclusión Agradecimientos Notas D ios no creó el dinero, el sexo o el poder solo para que fueran tentaciones. Él tenía buenos propósitos en mente. El dinero, el sexo y el poder existen para los grandes propósitos de Dios en la historia de la humanidad. No son desviaciones en el camino hacia el gozo en Dios. Junto con todo el resto de la buena obra de Dios, son parte de ese camino. Con ellos, podemos demostrar el valor supremo de Dios. Uno de los propósitos de este libro es mostrarte cómo lograrlo. Por tanto, lo que haré es tratar los beneficios del dinero, el sexo y el poder, así como sus peligros. ¿Cuáles son los peligros que deben ser derrotados? ¿Cuáles son los beneficios que podemos disfrutar? La tesis principal de este libro tiene dos partes. En primer lugar, el dinero, el sexo y el poder comenzaron siendo regalos de Dios hacia la humanidad, pero ahora son peligrosos debido a que todos los seres humanos han cambiado la gloria de Dios por imágenes (Ro 1:23). En segundo lugar, el dinero, el sexo y el poder serán restaurados para darle gloria a Dios a través de la redención que Dios trajo al mundo en Jesucristo—la gran liberación del pecado, la enfermedad y el dolor. Sin esa redención, todos preferiríamos otras cosas en lugar de Dios. Esa es nuestra naturaleza. Cuando nos detenemos a pensarlo, nos damos cuenta de que es un gran insulto hacia Dios. De hecho, preferir cualquier otra cosa más que a Dios es una atrocidad moral en el universo—y, por tanto, es una amenaza eterna contra nuestras almas. Escoger cualquier otra cosa por encima de Dios no solo nos destruye, sino que también nos lleva a distorsionar todo lo bueno que hay en el mundo, incluyendo el dinero, el sexo y el poder. Toda la creación tenía el propósito de transmitir la belleza y el valor supremos de Dios (Sal 19:1; Ro 1:20-23). Dios creó al mundo para Su gloria (Is 43:7). Creó al mundo para ser magnificado por la forma en que Sus criaturas encontraran plena satisfacción en Él. El dinero, el sexo y el poder existen para mostrar que Dios debe ser más deseado que el dinero, el sexo y el poder. Paradójicamente, esa es la única forma en que estas cosas se vuelven más satisfactorias en sí mismas. Todo esto fue arruinado por la Caída—por el primer gran pecado de cambiar a Dios por otras cosas. Cuando Dios es restaurado al lugar supremo del corazón humano, podemos comenzar a glorificar a Dios con el dinero, el sexo y el poder. Todo depende de lo que valoramos más. ¿Cuál es nuestro mayor tesoro? ¿Cuál es nuestra mayor satisfacción? Cuando Dios toma ese lugar en nuestras mentes y corazones—en nuestros pensamientos y emociones—entonces el dinero, el sexo y el poder comienzan a encontrar su verdadero y maravilloso orden. Este reordenamiento de nuestra vida, con la gloria de Dios en el centro, termina siendo lo más satisfactorio para nuestras almas (aunque enfrentemos múltiples luchas), lo más beneficioso para el mundo (aunque este no lo vea así), y lo que más honra a Dios. Nos satisface. El mundo es servido. Y Dios es glorificado. Para esto fueron creados el dinero, el sexo y el poder. Y de eso trata este libro. ¿ A qué me refiero exactamente cuando digo “dinero, sexo y poder”? Con los años he aprendido que definir las cosas, desde el principio, casi siempre termina mostrando que lo que pensábamos que estábamos enfrentando es solamente la punta del iceberg. Pensábamos que estábamos lidiando con el dinero —billetes y monedas. Pero, de hecho, estamos lidiando con los placeres y las ventajas que el dinero puede comprar, o el estatus que el dinero puede darnos. Y después nos damos cuenta de que eso no es todo, ya que debajo de eso hay codicia, avaricia, miedo, y el deseo de tener seguridad, prestigio y control. Pero eso tampoco es todo, porque la Biblia enseña que existe otra realidad—una condición del corazón—más profunda que todos esos pecados. Nos damos cuenta—con solo intentar definir el tema que estamos tratando—que este asunto llamado dinero, sexo, o poder es como el pedacito de un iceberg que se ve por encima del agua. No es el problema. Lo que alcanzamos a ver no hundirá nuestro barco. Es la enorme masa de pecado que hay debajo del agua la que perforará el casco y nos enviará al fondo del océano. Pero al sentarme y meditar sobre las definiciones del dinero, el sexo y el poder con la ayuda de algunos amigos (esto sucedió mientras preparaba los capítulos de este libro), me di cuenta de que acababa de utilizar una imagen que presentaba todo de manera negativa y que había ignorado una realidad aún más fundamental. ¿Icebergs o islas flotantes? ¿Qué pasa con el dinero que utilizamos para apoyar a los misioneros o para comprarle un regalo a un amigo? ¿Qué pasa con la generosidad de estos actos? ¿Y con el corazón que los produce? El árbol malo da fruto malo—pero, ¿qué hay del árbol bueno que produce fruto bueno (Mt 7:16-19)? Resulta que el dinero, el sexo y el poder no siempre son icebergs que amenazan con hundir nuestro barco. Pueden ser islas flotantes, llenas de alimento para cuando se nos acaban las provisiones, o de combustible para cuando nuestro barco esté varado en el agua, o de frutas exóticas para endulzar nuestra deprimente dieta marítima. En otras palabras, otra realidad fundamental con la que debemos lidiar es que el dinero, el sexo y el poder son, y siempre han sido, regalos de Dios—regalos buenos de Dios. Y si nos hunden, no es porque Dios nos haya dado regalos malos; es porque algo sucedió en nuestro interior y convertimos esos regalos de gracia en instrumentos de pecado, en altares e incienso en el templo del orgullo. Así que lo primero que tenemos que hacer es usar definiciones que nos permitan ver ciertas verdades fundamentales que son mucho más profundas—y mucho más grandes—que los peligrosos icebergs o las islas flotantes del dinero, el sexo y el poder. De eso trata este primer capítulo— definiciones y fundamentos. Después, del capítulo dos al cuatro, nos centraremos en los peligros específicos del dinero, el sexo y el poder (los icebergs). En los capítulos cinco y seis, nos enfocaremos en cómo el evangelio nos libera de esos icebergs para poder disfrutar de los beneficios (las islas con los tesoros) del dinero, el sexo y el poder, al usarlos para amar y adorar en maneras que exaltan a Cristo. Así que ese es el plan: definiciones y fundamentos. Peligros y cómo derrotarlos. Los posibles beneficios y cómo disfrutarlos. Define. Derrota. Disfruta. Dinero: definición y fundamento El dinero, en su forma más simple, es un tipo de moneda. Puede ser de papel o de metal; puede que en otras culturas usen piedras, y en otras, como la nuestra, registros electrónicos. Esta moneda funciona como una representación de cantidades de valor definidas por cada cultura, así que puede ser utilizada para conseguir algo que quieras, ya sea gastándola, regalándolao guardándola. La moneda en sí misma es un buen regalo de Dios que puedes utilizar para mal o para bien. Puedes usarla para conseguir algo que valores, como comida, un regalo, un boleto de lotería o una prostituta. Puedes regalarla para apoyar alguna causa que valores, como el ministerio de un joven que vaya de misiones, o para que alguien que te chantajea no revele tu secreto, o para conseguir un trabajo por medio del soborno. También puedes guardarla para solidificar algo que valoras, como la seguridad de un colchón financiero, o para ahorrar sabiamente para una futura compra y así no endeudarte. En otras palabras, el dinero—la representación simbólica de las cantidades de valor—llega a ser un asunto moral por el buen o mal uso que le des a este regalo que Dios te ha dado. Puedes utilizarlo para bien o puedes utilizarlo para mal. Puedes usarlo para mostrar que valoras más al dinero que a Cristo. O puedes usarlo para mostrar que valoras más a Cristo que al dinero. Esto significa que no es contra el dinero en sí mismo que debemos luchar. Existe algo mucho más fundamental, algo más profundo que la riqueza o la pobreza—más profundo que la codicia o la generosidad. En resumen, entonces, el dinero es un símbolo cultural que utilizamos para mostrar lo que valoramos. Es un medio para mostrar lo que atesoramos; mostrar quién es nuestro tesoro. El uso del dinero es un acto de adoración—ya sea a Cristo o a cualquier otra cosa. Sexo: definición y fundamento Cuando digo “sexo”, me refiero a la experiencia de una estimulación erótica, a la búsqueda de dicha experiencia, o al intento de producir esa experiencia en otra persona. Y cuando digo eso, estoy diciendo que el sexo es un buen regalo de Dios en todas esas formas. Experimentar estimulación sexual, tratar de obtenerla o de producirla en otro—los tres son regalos buenos de Dios que podemos disfrutar de la forma en que Él lo ha diseñado, o de los cuales podemos abusar y perjudicarnos. Debo aclarar tres cosas. Primero, sé que la palabra “sexual” puede ser utilizada de una forma mucho más amplia. Por ejemplo, un esposo y su esposa pueden tener conversaciones maravillosas y profundas, o realizar ciertas actividades juntos, que son sexuales en el sentido general de la palabra porque ella es mujer y él es hombre, y puede que esas conversaciones o actividades no tengan ningún elemento erótico—pero están cargadas de placeres sutiles que no