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Sotelo, gracias K. Cross Sotelo, gracias K. Cross MY COACH, MY STALKER Sotelo, gracias K. Cross JESSA KANE Sotelo, gracias K. Cross Mi entrenador de clavados, Everett, me ha entrenado hasta los Juegos Olímpicos. Ahora compito en un escenario mundial por una medalla de oro. Pero cuando llegamos a Tokio, mi técnica no funciona. Estoy inquieta, dolorida, y no sé por qué. Pero Everett sabe exactamente lo que necesito para recuperar la concentración. Ahora me entrena de una manera totalmente nueva, revelando una obsesión conmigo que ha estado cociendo a fuego lento bajo la superficie durante años, preparándose para hervir... Sotelo, gracias K. Cross Capítulo 1 EVERETT Me sitúo al lado de la piscina de entrenamiento olímpico, esperando a que mi alumna llegue al salto de altura. Ya es tarde. Somos el único equipo que queda en las instalaciones, todos los demás atletas y entrenadores han regresado a la Villa Olímpica. Empujo a Margot porque sé que puede ganar. La presiono tanto como ella misma porque su potencial es ilimitado. Y lo sé, porque la entreno desde los 16 años. Llevamos dos años juntos, entrenador y clavadista, pero juro que la conozco de toda la vida. Juro que ha sido mía toda la vida. Como siempre, cuando Margot está fuera de mi vista, mi cuero cabelludo empieza a punzar. No me gusta. Tengo que resistir el impulso de ponerme debajo de la escalera por si se cae. Pero tengo que ocultar cuidadosamente mi ansiedad. Tengo que mantener mis rasgos impasibles, porque sus padres están de pie a mi lado, todos ataviados con sus camisetas de la bandera americana y sus gafas de recuerdo de Tokio. Me apoyan hasta la desesperación. Si tuvieran una idea de lo que me gustaría hacerle a su hija, se desmayarían en una maraña de rojo, blanco y azul. Lo que me gustaría hacer... no puede suceder. Eso es lo que me digo a mí mismo cada vez que me entran ganas de tocar. Me he ganado la confianza de Margot y su familia. Llevar mi obsesión al siguiente nivel no sería ético. Y enfermizo. A los treinta y seis años, solo soy cinco años más joven que su padre. Estaba ahí el día que Margot obtuvo su licencia de conducir, por Dios. No importa que haya madurado mucho desde entonces. Percibo un movimiento por encima de mí y observo con avidez cómo los dedos de los pies de Margot se mueven por encima del borde del trampolín. No hay forma de detener el engrosamiento de mi polla. No cuando puedo verla desde este ángulo, y como la veo desde este punto de vista cientos de veces al día, se me pone dura como una piedra. Las brillantes luces de las instalaciones olímpicas resaltan Sotelo, gracias K. Cross cada contorno de su traje de baño negro reglamentario. Un traje que está mojado y pegado después de horas de práctica. Mis ojos rastrean el montículo de su coño, el saliente de sus tetas. Me aclaro la lujuria de la garganta y ella se ajusta el gorro de baño, mirándome expectante. Esperando mis instrucciones. —Esta vez empieza a meter la mano antes, Margot. Líneas limpias. Cuando estés lista. Asiente. Se prepara. Lo ejecuta casi sin problemas. Solo un entrenador o un juez se daría cuenta de la ligera flexión de su pierna izquierda. Sus padres se ríen con orgullo y se abrazan. Están llenos de esperanza por el comienzo de la competición dentro de dos días. Pero desde hace unas semanas hay algo que me está dando vueltas en el subconsciente. Cada vez que estoy cerca de Margot y eso es casi constantemente, noto una nueva tensión en sus hermosos hombros. Parece que no puede quedarse quieta ni concentrarse, y se retuerce en el banco de entrenamiento durante mis clases. Da vueltas y vueltas mientras duerme, tirando las mantas al suelo e inclinando las caderas en todo tipo de posiciones tentadoras, estirando sus braguitas de algodón sobre su coño. Me hace sudar en las sombras de su habitación designada en la Villa Olímpica, de la que tengo la llave. También tengo la llave de su casa en Austin, Texas. Ver a Margot dormir no es exactamente una tarea nueva para mí. Por necesidad, he aprendido a eyacular sin gritar. He desarrollado una rutina de meterme en un par de bragas de su cajón, llevarlas a casa después y reemplazarlas la noche siguiente. A menos que las guarde. Tiendo a guardarlas mucho. Lo que hago no está bien. Es una violación de su privacidad. Su confianza, así como la de sus padres. Pero me digo a mí mismo que es más perdonable que bajar esas ajustadas bragas y abrirme paso a través de su virginidad. Sin embargo, ya sea que esté bien o mal, pienso en ello. Pienso en hacer el amor con la dulce Margot cada maldito minuto del día. A veces no me cabe ningún otro pensamiento alrededor de esos desesperados y depravados. Sotelo, gracias K. Cross Sale a la superficie a mis pies y me agacho para ayudarla a salir de la piscina. — ¿Cómo fue eso?— pregunta, sin aliento. Buscando en mis ojos. Haciendo que mi corazón corra a una velocidad vertiginosa dentro de mi pecho. Dios, haría cualquier cosa por atraerla a mis brazos. — ¿Mejor? —Mejor. — digo enérgicamente. —Solo que aún no está donde tiene que estar. Odio la forma en que sus hombros caen en señal de decepción. Ella es increíble. Un fenómeno. Pero es mi trabajo como su entrenador seguir presionando hasta que sea lo suficientemente buena para ganar el oro. Sus padres me han confiado esta misión. No quiero fallarles y me niego a fallar a Margot. Como suele hacer mi alumna últimamente, se enreda con la correa de su traje de baño, la energía inquieta se desliza por ella en oleadas. —Bueno, entonces...— Exhala un suspiro. —Nos quedaremos hasta que lo hagamos bien. —Oh, pero cariño. — dice su madre. — ¿No dijiste que querías salir a bailar esta noche con algunos de los otros clavadistas?— Nos mira ansiosa a Margot y a mí. —Está muy bien trabajar duro, pero ¿no deberías tener un poco de tiempo libre? Estás en Tokio. El padre de Margot ya está sacudiendo la cabeza. —Estamos aquí para los clavados. No para ir de fiesta. No he dicho nada porque tengo los dientes demasiado apretados para hablar. ¿Bailar? ¿Margot saliendo a bailar con hombres en una ciudad extranjera? Es la primera vez que me entero de ello. Se supone que todo pasa por mí. Todo, desde lo que desayunó hasta su ciclo menstrual. Vivo, duermo y respiro a esta chica, y ella lo sabe. Sus mejillas se sonrojan al ser descubierta por su madre, su mirada se dirige a la mía y baila nerviosa. —Era solo una posibilidad. No iba a bailar con seguridad. Tengo en la punta de la lengua negarle la salida nocturna. Sotelo, gracias K. Cross Pero últimamente he sido demasiado posesivo con el tiempo de Margot. Me he salido con la mía porque estábamos preparando las Olimpiadas, pero pronto volveremos a Austin y tendré que reducir la monumental cantidad de tiempo que he pasado con ella. Me va a matar. Me encanta recogerla y llevarla a la piscina a primera hora de la mañana. Me encanta ser la última voz que oye por la noche cuando me llama para confirmar que se va a dormir. Ella no sabe que suelo estar estacionado a una manzana de distancia, escuchando cómo se mueve en la cama a través del micrófono que he pegado debajo de su mesilla. Jesús, esta obsesión ha llegado tan lejos. ¿Realmente tengo una esperanza en el infierno de frenarla? Al darme cuenta de que Margot y sus padres me observan expectantes, toso en un puño. —Tiene que ser frotada por uno de los entrenadores. Hoy hemos practicado mucho y no quiero que tenga los músculos agarrotados por la mañana. Después la acompañaré a la villa. — Obligo a la siguiente parte a salir aunque me hace ver rojo. — Si Margot quiere ir a bailar después, es cosa suya. Sonríe, dando saltos y aplaudiendo.Emocionada por tener una noche de libertad. Ignorando felizmente que voy a estar observando cada uno de sus movimientos. Sotelo, gracias K. Cross Capítulo 2 MARGOT Camino descalza por el túnel de cemento que lleva al área de fisioterapia. El entrenador Everett está justo detrás de mí. Me sigue en silencio. Cada vez con más frecuencia tengo esta sensación de calor y ansiedad. Como si tuviera un picor que no puedo encontrar ni rascar y que nunca desaparece. Siempre es peor en momentos como éste, cuando estoy a punto de quedarme a solas con mi entrenador. Porque ambos sabemos que el fisioterapeuta ya se ha ido por hoy. Hace horas. No sé por qué los dos insistimos en mantener este fingimiento, como si ambos no fuéramos muy conscientes de que está a punto de masajear mis músculos doloridos en la sala de terapia desierta. Es mi parte favorita y menos favorita del día. La favorita porque me encantan las manos de Everett sobre mí. Las anhelo ahí, amasando los nudos de mis pantorrillas, hombros y muslos. Es el único que puede hacerlo bien, percibiendo exactamente dónde son más importantes mis dolores. Lo que menos me gusta es que después me siento dolorida y desarticulada. No sé qué hacer conmigo misma. Mi cuerpo no se calma. Por eso he tenido la idea de ir a bailar con algunos de mis compañeros de clavado. Tal vez si me agoto, podré por fin descansar decentemente. Sueño que necesito si quiero ganar el oro. Doblamos la esquina hacia la sala de terapia y está vacía. No hay ningún sonido, excepto el lento goteo del grifo del lavabo. El bajo zumbido de la luz del techo. —Debe de haberse ido a casa a pasar el día. — dice Everett despreocupadamente, con su aliento rozando mis hombros, que aún Sotelo, gracias K. Cross están mojados por la piscina. —Tendré que frotarte. — Su voz se ha vuelto profunda. Muy profunda. Nunca usa ese tono con mis padres. Solo cuando estamos solos. Me pone los pelos de punta, me hace temblar las terminaciones nerviosas. —Acuéstate en la mesa, Margot. Boca abajo. Esta es