Logo Studenta

04 - Jessa Kane - My Coach, My Stalker

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Sotelo, gracias K. Cross 
 
Sotelo, gracias K. Cross 
MY COACH, MY STALKER 
Sotelo, gracias K. Cross 
JESSA KANE 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Sotelo, gracias K. Cross 
 
 
 
 
 
 
 
Mi entrenador de clavados, Everett, me ha entrenado hasta los 
Juegos Olímpicos. Ahora compito en un escenario mundial por 
una medalla de oro. Pero cuando llegamos a Tokio, mi técnica no 
funciona. Estoy inquieta, dolorida, y no sé por qué. Pero Everett 
sabe exactamente lo que necesito para recuperar la 
concentración. Ahora me entrena de una manera totalmente 
nueva, revelando una obsesión conmigo que ha estado cociendo 
a fuego lento bajo la superficie durante años, preparándose para 
hervir... 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Sotelo, gracias K. Cross 
Capítulo 1 
EVERETT 
 
Me sitúo al lado de la piscina de entrenamiento olímpico, 
esperando a que mi alumna llegue al salto de altura. Ya es tarde. 
Somos el único equipo que queda en las instalaciones, todos los demás 
atletas y entrenadores han regresado a la Villa Olímpica. Empujo a 
Margot porque sé que puede ganar. La presiono tanto como ella misma 
porque su potencial es ilimitado. Y lo sé, porque la entreno desde los 
16 años. Llevamos dos años juntos, entrenador y clavadista, pero juro 
que la conozco de toda la vida. Juro que ha sido mía toda la vida. 
Como siempre, cuando Margot está fuera de mi vista, mi cuero 
cabelludo empieza a punzar. No me gusta. Tengo que resistir el 
impulso de ponerme debajo de la escalera por si se cae. Pero tengo que 
ocultar cuidadosamente mi ansiedad. Tengo que mantener mis rasgos 
impasibles, porque sus padres están de pie a mi lado, todos ataviados 
con sus camisetas de la bandera americana y sus gafas de recuerdo 
de Tokio. Me apoyan hasta la desesperación. Si tuvieran una idea de 
lo que me gustaría hacerle a su hija, se desmayarían en una maraña 
de rojo, blanco y azul. 
Lo que me gustaría hacer... no puede suceder. 
Eso es lo que me digo a mí mismo cada vez que me entran ganas 
de tocar. Me he ganado la confianza de Margot y su familia. Llevar mi 
obsesión al siguiente nivel no sería ético. Y enfermizo. A los treinta y 
seis años, solo soy cinco años más joven que su padre. Estaba ahí el 
día que Margot obtuvo su licencia de conducir, por Dios. No importa 
que haya madurado mucho desde entonces. 
Percibo un movimiento por encima de mí y observo con avidez 
cómo los dedos de los pies de Margot se mueven por encima del borde 
del trampolín. No hay forma de detener el engrosamiento de mi polla. 
No cuando puedo verla desde este ángulo, y como la veo desde este 
punto de vista cientos de veces al día, se me pone dura como una 
piedra. Las brillantes luces de las instalaciones olímpicas resaltan 
Sotelo, gracias K. Cross 
cada contorno de su traje de baño negro reglamentario. Un traje que 
está mojado y pegado después de horas de práctica. 
Mis ojos rastrean el montículo de su coño, el saliente de sus 
tetas. 
Me aclaro la lujuria de la garganta y ella se ajusta el gorro de 
baño, mirándome expectante. Esperando mis instrucciones. —Esta 
vez empieza a meter la mano antes, Margot. Líneas limpias. Cuando 
estés lista. 
Asiente. Se prepara. Lo ejecuta casi sin problemas. 
Solo un entrenador o un juez se daría cuenta de la ligera flexión 
de su pierna izquierda. 
Sus padres se ríen con orgullo y se abrazan. Están llenos de 
esperanza por el comienzo de la competición dentro de dos días. Pero 
desde hace unas semanas hay algo que me está dando vueltas en el 
subconsciente. Cada vez que estoy cerca de Margot y eso es casi 
constantemente, noto una nueva tensión en sus hermosos hombros. 
Parece que no puede quedarse quieta ni concentrarse, y se retuerce 
en el banco de entrenamiento durante mis clases. 
Da vueltas y vueltas mientras duerme, tirando las mantas al 
suelo e inclinando las caderas en todo tipo de posiciones tentadoras, 
estirando sus braguitas de algodón sobre su coño. Me hace sudar en 
las sombras de su habitación designada en la Villa Olímpica, de la que 
tengo la llave. También tengo la llave de su casa en Austin, Texas. Ver 
a Margot dormir no es exactamente una tarea nueva para mí. Por 
necesidad, he aprendido a eyacular sin gritar. He desarrollado una 
rutina de meterme en un par de bragas de su cajón, llevarlas a casa 
después y reemplazarlas la noche siguiente. A menos que las guarde. 
Tiendo a guardarlas mucho. 
Lo que hago no está bien. Es una violación de su privacidad. Su 
confianza, así como la de sus padres. Pero me digo a mí mismo que es 
más perdonable que bajar esas ajustadas bragas y abrirme paso a 
través de su virginidad. Sin embargo, ya sea que esté bien o mal, 
pienso en ello. Pienso en hacer el amor con la dulce Margot cada 
maldito minuto del día. A veces no me cabe ningún otro pensamiento 
alrededor de esos desesperados y depravados. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Sale a la superficie a mis pies y me agacho para ayudarla a salir 
de la piscina. 
— ¿Cómo fue eso?— pregunta, sin aliento. Buscando en mis 
ojos. Haciendo que mi corazón corra a una velocidad vertiginosa 
dentro de mi pecho. Dios, haría cualquier cosa por atraerla a mis 
brazos. — ¿Mejor? 
—Mejor. — digo enérgicamente. —Solo que aún no está donde 
tiene que estar. 
Odio la forma en que sus hombros caen en señal de decepción. 
Ella es increíble. Un fenómeno. Pero es mi trabajo como su entrenador 
seguir presionando hasta que sea lo suficientemente buena para 
ganar el oro. Sus padres me han confiado esta misión. No quiero 
fallarles y me niego a fallar a Margot. 
Como suele hacer mi alumna últimamente, se enreda con la 
correa de su traje de baño, la energía inquieta se desliza por ella en 
oleadas. —Bueno, entonces...— Exhala un suspiro. —Nos quedaremos 
hasta que lo hagamos bien. 
—Oh, pero cariño. — dice su madre. — ¿No dijiste que querías 
salir a bailar esta noche con algunos de los otros clavadistas?— Nos 
mira ansiosa a Margot y a mí. —Está muy bien trabajar duro, pero ¿no 
deberías tener un poco de tiempo libre? Estás en Tokio. 
El padre de Margot ya está sacudiendo la cabeza. —Estamos 
aquí para los clavados. No para ir de fiesta. 
No he dicho nada porque tengo los dientes demasiado apretados 
para hablar. 
¿Bailar? 
¿Margot saliendo a bailar con hombres en una ciudad 
extranjera? 
Es la primera vez que me entero de ello. Se supone que todo pasa 
por mí. Todo, desde lo que desayunó hasta su ciclo menstrual. Vivo, 
duermo y respiro a esta chica, y ella lo sabe. Sus mejillas se sonrojan 
al ser descubierta por su madre, su mirada se dirige a la mía y baila 
nerviosa. —Era solo una posibilidad. No iba a bailar con seguridad. 
Tengo en la punta de la lengua negarle la salida nocturna. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Pero últimamente he sido demasiado posesivo con el tiempo de 
Margot. Me he salido con la mía porque estábamos preparando las 
Olimpiadas, pero pronto volveremos a Austin y tendré que reducir la 
monumental cantidad de tiempo que he pasado con ella. Me va a 
matar. Me encanta recogerla y llevarla a la piscina a primera hora de 
la mañana. Me encanta ser la última voz que oye por la noche cuando 
me llama para confirmar que se va a dormir. 
Ella no sabe que suelo estar estacionado a una manzana de 
distancia, escuchando cómo se mueve en la cama a través del 
micrófono que he pegado debajo de su mesilla. 
Jesús, esta obsesión ha llegado tan lejos. 
¿Realmente tengo una esperanza en el infierno de frenarla? 
Al darme cuenta de que Margot y sus padres me observan 
expectantes, toso en un puño. —Tiene que ser frotada por uno de los 
entrenadores. Hoy hemos practicado mucho y no quiero que tenga los 
músculos agarrotados por la mañana. Después la acompañaré a la 
villa. — Obligo a la siguiente parte a salir aunque me hace ver rojo. —
Si Margot quiere ir a bailar después, es cosa suya. 
Sonríe, dando saltos y aplaudiendo.Emocionada por tener una noche de libertad. 
Ignorando felizmente que voy a estar observando cada uno de 
sus movimientos. 
 