son idénticos, pero sí complementarios, a nuestra sexualidad. Eso es cierto, y es maravilloso. Pero no estoy hablando de eso. Este libro es corto porque el contenido es limitado. La segunda aclaración es que he escrito este libro considerando una amplia gama de actividades sexuales, desde la estimulación más casual e incluso accidental, a la más intensa e intencional. Un hombre puede tener ciertos pensamientos eróticos acerca de la líder de alabanza sin que ella tenga la intención de provocarlos. O una mujer puede sentir una atracción sexual por el pastor, deseando que su esposo sea más apasionado espiritualmente, sin que ese pastor tenga la intención o el deseo de provocar esa atracción. Cuando hablo de “sexo”, estoy incluyendo todas esas experiencias. Una aclaración más. Esto significa que el sexo al que me refiero puede estar sucediendo incluso cuando no haya un efecto erótico, porque quien trata de estimular a otro (por ejemplo, por cómo actúa o viste) puede no lograrlo. Así que, sobre la base de mi definición, el “sexo” podría suceder aunque nadie experimente placer sexual. La experiencia de la estimulación erótica en sí misma, y el esfuerzo por procurarla o producirla en otro, puede ser un buen uso de ese buen regalo de Dios, o podemos simplemente abusarlo egoístamente. Lo que hace que el sexo sea una virtud o un vicio no es el placer, o el intento de experimentar ese placer o producirlo en otro, sino algo más profundo. Existen asuntos fundamentales de sumisión a la Palabra de Dios y de la condición del corazón. Es en esto que debemos enfocarnos al hablar sobre los peligros y los posibles beneficios de este regalo divino que es el sexo. Poder: definición y fundamento El poder es la capacidad de conseguir lo que uno quiere. Tu capacidad puede ser debido a tu gran fortaleza física; o a que tienes una posición de autoridad, como en el caso de un padre, un maestro, un policía o un miembro del congreso. O también puede deberse a que tienes más dinero que cualquier otro de tu grupo, o a que eres bien parecido o hermosa. Todas esas capacidades son regalos buenos de Dios. No podemos decir que los tenemos únicamente por nuestros esfuerzos. Dios es el Dador de todos ellos. Y todas esas capacidades para conseguir lo que quieres pueden ser utilizadas para hacer el bien o para hacer el mal. Cómo utilizas tu poder demuestra dónde está tu corazón, lo que amas, lo que más atesoras—lo que adoras. Lo que el dinero, el sexo y el poder tienen en común Quizá ahora es más claro por qué no diseñé este libro en tres secciones separadas: una para el dinero, otra para el sexo y otra para el poder. La razón es que en la raíz—en sus fundamentos— son esencialmente lo mismo. Son formas en las que demuestras el valor supremo de Dios en tu vida, o formas en las que demuestras que piensas que otra cosa tiene ese valor supremo. La manera en que piensas, sientes y actúas respecto al dinero, al sexo y al poder muestra el tesoro de tu corazón—si es Dios, o algo que Él creó. • El poder es la capacidad de conseguir lo que valoras. • El dinero es un símbolo cultural que puede ser intercambiado para conseguir lo que valoras. • El sexo, y la búsqueda del mismo, es uno de los placeres que las personas valoran. Por tanto, el poder, el dinero y el sexo son medios dados por Dios que demuestran lo que valoras. Son (al igual que el resto de la creación) dados por Dios como un medio para la adoración—es decir, como un medio para magnificar aquello que tiene más valor para ti. Todo tu poder, todo tu dinero y toda tu sexualidad son regalos de Dios para mostrar el valor supremo de la gloria de Dios. Volviendo a los fundamentos Ahora pasamos de las definiciones a los fundamentos que revelan lo que el dinero, el sexo y el poder realmente son en un universo como el nuestro, el cual está centrado en Dios. Ahora bien, lo que tenemos que hacer es ir a la Biblia y ver cómo Dios nos aclara cuáles son estos asuntos fundamentales. ¿Para qué fuimos creados? ¿Qué debemos hacer con los buenos regalos del dinero, el sexo y el poder que Dios nos ha dado? ¿Y qué anda mal en nuestra naturaleza que en lugar de mostrar el valor de Dios con nuestro dinero, sexo y poder, lo ignoramos, como si el Creador y Sustentador de todas las cosas no importara? Esa es la peor atrocidad que se puede cometer en el mundo. Cristo vino a cambiar eso—en tu vida y en este mundo. ¿Cuál es la condición del corazón humano? En Romanos 1:18-23, encontramos la descripción del problema más profundo de la humanidad y de la sublime gloria de la que hemos caído—gloria a la que podemos regresar en Cristo. El apóstol Pablo va más allá de las acciones pecaminosas y se centra en el corazón que peca. Excava las profundidades de los comportamientos destructivos hasta llegar a la depravación de los corazones—corazones como el tuyo y el mío: 18 Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad. 19 Me explico: lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues Él mismo se lo ha revelado. 20 Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, Su eterno poder y Su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que Él creó, de modo que nadie tiene excusa. 21 A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. 22 Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios 23 y cambiaron la gloria del Dios inmortal porimágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles. Comencemos con el versículo 18: “Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad”. Pablo describe a la humanidad en general como “impíos” e “injustos”. Esa es nuestra condición. La de todos nosotros. Cuando Pablo termina su análisis de la condición humana, hace un resumen en Romanos 3:9: “¿A qué conclusión llegamos? ¿Acaso los judíos somos mejores? ¡De ninguna manera! Ya hemos demostrado que tanto los judíos como los gentiles están bajo el pecado”. Todos estamos en la misma condición de “impíos” e “injustos”. Y lo primero que Pablo dice sobre esta condición es que hace que las personas obstruyan la verdad: “…con su maldad obstruyen la verdad” (1:18). En otras palabras, nos cegamos intencionalmente a la luz de la verdad. Recordemos que el título de este libro es Viviendo en la luz: dinero, sexo y poder. Viviendo en la luz. Aquí, en Romanos 1, vemos por qué esto es crucial. El pecado nos hace rechazar la luz de la verdad y nos lleva a la oscuridad de la falsedad. Jesús dijo que somos pecadores, no porque seamos víctimas de la oscuridad sino porque amamos la oscuridad: “…la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos” (Jn 3:19). La primera evidencia de nuestra naturaleza pecaminosa es que nos condiciona, y nos capacita, para que obstruyamos la verdad—para que odiemos la luz. ¿Qué obstruimos? ¿Cuál es la verdad específica, o la “luz”, que nuestra naturaleza pecaminosa rechaza? El siguiente versículo nos lo dice: “… lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues Él mismo se lo ha revelado” (Ro 1:19). Obstruimos “lo que se puede conocer acerca de Dios”. El conocimiento de Dios es repulsivo para nuestra naturaleza pecaminosa. Nuestro mayor problema no es la ignorancia. El versículo 19 dice que “lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente”. Nuestro mayor problema es que rechazamos el conocimiento de Dios. Nos ofende. Va en contra de nuestra independencia y autonomía. Lo vemos nuevamente en el versículo 20—nuestro mayor problema no es la ignorancia: “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, Su eterno poder y Su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que Él creó”. De nuevo en el versículo 21: “A pesar de haber conocido a Dios…”. Nuestro problema no es la ignorancia. Nuestro problema es que, por nuestra maldad, obstruimos la verdad. Odiamos la luz y amamos la oscuridad, así que no queremos caminar en la luz de la verdad. Por tanto, al final del versículo 20, Pablo dice: “… de modo que nadie tiene excusa”. ¿Por qué? El versículo 21 nos da la respuesta y nos conduce a la raíz del problema: “A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón”. No le glorificamos como a Dios, ni le agradecimos. Escogimos la oscuridad de la exaltación humana en lugar de la exaltación divina. Esto es lo que hacemos por naturaleza. A nuestro corazón pecaminoso no le gusta glorificar a Dios —tenerlo como nuestro mayor tesoro y deleitarnos en Él. Nuestro corazón pecaminoso no quiere atesorar a Dios como alguien glorioso ni es agradecido con Él. Eso es lo que significa la palabra “impiedad” en el versículo 18 (“…la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad… de los seres humanos…”). En nuestra “impiedad”, hacemos lo que hace la impiedad—obstruye la verdad de que Dios debe ser atesorado como supremamente glorioso y generoso. Nuestra naturaleza pecaminosa odia la luz de la supremacía de Dios y corre hacia la oscuridad, donde nosotros nos sentimos supremos. Cuando la verdad es obstruida, la luz es rechazada y la gloria de Dios es ignorada, y siempre habrá algo ocupando su lugar. El corazón humano no tolera el vacío. Nunca dejamos a Dios simplemente porque no lo valoramos lo suficiente; siempre cambiamos a Dios por algo que valoramos más. Lo vemos en los versículos 22-23: “Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes”. Se volvieron