la parte del día donde me digo que esto es inocente. Es mi entrenador. Es el mejor entrenador. Buscado por todos los clavadistas competitivos de mi estado. Tal vez todo lo que quiere es desatar mis músculos. Después de todo, nunca va más allá de un masaje. No importa lo mucho que me gustaría. No importa lo cerca que esté de mis lugares privados, nunca los toca. Nunca cruza la línea hacia... las caricias. O el sexo. Es solo un masaje. Tal vez estoy haciendo un gran problema de nada. Es solo una parte funcional de su trabajo. Preparar al atleta. Si solo pudiera verlo de esa manera. Si no fuera tan dominante, atractivo y magnético. Si solo no hubiera jurado a los dieciséis años guardar mi virginidad para él. Con el labio inferior apretado entre los dientes, me quito el gorro de baño, dejando salir mi larga cabellera rubia y blanca. Luego me subo a la mesa para tumbarme boca abajo, girando la cabeza para ver a Everett lavándose las manos en el lavabo, remangando las mangas de su camisa abotonada para mostrar sus fuertes antebrazos. Se aplica loción en las palmas de las manos y se acerca a mí, con un músculo apretado en la mejilla. —Lo has hecho bien hoy, Margot. — dice, frotando esas grandes manos, dudando un segundo y colocándolas después en el dorso de mis muslos. Clavando sus pulgares en el músculo tenso y arrastrándolos hacia arriba, hacia arriba, deteniéndose justo debajo de la curva de mis nalgas. —Pero hay algo que te molesta. Te impide concentrarte plenamente en las inmersiones. ¿Quieres hablar conmigo de ello? Sotelo, gracias K. Cross ¿Hablar? ¿Ahora mismo? Con esas mágicas yemas de los dedos recorriendo lentamente mis pantorrillas, los pulgares subiendo por la curva de mi empeine. —Oh, um...— Mi boca está completamente seca, mi pulso es fuerte en mis oídos. Porque su tacto vuelve a recorrer toda la longitud de mis piernas, acercándose cada vez más a mi trasero. Tócalo. Tócame. Pero apenas roza el comienzo de mi traje de baño antes de retroceder hasta mis pies. —No me di cuenta de que parecía distraída. — miento. En el silencio que se produce, Everett vuelve a cruzar hacia el dispensador de loción, aplicando metódicamente crema blanca fresca en sus manos y retrocediendo lentamente en dirección a la mesa. — Ahora dime la verdad. — dice. ¿Me atrevo? No es una conversación que deba mantener con un hombre que casi me dobla la edad. Un hombre que no es miembro de mi familia. Es mi entrenador. Pero si realmente me detengo a pensar en ello, no hay nadie más en mi vida en quien confíe más. Everett siempre tiene mi mejor interés en mente. Siempre. —Creo que tal vez...— Aprieto los ojos cerrados. —Parece que mi cuerpo está cambiando. Está... diferente últimamente. Toma un largo respiro y lo suelta, de forma algo irregular. — ¿Diferente cómo? —Bueno. — Trago saliva. —Ciertas partes de mí no encajan tan fácilmente en mi traje ahora. No me retracto. Lo he dicho en voz alta. He estado observando los cambios que se producen en mí en el espejo de casa, preocupada de que tengan un efecto negativo en mis clavados, pero no he compartido mis preocupaciones con nadie hasta ahora. La verdad es que es un alivio. Al menos, hasta que él dice: — ¿Qué partes, Margot? Oh, Dios. Me sonrojo de pies a cabeza. Enterrando mi cara en el cuero de la mesa. Sotelo, gracias K. Cross —Mis caderas. — murmuro, riendo un poco por la incomodidad. —Pero sobre todo mis tetas. Tararea en su garganta y puedo sentir su mirada recorriendo todo mi cuerpo, evaluándome, y se necesita cada gramo de mi fuerza de voluntad para no retorcerme. O apretar las piernas en un intento de amortiguar el incesante latido. —Ponte de espaldas. Vamos a echar un vistazo. — Sus rudas instrucciones hacen que mi carne femenina se agarre casi dolorosamente. Se inunda de calor. Un calor líquido y húmedo. Esto nunca había sucedido antes. ¿Me está pidiendo que me quite el traje de baño? ¿Qué le muestre mis pechos? —Es tarde, Margot. No tenemos toda la noche. — Me agarra por la cintura y me da la vuelta, apoyando una mano justo debajo de mi ombligo. Tan cerca, tan cerca, de mi sexo. ¿Se da cuenta de dónde me está tocando? ¿Se da cuenta de que su tacto hace que me apriete? —Bájalo, Margot. —Sí, entrenador. — susurro, con los dedos temblando mientras suben y se enganchan debajo de los tirantes húmedos del bañador, primero pasando los brazos por los agujeros y luego empujando lentamente el material hasta la cintura. Inmediatamente después de exponerme a la fría habitación y a sus agudos ojos, miro fijamente al techo. Pero mi curiosidad no tarda en vencerme y miro a Everett, encontrando su atención fijada en mis pechos, su mandíbula tensa. Los ojos brillan. ¿Qué significa eso? — ¿Todo parece... normal?— Pregunto en voz baja, resistiendo el impulso de volver a subir el traje. —Sí. — dice, con las fosas nasales abiertas. Saca un pañuelo de papel del bolsillo trasero y se da unas palmaditas en la frente, y es entonces cuando me doy cuenta del bulto en sus pantalones. Es... enorme. Sale directamente de la cremallera. Se me corta la respiración y la mirada de Everett se dirige a la mía. —Es una reacción natural al ver el cuerpo desnudo de una mujer, Margot. —Oh. — logro respirar. —Yo... lo sé. Solo que no lo sé. No sé nada de sexo ni de la química entre hombres y mujeres. Pero sé que si el pene de Everett está duro significa que está excitado. Eso me lo explicaron en la clase de salud, en la escuela Sotelo, gracias K. Cross secundaria. Los genitales masculinos se endurecen cuando se preparan para entrar en una mujer. En otras palabras, lo he... excitado. Y ese hecho me excita, hace que los dedos de mis pies se enrosquen en el extremo de la mesa. Las manos de Everett aún están cubiertasde loción. Me olvido de eso hasta que me pone las palmas de las manos en la barriga y, despacio, desliza sus manos hacia arriba y sobre mis pechos, ahuecándolos con firmeza. — No hay nada malo contigo aquí, cariño. Estás perfecta. Acabas de madurar. No puedo respirar. ¿Está sucediendo esto realmente? Everett sostiene mis pechos desnudos en sus manos. Ahora los está masajeando, pasando el pulgar de un lado a otro de los pezones, haciéndolos fruncir insoportablemente. La combinación de placer y dolor es tan intensa que emito un sonido. Un breve sonido desesperado, acompañado de mis muslos que se juntan. Apretando. ¿Qué le pasa a mi cuerpo? ¿Debería sentirse así de inquieto? Soy un infierno. Everett observa todo lo que sucede de esa manera sagaz y evaluadora. —Con la madurez llegan muchos sentimientos nuevos, Margot. Aprenderás a sobrellevarlos. Al final te adaptarás a los cambios y encontrarás una nueva normalidad con los clavados. Su voz es muy baja. Toda su poderosa estructura parece enroscada con fuerza. Y no puedo evitarlo. Mi mirada desciende hacia esa protuberancia en sus pantalones y la encuentro apoyada en la mesa junto a mi cadera. —Yo... espero que sí, entrenador. Espero poder volver a sentirme normal. —Sí. — Arrastra el labio inferior entre los dientes, apareciendo un nuevo brillo de sudor en su frente. —Por desgracia, tenemos que trabajar rápido para que te sientas mejor, Margot. Estamos en los Juegos Olímpicos. No tenemos un tiempo ilimitado para que te acostumbres a ser una mujer. Y a todo lo que conlleva. — ¿Qué... qué quieres decir?— Pregunto, cruzando completamente las piernas ahora. Oh, Dios. Cada vez estoy más Sotelo, gracias K. Cross mojada. Cada vez que sus pulgares se arrastran por mis pezones, se produce la correspondiente palpitación entre mis muslos. — ¿Qué conlleva ser una mujer? —Aparte de que el bañador te queda diferente...— Su garganta trabaja con un duro trago y sus manos abandonan mis pechos. Deja caer la derecha a su lado y la izquierda, oh, Señor, se desliza por mi vientre y agarra mi sexo a través del bañador, haciendo que mis caderas se levanten de la mesa, mi jadeo estrangulado se escucha fuerte en la pequeña sala de terapia. — ¿También hay cambios aquí abajo, Margot? ¿Sientes tu coño diferente? La palabra brota de mí. —Sí. Su pulgar presiona la costura de mi carne. Solo presiona y mantiene, pero es suficiente para provocar fuegos artificiales en mi vientre, convertir mis muslos en gelatina. — ¿Se ha mojado y es incómodo? Lo único que puedo hacer es asentir. Tiene en sus manos la parte más íntima de mí. Los secretos parecen inútiles. —Sí. Everett suelta un gruñido, cerrando los ojos durante largos momentos mientras se recompone visiblemente. —Estás cachonda, Margot. — Aprieta su agarre. —Tienes un coñito cachondo. — ¿Ca-cachondo? He oído esta palabra antes, pero no sé exactamente qué significa. —Sí. — dice Everett. —Significa que tu cuerpo quiere el tipo de alivio que viene del sexo. — Su voz se vuelve entrecortada, su agarre se aprieta y se suelta. —Estás... preparada para el sexo. Esa es probablemente la razón por la que tu traje de baño se siente extra apretado e incómodo últimamente. ¿Quiero sexo? Nunca me detuve a considerar eso. Sotelo, gracias K. Cross Sé que disfruto de las manos de mi entrenador sobre mí, pero el sexo siempre parecía algo tan lejano en el futuro. Algo que ocurriría después de ganar el oro en las Olimpiadas. Durante mucho tiempo, los clavados han sido el único foco de mi vida. Nada más. ¿He estado completamente protegida de la realidad de convertirme en una mujer y de todo lo que eso significa? — ¿Qué voy a hacer?— susurro, sin poder resistirme a abrir un poco más los muslos. Se siente tan bien que me toquen ahí. —Tenemos que ocuparnos de esto antes de que empiece la competición oficial. Si no, estarás distraída y ansiosa. — Everett dice con fuerza, con los párpados tan caídos que solo puedo ver un trozo de sus ojos. —Necesitas un orgasmo, Margot. Un orgasmo. Alivio. En cuanto dice la palabra, es como si mi cuerpo supiera que tiene razón. Comienza a clamar por él, las terminaciones nerviosas crepitan, mi sangre se precipita y corre de un lado a otro en mis venas. — ¿Va a darme uno, entrenador?