 
 
 
 
 
 
Sotelo, gracias K. Cross 
Capítulo 2 
MARGOT 
 
Camino descalza por el túnel de cemento que lleva al área de 
fisioterapia. 
El entrenador Everett está justo detrás de mí. Me sigue en 
silencio. 
Cada vez con más frecuencia tengo esta sensación de calor y 
ansiedad. Como si tuviera un picor que no puedo encontrar ni rascar 
y que nunca desaparece. Siempre es peor en momentos como éste, 
cuando estoy a punto de quedarme a solas con mi entrenador. 
Porque ambos sabemos que el fisioterapeuta ya se ha ido por 
hoy. Hace horas. 
No sé por qué los dos insistimos en mantener este fingimiento, 
como si ambos no fuéramos muy conscientes de que está a punto de 
masajear mis músculos doloridos en la sala de terapia desierta. 
Es mi parte favorita y menos favorita del día. 
La favorita porque me encantan las manos de Everett sobre mí. 
Las anhelo ahí, amasando los nudos de mis pantorrillas, hombros y 
muslos. Es el único que puede hacerlo bien, percibiendo exactamente 
dónde son más importantes mis dolores. 
Lo que menos me gusta es que después me siento dolorida y 
desarticulada. No sé qué hacer conmigo misma. Mi cuerpo no se 
calma. Por eso he tenido la idea de ir a bailar con algunos de mis 
compañeros de clavado. Tal vez si me agoto, podré por fin descansar 
decentemente. Sueño que necesito si quiero ganar el oro. 
Doblamos la esquina hacia la sala de terapia y está vacía. No hay 
ningún sonido, excepto el lento goteo del grifo del lavabo. El bajo 
zumbido de la luz del techo. 
—Debe de haberse ido a casa a pasar el día. — dice Everett 
despreocupadamente, con su aliento rozando mis hombros, que aún 
Sotelo, gracias K. Cross 
están mojados por la piscina. —Tendré que frotarte. — Su voz se ha 
vuelto profunda. Muy profunda. Nunca usa ese tono con mis padres. 
Solo cuando estamos solos. Me pone los pelos de punta, me hace 
temblar las terminaciones nerviosas. —Acuéstate en la mesa, Margot. 
Boca abajo. 
Esta es la parte del día donde me digo que esto es inocente. 
Es mi entrenador. 
Es el mejor entrenador. Buscado por todos los clavadistas 
competitivos de mi estado. 
Tal vez todo lo que quiere es desatar mis músculos. 
Después de todo, nunca va más allá de un masaje. No importa 
lo mucho que me gustaría. 
No importa lo cerca que esté de mis lugares privados, nunca los 
toca. Nunca cruza la línea hacia... las caricias. O el sexo. Es solo un 
masaje. Tal vez estoy haciendo un gran problema de nada. Es solo una 
parte funcional de su trabajo. Preparar al atleta. 
Si solo pudiera verlo de esa manera. 
Si no fuera tan dominante, atractivo y magnético. 
Si solo no hubiera jurado a los dieciséis años guardar mi 
virginidad para él. 
Con el labio inferior apretado entre los dientes, me quito el gorro 
de baño, dejando salir mi larga cabellera rubia y blanca. Luego me 
subo a la mesa para tumbarme boca abajo, girando la cabeza para ver 
a Everett lavándose las manos en el lavabo, remangando las mangas 
de su camisa abotonada para mostrar sus fuertes antebrazos. Se 
aplica loción en las palmas de las manos y se acerca a mí, con un 
músculo apretado en la mejilla. —Lo has hecho bien hoy, Margot. — 
dice, frotando esas grandes manos, dudando un segundo y 
colocándolas después en el dorso de mis muslos. Clavando sus 
pulgares en el músculo tenso y arrastrándolos hacia arriba, hacia 
arriba, deteniéndose justo debajo de la curva de mis nalgas. —Pero 
hay algo que te molesta. Te impide concentrarte plenamente en las 
inmersiones. ¿Quieres hablar conmigo de ello? 
Sotelo, gracias K. Cross 
¿Hablar? ¿Ahora mismo? Con esas mágicas yemas de los dedos 
recorriendo lentamente mis pantorrillas, los pulgares subiendo por la 
curva de mi empeine. —Oh, um...— Mi boca está completamente seca, 
mi pulso es fuerte en mis oídos. Porque su tacto vuelve a recorrer toda 
la longitud de mis piernas, acercándose cada vez más a mi trasero. 
Tócalo. Tócame. Pero apenas roza el comienzo de mi traje de baño antes 
de retroceder hasta mis pies. —No me di cuenta de que parecía 
distraída. — miento. 
En el silencio que se produce, Everett vuelve a cruzar hacia el 
dispensador de loción, aplicando metódicamente crema blanca fresca 
en sus manos y retrocediendo lentamente en dirección a la mesa. —
Ahora dime la verdad. — dice. 
¿Me atrevo? 
No es una conversación que deba mantener con un hombre que 
casi me dobla la edad. Un hombre que no es miembro de mi familia. 
Es mi entrenador. Pero si realmente me detengo a pensar en ello, no 
hay nadie más en mi vida en quien confíe más. Everett siempre tiene 
mi mejor interés en mente. Siempre. —Creo que tal vez...— Aprieto los 
ojos cerrados. —Parece que mi cuerpo está cambiando. Está... 
diferente últimamente. 
Toma un largo respiro y lo suelta, de forma algo irregular. — 
¿Diferente cómo? 
—Bueno. — Trago saliva. —Ciertas partes de mí no encajan tan 
fácilmente en mi traje ahora. 
No me retracto. Lo he dicho en voz alta. 
He estado observando los cambios que se producen en mí en el 
espejo de casa, preocupada de que tengan un efecto negativo en mis 
clavados, pero no he compartido mis preocupaciones con nadie hasta 
ahora. La verdad es que es un alivio. Al menos, hasta que él dice: — 
¿Qué partes, Margot? 
Oh, Dios. 
Me sonrojo de pies a cabeza. Enterrando mi cara en el cuero de 
la mesa. 
Sotelo, gracias K. Cross 
—Mis caderas. — murmuro, riendo un poco por la incomodidad. 
—Pero sobre todo mis tetas. 
Tararea en su garganta y puedo sentir su mirada recorriendo 
todo mi cuerpo, evaluándome, y se necesita cada gramo de mi fuerza 
de voluntad para no retorcerme. O apretar las piernas en un intento 
de amortiguar el incesante latido. 
—Ponte de espaldas. Vamos a echar un vistazo. — Sus rudas 
instrucciones hacen que mi carne femenina se agarre casi 
dolorosamente. Se inunda de calor. Un calor líquido y húmedo. Esto 
nunca había sucedido antes. ¿Me está pidiendo que me quite el traje 
de baño? ¿Qué le muestre mis pechos? —Es tarde, Margot. No 
tenemos toda la noche. — Me agarra por la cintura y me da la vuelta, 
apoyando una mano justo debajo de mi ombligo. Tan cerca, tan cerca, 
de mi sexo. ¿Se da cuenta de dónde me está tocando? ¿Se da cuenta 
de que su tacto hace que me apriete? —Bájalo, Margot. 
—Sí, entrenador. — susurro, con los dedos temblando mientras 
suben y se enganchan debajo de los tirantes húmedos del bañador, 
primero pasando los brazos por los agujeros y luego empujando 
lentamente el material hasta la cintura. Inmediatamente después de 
exponerme a la fría habitación y a sus agudos ojos, miro fijamente al 
techo. Pero mi curiosidad no tarda en vencerme y miro a Everett, 
encontrando su atención fijada en mis pechos, su mandíbula tensa. 
Los ojos brillan. ¿Qué significa eso? — ¿Todo parece... normal?— 
Pregunto en voz baja, resistiendo el impulso de volver a subir el traje. 
—Sí. — dice, con las fosas nasales abiertas. Saca un pañuelo de 
papel del bolsillo trasero y se da unas palmaditas en la frente, y es 
entonces cuando me doy cuenta del bulto en sus pantalones. Es... 
enorme. Sale directamente de la cremallera. Se me corta la respiración 
y la mirada de Everett se dirige a la mía. —Es una reacción natural al 
ver el cuerpo desnudo de una mujer, Margot. 
—Oh. — logro respirar. —Yo... lo sé. 
Solo que no lo sé. 
No sé nada de sexo ni de la química entre hombres y mujeres. 
Pero sé que si el pene de Everett está duro significa que está 
excitado. Eso me lo explicaron en la clase de salud, en la escuela 
Sotelo, gracias K. Cross 
secundaria. Los genitales masculinos se endurecen cuando se 
preparan para entrar en una mujer. En otras palabras, lo he... 
excitado. Y ese hecho me excita, hace que los dedos de mis pies se 
enrosquen en el extremo de la mesa. 
Las manos de Everett aún están cubiertasde loción. Me olvido 
de eso hasta que me pone las palmas de las manos en la barriga y, 
despacio, desliza sus manos hacia arriba y sobre mis pechos, 
ahuecándolos con firmeza. — No hay nada malo contigo aquí, cariño. 
Estás perfecta. Acabas de madurar. 
No puedo respirar. ¿Está sucediendo esto realmente? 
Everett sostiene mis pechos desnudos en sus manos. 
Ahora los está masajeando, pasando el pulgar de un lado a otro 
de los pezones, haciéndolos fruncir insoportablemente. La 
combinación de placer y dolor es tan intensa que emito un sonido. Un 
breve sonido desesperado, acompañado de mis muslos que se juntan. 
Apretando. 
¿Qué le pasa a mi cuerpo? ¿Debería sentirse así de inquieto? Soy 
un infierno. 
Everett observa todo lo que sucede de esa manera sagaz y 
evaluadora. —Con la madurez llegan muchos sentimientos nuevos, 
Margot. Aprenderás a sobrellevarlos. Al final te adaptarás a los 
