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2 Un Himno Extraño - Laura Thalassa

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Traducción
de Estíbaliz Montero Iniesta
Primera edición: mayo 2023
© 2017 A strange hymn by Laura Thalassa
© de la traducción: Estíbaliz Montero Iniesta, 2023
© de la corrección: Patricia Rouco
© diseño de cubierta: Dayna Watson
© imágenes de cubierta: michelaubryphoto/Shutterstock
© de la presente edición: Editorial Siren Books, S.L., 2023
info@sirenbooks.es
https://sirenbooks.es/
ISBN: 978-84-126641-2-6
Depósito legal: M-XXXXX-2023
IBIC: FMR
Impreso en España
The moral rights of the author have been asserted.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o
transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus
titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español
de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento
de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).
Astrid,
para ti, el universo
«Todos somos como la luna brillante,
seguimos conservando nuestra cara oscura»
KAHLIL GIBRAN
El poderoso Nyx llegó,
el poderoso Nyx deseó,
todo lo que pudo,
todo lo oscuro.
En la noche profunda,
su reino erigió.
Cuídate, gran rey,
de aquello que creció.
Fácil de conquistar,
fácil de coronar,
pero incluso al más fuerte,
se lo puede destronar.
En las sombras criado,
en la noche educado,
su hijo vendrá,
y por la fuerza ascenderá.
Y tú, el asesinado,
tendrás que esperar para descubrir
qué otras cosas
puede un alma conseguir.
Un cuerpo al que maldecir,
un cuerpo al que culpar,
un cuerpo que la tierra
aún no va a reclamar.
Cuidado con la mortal,
bajo tu cielo está,
destruye a la humana,
que tu muerte presenciará.
Dos veces te levantarás,
dos veces te caerás,
a menos que logres
todo cambiar.
Perezcas de día,
perezcas al amanecer,
el mundo entero
ya te cree muerto.
Así que oscurece tu corazón,
mi rey de las sombras,
y descubramos
lo que la guerra nos tiene reservado.
—La profecía de Galleghar Nyx
1
Alas.
Tengo alas.
Las plumas negras e iridiscentes centellean bajo la tenue
luz de los aposentos reales de Des, ahora negras, ahora
verdes, ahora azules.
Alas.
Me coloco frente a uno de los espejos dorados de Des,
medio horrorizada, medio embelesada por lo que veo.
Incluso plegadas, la parte superior de las alas asoma muy
por encima de mi cabeza y las puntas me rozan la parte
posterior de las pantorrillas desnudas.
Por supuesto, las alas no son lo único diferente que hay en
mí. Después de una escaramuza particularmente
desagradable con Karnon, el rey loco de Fauna, ahora
también tengo los antebrazos cubiertos de escamas y
garras en las puntas de los dedos.
Y esos son solo los cambios visibles. No hay nada —
excepto tal vez la mirada herida en mis ojos— que refleje de
forma física todas esas partes de mí que han sido alteradas
de formas diferentes y más fundamentales.
Me pasé la casi una década luchando contra la idea de
que era una víctima. Joder, lo hice de puta madre —si se me
permite decirlo—, hasta que llegué al Otro Mundo. Y luego
pasó lo de Karnon. Un pequeño escalofrío me recorre incluso
ahora, al recordarlo.
La armadura que con tanta habilidad diseñé y llevé puesta
quedó destrozada tras una semana de encarcelamiento, y
no estoy del todo segura de cómo lidiar con ello.
Para ser sincera, la verdad es que no quiero lidiar con ello.
Pero, por muy mal parada que haya salido yo, el Amo de
los Animales acabó peor. Des lo vaporizó hasta tal extremo
que lo único que queda de él es una mancha de sangre en
lo que antes era su salón del trono.
Por lo que parece, no hay que tocarle ni un pelo a la
pareja del Rey de la Noche.
Pareja.
Otra de las cosas que he conseguido hace poco: un alma
gemela . Estoy ligada a Desmond Flynn, el Negociador, uno
de los delincuentes más buscados de la Tierra y uno de los
fae más poderosos del Otro Mundo.
Pero incluso eso —tener una pareja— es más complicado
de lo que parece.
Sigo teniendo muchísimas preguntas sobre nuestro
vínculo, como por qué yo no sabía que tenía un alma
gemela hasta hace unas semanas. Otros seres
sobrenaturales descubren este tipo de cosas en la
adolescencia, cuando su magia despierta.
¿Por qué no me pasó a mí?
También está el hecho de que la mayoría de almas
gemelas pueden sentir el vínculo que las conecta con su
pareja como si fuera algo físico.
Me coloco una mano sobre el corazón.
Nunca he sentido nada parecido.
Lo único que tengo es la palabra de Des de que somos
almas gemelas. Eso, y la dulce necesidad que siento y que
lo desea a él y solo a él.
Bajo la mano.
Detrás de mi reflejo, las estrellas brillan al otro lado de las
ventanas arqueadas de la habitación de Des en el Otro
Mundo. Las lámparas colgantes no están encendidas, y la
brillante luz capturada en los apliques colocados a lo largo
de la pared se ha atenuado hace mucho rato.
Estoy atrapada en el Reino de la Noche.
Dudo que haya demasiados sobrenaturales que se
quejaran en mi situación —la pareja de un rey, obligada a
vivir en un palacio—, pero la simple y triste verdad es que
una chica como yo, con unas alas gigantes sobresaliéndole
de la espalda, no puede volver a la Tierra como si nada.
Sería un desastre.
Así que estoy atrapada aquí, lejos de mis amigos —bueno,
vale, amiga , pero, para ser justos, Temper tiene el poder y
la actitud de al menos dos personas—, en un lugar donde mi
capacidad para usar glamour, es decir, seducir a otros con
mi voz, es esencialmente inútil. He descubierto que las
hadas son inmunes a él. Mi magia es demasiado
incompatible con la suya.
Para que quede claro, no es así en ambas direcciones.
Ellos sí pueden usar sus poderes sobre mí; el brazalete que
llevo en la muñeca es prueba suficiente de ello.
Vuelvo a mirarme las alas, mis extrañas y sobrenaturales
alas.
—¿Sabes? Que las mires sin parar no hará que
desaparezcan.
Me sobresalto al oír la sedosa voz de Desmond.
Está apoyado en la pared, en un rincón sombrío de su
oscuro dormitorio, con una expresión irreverente, como de
costumbre. Su pelo rubio platino le enmarca el rostro, e
incluso ahora, cuando me siento tímida, expuesta y
extrañamente avergonzada de mi propia piel, me duelen los
dedos por las ganas que tengo de enredarlos en su suave
melena y acercarlo a mí.
Solo lleva puestos unos pantalones de tiro bajo, así que va
exhibiendo su torso musculoso y su brazo lleno de tatuajes.
Se me acelera el corazón ante las vistas. Nos miramos un
instante. No hace ningún movimiento para acercarse,
aunque juraría que es lo que quiere, lo veo en sus ojos
plateados.
—No quería despertarte —le digo en voz baja.
—No me importa que me despierten —dice, con un brillo
en la mirada. No se mueve de donde está.
—¿Cuánto rato llevas ahí? —pregunto.
Cruza los brazos sobre su torso desnudo, ocultándome sus
pectorales.
—Tengo una pregunta aún mejor: ¿cuánto rato llevas tú
ahí?
Qué típico de Des responder a una pregunta con otra.
Vuelvo a girarme hacia el espejo.
—No puedo dormir.
De verdad que no puedo. No es por la cama, y mucho
menos por el hombre que la calienta. Cada vez que intento
ponerme de espaldas o boca abajo, no puedo evitar
colocarme encima de un ala, y eso me despierta.
También está el asuntillo de que en este sitio nunca sale
el sol. El Reino de la Noche vive en una oscuridad perpetua
mientras arrastra la noche por el cielo. Esta habitación
nunca verá la luz del día, así que nunca sé exactamente
cuándo despertarme.
Des desaparece de donde está apoyado en la pared. Una
décima de segundo después, aparece a mi espalda.
Me roza la oreja con los labios.
—Hay mejores maneras de pasar las largas tardes de
insomnio —dice Des con suavidad mientras me acaricia un
brazo con la mano.
Mi sirena se agita ante sus palabras, mi piel adquiere un
leve brillo.
Me roza el cuello con los labios, e incluso esa ligerísima
caricia provoca que se me acelere la respiración.
Pero luego veo mi reflejo y veo las alas.
El brillo abandona mi piel al instante.Des se da cuenta del momento en que mi interés
disminuye y se aleja de mí como si nunca hubiera estado
ahí. Y lo odio . Puedo sentir la distancia entre nosotros. No
quiero que me dé espacio, quiero que me acerque, que
profundice los besos, que me obligue a extinguir esta nueva
inseguridad que siento.
—Estas alas… —empiezo a explicar, pero luego me
detengo.
Des me rodea para mirarme a la cara.
—¿Qué pasa con ellas? —pregunta a la vez que me
bloquea el espejo.
Levanto la barbilla.
—Serían un estorbo.
Enarca una ceja.
—¿Para qué?
Como si no fuera consciente del tema que estamos
evitando.
—Para jugar una partida de ajedrez —respondo con
sarcasmo—. En… un momento de intimidad .
Des me mira durante varios segundos y curva lentamente
la boca en una sonrisa. Una sonrisa traviesa llena de
picardía.
Se acerca hasta que apenas hay distancia entre nuestros
rostros.
—Querubín, te aseguro que tus alas no serán un
problema. —Su mirada desciende hasta mis labios—. ¿Pero
a lo mejor te quedarías más tranquila con una
demostración?
Al escuchar su sugerencia, la piel se me ilumina, la sirena
está lista para la acción en un santiamén. Cualesquiera que
sean mis inseguridades, ella no las comparte.
Echo un vistazo por encima del hombro, a mis alas, y mis
preocupaciones regresan a mí con un rugido.
—¿No te quitan las ganas?
En el mismo momento en que las palabras abandonan mis
labios, desearía poder atraparlas y hacerlas retroceder por
mi garganta.
Lo único que odio más que sentir que soy una víctima es
dejar traslucir mis inseguridades. Normalmente, la
armadura emocional que he construido las esconde —tanto
que a veces olvido que siguen ahí—, pero después del
calvario que pasé con Karnon, los pedazos de esa armadura
yacen dispersos alrededor de mis pies, y aún no he tenido el
tiempo ni la voluntad para volver a ensamblarlas. Me siento
en carne viva y dolorosamente vulnerable.
Des enarca una ceja. A su espalda, sus propias alas, en las
que no había reparado hasta ahora, se despliegan. La piel
plateada y coriácea que las recubre se tensa mientras se
extienden a ambos lados, ocultando la mayor parte de la
habitación.
—¿Eres consciente de que casi todos los fae tienen alas?