— susurro, mirando su mano donde todavía me acaricia a través del nylon húmedo de mi traje de baño. —No puedo. — gruñe, su cara es una máscara de miseria cuando finalmente retira su mano de la unión de mis muslos y se dirige al otro lado de la sala de terapia. —Soy lo suficientemente mayor como para ser tu padre, maldita sea. Soy tu entrenador de clavados. Ya he llevado esto demasiado lejos. Las cosas que he hecho, cariño... no sabes ni la mitad. —Cuéntame. — susurro, con el corazón palpitando salvajemente. ¿De qué está hablando? ¿Está tratando de admitir que siente algo por mí? ¿De la misma manera que yo siento por él? Antes de que pueda presionar para obtener más información, Everett coge algo de la encimera junto al fregadero. Una pequeña toalla blanca enrollada. —Vuelve a ponerte boca abajo. — me dice. Sotelo, gracias K. Cross Rezando para que me toque más, hago lo que me dice, y me sorprendo cuando me mete la toalla enrollada entre las piernas. De forma brusca. Justo debajo de mi sexo. Jadeo ante la sensación de que el borde de la toalla aprieta tanto mi feminidad. El cosquilleo me llega hasta los dedos de los pies y los muslos empiezan a temblar de anticipación. Everett enrolla mi largo pelo alrededor de su puño. —Mueve las caderas. Frota tu coño contra la toalla. Cuando encuentres un punto que te guste, sigue. Debería sentirme humillada. O reticente. O ambas cosas. Pero el dolor se extiende y se hace más intenso, gracias al momento. Compartir esta intimidad con mi entrenador. Tener mis pechos desnudos en su presencia y que se refiera a mi sexo como un coño. Es malo. Es muy malo, pero me encanta. Y empiezo a balancear mis caderas, haciendo un sonido roto cuando la fricción produce un apretón. Un tirón de cosquillas en lo más profundo, en lo más profundo de mí, en un lugar al que nunca se ha llegado. Trabajo la parte inferior de mi cuerpo más rápido, la mesa empieza a crujir debajo de mí, y oigo a Everett gemir. —Te has olvidado de mencionar tu culo. — dice entre dientes apretados. —Cómo se ha vuelto tan dulce y flexible. Tentador. ¿Crees que es fácil entrenar cuando mi polla está dura de verte subir la puta escalera, sacudiéndote y flexionándote hasta la cima? Una y otra vez. Maldita sea. — Su palma golpea mi trasero. En algún lugar entre suave y duro. Y las chispas llenan mi visión. El júbilo recorre mi estómago, mi cabeza. Me siento encontrada. Como si me faltara una gran parte de mi vida que ha estado fuera de mi vista todo este tiempo. —Monta la toalla, cariño. Más rápido. No te detengas. Voy tan rápido como puedo, gimiendo, arrastrando mi sexo hacia arriba y hacia atrás en la toalla enrollada y se siente bien, tan bien, pero no importa lo mucho que lo intente o lo bien que se sienta, solo hay acumulación. No hay liberación. Prácticamente me estoy abriendo de piernas encima de la cresta de rizo blanco, con los dedos enroscados en los bordes de la mesa de cuero. El sudor empieza a cubrir mi piel. Me revuelvo y me revuelvo. Pero sigo rondando el borde del orgasmo. Nunca se abalanza sobre mí y me reclama, y la Sotelo, gracias K. Cross frustración empieza a invadirme. ¿Estoy rota? ¿Lo estoy haciendo mal? —Buena chica. — gime Everett, tirando de la parte trasera de mi traje de baño para que el material quede apretado entre las nalgas, como un tanga improvisado. Y me amasa ahí, animando cada movimiento de mis caderas. De vez en cuando, me da una palmada firme que hace que se me corte la respiración. —Así es como te verías montando una polla, ¿no? Como una principiantemojada y dispuesta, deseando que su entrenador se sienta orgulloso. Jesucristo. — jadea. — Empapa la toalla. Empápala para que pueda llevarla a mi habitación de hotel y masturbarme en ella como un bastardo enfermo. Vaya. ¿De verdad ha dicho eso? Estoy ahí mismo. Estoy ahí mismo. Me recorren sensaciones increíbles, pero en el fondo intuyo que no puedo ir más allá. Como si me hubiera topado con un obstáculo. Y me duele. Duele mucho no poder escalar esa última barrera. Y encima, estoy decepcionando a mi entrenador. Quiere que me corra y no puedo. No puedo hacerlo. Con un hipo nacido de la humillación y la frustración, me tiro de la mesa y caigo al suelo a la carrera, tirando de mi traje de baño mientras salgo de la sala de terapia, con mi sexo palpitando con rabia entre las piernas y el sudor recorriendo mi columna. — ¡Margot!— grita Everett. Pero doblo una esquina y corro más rápido, escabulléndome por una puerta de salida y dejándolo atrás. Dejándolo en la habitación donde está definitivamente insatisfecho conmigo. Últimamente no he sido capaz hacer clavados bien y ahora mi cuerpo no puede ni siquiera llegar a la culminación. ¿Qué me pasa? No lo sé. Pero no puedo volver a mi habitación en la Villa Olímpica y dar vueltas en la cama toda la noche, repitiendo lo que acaba de pasar y mis carencias. Como clavadista y como mujer. Necesito soltarme y no pensar durante unas horas. Cambiando de dirección, me dirijo al grupo de edificios donde se alojan mis compañeras de clavado. Tal vez alguna de ellos tenga un vestido que me pueda prestar. Sotelo, gracias K. Cross Capítulo 3 EVERETT Me laten las sienes. No puedo tragar más allá del nudo en la garganta. Margot no está en su habitación. ¿Dónde demonios está? Su teléfono debe estar apagado, porque mi rastreador no funciona. No puedo recordar un momento en el que no supiera exactamente dónde estaba. Los últimos dos años desde que está en mi vida son todo lo que existe para mí. Cuando todavía estaba en la escuela, rastreé su teléfono desde el mío, observando sus movimientos entre las clases. Cuando se toma un día libre de clavados, sigo el punto azul a donde sea que vaya. Al cine. De compras. A la biblioteca. Siempre está a mi alcance, aunque no sepa que estoy ahí. Incluso si no puedo tocarla. Esta noche he roto esa regla. Dios, la rompí con tanta fuerza, poniendo mis manos de treinta y seis años en sus flexibles tetas de dieciocho, moldeándolas como si fueran de arcilla, burlándome de sus inocentes pezones hasta convertirlos en pequeñas puntas hasta que se sonrojó y se retorció e inquietó. Deberían sacarme a la calle y fusilarme por lo que he hecho. ¿Dónde está mi ética? ¿Mis principios? He permitido que el acoso continúe con la advertencia de que no he profanado su cuerpo virginal, pero Jesús, esta noche he estado a punto. Estuve peligrosamente cerca de quitar la toalla de entre sus piernas y reemplazarla por mi regazo. Haciendo que se monte sobre mi dura polla en su lugar. ¿Cómo se vería montando sobre mí? Trabajando ese dulce cuerpo arriba y abajo, gimiendo por la acumulación de lujuria y la Sotelo, gracias K. Cross ardiente necesidad de alivio. Joder, probablemente me correría antes de entrar en ella. La sujetaría y me correría en cada centímetro de su perfecta piel. Y vaya, en algún lugar, sus padres están durmiendo en sus camas, seguros de que su pequeña está en buenas manos. Debería estar avergonzado de mí mismo. Lo estoy. Esta obsesión con Margot está fuera de control. No sé dónde se ha metido y quiero estampar mi cabeza contra la pared. La posibilidad de que esté enojada y se prepare para actuar tiene mi sangre acelerada, corriendo de caliente a frío. Bailando. Se ha ido a bailar. Y está cachonda. Insatisfecha. No sé qué ha pasado, pero no ha podido alcanzar su punto álgido, a pesar de estar tan cerca. Hay un indicio en mi cabeza que me dice que se habría corrido si me hubiera bajado los pantalones y le hubiera metido la polla en su apretado coño, pero no. No. No lo permitiré. No voy a considerar eso. Estoy a cargo de ella. Me pagan para entrenarla. Sería una violación imperdonable de la confianza y ella me odiaría por ello un día. Cuando creciera y se diera cuenta de cómo me aproveché de la relación entrenador-alumna, no volvería a hablarme. Y si eso ocurriera, ya no tendría una razón para existir. Existo por Margot. Ahora estoy fuera de su vivienda en la Villa Olímpica, comprobando una vez más mi teléfono en busca del tranquilizador punto azul. Nada. Apretando los dientes, llamo a uno de los otros entrenadores de clavados que conocí durante las pruebas, preguntándole si sabe dónde han ido a bailar los atletas. —Sí...