cambios y encontrarás una nueva normalidad con los clavados. 
Su voz es muy baja. Toda su poderosa estructura parece 
enroscada con fuerza. Y no puedo evitarlo. Mi mirada desciende hacia 
esa protuberancia en sus pantalones y la encuentro apoyada en la 
mesa junto a mi cadera. —Yo... espero que sí, entrenador. Espero 
poder volver a sentirme normal. 
—Sí. — Arrastra el labio inferior entre los dientes, apareciendo 
un nuevo brillo de sudor en su frente. —Por desgracia, tenemos que 
trabajar rápido para que te sientas mejor, Margot. Estamos en los 
Juegos Olímpicos. No tenemos un tiempo ilimitado para que te 
acostumbres a ser una mujer. Y a todo lo que conlleva. 
— ¿Qué... qué quieres decir?— Pregunto, cruzando 
completamente las piernas ahora. Oh, Dios. Cada vez estoy más 
Sotelo, gracias K. Cross 
mojada. Cada vez que sus pulgares se arrastran por mis pezones, se 
produce la correspondiente palpitación entre mis muslos. — ¿Qué 
conlleva ser una mujer? 
—Aparte de que el bañador te queda diferente...— Su garganta 
trabaja con un duro trago y sus manos abandonan mis pechos. Deja 
caer la derecha a su lado y la izquierda, oh, Señor, se desliza por mi 
vientre y agarra mi sexo a través del bañador, haciendo que mis 
caderas se levanten de la mesa, mi jadeo estrangulado se escucha 
fuerte en la pequeña sala de terapia. — ¿También hay cambios aquí 
abajo, Margot? ¿Sientes tu coño diferente? 
La palabra brota de mí. —Sí. 
Su pulgar presiona la costura de mi carne. Solo presiona y 
mantiene, pero es suficiente para provocar fuegos artificiales en mi 
vientre, convertir mis muslos en gelatina. — ¿Se ha mojado y es 
incómodo? 
Lo único que puedo hacer es asentir. 
Tiene en sus manos la parte más íntima de mí. Los secretos 
parecen inútiles. 
—Sí. 
Everett suelta un gruñido, cerrando los ojos durante largos 
momentos mientras se recompone visiblemente. —Estás cachonda, 
Margot. — Aprieta su agarre. —Tienes un coñito cachondo. 
— ¿Ca-cachondo? 
He oído esta palabra antes, pero no sé exactamente qué significa. 
—Sí. — dice Everett. —Significa que tu cuerpo quiere el tipo de 
alivio que viene del sexo. — Su voz se vuelve entrecortada, su agarre 
se aprieta y se suelta. 
—Estás... preparada para el sexo. Esa es probablemente la razón 
por la que tu traje de baño se siente extra apretado e incómodo 
últimamente. 
¿Quiero sexo? 
Nunca me detuve a considerar eso. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Sé que disfruto de las manos de mi entrenador sobre mí, pero el 
sexo siempre parecía algo tan lejano en el futuro. Algo que ocurriría 
después de ganar el oro en las Olimpiadas. Durante mucho tiempo, 
los clavados han sido el único foco de mi vida. Nada más. ¿He estado 
completamente protegida de la realidad de convertirme en una mujer 
y de todo lo que eso significa? — ¿Qué voy a hacer?— susurro, sin 
poder resistirme a abrir un poco más los muslos. Se siente tan bien 
que me toquen ahí. 
—Tenemos que ocuparnos de esto antes de que empiece la 
competición oficial. Si no, estarás distraída y ansiosa. — Everett dice 
con fuerza, con los párpados tan caídos que solo puedo ver un trozo 
de sus ojos. —Necesitas un orgasmo, Margot. 
Un orgasmo. 
Alivio. 
En cuanto dice la palabra, es como si mi cuerpo supiera que 
tiene razón. Comienza a clamar por él, las terminaciones nerviosas 
crepitan, mi sangre se precipita y corre de un lado a otro en mis venas. 
— ¿Va a darme uno, entrenador?— susurro, mirando su mano donde 
todavía me acaricia a través del nylon húmedo de mi traje de baño. 
—No puedo. — gruñe, su cara es una máscara de miseria cuando 
finalmente retira su mano de la unión de mis muslos y se dirige al otro 
lado de la sala de terapia. —Soy lo suficientemente mayor como para 
ser tu padre, maldita sea. Soy tu entrenador de clavados. Ya he llevado 
esto demasiado lejos. Las cosas que he hecho, cariño... no sabes ni la 
mitad. 
—Cuéntame. — susurro, con el corazón palpitando 
salvajemente. 
¿De qué está hablando? 
¿Está tratando de admitir que siente algo por mí? ¿De la misma 
manera que yo siento por él? 
Antes de que pueda presionar para obtener más información, 
Everett coge algo de la encimera junto al fregadero. Una pequeña toalla 
blanca enrollada. —Vuelve a ponerte boca abajo. — me dice. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Rezando para que me toque más, hago lo que me dice, y me 
sorprendo cuando me mete la toalla enrollada entre las piernas. De 
forma brusca. Justo debajo de mi sexo. Jadeo ante la sensación de 
que el borde de la toalla aprieta tanto mi feminidad. El cosquilleo me 
llega hasta los dedos de los pies y los muslos empiezan a temblar de 
anticipación. 
Everett enrolla mi largo pelo alrededor de su puño. —Mueve las 
caderas. Frota tu coño contra la toalla. Cuando encuentres un punto 
que te guste, sigue. 
Debería sentirme humillada. O reticente. O ambas cosas. 
Pero el dolor se extiende y se hace más intenso, gracias al 
momento. Compartir esta intimidad con mi entrenador. Tener mis 
pechos desnudos en su presencia y que se refiera a mi sexo como un 
coño. Es malo. Es muy malo, pero me encanta. Y empiezo a balancear 
mis caderas, haciendo un sonido roto cuando la fricción produce un 
apretón. Un tirón de cosquillas en lo más profundo, en lo más 
profundo de mí, en un lugar al que nunca se ha llegado. Trabajo la 
parte inferior de mi cuerpo más rápido, la mesa empieza a crujir 
debajo de mí, y oigo a Everett gemir. 
—Te has olvidado de mencionar tu culo. — dice entre dientes 
apretados. —Cómo se ha vuelto tan dulce y flexible. Tentador. ¿Crees 
que es fácil entrenar cuando mi polla está dura de verte subir la puta 
escalera, sacudiéndote y flexionándote hasta la cima? Una y otra vez. 
Maldita sea. — Su palma golpea mi trasero. En algún lugar entre 
suave y duro. Y las chispas llenan mi visión. El júbilo recorre mi 
estómago, mi cabeza. Me siento encontrada. Como si me faltara una 
gran parte de mi vida que ha estado fuera de mi vista todo este tiempo. 
—Monta la toalla, cariño. Más rápido. No te detengas. 
Voy tan rápido como puedo, gimiendo, arrastrando mi sexo hacia 
arriba y hacia atrás en la toalla enrollada y se siente bien, tan bien, 
pero no importa lo mucho que lo intente o lo bien que se sienta, solo 
hay acumulación. No hay liberación. Prácticamente me estoy abriendo 
de piernas encima de la cresta de rizo blanco, con los dedos 
enroscados en los bordes de la mesa de cuero. El sudor empieza a 
cubrir mi piel. Me revuelvo y me revuelvo. Pero sigo rondando el borde 
del orgasmo. Nunca se abalanza sobre mí y me reclama, y la 
Sotelo, gracias K. Cross 
frustración empieza a invadirme. ¿Estoy rota? ¿Lo estoy haciendo 
mal? 
—Buena chica. — gime Everett, tirando de la parte trasera de mi 
traje de baño para que el material quede apretado entre las nalgas, 
como un tanga improvisado. Y me amasa ahí, animando cada 
movimiento de mis caderas. De vez en cuando, me da una palmada 
firme que hace que se me corte la respiración. —Así es como te verías 
montando una polla, ¿no? Como una principiantemojada y dispuesta, 
deseando que su entrenador se sienta orgulloso. Jesucristo. — jadea. —
Empapa la toalla. Empápala para que pueda llevarla a mi habitación 
de hotel y masturbarme en ella como un bastardo enfermo. 
Vaya. ¿De verdad ha dicho eso? 
Estoy ahí mismo. Estoy ahí mismo. Me recorren sensaciones 
increíbles, pero en el fondo intuyo que no puedo ir más allá. Como si 
me hubiera topado con un obstáculo. Y me duele. Duele mucho no 
poder escalar esa última barrera. Y encima, estoy decepcionando a mi 
entrenador. Quiere que me corra y no puedo. No puedo hacerlo. 
Con un hipo nacido de la humillación y la frustración, me tiro de 
la mesa y caigo al suelo a la carrera, tirando de mi traje de baño 
mientras salgo de la sala de terapia, con mi sexo palpitando con rabia 
entre las piernas y el sudor recorriendo mi columna. 
— ¡Margot!— grita Everett. 
Pero doblo una esquina y corro más rápido, escabulléndome por 
una puerta de salida y dejándolo atrás. Dejándolo en la habitación 
donde está definitivamente insatisfecho conmigo. Últimamente no he 
sido capaz hacer clavados bien y ahora mi cuerpo no puede ni siquiera 
llegar a la culminación. ¿Qué me pasa? 
No lo sé. Pero no puedo volver a mi habitación en la Villa 
Olímpica y dar vueltas en la cama toda la noche, repitiendo lo que 
acaba de pasar y mis carencias. Como clavadista y como mujer. 
Necesito soltarme y no pensar durante unas horas. Cambiando de 
dirección, me dirijo al grupo de edificios donde se alojan mis 
compañeras de clavado. Tal vez alguna de ellos tenga un vestido que 
me pueda prestar. 
 