necios. Esta es la mayor necedad. Este es el significado más básico del pecado: cambiar la gloria del Dios inmortal por algún sustituto—cualquier cosa que valoremos más que a Dios. Si tienes oídos para oír, esto debería sonar como la mayor estupidez y la mayor atrocidad—que consideremos a Dios, lo rechacemos como nuestro mayor tesoro y lo cambiemos. Contemplamos al Creador y después lo cambiamos por algo que Él creó. Detrás de todos los malos usos que podemos darle al dinero, al sexo y al poder, existe esta condición pecaminosa del corazón —esta depravación. Mi definición del pecado, basada en este pasaje de Romanos 1, es esta: el pecado es cualquier sentimiento, pensamiento o acción que surja de un corazón que no atesora a Dios sobre todas las cosas. La raíz de todo pecado es ese corazón—un corazón que prefiere cualquier cosa por encima de Dios; un corazón que no atesora a Dios sobre todas las cosas y sobre todas las demás personas. Profundo y penetrante El pecado es el problema más profundo, más fuerte y más penetrante de la raza humana. De hecho, una vez que Pablo aclara cuál es la raíz o la esencia del pecado en Romanos 1-3, prosigue a explicar la magnitud de su poder sobre nosotros en los siguientes capítulos. Dice que el pecado reina en la muerte (5:21); que domina como un amo (6:14); que esclaviza como un capataz (6:6, 16-17, 20) al cual hemos sido vendidos (7:14); que es una fuerza que produce más pecado (7:8); que es un poder que se aprovecha de la ley y mata (7:11); que es una presencia hostil que habita en nosotros (7:17, 20); y que es una ley que nos tiene cautivos (7:23). Toda esa profunda, fuerte y penetrante realidad del pecado en nosotros es lo que nos define hasta que nacemos de nuevo. Si este milagro no ocurre, esta lucha contra Dios nos controlará y dirigirá por siempre. Jesús lo dijo de esta manera: “Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya dicho: ‘Tienen que nacer de nuevo’” (Jn 3:6-7). Cuando nacemos la primera vez, somos simplemente carne—es decir, estamos separados del Espíritu de Dios y de la vida. Pero cuando “[nacemos] del Espíritu”, el Espíritu de Dios nos da vida espiritual y vive en nosotros, y así tenemos vida en Él por siempre. Esa vida viene con la luz de la verdad. “Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: ‘Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida’” (Jn 8:12). La vida eterna y la luz de la verdad siempre van juntas. Vivimos en la luz cuando el Espíritu nos da vida. Para resaltar la gravedad de nuestra esclavitud antes de este nuevo nacimiento, Pablo dice en Romanos: “Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita” (7:18). Lo que somos a partir del nuevo nacimiento—una nueva criatura por el Espíritu Santo gracias a Cristo—también se resiste a Dios. “La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo” (8:7). No vemos a Dios como supremo (1:28). Lo cambiamos porque preferimos otras cosas antes que a Él. Así que, debemos dejar a un lado la idea de que el pecado es principalmente lo que hacemos. No lo es: es principalmente lo que somos—hasta que seamos una nueva criatura en Cristo. E incluso después de nuestra conversión, continúa siendo un enemigo que vive en nuestro interior y al que se le debe dar muerte cada día por medio del Espíritu (7:17, 20, 23; 8:13). Antes de Cristo, el pecado no es un poder ajeno en nosotros. El pecado es nuestra preferencia de cualquier cosa por encima de Dios. El pecado es nuestro rechazo de Dios. El pecado es nuestro intercambio de Su gloria por algún sustituto.El pecado es la obstrucción de la verdad de Dios. El pecado es la hostilidad de nuestro corazón hacia Dios. Es lo que somos en lo más profundo de nuestro ser. Hasta que venimos a Cristo. En contraste con esta triste descripción de la raíz del problema respecto a nuestro manejo del dinero, el sexo y el poder, se hace evidente que la distorsión de nuestras almas no estaba en el diseño original. Fuimos creados para conocer a Dios, para glorificarle y para agradecerle (1:19-21). Fuimos hechos para contemplarle y, al hacerlo, reflejar Su belleza. No podíamos hacerlo intercambiándolo por otra cosa, sino prefiriéndolo por encima de todas las cosas. Nuestro deber era glorificarle al atesorarle sobre todo tesoro, disfrutarle sobre todo placer, y desearle sobre todo deseo. Dos tipos de corazones Todos tenemos uno de estos dos tipos de corazón: un corazón que valora a Dios sobre todas las cosas, o uno que le da más valor a otra cosa. Un corazón está feliz porque vive en la luz del valor supremo de Dios. El otro corazón está feliz en la oscuridad, amando imágenes en lugar de amar al Dios verdadero, pensando que ha encontrado un gran tesoro. La marca de un verdadero cristiano no es que el pecado nunca triunfe en nuestras vidas, ni que nuestros deseos siempre sean piadosos. La marca del cristiano es que ahora atesoramos a Dios sobre todas las cosas, por haberle conocido en Jesucristo. Él ocupa un lugar en nuestros corazones que nos lleva una y otra vez a renovar nuestra devoción a Él como supremo. Los cristianos hemos descubierto que el Espíritu que vive en nosotros magnifica el valor de Jesús sobre todas las cosas, y nos mueve al arrepentimiento cuando no lo apreciamos como deberíamos. “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1Jn 1:9). El dinero, el sexo y el poder son tres regalos buenos de Dios. En los próximos tres capítulos, veremos que podemos usarlos para revelar un corazón de oscuridad o un corazón de luz. Y al hacerlo, revelaremos la verdad de la suprema belleza y el supremo valor de Dios, o lo mostraremos como insuficiente para los deseos de nuestra alma. Podemos tener un corazón que atesore más a este mundo que a Dios, o un corazón que atesore más a Dios que a este mundo. Podemos glorificar a Dios como Aquel que nos satisface por completo, o podemos difamarlo como alguien inferior a las cosas que Él ha creado. Podemos vivir en la luz, o en la oscuridad. C uando Satanás quiso destruir el placer supremo que Adán y Eva disfrutaban en su amistad con Dios, no les presentó una tarea, sino un deleite. Ellos vieron que el árbol del que Dios les había prohibido comer era “bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría”, así que tomaron del fruto y comieron (Gn 3:6). El camino hacia la destrucción de su placer era “bueno”, de “buen aspecto” y “deseable”. Y el truco de Satanás fue hacer que el fruto pareciera más deseable que Dios. Y funcionó. Dios prohibe que nuestro placer sexual sea una alternativa a nuestro deleite en Él. Esa es la forma en que podemos ver su relación con el árbol en el jardín del Edén. Dios debe ser atesorado sobre todo placer sexual y debe ser percibido en medio del placer sexual. Los deleites, las pasiones y el éxtasis de la relación sexual, la cual ha sido diseñada por Dios para el matrimonio, son los tipos de placeres que Dios mismo concibió y creó. Provienen de Él. Son parte de Él. Los conoce y los experimenta. Y, por tanto, cuando probamos esos placeres, estamos probando algo de Dios. Él creó el placer sexual, así que Él es superior. Y lo creó para comunicar algo de Sí mismo. Su intención nunca fue crear el placer como una alternativa a nuestro deleite en Él. Su intención era que Él fuera visto y disfrutado en el placer sexual. Si no atesoramos a Dios por encima del placer sexual, entonces ese placer se convertirá en algo peligroso—tal como el árbol en el jardín del Edén. Perdiendo la luz Retomaremos Romanos 1 desde donde lo dejamos en el capítulo anterior. Con gran relevancia para nuestros tiempos, Pablo hace una conexión entre el intercambio de la luz de Dios por la oscuridad y la distorsión del pecado sexual. Hemos comenzado la sección de los “peligros” con un capítulo acerca de los peligros sexuales porque Pablo mismo dice que son una puerta de entrada hacia todos los peligros que vienen con el mal uso de todos los regalos buenos de Dios. El sexo se convierte en la prueba que revela lo que el dinero, el sexo y el poder tienen en común en cuanto a sus peligros. Pablo quiere hacernos ver que lo que él está diciendo acerca de abandonar la luz y distorsionar el sexo aplica también para el dinero y el poder. Comencemos con Romanos 1:21-23: 21 A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. 