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Traducción de Estíbaliz Montero Iniesta Primera edición: mayo 2023 © 2017 A strange hymn by Laura Thalassa © de la traducción: Estíbaliz Montero Iniesta, 2023 © de la corrección: Patricia Rouco © diseño de cubierta: Dayna Watson © imágenes de cubierta: michelaubryphoto/Shutterstock © de la presente edición: Editorial Siren Books, S.L., 2023 info@sirenbooks.es https://sirenbooks.es/ ISBN: 978-84-126641-2-6 Depósito legal: M-XXXXX-2023 IBIC: FMR Impreso en España The moral rights of the author have been asserted. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447). Astrid, para ti, el universo «Todos somos como la luna brillante, seguimos conservando nuestra cara oscura» KAHLIL GIBRAN El poderoso Nyx llegó, el poderoso Nyx deseó, todo lo que pudo, todo lo oscuro. En la noche profunda, su reino erigió. Cuídate, gran rey, de aquello que creció. Fácil de conquistar, fácil de coronar, pero incluso al más fuerte, se lo puede destronar. En las sombras criado, en la noche educado, su hijo vendrá, y por la fuerza ascenderá. Y tú, el asesinado, tendrás que esperar para descubrir qué otras cosas puede un alma conseguir. Un cuerpo al que maldecir, un cuerpo al que culpar, un cuerpo que la tierra aún no va a reclamar. Cuidado con la mortal, bajo tu cielo está, destruye a la humana, que tu muerte presenciará. Dos veces te levantarás, dos veces te caerás, a menos que logres todo cambiar. Perezcas de día, perezcas al amanecer, el mundo entero ya te cree muerto. Así que oscurece tu corazón, mi rey de las sombras, y descubramos lo que la guerra nos tiene reservado. —La profecía de Galleghar Nyx 1 Alas. Tengo alas. Las plumas negras e iridiscentes centellean bajo la tenue luz de los aposentos reales de Des, ahora negras, ahora verdes, ahora azules. Alas. Me coloco frente a uno de los espejos dorados de Des, medio horrorizada, medio embelesada por lo que veo. Incluso plegadas, la parte superior de las alas asoma muy por encima de mi cabeza y las puntas me rozan la parte posterior de las pantorrillas desnudas. Por supuesto, las alas no son lo único diferente que hay en mí. Después de una escaramuza particularmente desagradable con Karnon, el rey loco de Fauna, ahora también tengo los antebrazos cubiertos de escamas y garras en las puntas de los dedos. Y esos son solo los cambios visibles. No hay nada — excepto tal vez la mirada herida en mis ojos— que refleje de forma física todas esas partes de mí que han sido alteradas de formas diferentes y más fundamentales. Me pasé la casi una década luchando contra la idea de que era una víctima. Joder, lo hice de puta madre —si se me permite decirlo—, hasta que llegué al Otro Mundo. Y luego pasó lo de Karnon. Un pequeño escalofrío me recorre incluso ahora, al recordarlo. La armadura que con tanta habilidad diseñé y llevé puesta quedó destrozada tras una semana de encarcelamiento, y no estoy del todo segura de cómo lidiar con ello. Para ser sincera, la verdad es que no quiero lidiar con ello. Pero, por muy mal parada que haya salido yo, el Amo de los Animales acabó peor. Des lo vaporizó hasta tal extremo que lo único que queda de él es una mancha de sangre en lo que antes era su salón del trono. Por lo que parece, no hay que tocarle ni un pelo a la pareja del Rey de la Noche. Pareja. Otra de las cosas que he conseguido hace poco: un alma gemela . Estoy ligada a Desmond Flynn, el Negociador, uno de los delincuentes más buscados de la Tierra y uno de los fae más poderosos del Otro Mundo. Pero incluso eso —tener una pareja— es más complicado de lo que parece. Sigo teniendo muchísimas preguntas sobre nuestro vínculo, como por qué yo no sabía que tenía un alma gemela hasta hace unas semanas. Otros seres sobrenaturales descubren este tipo de cosas en la adolescencia, cuando su magia despierta. ¿Por qué no me pasó a mí? También está el hecho de que la mayoría de almas gemelas pueden sentir el vínculo que las conecta con su pareja como si fuera algo físico. Me coloco una mano sobre el corazón. Nunca he sentido nada parecido. Lo único que tengo es la palabra de Des de que somos almas gemelas. Eso, y la dulce necesidad que siento y que lo desea a él y solo a él. Bajo la mano. Detrás de mi reflejo, las estrellas brillan al otro lado de las ventanas arqueadas de la habitación de Des en el Otro Mundo. Las lámparas colgantes no están encendidas, y la brillante luz capturada en los apliques colocados a lo largo de la pared se ha atenuado hace mucho rato. Estoy atrapada en el Reino de la Noche. Dudo que haya demasiados sobrenaturales que se quejaran en mi situación —la pareja de un rey, obligada a vivir en un palacio—, pero la simple y triste verdad es que una chica como yo, con unas alas gigantes sobresaliéndole de la espalda, no puede volver a la Tierra como si nada. Sería un desastre. Así que estoy atrapada aquí, lejos de mis amigos —bueno, vale, amiga , pero, para ser justos, Temper tiene el poder y la actitud de al menos dos personas—, en un lugar donde mi capacidad para usar glamour, es decir, seducir a otros con mi voz, es esencialmente inútil. He descubierto que las hadas son inmunes a él. Mi magia es demasiado incompatible con la suya. Para que quede claro, no es así en ambas direcciones. Ellos sí pueden usar sus poderes sobre mí; el brazalete que llevo en la muñeca es prueba suficiente de ello. Vuelvo a mirarme las alas, mis extrañas y sobrenaturales alas. —¿Sabes? Que las mires sin parar no hará que desaparezcan. Me sobresalto al oír la sedosa voz de Desmond. Está apoyado en la pared, en un rincón sombrío de su oscuro dormitorio, con una expresión irreverente, como de costumbre. Su pelo rubio platino le enmarca el rostro, e incluso ahora, cuando me siento tímida, expuesta y extrañamente avergonzada de mi propia piel, me duelen los dedos por las ganas que tengo de enredarlos en su suave melena y acercarlo a mí. Solo lleva puestos unos pantalones de tiro bajo, así que va exhibiendo su torso musculoso y su brazo lleno de tatuajes. Se me acelera el corazón ante las vistas. Nos miramos un instante. No hace ningún movimiento para acercarse, aunque juraría que es lo que quiere, lo veo en sus ojos plateados. —No quería despertarte —le digo en voz baja. —No me importa que me despierten —dice, con un brillo en la mirada. No se mueve de donde está. —¿Cuánto rato llevas ahí? —pregunto. Cruza los brazos sobre su torso desnudo, ocultándome sus pectorales. —Tengo una pregunta aún mejor: ¿cuánto rato llevas tú ahí? Qué típico de Des responder a una pregunta con otra. Vuelvo a girarme hacia el espejo. —No puedo dormir. De verdad que no puedo. No es por la cama, y mucho menos por el hombre que la calienta. Cada vez que intento ponerme de espaldas o boca abajo, no puedo evitar colocarme encima de un ala, y eso me despierta. También está el asuntillo de que en este sitio nunca sale el sol. El Reino de la Noche vive en una oscuridad perpetua mientras arrastra la noche por el cielo. Esta habitación nunca verá la luz del día, así que nunca sé exactamente cuándo despertarme. Des desaparece de donde está apoyado en la pared. Una décima de segundo después, aparece a mi espalda. Me roza la oreja con los labios. —Hay mejores maneras de pasar las largas tardes de insomnio —dice Des con suavidad mientras me acaricia un brazo con la mano. Mi sirena se agita ante sus palabras, mi piel adquiere un leve brillo. Me roza el cuello con los labios, e incluso esa ligerísima caricia provoca que se me acelere la respiración. Pero luego veo mi reflejo y veo las alas. El brillo abandona mi piel al instante.Des se da cuenta del momento en que mi interés disminuye y se aleja de mí como si nunca hubiera estado ahí. Y lo odio . Puedo sentir la distancia entre nosotros. No quiero que me dé espacio, quiero que me acerque, que profundice los besos, que me obligue a extinguir esta nueva inseguridad que siento. —Estas alas… —empiezo a explicar, pero luego me detengo. Des me rodea para mirarme a la cara. —¿Qué pasa con ellas? —pregunta a la vez que me bloquea el espejo. Levanto la barbilla. —Serían un estorbo. Enarca una ceja. —¿Para qué? Como si no fuera consciente del tema que estamos evitando. —Para jugar una partida de ajedrez —respondo con sarcasmo—. En… un momento de intimidad . Des me mira durante varios segundos y curva lentamente la boca en una sonrisa. Una sonrisa traviesa llena de picardía. Se acerca hasta que apenas hay distancia entre nuestros rostros. —Querubín, te aseguro que tus alas no serán un problema. —Su mirada desciende hasta mis labios—. ¿Pero a lo mejor te quedarías más tranquila con una demostración? Al escuchar su sugerencia, la piel se me ilumina, la sirena está lista para la acción en un santiamén. Cualesquiera que sean mis inseguridades, ella no las comparte. Echo un vistazo por encima del hombro, a mis alas, y mis preocupaciones regresan a mí con un rugido. —¿No te quitan las ganas? En el mismo momento en que las palabras abandonan mis labios, desearía poder atraparlas y hacerlas retroceder por mi garganta. Lo único que odio más que sentir que soy una víctima es dejar traslucir mis inseguridades. Normalmente, la armadura emocional que he construido las esconde —tanto que a veces olvido que siguen ahí—, pero después del calvario que pasé con Karnon, los pedazos de esa armadura yacen dispersos alrededor de mis pies, y aún no he tenido el tiempo ni la voluntad para volver a ensamblarlas. Me siento en carne viva y dolorosamente vulnerable. Des enarca una ceja. A su espalda, sus propias alas, en las que no había reparado hasta ahora, se despliegan. La piel plateada y coriácea que las recubre se tensa mientras se extienden a ambos lados, ocultando la mayor parte de la habitación. —¿Eres consciente de que casi todos los fae tienen alas? Claro que sí. Pero yo nunca