Sotelo, gracias K. Cross 
Capítulo 3 
EVERETT 
 
Me laten las sienes. No puedo tragar más allá del nudo en la 
garganta. 
Margot no está en su habitación. 
¿Dónde demonios está? 
Su teléfono debe estar apagado, porque mi rastreador no 
funciona. 
No puedo recordar un momento en el que no supiera 
exactamente dónde estaba. Los últimos dos años desde que está en 
mi vida son todo lo que existe para mí. Cuando todavía estaba en la 
escuela, rastreé su teléfono desde el mío, observando sus movimientos 
entre las clases. Cuando se toma un día libre de clavados, sigo el punto 
azul a donde sea que vaya. Al cine. De compras. A la biblioteca. 
Siempre está a mi alcance, aunque no sepa que estoy ahí. Incluso si 
no puedo tocarla. 
Esta noche he roto esa regla. 
Dios, la rompí con tanta fuerza, poniendo mis manos de treinta 
y seis años en sus flexibles tetas de dieciocho, moldeándolas como si 
fueran de arcilla, burlándome de sus inocentes pezones hasta 
convertirlos en pequeñas puntas hasta que se sonrojó y se retorció e 
inquietó. Deberían sacarme a la calle y fusilarme por lo que he hecho. 
¿Dónde está mi ética? ¿Mis principios? He permitido que el acoso 
continúe con la advertencia de que no he profanado su cuerpo virginal, 
pero Jesús, esta noche he estado a punto. Estuve peligrosamente 
cerca de quitar la toalla de entre sus piernas y reemplazarla por mi 
regazo. 
Haciendo que se monte sobre mi dura polla en su lugar. 
¿Cómo se vería montando sobre mí? Trabajando ese dulce 
cuerpo arriba y abajo, gimiendo por la acumulación de lujuria y la 
Sotelo, gracias K. Cross 
ardiente necesidad de alivio. Joder, probablemente me correría antes 
de entrar en ella. La sujetaría y me correría en cada centímetro de su 
perfecta piel. 
Y vaya, en algún lugar, sus padres están durmiendo en sus 
camas, seguros de que su pequeña está en buenas manos. Debería 
estar avergonzado de mí mismo. Lo estoy. Esta obsesión con Margot 
está fuera de control. No sé dónde se ha metido y quiero estampar mi 
cabeza contra la pared. La posibilidad de que esté enojada y se prepare 
para actuar tiene mi sangre acelerada, corriendo de caliente a frío. 
Bailando. 
Se ha ido a bailar. 
Y está cachonda. Insatisfecha. 
No sé qué ha pasado, pero no ha podido alcanzar su punto 
álgido, a pesar de estar tan cerca. Hay un indicio en mi cabeza que me 
dice que se habría corrido si me hubiera bajado los pantalones y le 
hubiera metido la polla en su apretado coño, pero no. No. No lo 
permitiré. No voy a considerar eso. Estoy a cargo de ella. Me pagan 
para entrenarla. Sería una violación imperdonable de la confianza y 
ella me odiaría por ello un día. Cuando creciera y se diera cuenta de 
cómo me aproveché de la relación entrenador-alumna, no volvería a 
hablarme. Y si eso ocurriera, ya no tendría una razón para existir. 
Existo por Margot. 
Ahora estoy fuera de su vivienda en la Villa Olímpica, 
comprobando una vez más mi teléfono en busca del tranquilizador 
punto azul. Nada. Apretando los dientes, llamo a uno de los otros 
entrenadores de clavados que conocí durante las pruebas, 
preguntándole si sabe dónde han ido a bailar los atletas. 
—Sí...— Bosteza, diciéndome que le he despertado. Que así sea. 
—Un lugar llamado Club Camelot, creo. Un grupo de ellos se dirigía 
ahí. Podría darles un último hurra antes de que la competencia 
comience en dos días. 
—Bien, gracias por la información. Buena suerte. 
Ya estoy caminando, llamando a un taxi en cuanto llego a la 
calle. Diez minutos más tarde, estamos conduciendo por las 
Sotelo, gracias K. Cross 
luminosas calles del centro de Tokio, con la gente zigzagueando en 
todas las direcciones, y empiezo a sudar frío pensando en todo lo malo 
que podría pasarle a Margot en una ciudad extranjera. Podrían 
robarle. Ser secuestrada. Cosas que ni siquiera puedo considerar sin 
querer arrancar el techo de este taxi. 
Se me ha cerrado la garganta hasta el tamaño de una pajita 
cuando nos detenemos frente al Club Camelot. Le doy el pago al 
conductor y me bajo, con la intención de entrar en el club a grandes 
zancadas y llevarme a Margot al hombro. A la mierda la sutileza. No 
estoy de humor para ello. No soy capaz de fingir ahora que no estoy 
preocupadísimo y que no soy posesivo con lo que es mío. 
Antes de que pueda acercarme al portero que está detrás de la 
cuerda de terciopelo rojo, mi mirada se dirige al establecimiento de al 
lado. Un sex shop. Hay juguetes en el escaparate. Artículos de 
fetichismo. Anuncios de pornografía. Nada de eso me interesa. Pero 
deben vender vibradores adentro. Una toalla podría no haber hecho el 
truco para Margot. Pero un vibrador sí. Y si no tengo alguna manera 
de llevarla al clímax, voy a terminar follándola. 
Lo sé tan bien como sé mi propio nombre. 
Con una maldición, cambio de dirección y entro en la tienda, 
recorriendo los pasillos vacíos hasta encontrar lo que busco. En el 
mostrador, le hago un gesto al dependiente para que desenvuelva mi 
compra y le coloco las pilas, me meto el aparato en el bolsillo y salgo 
de nuevo de la tienda. 
El interior del Club Camelot es algo sacado de mis pesadillas, 
porque no quiero a Margot en un lugar así. Ni por una fracción de 
segundo. Es oscuro. Es anónimo. Tan oscuro que invita al mal 
comportamiento sin la amenaza de las consecuencias. Las únicas 
luces provienen de una luz estroboscópica que parpadea en la parte 
superior y de la cabina del DJ, que está perfilada con neón púrpura. 
Me late una vena en la sien mientras me abro paso entre la 
multitud de veinteañeros vertiginosos y, en algunos casos, borrachos. 
Es una multitud notablemente diversa porque la mayoría de ellos son 
atletas o espectadores que han volado a Tokio desde sus respectivos 
países para los Juegos Olímpicos. De Suecia, Chile y Sudáfrica. Los 
jóvenes se machacan unos a otros, visiblemente deseosos de echar un 
Sotelo, gracias K. Cross 
polvo, con las manos manoseando partes del cuerpo a la vista de 
todos. Es una orgía a punto de ocurrir y juro por Cristo que si alguno 
de estos hijos de puta le ha puesto un dedo encima a Margot, voy a 
causar el mayor de los estragos en este sudoroso mercado de carne. 
Está cachonda. 
Está en este lugar y necesita alivio. 
Esa realidad es como los clavos que se arrastran por la pizarra 
de mi mente. 
¿Qué pienso hacercuando la encuentre? 
No estoy del todo seguro, pero va a cruzar una línea. Parece que 
no puedo detenerme. No puedo pensar en otra cosa que no sea el 
bombeo de sus caderas sobre la mesa de terapia, esos pequeños 
gemidos ansiosos que emitía en su garganta mientras las patas de la 
mesa chocaban contra el suelo. Estaba más excitada de lo que se 
puede creer y, sin embargo, no podía llegar a la culminación. ¿Por 
qué? El hecho de que se quedara insatisfecha es un cuchillo que se 
retuerce constantemente en mis entrañas. Necesito arreglarlo. 
Necesito arreglarlo ahora. 
Mis pasos vacilan cuando veo a Margot. 
Está bailando en un grupo de otros clavadistas. 
Es tan hermosa que mis pulmones dejan de funcionar. 
Lleva un vestido de tirantes gris paloma que apenas le roza la 
parte superior de los muslos. Y por la forma en que tiene las manos 
levantadas sobre su rubia cabeza, sus bragas brillan ante la multitud 
cada pocos segundos. Ah, y los hombres se han dado jodidamante 
cuenta. Rodean la pista de baile como si fueran tiburones cazando una 
foca. Ahora está orientada hacia el otro lado, moviendo las caderas a 
derecha e izquierda, y el dobladillo de su vestido se levanta 
brevemente, mostrando dos nalgas prietas y bronceadas, separadas 
por la tira blanca de su tanga. 
Algunos de los espectadores gimen, ajustándose. Juntando sus 
cabezas para conferir sobre cuál de ellos va a acercarse a ella. Es la 
manzana más brillante de este lugar. Todos la desean. Y las palabras 
es mía arden en mi garganta. Es mía desde la tarde en que nos 
Sotelo, gracias K. Cross 
conocimos en la piscina de su barrio y me dedicó esa tímida sonrisa. 