Claro que sí. Pero yo nunca he tenido.
Alzo un antebrazo. Bajo la tenue luz de la habitación, las
escamas doradas que recubren mi brazo desde la muñeca
hasta el codo destellan como joyas. En las puntas de cada
uno de mis dedos, mis uñas desprenden un brillo negro. En
este momento no están afiladas —porque me las corto con
mucha meticulosidad—, pero en cuanto mi sirena se cabree
un poco, volverán a crecer hasta curvarse en las puntas.
—¿Qué pasa con esto? —pregunto—. ¿Tienen esto la
mayoría de los fae?
Me atrapa la mano con la suya.
—Sea como sea, no importa. Eres mía. —Des me besa la
palma de la mano y, de alguna manera, se las arregla para
que mis inseguridades parezcan pequeñas e insignificantes.
No me suelta la mano, y yo me quedo mirando fijamente
las escamas.
—¿Desaparecerán en algún momento? —pregunto.
Me agarra con más fuerza.
—¿Quieres que desaparezcan?
A estas alturas, ya debería reconocer ese tono. Debería
detectar la nota de advertencia, su peligrosa cadencia. Pero
no lo hago, consumida como estoy por mi propia
autocompasión.
Lo miro a los ojos.
—Sí .
Entiendo que estoy siendo una mala perdedora. En lugar
de hacer limonada con los limones, estoy abriendo esos
limones y estrujándolos sobre mis ojos.
El corazón se me empieza a acelerar cuando toca con un
dedo una de los cientos de cuentas que todavía rodean mi
muñeca, cada una de las cuales es un pagaré por un favor
que pedí hace mucho tiempo.
Me sostiene la mirada.
—¿Verdad o reto?
La mirada de Des centellea mientras juega con una
cuenta de mi muñeca, esperando mi respuesta.
¿Verdad o reto?
Este es el jueguecito que le encanta poner en marcha
cuando le pago mis deudas. Pero no me hace sentir en
absoluto como cuando las chicas de diez años celebran
fiestas de pijamas, sino más bien como si estuviera jugando
a la ruleta rusa con un arma completamente cargada.
Miro fijamente al Negociador, sus ojos plateados tan
extraños y familiares a la vez.
No respondo lo bastante rápido. Me da un ligero apretón
en la muñeca.
—Reto —responde por mí.
La parte de mí que disfruta del sexo y la violencia tiembla
de emoción, anhelando lo que sea que Des vaya a
ofrecerme. El resto empieza a pensar que debería estar
muerta de miedo. Este es el hombre al que en estas tierras
conocen como el Rey del Caos. El hecho de que seamos
pareja no significa que me lo vaya a poner más fácil. Sigue
siendo el mismo hombre retorcido al que conocí hace ocho
años.
Des sonríe, y la estampa es casi siniestra. Un momento
después, una pila de cuero cae al suelo, a mi lado. Bajo la
mirada, sin entender a qué me ha retado.
Por lo que sé, puede que acabe de meter la pata hasta el
fondo.
En realidad, estoy casi segura de que la he metido hasta
el fondo.
—Vístete —me dice Des mientras me suelta la muñeca—.
Es hora de empezar con tu entrenamiento.
2
¿Que cómo de difícil es luchar contra un rey guerrero sin
usar glamour?
La hostia de difícil.
El muy cabrón me ha retado a entrenar con él. Y si suena
algo vago, eso es porque quería que sonara exactamente
así.
No sé qué estoy haciendo, por qué lo estoy haciendo o
durante cuánto tiempo voy a tener que hacerlo. Lo único
que sé es que, hace unas horas, Des me entregó unas
prendas de cuero y una espada, y desde entonces, ha
estado haciéndome cortes en la ropa y arrebatándome la
espada de la mano de forma sistemática.
Sobre nosotros, unos pequeños orbes —guirnaldas de luz
— centellean en los árboles que se arquean sobre el patio
real, que está haciendo la doble función de campo de
entrenamiento. Se ciernen sobre el borboteo de la fuente e
iluminan los setos que nos rodean. Por encima de ellos, las
estrellas brillan como diamantes, más brillantes e intensas
que cualesquiera que haya visto en la Tierra.
—Levanta el codo —dice Des por millonésima vez,
llamándome la atención de nuevo. Esta es solo una de sus
muchas instrucciones…
«El ataque debe empezar desde tu hombro. El brazo solo
sigue el movimiento».
«Mantén estable tu centro de gravedad. Solo un golpe
mortal debería hacerte perder el equilibrio».
«Pies rápidos, Callie. Lo que no tienes en constitución
debes ganarlo en velocidad».
«Tus alas son un activo, no un pasivo. No dejes que te
ralenticen».
Des viene hacia mí de nuevo, y si no me intimidara ya su
experiencia, el brillo depredador de su mirada lo
conseguiría. Esa mirada solo le queda bien cuando está a
punto de llevarme a la cama. De lo contrario, es
sencillamente aterradora.
Bloqueo débilmente uno de sus ataques y retrocedo
tambaleándome. El Negociador me sigue con una ligera
sonrisa en los labios, como si esto fuera de lo más
agradable.
Puf, el entrenamiento es una mierda pinchada en un palo.
Una mierda enorme.
—¿Por qué… por qué estamos haciendo esto? —jadeo.
—Sabes por qué. —Rota la muñeca, balanceando su
espada.
Mientras tanto, yo sigo jadeando como un perro.
—Eso no es una respuesta.
—Tu única arma, tu glamour, no funciona aquí, en el Otro
Mundo —dice mientras continúa avanzando—. Ninguna
pareja mía estará indefensa.
Por fin consigo una respuesta, y maldita sea, es una
buena respuesta. Yo tampoco quiero estar indefensa. Pero
ojalá el entrenamiento no fuera tan contundente, tanto para
mi cuerpo como para mi ego.
—¿Cuánto tiempo… durará este… pago? —pregunto entre
jadeos mientras me alejo de él. Parece que han pasado
varios días desde que hemos empezado.
—Me dijiste que querías ser la pesadilla de alguien —dice
Des—. Dejaré de entrenarte cuando sientas que lo eres.
«Vuelve a enseñarme cómo ser la pesadilla de alguien».
Recuerdo las palabras que pronuncié hace tan solo unos
días. No imaginé que llevarían a esto.
Y luego asimilo el resto de lo que está diciendo.
—Espera. —Dejo de retroceder—. ¿Me estás diciendoque
este pago no terminará hoy, cuando paremos?
Des se precipita hacia mí y su espada se estrella contra la
mía con la fuerza de un yunque. Por centésima vez, mi
espada repiquetea contra el suelo.
Una vez más, he sido derrotada.
El filo de la hoja del Negociador encuentra mi garganta un
momento después. Nos miramos el uno al otro por encima
de él.
—No, querubín —dice—. Hoy es solo el primer día.
Me cago en todo.
—Odio entrenar. —La piel de mi cuello roza el filo de la
espada de Des mientras hablo.
—Si fuera divertido, más gente lo haría —responde.
Enarco las cejas.
—El celibato tampoco es demasiado divertido, pero tal vez
te siente bien —le digo.
Su expresión se ilumina de pura emoción. Solo esta hada
loca encontraría emocionante esa amenaza.
—¿Es eso…?
Detrás de mí, alguien se aclara la garganta.
—¿Es un mal momento para presentarme?
Me sobresalto al oír esa nueva voz y solo los movimientos
rápidos de Des impiden que me corte el cuello con su arma.
Deja caer su espada y separa su mirada de la mía de mala
gana.
Me giro y reparo en el contorno de un hombre a pocos
metros de nosotros, cuyo cuerpo está casi oculto en las
sombras.
A mi lado, el Negociador desliza la espada en su vaina.
—Como siempre, llegas en el momento adecuado, Malaki.
El hada sale de las sombras.
Lo primero en lo que me fijo es en la asombrosa
constitución del hombre. Él y Des tienen casi la misma
altura, e igual que Des, parece estar hecho exclusivamente
de músculos.
En serio, ¿qué les dan de comer a estos tíos? Se suponía
que las hadas eran ágiles.
Lo segundo en lo que me fijo es en el parche que cubre su
ojo izquierdo. No es algo que se vea en la Tierra. Por los
extremos del parche asoma una cicatriz delgada y profunda
que divide su ceja en dos y que le llega hasta la mejilla. Su
piel es de un tono aceituna intenso, aún más llamativo en
contraste con su cabello castaño oscuro.
—Me ha parecido que podría estar interrumpiendo algo, al
menos, hasta que la dama ha mencionado el celibato. —El
hombre, Malaki, se ríe mientras se acerca, cosa que hace
que Des tuerza la boca en una mueca de diversión—. Por fin
alguien pone de rodillas al poderoso rey.
Malaki desplaza la mirada de Des hacia mí, y veo que sus
pasos vacilan cuando me recorre con los ojos.
—No es de extrañar que la hayas escondido —dice,
deteniéndose frente a nosotros.
Paseo la mirada entre ambos hombres, no estoy segura
de si debería ofenderme o no. De repente, soy
dolorosamente consciente de mis alas. La ropa de
entrenamiento de cuero completamente sudada que llevo
tampoco ayuda.
—No me ha estado escondiendo —le digo.
Aunque me sienta cohibida, no he llegado tan lejos para
permitir que alguien me haga sentir mal conmigo misma.
Pero por la forma en que Malaki continúa mirándome, no
como si fuera un monstruo, sino como si fuera una
fascinante pintura al óleo, me doy cuenta de que a lo mejor
he dejado que mis propias inseguridades me superen.
Puede que un hombre con un parche en el ojo no degradara
la apariencia de otra persona a la primera oportunidad.
Es posible que sus palabras pretendieran ser un cumplido.
Resulta chocante.
—Callie —dice el Negociador—, este es Malaki, Señor de
los Sueños, mi amigo más antiguo.
¿Amigo? Miro a Des, cuya expresión es una máscara.
¿Cómo es que no había caído en la cuenta de que Des tenía
amigos? Todo el mundo tiene amigos. Es solo que nunca he
oído hablar de los suyos.
No es la primera vez que siento que el hombre que está a
mi lado es un espejismo. Todo este tiempo, he estado muy
segura de estar viéndolo claramente, pero cuanto más me
acerco, menos evidente me parece.
—Malaki —continúa Des, cuya mirada se demora sobre mí
durante un segundo extra, como si pudiera oír exactamente
lo que estoy pensando—, ella es Callypso, mi pareja.
Tengo la clara impresión de que Malaki quiere abrazarme,
pero en vez de eso, toma mi mano.
—Llevo siglos esperando para conocerte —dice, haciendo
una reverencia lo bastante profunda como para apoyar la
frente en el dorso de mi mano.
Sus palabras traspasan la maraña que forman mis
pensamientos.