he tenido. Alzo un antebrazo. Bajo la tenue luz de la habitación, las escamas doradas que recubren mi brazo desde la muñeca hasta el codo destellan como joyas. En las puntas de cada uno de mis dedos, mis uñas desprenden un brillo negro. En este momento no están afiladas —porque me las corto con mucha meticulosidad—, pero en cuanto mi sirena se cabree un poco, volverán a crecer hasta curvarse en las puntas. —¿Qué pasa con esto? —pregunto—. ¿Tienen esto la mayoría de los fae? Me atrapa la mano con la suya. —Sea como sea, no importa. Eres mía. —Des me besa la palma de la mano y, de alguna manera, se las arregla para que mis inseguridades parezcan pequeñas e insignificantes. No me suelta la mano, y yo me quedo mirando fijamente las escamas. —¿Desaparecerán en algún momento? —pregunto. Me agarra con más fuerza. —¿Quieres que desaparezcan? A estas alturas, ya debería reconocer ese tono. Debería detectar la nota de advertencia, su peligrosa cadencia. Pero no lo hago, consumida como estoy por mi propia autocompasión. Lo miro a los ojos. —Sí . Entiendo que estoy siendo una mala perdedora. En lugar de hacer limonada con los limones, estoy abriendo esos limones y estrujándolos sobre mis ojos. El corazón se me empieza a acelerar cuando toca con un dedo una de los cientos de cuentas que todavía rodean mi muñeca, cada una de las cuales es un pagaré por un favor que pedí hace mucho tiempo. Me sostiene la mirada. —¿Verdad o reto? La mirada de Des centellea mientras juega con una cuenta de mi muñeca, esperando mi respuesta. ¿Verdad o reto? Este es el jueguecito que le encanta poner en marcha cuando le pago mis deudas. Pero no me hace sentir en absoluto como cuando las chicas de diez años celebran fiestas de pijamas, sino más bien como si estuviera jugando a la ruleta rusa con un arma completamente cargada. Miro fijamente al Negociador, sus ojos plateados tan extraños y familiares a la vez. No respondo lo bastante rápido. Me da un ligero apretón en la muñeca. —Reto —responde por mí. La parte de mí que disfruta del sexo y la violencia tiembla de emoción, anhelando lo que sea que Des vaya a ofrecerme. El resto empieza a pensar que debería estar muerta de miedo. Este es el hombre al que en estas tierras conocen como el Rey del Caos. El hecho de que seamos pareja no significa que me lo vaya a poner más fácil. Sigue siendo el mismo hombre retorcido al que conocí hace ocho años. Des sonríe, y la estampa es casi siniestra. Un momento después, una pila de cuero cae al suelo, a mi lado. Bajo la mirada, sin entender a qué me ha retado. Por lo que sé, puede que acabe de meter la pata hasta el fondo. En realidad, estoy casi segura de que la he metido hasta el fondo. —Vístete —me dice Des mientras me suelta la muñeca—. Es hora de empezar con tu entrenamiento. 2 ¿Que cómo de difícil es luchar contra un rey guerrero sin usar glamour? La hostia de difícil. El muy cabrón me ha retado a entrenar con él. Y si suena algo vago, eso es porque quería que sonara exactamente así. No sé qué estoy haciendo, por qué lo estoy haciendo o durante cuánto tiempo voy a tener que hacerlo. Lo único que sé es que, hace unas horas, Des me entregó unas prendas de cuero y una espada, y desde entonces, ha estado haciéndome cortes en la ropa y arrebatándome la espada de la mano de forma sistemática. Sobre nosotros, unos pequeños orbes —guirnaldas de luz — centellean en los árboles que se arquean sobre el patio real, que está haciendo la doble función de campo de entrenamiento. Se ciernen sobre el borboteo de la fuente e iluminan los setos que nos rodean. Por encima de ellos, las estrellas brillan como diamantes, más brillantes e intensas que cualesquiera que haya visto en la Tierra. —Levanta el codo —dice Des por millonésima vez, llamándome la atención de nuevo. Esta es solo una de sus muchas instrucciones… «El ataque debe empezar desde tu hombro. El brazo solo sigue el movimiento». «Mantén estable tu centro de gravedad. Solo un golpe mortal debería hacerte perder el equilibrio». «Pies rápidos, Callie. Lo que no tienes en constitución debes ganarlo en velocidad». «Tus alas son un activo, no un pasivo. No dejes que te ralenticen». Des viene hacia mí de nuevo, y si no me intimidara ya su experiencia, el brillo depredador de su mirada lo conseguiría. Esa mirada solo le queda bien cuando está a punto de llevarme a la cama. De lo contrario, es sencillamente aterradora. Bloqueo débilmente uno de sus ataques y retrocedo tambaleándome. El Negociador me sigue con una ligera sonrisa en los labios, como si esto fuera de lo más agradable. Puf, el entrenamiento es una mierda pinchada en un palo. Una mierda enorme. —¿Por qué… por qué estamos haciendo esto? —jadeo. —Sabes por qué. —Rota la muñeca, balanceando su espada. Mientras tanto, yo sigo jadeando como un perro. —Eso no es una respuesta. —Tu única arma, tu glamour, no funciona aquí, en el Otro Mundo —dice mientras continúa avanzando—. Ninguna pareja mía estará indefensa. Por fin consigo una respuesta, y maldita sea, es una buena respuesta. Yo tampoco quiero estar indefensa. Pero ojalá el entrenamiento no fuera tan contundente, tanto para mi cuerpo como para mi ego. —¿Cuánto tiempo… durará este… pago? —pregunto entre jadeos mientras me alejo de él. Parece que han pasado varios días desde que hemos empezado. —Me dijiste que querías ser la pesadilla de alguien —dice Des—. Dejaré de entrenarte cuando sientas que lo eres. «Vuelve a enseñarme cómo ser la pesadilla de alguien». Recuerdo las palabras que pronuncié hace tan solo unos días. No imaginé que llevarían a esto. Y luego asimilo el resto de lo que está diciendo. —Espera. —Dejo de retroceder—. ¿Me estás diciendoque este pago no terminará hoy, cuando paremos? Des se precipita hacia mí y su espada se estrella contra la mía con la fuerza de un yunque. Por centésima vez, mi espada repiquetea contra el suelo. Una vez más, he sido derrotada. El filo de la hoja del Negociador encuentra mi garganta un momento después. Nos miramos el uno al otro por encima de él. —No, querubín —dice—. Hoy es solo el primer día. Me cago en todo. —Odio entrenar. —La piel de mi cuello roza el filo de la espada de Des mientras hablo. —Si fuera divertido, más gente lo haría —responde. Enarco las cejas. —El celibato tampoco es demasiado divertido, pero tal vez te siente bien —le digo. Su expresión se ilumina de pura emoción. Solo esta hada loca encontraría emocionante esa amenaza. —¿Es eso…? Detrás de mí, alguien se aclara la garganta. —¿Es un mal momento para presentarme? Me sobresalto al oír esa nueva voz y solo los movimientos rápidos de Des impiden que me corte el cuello con su arma. Deja caer su espada y separa su mirada de la mía de mala gana. Me giro y reparo en el contorno de un hombre a pocos metros de nosotros, cuyo cuerpo está casi oculto en las sombras. A mi lado, el Negociador desliza la espada en su vaina. —Como siempre, llegas en el momento adecuado, Malaki. El hada sale de las sombras. Lo primero en lo que me fijo es en la asombrosa constitución del hombre. Él y Des tienen casi la misma altura, e igual que Des, parece estar hecho exclusivamente de músculos. En serio, ¿qué les dan de comer a estos tíos? Se suponía que las hadas eran ágiles. Lo segundo en lo que me fijo es en el parche que cubre su ojo izquierdo. No es algo que se vea en la Tierra. Por los extremos del parche asoma una cicatriz delgada y profunda que divide su ceja en dos y que le llega hasta la mejilla. Su piel es de un tono aceituna intenso, aún más llamativo en contraste con su cabello castaño oscuro. —Me ha parecido que podría estar interrumpiendo algo, al menos, hasta que la dama ha mencionado el celibato. —El hombre, Malaki, se ríe mientras se acerca, cosa que hace que Des tuerza la boca en una mueca de diversión—. Por fin alguien pone de rodillas al poderoso rey. Malaki desplaza la mirada de Des hacia mí, y veo que sus pasos vacilan cuando me recorre con los ojos. —No es de extrañar que la hayas escondido —dice, deteniéndose frente a nosotros. Paseo la mirada entre ambos hombres, no estoy segura de si debería ofenderme o no. De repente, soy dolorosamente consciente de mis alas. La ropa de entrenamiento de cuero completamente sudada que llevo tampoco ayuda. —No me ha estado escondiendo —le digo. Aunque me sienta cohibida, no he llegado tan lejos para permitir que alguien me haga sentir mal conmigo misma. Pero por la forma en que Malaki continúa mirándome, no como si fuera un monstruo, sino como si fuera una fascinante pintura al óleo, me doy cuenta de que a lo mejor he dejado que mis propias inseguridades me superen. Puede que un hombre con un parche en el ojo no degradara la apariencia de otra persona a la primera oportunidad. Es posible que sus palabras pretendieran ser un cumplido. Resulta chocante. —Callie —dice el Negociador—, este es Malaki, Señor de los Sueños, mi amigo más antiguo. ¿Amigo? Miro a Des, cuya expresión es una máscara. ¿Cómo es que no había caído en la cuenta de que Des tenía amigos? Todo el mundo tiene amigos. Es solo que nunca he oído hablar de los suyos. No es la primera vez que siento que el hombre que está a mi lado es un espejismo. Todo este tiempo, he estado muy segura de estar viéndolo claramente, pero cuanto más me acerco, menos evidente me parece. —Malaki —continúa Des, cuya mirada se demora sobre mí durante un segundo extra, como si pudiera oír exactamente lo que estoy pensando—, ella es Callypso, mi pareja. Tengo la clara impresión de que Malaki quiere abrazarme, pero en vez de eso, toma mi mano. —Llevo siglos esperando para conocerte —dice, haciendo una reverencia lo bastante profunda como para apoyar la frente en el dorso de mi mano. Sus palabras traspasan la maraña que forman mis pensamientos. Cuando se endereza, le lanzo una mirada inquisitiva. —¿Siglos? Él mira al Negociador. —¿No se lo has dicho? —Malaki —interrumpe Des—, ¿qué es tan apremiante para que hayas tenido que interrumpir nuestro entrenamiento? —¿Qué es lo que no me ha dicho? —le pregunto a Malaki. Malaki le dedica a Des una sonrisa lobuna. —Uy, esto va a ser divertido, lo presiento. —El hada empieza a retroceder—. Desmond, tienes asuntos urgentes que atender en el salón del trono. El Rey de la Noche asiente y vuelve a centrar su atención en mí. —Estaré allí en cinco minutos —dice, sin dejar de sostenerme la mirada—. Que lleven una silla para Callypso. Se unirá a nosotros. ¿Unirme a Des? ¿En su salón del trono? ¿Frente a otras hadas? Y una mierda. Levanto las manos en señal de protesta. —Eh, eh, eh… —Siento que la magia se asienta sobre mí por segunda vez en el día, y sé, sin necesidad de comprobarlo, que el Negociador ha hecho desaparecer otra cuenta. —Ya vale de esconderse. 