He estado perdido desde entonces. Soy un absoluto enfermo. Un 
pervertido. Un acosador. Pero no hay forma de curarme. Si alguien me 
abriera el pecho y tratara de quitarme la obsesión, nunca podría 
sacarla toda. Se ha extendido a cada rincón de mi cuerpo. Me domina. 
Lo hace. 
Incluso ahora, mi polla está a tope. Tengo la boca seca, el pulso 
golpeando mis tímpanos, las palmas de las manos sudando. Estoy 
atrapado entre la rabia de que se exhiba y la dolorosa necesidad de 
follarla. De montarla. De ver cómo se le abren los ojos cuando llega al 
orgasmo. 
Se me presenta la oportunidad de acercarme a ella. Solo un poco 
de tiempo cuando los otros clavadistas están de espaldas. Tengo que 
moverme ahora, porque los hombres han elegido al ganador que se 
acercará a ella y disparará su tiro. Ni siquiera cuando el infierno se congele. 
Con un gruñido alojado en mi garganta, me abro paso entre la 
multitud que baila hacia Margot. Me ve y parpadea, con la boca 
abierta. Entonces se enoja. Realmente enoja. Quizá tenga todo el 
derecho a estarlo. No lo sé. Es lo suficientemente mayor como para ir 
a bailar si lo desea. Se ha ganado un poco de libertad. Y no puedo 
dejar que la tenga. No puedo arriesgarme a que alguien toque o tome 
lo que es mío. 
Cuando la alcanzo, no dejo de caminar. Simplemente le paso un 
brazo por las caderas, levanto sus pies de la pista de baile y sigo 
adelante. Al principio, se queda atónita, pero después de unos cinco 
pasos, empieza a forcejear contra mí, empujando mis hombros y 
retorciéndose para liberarse. 
— ¿Qué estás haciendo? Estoy bailando. Tengo permiso para 
salir. 
—No sin decirle a nadie a dónde has ido. — le digo bruscamente, 
cediendo al impulso de oler su cuello, mi polla palpitando en respuesta 
a su aroma a rosas y miel. — ¿Y si te pasara algo y no tuviéramos ni 
idea de por dónde empezar a buscar? 
— ¿Por qué molestarse en decirte a dónde voy cuando estás 
vigilando cada uno de mis movimientos? 
Sotelo, gracias K. Cross 
No espero que haga esa declaración susurrada. No puede 
saberlo. No puede saber que he estado rastreando su ubicación desde 
que estamos juntos como entrenador y alumna. Si no, se lo habría 
dicho a sus padres. Estaría aterrorizada de estar a solas conmigo. 
¿Verdad? 
— ¿De qué estás hablando?— susurro, continuando hacia el 
fondo del club. Pasando entre los juerguistas, llego a los rincones más 
oscuros de la sala, donde la pongo contra la pared y la inmovilizo con 
mi cuerpo cuando intenta escapar. —Contéstame. — le digo al oído, 
agarrando sus caderas con mis manos. Apretando. Manteniéndola en 
su sitio. —Ahora, Margot. 
La escucho respirar temblorosamente. —Yo... no estoy segura. 
Te siento en todas partes. Quieres que sea una clavadista con medalla 
de oro y eso significa una vigilancia de veinticuatro horas, 
aparentemente. Mis padres probablemente te pagan más para que me 
cuides, porque Dios no quiera que piense en otra cosa que no sea 
clavados durante cinco minutos. 
— ¿Por eso crees que te vigilo? ¿Porque tus padres me lo 
piden?— Me sale una carcajada. No tiene ni idea. No tiene ni idea de 
que estoy tan obsesionado que he grabado su nombre en las paredes 
de mi salón con la punta de un cuchillo para carne. Que me he puesto 
a escuchar viejos mensajes de voz que me ha dejado. Que la sigo a 
todas partes, con el corazón atrapado detrás de la nuez de Adán y la 
cordura en el filo de la navaja. 
— ¿Por qué si no me sigues tan de cerca?— me pregunta 
perpleja. —Todo tiene que ver con el clavado. Todo en mi vida tiene 
que ver con eso. 
No tengo más remedio que dejarla creer esta mentira. 
¿Qué le diría en su lugar? 
¿Que si dejara de bucear, si no volviera a competir, yo seguiría 
rondando las sombras allá donde fuera durante los próximos ochenta 
años? Si me revelara, se asustaría. Pensaría que soy repugnante por 
jadear tras una chica tan joven como para ser mi hija. Se indignaría 
por las medidas que he tomado para asegurarme de que nunca haga 
un movimiento sin que yo lo sepa. 
Sotelo, gracias K. Cross 
—Margot. — le digo, con toda la firmeza de que soy capaz cuando 
sus caderas están acunadas entre mis manos. —Estoy aquí porque 
necesitas algo. ¿No es así? 
Los ojos azules se disparan hacia los míos, apareciendo dos 
manchas rosas en sus mejillas. —Yo... no lo sé. 
—Sí, lo sabes. — digo, inclinándome ligeramente para captar su 
mirada. —Has venido a este club de baile porque todavía te duele y 
estás mojada entre las piernas. — Mi mano derecha se desliza por 
debajo de su vestido, los dedos se enganchan en el lateral de su tanga 
para arrastrarlo hacia abajo despacio, lentamente. —Estás 
confundida por lo que sientes, gracias a lo que pasó después del 
entrenamiento. Y cuando las chicas jóvenes están doloridas y 
confundidas, toman malas decisiones y se arrepienten después. — 
Sus bragas caen hasta las rodillas y aspira una bocanada de aire, con 
los ojos vidriosos clavados en mi boca. —Como tu entrenador, no 
puedo permitir eso. 
Pasa un ritmo pesado, la música se hincha a nuestro alrededor, 
la oscuridad nos mantiene acurrucados. 
— ¿Cómo mi entrenador? ¿O como hombre?— pregunta, 
mordiéndose el labio y escudriñando mi rostro. —Las cosas que me 
dijiste cuando estaba... frotándome en la toalla. Las recuerdo. Y la 
forma en que esperas a terminar el entrenamiento cuando el masajista 
ya se ha ido a casa...— Su pecho sube y baja rápidamente. —Como 
mínimo, te sientes atraído por mí. ¿No es así? 
Mi erección está pegada a su estómago mientras hablamos. 
Estoy durísimo por esta chica. 
Mentir sobre la atracción no es una opción. 
—Sí. — gruño, aprisionándola contra la pared, rodeando mis 
manos desde sus caderas hasta agarrar su trasero desnudo, viendo 
cómo el shock transforma su cara. El shock y la excitación. —Me 
atraes. Me pones la polla tiesa y furiosa. Tus hermosas tetas casi 
hacen que me corra en mis pantalones esta noche. ¿Es eso lo que 
quieres oír? 
Asiente, con la cara enrojecida. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Sigue buscando mi expresión con ojos azules inquisitivos. —Es 
solo...— Se moja los labios. — ¿Es solo atracción o... o... más? 
Nos adentramos en un terreno peligroso. Me duele la garganta 
por la necesidad de decirle a Margot que me la he imaginado vestidade novia más veces de las que puedo contar. He pensado en nosotros 
en nuestra luna de miel, desnudos y junto a la piscina en algún retiro 
tropical aislado, yo intentando por todos los medios dejarla 
embarazada antes de que nos vayamos a casa. Pero Jesús... tengo que 
mantener este último remanente de contención. Tengo que aferrarme 
a él. Porque si dejo que esta obsesión por Margot salga completamente 
de su jaula, no lo entenderá. Es tan joven, tan dulce, tan inocente e 
idealista. No voy a desatar un monstruo en ella. Tengo que 
mantenerme bajo control. El trasfondo de su vida es lo más cercano 
que me puedo permitir. Observando. Con hambre. Soñando. 
—Tienes la mayor competición de tu vida en dos días. — digo, 
odiándome por no decirle que la amo. Que la he amado mucho más 
tiempo del que corresponde y que moriría sin pensarlo a cambio de su 
felicidad. En lugar de eso, evito responder sacando el vibrador del 
bolsillo y presionando el botón para encenderlo. —Tenemos que 
ocuparnos de este pequeño y húmedo coño para que puedas 
concentrarte. 
Hace un sonido de frustración. —Deja de hacer que se trate de 
la competencia... 
Le meto el vibrador entre las piernas, inclinando la punta de la 
curva para que emita pulsaciones directamente en su clítoris. Y tal vez 
debería haber anticipado sus gritos, pero no lo hice. No tengo más 
remedio que estampar mi boca sobre la suya y absorber su sabor en 
mi torrente sanguíneo. Joder, joder. Estoy besando a Margot. El sabor a 
menta y alcohol de su boca me consume tan inmediatamente que 
gruño como una bestia rota y le doy mi lengua, desesperado por más, 