Cuando se endereza, le lanzo una mirada inquisitiva.
—¿Siglos?
Él mira al Negociador.
—¿No se lo has dicho?
—Malaki —interrumpe Des—, ¿qué es tan apremiante para
que hayas tenido que interrumpir nuestro entrenamiento?
—¿Qué es lo que no me ha dicho? —le pregunto a Malaki.
Malaki le dedica a Des una sonrisa lobuna.
—Uy, esto va a ser divertido, lo presiento. —El hada
empieza a retroceder—. Desmond, tienes asuntos urgentes
que atender en el salón del trono.
El Rey de la Noche asiente y vuelve a centrar su atención
en mí.
—Estaré allí en cinco minutos —dice, sin dejar de
sostenerme la mirada—. Que lleven una silla para Callypso.
Se unirá a nosotros.
¿Unirme a Des? ¿En su salón del trono? ¿Frente a otras
hadas? Y una mierda.
Levanto las manos en señal de protesta.
—Eh, eh, eh… —Siento que la magia se asienta sobre mí
por segunda vez en el día, y sé, sin necesidad de
comprobarlo, que el Negociador ha hecho desaparecer otra
cuenta.
—Ya vale de esconderse.
3
Nerviosa, hago crujir los nudillos mientras el Negociador me
conduce por los pasillos de su palacio, con la mano apoyada
en la parte baja de mi espalda. Sobre nosotros se arquean
los techos, cubiertos de azulejos pintados, y una explosión
de luz brilla en los apliques alineados en las paredes.
El sencillo aro de bronce que usa Des como corona adorna
su cabeza en estos momentos, y sus brazaletes de guerra
quedan a la vista en la parte superior de su brazo, las tres
bandas, símbolos de su valor en la guerra. Al igual que yo,
lleva la ropa de entrenamiento, e intento no fijarme
demasiado en lo bien que le sienta.
En vez de eso, echo una mirada por encima del hombro a
las alas de Des. No las ha escondido en todo el día. De
hecho, desde que me encontró en el salón del trono de
Karnon, han estado presentes de forma casi constante.
Hace más de una semana, Temper me contó que a las
hadas macho les gusta enseñar sus alas cuando están cerca
de sus parejas.
Me pilla mirándolas y un brillo aparece en sus ojos.
Esa única mirada desencadena todo tipo de respuestas
inapropiadas, y tengo que recordarme a mí misma que hoy
ha obligado a mi cobarde corazón a afrontar no uno, sino
dos desafíos desagradables: el entrenamiento y ahora esto.
Delante de nosotros, Malaki y un equipo de ayudantes
reales y guardias vestidos de negro se encuentran frente a
una puerta inocua, a todas luces, esperándonos.
—¿Cuál es la situación? —pregunta Des cuando
alcanzamos al grupo.
—El último de los líderes de Fauna ha enviado un
mensajero —dice uno de los ayudantes—. Se niega a
entregar el mensaje a cualquiera que no seáis vos.
La simple mención del fae del Reino de la Fauna hace que
se me hiele la sangre. Sé que es injusto juzgar a todo un
conjunto de fae basándome en las acciones de su retorcido
líder, pero la verdad es que no sufrí solo a manos de Karnon.
Todos los fae de Fauna que me llevaron a rastras hasta su
rey y me retiraron de su presencia, todos los que pasaron
por delante de mi celda y no se detuvieron para ayudar,
todos los que ayudaron a aquel chalado, todos tienen la
culpa.
—Muy bien —dice el Negociador a mi lado, su voz tan
sedosa como siempre—. Recibiremos al mensajero.
Empiezo a retroceder, porque de verdad que no estoy lista
para enfrentarme a un fae de Fauna en este momento, pero
la mano firme de Des en mi espalda me retiene en mi sitio.
Una de las hadas cruza la puerta y lo oigo anunciar a Des,
y luego, para mi creciente horror, también escucho que
anuncia mi nombre.
No estoy segura de que sea la intención de Des, pero sus
alas se mueven y se curvan a mi alrededor durante varios
segundos antes de recuperar su posición erguida.
Me siento más que un poco mareada cuando entramos en
el salón del trono.
Si mis emociones no me tuvieran tan distraída, podría
sentirme asombrada por la habitación en sí misma. El techo
que searquea sobre nosotros está hechizado para
parecerse al cielo nocturno. La estancia está iluminada por
dos grandes lámparas de araña y varios apliques de pared,
pequeños estallidos de luz brillan en cada uno de ellos. Las
paredes de piedra pálida están intrincadamente talladas, y
unos pequeños azulejos coloridos cubren la mayor parte, lo
que provoca que el salón parezca un mosaico enorme.
En estos momentos la sala del trono de Desmond está a
rebosar de decenas y decenas de hadas alineadas junto a
las paredes o que miran hacia abajo desde un balcón en el
nivel superior. En cuanto nos ven, empiezan a aplaudir, y
ese ruido solo me pone más nerviosa. Mis alas se
despliegan un poco por culpa de mis nervios, y tengo que
respirar hondo para calmarme.
El trono de Des está hecho de bronce martillado y
recubierto con cojines de terciopelo azul intenso. Junto a él,
alguien ha colocado un asiento más pequeño hecho de los
mismos materiales.
Con un sobresalto, me doy cuenta de que es para mí.
Me siento de forma mecánica y mis alas se arquean sobre
la parte posterior.
Esta estancia es muy diferente del salón del trono del Rey
de la Fauna y, sin embargo, contemplar esta larga extensión
todavía despierta recuerdos no deseados. Por no mencionar
que hay muchísimo público.
Los aplausos solo cesan una vez que Des y yo nos hemos
instalado. En el silencio que sigue, una de las hadas
presentes avanza unos pasos para situarse frente al trono y
hace una profunda reverencia.
—Mi rey, ha venido a veros un mensajero de Fauna. —En
esencia, el hada está repitiendo lo que ya nos han dicho.
—Traedlo —dice Des, elevando la voz.
Miro a mi pareja de reojo. Cuando estaba en el instituto,
solía imaginar todas las vidas que debía de vivir cuando no
andaba cerca, pero nunca imaginé algo como esto. Incluso
después de saber que era un rey, era demasiado difícil
imaginar al astuto Negociador como un monarca
benevolente. Pero en este momento, el título le queda como
anillo al dedo.
Me recorre una extraña combinación de asombro y miedo.
Es impresionante que, por primera vez en ocho largos años,
Des me esté dejando entrar en su mundo. Me está
mostrando cosas sobre sí mismo que en el pasado le rogué
que compartiera.
Pero el asombro llega acompañado de temor. Lo único
verdaderamente concreto que sé sobre mi pareja es que es
un hombre hecho de secretos. Y puede que, por primera
vez, sienta cierta inquietud acerca de cuáles son esos
secretos.
En el otro extremo de la estancia, las puertas dobles
arqueadas se abren, alejando mi atención de Des, y un
hombre con cola y melena de león es escoltado al interior.
El mero hecho de ver a un fae de Fauna hace que apriete
con fuerza los reposabrazos. Uno de mis carceleros tenía un
aspecto similar, y me arrastra de vuelta a esa cavernosa
prisión y a todos sus horrores.
Siento que una mano cálida toma la mía. Cuando miro al
Negociador, está mirando a nuestro invitado, con expresión
intransigente, incluso mientras me da un apretón en la
mano. No me gustaría estar en el extremo receptor de esa
mirada.
Me relajo lo más mínimo. Pase lo que pase aquí, Des no
dejará que ese miembro de Fauna me toque. Siento la
ferocidad de la devoción del Negociador incluso desde el
otro lado del espacio que nos separa.
El hada de Fauna que avanza por el pasillo lleva una gran
bolsa de cuero. No parece intimidado por Des. En todo caso,
parece que es todo agresividad contenida, su cola se
balancea de un lado a otro, agitada.
—El Reino de la Fauna tiene un mensaje para el Rey de la
Noche —anuncia. Incluso su voz es agresiva.
Creía que esto me asustaría. Todo lo que rodea a este
momento ha inundado de miedo mi corazón. Pero ver a este
Fauna caminar hacia Des, hacia mí , lleno de ira en lugar de
arrepentimiento… Mis uñas empiezan a curvarse para
convertirse en garras.
Siento que mi sed de sangre despierta, la sirena susurra
todo tipo de pensamientos oscuros en el fondo de mi mente.
Recuerda lo que nos hicieron los de su especie. Lo que
hicieron a esas mujeres.
Se merece morir.
Un tajo rápido en la garganta sería suficiente…
Empujo esos pensamientos muy, muy lejos.
El fae de Fauna llega al final del pasillo, a varios metros de
la tarima en la que estamos sentados Des y yo. Con
tranquilidad, arroja la bolsa que carga al suelo, frente a él.
Aterriza con un golpe sordo y húmedo, y cuatro cabezas
ensangrentadas salen rodando de ella.
Casi me caigo de mi asiento.
—¡Hostia puta! —Mis alas se despliegan por accidente,
derribando a un soldado que estaba demasiado cerca.
En serio, ¿qué coño le pasa a este mundo?
A mi alrededor, los súbditos de Des jadean, sin despegar
la mirada de todas esas cabezas decapitadas.
Y los muertos… los muertos parecen estar gritando, con
los ojos como platos y la boca muy abierta.
Los jadeos se convierten en gritos de venganza, y los
soldados echan mano de sus armas. Soy muy consciente de
que nuestra audiencia está a un minuto de terminar con
este súbdito de Fauna.
El único que no reacciona es Des, y eso debería
preocuparme profundamente. Parece casi aburrido mientras
contempla las cabezas cortadas. Levanta la mano y el
silencio cae sobre la habitación. Se recuesta en su trono
mientras mira desde arriba al fae de Fauna, que le devuelve
una mirada desafiante.
—¿Quiénes son? —pregunta, y su voz resuena en toda la
habitación.
—Los últimos diplomáticos del Reino de la Noche que
quedaban en nuestro territorio —responde el mensajero de
la cola de león—. Nuestra gente exige justicia por el
asesinato de nuestro rey, la destrucción de nuestro palacio
y la muerte de todos los fae de Fauna atrapados dentro del
castillo cuando lo destruiste.
El Negociador sonríe al oír eso.
Joder, si yo fuera ese mensajero, me habría meado
encima.
—Si rehúsas, los fae de Fauna que quedamos no
descansaremos hasta habernos hecho cargo de todos los
fae de Noche que queden en nuestro reino —dice el
mensajero.
La multitud sisea, disgustada, y algo ondula por la
habitación, algo más oscuro y más insidioso que la noche.
—¿Qué tipo de justicia exiges? —pregunta Des,
inclinándose hacia delante y apoyando la barbilla en el
puño.