— Bosteza, diciéndome que le he despertado. Que así sea. —Un lugar llamado Club Camelot, creo. Un grupo de ellos se dirigía ahí. Podría darles un último hurra antes de que la competencia comience en dos días. —Bien, gracias por la información. Buena suerte. Ya estoy caminando, llamando a un taxi en cuanto llego a la calle. Diez minutos más tarde, estamos conduciendo por las Sotelo, gracias K. Cross luminosas calles del centro de Tokio, con la gente zigzagueando en todas las direcciones, y empiezo a sudar frío pensando en todo lo malo que podría pasarle a Margot en una ciudad extranjera. Podrían robarle. Ser secuestrada. Cosas que ni siquiera puedo considerar sin querer arrancar el techo de este taxi. Se me ha cerrado la garganta hasta el tamaño de una pajita cuando nos detenemos frente al Club Camelot. Le doy el pago al conductor y me bajo, con la intención de entrar en el club a grandes zancadas y llevarme a Margot al hombro. A la mierda la sutileza. No estoy de humor para ello. No soy capaz de fingir ahora que no estoy preocupadísimo y que no soy posesivo con lo que es mío. Antes de que pueda acercarme al portero que está detrás de la cuerda de terciopelo rojo, mi mirada se dirige al establecimiento de al lado. Un sex shop. Hay juguetes en el escaparate. Artículos de fetichismo. Anuncios de pornografía. Nada de eso me interesa. Pero deben vender vibradores adentro. Una toalla podría no haber hecho el truco para Margot. Pero un vibrador sí. Y si no tengo alguna manera de llevarla al clímax, voy a terminar follándola. Lo sé tan bien como sé mi propio nombre. Con una maldición, cambio de dirección y entro en la tienda, recorriendo los pasillos vacíos hasta encontrar lo que busco. En el mostrador, le hago un gesto al dependiente para que desenvuelva mi compra y le coloco las pilas, me meto el aparato en el bolsillo y salgo de nuevo de la tienda. El interior del Club Camelot es algo sacado de mis pesadillas, porque no quiero a Margot en un lugar así. Ni por una fracción de segundo. Es oscuro. Es anónimo. Tan oscuro que invita al mal comportamiento sin la amenaza de las consecuencias. Las únicas luces provienen de una luz estroboscópica que parpadea en la parte superior y de la cabina del DJ, que está perfilada con neón púrpura. Me late una vena en la sien mientras me abro paso entre la multitud de veinteañeros vertiginosos y, en algunos casos, borrachos. Es una multitud notablemente diversa porque la mayoría de ellos son atletas o espectadores que han volado a Tokio desde sus respectivos países para los Juegos Olímpicos. De Suecia, Chile y Sudáfrica. Los jóvenes se machacan unos a otros, visiblemente deseosos de echar un Sotelo, gracias K. Cross polvo, con las manos manoseando partes del cuerpo a la vista de todos. Es una orgía a punto de ocurrir y juro por Cristo que si alguno de estos hijos de puta le ha puesto un dedo encima a Margot, voy a causar el mayor de los estragos en este sudoroso mercado de carne. Está cachonda. Está en este lugar y necesita alivio. Esa realidad es como los clavos que se arrastran por la pizarra de mi mente. ¿Qué pienso hacercuando la encuentre? No estoy del todo seguro, pero va a cruzar una línea. Parece que no puedo detenerme. No puedo pensar en otra cosa que no sea el bombeo de sus caderas sobre la mesa de terapia, esos pequeños gemidos ansiosos que emitía en su garganta mientras las patas de la mesa chocaban contra el suelo. Estaba más excitada de lo que se puede creer y, sin embargo, no podía llegar a la culminación. ¿Por qué? El hecho de que se quedara insatisfecha es un cuchillo que se retuerce constantemente en mis entrañas. Necesito arreglarlo. Necesito arreglarlo ahora. Mis pasos vacilan cuando veo a Margot. Está bailando en un grupo de otros clavadistas. Es tan hermosa que mis pulmones dejan de funcionar. Lleva un vestido de tirantes gris paloma que apenas le roza la parte superior de los muslos. Y por la forma en que tiene las manos levantadas sobre su rubia cabeza, sus bragas brillan ante la multitud cada pocos segundos. Ah, y los hombres se han dado jodidamante cuenta. Rodean la pista de baile como si fueran tiburones cazando una foca. Ahora está orientada hacia el otro lado, moviendo las caderas a derecha e izquierda, y el dobladillo de su vestido se levanta brevemente, mostrando dos nalgas prietas y bronceadas, separadas por la tira blanca de su tanga. Algunos de los espectadores gimen, ajustándose. Juntando sus cabezas para conferir sobre cuál de ellos va a acercarse a ella. Es la manzana más brillante de este lugar. Todos la desean. Y las palabras es mía arden en mi garganta. Es mía desde la tarde en que nos Sotelo, gracias K. Cross conocimos en la piscina de su barrio y me dedicó esa tímida sonrisa. He estado perdido desde entonces. Soy un absoluto enfermo. Un pervertido. Un acosador. Pero no hay forma de curarme. Si alguien me abriera el pecho y tratara de quitarme la obsesión, nunca podría sacarla toda. Se ha extendido a cada rincón de mi cuerpo. Me domina. Lo hace. Incluso ahora, mi polla está a tope. Tengo la boca seca, el pulso golpeando mis tímpanos, las palmas de las manos sudando. Estoy atrapado entre la rabia de que se exhiba y la dolorosa necesidad de follarla. De montarla. De ver cómo se le abren los ojos cuando llega al orgasmo. Se me presenta la oportunidad de acercarme a ella. Solo un poco de tiempo cuando los otros clavadistas están de espaldas. Tengo que moverme ahora, porque los hombres han elegido al ganador que se acercará a ella y disparará su tiro. Ni siquiera cuando el infierno se congele. Con un gruñido alojado en mi garganta, me abro paso entre la multitud que baila hacia Margot. Me ve y parpadea, con la boca abierta. Entonces se enoja. Realmente enoja. Quizá tenga todo el derecho a estarlo. No lo sé. Es lo suficientemente mayor como para ir a bailar si lo desea. Se ha ganado un poco de libertad. Y no puedo dejar que la tenga. No puedo arriesgarme a que alguien toque o tome lo que es mío. Cuando la alcanzo, no dejo de caminar. Simplemente le paso un brazo por las caderas, levanto sus pies de la pista de baile y sigo adelante. Al principio, se queda atónita, pero después de unos cinco pasos, empieza a forcejear contra mí, empujando mis hombros y retorciéndose para liberarse. — ¿Qué estás haciendo? Estoy bailando. Tengo permiso para salir. —No sin decirle a nadie a dónde has ido. — le digo bruscamente, cediendo al impulso de oler su cuello, mi polla palpitando en respuesta a su aroma a rosas y miel. — ¿Y si te pasara algo y no tuviéramos ni idea de por dónde empezar a buscar? — ¿Por qué molestarse en decirte a dónde voy cuando estás vigilando cada uno de mis movimientos? Sotelo, gracias K. Cross No espero que haga esa declaración susurrada. No puede saberlo. No puede saber que he estado rastreando su ubicación desde que estamos juntos como entrenador y alumna. Si no, se lo habría dicho a sus padres. Estaría aterrorizada de estar a solas conmigo. ¿Verdad? — ¿De qué estás hablando?— susurro, continuando hacia el fondo del club. Pasando entre los juerguistas, llego a los rincones más oscuros de la sala, donde la pongo contra la pared y la inmovilizo con mi cuerpo cuando intenta escapar. —Contéstame. — le digo al oído, agarrando sus caderas con mis manos. Apretando. Manteniéndola en su sitio. —Ahora, Margot. La escucho respirar temblorosamente. —Yo... no estoy segura. Te siento en todas partes. Quieres que sea una clavadista con medalla de oro y eso significa una vigilancia de veinticuatro horas, aparentemente. Mis padres probablemente te pagan más para que me cuides, porque Dios no quiera que piense en otra cosa que no sea clavados durante cinco minutos. — ¿Por eso crees que te vigilo? ¿Porque tus padres me lo piden?— Me sale una carcajada. No tiene ni idea. No tiene ni idea de que estoy tan obsesionado que he grabado su nombre en las paredes de mi salón con la punta de un cuchillo para carne. Que me he puesto a escuchar viejos mensajes de voz que me ha dejado. Que la sigo a todas partes, con el corazón atrapado detrás de la nuez de Adán y la cordura en el filo de la navaja. — ¿Por qué si no me sigues tan de cerca?— me pregunta perpleja. —Todo tiene que ver con el clavado. Todo en mi vida tiene que ver con eso. No tengo más remedio que dejarla creer esta mentira. ¿Qué le diría en su lugar? ¿Que si dejara de bucear, si no volviera a competir, yo seguiría rondando las sombras allá donde fuera durante los próximos ochenta años? Si me revelara, se asustaría. Pensaría que soy repugnante por jadear tras una chica tan joven como para ser mi hija. Se indignaría por las medidas que he tomado para asegurarme de que nunca haga un movimiento sin que yo lo sepa. Sotelo, gracias K. Cross —Margot. — le digo, con toda la firmeza de que soy capaz cuando sus caderas están acunadas entre mis manos. —Estoy aquí porque necesitas algo. ¿No es así? Los ojos azules se disparan hacia los míos, apareciendo dos manchas rosas en sus mejillas. —Yo... no lo sé. —Sí, lo sabes. — digo, inclinándome ligeramente para captar su mirada. —Has venido a este club de baile porque todavía te duele y estás mojada entre las piernas. — Mi mano derecha se desliza por debajo de su vestido, los dedos se enganchan en el lateral de su tanga para arrastrarlo hacia abajo despacio, lentamente. —Estás confundida por lo que sientes, gracias a lo que pasó después del entrenamiento. Y cuando las chicas jóvenes están doloridas y confundidas, toman malas decisiones y se arrepienten después. — Sus bragas caen hasta las rodillas y aspira una bocanada de aire, con los ojos vidriosos clavados en mi boca. —Como tu entrenador, no puedo permitir eso. Pasa un ritmo pesado, la música se hincha a nuestro alrededor, la oscuridad nos mantiene acurrucados. — ¿Cómo mi entrenador? ¿O como hombre?— pregunta, mordiéndose el labio y escudriñando mi rostro. —Las cosas que me dijiste cuando estaba... frotándome en la toalla. Las recuerdo. Y la forma en que esperas a terminar el entrenamiento cuando el masajista ya se ha ido a casa...— Su pecho sube y baja rápidamente. —Como mínimo, te sientes atraído por mí. ¿No es así? Mi erección está pegada a su estómago mientras hablamos. Estoy durísimo por esta chica. Mentir sobre la atracción no es una opción. —Sí. — gruño, aprisionándola contra la pared, rodeando mis manos desde sus caderas hasta agarrar su trasero desnudo, viendo cómo el shock transforma su cara. El shock y la excitación. —Me atraes. Me pones la polla tiesa y furiosa. Tus hermosas tetas casi hacen que me corra en mis pantalones esta noche. ¿Es eso lo que quieres oír? Asiente, con la cara enrojecida. Sotelo, gracias K. Cross Sigue buscando mi expresión con ojos azules inquisitivos. —Es solo...