mi mano entre sus muslos trabajando el vibrador hacia arriba y hacia 
atrás. Deslizándolo por los húmedos pliegues de su sexo, 
deteniéndome cada vez en el vértice de su raja para masajear ese 
resbaladizo e hinchado manojo de nervios. 
—Everett. — gime cuando rompo el beso para dejarla respirar. 
—Más. Más. Llevo tanto tiempo queriendo besarte. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Esa confesión es como si me enchufaran los cables de arranque 
en el corazón y los pusieran al máximo. ¿Quería que la besara? Santa 
mierda. Por lo menos, la atracción va en ambas direcciones. Sin 
embargo, tras esa euforia, me obligo a calmarme. Calmarme de una puta 
vez. Ella quería que la besaran. Mientras tanto, yo quiero dominar todos 
los aspectos de su vida. Quiero alimentarla y bañarla y que me llame... 
...papi. 
Quiero ser el papi de Margot tanto, que ya no puedo ubicar 
dónde termina la necesidad y dónde empiezo yo. Es simplemente una 
parte de mí. Mis fantasías han aumentado últimamente para incluir 
coletas y camisones y ese codiciado estallido de su cereza. Risas, 
secretos y burlas. Nunca antes había pensado en este tipo de cosas. 
Nunca en mi vida. Es ella. Me ha hecho esto. 
Y ha estado soñando con besos. Probablemente está enamorada 
de su entrenador. 
Estamos en páginas totalmente diferentes. 
Arruinaré nuestra relación si arranco mi tapa y le muestro el 
depredador que acecha debajo. 
—Sé una buena chica y vente con el vibrador. — para papi. —Para 
el entrenador. 
Empiezo a besarla de nuevo, porque Dios, no puedo evitarlo. Pero 
se echa un poco hacia atrás para evitar mi boca, escudriñándome. Y 
entonces respira profundamente y dice: —No. 
— ¿Cómo qué no?— Gruño, apretando el aparato contra su 
clítoris, haciéndola gemir y retorcerse entre la pared y yo. —Lo he 
comprado para ti. Necesito que te alivies o voy a perder la puta cabeza. 
Déjame satisfacer este coño. Ahora. 
—No. — dice entrecortadamente, con sus ágiles muslos bailando 
alrededor de mi mano. —Me niego. Me niego a aliviarme. N-no a menos 
que estés dentro de mí. 
—Margot. — rujo en su cuello. —Eso no puede ocurrir. Soy tu 
entrenador. Eres demasiado joven. Hay una lista de razones por las 
que no puedo... ah, cariño... por las que no puedo simplemente 
Sotelo, gracias K. Cross 
separar tus piernas y hundirme hasta las pelotas. No importa cuánto 
lo desee. 
Jadea contra mi garganta, sus manos ahora tratan activamente 
de alejar el vibrador. —No lo haré. No lo haré. 
Aprieto los dientes contra su oreja. — ¿Por qué? 
—Porque estás negando lo que es esto. O te estás conteniendo. 
O algo así. — Su cuello pierde fuerza y gime, echando la cabeza hacia 
atrás, no dándome otra opción que llevar mi lengua por la suave 
columna de su garganta. —Pe-pero no podrás mentir cuando estés 
dentro de mí. No sé cómo lo sé, solo lo sé. 
Tiene razón. 
Jesús, tiene razón. 
Si estuviera dentro de Margot, no habría podido atemperar la 
tormenta dentro de mí. Sabría exactamente cuán profunda es esta 
obsesión. Y para entonces, aunque estuviera asustada, sería 
demasiado tarde para que me detuviera. Violaría la confianza que 
tanto nos costó construir, todos los días durante los últimos dos años. 
—Deja de contenerte. — Hago trabajar el vibrador en un nuevo ángulo, 
haciéndola sisear una respiración, dispararse en los dedos de los pies. 
—No puedo follarte. No puedo. 
—No se lo diré a mis padres. — jadea. 
Dios, casi derramo mi semilla con eso. Es tan tentador. Llevarla 
a algún lugar y liberar mi lujuria. Montarla en todos los sentidos hasta 
que salga el sol. Albergar un secreto entre nosotros, la libertad de 
explorar nuestro vínculo único sin consecuencias. Pero ella vale más 
que una relación en la que tenga que andar a escondidas a puerta 
cerrada. A espaldas de sus padres. Vale todo lo que este mundo tiene 
para ofrecer y más. Mi Margot merece ser reconocida y tratada con 
cuidado y respeto. 
—No. — gruño, presionando un botón del vibrador para 
aumentar la velocidad. 
Sus rodillas ceden y tengo que sostenerla, con el brazo izquierdo 
alrededor de su espalda y la mano derecha balanceando el vibrador 
justo donde lo necesita. —Sí. — susurra temblorosa. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Estamos discutiendo sobre sexo. De que esté dentro de ella. 
En realidad, está aguantando su orgasmo en señal de protesta. 
Se niega a correrse si no es alrededor de mi polla. 
Presa del pánico por lo que estoy tentado a hacer, dejo caer mi 
frente contra la pared por encima de su hombro. —Necesitas esto, 
Margot. Tómalo. 
—Te necesito más. — dice en voz tan baja que me pregunto si la 
he oído mal. 
Mi corazón late en mi pecho, con declaraciones peligrosas que 
quieren salir de mi boca. Te amo. Te amo. Jodidamente ardo día y noche por ti. 
Estoy en la cuerda floja, tan cerca de confesar mi obsesión enfermiza 
que ni siquiera tiene gracia. Jesús, podría bajar la cremallera de mis 
pantalones y tener mi polla dentro de su estrecho canal en cuestión 
de segundos. Me lo está pidiendo. Estoy loco por dejar pasar esta 
oportunidad de golpear su apretado y pequeño cuerpo contra esta 
pared sin repercusiones. Estamos en nuestro propio mundo. En la 
oscuridad, en este club, en esta ciudad tan lejos de Austin. Sería como 
un sueño travieso. Pero la bestia estaría suelta después de eso y 
arruinaría su vida. El acosador que ha creado saldría del fondo y 
estaría en su cara todo el día. Toda la noche. Me odiaría. Me resentiría. 
—Toma tu orgasmo, Margot. — aprieto entre los dientes. 
Me mira a los ojos, con una expresión aturdida. Está más 
excitada de lo que se cree. Le debe costar un gran esfuerzo contenerse. 
—No hasta que estés dentro de mí. — jadea. 
Mis dedos actúan por sí mismos. Ahora estoy desesperado por 
darle lo que necesita, por eso. Salvaje en mi afán de que llegue al 
clímax. Lo necesita. Le doy lo que necesita, maldita sea. Así que 
mantengo el vibrador zumbando contra su clítoris con mi mano 
izquierda. Y empujo el dedo corazón de mi mano derecha dentro de su 
apretado coño, besando su dulce boca mientras meto y saco el dedo. 
—Ahora estoy dentro de ti, cariño. Haz que mis dedos goteen. 
—Es-esto no es lo que quería decir. — Sus dientes empiezan a 
castañear, su coño emite pequeñas pulsaciones. Está al borde. — ¡Oh! 
Everett. 
Sotelo, gracias K. CrossAlgo se apodera de mí. Algo oscuro que ha estado hirviendo justo 
debajo de mi superficie. Está tan apretada y perfecta alrededor de mi 
dedo que mi control se escapa. — Llámame papi mientras ese pequeño 
coño se aprieta alrededor de mi nudillo, ¿entendido? 
Su jadeo me saca de la oscuridad. 
Encuentro a Margot parpadeando, confundida, curiosa y... 
¿horrorizada? 
No lo sé. Debería estar horrorizada. ¿De verdad he dicho eso en 
voz alta? 
Antes de que pueda encontrar la forma de enmendar mi error, 
me aparta la mano. Saliendo a trompicones entre la pared y yo. —
Quiero ir a casa. — dice, respirando con dificultad, con las mejillas 
pintadas de rojo. —A-ahora, por favor. 
¿Qué opción tengo? 
Por eso he mantenido la distancia. 
Esta reacción exacta. Cualquier vínculo que hubiera entre 
nosotros se ha empañado y es cien por cien culpa mía. Debería haber 
permanecido en las sombras. Sabía que mi enfermedad la apagaría. 
Que la mandaría a paseo. Con la cabeza palpitando por la agonía de 
molestar a mi dulce chica, me meto el vibrador en el bolsillo, me doy 
la vuelta y la acompaño fuera del club. Si no puedo hacer nada más, 
me aseguraré de que llegue a casa sana y salva. De vuelta bajo mi 
atenta mirada donde, por desgracia para ella, permanecerá el resto de 
su vida, lo quiera o no. 
No hay suelo en la tierra lo suficientemente profundo para 
enterrar este enamoramiento. 
O para evitar que florezca ahora que se le ha dado agua y luz 
solar en forma de beso de Margot. El cuerpo de Margot. La voz, el tacto 
y el sabor de Margot. 
Mía. 
Mía. 
Mía. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Capítulo 4 
MARGOT 
 