22 Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios 23 y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles. En estos versículos no se utiliza la palabra “luz”. Pero sí se hace referencia a la “oscuridad” al final del versículo 21: “… y se les oscureció su insensato corazón”. Y en lugar de contrastar la oscuridad con la luz, Pablo la contrasta con la gloria—la luz de la hermosura y las perfecciones de Dios. “No lo glorificaron como a Dios” (v 21), sino que “cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes” (v 23). Así que está diciendo que, en nuestra condición pecaminosa y no regenerada, conocemos a Dios de cierta forma (“A pesar de haber conocido a Dios…”, v 21); pero aun así, tomamos la gloria de Dios, por decirlo de alguna forma, y la cambiamos. La reemplazamos. Y al hacerlo, rechazamos la luz el universo—el resplandor, la hermosura y el significado divinos de la realidad creada—y nos recluimos en la oscuridad. En el Edén, Adán y Eva pensaron que estaban eligiendo la sabiduría y la vida, pero realmente escogieron la oscuridad y la muerte. “Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios…” (v 22).Y eso es lo que hemos estado haciendo desde entonces. Así que vivir en la oscuridad significa ver a Dios como poco deseable y a Su creación como lo más deseable. Eso está implícito en la palabra “cambiaron”. Ellos cambiaron la gloria de Dios. Cuando cambias algo, estás expresando tu preferencia. Das a conocer tu mayor deseo. Y si prefieres a la creación de Dios por encima de Dios, entonces estás demostrando que Dios es menos deseable para ti que aquello que prefieres. Y eso es lo que significa estar en oscuridad. La oscuridad es donde no puedes ver las cosas como realmente son. Si ves algo como más hermoso, más atractivo y más deseable que Dios, entonces estás en oscuridad. No estás viendo la realidad como es. Vivir en la luz es ver a Dios como supremamente glorioso, supremamente hermoso, supremamente deseable y supremamente satisfactorio. Si estuviéramos viviendo en la luz, nunca cambiaríamos Su gloria porque veríamos todo con claridad. Atesoraríamos Su gloria y nos quedaríamos con ella a cualquier costo. Él sería más precioso que cualquier cosa para nosotros. Eso es lo que significa vivir en la luz. Cómo la falta de luz afecta al sexo Ahora, ¿cuál es la conexión entre el sexo y este cambio de la gloria de Dios por las imágenes? Es precisamente de eso que Pablo habla a continuación. En los versículos 23-28, él dice cuatro veces que este cambio de la gloria de Dios por otras cosas—esta preferencia por las glorias humanas sobre la gloria de Dios—es la raíz de las distorsiones sexuales: 23 … y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles. 24 Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros.25 Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorandoy sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén. 26 Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto, las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. 27 Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres cometieron actos indecentes, y en sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión. 28 Además, como estimaron que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios, Él a Su vez los entregó a la depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer. En cierto sentido, el hecho de que Pablo esté hablando acerca del homosexualismo es incidental. Sin embargo, la misma dinámica aplica para todas las distorsiones de la sexualidad. En breve veremos por qué Pablo se enfoca explícitamente en el homosexualismo. Pero nuestro enfoque es más amplio. Primero, veamos la conexión entre los versículos 23 y 24: “… cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes… Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros”. Las palabras “por eso” son decisivas. Quieren decir que deshonrar a Dios (“cambiaron la gloria del Dios inmortal”) provoca (resulta en, conduce a) la deshonra del cuerpo humano por los deseos sexuales distorsionados de sus corazones: “Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos”. Los humanos cambiaron la gloria de Dios; por eso deshonraron sus cuerpos. En segundo lugar, veamos la conexión entre los versículos 24 y 25: “Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros. Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén”. Aquí, Pablo está diciendo lo mismo, pero al revés. En lugar de mencionar el resultado de cambiar la gloria de Dios, menciona la causa por la que deshonraron sus cuerpos. La causa de la lujuria, la impureza y la deshonra de sus cuerpos es que prefirieron la mentira y la oscuridad, pues la gloria de Dios les parecía menos satisfactoria que otras cosas. Deshonraron sus cuerpos porque prefirieron a la criatura por encima del Creador. En tercer lugar, veamos la relación entre los versículos 25 y 26: “Cambiaron la verdad de Dios por la mentira… Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas”. Pablo recalca el mismo punto por tercera vez. La causa de sus pasiones desordenadas es que ellos cambiaron la gloria de Dios por la mentira de que Él no es más deseable que cualquier otra cosa. Y, en cuarto lugar, Pablo lo repite una vez más. Veamos la relación entre las dos mitades del versículo 28: “Además, como estimaron que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios [literalmente: “no aprobaron tener a Dios en su conocimiento”], Él a su vez los entregó a la depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer”. No quisieron que Dios dominara sus mentes. No quisieron que la gloria de Dios tuviera un valor supremo en sus corazones. Y como no lo quisieron, “por eso” cayeron en pecados sexuales. ¿Podría Pablo decir más claramente que la raíz del pecado sexual es que no amamos la luz y la belleza de la gloria de Dios sobre todas las cosas? Amamos la imagen creada por el hombre en lugar de la realidad divina. Amamos la mentira, no la verdad. Amamos la oscuridad, no la luz. Y el resultado es que nuestra sexualidad ha sido profundamente distorsionada. La posible razón por la que este pasaje se enfoca en la homosexualidad es porque ilustra más claramente cómo el cambiar la belleza para la que fuimos creados verticalmente se refleja en el cambio de la belleza para la que fuimos creados horizontalmente—el hombre cambia a la mujer por un hombre, y la mujer cambia al hombre por una mujer. En otras palabras, un cambio vertical antinatural resulta en un cambio horizontal antinatural. Esto es exactamente lo que Pablo recalca al utilizar la palabra “cambiaron”. Primero, utiliza la palabra “cambiaron” para mostrar cómo preferimos a la criatura sobre el Creador. “Cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes… Cambiaron la verdad de Dios por la mentira” (vv 23, 25). Después utiliza la palabra “cambiaron” para mostrar cómo los hombres preferían a los hombres como parejas sexuales, y las mujeres preferían a las mujeres: “… las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres cometieron actos indecentes” (vv 26-27). Así que las relaciones homosexuales son como una especie de parábola de la sexualidad desordenada que viene de una relación desordenada con Dios—específicamente, una relación donde las glorias de la creación se prefieren sobre la gloria de Dios. Los peligros del sexo Este cambio—expresado vívidamente en las relaciones homosexuales—aplica para todos nuestros pecados sexuales: adulterio—cambiar al cónyuge por una pareja ilegítima; fornicación—cambiar el llamado de Dios a la castidad en la soltería por sexo fuera del matrimonio; lujuria—cambiar la pureza por la pornografía. Todos ellos—todos nuestros pecados sexuales—tienen su raíz en esto: no atesoramos la gloria de Dios como supremamente deseable sobre todas las cosas. Dejamos que la oscuridad de la mentira nos convenza de que un placer ilícito es más deseable que Dios. En la oscuridad, acariciamos el suave dije de madera que cuelga de nuestro cuello—sin saber que en la luz nos daríamos cuenta de que es una cucaracha. Pensamos que la tarántula es un juguete peludo. Pensamos que el león es una mascota y que el sonido de la víbora cascabel es el de una castañuela. Eso es lo que significa vivir en la oscuridad, donde Dios es menos deseado que el placer sexual. El pecado sexual crece en la tierra de la ceguera, la oscuridad y la ignorancia de la belleza y grandeza de Dios. Es por eso que Pedro le dice a las iglesias: “Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia” (1P 1:14). Es como si estuviera diciendo: “Antes ignoraban el valor, la belleza, la dulzura y la grandeza de Dios. Pero ahora han ‘nacido de nuevo’” (vv 3, 23), “si es que han probado ya la bondad del Señor”(2:3 RVC). Sí, una vez que has “probado” a Dios, la “ignorancia pasada” ya no controla tus pasiones. La mentira de los deseos sexuales pecaminosos es expuesta. Pablo dijo lo mismo acerca de esta “ignorancia” en relación al pecado sexual. Dijo: “La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su propio cuerpo de una manera santa y honrosa, sin dejarse llevar por los malos deseos como hacen los paganos, que no conocen a Dios” (1Ts 4:3-5). En otras palabras, Pablo estaba diciendo que la distorsión y el mal uso de los deseos sexuales surgen de la oscuridad de la mente incrédula. Ellos no conocen a Dios. Así estábamos todos nosotros: en la oscuridad, ciegos a la belleza y valor infinitos de Dios. Conocen y no conocen Al hablar de nuestra antigua “ignorancia”, Pedro y Pablo no están contradiciendo lo que dice en Romanos 1:21, donde Pablo dice: “A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias”. En la mente del incrédulo, existe tanto conocimiento de Dios como ignorancia de Dios. El conocimiento de Dios es profundo e innato. 19 Me explico: lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues Él mismo se lo ha revelado. 