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Aristoteles Retorica-páginas-8

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XIX
misma, en último término una especie de populachera adu­
lación, le quita su lugar a la sublime enseñanza capaz de 
hacer mejores las almas de los hombres (ibid. 503 a) y com­
pite con la política ideal que es la filosofía (517 bjc).
Lo más grave era para Platón que Isócrates no dejaba 
en cierto modo de estar influido por el pensamiento socrá­
tico (1), y por ello mismo representaba el peligro de que 
por su conducto se superficializara y perdiera en la esterili­
dad la herencia que él, Platón, amaba con vocación tan re­
suelta.
El escrito de Isócrates Conlra los sofistas (or. XIII) 
constituye una primera escaramuza en la polémica. Segu­
ramente Isócrates, al atacar a quienes consideraba sus riva­
les en la tarea de educar a la juventud: Antístenes en pri­
mer lugar, los críticos, los retóricos y autores de artes, qui­
zá no se sentía demasiado lejos de Platón (2).
También Platón reconoce ( Fedro 279 a) que Isócrates 
tiene buena parte de razón al apuntar a sus enemigos, y le 
concede un crédito superior a Lisias, por ejemplo, sin duda 
por lo que en él halla de socrático. Pero terminantemente 
Platón se guarda de considerar a Isócrates verdadero filó­
sofo, ni mucho menos. Platón se encuentra con el programa 
de Isócrates al regreso de su primer viaje (3). Toma posi­
ción, en guardia contra el peligro de desviación de la filo­
sofía.
Fué sin duda ganado por la belleza de algunos discursos 
de Isócrates cómo Platón se dispuso a revisar su posición, 
tan enemiga de la retórica al uso (4). El Fedro representa 
un generoso afán de comprender. No sólo por lo que había 
de común en la retórica con su enseñanza, sino por el inte-
(1) Münscher ME IX col. 2.151. No se olvide que también Isócrates pasa de 
la estética y la física a la «política').
(2) Münscher ibid, 2.175. Cf. Jaeger Paideia I I I , pp. 58 s., 60.
(3) Wilaraowitz Platon, p. 204 a. .
(4) Wilamowitz Platon, p. 355.
XX
rés que tenía para él la retórica (recordemos que Platon co­
nocía la literatura teórica sobre el tema), se aprestó ante 
las insinuaciones de . Isócrates a examinar de nuevo la 
cuestión.
Ahora, con la esperanza de que lajetórica de Lisias y 
de Isócrates no sirviera a los fines de la sofística, reconoce 
■Platón ( Vedro. 268 c¡d, 245 a) que puede compararse con 
un arte auténtico la poesía dramática, que tiende a con­
mover de modo semejante. Pero las exigencias del filósofo 
son muy rigurosas frente a la retórica, y aunque expuestas 
con miramientos, no podían satisfacer plenamente a Isó­
crates. En lo estético era donde buscaba el filósofo la coinci­
dencia (258 d-259 c), y así exigía una perfección que po­
dríamos llamar biológica en el discurso:' que fuera como un 
cuerpo, con su cabeza y sus pies, su tronco y sus extremi­
dades (264 c). El discurso era para él, si algo valioso, obra 
de arte. El orador en definitiva tendrá el mérito del poeta. 
He aquí la máxima concesión a que Platón llega.
Isócrates acusa en el Busiris (v. §§ 1, 23, 48) recibo de 
los elogios platónicos, pero en el fondo estaba descontento 
de-qué le hubiera negado el nombre cíe filósofo. Y,no agra­
dece que en el Fedro, por atención a. él mismo, Platón re­
coja velas en las críticas 'a la retórica, que enel 'Gorgias ha­
bían sido tan duras. El abismo quedaba abierto entre la re­
tórica de tradición sofística y la filosofía’socrática.
Se comprende el enojo con que el discípulo de Sócrates, 
del que había «sellado con su sangre» el auténtico amor a la 
verdad, se levantaba contra los frívolos intentos de limitar 
la red de'verdad a lo que se conformaba con convencer, con 
lograr la 8όξ«. ¡Y njás qué Isócrates osaba llamar a esto 
nada menos qué «filosofía»! La sublime palabra por la que 
el maestro había muerto era profanada, y la misión que 
Platón se impuso religiosamente para su vida entera, era. 
traducida a unos términos superficiales y frívolos, cuyo má­
ximo horizonte era el del triunfo en la vida social.