La inmersión no va bien esta mañana. 
Tengo calor... en todas partes. 
Mientras subo la escalera de inmersión alta, tengo que apretar 
los dientes posteriores para que no castañeen. Muy ligeramente, la 
piel de mi rodilla roza uno de los peldaños y la sensación recorre mi 
centro, mis músculos íntimos se aprietan contra nada, haciéndome 
jadear. Estoy mojada por la piscina, pero la humedad es notablemente 
más cálida entre mis muslos. Y necesito toda mi fuerza de voluntad 
para seguir subiendo con las piernas temblando tan fuerte. Me hace 
falta toda mi concentración para no mirar a Everett, que está de pie 
en el borde de la piscina con un portapapeles en la mano y un silbato 
de plata brillante en el cuello. 
Llámame papi mientras ese pequeño coño se aprieta alrededor de mi nudillo, 
¿entendido? 
Esas palabras han estado resonando en mi cabeza desde 
anoche. Cada vez que vuelvo a ese momento y pienso en el dedo grande 
y romo de mi entrenador empujando dentro de mí, esas duras 
palabras gruñidas en mi pelo, mi corazón empieza a latir de forma 
incontrolable. Mis pezones cosquillean y se convierten en picos 
dolorosos que se notan mucho en mi traje de baño. No me siento a 
gusto en mi piel. Estoy inquieta, agitada y ardiente. Si no lo supiera, 
pensaría que estoy enferma. 
Pero no es eso. Solo estoy rondando justo al borde de algo... que 
me consume. Alivio. Mi mente me dice que podría haber alcanzado esa 
cima anoche. En la oscuridad del club, con las vibraciones recorriendo 
mi carne sensible, esa sensación salvaje e intangible burbujeando en 
la superficie, fui casi libre. La ruptura que he estado persiguiendo 
durante dos años sin éxito podría haber sido mía... pero Everett no lo 
habría sido. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Sí, admitió que se sentía atraído por mí, pero su contacto de la 
noche anterior, en la sala de terapia y en el club, era para preparar a 
su atleta. Prepararme para la grandeza. Eso es todo lo que era. Eso es 
todo lo que es. No comparte mis sentimientos. No me ama de la 
manera en que lo amo a él. Probablemente piense que soy demasiado 
joven, demasiado inexperta, demasiado inmadura. 
Pero solo hay una manera de conseguir experiencia. 
Y no la voy a conseguir con nadie más que con Everett. 
Llego al trampolín alto y camino hasta el mismo borde, con los 
dedos de los pies curvados sobre el borde de la tabla. Sin darme 
cuenta, mi mirada se dirige a mi entrenador y lo encuentro mirándome 
fijamente, con la mandíbula quebradiza como una corteza seca. Si me 
hubiera dejado llevar por el orgasmo de anoche, no me estaría mirando 
como lo está haciendo ahora. Como si estuviera a dos segundos de 
partir el portapapeles por la mitad. 
Si le duele la mitad que a mí, se está quemando vivo. 
Tengo que empujarlo. 
Empujarlo hasta que ceda y le dé a mi cuerpo lo que necesita, 
de la manera correcta. La única manera que puede acercarnos. No 
solo como atleta y entrenador, sino como hombre y mujer. Si deja de 
lado sus reservas y deja de pensar en mí como la hija de alguien, sino 
como una mujer adulta, tal vez... tal vez exista la posibilidad de algo 
más. La posibilidad de estar con el hombre al que he amado hasta la 
agonía durante dos años. 
Respiro profundamente y me preparo para lanzarme, pero la 
mano de Everett se mueve en mi periferia y la atrapo. La forma en que 
ajusta el bulto que se hincha contra la parte delantera de sus 
pantalones planchados. Lo hace con discreción para que los cientos 
de personas que hay en las instalaciones olímpicas no lo vean. Luego 
se cubre el regazo despreocupadamente con el portapapeles. Pero yo 
lo veo. Lo veo y el calor me invade de pies a cabeza, una sensación de 
cosquilleo ahumado que se enrosca en mi vientre. Estoy jadeando y 
no hay razón para que me falte el aire. Alguien grita desde la parte 
inferior de la escalera que están esperando para utilizar la plataforma 
para practicar las inmersiones y me sacudo, mojando mis labios secos, 
Sotelo, gracias K. Cross 
intentando calmar el temblor de mis músculos. Concentración. 
Concéntrate. Estás en los Juegos Olímpicos. Este es tu sueño. 
Sin embargo, una medalla de oro no es mi único sueño. El 
hombre que me espera en el fondo de este clavado ha estado ocupando 
mucho espacio en mi cabeza durante mucho tiempo y nunca me lo 
quitaré de encima. ¿No puede ver lo mucho que lo necesito encima de 
mí, tomándome, dándome lo que mi cuerpo necesita? ¿El mío 
satisfaciendo el suyo a cambio, resolviendo los misterios sobre el sexo 
que me han estado atormentando? 
Dios, quiero eso. Lo necesito. Sin embargo, nada más que la 
medida completa de él va a satisfacer mi corazón. ¿Está cerca de 
ceder? 
Me obligo a concentrarme en la tarea que tengo entre manos. 
Una pica de espalda y media voltereta. No es la maniobra más difícil. 
Solo un calentamiento. Estoy segura de que el hecho de que mis 
piernas tengan la consistencia de un pudín no hará ninguna 
diferencia. 
De acuerdo. 
Enderezando los hombros, doblo las rodillas y salto hacia arriba, 
suspendiéndome en el aire muy por encima de la piscina, apretando 
los músculos del estómago y levantando las piernas hacia arriba, por 
encima, volteándome de nuevo en una voltereta, y rápidamente me 
doy cuenta de que no voy a hacer la mitad, también. Voy a golpear el 
agua demasiado pronto en un mal ángulo. Uno muy malo. Esto va a 
doler. 
Apretando los ojos, me preparo para el fuerte aguijonazo del 
agua, pero ninguna preparación impide que me duela. Me precipito 
varios metros más abajo de lo habitual, con la respiración extraída de 
mis pulmones, con la piel dolorida en el lugar donde se rompe la 
superficie. Maldita sea. Estoy demasiado distraída. Mi cuerpo se niega 
a hacer lo que se supone que debe hacer y, a este ritmo, ni siquiera 
voy a tomar bronce. 
Me estremece una nueva oleada de dolor al subir a la superficie, 
mis piernas no patean tan rápido como deberían, y es entonces 
cuando oigo a alguien saltar a la piscina por encima de mí. 
Sotelo, gracias K. Cross 
No. No es alguien. 
Everett. 
Su gran cuerpo atraviesa el agua en mi dirección, con los ojos 
abiertos y desorbitados cuando llega hasta mí, rodeando con un brazo 
la parte baja de mi espalda y pateando hacia la superficie conmigo. 
Salimos a la superficie al mismotiempo y estamos cara a cara, 
esforzándonos por respirar, la mano de Everett sube para arrancarme 
el gorro de natación, acunando mi mejilla, su mirada recorriendo mi 
cara. —Has tardado demasiado en subir. — gruñe. —Caíste al agua 
de espaldas y pensé... Jesús, cariño. Pensé que te habías hecho daño. 
Los clavadistas y los entrenadores se han reunido cerca, 
cuchicheando sobre lo sucedido. Están atónitos porque mi entrenador 
se ha tirado al agua para salvarme y por su aparente preocupación. 
Pero apenas los veo. Ni los oigo. Porque esa misma preocupación está 
extendiendo la alegría por mis extremidades y todo lo que quiero hacer 
es arrastrarme dentro de ella. Vivir ahí. 
Everett, aparentemente ajeno a los transeúntes, me arrastra 
contra su cuerpo en la piscina y automáticamente envuelvo mis 
piernas alrededor de su cintura, mi suave mejilla se frota contra la 
suya, que está cubierta de barba, haciendo que mi pulso se acelere. 
—Estoy bien. 
—No vuelvas a hacerme eso. — dice desgarrado, con su boca 
abierta rozando mi oreja. 
—Lo siento. 
Everett suelta una maldición en voz baja y noto por primera vez 
que está temblando. —Vas a conseguir que te maten así. Tu cuerpo 
no va a funcionar sin alivio primero. — Bajo el agua, su mano toma 
mi nalga derecha y me atrae hacia su regazo, haciendo que mi cuerpo 
se mueva suavemente contra su bulto. —Puedo ver tus duros pezones 
hasta aquí abajo. 
—Llévame a algún sitio. — susurro, retorciendo mis dedos en la 
parte delantera de su polo gris empapado. —Arréglame, papi. 
Su gemido sorprendido provoca aleteos por todas partes. Mis 
puntos de pulso, mi torrente sanguíneo. —No veo ninguna opción. Tu 
concentración está por las nubes. Te vas a hacer daño. Vas a perder 
Sotelo, gracias K. Cross 
esta oportunidad por la que tanto has trabajado. — Su frente rueda 
de lado a lado contra la mía. —No puedo dejar que eso ocurra. 
— ¿Solo se trata de eso?— Susurro, buscando sus rasgos tensos. 
— ¿Clavados? 
Se produce una larga pausa. Y entonces dice: —No. — entre 
dientes. 
El corazón se me sube a la garganta y me acurruco junto a 
Everett, hundiendo la cara en su húmedo y cálido cuello. Vamos a 
tener sexo. Va a ceder. Y después, ya no me verá solo como su alumna. 
Seré mucho más para él. Más que una adolescente… 
—Tendré que hablar con tus padres al respecto. 
— ¿Qué?— Chillo, echándome hacia atrás y mirándolo a los ojos. 
—No... no puedes. No puedes... 
—Calmar tu cuerpo es una cuestión de entrenamiento. Llevarte 
al clímax te ayudará a ganar. — Es casi como si estuviera hablando 
consigo mismo. Tratando de convencerse de que me lleva a la cama 
por las razones correctas y nobles. ¿Por qué no puede tratarse 
simplemente de que los dos celebremos nuestra atracción? 
¿Celebrando esta estrecha relación que no tengo con nadie más? ¿Que 
no quiero con nadie más? —Sal de la piscina y dúchate. Iremos a 
explicarles la situación. 
—No, Everett. No tenemos que decírselo. 
—Sí, tenemos que hacerlo. — dice con fuerza. —No voy a andar 
a escondidas a puertas cerradas follando a mi clavadista. Vamos a 
hacer esto de la manera correcta. Dios sabe que ya hago demasiadas 
cosas de forma incorrecta. 
— ¿Qué se supone que significa eso? 
Everett me mira fijamente a los ojos durante largos momentos y 
luego maldice, sacudiendo la cabeza. —Sal de la piscina, caliéntate y 
dirígete a la sala de entrenamiento. — Exhala un aliento que huele a 
menta y canela. ¿Cómo puedo querer besarlo y enfurecerme con él al 
mismo tiempo? —Pediré a tus padres que se reúnan con nosotros ahí. 
 