3 Nerviosa, hago crujir los nudillos mientras el Negociador me conduce por los pasillos de su palacio, con la mano apoyada en la parte baja de mi espalda. Sobre nosotros se arquean los techos, cubiertos de azulejos pintados, y una explosión de luz brilla en los apliques alineados en las paredes. El sencillo aro de bronce que usa Des como corona adorna su cabeza en estos momentos, y sus brazaletes de guerra quedan a la vista en la parte superior de su brazo, las tres bandas, símbolos de su valor en la guerra. Al igual que yo, lleva la ropa de entrenamiento, e intento no fijarme demasiado en lo bien que le sienta. En vez de eso, echo una mirada por encima del hombro a las alas de Des. No las ha escondido en todo el día. De hecho, desde que me encontró en el salón del trono de Karnon, han estado presentes de forma casi constante. Hace más de una semana, Temper me contó que a las hadas macho les gusta enseñar sus alas cuando están cerca de sus parejas. Me pilla mirándolas y un brillo aparece en sus ojos. Esa única mirada desencadena todo tipo de respuestas inapropiadas, y tengo que recordarme a mí misma que hoy ha obligado a mi cobarde corazón a afrontar no uno, sino dos desafíos desagradables: el entrenamiento y ahora esto. Delante de nosotros, Malaki y un equipo de ayudantes reales y guardias vestidos de negro se encuentran frente a una puerta inocua, a todas luces, esperándonos. —¿Cuál es la situación? —pregunta Des cuando alcanzamos al grupo. —El último de los líderes de Fauna ha enviado un mensajero —dice uno de los ayudantes—. Se niega a entregar el mensaje a cualquiera que no seáis vos. La simple mención del fae del Reino de la Fauna hace que se me hiele la sangre. Sé que es injusto juzgar a todo un conjunto de fae basándome en las acciones de su retorcido líder, pero la verdad es que no sufrí solo a manos de Karnon. Todos los fae de Fauna que me llevaron a rastras hasta su rey y me retiraron de su presencia, todos los que pasaron por delante de mi celda y no se detuvieron para ayudar, todos los que ayudaron a aquel chalado, todos tienen la culpa. —Muy bien —dice el Negociador a mi lado, su voz tan sedosa como siempre—. Recibiremos al mensajero. Empiezo a retroceder, porque de verdad que no estoy lista para enfrentarme a un fae de Fauna en este momento, pero la mano firme de Des en mi espalda me retiene en mi sitio. Una de las hadas cruza la puerta y lo oigo anunciar a Des, y luego, para mi creciente horror, también escucho que anuncia mi nombre. No estoy segura de que sea la intención de Des, pero sus alas se mueven y se curvan a mi alrededor durante varios segundos antes de recuperar su posición erguida. Me siento más que un poco mareada cuando entramos en el salón del trono. Si mis emociones no me tuvieran tan distraída, podría sentirme asombrada por la habitación en sí misma. El techo que searquea sobre nosotros está hechizado para parecerse al cielo nocturno. La estancia está iluminada por dos grandes lámparas de araña y varios apliques de pared, pequeños estallidos de luz brillan en cada uno de ellos. Las paredes de piedra pálida están intrincadamente talladas, y unos pequeños azulejos coloridos cubren la mayor parte, lo que provoca que el salón parezca un mosaico enorme. En estos momentos la sala del trono de Desmond está a rebosar de decenas y decenas de hadas alineadas junto a las paredes o que miran hacia abajo desde un balcón en el nivel superior. En cuanto nos ven, empiezan a aplaudir, y ese ruido solo me pone más nerviosa. Mis alas se despliegan un poco por culpa de mis nervios, y tengo que respirar hondo para calmarme. El trono de Des está hecho de bronce martillado y recubierto con cojines de terciopelo azul intenso. Junto a él, alguien ha colocado un asiento más pequeño hecho de los mismos materiales. Con un sobresalto, me doy cuenta de que es para mí. Me siento de forma mecánica y mis alas se arquean sobre la parte posterior. Esta estancia es muy diferente del salón del trono del Rey de la Fauna y, sin embargo, contemplar esta larga extensión todavía despierta recuerdos no deseados. Por no mencionar que hay muchísimo público. Los aplausos solo cesan una vez que Des y yo nos hemos instalado. En el silencio que sigue, una de las hadas presentes avanza unos pasos para situarse frente al trono y hace una profunda reverencia. —Mi rey, ha venido a veros un mensajero de Fauna. —En esencia, el hada está repitiendo lo que ya nos han dicho. —Traedlo —dice Des, elevando la voz. Miro a mi pareja de reojo. Cuando estaba en el instituto, solía imaginar todas las vidas que debía de vivir cuando no andaba cerca, pero nunca imaginé algo como esto. Incluso después de saber que era un rey, era demasiado difícil imaginar al astuto Negociador como un monarca benevolente. Pero en este momento, el título le queda como anillo al dedo. Me recorre una extraña combinación de asombro y miedo. Es impresionante que, por primera vez en ocho largos años, Des me esté dejando entrar en su mundo. Me está mostrando cosas sobre sí mismo que en el pasado le rogué que compartiera. Pero el asombro llega acompañado de temor. Lo único verdaderamente concreto que sé sobre mi pareja es que es un hombre hecho de secretos. Y puede que, por primera vez, sienta cierta inquietud acerca de cuáles son esos secretos. En el otro extremo de la estancia, las puertas dobles arqueadas se abren, alejando mi atención de Des, y un hombre con cola y melena de león es escoltado al interior. El mero hecho de ver a un fae de Fauna hace que apriete con fuerza los reposabrazos. Uno de mis carceleros tenía un aspecto similar, y me arrastra de vuelta a esa cavernosa prisión y a todos sus horrores. Siento que una mano cálida toma la mía. Cuando miro al Negociador, está mirando a nuestro invitado, con expresión intransigente, incluso mientras me da un apretón en la mano. No me gustaría estar en el extremo receptor de esa mirada. Me relajo lo más mínimo. Pase lo que pase aquí, Des no dejará que ese miembro de Fauna me toque. Siento la ferocidad de la devoción del Negociador incluso desde el otro lado del espacio que nos separa. El hada de Fauna que avanza por el pasillo lleva una gran bolsa de cuero. No parece intimidado por Des. En todo caso, parece que es todo agresividad contenida, su cola se balancea de un lado a otro, agitada. —El Reino de la Fauna tiene un mensaje para el Rey de la Noche —anuncia. Incluso su voz es agresiva. Creía que esto me asustaría. Todo lo que rodea a este momento ha inundado de miedo mi corazón. Pero ver a este Fauna caminar hacia Des, hacia mí , lleno de ira en lugar de arrepentimiento… Mis uñas empiezan a curvarse para convertirse en garras. Siento que mi sed de sangre despierta, la sirena susurra todo tipo de pensamientos oscuros en el fondo de mi mente. Recuerda lo que nos hicieron los de su especie. Lo que hicieron a esas mujeres. Se merece morir. Un tajo rápido en la garganta sería suficiente… Empujo esos pensamientos muy, muy lejos. El fae de Fauna llega al final del pasillo, a varios metros de la tarima en la que estamos sentados Des y yo. Con tranquilidad, arroja la bolsa que carga al suelo, frente a él. Aterriza con un golpe sordo y húmedo, y cuatro cabezas ensangrentadas salen rodando de ella. Casi me caigo de mi asiento. —¡Hostia puta! —Mis alas se despliegan por accidente, derribando a un soldado que estaba demasiado cerca. En serio, ¿qué coño le pasa a este mundo? A mi alrededor, los súbditos de Des jadean, sin despegar la mirada de todas esas cabezas decapitadas. Y los muertos… los muertos parecen estar gritando, con los ojos como platos y la boca muy abierta. Los jadeos se convierten en gritos de venganza, y los soldados echan mano de sus armas. Soy muy consciente de que nuestra audiencia está a un minuto de terminar con este súbdito de Fauna. El único que no reacciona es Des, y eso debería preocuparme profundamente. Parece casi aburrido mientras contempla las cabezas cortadas. Levanta la mano y el silencio cae sobre la habitación. Se recuesta en su trono mientras mira desde arriba al fae de Fauna, que le devuelve una mirada desafiante. —¿Quiénes son? —pregunta, y su voz resuena en toda la habitación. —Los últimos diplomáticos del Reino de la Noche que quedaban en nuestro territorio —responde el mensajero de la cola de león—. Nuestra gente exige justicia por el asesinato de nuestro rey, la destrucción de nuestro palacio y la muerte de todos los fae de Fauna atrapados dentro del castillo cuando lo destruiste. El Negociador sonríe al oír eso. Joder, si yo fuera ese mensajero, me habría meado encima. —Si rehúsas, los fae de Fauna que quedamos no descansaremos hasta habernos hecho cargo de todos los fae de Noche que queden en nuestro reino —dice el mensajero. La multitud sisea, disgustada, y algo ondula por la habitación, algo más oscuro y más insidioso que la noche. —¿Qué tipo de justicia exiges? —pregunta Des, inclinándose hacia delante y apoyando la barbilla