— Se moja los labios. — ¿Es solo atracción o... o... más? Nos adentramos en un terreno peligroso. Me duele la garganta por la necesidad de decirle a Margot que me la he imaginado vestidade novia más veces de las que puedo contar. He pensado en nosotros en nuestra luna de miel, desnudos y junto a la piscina en algún retiro tropical aislado, yo intentando por todos los medios dejarla embarazada antes de que nos vayamos a casa. Pero Jesús... tengo que mantener este último remanente de contención. Tengo que aferrarme a él. Porque si dejo que esta obsesión por Margot salga completamente de su jaula, no lo entenderá. Es tan joven, tan dulce, tan inocente e idealista. No voy a desatar un monstruo en ella. Tengo que mantenerme bajo control. El trasfondo de su vida es lo más cercano que me puedo permitir. Observando. Con hambre. Soñando. —Tienes la mayor competición de tu vida en dos días. — digo, odiándome por no decirle que la amo. Que la he amado mucho más tiempo del que corresponde y que moriría sin pensarlo a cambio de su felicidad. En lugar de eso, evito responder sacando el vibrador del bolsillo y presionando el botón para encenderlo. —Tenemos que ocuparnos de este pequeño y húmedo coño para que puedas concentrarte. Hace un sonido de frustración. —Deja de hacer que se trate de la competencia... Le meto el vibrador entre las piernas, inclinando la punta de la curva para que emita pulsaciones directamente en su clítoris. Y tal vez debería haber anticipado sus gritos, pero no lo hice. No tengo más remedio que estampar mi boca sobre la suya y absorber su sabor en mi torrente sanguíneo. Joder, joder. Estoy besando a Margot. El sabor a menta y alcohol de su boca me consume tan inmediatamente que gruño como una bestia rota y le doy mi lengua, desesperado por más, mi mano entre sus muslos trabajando el vibrador hacia arriba y hacia atrás. Deslizándolo por los húmedos pliegues de su sexo, deteniéndome cada vez en el vértice de su raja para masajear ese resbaladizo e hinchado manojo de nervios. —Everett. — gime cuando rompo el beso para dejarla respirar. —Más. Más. Llevo tanto tiempo queriendo besarte. Sotelo, gracias K. Cross Esa confesión es como si me enchufaran los cables de arranque en el corazón y los pusieran al máximo. ¿Quería que la besara? Santa mierda. Por lo menos, la atracción va en ambas direcciones. Sin embargo, tras esa euforia, me obligo a calmarme. Calmarme de una puta vez. Ella quería que la besaran. Mientras tanto, yo quiero dominar todos los aspectos de su vida. Quiero alimentarla y bañarla y que me llame... ...papi. Quiero ser el papi de Margot tanto, que ya no puedo ubicar dónde termina la necesidad y dónde empiezo yo. Es simplemente una parte de mí. Mis fantasías han aumentado últimamente para incluir coletas y camisones y ese codiciado estallido de su cereza. Risas, secretos y burlas. Nunca antes había pensado en este tipo de cosas. Nunca en mi vida. Es ella. Me ha hecho esto. Y ha estado soñando con besos. Probablemente está enamorada de su entrenador. Estamos en páginas totalmente diferentes. Arruinaré nuestra relación si arranco mi tapa y le muestro el depredador que acecha debajo. —Sé una buena chica y vente con el vibrador. — para papi. —Para el entrenador. Empiezo a besarla de nuevo, porque Dios, no puedo evitarlo. Pero se echa un poco hacia atrás para evitar mi boca, escudriñándome. Y entonces respira profundamente y dice: —No. — ¿Cómo qué no?— Gruño, apretando el aparato contra su clítoris, haciéndola gemir y retorcerse entre la pared y yo. —Lo he comprado para ti. Necesito que te alivies o voy a perder la puta cabeza. Déjame satisfacer este coño. Ahora. —No. — dice entrecortadamente, con sus ágiles muslos bailando alrededor de mi mano. —Me niego. Me niego a aliviarme. N-no a menos que estés dentro de mí. —Margot. — rujo en su cuello. —Eso no puede ocurrir. Soy tu entrenador. Eres demasiado joven. Hay una lista de razones por las que no puedo... ah, cariño... por las que no puedo simplemente Sotelo, gracias K. Cross separar tus piernas y hundirme hasta las pelotas. No importa cuánto lo desee. Jadea contra mi garganta, sus manos ahora tratan activamente de alejar el vibrador. —No lo haré. No lo haré. Aprieto los dientes contra su oreja. — ¿Por qué? —Porque estás negando lo que es esto. O te estás conteniendo. O algo así. — Su cuello pierde fuerza y gime, echando la cabeza hacia atrás, no dándome otra opción que llevar mi lengua por la suave columna de su garganta. —Pe-pero no podrás mentir cuando estés dentro de mí. No sé cómo lo sé, solo lo sé. Tiene razón. Jesús, tiene razón. Si estuviera dentro de Margot, no habría podido atemperar la tormenta dentro de mí. Sabría exactamente cuán profunda es esta obsesión. Y para entonces, aunque estuviera asustada, sería demasiado tarde para que me detuviera. Violaría la confianza que tanto nos costó construir, todos los días durante los últimos dos años. —Deja de contenerte. — Hago trabajar el vibrador en un nuevo ángulo, haciéndola sisear una respiración, dispararse en los dedos de los pies. —No puedo follarte. No puedo. —No se lo diré a mis padres. — jadea. Dios, casi derramo mi semilla con eso. Es tan tentador. Llevarla a algún lugar y liberar mi lujuria. Montarla en todos los sentidos hasta que salga el sol. Albergar un secreto entre nosotros, la libertad de explorar nuestro vínculo único sin consecuencias. Pero ella vale más que una relación en la que tenga que andar a escondidas a puerta cerrada. A espaldas de sus padres. Vale todo lo que este mundo tiene para ofrecer y más. Mi Margot merece ser reconocida y tratada con cuidado y respeto. —No. — gruño, presionando un botón del vibrador para aumentar la velocidad. Sus rodillas ceden y tengo que sostenerla, con el brazo izquierdo alrededor de su espalda y la mano derecha balanceando el vibrador justo donde lo necesita. —Sí. — susurra temblorosa. Sotelo, gracias K. Cross Estamos discutiendo sobre sexo. De que esté dentro de ella. En realidad, está aguantando su orgasmo en señal de protesta. Se niega a correrse si no es alrededor de mi polla. Presa del pánico por lo que estoy tentado a hacer, dejo caer mi frente contra la pared por encima de su hombro. —Necesitas esto, Margot. Tómalo. —Te necesito más. — dice en voz tan baja que me pregunto si la he oído mal. Mi corazón late en mi pecho, con declaraciones peligrosas que quieren salir de mi boca. Te amo. Te amo. Jodidamente ardo día y noche por ti. Estoy en la cuerda floja, tan cerca de confesar mi obsesión enfermiza que ni siquiera tiene gracia. Jesús, podría bajar la cremallera de mis pantalones y tener mi polla dentro de su estrecho canal en cuestión de segundos. Me lo está pidiendo. Estoy loco por dejar pasar esta oportunidad de golpear su apretado y pequeño cuerpo contra esta pared sin repercusiones. Estamos en nuestro propio mundo. En la oscuridad, en este club, en esta ciudad tan lejos de Austin. Sería como un sueño travieso. Pero la bestia estaría suelta después de eso y arruinaría su vida. El acosador que ha creado saldría del fondo y estaría en su cara todo el día. Toda la noche. Me odiaría. Me resentiría. —Toma tu orgasmo, Margot. — aprieto entre los dientes. Me mira a los ojos, con una expresión aturdida. Está más excitada de lo que se cree. Le debe costar un gran esfuerzo contenerse. —No hasta que estés dentro de mí. — jadea. Mis dedos actúan por sí mismos. Ahora estoy desesperado por darle lo que necesita, por eso. Salvaje en mi afán de que llegue al clímax. Lo necesita. Le doy lo que necesita, maldita sea. Así que mantengo el vibrador zumbando contra su clítoris con mi mano izquierda. Y empujo el dedo corazón de mi mano derecha dentro de su apretado coño, besando su dulce boca mientras meto y saco el dedo. —Ahora estoy dentro de ti, cariño. Haz que mis dedos goteen. —Es-esto no es lo que quería decir. — Sus dientes empiezan a castañear, su coño emite pequeñas pulsaciones. Está al borde. — ¡Oh! Everett. Sotelo, gracias K. CrossAlgo se apodera de mí. Algo oscuro que ha estado hirviendo justo debajo de mi superficie. Está tan apretada y perfecta alrededor de mi dedo que mi control se escapa. — Llámame papi mientras ese pequeño coño se aprieta alrededor de mi nudillo, ¿entendido? Su jadeo me saca de la oscuridad. Encuentro a Margot parpadeando, confundida, curiosa y... ¿horrorizada? No lo sé. Debería estar horrorizada. ¿De verdad he dicho eso en voz alta? Antes de que pueda encontrar la forma de enmendar mi error, me aparta la mano. Saliendo a trompicones entre la pared y yo. — Quiero ir a casa. — dice, respirando con dificultad, con las mejillas pintadas de rojo. —A-ahora, por favor. ¿Qué opción tengo? Por eso he mantenido la distancia. Esta reacción exacta. Cualquier vínculo que hubiera entre nosotros se ha empañado y es cien por cien culpa mía. Debería haber permanecido en las sombras. Sabía que mi enfermedad la apagaría. Que la mandaría a paseo. Con la cabeza palpitando por la agonía de molestar a mi dulce chica, me meto el vibrador en el bolsillo, me doy la vuelta y la acompaño fuera del club. Si no puedo hacer nada más, me aseguraré de que llegue a casa sana y salva. De vuelta bajo mi atenta mirada donde, por desgracia para ella, permanecerá el resto de su vida, lo quiera o no. No hay suelo en la tierra lo suficientemente profundo para enterrar este enamoramiento. O para evitar que florezca ahora que se le ha dado agua y luz solar en forma de beso de Margot. El cuerpo de Margot. La voz, el tacto y el sabor de Margot. Mía. Mía. Mía. Sotelo, gracias K. Cross Capítulo 4 MARGOT La inmersión no va bien esta mañana. Tengo calor... en todas partes. Mientras subo la escalera de inmersión alta, tengo que apretar los dientes posteriores para que no castañeen. Muy ligeramente, la piel de mi rodilla roza uno de los peldaños y la sensación recorre mi centro, mis músculos íntimos se aprietan contra nada, haciéndome jadear. Estoy mojada por la piscina, pero la humedad es