—Exigimos que el Reino de la Noche pague la
construcción de un nuevo palacio y que el actual rey
abdique de su trono.
Bueno, hace falta tener cojones para entrar en este sitio y
exigirle a la cara al Rey de la Noche que renuncie a su título.
Tiene que saber que no nos tomaremos en serio sus
exigencias, ¿no?
Des se levanta, y hay tal silencio en la habitación que se
oiría caer un alfiler. Baja las escaleras y sus pesadas botas
resuenan por todo el pasillo.
¿He pensado hace un momento que se lo veía regio?
Estaba muy equivocada.
Con su pelo blanco apartado de la cara, su ropa negra de
batalla pegada a sus músculos definidos y sus alas
acabadas en garras cuidadosamente plegadas a la espalda,
parece un príncipe oscuro del infierno.
El amenazador sonido de sus pisadas solo se extingue una
vez que se detiene justo en mitad de la carnicería. Da un
golpecito con el pie a una de las cabezas ensangrentadas.
Durante varios segundos, mientras la audiencia contiene
el aliento y espera, lo único que se oye es el sonido
resbaladizo de la carne muerta mientras la cabeza cortada
rueda bajo la bota del Negociador.
—Es una oferta sorprendente —dice Des por fin, todavía
mirando los restos de sus diplomáticos.
El mensajero parece resuelto, solo que ahora su cola ha
dejado de moverse de un lado a otro. No puedo imaginar lo
que debe de estar pasando por su cabeza.
—Pero voy a tener que rechazarla. —La voz de Des es
como un trago de Johnny Walker después de un largo día:
tan suave que apenas sientes cómo arde.
El fae de Fauna tensa la mandíbula.
—Entonces espera…
—No. —Des emana oleadas de poder. Al instante, el
mensajero está de rodillas—. Vienes aquí y dejas las
cabezas decapitadas de mis diplomáticos a mis pies —dice
Des. El pelo se le ondula un poco con la fuerza de sus
palabras—.Luego, exiges justicia para un rey loco que
secuestraba, torturaba y encarcelaba soldados, un hombre
que secuestró, torturó y encarceló a mi pareja.
De repente, todos los ojos están puestos en mí. Me arde la
piel por culpa de toda la atención.
—Por último —continúa Des mirando al hada—, amenazas
con matar a mi gente si no satisfago tus exigencias.
El mensajero intenta hablar, pero la magia de Des
mantiene sus labios sellados.
El Negociador empieza a dar vueltas alrededor del fae de
Fauna.
—¿Conoces siquiera a mis súbditos? Gobierno sobre
monstruos que aparecen en tus pesadillas más salvajes,
criaturas hechas de los miedos más profundos de las hadas.
Y tengo su respeto. —Des se detiene detrás del hombre y se
inclina para susurrarle al oído—. ¿Sabes cómo me he
ganado su respeto?
El mensajero mira al Negociador por encima del hombro,
con los labios aún sellados.
El corazón me empieza a latir cada vez más y más rápido.
Algo malo está a punto de suceder.
—Dejo que se deleiten con mis enemigos.
El mensajero parece inquieto, pero no entra en pánico.
Des se endereza.
—Traed al bog.
Su orden es recibida con susurros temerosos. Las hadas
de la audiencia se mueven con nerviosismo.
Un minuto después, se abre una puerta lateral del salón
del trono.
Al principio, no pasa nada. Luego, una sombra cruza la
puerta y se desliza por la pared. Las hadas más cercanas
gritan y se dispersan. Parece expandirse, crece cada vez
más hasta convertirse en una forma enorme y con cuernos.
Que el cielo me asista, solo por la forma, parece el primo
mutante de Karnon.
Sigo esperando ver al monstruo que la acompaña cuando
me doy cuenta de que esto es todo. Es una sombra, nada
más. Solo que, cuanto más tiempo la miro, más terrible
parece. Puede que no tenga ningún tipo de presencia física,
pero me aterra a un nivel profundo y primordial.
Se desliza por la pared, perdiendo la forma a medida que
se concentra en el suelo. Las hadas más cercanas están
prácticamente pisoteándose las unas a las otras para
alejarse de él, pero no les presta atención, sino que se
arrastra hacia el mensajero.
El fae de Fauna intenta ponerse de pie a medida que el
bog se acerca, pero cualquier retención mágica que
Desmond le haya aplicado sigue manteniéndolo inmóvil.
El mensajero está empezando a mostrar las primeras
señales de pánico. Supongo que, sea lo que sea este bog, su
reputación lo precede.
Des se aleja del hada.
—Espera, espera… —dice el mensajero cuando la criatura
se acerca a él—. No te vayas.
Eso hace que los labios de Des esbocen una diminuta
sonrisa, aunque su mirada expresa mayor dureza que
nunca.
Un Des cruel. Un Des oscuro. Estoy echando un esquivo
vistazo a la bestia que hay tras el hombre.
El fae de Fauna sigue intentando moverse, pero es como
si sus piernas estuvieran pegadas al suelo.
—Haré un trato —dice, con la vista clavada en la sombría
criatura que se dirige hacia él.
Haré un trato.
Los hombros de Des se tensan ante la tentación, pero
ignora al hada.
La criatura está a solo unos metros de distancia.
—¡Por favor, haré lo que sea !
Para un hada que ha tenido suficiente coraje para
amenazar a un rey fae en su propia corte, no tarda nada en
desmoronarse. No sé qué esperaba que sucediera. Des no
se doblega a la voluntad de otras personas. Él es la fuerza
que las retuerce y las aplasta. Lo he visto suceder una y
otra vez con sus clientes.
El Negociador se dirige a su trono, con una expresión dura
como el acero. Sus ojos se encuentran con los míos y
vacilan mientras me examinan. Puede que eso sea lo más
cerca que vaya a estar del arrepentimiento en este
momento. Y, a continuación, esa mirada desaparece y
vuelve a estar hecho de piedra.
Hay oscuridad en este hombre, y todavía no he sondeado
la parte más honda.
La sombra recorre la distancia que la separa del hada de
Fauna y le cubre los pies. Los tobillos del mensajero
empiezan a desaparecer, luego sus pantorrillas.
Es entonces cuando empiezan los gritos.
Des sube los escalones de vuelta hasta su trono y toma
asiento a mi lado mientras el bog continúa tragándose al
hada.
Clavo las uñas en mi asiento mientras escucho los gritos
del hombre. Tengo muchas razones para disfrutar de la
justicia de este momento, pero ahora que el fae de Fauna
parece menos un villano y más una víctima, descubro que
no puedo hacerlo.
No quiero quedarme aquí sentada y presenciar esto. Es
demasiado inhumano, demasiado fae, demasiado retorcido.
De repente, me parece demasiado.
Me levanto y, entre gritos y miradas, salgo de la estancia.
Nadie me detiene.
4
Estoy en el balcón que conecta con los aposentos reales de
Des, el cielo nocturno brilla sobre mí. Después de salir del
salón del trono, he deambulado un poco por los terrenos de
palacio antes de volver aquí.
Muy por debajo de mí, distingo a las hadas que entran y
cruzan los terrenos de palacio. Más allá, se encuentra la
ciudad de Somnia.
No sé cuánto tiempo llevo inclinada sobre la barandilla,
observando este mundo terriblemente extraño. El tiempo
suficiente para cuestionarme casi todas las decisiones
vitales que me han traído hasta aquí.
—Dime, querubín, ¿te asusto?
Lo miro por encima del hombro. Des está en el umbral del
balcón, con un brillo en su mirada depredadora. Me mira
como si yo fuera la peligrosa.
No respondo de inmediato, sino que elijo quedarme
mirándolo. Sale al balcón vestido todavía con la ropa de
entrenamiento de antes, al igual que yo.
Parece medio salvaje, la luz de la luna talla formas
siniestras en su rostro. Parece que quiera devorarme el
alma.
¿Me asusta?
—Sí —respondo con suavidad.
A pesar de mis palabras, se acerca. Y me alegro de que lo
haga. Que me asuste no me ha impedido desearlo. Nuestra
relación empezó con un derramamiento de sangre y se ha
solidificado mediante el engaño. Soy una criatura oscura
que ansía sexo y destrucción, y él es el rey de todo ello.
Cuando se acerca lo suficiente, me coloca una mano en la
nuca y tira de mí hacia él, no para besarme, sino
simplemente para que apoye mi frente contra la suya.
—Dime la verdad —me pide—, ¿esto cambia las cosas
para ti?
Siento que su magia me rodea la tráquea con delicadeza.
Su pregunta es vaga, algo poco habitual en él. Sin
embargo, entiendo lo que me está preguntando.
—No —digo, con la voz ronca.
Tal vez debería cambiarlas.
Me siento como si acabara de entregar un pedacito de mi
alma. Pero Des lleva recolectando pedazos de mi alma
desde la noche en que le quité la vida a mi padre. En lo que
a mí respecta, se los puede quedar; sé que los cuidará bien.
La postura de Des no cambia, pero juro que siento cómo
se relaja. Huele a sudor y al dulzor de la noche. Mi terrible
rey. Mi misteriosa pareja.
Me acaricia la mejilla con el pulgar y, durante varios
segundos, ninguno de los dos habla.
Es cruel. Es oscuro. Mi Des.
—¿Qué era esa cosa? —pregunto por fin.
—¿El bog?
Asiento contra él.
Se endereza y se aleja, pero no me suelta.
—Es una pesadilla dotada de sentidos. Se come vivas a
las hadas y las somete a sus peores miedos mientras las
digiere.
Siento un escalofrío ante la mera idea.
—Eso es horrible.
Ahora le toca a él asentir, con expresión sombría.
—Lo es.
Y, sin embargo, eso no le ha impedido desatarlo sobre uno
de sus enemigos. Ni siquiera ahora parece arrepentido.
Es un hada. ¿Dónde creías que te estabas metiendo
cuando decidiste estar con él?
Me paso los dedos por el pelo, agotada emocional y
físicamente. La ropa de entrenamiento de cuero, que he
llevado puesta todo el día, está pegajosa y me irrita zonas
que realmente no deberían estarlo.
—Quiero irme a casa —le digo.
Estoy harta de mis alas y de esta noche perpetua. Me he
cansado de estar rodeada de monstruos y sentirme
impotente contra ellos. Sobre todo, estoy cansada de vivir
en un mundo en el que no hay Netflix.
La mirada de Des se suaviza.
—Lo sé.
—No te has ofrecido a llevarme a casa. —Suena más
acusador de lo que pretendía.
—No lo has pedido —respondecon tanta fluidez como
siempre.
—Si te pidiera que me llevaras a casa, ¿lo harías?
El Negociador tensa la mandíbula y, por un segundo, veo
algo extraño en sus ojos. Algo depredador y muy propio de
los fae.
A continuación, desaparece.