en el puño. —Exigimos que el Reino de la Noche pague la construcción de un nuevo palacio y que el actual rey abdique de su trono. Bueno, hace falta tener cojones para entrar en este sitio y exigirle a la cara al Rey de la Noche que renuncie a su título. Tiene que saber que no nos tomaremos en serio sus exigencias, ¿no? Des se levanta, y hay tal silencio en la habitación que se oiría caer un alfiler. Baja las escaleras y sus pesadas botas resuenan por todo el pasillo. ¿He pensado hace un momento que se lo veía regio? Estaba muy equivocada. Con su pelo blanco apartado de la cara, su ropa negra de batalla pegada a sus músculos definidos y sus alas acabadas en garras cuidadosamente plegadas a la espalda, parece un príncipe oscuro del infierno. El amenazador sonido de sus pisadas solo se extingue una vez que se detiene justo en mitad de la carnicería. Da un golpecito con el pie a una de las cabezas ensangrentadas. Durante varios segundos, mientras la audiencia contiene el aliento y espera, lo único que se oye es el sonido resbaladizo de la carne muerta mientras la cabeza cortada rueda bajo la bota del Negociador. —Es una oferta sorprendente —dice Des por fin, todavía mirando los restos de sus diplomáticos. El mensajero parece resuelto, solo que ahora su cola ha dejado de moverse de un lado a otro. No puedo imaginar lo que debe de estar pasando por su cabeza. —Pero voy a tener que rechazarla. —La voz de Des es como un trago de Johnny Walker después de un largo día: tan suave que apenas sientes cómo arde. El fae de Fauna tensa la mandíbula. —Entonces espera… —No. —Des emana oleadas de poder. Al instante, el mensajero está de rodillas—. Vienes aquí y dejas las cabezas decapitadas de mis diplomáticos a mis pies —dice Des. El pelo se le ondula un poco con la fuerza de sus palabras—.Luego, exiges justicia para un rey loco que secuestraba, torturaba y encarcelaba soldados, un hombre que secuestró, torturó y encarceló a mi pareja. De repente, todos los ojos están puestos en mí. Me arde la piel por culpa de toda la atención. —Por último —continúa Des mirando al hada—, amenazas con matar a mi gente si no satisfago tus exigencias. El mensajero intenta hablar, pero la magia de Des mantiene sus labios sellados. El Negociador empieza a dar vueltas alrededor del fae de Fauna. —¿Conoces siquiera a mis súbditos? Gobierno sobre monstruos que aparecen en tus pesadillas más salvajes, criaturas hechas de los miedos más profundos de las hadas. Y tengo su respeto. —Des se detiene detrás del hombre y se inclina para susurrarle al oído—. ¿Sabes cómo me he ganado su respeto? El mensajero mira al Negociador por encima del hombro, con los labios aún sellados. El corazón me empieza a latir cada vez más y más rápido. Algo malo está a punto de suceder. —Dejo que se deleiten con mis enemigos. El mensajero parece inquieto, pero no entra en pánico. Des se endereza. —Traed al bog. Su orden es recibida con susurros temerosos. Las hadas de la audiencia se mueven con nerviosismo. Un minuto después, se abre una puerta lateral del salón del trono. Al principio, no pasa nada. Luego, una sombra cruza la puerta y se desliza por la pared. Las hadas más cercanas gritan y se dispersan. Parece expandirse, crece cada vez más hasta convertirse en una forma enorme y con cuernos. Que el cielo me asista, solo por la forma, parece el primo mutante de Karnon. Sigo esperando ver al monstruo que la acompaña cuando me doy cuenta de que esto es todo. Es una sombra, nada más. Solo que, cuanto más tiempo la miro, más terrible parece. Puede que no tenga ningún tipo de presencia física, pero me aterra a un nivel profundo y primordial. Se desliza por la pared, perdiendo la forma a medida que se concentra en el suelo. Las hadas más cercanas están prácticamente pisoteándose las unas a las otras para alejarse de él, pero no les presta atención, sino que se arrastra hacia el mensajero. El fae de Fauna intenta ponerse de pie a medida que el bog se acerca, pero cualquier retención mágica que Desmond le haya aplicado sigue manteniéndolo inmóvil. El mensajero está empezando a mostrar las primeras señales de pánico. Supongo que, sea lo que sea este bog, su reputación lo precede. Des se aleja del hada. —Espera, espera… —dice el mensajero cuando la criatura se acerca a él—. No te vayas. Eso hace que los labios de Des esbocen una diminuta sonrisa, aunque su mirada expresa mayor dureza que nunca. Un Des cruel. Un Des oscuro. Estoy echando un esquivo vistazo a la bestia que hay tras el hombre. El fae de Fauna sigue intentando moverse, pero es como si sus piernas estuvieran pegadas al suelo. —Haré un trato —dice, con la vista clavada en la sombría criatura que se dirige hacia él. Haré un trato. Los hombros de Des se tensan ante la tentación, pero ignora al hada. La criatura está a solo unos metros de distancia. —¡Por favor, haré lo que sea ! Para un hada que ha tenido suficiente coraje para amenazar a un rey fae en su propia corte, no tarda nada en desmoronarse. No sé qué esperaba que sucediera. Des no se doblega a la voluntad de otras personas. Él es la fuerza que las retuerce y las aplasta. Lo he visto suceder una y otra vez con sus clientes. El Negociador se dirige a su trono, con una expresión dura como el acero. Sus ojos se encuentran con los míos y vacilan mientras me examinan. Puede que eso sea lo más cerca que vaya a estar del arrepentimiento en este momento. Y, a continuación, esa mirada desaparece y vuelve a estar hecho de piedra. Hay oscuridad en este hombre, y todavía no he sondeado la parte más honda. La sombra recorre la distancia que la separa del hada de Fauna y le cubre los pies. Los tobillos del mensajero empiezan a desaparecer, luego sus pantorrillas. Es entonces cuando empiezan los gritos. Des sube los escalones de vuelta hasta su trono y toma asiento a mi lado mientras el bog continúa tragándose al hada. Clavo las uñas en mi asiento mientras escucho los gritos del hombre. Tengo muchas razones para disfrutar de la justicia de este momento, pero ahora que el fae de Fauna parece menos un villano y más una víctima, descubro que no puedo hacerlo. No quiero quedarme aquí sentada y presenciar esto. Es demasiado inhumano, demasiado fae, demasiado retorcido. De repente, me parece demasiado. Me levanto y, entre gritos y miradas, salgo de la estancia. Nadie me detiene. 4 Estoy en el balcón que conecta con los aposentos reales de Des, el cielo nocturno brilla sobre mí. Después de salir del salón del trono, he deambulado un poco por los terrenos de palacio antes de volver aquí. Muy por debajo de mí, distingo a las hadas que entran y cruzan los terrenos de palacio. Más allá, se encuentra la ciudad de Somnia. No sé cuánto tiempo llevo inclinada sobre la barandilla, observando este mundo terriblemente extraño. El tiempo suficiente para cuestionarme casi todas las decisiones vitales que me han traído hasta aquí. —Dime, querubín, ¿te asusto? Lo miro por encima del hombro. Des está en el umbral del balcón, con un brillo en su mirada depredadora. Me mira como si yo fuera la peligrosa. No respondo de inmediato, sino que elijo quedarme mirándolo. Sale al balcón vestido todavía con la ropa de entrenamiento de antes, al igual que yo. Parece medio salvaje, la luz de la luna talla formas siniestras en su rostro. Parece que quiera devorarme el alma. ¿Me asusta? —Sí —respondo con suavidad. A pesar de mis palabras, se acerca. Y me alegro de que lo haga. Que me asuste no me ha impedido desearlo. Nuestra relación empezó con un derramamiento de sangre y se ha solidificado mediante el engaño. Soy una criatura oscura que ansía sexo y destrucción, y él es el rey de todo ello. Cuando se acerca lo suficiente, me coloca una mano en la nuca y tira de mí hacia él, no para besarme, sino simplemente para que apoye mi frente contra la suya. —Dime la verdad —me pide—, ¿esto cambia las cosas para ti? Siento que su magia me rodea la tráquea con delicadeza. Su pregunta es vaga, algo poco habitual en él. Sin embargo, entiendo lo que me está preguntando. —No —digo, con la voz ronca. Tal vez debería cambiarlas. Me siento como si acabara de entregar un pedacito de mi alma. Pero Des lleva recolectando pedazos de mi alma desde la noche en que le quité la vida a mi padre. En lo que a mí respecta, se los puede quedar; sé que los cuidará bien. La postura de Des no cambia, pero juro que siento cómo se relaja. Huele a sudor y al dulzor de la noche. Mi terrible rey. Mi misteriosa pareja. Me acaricia la mejilla con el pulgar y, durante varios segundos, ninguno de los dos habla. Es cruel. Es oscuro. Mi Des. —¿Qué era esa cosa? —pregunto por fin. —¿El bog? Asiento contra él. Se endereza y se aleja, pero no me suelta. —Es una pesadilla dotada de sentidos. Se come vivas a las hadas y las somete a sus peores miedos mientras las digiere. Siento un escalofrío ante la mera idea. —Eso es horrible. Ahora le toca a él asentir, con expresión sombría. —Lo es. Y, sin embargo, eso no le ha impedido desatarlo sobre uno de sus enemigos. Ni siquiera ahora parece arrepentido. Es un hada. ¿Dónde creías que te estabas metiendo cuando decidiste estar con él? Me paso los dedos por el pelo, agotada emocional y físicamente. La ropa de entrenamiento de cuero, que he llevado puesta todo el día, está pegajosa y me irrita zonas que realmente no deberían estarlo. —Quiero irme a casa —le digo. Estoy harta de mis alas y de esta noche perpetua. Me he cansado de estar rodeada de monstruos y sentirme impotente contra ellos. Sobre todo, estoy cansada de vivir en un mundo en el que no hay Netflix. La mirada de Des se suaviza. —Lo sé. —No te has ofrecido a llevarme a casa. —Suena más acusador de lo que pretendía. —No lo has pedido —respondecon tanta fluidez como siempre. —Si te pidiera que me llevaras a casa, ¿lo harías? El Negociador tensa la mandíbula y, por