notablemente más cálida entre mis muslos. Y necesito toda mi fuerza de voluntad para seguir subiendo con las piernas temblando tan fuerte. Me hace falta toda mi concentración para no mirar a Everett, que está de pie en el borde de la piscina con un portapapeles en la mano y un silbato de plata brillante en el cuello. Llámame papi mientras ese pequeño coño se aprieta alrededor de mi nudillo, ¿entendido? Esas palabras han estado resonando en mi cabeza desde anoche. Cada vez que vuelvo a ese momento y pienso en el dedo grande y romo de mi entrenador empujando dentro de mí, esas duras palabras gruñidas en mi pelo, mi corazón empieza a latir de forma incontrolable. Mis pezones cosquillean y se convierten en picos dolorosos que se notan mucho en mi traje de baño. No me siento a gusto en mi piel. Estoy inquieta, agitada y ardiente. Si no lo supiera, pensaría que estoy enferma. Pero no es eso. Solo estoy rondando justo al borde de algo... que me consume. Alivio. Mi mente me dice que podría haber alcanzado esa cima anoche. En la oscuridad del club, con las vibraciones recorriendo mi carne sensible, esa sensación salvaje e intangible burbujeando en la superficie, fui casi libre. La ruptura que he estado persiguiendo durante dos años sin éxito podría haber sido mía... pero Everett no lo habría sido. Sotelo, gracias K. Cross Sí, admitió que se sentía atraído por mí, pero su contacto de la noche anterior, en la sala de terapia y en el club, era para preparar a su atleta. Prepararme para la grandeza. Eso es todo lo que era. Eso es todo lo que es. No comparte mis sentimientos. No me ama de la manera en que lo amo a él. Probablemente piense que soy demasiado joven, demasiado inexperta, demasiado inmadura. Pero solo hay una manera de conseguir experiencia. Y no la voy a conseguir con nadie más que con Everett. Llego al trampolín alto y camino hasta el mismo borde, con los dedos de los pies curvados sobre el borde de la tabla. Sin darme cuenta, mi mirada se dirige a mi entrenador y lo encuentro mirándome fijamente, con la mandíbula quebradiza como una corteza seca. Si me hubiera dejado llevar por el orgasmo de anoche, no me estaría mirando como lo está haciendo ahora. Como si estuviera a dos segundos de partir el portapapeles por la mitad. Si le duele la mitad que a mí, se está quemando vivo. Tengo que empujarlo. Empujarlo hasta que ceda y le dé a mi cuerpo lo que necesita, de la manera correcta. La única manera que puede acercarnos. No solo como atleta y entrenador, sino como hombre y mujer. Si deja de lado sus reservas y deja de pensar en mí como la hija de alguien, sino como una mujer adulta, tal vez... tal vez exista la posibilidad de algo más. La posibilidad de estar con el hombre al que he amado hasta la agonía durante dos años. Respiro profundamente y me preparo para lanzarme, pero la mano de Everett se mueve en mi periferia y la atrapo. La forma en que ajusta el bulto que se hincha contra la parte delantera de sus pantalones planchados. Lo hace con discreción para que los cientos de personas que hay en las instalaciones olímpicas no lo vean. Luego se cubre el regazo despreocupadamente con el portapapeles. Pero yo lo veo. Lo veo y el calor me invade de pies a cabeza, una sensación de cosquilleo ahumado que se enrosca en mi vientre. Estoy jadeando y no hay razón para que me falte el aire. Alguien grita desde la parte inferior de la escalera que están esperando para utilizar la plataforma para practicar las inmersiones y me sacudo, mojando mis labios secos, Sotelo, gracias K. Cross intentando calmar el temblor de mis músculos. Concentración. Concéntrate. Estás en los Juegos Olímpicos. Este es tu sueño. Sin embargo, una medalla de oro no es mi único sueño. El hombre que me espera en el fondo de este clavado ha estado ocupando mucho espacio en mi cabeza durante mucho tiempo y nunca me lo quitaré de encima. ¿No puede ver lo mucho que lo necesito encima de mí, tomándome, dándome lo que mi cuerpo necesita? ¿El mío satisfaciendo el suyo a cambio, resolviendo los misterios sobre el sexo que me han estado atormentando? Dios, quiero eso. Lo necesito. Sin embargo, nada más que la medida completa de él va a satisfacer mi corazón. ¿Está cerca de ceder? Me obligo a concentrarme en la tarea que tengo entre manos. Una pica de espalda y media voltereta. No es la maniobra más difícil. Solo un calentamiento. Estoy segura de que el hecho de que mis piernas tengan la consistencia de un pudín no hará ninguna diferencia. De acuerdo. Enderezando los hombros, doblo las rodillas y salto hacia arriba, suspendiéndome en el aire muy por encima de la piscina, apretando los músculos del estómago y levantando las piernas hacia arriba, por encima, volteándome de nuevo en una voltereta, y rápidamente me doy cuenta de que no voy a hacer la mitad, también. Voy a golpear el agua demasiado pronto en un mal ángulo. Uno muy malo. Esto va a doler. Apretando los ojos, me preparo para el fuerte aguijonazo del agua, pero ninguna preparación impide que me duela. Me precipito varios metros más abajo de lo habitual, con la respiración extraída de mis pulmones, con la piel dolorida en el lugar donde se rompe la superficie. Maldita sea. Estoy demasiado distraída. Mi cuerpo se niega a hacer lo que se supone que debe hacer y, a este ritmo, ni siquiera voy a tomar bronce. Me estremece una nueva oleada de dolor al subir a la superficie, mis piernas no patean tan rápido como deberían, y es entonces cuando oigo a alguien saltar a la piscina por encima de mí. Sotelo, gracias K. Cross No. No es alguien. Everett. Su gran cuerpo atraviesa el agua en mi dirección, con los ojos abiertos y desorbitados cuando llega hasta mí, rodeando con un brazo la parte baja de mi espalda y pateando hacia la superficie conmigo. Salimos a la superficie al mismotiempo y estamos cara a cara, esforzándonos por respirar, la mano de Everett sube para arrancarme el gorro de natación, acunando mi mejilla, su mirada recorriendo mi cara. —Has tardado demasiado en subir. — gruñe. —Caíste al agua de espaldas y pensé... Jesús, cariño. Pensé que te habías hecho daño. Los clavadistas y los entrenadores se han reunido cerca, cuchicheando sobre lo sucedido. Están atónitos porque mi entrenador se ha tirado al agua para salvarme y por su aparente preocupación. Pero apenas los veo. Ni los oigo. Porque esa misma preocupación está extendiendo la alegría por mis extremidades y todo lo que quiero hacer es arrastrarme dentro de ella. Vivir ahí. Everett, aparentemente ajeno a los transeúntes, me arrastra contra su cuerpo en la piscina y automáticamente envuelvo mis piernas alrededor de su cintura, mi suave mejilla se frota contra la suya, que está cubierta de barba, haciendo que mi pulso se acelere. —Estoy bien. —No vuelvas a hacerme eso. — dice desgarrado, con su boca abierta rozando mi oreja. —Lo siento. Everett suelta una maldición en voz baja y noto por primera vez que está temblando. —Vas a conseguir que te maten así. Tu cuerpo no va a funcionar sin alivio primero. — Bajo el agua, su mano toma mi nalga derecha y me atrae hacia su regazo, haciendo que mi cuerpo se mueva suavemente contra su bulto. —Puedo ver tus duros pezones hasta aquí abajo. —Llévame a algún sitio. — susurro, retorciendo mis dedos en la parte delantera de su polo gris empapado. —Arréglame, papi. Su gemido sorprendido provoca aleteos por todas partes. Mis puntos de pulso, mi torrente sanguíneo. —No veo ninguna opción. Tu concentración está por las nubes. Te vas a hacer daño. Vas a perder Sotelo, gracias K. Cross esta oportunidad por la que tanto has trabajado. — Su frente rueda de lado a lado contra la mía. —No puedo dejar que eso ocurra. — ¿Solo se trata de eso?— Susurro, buscando sus rasgos tensos. — ¿Clavados? Se produce una larga pausa. Y entonces dice: —No. — entre dientes. El corazón se me sube a la garganta y me acurruco junto a Everett, hundiendo la cara en su húmedo y cálido cuello. Vamos a tener sexo. Va a ceder. Y después, ya no me verá solo como su alumna. Seré mucho más para él. Más que una adolescente… —Tendré que hablar con tus padres al respecto. — ¿Qué?— Chillo, echándome hacia atrás y mirándolo a los ojos. —No... no puedes. No puedes... —Calmar tu cuerpo es una cuestión de entrenamiento. Llevarte al clímax te ayudará a ganar. — Es casi como si estuviera hablando consigo mismo. Tratando de convencerse de que me lleva a la cama por las razones correctas y nobles. ¿Por qué no puede tratarse simplemente de que los dos celebremos nuestra atracción? ¿Celebrando esta estrecha relación que no tengo con nadie más? ¿Que no quiero con nadie más? —Sal de la piscina y dúchate. Iremos a explicarles la situación. —No, Everett. No tenemos que decírselo. —Sí, tenemos que hacerlo. — dice con fuerza. —No voy a andar a escondidas a puertas cerradas follando a mi clavadista. Vamos a hacer esto de la manera correcta. Dios sabe que ya hago demasiadas cosas de forma incorrecta. — ¿Qué se supone que significa eso? Everett me mira fijamente a los ojos durante largos momentos y luego maldice, sacudiendo la cabeza. —Sal de la piscina, caliéntate y dirígete a la sala de entrenamiento. — Exhala un aliento que huele a menta y canela. ¿Cómo puedo querer besarlo y enfurecerme con él al mismo tiempo? —Pediré a tus padres que se reúnan con nosotros ahí. Sotelo, gracias K. Cross EVERETT No puedo creer que esté haciendo esto. Esta mañana, me he despertado con la polla tiesa como una tabla. Cubierto de sudor. Necesitando las piernas abiertas de Margot alrededor de mis caderas. Deseándola como la droga más adictiva del mundo, a pesar de que nunca he estado dentro de ella. Aun. Eso está a punto de cambiar, ¿no? Soy un hijo de puta enfermo por hacer esto. Pero