Asiente.
—Lo haría.
Nos quedamos en silencio, y sé que está esperando que le
pida exactamente eso, que me lleve a casa. Ojalá querer
algo lo hiciera real. Pero no puedo irme, no tal como estoy.
Si Des me llevara de regreso a la Tierra, seguiría siendo una
humana con alas, escamas y garras.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunto, sin esperanza.
La boca de Des se curva en una sonrisa.
—Parece que se te ha olvidado que todavía me debes una
cantidad ingente de favores…
Está eso.
—Y que eres mi pareja.
Eso también.
Me coge la mano y me lleva de vuelta a sus aposentos.
—Pero, en cuanto a qué vamos a hacer ahora mismo, te
diría que empecemos por darte un baño.
Se me escapa mi primera sonrisa de esta tarde.
—Mira quién habla.
Juro que el sudor de los hombres apesta por lo menos el
doble que el de las mujeres. Estoy bastante segura de que
es un hecho científico.
Des me suelta la mano.
—¿Eso es una invitación? —pregunta, enarcando una ceja.
—Eres el Señor de los Secretos, creo que puedes
averiguarlo por ti mismo —le digo.
Un brillo pícaro ilumina su mirada.
Mientras me mira como si fuera el macaroon más
delicioso que jamás haya visto, me llevo la mano a la
espalda y toqueteo inútilmente la ropa de cuero. Durante lo
que parece una eternidad, intento deshacer los lazos que
cruzan mi espalda mientras sostengo el corpiño de cuero en
su sitio, pero no consigo alcanzarlos.
Las cálidas manos de Des apartan las mías, me da la
vuelta y deshace las lazadas. Siento cada roce de sus dedos
como si fuera un beso. De repente, el corazón se me
desboca otra vez y el humor del momento es reemplazado
por algo que calienta tanto como las brasas de un fuego.
Mi corpiño se afloja y cae al suelo frente a mí. El aire
acaricia mi torso expuesto.
Des hace que me gire y coloca la mano sobre mi corazón
acelerado, como si estuviera intentando capturar mis
latidos.
Su mirada atrapa la mía.
—Querubín, tenemos muchas cosas pendientes.
Siento sus palabras en el estómago. Amor, romance…
Todo ello se parece a la madriguera de conejo, y soy Alicia,
a punto de caer por ella.
Desliza la mano hacia mi muñeca y me tenso cuando sus
dedos hacen rodar mi brazalete. ¿Qué me pedirá ahora?
¿Más entrenamiento? ¿Alguna postura sexual extraña? No
voy a mentir, estoy bastante segura de que echaría una
mano con esto último.
… y me refiero a echar una mano .
—Cuéntame algo sobre tu pasado, algo que no sepa.
Por supuesto, cuando estoy realmente ansiosa por
participar en uno de los desafíos de Des, me deja
boquiabierta al hacerme una pregunta sencilla.
Un segundo después me doy cuenta de que la magia del
Negociador no se cierra sobre mí como suele hacer. No me
ha quitado una cuenta. Solo quiere saber algo más sobre
mí… mientras estoy en toples en su habitación.
—Mmm, ¿qué quieres saber? —Levanto las manos para
ocultarle mis pechos. En el futuro, aspiro a mantener
conversaciones en toples con Des sin sentir vergüenza…
pero hoy no es ese día.
—¿Cómo os conocisteis tú y Temper? —pregunta.
¿Eso es lo que quiere saber? ¿En este preciso instante?
Me lee como un libro abierto.
—¿Crees que me preocupa perder la oportunidad de
hacerte el amor? —Esas palabras impactan directamente
contra mi centro. Su mirada baja hasta donde mis manos
cubren mis pechos y baja la voz—. En absoluto.
Entorno los ojos ante su arrogancia.
Avanza e invade mi espacio, y lo único que consigo hacer
es no retroceder. Des es abrumador, sigue siendo una
fuerza a tener en cuenta.
—La noche que te dejé sabía quién eras, Callie, y estoy
descubriendo quién eres ahora, pero quiero saber todo lo
que pasó durante esos siete años en los que te perdí.
Esas palabras hacen que contenga el aliento mientras lo
miro. Somos amantes y viejos amigos y desconocidos, todo
a la vez.
Tiene toda la razón del mundo, tenemos muchas cosas
pendientes. Cosas imposibles de compensar con cualquier
cantidad de intimidad física. Y eso es lo que quiere de mí.
—Conocí a Temper durante el último curso de la Academia
Peel —le cuento mientras mi mente retrocede al último año
que pasé en aquel internado sobrenatural. Fue una época
difícil. Había perdido a Des hacía solo unos meses, y me
encontré sin amigos ni familia. Lo único que tenía en
abundancia era sufrimiento—. Era el primer día del curso, y
nadie se sentó a mi lado en mi clase de Moralidad de la
magia, hasta que ella ocupó el asiento. Y empezó a hablar
conmigo. —Me habló como si ya fuéramos amigas y,
sencillamente, yo no hubiera recibido la notificación todavía
—. Fue la primera vez tras tu marcha que otra estudiante
intentó ser mi amiga.
Ante Des no duele tanto admitir que una vez fui una paria
social. Ya lo sabe.
En cuanto a mi amistad con Temper, solo más tarde
descubrí lo difícil que le había resultado ocupar ese asiento
a mi lado y ponerse en esa situación. Sabía lo suficiente
sobre mí para saber que no tenía amigos, cosa que ambas
teníamos en común.
Tardé semanas en descubrir que la gente evitaba a
Temper incluso más que a mí, en gran parte debido a la
clase de ser sobrenatural que era. Por supuesto, teniendo
en cuenta mi propio pasado turbulento, la infamia de
Temper solo hizo que me cayera mejor.
—Desde entonces —le digo—, hemos sido inseparables.
Hablar de Temper solo provoca que la eche aún más de
menos. Los últimos siete años pueden haber sido un abismo
en lo que se refiere a mi vida amorosa, pero no en todo lo
demás, y eso ha sido en gran medida gracias a Temper. En
estos momentos tiene que estar volviéndose loca,
preguntándose dónde estoy.
Aparto mis preocupaciones a un lado.
—¿Cómo conociste a Malaki? —le pregunto, cambiando de
tema para que nos centremos en él.
Ni siquiera estoy segura de que Des vaya a responder.
Nunca responde a estas cosas.
Me mira, y está tan cerca que siento el calor de su cuerpo.
—¿Me desabrochas la ropa? —pregunta, en lugar de
responder.
Me desinflo al oír su respuesta. No debería sentirme
decepcionada. Des ya me ha mostrado mucho más de sí
mismo de lo que nunca pensé que vería.
Aprieto los labios y asiento.
Se da la vuelta, con sus alas de aspecto retorcido todavía
desplegadas.
Mis manos encuentran las correas que aseguran la
armadura de cuero a su espalda. Empiezo a desabrocharlas,
una por una.
—Conocí a Malaki cuando era adolescente —empieza,
vacilante.
Detengo los dedos durante un segundo.
—En aquel entonces había… perdido el rumbo —continúa
—. Estaba en Barbos, la ciudad de los ladrones, sin un
centavo a mi nombre.
Inclino la cabeza y dejo escapar una pequeña sonrisa
antes de seguir desabrochándole la armadura.
—Fue entonces cuando me uní a los Ángeles de la
pequeña muerte —dice.
—La pandilla —le digo, recordando la explicación que me
dio sobre los tatuajes de su brazo.
—Hermandad —corrige por encima del hombro. Respira
hondo—. Malaki también era miembro. Era varios años
mayor que yo, pero, aun así, era el hada que más se
acercaba a mi edad.
Percibo que sacar a relucir estos recuerdos es difícil para
él. Su mente es una trampa de acero. Las cosas entran,
pero no salen.
—Vivir tan al límite como lo hacíamos —continúa—
provocó que estrecháramos lazos. Me ha salvado la vida en
el pasado, y yo a él.
Desabrocho la última correa de la espalda de Des y el
cuero resbala por su cuerpo. Se queda desnudo de cintura
para arriba, igual que yo. Supongo que esta es nuestra
extraña versión de enseñar y compartir: enseña algo de
piel, comparte un secreto.
Se da la vuelta para mirarme, con el pecho desnudo.
—Es mi hermano en todos los sentidos, excepto de
sangre.
Le sostengo la mirada. Es raro ver a Des tan al
descubierto. Al igual que yo, ha pasado años construyendo
una armadura a su alrededor… y ahora se la está quitando.
Ya no es el rey aterrador,ni el escurridizo Negociador.
En este momento, solo es mi Des.
—¿Cuánto tiempo hace que lo conoces? —pregunto.
Hace una pausa.
—El tiempo suficiente —dice por fin.
Sé lo bastante sobre las hadas para saber que el tiempo
suficiente puede referirse con la misma facilidad a siglos o a
décadas. Y el comentario que ha hecho Malaki antes…
«Llevo siglos esperando para conocerte».
Inclino la cabeza a un lado.
—Eres realmente viejo, ¿verdad?
Una sonrisa ladina recorre el rostro de Des.
—Puedo responder eso, pero te costará algo a cambio.
No necesito comprar un favor para saber que este tío es
muy mayor.
Empiezo a alejarme de él y me dirijo hacia el baño.
—En otra ocasión… abuelo. —Solo tengo tiempo para ver
que ensancha la sonrisa antes de que me coja y me eche
encima de su hombro.
—Serás traviesa —dice, dándome una cachetada en el
trasero.
Suelto un chillido y me empiezo a reír.
—No es de extrañar que tengas el pelo tan blanco. ¿Hace
cuántos siglos que perdió su color?
Siento la risa de Des en el temblor de sus hombros.
—Debes saber que conservó el color hasta el día en que
te conocí —dice.
Me lleva al baño. Mientras lo hace, siento que mis botas
se separan de mis pies y caen al suelo con un repiqueteo.
Mis pantalones y ropa interior son los siguientes.
—¡Des! —Ahora, casi cada centímetro de mi piel desnuda
está apretado con fuerza contra la suya.
—Callie —dice, imitando mi tono.
—¿Qué estás haciendo?
Me acaricia con la mano la parte superior del muslo.
—Desnudando a mi reina.
Eso me detiene por completo.
Ay, Dios, su reina .
—Des, no lo dices en serio, ¿verdad? —Porque, no. No, no,
no.
Apenas me estoy acostumbrando a la idea de que haya un
nosotros . No puedo afrontar nada que vaya más allá.
—Ha sido una forma de hablar —dice con suavidad—. Si
prefieres que te llame sirvienta…
Le atizo en la espalda, cosa que solo lo hace reír de
nuevo. El sonido de su risa me permite volver a relajarme.
Solo ha sido una forma de hablar.