20 Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, Su eterno poder y Su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que Él creó, de modoque nadie tiene excusa (Ro 1:19-20). Pero este conocimiento innato y profundo de Dios es rechazado y obstruido. “… con su maldad obstruyen la verdad” (v 18). “… estimaron que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios” (v 28). Así que tanto la ignorancia de Dios como el conocimiento son reales. El conocimiento es obstruido y no puede operar. La ignorancia es deseada y poderosa. Tanto Pedro como Pablo dicen que las distorsiones y la esclavitud del deseo sexual resultan de la ignorancia de Dios —del cambio de la gloria de Dios por imágenes. El alma humana fue creada para ser satisfecha por la gloria de Dios. Cuando la luz de la gloria es obstruida, el alma se destruirá a sí misma, intentando encontrar satisfacción en la letal oscuridad. Y realmente es letal, tal como Jesús y los apóstoles nos dicen una y otra vez. Aquí es donde vemos los peligrosos resultados de no vivir en la luz. Estas advertencias no se limitan a uno o dos autores del Nuevo Testamento. Jesús, Pedro, Pablo, Juan y el escritor de Hebreos nos advierten acerca de los peligros que enfrentarán aquellos que no se arrepientan de su pecado sexual. Considera algunas de estas advertencias. Ningún pecado como este Pablo penetra las profundidades de los pecados sexuales de la fornicación, el adulterio y, en particular, de la prostitución. 15 ¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo mismo? ¿Tomaré acaso los miembros de Cristo para unirlos con una prostituta? ¡Jamás! 16 ¿No saben que el que se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues la Escritura dice: “Los dos llegarán a ser un solo cuerpo”. 17 Pero el que se une al Señor se hace uno con Él en espíritu. 18 Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo. 19 ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; 20 fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios (1Co 6:15-20). El cristiano está unido a Cristo. Esta unión involucra a nuestro cuerpo y a nuestro espíritu. Por tanto, las uniones sexuales ilegítimas que no expresan nuestra unión con Cristo, contradicen dicha unión y arrastran a Cristo al placer impuro, haciéndolo partícipe del acto. Para Pablo, esto era impensable —como debe serlo para nosotros. Podrías pensar que esta explicación de la procedencia del pecado sexual es completamente diferente a la que hemos visto hasta ahora. Aquí, podrías decir, el pecado sexual ocurre porque no vemos que somos miembros de Cristo, así que hacemos a Cristo partícipe de nuestra prostitución. Este argumento es mucho más complejo de lo que hemos visto hasta ahora, pero no es muy diferente. Pablo está asumiendo que si realmente has visto y atesorado la belleza y el valor de Cristo, no harías eso. Lo que lo hace tan escandaloso es la pureza, la santidad y la gloria de Cristo. Puedes ver esto al final del texto, cuando Pablo dice: “Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios” (v 19-20). Le perteneces a Dios. Él te compró con la invaluable sangre de Cristo. Por tanto, cuando usamos nuestro cuerpo como si tuviésemos el derecho de hacer lo que nuestros impulsos quieran, estamos despreciando el valor de Cristo y la gloria de Dios. Esto es lo que él ha estado diciendo desde el principio. Hay una parte del texto de Pablo que es especialmente intrigante. En el versículo 18, argumenta en contra de la fornicación de la siguiente manera: “Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo”. ¿Qué significa esto? En todos los comentarios que he leído a través de los años, parece no haber un consenso, pero la mayoría está de acuerdo en que Pablo ve las relaciones sexuales con cualquier persona que no sea tu cónyuge como particularmente dañinas para el cuerpo. Lo que está diciendo es que no existe otro pecado como este. Así que, por ejemplo, Roy Ciampa y Brian Rosner dicen: Pablo no está diciendo que la porneia [la inmoralidad sexual] es lo único que daña al cuerpo, sino que solo la porneia da lugar al tipo de unión que los hace “una carne” y que, por tanto, “peca contra del cuerpo”. El pecado sexual es contra el cuerpo porque, tal como dice Fisk: “… une a los cuerpos de una forma única… [y] los profana de una forma única”. Como con tantas otras de las expresiones comprimidas de esta sección, tenemos que agregarle algo para completar nuestro entendimiento del pensamiento de Pablo. Podríamos agregar que la porneia es un pecado en contra del “verdadero Dueño” del cuerpo; el cuerpo del creyente está bajo la autoridad de Cristo el Señor (v 12-15), es un templo del Espíritu Santo (v 19), y fue comprado por Dios (v 20).1 Podemos especular acerca del tipo de daños que le pueden sobrevenir a una persona que peca de esta forma. Pero lo que debería impactarnos es que el apóstol ve algo seriamente peligroso en el pecado sexual. No existe otro pecado como este. Una batalla final para el alma Ahora pasaremos de los peligros del pecado sexual a las advertencias más generales sobre los daños que el pecado sexual puede producir. Pedro escribe: “Queridos hermanos, les ruego como a extranjeros y peregrinos en este mundo, que se aparten de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida” (1P 2:11). Esto no se limita a las pasiones sexuales pecaminosas, pero ciertamente las incluye. Y el peligro es que estas pasiones de la carne tienen como meta destruir el alma. El resultado del pecado sexual, si Dios no interviene y nos da arrepentimiento, es lo que le sucede a un enemigo vencido en la guerra. El autor de Hebreos lleva la advertencia a otro nivel. “Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal, porque Dios juzgará a los adúlteros y a todos los que cometen inmoralidades sexuales” (Heb 13:4). Pablo define ese “juicio” como el castigo de Dios contra aquellos que practican la inmoralidad sexual: “Por tanto, hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos y avaricia, la cual es idolatría. Por estas cosas viene el castigo de Dios” (Col 3:5-6). Por supuesto, el pecado sexual no es el único pecado que acarrea juicio de Dios, pero es uno de ellos. Y Pablo menciona varias veces que este pecado pone en peligro el alma de quienes lo practican. Recordando la experiencia de Israel en el desierto mientras caminaban hacia la tierra prometida, nos advierte: “No cometamos inmoralidad sexual, como algunos lo hicieron, por lo que en un solo día perecieron veintitrés mil” (1Co 10:8). El pecado sexual acarrea juicio—“El Señor castiga todo esto…” (1Ts 4:3-6). Pablo extrae una implicación específica del juicio de Dios y de Su venganza contra el pecado sexual, al mencionarlo dentro de la lista de los pecados que nos impiden entrar al Reino de Dios. “Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje… Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gá 5:19-21). Y de nuevo: 9 ¿No saben que los malvados no heredarán el Reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el Reino de Dios (1Co 6:9-10). El apóstol Juan toca el tema de la exclusión del Reino de Dios en el libro de Apocalipsis: 14 Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad. 15 Pero afuera se quedarán los perros, los que practican las artes mágicas, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los idólatras y todos los que aman y practican la mentira(Ap 22:14-15). Pero esto no quiere decir que la deshonra del pecado sexual sea imborrable, ni que si hemos pecado sexualmente no podemos ser parte del santo Reino de Dios. El punto del versículo 14 es que podemos ser lavados y aceptados. ¿Qué significa lavar nuestras ropas? Es ser uno de aquellos que “han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero” (Ap 7:14). Cristo murió y derramó Su sangre carmesí, para que nuestras túnicas manchadas por el pecado pudieran llegar a ser blancas: “Vengan, pongamos las cosas en claro”, dice el Señor. “¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Is 1:18). Es maravillosamente alentador para pecadores que Pablo le hable de la misma forma a quienes han participado de todo tipo de pecado sexual: “Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6:11). Pero esto no es alentador si no atesoramos a Cristo y no cambiamos nuestra preferencia del sexo sobre Dios. Sin este tipo de fe—que tiene a Jesús como supremo sobre todas las cosas (Mt 10:37)—Su sangre no nos hará ningún bien, y Apocalipsis 22:15 se aplicará a nosotros en el día final: “Pero afuera se quedarán los perros… los que cometen inmoralidades sexuales…”. Las palabras más duras de Jesús ¿Qué significa quedarse “afuera”? Nadie nos lo advierte con palabras más duras sobre los peligros del pecado sexual que el Señor Jesús: 27 Ustedes han oído que se dijo: “No cometas adulterio.” 28 Pero Yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te hace pecar, córtatela y arrójala. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él vaya al infierno (Mt 5:27-30). La severidad de estas palabras—“arrojado al infierno”—son un eco de Romanos 1: “… y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes” (v 23). La amenaza del infierno no aparece de la nada. No es un repudio puritano hacia la carnalidad del sexo—Dios creó el sexo y, por tanto, es bueno. No, esta amenaza es el eco de la atrocidad de que se prefiera la estimulación sexual y la euforia hormonal pasajera sobre una gloria infinita y eterna. “… la ira de Dios viene revelándose desde el cielo… [debido a que] cambiaron la gloria del Dios inmortal por [cosas creadas]” (v 18, 23). Jesús está tratando de despertarnos de la oscuridad y la insensibilidad de tener la gloria de Dios en tan poca estima, a tal grado de que la reemplazamos con pensamientos lujuriosos de estimulación sexual ilícita. Por supuesto, Él no tiene nada en contra del placer sexual de la novia y el novio que aparecen en Cantares, quienes se deleitan en el cuerpo de su pareja. Ese banquete—ya sea de alimentos o de sexo—es santificado por “la palabra de Dios y la oración” (1Ti 4:5). Tales placeres son regalos de Dios y comunican algo acerca de Él cuando se disfrutan dentro de los límites sabios que Él ha establecido. Pero Jesús no está hablando de ese tipo de sexo en Mateo 4:27- 30. Él está hablando acerca de los deseos que toman el fruto prohibido y lo colocan sobre la lengua de la imaginación para obtener el mayor placer posible—sobre “codiciar” (v 28). En cuanto a esto, nos advierte: “… si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo”. Notemos algo extraño. Jesús dice “ojo derecho”. Pero si te sacas solamente uno de los ojos, puedes ver a la mujer (u hombre, o imagen) tan bien como si tuvieras ambos ojos. ¿Qué nos dice esto? Nos dice que Jesús no está dando un método preciso y literal para deshacernos de la tentación. Lo que nos dice es qué tan seriamente deberíamos luchar contra la pecaminosidad. Lo que está en juego es eterno. Haz lo que tengas que hacer para acabar con el pecado antes de que el pecado acabe contigo. Pablo lo pone de esta manera: “… porque si ustedes viven en conformidad con la carne, morirán; pero si dan muerte a las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán” (Ro 8:13 RVC). Corta con el pecado sexual (y cualquier otro pecado) con la misma seriedad con que te cortarías una mano o te sacarías un ojo. Tu vida depende de ello. Eternamente. La imagen más vívida de Juan Finalmente, en nuestra revisión de las advertencias del Nuevo Testamento, llegamos a la imagen más vívida de Juan, la del lago de fuego. Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los que cometen inmoralidades sexuales, los que practican artes mágicas, los idólatras y todos los mentirosos recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Esta es la segunda muerte (Ap 21:8). El horror de la imagen del “lago de fuego” es agravado por su duración: “El humo de ese tormento sube por los siglos de los siglos. No habrá descanso ni de día ni de noche…” (14:11). Esta es quizá la imagen más vívida que tenemos del destino final de aquellos cuya inmoralidad sexual no es cubierta por la sangre de Jesús. Solo “en Cristo” podemos librarnos del lago de fuego. Como dice el apóstol Pedro: “… ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto” (1P 1:18-19). La fe en Cristo conquista el lago de fuego: “El que salga vencedor no sufrirá daño alguno de la segunda muerte” (Ap 2:11). Las advertencias del Nuevo Testamento sobre los peligros del sexo no tienen la intención de dejarnos paralizados de miedo. Están para abrir nuestros ojos a la magnitud de la gloria de Dios, la enormidad de nuestro pecado, lo justo de nuestro castigo, la sabiduría de acudir a Cristo y los placeres insuperables que hay a la diestra de Dios. Es una bondad que el doctor nos haya dicho que nuestra enfermedad es terminal; y más bondadoso aún que nos ofrezca el único remedio que cura la enfermedad del pecado y evita las consecuencias fatales. Proveernos de este remedio le costó la vida de Su Hijo, y esa es otra razón por la que las advertencias son tan fuertes para aquellos que desprecian ese invaluable regalo. Restaurando la luz de la gloria de Dios Recordemos que el origen del pecado sexual es que hemos “[cambiado] la gloria del Dios inmortal por imágenes” (Ro 1:23). Este intercambio vertical nos rodea de oscuridad. La gloria se desvanece. Su propósito era asombrarnos, y la hemos rechazado. No preferimos a Dios sobre todas las cosas. Una de las cosas creadas con la que lo reemplazamos es el placer sexual ilícito. La intensidad de las imágenes sexuales tiene poder porque la luz de la gloria se ha apagado. Así es como esto funciona. Tengo un reloj en una mesa junto a mi cama. Proyecta la hora en el techo. Así que de noche, cuando apago la luz, puedo ver “10:30” en números rojos en mi techo. Es claro y llama mi atención—en la oscuridad. Pero cuando sale el sol por la mañana, esos números rojos desaparecen por completo. La luz del sol solo me permite ver el techo. Los números rojos brillan en la oscuridad. Solo son visibles cuando no hay luz. Así es con el sexo ilícito. Su poder para atraernos hacia el pecado aumenta cuando la gloria de Dios brilla menos. Cuando la gloria de Dios es revelada y atesorada, el poder de la atracción sexual pecaminosa es destruido. El brillo del sol hace que las luces rojas se desvanezcan. Cuando se trata de nuestras vidas sexuales, el asunto es este: ¿Vemos la gloria de Dios? ¿Atesoramos la gloria? ¿Estamos contentos, como dijo Pablo, en cualquier situación (incluso cuando se nos niega la satisfacción sexual) “por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor” (Fil 3:8)? Para ayudarnos a derrotar los peligros del sexo, Dios ha hecho más que advertirnos. “Su divino poder… nos ha concedido todas lascosas que necesitamos para vivir como Dios manda” (2P 1:3). ¿Cómo ha hecho esto? Pedro lo aclara. Lo ha hecho “al darnos el conocimiento de Aquel que nos llamó por Su propia gloria y potencia”. Dios nos capacita para la sexualidad piadosa—y nos libra de la sexualidad pecaminosa —“al darnos el conocimiento”. ¿Conocimiento de qué? ¡Del Dios de gloria y potencia! En otras palabras, Dios comienza a revertir el cambio de Romanos 1. Allí nosotros cambiamos la gloria de Dios por imágenes y, al hacerlo, todo se dañó y se distorsionó. Ahora Él está revirtiendo ese cambio “al darnos el conocimiento de Aquel que nos llamó por Su propia gloria y potencia”. El despertar del alma hacia la gloria de Dios es el nacimiento de la libertad de la esclavitud sexual. ¿Y cómo nos ha dado Dios ese conocimiento de Su gloria y potencia? Al concedernos “Sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina” (2P 1:4). Obtenemos el conocimiento de la gloria transformadora de Dios por medio de las promesas de Dios. Él nos hace promesas. Las promesas revelan la gloria y la potencia de Dios, y nos aseguran que las disfrutaremos por siempre mientras confiemos en Cristo. Cuando abrazamos estas promesas de la gloria de Dios, llegamos “a tener parte en la naturaleza divina”. Es decir, Dios nos conforma a Su santo carácter por la fe en las promesas de Dios. El resultado de esta transformación a la imagen de Dios es una liberación “de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos”. En otras palabras, la libertad del poder de los deseos pecaminosos—incluyendo el deseo sexual—sucede cuando: 1. escuchamos las promesas de Dios, 2. vemos y conocemos la gloria de Dios a través de esas promesas, 3. somos transformados a la semejanza de la naturaleza de Dios y, por tanto, 4. escapamos de la corrupción que nos esclavizaba. Un resumen de los peligros del sexo En resumen, los peligros del sexo se deben a que nuestros corazones están distorsionados verticalmente por naturaleza, y Dios no es nuestro deseo supremo; por tanto, nuestros deseos sexuales están desordenados horizontalmente y preferimos los placeres ilícitos a los piadosos. Incluso los preferimos más que a Dios mismo. El resultado de esta profanación de la belleza y el valor de Dios es la posibilidad de un terrible castigo bajo el juicio de Dios. Pero la gracia es el clímax de la gloria de Dios. Él ha provisto una manera en que el pecado sexual puede ser perdonado y vidas corrompidas pueden ser purificadas. Él hizo esto en la muerte y resurrección de Cristo. Y sabemos que lo hizo específicamente para los pecadores sexuales porque Pablo enumera a estos pecadores: “los fornicarios… idólatras… adúlteros… sodomitas… pervertidos sexuales” (1Co 6:9). Y después dice, de forma gloriosa: “Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (v 11). Quizás es lo que eras. Quizás es lo que eres. De alguna manera, Pablo nos está describiendo a todos nosotros. Cuando se trata de nuestra sexualidad, ninguno tiene un récord perfecto. No hay dudas, tal como dice Pablo, de que cambiar la gloria de Dios por la inmoralidad sexual nos lleva a la destrucción. Pero también es cierto—maravillosamente cierto —que arrepentirnos de esa inmoralidad conduce al perdón en Cristo y a la eternidad con Dios. Y nos lleva a disfrutar más profunda y puramente el sexo como un buen regalo de Dios, en lugar de usarlo como una forma de rechazar a Dios. Cambiando la analogía, podríamos decir lo siguiente: cuando el planeta del sexo, que es bueno en sí mismo, se acerca a la fuerza gravitacional de una estrella extraña, es arrastrado a órbitas ilícitas. La estrella extraña más común es una ardiente preferencia del sexo por encima de Dios. Tal intercambio de tesoros hace que el planeta del sexo empiece a moverse hacia el centro. La luz de la belleza de Dios ejerce una poderosa atracción gravitatoria sobre todos los aspectos de nuestra vida. Es solo cuando el sol de la gloria de Dios está en el centro del sistema solar de nuestras vidas que el sexo puede encontrar su órbita correspondiente, la cual es hermosa, santa y feliz. ¿ Qué pasa con el dinero? ¿Cómo puede el buen regalo del dinero —lleno de potencial para