conozco a sus padres: harán cualquier cosa para ayudarla a ganar. Y me refiero a cualquier cosa. Incluso dejar que un hombre que le dobla la edad la folle para que tenga un mejor desempeño. No es inusual que los atletas acumulen tanto vapor y resistencia que se desesperen por el sexo. Especialmente entre los deportistas olímpicos que se enrollan constantemente durante los Juegos, agotando su inquieta energía en cualquier rincón oscuro de la villa. Los padres de Margot no se sentirán completamente ajenos a este concepto, pero ningún tipo de conocimiento va a amortiguar el shock. Así es como hay que hacerlo. Sobre el tablero. Oficialmente. Si simplemente empiezo a acostarme con Margot entre bastidores sin algunos parámetros formales, no volveremos a la piscina. Y me iré a la mierda. Ya estoy a mitad de camino. Casi metí mi polla dentro de ella delante de todos hace diez minutos, necesitando sentirla. Necesitando saber que no estaba herida. Maldita sea, la forma peligrosa en que cayó al agua... Voy a repetirla cada vez que cierre los ojos durante el resto de mi vida. Margot entra en la sala de entrenamiento con una fina bata y su pelo rubio en ondas sueltas alrededor de los hombros. Tiene los ojos muy abiertos y está nerviosa. Claro que lo está. Porque su padre está Sotelo, gracias K. Cross justo detrás de ella, entrando en la sala de terapia por primera vez, visiblemente curioso por saber por qué le pedimos que se reúna ahí. Su mujer no está con él. Tardo un momento en comenzar el encuentro. Solo puedo pensar en el hecho vergonzoso de que acecho a la hija de este hombre. La sigo a todas partes, la veo dormir, le robo la ropa para llevarme las prendas a casa y envolverla en mi almohada, besarla con la boca abierta, meterla entre mis piernas y frotarla, fingiendo que es ella. Mi casa es un homenaje a Margot. Está en todas partes. Si no es su nombre tallado en las paredes, son fotos. Tantas fotos de ella en varios estados de desnudez. O simplemente comiendo una manzana, enviando mensajes de texto en su teléfono, desbloqueando su coche. Me posee, en cuerpo y alma. Pero la forma en que he manejado mi obsesión es incorrecta e ilegal y no puedo perder de vista eso. No puedo deslizar esos últimos pies que quedan en el abismo. Por eso estoy haciendo que su necesidad de sexo sea de entrenamiento. Clavados. Si me permito preguntarme si ella también está remotamente encaprichada conmigo y por eso está caliente entre las piernas, no sé qué haré. Explotar. Encadenarla en mi sótano. Permitirme convertirme en un loco y asesinar a cualquier hombre que mire en su dirección. Obsesionarme con ella a tiempo completo. Dominar su vida, su existencia. Si siente algo por mí, no debería. No puede saber en qué se está metiendo. Y nunca lo sabrá. Tendremos sexo hoy y le daremos el orgasmo que necesita. Luego volveré a mantener mi distancia. Encontraré la manera de mantener mi bestia enjaulada por el bienestar de Margot. —Mi esposa está tomando una siesta. — explica el señor Summers, sentándose frente a mí y a Margot. — ¿Qué pasa? —Señor Summers...— exhalo lentamente. —Margot está teniendo algunas dificultades para concentrarse. Se echa hacia atrás y se cruza de brazos, asintiendo. —He visto esa mala zambullida en el entrenamiento. Y el entrenador... ayudándola a recuperarse. — Tropieza con esa última parte, como si Sotelo, gracias K. Cross todavía estuviera confundido por vernos tocarnos tan íntimamente en el agua. —Tienes que estar más concentrada, cariño. —Esa es la cuestión. — digo, antes de que Margot pueda responder. —Ella no puede. Concentrarse, eso es. Su padre reparte una mirada entre nosotros. — ¿Por qué no? Margot mira hacia su regazo, con la cara encendida, y no puedo evitar acercarme, encontrar su muslo desnudo y apretarlo con la mano. —Margot ya es adulta. Tiene dieciocho años. Me has contratadopara que la convierta en la mejor clavadista que pueda ser, y lo he conseguido. Es extraordinaria. Pero todo el entrenamiento, combinado con su conversión en mujer, le ha dado un montón de... exceso de energía. — Lo miro directamente a los ojos. —Solo hay una manera de que la queme. ¿Entiende lo que le digo, Sr. Summers? El ceño del otro hombre está fruncido por la confusión. —Lo siento, creo que no lo entiendo. Aprieto las muelas, ordenándome decir el resto. En cuanto termine esta reunión, por fin podré enterrar mi polla en Margot y cada vez estoy más impaciente, con las pelotas duras como piedras donde descansan en la silla de plástico. —Necesita un hombre. Ahora. O no creo que pueda competir con éxito. — Mi toque se desplaza más arriba en el muslo de Margot, lo suficientemente cerca como para rozar su coño con mi dedo meñique. Mía, susurra la bestia posesiva dentro de mí. Este hombre frente a nosotros es su padre, pero no es su papi. Yo lo soy. Y no puedo evitar hacérselo saber, aunque nunca pueda desempeñar plenamente ese papel. No sin que la vida de ambos se descontrole. Sin embargo, las palabras brotan de mí sin que me lo proponga. —Hemos intentado aliviar su frustración manualmente, pero no funciona. Necesita... una relación sexual completa. — El abdomen se me contrae y tengo que esforzarme por mantener una respiración uniforme, con las imágenes de Margot desnuda revoloteando por mi mente. —Necesita que la enjabonen hasta hacerla sudar. Necesita que la maltraten hasta que grite de placer. Y yo soy el que se lo va a hacer. El Sr. Summers balbucea, incapaz de mirar a ninguno de los dos. —No sé nada de esto. Quizá deberíamos practicar más. Ver cómo lo hace... Sotelo, gracias K. Cross —Me ha contratado para sacar el mejor rendimiento de ella, señor Summers. Esta es la única manera de hacerlo. — Mi polla se engrosa más y más en mis pantalones. Preparando. —Voy a llevarla a mi habitación y darle el único entrenamiento que va a servir en este momento. No está dispuesto a ceder y no puedo culparlo, ¿verdad? Su dulce y pequeña hija está a punto de ser atacada por un hombre que está criminalmente obsesionado con ella. En sus propias narices. ¿Siente que estoy a un chasquido de dedos de convertirme en su secuestrador, en lugar de su entrenador? — ¿No hay alguien más?— El Sr. Summers pregunta. —Alguien más cercano a su edad... —No. — digo, agarrando el coño de Margot a través de sus bragas. Mi mano está fuera de la vista, pero tengo la sensación de que él sabe exactamente dónde está. —No hay nadie más. Las cadenas traquetean en mis oídos. Nunca habrá otra persona. Su padre abre la boca y la cierra, pasándose una mano por su escaso pelo. —No creo que debamos contarle esto a su madre. —Es tu decisión. — Retiro mi mano de entre los muslos de Margot para poder ajustar mi erección, encajándola contra mi estómago. Luego me pongo de pie, ofreciendo mi mano a Margot. La toma automáticamente y no me quita los ojos de encima mientras la saco de la habitación, con la sangre bombeando por la necesidad animal de satisfacerla. De reclamarla. Finalmente. Sotelo, gracias K. Cross Capítulo 5 MARGOT El corazón me late en los oídos. Everett y yo no hemos hablado desde que salimos de la sala de terapia, pero la energía que hay entre nosotros es lo suficientemente fuerte sin necesidad de decir una sola palabra. En cuanto cruzamos el extenso terreno y entramos en la zona de viviendas, se agacha y vuelve a cogerme la mano, conduciéndome a un banco de ascensores idéntico al de mi edificio. Mi feminidad se siente pesada. Húmeda. Está palpitando incesantemente y Everett debe saberlo. Debe saberlo. Porque en cuanto las puertas del ascensor se cierran tras nosotros y nos quedamos solos, me empuja contra la pared y me masajea el punto a través de la ropa interior. Gimo largo y tendido, y suelto un grito ahogado cuando me raspa con los dientes el cuello, me mete la mano por la parte delantera de las bragas y me agarra desnuda. —Solo he pedido permiso para follar esto como cortesía, pequeña. Es mío. Por dentro y por fuera. Cada pequeño rizo de pelusa de melocotón. Cada goteo que sale de este coño pertenece a tu papi. Dilo. Dilo antes de que lleguemos a la habitación y me olvide de todo menos de golpearlo. —Es de mi papi. — gimoteo, el mareo me asalta. —Es tuyo. Me agarra las muñecas y las apoya por encima de mi cabeza, dejándolas ahí mientras me abre la bata, rastrillando sus manos abiertas por la parte delantera de mis pechos desnudos, mi vientre, viajando de nuevo hacia arriba para amasar mis sensibles montículos. Gime como si fuera él quien recibiera el placer en vez de yo. La gran cresta de sus pantalones me roza el vientre una, dos veces, y entonces se muerde el labio y se empuja contra mí. Presionando su boca abierta contra mi hombro, me frota furiosamente contra la pared del ascensor, sus manos descienden hasta mis nalgas y agarran las mejillas con Sotelo, gracias K. Cross rudeza, sus caderas embisten contra las mías, levantándome sobre los dedos de los pies, haciéndome sollozar por la intensidad de todo ello. —Tú haces esto. Me conviertes en un animal. — Arrastra sus dientes de un lado a otro de mi hombro y grito, arqueando la espalda, suplicando sin palabras que vuelva a tocarme los pechos. Pero lo hace mejor que eso. Utilizando su posesivo agarre en mi trasero, me levanta y sube, dejando caer su boca hasta mis pezones y lamiéndolos de forma obscena. Mirándome a los ojos mientras lo hace y apretando cada músculo al sur de mi ombligo. —Tienes suerte de que hayamos llegado a este edificio. Casi coloco este culo apretado en la mesa y te bombeó de lleno justo en frente de tu padre. — Rodea con sus labios uno de mis pezones y lo dibuja, lenta y largamente. —No estoy seguro si podría haberlo convencido de que para recibir una capacitación adecuada y completa, no