Mientras me lleva al baño, sus propios pantalones
resbalan por sus caderas y caen a la altura de sus tobillos.
Se los quita con gracia.
Y ahora, ambos estamos desnudos.
Delante de nosotros, el grifo de su enorme bañera se
abre.
Se mete en la gigantesca bañera y, con mucho cuidado,
me deja sobre mis pies. Por un momento, miro a mi alma
gemela, su rostro tan dolorosamente encantador como la
primera vez que lo vi, con su melena blanca suelta. Su
corona y sus brazaletes de guerra han desaparecido, y el
único adorno que le queda es la tinta que recorre su brazo.
Sin ropa, Des es todavía más atractivo, su torso es
enorme y está cubierto de grandes músculos.
Mientras lo devoro con la mirada, él hace lo mismo
conmigo. Baja la mirada hacia mis pechos y luego más
abajo, hacia mi cintura y mis caderas.
Se acerca y me levanta la barbilla.
—Quiero hacerlo bien, querubín. Lo nuestro.
Extiendo la mano y le acaricio el brazo cubierto de
tatuajes, deteniéndome sobre las lágrimas de tinta de su
piel.
—Yo también.
Durante varios segundos, el único sonido que se oye es el
ruido de agua mientras llena la bañera en la que estamos.
De repente, en mitad del casi silencio, empieza a sonar
Stairway to Heaven , de Led Zeppelin.
Justo cuando busco los altavoces fantasmas que deben de
estar reproduciendo la canción, veo una bandeja de madera
pulida que descansa junto a la bañera, con una taza de café
humeante, un expreso —en una taza increíblemente
pequeña— y un plato de macaroons . Es lo que solíamos
pedir en el Douglas Café.
Y, por la razón que sea, eso acaba conmigo.
Tomo una respiración temblorosa y me río, aunque sale
más como un sollozo.
—Basta —le digo, con la voz suave y áspera al mismo
tiempo.
Pero, en vez de parar, Des me atrae hacia él, y sus
preciosos, preciosos músculos quedan presionados contra la
suavidad de mis curvas.
Se inclina hasta que sus labios quedan a milímetros de los
míos.
—Nunca.
5
Des es un romántico.
Uf.
No es lo que mi corazón necesitaba. No es que a estas
alturas haya vuelta atrás, pero aun así, es un pequeño golpe
para mi ego saber con cuánta facilidad puede destruir mis
defensas con unos pocos gestos considerados.
Cerca de una hora después de que nos metamos en la
bañera, salgo de ella, con el estómago lleno de macaroons y
café mientras me seco. Miro a Des —alas incluidas—,
mientras sale de la habitación con una toalla alrededor de la
cintura.
Cuando llega al otro lado de la cama, su toalla cae al
suelo, y virgen santísima, ese culo lo es todo .
Me envuelvo en mi propia toalla lo mejor que puedo,
arrancándome algunas plumas por accidente en el proceso,
con la mirada fija en el Negociador. Ahora mismo estoy
espiando a este hombre como una pervertida, y no me
arrepiento en absoluto.
Me mira por encima del hombro, su pálido cabello retirado
hacia atrás. Debería avergonzarme de que me pille
admirándolo abiertamente, pero su propia expresión
empieza a arder por lo que ve en la mía.
Todavía no hemos hecho nada juntos —dejando de lado lo
de beber expreso y comer macaroons desnudos—, y la
necesidad de poner remedio a esta situación empieza a
crecer.
Me escurro el pelo mientras entro en su dormitorio. Sobre
nosotros, las lámparas colgantes emiten un suave brillo.
Estoy a punto de dirigirme al elegante armario ya repleto
de un millón de atuendos fae cuando Des abre un cajón de
la cajonera que hay cerca de la cama y me lanza una
prenda negra. La atrapo al vuelo, la tela es suave bajo las
yemas de mis dedos.
—¿Qué es esto? —pregunto.
—Un premio. Es lo mejor que puedo darte que no sea la
Tierra.
Frunzo el ceño.
Señala con la cabeza la prenda que tengo en la mano y, a
regañadientes, despego la mirada de la suya para desdoblar
la tela descolorida.
Una enorme sonrisa se extiende por mi cara cuando veo
los labios y la lengua gigantes impresos en la camiseta
descolorida. Es una de las camisetas retro de los Rolling
Stones de Des.
—Es un préstamo —dice.
—¿Un préstamo ? —repito, enarcando las cejas.
Des se pone unos pantalones holgados.
—Que te quiera no significa que vaya a entregarte una de
mis posesiones más preciadas.
Acaba de hacerlo oficial: ahora tengo intención de
quedarme esta camiseta.
Imitando a Des, dejo que mi toalla caiga al suelo y me
paso la camiseta por la cabeza. Mi estado de ánimo se viene
abajo en cuanto el dobladillo de la camiseta entra en
contacto con mis alas.
Me había olvidado de ellas. Ahora que tengo alas, no
puedo pasarme la ropa por la cabeza sin más.
Antes de que pueda regodearme en la autocompasión, la
suave tela de la camiseta, que se había abultado justo por
encima de las articulaciones de mis alas, se desliza por mi
espalda como si no hubiera ningún obstáculo de por medio,
y el dobladillo me cae hasta medio muslo.
Giro la cabeza hacia Des, que esboza una sonrisita de
suficiencia.
—¿Cómo has…?
—Magia, mi amor.
Llevo una mano hacia atrás para palpar el punto de
conexión entre mis alas y mi espalda. Los bordes de la
camiseta se han abierto alrededor de los huesos de mis
alas.
Estoy tan concentrada en la logística de la camiseta de
Des que no veo la forma en que me mira. No me doy cuenta
hasta que desaparece y reaparece a mi lado.
Mete un dedo por debajo del dobladillo de la camiseta.
—Te queda bien.
Me quedo petrificada.
Des es pura intención contenida. Sus ojos conectan los
míos. Somos polillas bailando alrededor una llama.
Justo entonces, bostezo.
En-el-peor-momento-posible.
No estoy cansada. Bueno, sí lo estoy, ha sido un día largo.
Me he despertado temprano, la sesión de entrenamiento ha
durado horas y he visto a un hombre devorado por una
pesadilla viviente, pero no estoy lo bastante cansada como
para dejar pasar esto.
La mirada de Des desciende hasta mi boca. Cualquier
pasión que lo estuviera dominando hace un momento
desaparece.
Quiero llorar cuando lo veo ponerse la máscara
respetuosa que solía llevar cuando estaba en el instituto. A
pesar de todos sus cuestionables impulsos,puede ser
sorprendentemente caballeroso.
Me baja el dobladillo de la camiseta.
—Todavía no hemos terminado con esto —dice, y su voz
sigue cargada de promesas de sexo.
Me arrastra hasta la cama y por poco creo que mi bostezo
no ha conseguido disuadirlo.
Las alas de Des desaparecen para que pueda rodar sobre
la espalda. Un momento después, me coloca sobre su
pecho. Por la forma en que me sostiene… es indudable que
por el momento ha renunciado a sus intenciones
juguetonas.
Podría hacerlo cambiar de opinión, pero, maldita sea,
literalmente no hay nada más cómodo que acurrucarme
contra Des.
—Cuéntame un secreto —susurro.
—¿Otro? —Se lo ve tan legítimamente indignado que me
entra la risa.
Ni siquiera recuerdo el último secreto que me ha contado,
¿ha sido el de su amistad con Malaki?
—Sí, otro —le digo.
Gime y me aprieta más contra él.
—De acuerdo, pero solo porque me gustas.
Sonrío un poco contra él.
No me puedo creer que preguntarle haya funcionado de
verdad.
Des me acaricia las plumas con una mano.
—Lo único que no me gusta de tus alas es que te tapan el
culo, y tu culo me gusta muchísimo .
La habitación se queda en silencio durante tres segundos
y luego no puedo contener la risa.
—Des, no me refería a eso cuando te he pedido un
secreto.
—Y, aun así, has recibido un secreto. Considérate
complacida. —Me aprieta el culo para dar énfasis y suelto
un gritito, lo cual provoca que se ría. Y esa risa profunda
acaba en besos… muchos, muchos besos, lánguidos y
deliciosos.
Cuando por fin me separo, apoyo la cabeza contra su
pecho.
El silencio cae sobre la habitación, el único ruido son los
latidos del corazón de Des bajo mi oreja.
Cierro los ojos.
Podría acostumbrarme a esto .
Qué idea tan aterradora.
—Durante dos siglos no has sido más que el susurro de
una posibilidad —dice Des, rompiendo el silencio—. Luego,
te conocí . —Hace una pausa, como si toda una historia
empezara y termina con esa frase. Como si la vida fuera
una cosa antes de conocerme, y después se convirtiera en
algo más.
Es suficiente para hacerme ignorar el hecho de que ha
admitido tener más de dos siglos.
—Eras todo lo que nunca supe que quería. Eras caos.
Estabas desesperada. Eras el secreto más misterioso con el
que me había topado. Me atrajo todo de ti: tu inocencia, tu
vulnerabilidad, joder, incluso lo trágica que era tu vida. Eras
la criatura más cautivadora con la que me había topado.
Trago saliva al escuchar sus palabras. Hay cierta gravedad
no solo en lo que está diciendo, sino en el hecho de que lo
esté diciendo siquiera. He pedido un secreto y él me ha
dado una revelación, algo que puedo guardar cerca de mi
corazón a altas horas de la noche.
—Siete años después —continúa—, la mujer en la que te
habías convertido estaba a un mundo de la chica que
conocí. —Inclina la cabeza para poder mirarme a los ojos—.
Eso solo me hizo desearte más. Eras conocida y nueva a la
vez, familiar y exótica, al alcance y prohibida. Y te deseé
tanto durante tanto tiempo que estaba seguro de que me
mataría. Y cuando te miro, incluso ahora, especialmente
ahora, veo la simple verdad. —Deja de hablar.
Me incorporo un poco.
—¿Y cuál es esa verdad?
En la oscuridad, distingo que está mirándome.
—Eres magia, mi amor.
6
Hay sangre por todas partes. En mi pelo, en mi piel, en
salpicaduras alrededor de donde yazco. Me siento en el
suelo y echo un vistazo a mi alrededor.
No .
Este lugar no.
Otra vez no.
Me fijo en las hojas podridas que cubren el suelo, en las
enredaderas muertas que suben por las paredes de la larga
habitación y en el trono de huesos que se alza en medio de
todo.
El salón del trono de Karnon.
—Qué pajarillo tan, tan bonito.
Se me hiela la sangre al escuchar la voz que suena a mi
espalda.
No puede ser.
El Rey de la Fauna está muerto.
—¿Te gustan tus alas?
Pero esa voz…
Un escalofrío me recorre la columna.
La voz de Karnon es profunda y dura, tal como la
recuerdo.