un segundo, veo algo extraño en sus ojos. Algo depredador y muy propio de los fae. A continuación, desaparece. Asiente. —Lo haría. Nos quedamos en silencio, y sé que está esperando que le pida exactamente eso, que me lleve a casa. Ojalá querer algo lo hiciera real. Pero no puedo irme, no tal como estoy. Si Des me llevara de regreso a la Tierra, seguiría siendo una humana con alas, escamas y garras. —¿Qué hacemos ahora? —pregunto, sin esperanza. La boca de Des se curva en una sonrisa. —Parece que se te ha olvidado que todavía me debes una cantidad ingente de favores… Está eso. —Y que eres mi pareja. Eso también. Me coge la mano y me lleva de vuelta a sus aposentos. —Pero, en cuanto a qué vamos a hacer ahora mismo, te diría que empecemos por darte un baño. Se me escapa mi primera sonrisa de esta tarde. —Mira quién habla. Juro que el sudor de los hombres apesta por lo menos el doble que el de las mujeres. Estoy bastante segura de que es un hecho científico. Des me suelta la mano. —¿Eso es una invitación? —pregunta, enarcando una ceja. —Eres el Señor de los Secretos, creo que puedes averiguarlo por ti mismo —le digo. Un brillo pícaro ilumina su mirada. Mientras me mira como si fuera el macaroon más delicioso que jamás haya visto, me llevo la mano a la espalda y toqueteo inútilmente la ropa de cuero. Durante lo que parece una eternidad, intento deshacer los lazos que cruzan mi espalda mientras sostengo el corpiño de cuero en su sitio, pero no consigo alcanzarlos. Las cálidas manos de Des apartan las mías, me da la vuelta y deshace las lazadas. Siento cada roce de sus dedos como si fuera un beso. De repente, el corazón se me desboca otra vez y el humor del momento es reemplazado por algo que calienta tanto como las brasas de un fuego. Mi corpiño se afloja y cae al suelo frente a mí. El aire acaricia mi torso expuesto. Des hace que me gire y coloca la mano sobre mi corazón acelerado, como si estuviera intentando capturar mis latidos. Su mirada atrapa la mía. —Querubín, tenemos muchas cosas pendientes. Siento sus palabras en el estómago. Amor, romance… Todo ello se parece a la madriguera de conejo, y soy Alicia, a punto de caer por ella. Desliza la mano hacia mi muñeca y me tenso cuando sus dedos hacen rodar mi brazalete. ¿Qué me pedirá ahora? ¿Más entrenamiento? ¿Alguna postura sexual extraña? No voy a mentir, estoy bastante segura de que echaría una mano con esto último. … y me refiero a echar una mano . —Cuéntame algo sobre tu pasado, algo que no sepa. Por supuesto, cuando estoy realmente ansiosa por participar en uno de los desafíos de Des, me deja boquiabierta al hacerme una pregunta sencilla. Un segundo después me doy cuenta de que la magia del Negociador no se cierra sobre mí como suele hacer. No me ha quitado una cuenta. Solo quiere saber algo más sobre mí… mientras estoy en toples en su habitación. —Mmm, ¿qué quieres saber? —Levanto las manos para ocultarle mis pechos. En el futuro, aspiro a mantener conversaciones en toples con Des sin sentir vergüenza… pero hoy no es ese día. —¿Cómo os conocisteis tú y Temper? —pregunta. ¿Eso es lo que quiere saber? ¿En este preciso instante? Me lee como un libro abierto. —¿Crees que me preocupa perder la oportunidad de hacerte el amor? —Esas palabras impactan directamente contra mi centro. Su mirada baja hasta donde mis manos cubren mis pechos y baja la voz—. En absoluto. Entorno los ojos ante su arrogancia. Avanza e invade mi espacio, y lo único que consigo hacer es no retroceder. Des es abrumador, sigue siendo una fuerza a tener en cuenta. —La noche que te dejé sabía quién eras, Callie, y estoy descubriendo quién eres ahora, pero quiero saber todo lo que pasó durante esos siete años en los que te perdí. Esas palabras hacen que contenga el aliento mientras lo miro. Somos amantes y viejos amigos y desconocidos, todo a la vez. Tiene toda la razón del mundo, tenemos muchas cosas pendientes. Cosas imposibles de compensar con cualquier cantidad de intimidad física. Y eso es lo que quiere de mí. —Conocí a Temper durante el último curso de la Academia Peel —le cuento mientras mi mente retrocede al último año que pasé en aquel internado sobrenatural. Fue una época difícil. Había perdido a Des hacía solo unos meses, y me encontré sin amigos ni familia. Lo único que tenía en abundancia era sufrimiento—. Era el primer día del curso, y nadie se sentó a mi lado en mi clase de Moralidad de la magia, hasta que ella ocupó el asiento. Y empezó a hablar conmigo. —Me habló como si ya fuéramos amigas y, sencillamente, yo no hubiera recibido la notificación todavía —. Fue la primera vez tras tu marcha que otra estudiante intentó ser mi amiga. Ante Des no duele tanto admitir que una vez fui una paria social. Ya lo sabe. En cuanto a mi amistad con Temper, solo más tarde descubrí lo difícil que le había resultado ocupar ese asiento a mi lado y ponerse en esa situación. Sabía lo suficiente sobre mí para saber que no tenía amigos, cosa que ambas teníamos en común. Tardé semanas en descubrir que la gente evitaba a Temper incluso más que a mí, en gran parte debido a la clase de ser sobrenatural que era. Por supuesto, teniendo en cuenta mi propio pasado turbulento, la infamia de Temper solo hizo que me cayera mejor. —Desde entonces —le digo—, hemos sido inseparables. Hablar de Temper solo provoca que la eche aún más de menos. Los últimos siete años pueden haber sido un abismo en lo que se refiere a mi vida amorosa, pero no en todo lo demás, y eso ha sido en gran medida gracias a Temper. En estos momentos tiene que estar volviéndose loca, preguntándose dónde estoy. Aparto mis preocupaciones a un lado. —¿Cómo conociste a Malaki? —le pregunto, cambiando de tema para que nos centremos en él. Ni siquiera estoy segura de que Des vaya a responder. Nunca responde a estas cosas. Me mira, y está tan cerca que siento el calor de su cuerpo. —¿Me desabrochas la ropa? —pregunta, en lugar de responder. Me desinflo al oír su respuesta. No debería sentirme decepcionada. Des ya me ha mostrado mucho más de sí mismo de lo que nunca pensé que vería. Aprieto los labios y asiento. Se da la vuelta, con sus alas de aspecto retorcido todavía desplegadas. Mis manos encuentran las correas que aseguran la armadura de cuero a su espalda. Empiezo a desabrocharlas, una por una. —Conocí a Malaki cuando era adolescente —empieza, vacilante. Detengo los dedos durante un segundo. —En aquel entonces había… perdido el rumbo —continúa —. Estaba en Barbos, la ciudad de los ladrones, sin un centavo a mi nombre. Inclino la cabeza y dejo escapar una pequeña sonrisa antes de seguir desabrochándole la armadura. —Fue entonces cuando me uní a los Ángeles de la pequeña muerte —dice. —La pandilla —le digo, recordando la explicación que me dio sobre los tatuajes de su brazo. —Hermandad —corrige por encima del hombro. Respira hondo—. Malaki también era miembro. Era varios años mayor que yo, pero, aun así, era el hada que más se acercaba a mi edad. Percibo que sacar a relucir estos recuerdos es difícil para él. Su mente es una trampa de acero. Las cosas entran, pero no salen. —Vivir tan al límite como lo hacíamos —continúa— provocó que estrecháramos lazos. Me ha salvado la vida en el pasado, y yo a él. Desabrocho la última correa de la espalda de Des y el cuero resbala por su cuerpo. Se queda desnudo de cintura para arriba, igual que yo. Supongo que esta es nuestra extraña versión de enseñar y compartir: enseña algo de piel, comparte un secreto. Se da la vuelta para mirarme, con el pecho desnudo. —Es mi hermano en todos los sentidos, excepto de sangre. Le sostengo la mirada. Es raro ver a Des tan al descubierto. Al igual que yo, ha pasado años construyendo una armadura a su alrededor… y ahora se la está quitando. Ya no es el rey aterrador,ni el escurridizo Negociador. En este momento, solo es mi Des. —¿Cuánto tiempo hace que lo conoces? —pregunto. Hace una pausa. —El tiempo suficiente —dice por fin. Sé lo bastante sobre las hadas para saber que el tiempo suficiente puede referirse con la misma facilidad a siglos o a décadas. Y el comentario que ha hecho Malaki antes… «Llevo siglos esperando para conocerte». Inclino la cabeza a un lado. —Eres realmente viejo, ¿verdad? Una sonrisa ladina recorre el rostro de Des. —Puedo responder eso, pero te costará algo a cambio. No necesito comprar un favor para saber que este tío es muy mayor. Empiezo a alejarme de él y me dirijo hacia el baño. —En otra ocasión… abuelo. —Solo tengo tiempo para ver que ensancha la sonrisa antes de que me coja y me eche encima de su hombro. —Serás traviesa —dice, dándome una cachetada en el trasero. Suelto un chillido y me empiezo a reír. —No es de extrañar que tengas el pelo tan blanco. ¿Hace cuántos siglos que perdió su color? Siento la risa de Des en el temblor de sus hombros. —Debes saber que conservó el color hasta el día en que te conocí —dice. Me lleva al baño. Mientras lo hace, siento que mis botas se separan de mis pies y caen al suelo con un repiqueteo. Mis pantalones y ropa interior son los siguientes. —¡Des! —Ahora, casi cada centímetro de mi piel desnuda está apretado con fuerza contra la suya. —Callie —dice, imitando mi tono. —¿Qué estás haciendo? Me acaricia con la mano la parte superior del muslo. —Desnudando a mi reina. Eso me detiene por completo. Ay, Dios, su reina . —Des, no lo dices en serio, ¿verdad? —Porque, no. No, no, no. Apenas me estoy acostumbrando a la idea de que haya un nosotros . No puedo afrontar nada que vaya más allá. —Ha sido una forma de hablar —dice con suavidad—. Si prefieres que te llame sirvienta… Le atizo en la espalda, cosa que solo lo hace reír de nuevo. El sonido de su risa me permite volver a relajarme. Solo ha sido una forma de hablar. Mientras me lleva al baño, sus propios pantalones resbalan por sus caderas y caen a la altura de sus