bendecir— convertirse en algo tan destructivo? ¿Cómo se relaciona al cambio de la gloria de Dios por otras cosas? ¿Qué sucede cuando nos llega a controlar? El primer y el último mandamiento ¿Alguna vez has pensado en la posibilidad de que el primer y el último mandamiento sean básicamente lo mismo y que funcionen como una especie de cercado que hace que los ocho mandamientos que están entre ellos sean posibles? El primer mandamiento es: “No tengas otros dioses además de Mí” (Éx 20:3). ¿A qué se refiere con “además de Mí”? El versículo 5 lo explica: “Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso”. En otras palabras: “Tú, Israel, eres Mi esposa. Si tu corazón va tras otro dios, es como si una esposa fuese a la cama de otro hombre. Me enfurezco debido a mi celo santo. Tu corazón, tu suprema lealtad, tu amor, tu afecto, tu devoción y tu gozo me pertenecen”. Así que cuando Dios dice: “No tengas otros dioses además de Mí”, está diciendo: “Siempre has de tenerme como lo más importante. Has de deleitarte en Mí más que en cualquier otra cosa. Nada ha de atraerte más que Yo. Abrázame como a tu tesoro más supremo y satisfácete en Mí”. Ese es el primer mandamiento. El último de los diez mandamientos es: “No codicies” (v 17). En hebreo, la palabra “codiciar” significa simplemente “desear”. Así que, al definir la codicia, la pregunta sería: ¿Cuándo el deseo por algo —como el dinero o lo que este puede comprar— se convierte en un deseo malo? ¿Cuándo un deseo legítimo se convierte en codicia? Mi sugerencia es esta: une el último mandamiento con el primero y obtendrás la respuesta. El primer mandamiento es: “No tengas otros dioses además de Mí”. Es decir, nada en tu corazón debe competir conmigo. Debes desearme tanto que, cuando me tengas, estés satisfecho conmigo. Y el décimo es: “No codicies”. Es decir, no tengas deseos ilegítimos; no desees nada que ponga en riesgo tu contentamiento en Mí. Así que, la codicia —es decir, los malos deseos— es desear cualquier cosa de tal forma que pierdas tu contentamiento en Dios. La advertencia más fuerte de Pablo sobre los peligros del dinero Pongamos esto a prueba con la advertencia que hace Pablo sobre cómo el dinero se relaciona a nuestro contentamiento. En 1 Timoteo 6:5-10, Pablo comienza describiendo a personas que se asemejan mucho a las descritas en Romanos 1, solo que ahora el enfoque está sobre el deseo desordenado por el dinero y no sobre el deseo desordenado por el sexo. Él habla sobre personas… … 5 de mente depravada, carentes de la verdad. Este es de los que piensan que la religión es un medio de obtener ganancias. 6 Es cierto que con la verdadera religión se obtienen grandes ganancias, pero solo si uno está satisfecho con lo que tiene.7 Porque nada trajimos a este mundo, y nada podemos llevarnos. 8 Así que, si tenemos ropa y comida, contentémonos con eso. 9 Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción. 10 Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores. Es claro que el dinero es peligroso. Sé que no es el dinero en sí mismo lo que destruye el alma. Es la codicia. El deseo. Tal como dijo George Macdonald, ministro escocés del siglo XIX: Los ricos no son los únicos que están bajo el dominio de las cosas materiales; también son esclavos los que, sin tener dinero, son infelices por la falta del mismo.1 Sin embargo, Jesús dijo: “Les aseguro que es difícil para un ricoentrar en el Reino de los cielos” (Mt 19:23). No dijo que fuese difícil que una persona que ama el dinero entre al cielo, sino que es difícil para una persona que es rica. De hecho, está diciendo que el dinero en sí mismo es peligroso—no maligno, solo peligroso—por lo fácil y rápido que podemos ser engañados por él. Jesús dijo: “… el engaño de las riquezas [ahoga] la palabra…” (Mt 13:22 RVC). El dinero es peligroso porque tiene mucho poder para engañar. Manejar el dinero es como maniobrar con un cable que puede electrocutarte. Eso es lo que Pablo le quiere decir a Timoteo: “Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción. Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores” (1Ti 6:9-10). Es un lenguaje muy severo. “… tentación… se vuelven esclavos de sus muchos deseos… hunden a la gente en la ruina y en la destrucción”. Sin duda, Pablo nos aconseja tener extrema precaución. Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento A través de los años, me ha sorprendido—considerando la advertencia de Jesús de que las riquezas hacen que sea difícil que las personas entren al cielo, y la advertencia de Pablo al decir que los que desean ser ricos caen en ruina y en destrucción—lo extraño de que tantos cristianos aún persigan las riquezas. Parece ser que no les creen o que piensan que serán la excepción a la regla, o que simplemente no creen que la Palabra de Dios pueda decir lo que dice. Pero Pablo es claro—desear ser rico es mortal. Y hay más. La clave de este texto está en el versículo 6: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (RV60). ¿Cómo podemos protegernos de esos efectos mortales del dinero? Respuesta: con un corazón que esté contento en Dios. ¿Estás profundamente satisfecho en Dios, de tal manera que esa satisfacción, ese contentamiento, no colapsa cuando Dios te envía riquezas o escasez? La escasez puede destruir el contentamiento en Dios al hacernos sentir que Él no tiene cuidado de nosotros o que no tiene el poder para darnos lo que creemos necesitar. Y la abundancia puede destruir nuestro contentamiento en Dios al hacernos sentir que Dios no es indispensable, o que su valor como ayudador y tesoro es muy inferior al que realmente tiene. No es poca cosa aprender a mantener nuestro contentamiento en Dios. Este es el propósito de nuestra vida— mostrar que Dios es increíblemente glorioso. Y eso se refleja, entre otras formas, cuando demostramos que Él es suficiente para darnos el contentamiento en los mejores y peores momentos de nuestra vida. Pablo aprendió el secreto para lograr esto: 11 No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. 12 Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. 13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil 4:11-13). Pablo aprendió a contentarse. Esta es la clave para el uso apropiado del dinero en 1 Timoteo 6:5-10. Pablo dijo que aprendió el secreto de su contentamiento. “Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias” (Fil 4:12). ¿Cuál era el secreto? Creo que nos lo dice en el capítulo anterior de Filipenses: “Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo” (3:8). En otras palabras, para ponerlo en términos actuales, si el mercado de valores sube y él obtiene ganancias, diría: “Jesús es más valioso y satisfactorio que ver que mis riquezas aumenten”. Y si el mercado de valores baja y él tiene pérdidas económicas, diría: “Jesús es más valioso y satisfactorio que todo lo que he perdido”. La gloria, la belleza y el valor de Cristo constituían el secreto del contentamiento que evitaba que el dinero lo controlara. El dinero falla cuando más lo necesitas Existe otra triste verdad sobre el dinero en las palabras de Pablo en 1 Timoteo 6. En el versículo 7, Pablo aclara que el dinero te fallará cuando más ayuda necesites—cuando estés muriendo. “Porque nada trajimos a este mundo, y nada podemos llevarnos”. Justo en el momento en que necesitas las riquezas celestiales—“tesoros en el cielo”—el dinero se aleja de ti. Te abandona. No irá contigo para ayudarte. Y nada de lo que hayas comprado irá contigo. Te espera una realidad totalmente diferente. Jesús nos instruyó a no pensar que acumular tesoros en la tierra nos serviría de algo en el mundo venidero. 19 No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. 20 Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. 21 Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6:19-21). Dedicar tu vida a acumular riquezas—o querer hacerlo—es una locura. La riqueza no será de ayuda al final de tu vida. Jesús sintió una gran necesidad de advertirnos sobre esto, así que contó esta parábola para enfatizar Su punto: 16 El terreno de un hombre rico le produjo una buena cosecha. 17 Así que se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde almacenar mi cosecha”. 18 Por fin dijo: “Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, donde pueda almacenar todo mi grano y mis bienes. 19 Y diré: ‘Alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años. Descansa, come, bebe y goza de la vida’”. 