Las hojas crujen bajo sus pies mientras me rodea para
colocarse ante mí.
Lo primero que veo son sus cuernos retorcidos, lo
segundo, su mirada loca y su pelo salvaje.
Dios, es él.
—Ahora eres una bestia, como el resto de nosotros.
Cierro los ojos con fuerza.
Está muerto .
—Nunca serás libre —dice… Solo que la voz de Karnon ya
no es suya. Es otra voz que conozco muy bien.
Abro los ojos con brusquedad y me encuentro a mi
padrastro. El mismo hombre al que maté por accidente hace
ocho años.
¿Por qué me persiguen estos fantasmas?
Solo dispongo de unos segundos para mirarlo
boquiabierta antes de que la habitación se quede a oscuras.
A mi izquierda, el aire se mueve, revolviéndome el pelo.
Echo un vistazo, pero bien podría ser ciega, la oscuridad es
total.
Siento el aliento de alguien en la nuca, tan cerca que
debe de estar inclinado sobre mí, pero cuando me giro y
extiendo el brazo, mi mano solo agarra aire.
En la oscuridad, escucho el tenue eco de una risa, que me
pone la piel del brazo de gallina.
En respuesta a mi miedo, mi sirena sale a la superficie,
haciendo que la piel me brille con suavidad.
—¿Quién está ahí? —pregunto.
—El destino de los secretos es que los guarde un alma —
dice la voz de una mujer, que viene de todas partes y de
ninguna a la vez.
—¿Quién eres?
—Viene a por ti.
Esa vez, es la voz de un niño la que habla desde la
oscuridad.
—¿Quién? —pregunto.
Karnon está muerto .
La risa resuena a mi alrededor, suena cada vez más
fuerte. En ella, puedo escuchar la voz de la mujer, la del
niño, la del Rey de la Fauna y la de mi padrastro. Los oigo a
ellos y a muchos otros riéndose de mí.
De golpe, todas desaparecen.
—¿Quién? —repito.
El aire retumba como un trueno, espesándose mientras
una magia potente se intensifica más y más, acumulando
poder. Con un ruido sordo, una voz retumbante traspasa la
magia…
—Yo.
Me despierto jadeando. Cuando abro los ojos, me encuentro
con la mirada demacrada de Des. Me acuna la cara con las
manos, examinando mi expresión con preocupación.
Ese sueño me ha parecido demasiado real. Ni mi
padrastro ni Karnon están ya y, sin embargo, en noches
como la de hoy es como si nunca hubieran muerto.
Respiro aire a bocanadas, mi pecho se eleva y desciende
demasiado deprisa.
Aunque, por supuesto, esos hombres tan horribles solo
han protagonizado una parte del sueño. Había otras
presencias igual de escalofriantes llamándome desde la
oscuridad. Por instinto, sé a quién pertenecen: las mujeres
dormidas y sus hijos antinaturales. Y luego, esa última voz…
No sé qué pensar de ella.
Con el ceño fruncido, Des me besa con ferocidad. El beso
acaba tan rápido como ha empezado.
—No conseguía despertarte —dice.
Me estremezco. Podría tratarse de un simple sueño, pero
la verdad es que las guerreras todavía duermen y los
soldados hombres siguen en paradero desconocido. Puede
que Karnon esté muerto, pero su obra no lo está.
Miro a Des a los ojos.
—Quiero volver a ver a los niños del ataúd.
Por segunda vez en mi vida, voy a visitar por propia
voluntad a los pequeños monstruos a los que las guerreras
durmientes dieron a luz. Podría ser la mujer más estúpida
del mundo por acudir a su encuentro de nuevo. Pero hay
algo que necesito ver.
—¿Me recuerdas otra vez por qué he accedido a esto? —
dice Des a mi lado, haciéndose eco de mis pensamientos.
Hoy, Des lleva la combinación de camiseta y pantalones
negros en la que estoy tan acostumbrada a verlo, con el
pelo recogido con una cinta de cuero y los tatuajes del
brazo al descubierto. Se lo ve más de morros que nunca,
probablemente porque no lo emociona demasiado traerme
otra vez a la guardería real.
—Porque te estoy ayudando a resolver este misterio —
digo, recorriendo el vestíbulo.
No replica, pero se le tensa un músculo de la mandíbula.
Puedo sentirlo, en lo profundo del vientre. El temor a que
lo que nos sucedió a esas mujeres y a mí no fuera el final.
La muerte debería deshacer la magia, incluso la magia fae.
Esa regla sirve tanto aquí como en la Tierra.Cuando entramos en la guardería, me invade un déjà vu .
Muchos de los niños más pequeños yacen en cunas o
camas, espeluznantemente quietos, y los mayores se
encuentran al otro lado de la habitación, mirando por las
grandes ventanas. Es todo casi idéntico a la última vez.
Lo único diferente en la guardería es que han traído más
camas y cunas para alojar al aluvión de niños que salieron
de la prisión de Karnon.
Intento no estremecerme mientras observo a los niños.
Antes eran aterradores, cuando solo eran niños extraños
que bebían sangre y profetizaban, pero ahora que sé cómo
fueron concebidos… El horror vuelve a atravesarme.
Ninguno de los niños se mueve, aunque la niñera anuncia
nuestra presencia.
Se me empieza a erizar el vello de los brazos.
Hay algo profundamente inquietante en estos niños, en
este lugar.
Respiro hondo y me acerco a la ventana. Des está justo a
mi lado, sus botas pesadas resuenan con cada paso y tiene
la mandíbula apretada.
—Has vuelto —dice uno de los niños, de espaldas a mí.
Vacilo un momento antes de recomponerme.
—Sí.
—No se suponía que fueras a hacerlo —dice otro.
Había olvidado que estos niños actúan como si fueran
uno. Se giran todos a la vez y me miran con cautela
mientras me acerco a ellos.
Des se coloca delante de mí y oigo que varios de ellos le
sisean.
—Si cualquiera de vosotros toca a mi pareja como hicisteis
la última vez —dice, hablando por encima de sus siseos—,
seréis desterrados.
Sorprendentemente, la amenaza funciona y sus siseos se
extinguen.
Capto la mirada Des mientras se hace a un lado y lo
fulmino. Amenazar a unos niños, aunque sean
espeluznantes, no es demasiado legítimo.
Me sostiene la mirada. En la suya veo una determinación
férrea.
De acuerdo. Pues que el castigo sea el destierro.
Los niños dividen su atención entre mirar a Des con
reservas y estudiarme con mirada astuta.
Me agacho frente a la niña más cercana, una niña con el
pelo rojo como las llamas, y recorro sus facciones con la
mirada. No hay cuernos, no hay garras, no hay pupilas
divididas. No se parece en nada a Karnon, salvo por los
colmillos que debe de tener para beber sangre.
—Los esclavos viven vidas cortas —me dice mientras la
estudio.
Esclavos , la clasificación oficial de la mayoría de los
humanos que residen en el Otro Mundo.
¿Te suenan esas historias de bebés humanos
intercambiados por hadas? ¿Alguna vez te has preguntado
qué pasa con todos esos bebés humanos? Lo que les pasa
es que acaban convertidos en esclavos .
El Reino de la Noche declaró ilegal esa práctica hace
algún tiempo, pero los demás reinos aún lo permiten.
—¿Por qué dices eso? —le pregunto a la niña, tratando de
ocultar el hecho de que estoy asustada.
—Son sucios, débiles y feos —dice el niño que tiene al
lado.
Soy muy consciente del hecho de que, a ojos de estos
niños, soy una de las esclavas que están despreciando.
Por el rabillo del ojo, veo que en las esquinas de la
habitación se forman unas sombras tenues, una clara
indicación del enfado creciente de Des.
Me concentro en el niño.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Mi padre —responde. Curva la boca en una sonrisita
secreta—. Viene a por ti.
Me incorporo y retrocedo un paso, sin despegar la mirada
de su cara. Oigo el rugido de mi sangre en los oídos.
Son solo palabras. No significan nada.
Pero mis huesos creen que significan algo. Lo mismo cree
mi instinto. Igual que esa vocecilla al fondo de mi mente.
Todos me dicen lo que temí en el momento en que desperté
de esa pesadilla: no ha terminado.
Siento la mano de Des en el estómago, alejándome con
gentileza de los niños. Aturdida, permito que lo haga, sin
dejar de mirar al niño en ningún momento. Él y los demás
nos siguen con la mirada, y tengo la clara impresión de que
me están vigilando de la misma forma en que los
depredadores vigilan a sus presas.
Por fin me alejo del niño y voy directa hacia la salida.
Estoy temblando. Es absurdo que un niño pueda
asustarme tanto.
Des y yo estamos a punto de cruzar la puerta cuando oigo
la voz del niño a mi espalda.
—Tiempos oscuros se avecinan.
Con las alas tensas, sigo caminando, y gracias a Dios que
el castillo está lleno de puertas enormes, de lo contrario,
tendría problemas para salir de esta habitación con mis
alas.
En cuanto la puerta se cierra detrás de mí, respiro de
forma entrecortada.
¿Cómo ha podido ese niño decir esa frase? Es la misma
frase que escuché susurrada en el aire cuando visité a las
mujeres dormidas hace semanas.
—Karnon está muerto —dice Des.
Asiento.
—Lo sé. —Me paso una mano por la boca.
Mi miedo no disminuye. En todo caso, aumenta. La
cuestión es que no he venido a ver a estos niños porque
tema que Karnon siga vivo.
He venido por otra razón completamente diferente.
—¿Todos los fae de Fauna tienen rasgos animales? —
pregunto mientras abandonamos la guardería.
Mis carceleros tenían rasgos animales. Igual que Karnon.
Igual que el desgraciado mensajero de Fauna al que vi ayer.
Des se detiene.
—La mayoría sí.
—¿Y los hijos de Karnon? —pregunto—. ¿Compartirían sus
rasgos?
La boca del Negociador es una línea tensa.
—Al menos algunos de ellos, sí.
—Esos niños no comparten ninguno de sus rasgos —le
digo.
Por la expresión de Des, veo que ya ha llegado a la misma
conclusión que yo: Karnon no es su padre.
7
Karnon no es su padre.
Karnon no es su padre .
¿Pero cómo es posible?
Él era el que encarcelaba a esas mujeres. Él era el que las
agredía sexualmente.
A mi lado, Des echa a andar otra vez, como si esta
revelación no lo cambiara todo.
Es entonces cuando me doy cuenta.
—Ya lo sabías —lo acuso mientras atravesamos su palacio.
En lugar de parecer sorprendido, culpable o avergonzado
por mi acusación, en lugar de tener cualquiera de las
reacciones normales, Des me evalúa con una de sus típicas
expresiones de desinterés. Se encoge de hombros.
—¿Y qué si lo sabía?