usaré condón. Antes de que pueda cuestionar eso, o por qué me excita, las puertas del ascensor se abren y me sacan del mismo. Nos detenemos a mitad del pasillo y me aprietan contra la puerta, con la boca de mi entrenador inclinada sobre la mía, el roce de sus labios y su lengua estimulando mis sentidos. Rodeé su cintura con mis piernas, gimiendo mientras comenzaba a mover sus caderas contra mí de esa manera frenética y gruñendo. Rápido, rápido, rápido. Haciendo que la puerta se agite fuertemente detrás de mí. El apretón de mis pequeños músculos vaginales es demasiado intenso y no sé qué hacer al respecto, así que me froto con él, gimiendo, tratando de aliviar el dolor, pero éste solo empeora cuanto más fuerte es su embestida contra mis bragas, volviéndolas empapadas e incómodas. Empiezo a preguntarme si va a tomarme aquí, en el pasillo, cuando se frena con una maldición y saca una tarjeta llave de su bolsillo, la golpea en la cerradura y abre la puerta, haciéndome entrar. Nuestras bocas vuelven a conectarse, las lenguas se invaden, mis dedos se clavan en su pelo mientras avanza a trompicones hacia la cama, bajando ya la cremallera de sus pantalones entre nuestros cuerpos. —Soy un hombre malo, Margot. — exhala tembloroso contra mis labios, tirándome a la cama y cayendo con fuerza encima de mí, inmovilizándome bajo su estructura mucho más grande. Me siento dominada al instante y me encanta. Me encanta la pérdida de control. Sotelo, gracias K. Cross No saber lo que está a punto de suceder, lo que me hará o lo que sentiré. —Me has convertido en un hombre muy malo que quiere cosas enfermizas de una joven inocente. Se me pone la piel de gallina. Por todas partes. Mi cerebro me insta a cuestionar lo que quiere decir... pero algo dentro de mí ya lo sabe. Sé muy bien lo que quiere. Tal vez lo he sabido todo el tiempo y por eso me siento delicada y atesorada y excitada en presencia de Everett.Sus deseos específicos pueden no haber sido obvios, pero mi cuerpo los reconoce... y creo que comparto esas necesidades. Sí, las comparto. Porque me gusta este contraste de joven y mayor. Inocente y no. Pequeño y grande. Ya no soy yo misma. Soy una niña pequeña a punto de hacer algo prohibido con su papi y mis partes íntimas se enroscan con anticipación. Una excitación delirante. Cierro los ojos y me deleito en el fresco aire acondicionado, el firme colchón a mi espalda y el increíble peso de este hombre encima de mí, con su lengua trazando un recorrido por el lateral de mi cuello. Suelto una risita y apenas reconozco mi propia voz cuando digo: —Eso hace cosquillas, papi. Everett hace una larga pausa antes de emitir un sonido desgarrador. —Margot, no. — Su boca encuentra la mía en un beso sordo. —No podemos ir ahí. No me dejes ir ahí. — ¿Ir a dónde?— Pregunto, con los ojos muy abiertos e inocentes. — ¿Por qué me has traído aquí?— Vuelvo a soltar una risita, con la cara enrojecida por el calor. — ¿Por qué tienes los pantalones desabrochados? Everett traga fuerte y empieza a respirar con dificultad, con su virilidad palpitando contra el interior de mi muslo, aún atrapado dentro de sus calzoncillos. —No puedo...— jadea, con los párpados caídos. Pasan largos segundos, su mano derecha recorre el lado de mi cadera. —Estamos aquí para jugar a un juego secreto, pequeña. Solo tú y yo. Sotelo, gracias K. Cross Intento zafarme de él, pero me sujeta la cadera y aprieta su cuerpo más grande para que no pueda ir a ninguna parte. —No quiero jugar a un juego. — digo, haciendo un mohín. —Me estás mirando raro. La mano en mi cadera viaja hasta mis pechos, la punta de su dedo traza un ligero círculo en la parte superior de mis pezones. —Te miro así porque eres muy guapa. Me muerdo el labio. Halagada pero insegura. —Gracias. — Everett tararea en su garganta. Se inclina para lamer su lengua sobre el pezón que acaba de poner duro, agarrando mis muñecas y sujetándolas cuando empiezo a retorcerme. —No me gusta cómo me hace sentir eso. — ¿Estás segura?— Se mueve hacia mis otro pecho, acariciando el pezón con roces de lado a lado de sus labios. —Si hace que tu coño se sienta caliente y húmedo, está bien. Eso es lo que queremos. — La parte inferior de su cuerpo se frota contra la mía. —Eso es exactamente lo que queremos. Mi piel se calienta a un ritmo tan rápido que la habitación gira un poco a mí alrededor. Pero él es mi ancla. Mi entrenador. Mi todo. Sus ojos me mantienen clavada en el sitio, presente en el momento, incluso cuando quiero gritar por todas las sensaciones que me bombardean a la vez. Ansiedad. Confusión. Necesidad. Amor. Lujuria. —Has dicho que esto es un juego. ¿Cómo lo jugamos?— Susurro. Everett acerca su boca a la mía y la abre con un ligero lametón. Manteniendo el contacto visual, suelta una de mis muñecas y se inclina, recorriendo suavemente con un dedo la raja de mi sexo, a través de mis bragas que se humedecen rápidamente. —Me he sentido muy solo, cariño. — dice desgarradoramente. —Muy solo. Se me forma una arruga en el entrecejo y me pregunto hasta qué punto es cierto y hasta qué punto forma parte del juego que estamos jugando. La idea de que Everett se sienta solo me da un vuelco al corazón. — ¿Pero cómo puede sentirte solo cuando me tienes a mí? Su risa encierra una gran cantidad de oscuridad. —Cuando no puedo tenerte del todo y siempre estás cerca tentándome tan dulcemente, me hace sentir aún más solo. ¿Lo entiendes? Sotelo, gracias K. Cross Me coge por completo en la mano y lo amasa con fuerza, haciéndome jadear y empujar sus hombros. — ¡Papi! —Necesito esto hasta el final. — gruñe entre dientes, tratando visiblemente de mantenerse bajo control, aunque hay un brillo de sudor en su frente y su labio superior. —Ya no me sentiré solo si me dejas entrar en este bonito coño. Vas a estar tan apretada alrededor de mi polla que no podré pensar en absoluto, ¿verdad? —No quiero que te sientas solo. — digo, mordiéndome el labio inferior y mirando entre nuestros cuerpos con ingenua confusión. — ¿Cómo p-puedes estar dentro de ella? Sin apartar su atención de mi cara, Everett retira su mano de mi sexo y agarra la suya, acariciando la gigantesca cresta a través de sus calzoncillos. Luego baja lentamente la mano por la parte delantera del calzoncillo y saca su gran erección moteada. Es mucho más grande de lo que podría haber imaginado y mis muslos tratan de cerrarse automáticamente, mi respiración se corta. De repente, estoy nerviosa. No estoy segura de cómo vamos a encajar juntos de la forma que siempre había imaginado. Al menos hasta que Everett empieza a acariciarse con ese poderoso puño, hipnotizándome, sus jadeos contra mi boca hacen que mi carne se vuelva cada vez más resbaladiza. Mientras esto sucede, me quita las bragas por completo, tirando de ellas hacia abajo y sobre mis rodillas y tobillos, dejándolas en un montón sobre la cama. —Solo voy a meter la punta. — dice entrecortadamente, colocándose entre mis muslos, su mano guiando ese tronco de carne turgente hacia mi centro. — ¿Eso va dentro de mí?— Susurro con asombro. Tal vez un poco de miedo. —Así es, pequeña. — Me toma la boca en un largo beso sin aliento y, vacilante, empiezo a participar, tocando con mi lengua la suya, abriendo un poco más la boca cada vez que desliza la suya masculina sobre la mía. —Así me gusta, cariño. — dice con fuerza. — Qué bien besas ya y solo estamos empezando. ¿En qué más crees que serás buena cuando juguemos juntos? El cumplido hace que una de las comisuras de mi boca se levante en una tímida sonrisa. —No lo sé. — murmuro, moviéndome para Sotelo, gracias K. Cross intentar combatir el creciente dolor entre mis piernas. — ¿Qué más hay? —Bueno...— Mantiene sus labios apoyados en los míos, su respiración comienza a entrecortarse. Y me doy cuenta de que está intentando distraerme mientras se dirige a mi entrada. Mantengo los ojos inquisitivos fijos en mi papi mientras él separa mi carne con la cabeza grande y lisa de su erección, intentando que no se note mi absoluta excitación. Todavía no. —Podemos bañarnos juntos... — ¿Con burbujas?— susurro, sonriendo. Gime, arrastrando su eje hacia arriba y hacia abajo a través de mis pliegues empapados. —Todas las burbujas que quieras, cariño. — bromea. —Cuando estemos solos en esta habitación, podemos practicar los besos. Luchar. Puedes sentarte en mi regazo sin bragas y dejar que te dé un helado. — Mientras dice la última parte, su erección se mete dentro de mí e inhalo, negando. —Podemos divertirnos juntos. Pero primero tienes que aprender a disfrutar de esto. — Me abre los muslos y mete otro centímetro, provocando un gemido nervioso en mi boca. —Aprenderás a disfrutar de mi polla. Es la única que tendrás. Un día, pronto, vas a chuparla con tu bonita y joven boca. Vas a dejar que papi haga lo que quiera cuando estemos solos. — Con los dientes al aire, empieza a mover las caderas, con la respiración entrecortada y el sudor acumulándose en la línea del cabello. —Pero nuestros juegos son un secreto, ¿me entiendes, Margot? —Me duele. — Mi voz es cruda. Sincera. Porque estoy diciendo la verdad. Es tan enorme comparado conmigo. Tan rígido que podría estar hecho de hierro. —Eso es m-más que la punta. —Perdona a un hombre solitario. — gime contra mi boca, empujando todo el camino dentro de mi cuerpo en un poderoso bombeo, a través de la barrera de mi virginidad y más allá, su mandíbula se afloja en un largo y retumbante gemido. Incluso mientras disfruta de mi sensación con los ojos cerrados, me sujeta, porque me muevo, muevo las caderas, grito, cualquier cosa que pueda hacer para aliviar la extraña incomodidad. —Hijo de puta, es un puto coño apretado. — Las palabras salen de él en un tenso apuro, y luego, de repente,