20 Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?” (Lc 12:16-21). ¡Necio! ¿De quién será todo lo que has acumulado cuando estés muerto? El dinero no es tu amigo cuando te llega la muerte. El dinero falla incluso antes de la muerte Pero el dinero no solo te fallará al final de tu vida. Te fallará antes de la muerte. “Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!” (Ec 5:10). El dinero no nos satisface ahora. Sé que muchos dirán: “Claro que sí. Mi dinero es un buen amigo. No me falla. Tengo una gran casa, y dos carros, y mis hijos están en escuela privada, y tengo un bote, y una casa de campo, y seguros de vida y pensiones. Quizá no se vaya conmigo al otro mundo —si es que existe otro mundo— pero definitivamente aquí no me ha fallado”. ¿En serio? Yo apostaría por el predicador de Eclesiastés. Fuiste creado para encontrar tu satisfacción en Dios, y el dinero te impide entender esto. Tienes grandes anhelos. Surgen en la noche. Vienen a ti cuando estás desanimado o solo. Si eres honesto, sabes que las cosas que te rodean no pueden satisfacer tus deseos más profundos. No fuiste creado para ser satisfecho por cosas materiales. Y ninguna de esas cosas puede calmar los miedos de la muerte. Te engañas a ti mismo. La Palabra no se equivoca cuando dice: “Quien ama el dinero, de dinero no se sacia”. George Macdonald menciona la razón por la que nuestra búsqueda de felicidad en las cosas materiales no funciona: El corazón del hombre no puede acumular. Su cerebro o sus manos pueden tomar cosas y acumularas en una caja, pero al momento en que las cosas llegan a la caja, el corazón ya las ha perdido y está hambriento otra vez. Si el hombre ha de desear, es al Dador a quien debe desear… Por tanto, todo lo que Él ha creado debe tener la libertad de llegar al corazón de Sus hijos e irse en cualquier momento; solo podemos disfrutar las cosas creadas de forma pasajera: su vida, su alma, su visión, su significado; pero nuestro deleite no debe estar en estas cosas en sí mismas.2 No hay conexión entre tener mucho dinero y sermuy feliz en este vida—o en la venidera. Cuando el hombre sabio dice: “Más vale…”, quiere decir: “Trae mayor felicidad…”. Más vale lo poco de un justo que lo mucho de innumerables malvados (Sal 37:16). Más vale tener poco, con temor del Señor, que muchas riquezas con grandes angustias (Pro 15:16). Más vale comer verduras sazonadas con amor que un festín de carne sazonada con odio (Pro 15:17). Más vale tener poco con justicia que ganar mucho con injusticia (Pro 16:8). Más vale comer pan duro donde hay concordia que hacer banquete donde hay discordia (Pro 17:1). Más vale pobre e intachable que necio y embustero (Pro 19:1). Más vale pobre pero honrado que rico pero perverso (Pro 28:6). En otras palabras, la clave de la felicidad en esta vida no es la riqueza. No puedes encontrar felicidad en algo que no te permite ver la verdadera fuente de la felicidad. Jesús siempre se presentó a Sí mismo, Sus promesas y Su Reino —ahora y para siempre— como una relación, una esperanza y un lugar de suprema felicidad. ¿Qué impide que las personas vean esto? Aquí encontramos una de Sus respuestas más gráficas: 16 Jesús le contestó: “Cierto hombre preparó un gran banquete e invitó a muchas personas. 17 A la hora del banquete mandó a su siervo a decirles a los invitados: ‘Vengan, porque ya todo está listo’. 18 Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El primero le dijo: ‘Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes’. 19 Otro adujo: ‘Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Te ruego que me disculpes’. 20 Otro alegó: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo ir’. 21 El siervo regresó y le informó de esto a su señor. Entonces el dueño de la casa se enojó y le mandó a su siervo: ‘Sal de prisa por las plazas y los callejones del pueblo, y trae acá a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos’. 22 ‘Señor’, le dijo luego el siervo, ‘ya hice lo que usted me mandó, pero todavía hay lugar’. 23 Entonces el señor le respondió: ‘Ve por los caminos y las veredas, y oblígalos a entrar para que se llene mi casa. 24 Les digo que ninguno de aquellos invitados disfrutará de mi banquete’” (Lc 14:16-24). Dos de las tres excusas que estas personas dieron para no asistir al banquete se relacionan al dinero: “Acabo de comprar un terreno”, así que prefiero “ir a verlo” en vez de asistir al banquete del Reino de Dios. “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes”; prefiero ir “a probarlas” más que asistir al banquete del Reino de Dios. ¿Quién de nosotros no ha caído en el poder de estas ilusiones? Al ir de compras al centro comercial. Buscando en alguna tienda en línea. Al observar el mercado de valores. ¿Quién no ha sentido ese deseo por tener cosas, por comprar algo, por ser dueño de algo? Es muy profundo y muy peligroso. No nos deja ver lo que es verdaderamente hermoso, deseable y satisfactorio. Cambia lo divino por una moneda. Dios puede enviarnos un mensajero con la palabra de verdad, la palabra que da luz, pero para la mayoría, Jesús dice: “… el engaño de las riquezas [ahoga] la palabra, por lo que esta no llega a dar fruto” (Mt 13:22 RVC). Las riquezas nos ahogan; tienen un efecto sofocante y nos engañan, llevándonos a pensar que poseer cosas satisface más que la luz de la palabra de Dios. El dinero te hace peligroso El dinero no solo te decepciona, te engaña y te sofoca; también tiene la capacidad de convertirnos en una amenaza para los demás, no solo para nosotros mismos. Este es otro gran peligro del dinero. Lucas dijo que los líderes religiosos más influyentes de los tiempos de Jesús eran amantes del dinero: “Oían todo esto los fariseos, a quienes les encantaba el dinero, y se burlaban de Jesús” (Lc 16:14). Y este amor por el dinero los convirtió en poseedores codiciosos. Esa es mi traducción de la palabra griega harpages (a`rpagh/j) en Lucas 11:39-40: 39 “Resulta que ustedes los fariseos”, les dijo el Señor, “limpian el vaso y el plato por fuera, pero por dentro están ustedes llenos de codicia y de maldad.40 ¡Necios! ¿Acaso el que hizo lo de afuera no hizo también lo de adentro?”. Harpages (a`rpagh/j) no es la palabra usual para codicia o avaricia (esa es pleonexia, pleonexi,a). Esta palabra implica tomar o poseer—generalmente tomar lo que le pertenece a otro. Es el tipo de codicia que provoca que los escribas “devoren los bienes de las viudas y a la vez [hagan] largas plegarias” (Lc 20:47). Así que la raíz del problema no era la precisión religiosa o el legalismo de los fariseos. Eso era solo para camuflar su amor al dinero. Y ese amor al dinero hacía que los fariseos fueran crueles con las personas, tanto que hasta devoraban los bienes de las viudas. Jesús relató una parábola para mostrar la manera en que las riquezas nos ciegan ante las necesidades de los pobres y nos vuelven indiferentes hacia los demás: 19 Había un hombre rico que se vestía lujosamente y daba espléndidos banquetes todos los días. 20 A la puerta de su casa se tendía un mendigo llamado Lázaro, que estaba cubierto de llagas 21 y que hubiera querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico. Hasta los perros se acercaban y le lamían las llagas.22 Resulta que murió el mendigo, y los ángeles se lo llevaron para que estuviera al lado de Abraham. También murió el rico, y lo sepultaron. 23 En el infierno, en medio de sus tormentos, el rico levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. 24 Así que alzó la voz y lo llamó: “Padre Abraham, ten compasión de mí y manda a Lázaro que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy sufriendo mucho en este fuego”. 25 Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que durante tu vida te fue muy bien, mientras que a Lázaro le fue muy mal; pero ahora a él le toca recibir consuelo aquí, y a ti, sufrir terriblemente”. Una de las principales lecciones que Jesús destaca de esta parábola la encontramos en el versículo 25—los ricos e indiferentes celebran en este mundo; los pobres y fieles celebran en el venidero. Y lo que hacía que esas celebraciones fueran tan escandalosas—“espléndidos banquetes todos los días”—es que Lázaro estaba “a la puerta de su casa”. Él solo quería migajas de la mesa de aquel hombre rico—pero los perros le hacían más caso que él. Esto es lo que las riquezas pueden llegar a hacerle al alma humana. No solo pueden arruinar nuestra felicidad, sino que también pueden hacernos crueles e indiferentes hacia los demás—el rico que ignora al pobre; el padre adicto al trabajo que descuida a sus hijos; el soldado mercenario que no se preocupa por sus compañeros; los lobos vestidos de ovejas que se hacen pasar por pastores del rebaño; los proxenetas que exigen su dinero mientras convierten a niñas en prostitutas. Los posibles efectos de las riquezas son horrorosos e interminables. La confesión y la pregunta de Megan Cuando estaba dándole los últimos toques a este manuscrito para ya enviarlo a la casa editorial, hice una grabación para el programa Ask Pastor John [Pregúntale al pastor John]. Una de las preguntas que me hicieron venía de una mujer llamada Megan. Ella escribió: Pastor John, tengo que confesar algo: soy muy materialista. Compro cosas por Internet y me emociono mientras compro, y cuando me llegan los paquetes. Sé que tengo que dejar de hacerlo, y quiero dejar de hacerlo. Pero ¿cómo lo hago? Y ¿por qué tengo este problema? Esto es lo que le contesté a Megan a través de mi programa:3 He experimentado tu problema, Megan, así que puedo hablar con cierta empatía, aunque para mí, la tentación se restringe casi exclusivamente a los libros. Me encanta buscar libros en línea. Me da placer pulsar el botón para comprar un libro. Y cuando llega el paquete, estoy seguro de que siento un placer similar al que describes. Así que debo cuidar mi alma en este tema. Son aguas peligrosas las que estamos navegando. ¿Por qué nos da placer comprar cosas—¡cosas!—que podemos sostener en nuestras manos; y por qué aumenta nuestro entusiasmo cuando nos llegan esos paquetes?
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