tobillos. Se los quita con gracia. Y ahora, ambos estamos desnudos. Delante de nosotros, el grifo de su enorme bañera se abre. Se mete en la gigantesca bañera y, con mucho cuidado, me deja sobre mis pies. Por un momento, miro a mi alma gemela, su rostro tan dolorosamente encantador como la primera vez que lo vi, con su melena blanca suelta. Su corona y sus brazaletes de guerra han desaparecido, y el único adorno que le queda es la tinta que recorre su brazo. Sin ropa, Des es todavía más atractivo, su torso es enorme y está cubierto de grandes músculos. Mientras lo devoro con la mirada, él hace lo mismo conmigo. Baja la mirada hacia mis pechos y luego más abajo, hacia mi cintura y mis caderas. Se acerca y me levanta la barbilla. —Quiero hacerlo bien, querubín. Lo nuestro. Extiendo la mano y le acaricio el brazo cubierto de tatuajes, deteniéndome sobre las lágrimas de tinta de su piel. —Yo también. Durante varios segundos, el único sonido que se oye es el ruido de agua mientras llena la bañera en la que estamos. De repente, en mitad del casi silencio, empieza a sonar Stairway to Heaven , de Led Zeppelin. Justo cuando busco los altavoces fantasmas que deben de estar reproduciendo la canción, veo una bandeja de madera pulida que descansa junto a la bañera, con una taza de café humeante, un expreso —en una taza increíblemente pequeña— y un plato de macaroons . Es lo que solíamos pedir en el Douglas Café. Y, por la razón que sea, eso acaba conmigo. Tomo una respiración temblorosa y me río, aunque sale más como un sollozo. —Basta —le digo, con la voz suave y áspera al mismo tiempo. Pero, en vez de parar, Des me atrae hacia él, y sus preciosos, preciosos músculos quedan presionados contra la suavidad de mis curvas. Se inclina hasta que sus labios quedan a milímetros de los míos. —Nunca. 5 Des es un romántico. Uf. No es lo que mi corazón necesitaba. No es que a estas alturas haya vuelta atrás, pero aun así, es un pequeño golpe para mi ego saber con cuánta facilidad puede destruir mis defensas con unos pocos gestos considerados. Cerca de una hora después de que nos metamos en la bañera, salgo de ella, con el estómago lleno de macaroons y café mientras me seco. Miro a Des —alas incluidas—, mientras sale de la habitación con una toalla alrededor de la cintura. Cuando llega al otro lado de la cama, su toalla cae al suelo, y virgen santísima, ese culo lo es todo . Me envuelvo en mi propia toalla lo mejor que puedo, arrancándome algunas plumas por accidente en el proceso, con la mirada fija en el Negociador. Ahora mismo estoy espiando a este hombre como una pervertida, y no me arrepiento en absoluto. Me mira por encima del hombro, su pálido cabello retirado hacia atrás. Debería avergonzarme de que me pille admirándolo abiertamente, pero su propia expresión empieza a arder por lo que ve en la mía. Todavía no hemos hecho nada juntos —dejando de lado lo de beber expreso y comer macaroons desnudos—, y la necesidad de poner remedio a esta situación empieza a crecer. Me escurro el pelo mientras entro en su dormitorio. Sobre nosotros, las lámparas colgantes emiten un suave brillo. Estoy a punto de dirigirme al elegante armario ya repleto de un millón de atuendos fae cuando Des abre un cajón de la cajonera que hay cerca de la cama y me lanza una prenda negra. La atrapo al vuelo, la tela es suave bajo las yemas de mis dedos. —¿Qué es esto? —pregunto. —Un premio. Es lo mejor que puedo darte que no sea la Tierra. Frunzo el ceño. Señala con la cabeza la prenda que tengo en la mano y, a regañadientes, despego la mirada de la suya para desdoblar la tela descolorida. Una enorme sonrisa se extiende por mi cara cuando veo los labios y la lengua gigantes impresos en la camiseta descolorida. Es una de las camisetas retro de los Rolling Stones de Des. —Es un préstamo —dice. —¿Un préstamo ? —repito, enarcando las cejas. Des se pone unos pantalones holgados. —Que te quiera no significa que vaya a entregarte una de mis posesiones más preciadas. Acaba de hacerlo oficial: ahora tengo intención de quedarme esta camiseta. Imitando a Des, dejo que mi toalla caiga al suelo y me paso la camiseta por la cabeza. Mi estado de ánimo se viene abajo en cuanto el dobladillo de la camiseta entra en contacto con mis alas. Me había olvidado de ellas. Ahora que tengo alas, no puedo pasarme la ropa por la cabeza sin más. Antes de que pueda regodearme en la autocompasión, la suave tela de la camiseta, que se había abultado justo por encima de las articulaciones de mis alas, se desliza por mi espalda como si no hubiera ningún obstáculo de por medio, y el dobladillo me cae hasta medio muslo. Giro la cabeza hacia Des, que esboza una sonrisita de suficiencia. —¿Cómo has…? —Magia, mi amor. Llevo una mano hacia atrás para palpar el punto de conexión entre mis alas y mi espalda. Los bordes de la camiseta se han abierto alrededor de los huesos de mis alas. Estoy tan concentrada en la logística de la camiseta de Des que no veo la forma en que me mira. No me doy cuenta hasta que desaparece y reaparece a mi lado. Mete un dedo por debajo del dobladillo de la camiseta. —Te queda bien. Me quedo petrificada. Des es pura intención contenida. Sus ojos conectan los míos. Somos polillas bailando alrededor una llama. Justo entonces, bostezo. En-el-peor-momento-posible. No estoy cansada. Bueno, sí lo estoy, ha sido un día largo. Me he despertado temprano, la sesión de entrenamiento ha durado horas y he visto a un hombre devorado por una pesadilla viviente, pero no estoy lo bastante cansada como para dejar pasar esto. La mirada de Des desciende hasta mi boca. Cualquier pasión que lo estuviera dominando hace un momento desaparece. Quiero llorar cuando lo veo ponerse la máscara respetuosa que solía llevar cuando estaba en el instituto. A pesar de todos sus cuestionables impulsos,puede ser sorprendentemente caballeroso. Me baja el dobladillo de la camiseta. —Todavía no hemos terminado con esto —dice, y su voz sigue cargada de promesas de sexo. Me arrastra hasta la cama y por poco creo que mi bostezo no ha conseguido disuadirlo. Las alas de Des desaparecen para que pueda rodar sobre la espalda. Un momento después, me coloca sobre su pecho. Por la forma en que me sostiene… es indudable que por el momento ha renunciado a sus intenciones juguetonas. Podría hacerlo cambiar de opinión, pero, maldita sea, literalmente no hay nada más cómodo que acurrucarme contra Des. —Cuéntame un secreto —susurro. —¿Otro? —Se lo ve tan legítimamente indignado que me entra la risa. Ni siquiera recuerdo el último secreto que me ha contado, ¿ha sido el de su amistad con Malaki? —Sí, otro —le digo. Gime y me aprieta más contra él. —De acuerdo, pero solo porque me gustas. Sonrío un poco contra él. No me puedo creer que preguntarle haya funcionado de verdad. Des me acaricia las plumas con una mano. —Lo único que no me gusta de tus alas es que te tapan el culo, y tu culo me gusta muchísimo . La habitación se queda en silencio durante tres segundos y luego no puedo contener la risa. —Des, no me refería a eso cuando te he pedido un secreto. —Y, aun así, has recibido un secreto. Considérate complacida. —Me aprieta el culo para dar énfasis y suelto un gritito, lo cual provoca que se ría. Y esa risa profunda acaba en besos… muchos, muchos besos, lánguidos y deliciosos. Cuando por fin me separo, apoyo la cabeza contra su pecho. El silencio cae sobre la habitación, el único ruido son los latidos del corazón de Des bajo mi oreja. Cierro los ojos. Podría acostumbrarme a esto . Qué idea tan aterradora. —Durante dos siglos no has sido más que el susurro de una posibilidad —dice Des, rompiendo el silencio—. Luego, te conocí . —Hace una pausa, como si toda una historia empezara y termina con esa frase. Como si la vida fuera una cosa antes de conocerme, y después se convirtiera en algo más. Es suficiente para hacerme ignorar el hecho de que ha admitido tener más de dos siglos. —Eras todo lo que nunca supe que quería. Eras caos. Estabas desesperada. Eras el secreto más misterioso con el que me había topado. Me atrajo todo de ti: tu inocencia, tu vulnerabilidad, joder, incluso lo trágica que era tu vida. Eras la criatura más cautivadora con la que me había topado. Trago saliva al escuchar sus palabras. Hay cierta gravedad no solo en lo que está diciendo, sino en el hecho de que lo esté diciendo siquiera. He pedido un secreto y él me ha dado una revelación, algo que puedo guardar cerca de mi corazón a altas horas de la noche. —Siete años después —continúa—, la mujer en la que te habías convertido estaba a un mundo de la chica que conocí. —Inclina la cabeza para poder mirarme a los ojos—. Eso solo me hizo desearte más. Eras conocida y nueva a la vez, familiar y exótica, al alcance y prohibida. Y te deseé tanto durante tanto tiempo que estaba seguro de que me mataría. Y cuando te miro, incluso ahora, especialmente ahora, veo la simple verdad. —Deja de hablar. Me incorporo un poco. —¿Y cuál es esa verdad? En la oscuridad, distingo que está mirándome. —Eres magia, mi amor. 6 Hay sangre por todas partes. En mi pelo, en mi piel, en salpicaduras alrededor de donde yazco. Me siento en el suelo y echo un vistazo a mi alrededor. No . Este lugar no. Otra vez no. Me fijo en las hojas podridas que cubren el suelo, en las enredaderas muertas que suben por las paredes de la larga habitación y en el trono de huesos que se alza en medio de todo. El salón del trono de Karnon. —Qué pajarillo tan, tan bonito. Se me hiela la sangre al escuchar la voz que suena a mi espalda. No puede ser. El Rey de la Fauna está muerto. —¿Te gustan tus alas? Pero esa voz… Un escalofrío me recorre la columna. La voz de Karnon es profunda y dura, tal como la recuerdo. Las hojas crujen bajo sus pies mientras me rodea para colocarse ante mí. Lo primero que veo son sus cuernos