¿Y qué si…?
Apoyo la palma de la mano en su pecho esculpido y lo
detengo en mitad del pasillo.
—Ah, no, colega, nuestra relación no funciona así.
Me mira la mano, y sé que estoy cerca de sacar de quicio
al Rey de la Noche.
—¿Cómo funciona exactamente nuestra relación,
querubín? —pregunta con una mirada sagaz.
—No puedes ocultarme secretos como ese sin más.
Tiene la audacia de parecer divertido, aunque la diversión
no le llega a la mirada.
—Te aseguro que sí que puedo.
—Des —le advierto, con los ojos entrecerrados.
Me aparta la mano de su pecho.
—¿Se supone que es un tono amenazante? —pregunta,
enarcando una ceja. Chasquea la lengua y se acerca mi
mano a la boca—. Porque si lo es —continúa—, tienes que
trabajar más en tus dotes de intimidación. A ver, no ha sido
un mal intento, pero estoy más excitado que otra cosa.
Des procede a besarme las puntas de los dedos, lo cual
me distrae totalmente. ¿Quién iba a saber que los besos en
la punta de los dedos iban a conseguir algo así? Porque lo
consiguen. Lo juro aquí y ahora.
Céntrate, Callie.
—Deja que te enseñe algo —dice con suavidad.
Parece que lo de centrarse queda olvidado. En lugar de
seguir con nuestra discusión donde la hemos dejado,
permito que Des me guie a través de su palacio. Al final,
entramos en lo que parece una gran biblioteca, con arcos
con incrustaciones y azulejos decorativos. Entre varios
candelabros de bronce cuelgan una miríada de lámparas
coloridas. Y eso por no mencionar los libros.
Hay estantes y más estantes repletos de ellos contra las
paredes y llenan los pasillos de la habitación,
encuadernados en tela o cuero. También hay montones de
pergaminos apilados a lo largo de los estantes, cuyos
mangos están tallados en madera y hueso, y algunos
incluso tienen incrustaciones de madreperla y piedras
semipreciosas.
Me paso un minuto entero girando en círculos y
observando todo el lugar.
—Guau —digo por fin.
Huele a cuero, papel y a algo más que diría que es cedro,
pero vete tú a saber. Siento la necesidad de acercarme a
cada estante, sacar los libros y examinarlos uno poruno,
dejando que mis manos acaricien la tinta seca y la suavidad
del papel. Este lugar transmite magia y sabiduría, y es
posible que en este momento esté viviendo una experiencia
espiritual.
Siento la mirada de Des en mi rostro. Al cabo de un rato,
la desvía para contemplar el lugar.
—¿Es la biblioteca real? —pregunto.
Des curva hacia arriba la comisura de la boca.
—Una de ellas.
—¿Una de ellas? —repito como si fuera tonta.
—Aquí es donde se guardan muchos de los documentos
oficiales del reino. La biblioteca principal está en los
terrenos orientales del palacio.
No consigo hacerme a la idea de la magnitud de todo
esto.
Me guía hasta una mesa, y una de las sillas se retira
mágicamente para mí. Des toma asiento enfrente y, por un
segundo, se dedica a estudiarme sin más. Cuando me mira
así, me siento muy expuesta.
—¿Qué? —acabo preguntando mientras me coloco un
mechón detrás de la oreja.
—Mi madre te habría adorado —dice con una sonrisa
amable.
Con solo decir esas palabras, ha invitado a los fantasmas
a este lugar. Apenas recuerdo a mi propia madre y no
guardo recuerdos de que fuera especialmente cariñosa
conmigo. Es un regalo precioso imaginar que la madre de
Des podría haberme querido.
—¿De verdad lo crees? —digo por fin.
—Estoy seguro —dice con tanta firmeza que mi única
objeción, que soy humana, muere antes de abandonar mis
labios.
Antes de que pueda seguir preguntando sobre el tema,
Des levanta la mano y mueve la muñeca. A lo lejos, escucho
el roce de papel contra papel.
Un pergamino se eleva sobre los pasillos y flota hacia
nosotros. La mano del Negociador todavía está en el aire, y
el pergamino aterriza con suavidad en su palma abierta.
—Este es el informe sobre las víctimas que se recuperaron
de su encarcelamiento —dice Des, cambiando de tema.
Coloca el pergamino sobre la mesa.
Me levanto y arrastro mi silla para estar más cerca de él.
—¿De las supervivientes de la prisión de Karnon? —
pregunto.
—Solo de las fae de Noche que sobrevivieron —dice Des
—. Los demás reinos se encargan de registrar las
experiencias de sus víctimas. En la próxima cumbre que
celebren nuestros reinos compararemos notas, pero hasta
entonces solo tenemos los testimonios de mis súbditos.
No me hace falta mirar para saber que uno de esos
testimonios es mío. Era opcional —ventajas de ser la pareja
de un rey—, pero lo hice de todos modos. He trabajado en
suficientes casos como para saber lo útiles que pueden ser
los testimonios.
—¿Por qué querías que viera esto? —pregunto, levantando
el borde del pergamino que hay entre nosotros. Echo un
vistazo a mi nombre y siento un vacío en el estómago.
Des estuvo en la habitación mientras hacía mi
declaración, por lo que ya sabe lo que me pasó, pero verlo
escrito junto a los testimonios de todas las demás víctimas
sigue avergonzándome.
—Has ido a la guardería para determinar si Karnon era el
padre de esos niños. —Des desliza el pergamino hacia mí—.
Se me ha ocurrido que te gustaría leer lo que las otras
prisioneras tenían que decir sobre su experiencia. —Sus
palabras suenan casi como un desafío, y le echo una mirada
un poco circunspecta antes de examinar el informe.
Deslizo la mirada por los párrafos escritos en letra
elegante. Me salto mi propia declaración y me concentro en
las demás mujeres que escaparon.
Una por una, leo sobre nueve soldados fae diferentes,
cada una de las cuales fue secuestrada mientras dormía.
Todas languidecieron en la prisión de Karnon entre uno y
ocho días.
Por lo que parece, ellas, igual que yo, pudieron
recuperarse de una semana a merced de la magia negra del
Rey de la Fauna. Aquellas que estuvieron cautivas durante
más de ocho días… ahora viven muy por debajo de
nosotros, en ataúdes de cristal.
Cuanto más leo, más siento que mi faceta de
investigadora sale a la luz. He echado de menos esto,
sumergirme en los casos, resolver problemas.
Solo me lleva un ratito más tropezar con lo que Des debía
de querer que viera. Aparto la mirada del pergamino.
—Menos dos de ellas, todas fueron agredidas sexualmente
por Karnon —digo.
Las dos que escaparon de ese destino no fueron agredidas
en absoluto. Esto no se debió a que el Rey de la Fauna
cambiara de opinión, sino simplemente a que resultaron ser
las dos mujeres secuestradas más recientemente. Karnon
no había tenido tiempo suficiente para incapacitarlas con su
magia. Le gustaba violar a las mujeres cuando no podían
defenderse.
Des asiente.
—¿Y? —sondea.
Vuelvo a concentrarme en el pergamino. El resto de las
piezas solo tardan unos segundos en encajar.
—Y todas menos dos confirmaron que estaban
embarazadas —le digo.
Siete mujeres violadas únicamente por Karnon, siete
mujeres que acabaron embarazadas.
Le sostengo la mirada.
—Entonces, ¿Karnon sí es el padre de los niños del ataúd?
Des se inclina hacia atrás en su asiento y extiende las
piernas. Mueve una de ellas, inquieto.
—Eso parece.
Me entran ganas de tirarme del pelo. Nada de esto tiene
sentido.
—Pero creía… —Creía que Des creía que Karnon no era el
padre.
Antes de que pueda formular ese pensamiento, alguien
llama a las puertas de la biblioteca.
Des hace un gesto con la mano y el pergamino vuelve a
los estantes. Otro movimiento de su mano y las puertas de
la biblioteca se abren.
Malaki entra por ellas, con un aspecto tan elegante como
de costumbre. Nos hace una reverencia a los dos, luego se
endereza y centra la atención en Des.
—Lamento interrumpir —dice a modo de saludo—, pero el
deber te llama.
Des se endereza en su asiento.
—¿Qué hay en la lista de pendientes?
—Problemas fronterizos con los que lidiar, dos hadas a las
que honrarás con brazaletes de guerra, un desayuno, ah, y
una invitación al Solsticio a la que debes responder.
Empiezo a levantarme. Necesito averiguar qué hacer con
mi tiempo libre ahora que estoy atrapada en el Otro Mundo.
—Espera —me dice Des.
Me giro para mirarlo.
—¿Te gustaría venir conmigo?
¿Después de lo que vi ayer en el salón del trono? Sacudo
la cabeza.
—Que te diviertas.
Salgo de la habitación, dejando que el Rey de la Noche y
su amigo más antiguo gobiernen el reino sin mí.
8
Casi me enclaustro en los aposentos de Des. Casi . Pero la
perspectiva de pasar horas y horas de aburrimiento me
impide ponerme demasiado cómoda en la habitación de
Des.
Así que me cambio y me pongo la ropa más rompedora
que puedo encontrar —pantalones de cuero, botas hasta la
rodilla y un top apto para las alas en el que me enredo
irremediablemente por culpa de los tirantes— y decido
explorar el palacio. Puede que mi armadura emocional no
esté en su sitio, pero, joder, un buen conjunto hace la mitad
del trabajo.
La parada de hoy: la biblioteca principal del Reino de la
Noche. Después de dar tumbos y pedir indicaciones, por fin
la encuentro. Al igual que el resto de Somnia, está hecha de
la misma piedra blanca tan característica, y el óxido ha
hecho que su techo verde azulado adquiera un tono cobrizo.
Subo por las grandes escaleras que llevan hasta ella, la
piedra pálida reluce a la luz de la luna. Las lámparas
colocadas a lo largo de las escaleras despiden una luz
cálida.
Y por dentro… Dios, por dentro. Los techos arqueados
están revestidos con azulejos pintados y hay arañas de
cobre colgando entre arco y arco. En esta habitación
cavernosa, dondequiera que miro hay algún objeto fae
precioso, desde un tapiz enorme que parece brillar con
diferentes tonalidades bajo la luz, hasta una escultura de
mármol de dos hadas con alas enzarzadas en una batalla.
Corrección: una escultura de mármol en movimiento . Las
estatuas rechinan cuando sus músculos de piedra se
mueven.
Me acerco a la escultura y la observo durante varios
segundos, y una de las estatuas gira la cabeza, frunciendo
el ceño.
—No les gusta que las miren.
Casi pego un bote al oír la voz. Un hombre se detiene a mi
lado, mirándome a mí en lugar de a la escultura.
—Si no les gusta que las miren, ¿por qué se exhiben? —
pregunto.