retorcidos, lo segundo, su mirada loca y su pelo salvaje. Dios, es él. —Ahora eres una bestia, como el resto de nosotros. Cierro los ojos con fuerza. Está muerto . —Nunca serás libre —dice… Solo que la voz de Karnon ya no es suya. Es otra voz que conozco muy bien. Abro los ojos con brusquedad y me encuentro a mi padrastro. El mismo hombre al que maté por accidente hace ocho años. ¿Por qué me persiguen estos fantasmas? Solo dispongo de unos segundos para mirarlo boquiabierta antes de que la habitación se quede a oscuras. A mi izquierda, el aire se mueve, revolviéndome el pelo. Echo un vistazo, pero bien podría ser ciega, la oscuridad es total. Siento el aliento de alguien en la nuca, tan cerca que debe de estar inclinado sobre mí, pero cuando me giro y extiendo el brazo, mi mano solo agarra aire. En la oscuridad, escucho el tenue eco de una risa, que me pone la piel del brazo de gallina. En respuesta a mi miedo, mi sirena sale a la superficie, haciendo que la piel me brille con suavidad. —¿Quién está ahí? —pregunto. —El destino de los secretos es que los guarde un alma — dice la voz de una mujer, que viene de todas partes y de ninguna a la vez. —¿Quién eres? —Viene a por ti. Esa vez, es la voz de un niño la que habla desde la oscuridad. —¿Quién? —pregunto. Karnon está muerto . La risa resuena a mi alrededor, suena cada vez más fuerte. En ella, puedo escuchar la voz de la mujer, la del niño, la del Rey de la Fauna y la de mi padrastro. Los oigo a ellos y a muchos otros riéndose de mí. De golpe, todas desaparecen. —¿Quién? —repito. El aire retumba como un trueno, espesándose mientras una magia potente se intensifica más y más, acumulando poder. Con un ruido sordo, una voz retumbante traspasa la magia… —Yo. Me despierto jadeando. Cuando abro los ojos, me encuentro con la mirada demacrada de Des. Me acuna la cara con las manos, examinando mi expresión con preocupación. Ese sueño me ha parecido demasiado real. Ni mi padrastro ni Karnon están ya y, sin embargo, en noches como la de hoy es como si nunca hubieran muerto. Respiro aire a bocanadas, mi pecho se eleva y desciende demasiado deprisa. Aunque, por supuesto, esos hombres tan horribles solo han protagonizado una parte del sueño. Había otras presencias igual de escalofriantes llamándome desde la oscuridad. Por instinto, sé a quién pertenecen: las mujeres dormidas y sus hijos antinaturales. Y luego, esa última voz… No sé qué pensar de ella. Con el ceño fruncido, Des me besa con ferocidad. El beso acaba tan rápido como ha empezado. —No conseguía despertarte —dice. Me estremezco. Podría tratarse de un simple sueño, pero la verdad es que las guerreras todavía duermen y los soldados hombres siguen en paradero desconocido. Puede que Karnon esté muerto, pero su obra no lo está. Miro a Des a los ojos. —Quiero volver a ver a los niños del ataúd. Por segunda vez en mi vida, voy a visitar por propia voluntad a los pequeños monstruos a los que las guerreras durmientes dieron a luz. Podría ser la mujer más estúpida del mundo por acudir a su encuentro de nuevo. Pero hay algo que necesito ver. —¿Me recuerdas otra vez por qué he accedido a esto? — dice Des a mi lado, haciéndose eco de mis pensamientos. Hoy, Des lleva la combinación de camiseta y pantalones negros en la que estoy tan acostumbrada a verlo, con el pelo recogido con una cinta de cuero y los tatuajes del brazo al descubierto. Se lo ve más de morros que nunca, probablemente porque no lo emociona demasiado traerme otra vez a la guardería real. —Porque te estoy ayudando a resolver este misterio — digo, recorriendo el vestíbulo. No replica, pero se le tensa un músculo de la mandíbula. Puedo sentirlo, en lo profundo del vientre. El temor a que lo que nos sucedió a esas mujeres y a mí no fuera el final. La muerte debería deshacer la magia, incluso la magia fae. Esa regla sirve tanto aquí como en la Tierra.Cuando entramos en la guardería, me invade un déjà vu . Muchos de los niños más pequeños yacen en cunas o camas, espeluznantemente quietos, y los mayores se encuentran al otro lado de la habitación, mirando por las grandes ventanas. Es todo casi idéntico a la última vez. Lo único diferente en la guardería es que han traído más camas y cunas para alojar al aluvión de niños que salieron de la prisión de Karnon. Intento no estremecerme mientras observo a los niños. Antes eran aterradores, cuando solo eran niños extraños que bebían sangre y profetizaban, pero ahora que sé cómo fueron concebidos… El horror vuelve a atravesarme. Ninguno de los niños se mueve, aunque la niñera anuncia nuestra presencia. Se me empieza a erizar el vello de los brazos. Hay algo profundamente inquietante en estos niños, en este lugar. Respiro hondo y me acerco a la ventana. Des está justo a mi lado, sus botas pesadas resuenan con cada paso y tiene la mandíbula apretada. —Has vuelto —dice uno de los niños, de espaldas a mí. Vacilo un momento antes de recomponerme. —Sí. —No se suponía que fueras a hacerlo —dice otro. Había olvidado que estos niños actúan como si fueran uno. Se giran todos a la vez y me miran con cautela mientras me acerco a ellos. Des se coloca delante de mí y oigo que varios de ellos le sisean. —Si cualquiera de vosotros toca a mi pareja como hicisteis la última vez —dice, hablando por encima de sus siseos—, seréis desterrados. Sorprendentemente, la amenaza funciona y sus siseos se extinguen. Capto la mirada Des mientras se hace a un lado y lo fulmino. Amenazar a unos niños, aunque sean espeluznantes, no es demasiado legítimo. Me sostiene la mirada. En la suya veo una determinación férrea. De acuerdo. Pues que el castigo sea el destierro. Los niños dividen su atención entre mirar a Des con reservas y estudiarme con mirada astuta. Me agacho frente a la niña más cercana, una niña con el pelo rojo como las llamas, y recorro sus facciones con la mirada. No hay cuernos, no hay garras, no hay pupilas divididas. No se parece en nada a Karnon, salvo por los colmillos que debe de tener para beber sangre. —Los esclavos viven vidas cortas —me dice mientras la estudio. Esclavos , la clasificación oficial de la mayoría de los humanos que residen en el Otro Mundo. ¿Te suenan esas historias de bebés humanos intercambiados por hadas? ¿Alguna vez te has preguntado qué pasa con todos esos bebés humanos? Lo que les pasa es que acaban convertidos en esclavos . El Reino de la Noche declaró ilegal esa práctica hace algún tiempo, pero los demás reinos aún lo permiten. —¿Por qué dices eso? —le pregunto a la niña, tratando de ocultar el hecho de que estoy asustada. —Son sucios, débiles y feos —dice el niño que tiene al lado. Soy muy consciente del hecho de que, a ojos de estos niños, soy una de las esclavas que están despreciando. Por el rabillo del ojo, veo que en las esquinas de la habitación se forman unas sombras tenues, una clara indicación del enfado creciente de Des. Me concentro en el niño. —¿Quién te ha dicho eso? —Mi padre —responde. Curva la boca en una sonrisita secreta—. Viene a por ti. Me incorporo y retrocedo un paso, sin despegar la mirada de su cara. Oigo el rugido de mi sangre en los oídos. Son solo palabras. No significan nada. Pero mis huesos creen que significan algo. Lo mismo cree mi instinto. Igual que esa vocecilla al fondo de mi mente. Todos me dicen lo que temí en el momento en que desperté de esa pesadilla: no ha terminado. Siento la mano de Des en el estómago, alejándome con gentileza de los niños. Aturdida, permito que lo haga, sin dejar de mirar al niño en ningún momento. Él y los demás nos siguen con la mirada, y tengo la clara impresión de que me están vigilando de la misma forma en que los depredadores vigilan a sus presas. Por fin me alejo del niño y voy directa hacia la salida. Estoy temblando. Es absurdo que un niño pueda asustarme tanto. Des y yo estamos a punto de cruzar la puerta cuando oigo la voz del niño a mi espalda. —Tiempos oscuros se avecinan. Con las alas tensas, sigo caminando, y gracias a Dios que el castillo está lleno de puertas enormes, de lo contrario, tendría problemas para salir de esta habitación con mis alas. En cuanto la puerta se cierra detrás de mí, respiro de forma entrecortada. ¿Cómo ha podido ese niño decir esa frase? Es la misma frase que escuché susurrada en el aire cuando visité a las mujeres dormidas hace semanas. —Karnon está muerto —dice Des. Asiento. —Lo sé. —Me paso una mano por la boca. Mi miedo no disminuye. En todo caso, aumenta. La cuestión es que no he venido a ver a estos niños porque tema que Karnon siga vivo. He venido por otra razón completamente diferente. —¿Todos los fae de Fauna tienen rasgos animales? — pregunto mientras abandonamos la guardería. Mis carceleros tenían rasgos animales. Igual que Karnon. Igual que el desgraciado mensajero de Fauna al que vi ayer. Des se detiene. —La mayoría sí. —¿Y los hijos de Karnon? —pregunto—. ¿Compartirían sus rasgos? La boca del Negociador es una línea tensa. —Al menos algunos de ellos, sí. —Esos niños no comparten ninguno de sus rasgos —le digo. Por la expresión de Des, veo que ya ha llegado a la misma conclusión que yo: Karnon no es su padre. 7 Karnon no es su padre. Karnon no es su padre . ¿Pero cómo es posible? Él era el que encarcelaba a esas mujeres. Él era el que las agredía sexualmente. A mi lado, Des echa a andar otra vez, como si esta revelación no lo cambiara todo. Es entonces cuando me doy cuenta. —Ya lo sabías —lo acuso mientras atravesamos su palacio. En lugar de parecer sorprendido, culpable o avergonzado por mi acusación, en lugar de tener cualquiera de las reacciones normales, Des me evalúa con una de sus típicas expresiones de desinterés. Se encoge de hombros. —¿Y qué si lo sabía? ¿Y qué si…? Apoyo la palma de la mano en su pecho esculpido y lo detengo en mitad del pasillo. —Ah, no, colega, nuestra relación no funciona así. Me mira la mano, y sé que estoy cerca de sacar de quicio al Rey de la Noche. —¿Cómo funciona exactamente nuestra relación, querubín? —pregunta con una mirada sagaz. —No puedes ocultarme secretos como ese sin más. Tiene la audacia de parecer divertido, aunque la diversión no le llega a la mirada. —Te aseguro que sí que puedo. —Des —le advierto, con los ojos entrecerrados. Me aparta la mano de su pecho. —¿Se supone que es un tono amenazante? —pregunta, enarcando una ceja. Chasquea la lengua y se acerca mi mano a la boca—. Porque si lo es —continúa—, tienes que trabajar más en tus dotes de intimidación. A ver, no ha sido un mal intento, pero estoy más excitado que otra cosa. Des procede a besarme las puntas de los dedos, lo cual me distrae totalmente. ¿Quién iba a saber que los besos en la punta de los dedos iban a conseguir algo así? Porque lo consiguen. Lo juro aquí y ahora. Céntrate, Callie. —Deja que te enseñe algo —dice con suavidad. Parece que lo de centrarse queda olvidado. En lugar de seguir con nuestra discusión donde la hemos dejado, permito que Des me guie a través de su palacio. Al final, entramos en lo que parece una gran biblioteca, con arcos con incrustaciones y azulejos decorativos. Entre varios candelabros de bronce cuelgan una miríada de lámparas coloridas. Y eso por no mencionar los libros. Hay estantes y más estantes repletos de ellos contra las paredes y llenan los pasillos de la habitación, encuadernados en tela o cuero. También hay montones de pergaminos apilados a lo largo de los estantes, cuyos mangos están tallados en madera y hueso, y algunos incluso tienen incrustaciones de madreperla y piedras semipreciosas. Me paso un minuto entero girando en círculos y observando todo el lugar. —Guau —digo por fin. Huele a cuero, papel y a algo más que diría que es cedro, pero vete tú a saber. Siento la necesidad de acercarme a cada estante, sacar los libros y examinarlos uno poruno, dejando que mis manos acaricien la tinta seca y la suavidad del papel. Este lugar transmite magia y sabiduría, y es posible que en este momento esté viviendo una experiencia espiritual. Siento la mirada de Des en mi rostro. Al cabo de un rato, la desvía para contemplar el lugar. —¿Es la biblioteca real? —pregunto. Des curva hacia arriba la comisura de la boca. —Una de ellas. —¿Una de ellas? —repito como si fuera tonta. —Aquí es donde se guardan muchos de los documentos oficiales del reino. La biblioteca principal está en los terrenos orientales del palacio. No consigo hacerme a la idea de la magnitud de todo esto. Me guía hasta una mesa, y una de las sillas se retira mágicamente para mí. Des toma asiento enfrente y, por un segundo, se dedica a estudiarme sin más. Cuando me mira así, me siento muy expuesta. —¿Qué? —acabo preguntando mientras me coloco un mechón detrás de la oreja. —Mi madre te habría adorado —dice con una sonrisa amable. Con solo decir esas palabras, ha invitado a los fantasmas a este lugar. Apenas recuerdo a mi propia madre y no guardo recuerdos de que fuera especialmente cariñosa conmigo. Es un regalo precioso imaginar que la madre de Des podría haberme querido. —¿De verdad lo crees? —digo por fin. —Estoy seguro —dice con tanta firmeza que mi única objeción, que soy humana, muere antes de abandonar mis labios. Antes de que pueda seguir preguntando sobre el tema, Des levanta la mano y mueve la muñeca. A lo lejos, escucho el roce de papel contra papel. Un pergamino se eleva sobre los pasillos y flota hacia nosotros. La mano del Negociador todavía está en el aire, y el pergamino aterriza con suavidad en su palma abierta. —Este es el informe sobre las víctimas que se recuperaron de su encarcelamiento —dice Des, cambiando de tema. Coloca el pergamino sobre la mesa. Me levanto y arrastro mi silla para estar más cerca de él. —¿De las supervivientes de la prisión de Karnon? — pregunto. —Solo de las fae de Noche que sobrevivieron —dice Des —. Los demás reinos se encargan de registrar las experiencias de sus víctimas. En la próxima cumbre que celebren nuestros reinos compararemos notas, pero hasta entonces solo tenemos los testimonios de mis súbditos. No me hace falta mirar para saber que uno de esos testimonios es mío. Era opcional —ventajas de ser la pareja de un rey—, pero lo hice de todos modos. He trabajado en suficientes casos como para saber lo útiles que pueden ser los testimonios. —¿Por qué querías que viera esto? —pregunto, levantando el borde del pergamino que hay entre nosotros. Echo un vistazo a mi nombre y siento un vacío en el estómago. Des estuvo en la habitación mientras hacía mi declaración, por lo que ya sabe lo que me pasó, pero verlo escrito junto a los testimonios de todas las demás víctimas sigue avergonzándome. —Has ido a la guardería para determinar si Karnon era el padre de esos niños. —Des desliza el pergamino hacia mí—. Se me ha ocurrido que te gustaría leer lo que las otras prisioneras tenían que decir sobre su experiencia. —Sus palabras suenan casi como un desafío, y le echo una mirada un poco circunspecta antes de examinar el informe. Deslizo la mirada por los párrafos escritos en letra elegante. Me salto mi propia declaración y me concentro en las demás mujeres que escaparon. Una por una, leo sobre nueve soldados fae diferentes, cada una de las cuales fue secuestrada mientras dormía. Todas languidecieron en la prisión de Karnon entre uno y ocho días. Por lo que parece, ellas, igual que yo, pudieron recuperarse de una semana a merced de la magia negra del Rey de la Fauna. Aquellas que estuvieron cautivas durante más de ocho días… ahora viven muy por debajo de nosotros, en ataúdes de cristal. Cuanto más leo, más siento que mi faceta de investigadora sale a la luz. He echado de menos esto, sumergirme en los casos, resolver problemas. Solo me lleva un ratito más tropezar con lo que Des debía de querer que viera. Aparto la mirada del pergamino. —Menos dos de ellas, todas fueron agredidas sexualmente por Karnon —digo. Las dos que escaparon de ese destino no fueron agredidas en absoluto. Esto no se debió a que el Rey de la Fauna cambiara de opinión, sino simplemente a que resultaron ser las dos mujeres secuestradas más recientemente. Karnon no había tenido tiempo suficiente para incapacitarlas con su magia. Le gustaba violar a las mujeres cuando no podían defenderse. Des asiente. —¿Y? —sondea. Vuelvo a concentrarme en el pergamino. El resto de las piezas solo tardan unos segundos en encajar. —Y todas menos dos confirmaron que estaban embarazadas —le digo. Siete mujeres violadas únicamente por Karnon, siete mujeres que acabaron embarazadas. Le sostengo la mirada. —Entonces, ¿Karnon sí es el padre de los niños del ataúd? Des se inclina hacia atrás en su asiento y extiende las piernas. Mueve una de ellas, inquieto. —Eso parece. Me entran ganas de tirarme del pelo. Nada de esto tiene sentido. —Pero creía… —Creía que Des creía que Karnon no era el padre. Antes de que pueda formular ese pensamiento, alguien llama a las puertas de la biblioteca. Des hace un gesto con la mano y el pergamino vuelve a los estantes. Otro movimiento de su mano y las puertas de la biblioteca se abren. Malaki entra por ellas, con un aspecto tan elegante como de costumbre. Nos hace una reverencia a los dos, luego se endereza y centra la atención en Des. —Lamento interrumpir —dice a modo de saludo—, pero el deber te llama. Des se endereza en su asiento. —¿Qué hay en la lista de pendientes? —Problemas fronterizos con los que lidiar, dos hadas a las que honrarás con brazaletes de guerra, un desayuno, ah, y una invitación al Solsticio a la que debes responder. Empiezo a levantarme. Necesito averiguar qué hacer con mi tiempo libre ahora que estoy atrapada en el Otro Mundo. —Espera —me dice Des. Me giro para mirarlo. —¿Te gustaría venir conmigo? ¿Después de lo que vi ayer en el salón del trono? Sacudo la cabeza. —Que te diviertas. Salgo de la habitación, dejando que el Rey de la Noche y su amigo más antiguo gobiernen el reino sin mí. 8 Casi me enclaustro en los aposentos de Des. Casi . Pero la perspectiva de pasar horas y horas de aburrimiento me impide ponerme demasiado cómoda en la habitación de Des. Así que me cambio y me pongo la ropa más rompedora que puedo encontrar —pantalones de cuero, botas hasta la rodilla y un top apto para las alas en el que me enredo irremediablemente por culpa de los tirantes— y decido explorar el palacio. Puede que mi armadura emocional no esté en su sitio, pero, joder, un buen conjunto hace la mitad del trabajo. La parada de hoy: la biblioteca principal del Reino de la Noche. Después de dar tumbos y pedir indicaciones, por fin la encuentro. Al igual que el resto de Somnia, está hecha de la misma piedra blanca tan característica, y el óxido ha hecho que su techo verde azulado adquiera un tono cobrizo. Subo por las grandes escaleras que llevan hasta ella, la piedra pálida reluce a la luz de la luna. Las lámparas colocadas a lo largo de las escaleras despiden una luz cálida. Y por dentro… Dios, por dentro. Los techos arqueados están revestidos con azulejos pintados y hay arañas de cobre colgando entre arco y arco. En esta habitación cavernosa, dondequiera que miro hay algún objeto fae precioso, desde un tapiz enorme que parece brillar con diferentes tonalidades bajo la luz, hasta una escultura de mármol de dos hadas con alas enzarzadas en una batalla. Corrección: una escultura de mármol en movimiento . Las estatuas rechinan cuando sus músculos de piedra se mueven. Me acerco a la escultura y la observo durante varios segundos, y una de las estatuas gira la cabeza, frunciendo el ceño. —No les gusta que las miren. Casi pego un bote al oír la voz. Un hombre se detiene a mi lado, mirándome a mí en lugar de a la escultura. —Si no les gusta que las miren, ¿por qué se exhiben? — pregunto.