Sotelo, gracias K. Cross 
 
 EVERETT 
 
No puedo creer que esté haciendo esto. 
Esta mañana, me he despertado con la polla tiesa como una 
tabla. Cubierto de sudor. Necesitando las piernas abiertas de Margot 
alrededor de mis caderas. Deseándola como la droga más adictiva del 
mundo, a pesar de que nunca he estado dentro de ella. 
Aun. 
Eso está a punto de cambiar, ¿no? Soy un hijo de puta enfermo 
por hacer esto. Pero conozco a sus padres: harán cualquier cosa para 
ayudarla a ganar. Y me refiero a cualquier cosa. Incluso dejar que un 
hombre que le dobla la edad la folle para que tenga un mejor 
desempeño. 
No es inusual que los atletas acumulen tanto vapor y resistencia 
que se desesperen por el sexo. Especialmente entre los deportistas 
olímpicos que se enrollan constantemente durante los Juegos, 
agotando su inquieta energía en cualquier rincón oscuro de la villa. 
Los padres de Margot no se sentirán completamente ajenos a este 
concepto, pero ningún tipo de conocimiento va a amortiguar el shock. 
Así es como hay que hacerlo. 
Sobre el tablero. 
Oficialmente. 
Si simplemente empiezo a acostarme con Margot entre 
bastidores sin algunos parámetros formales, no volveremos a la 
piscina. Y me iré a la mierda. Ya estoy a mitad de camino. Casi metí 
mi polla dentro de ella delante de todos hace diez minutos, 
necesitando sentirla. Necesitando saber que no estaba herida. Maldita 
sea, la forma peligrosa en que cayó al agua... Voy a repetirla cada vez 
que cierre los ojos durante el resto de mi vida. 
Margot entra en la sala de entrenamiento con una fina bata y su 
pelo rubio en ondas sueltas alrededor de los hombros. Tiene los ojos 
muy abiertos y está nerviosa. Claro que lo está. Porque su padre está 
Sotelo, gracias K. Cross 
justo detrás de ella, entrando en la sala de terapia por primera vez, 
visiblemente curioso por saber por qué le pedimos que se reúna ahí. 
Su mujer no está con él. 
Tardo un momento en comenzar el encuentro. Solo puedo pensar 
en el hecho vergonzoso de que acecho a la hija de este hombre. La sigo 
a todas partes, la veo dormir, le robo la ropa para llevarme las prendas 
a casa y envolverla en mi almohada, besarla con la boca abierta, 
meterla entre mis piernas y frotarla, fingiendo que es ella. Mi casa es 
un homenaje a Margot. Está en todas partes. Si no es su nombre 
tallado en las paredes, son fotos. Tantas fotos de ella en varios estados 
de desnudez. O simplemente comiendo una manzana, enviando 
mensajes de texto en su teléfono, desbloqueando su coche. Me posee, 
en cuerpo y alma. Pero la forma en que he manejado mi obsesión es 
incorrecta e ilegal y no puedo perder de vista eso. 
No puedo deslizar esos últimos pies que quedan en el abismo. 
Por eso estoy haciendo que su necesidad de sexo sea de 
entrenamiento. Clavados. 
Si me permito preguntarme si ella también está remotamente 
encaprichada conmigo y por eso está caliente entre las piernas, no sé 
qué haré. Explotar. Encadenarla en mi sótano. Permitirme 
convertirme en un loco y asesinar a cualquier hombre que mire en su 
dirección. Obsesionarme con ella a tiempo completo. Dominar su vida, 
su existencia. Si siente algo por mí, no debería. No puede saber en qué 
se está metiendo. 
Y nunca lo sabrá. 
Tendremos sexo hoy y le daremos el orgasmo que necesita. Luego 
volveré a mantener mi distancia. Encontraré la manera de mantener 
mi bestia enjaulada por el bienestar de Margot. 
—Mi esposa está tomando una siesta. — explica el señor 
Summers, sentándose frente a mí y a Margot. — ¿Qué pasa? 
—Señor Summers...— exhalo lentamente. —Margot está 
teniendo algunas dificultades para concentrarse. 
Se echa hacia atrás y se cruza de brazos, asintiendo. —He visto 
esa mala zambullida en el entrenamiento. Y el entrenador... 
ayudándola a recuperarse. — Tropieza con esa última parte, como si 
Sotelo, gracias K. Cross 
todavía estuviera confundido por vernos tocarnos tan íntimamente en 
el agua. —Tienes que estar más concentrada, cariño. 
—Esa es la cuestión. — digo, antes de que Margot pueda 
responder. —Ella no puede. Concentrarse, eso es. 
Su padre reparte una mirada entre nosotros. — ¿Por qué no? 
Margot mira hacia su regazo, con la cara encendida, y no puedo 
evitar acercarme, encontrar su muslo desnudo y apretarlo con la 
mano. —Margot ya es adulta. Tiene dieciocho años. Me has contratadopara que la convierta en la mejor clavadista que pueda ser, y lo he 
conseguido. Es extraordinaria. Pero todo el entrenamiento, combinado 
con su conversión en mujer, le ha dado un montón de... exceso de 
energía. — Lo miro directamente a los ojos. —Solo hay una manera de 
que la queme. ¿Entiende lo que le digo, Sr. Summers? 
El ceño del otro hombre está fruncido por la confusión. —Lo 
siento, creo que no lo entiendo. 
Aprieto las muelas, ordenándome decir el resto. En cuanto 
termine esta reunión, por fin podré enterrar mi polla en Margot y cada 
vez estoy más impaciente, con las pelotas duras como piedras donde 
descansan en la silla de plástico. 
—Necesita un hombre. Ahora. O no creo que pueda competir con 
éxito. — Mi toque se desplaza más arriba en el muslo de Margot, lo 
suficientemente cerca como para rozar su coño con mi dedo meñique. 
Mía, susurra la bestia posesiva dentro de mí. Este hombre frente a 
nosotros es su padre, pero no es su papi. Yo lo soy. Y no puedo evitar 
hacérselo saber, aunque nunca pueda desempeñar plenamente ese 
papel. No sin que la vida de ambos se descontrole. Sin embargo, las 
palabras brotan de mí sin que me lo proponga. —Hemos intentado 
aliviar su frustración manualmente, pero no funciona. Necesita... una 
relación sexual completa. — El abdomen se me contrae y tengo que 
esforzarme por mantener una respiración uniforme, con las imágenes 
de Margot desnuda revoloteando por mi mente. —Necesita que la 
enjabonen hasta hacerla sudar. Necesita que la maltraten hasta que 
grite de placer. Y yo soy el que se lo va a hacer. 
El Sr. Summers balbucea, incapaz de mirar a ninguno de los 
dos. —No sé nada de esto. Quizá deberíamos practicar más. Ver cómo 
lo hace... 
Sotelo, gracias K. Cross 
—Me ha contratado para sacar el mejor rendimiento de ella, 
señor Summers. Esta es la única manera de hacerlo. — Mi polla se 
engrosa más y más en mis pantalones. Preparando. —Voy a llevarla a 
mi habitación y darle el único entrenamiento que va a servir en este 
momento. 
No está dispuesto a ceder y no puedo culparlo, ¿verdad? Su 
dulce y pequeña hija está a punto de ser atacada por un hombre que 
está criminalmente obsesionado con ella. En sus propias narices. 
¿Siente que estoy a un chasquido de dedos de convertirme en su 
secuestrador, en lugar de su entrenador? — ¿No hay alguien más?— 
El Sr. Summers pregunta. —Alguien más cercano a su edad... 
—No. — digo, agarrando el coño de Margot a través de sus 
bragas. Mi mano está fuera de la vista, pero tengo la sensación de que 
él sabe exactamente dónde está. —No hay nadie más. 
Las cadenas traquetean en mis oídos. 
Nunca habrá otra persona. 
Su padre abre la boca y la cierra, pasándose una mano por su 
escaso pelo. —No creo que debamos contarle esto a su madre. 
—Es tu decisión. — Retiro mi mano de entre los muslos de 
Margot para poder ajustar mi erección, encajándola contra mi 
estómago. Luego me pongo de pie, ofreciendo mi mano a Margot. La 
toma automáticamente y no me quita los ojos de encima mientras la 
saco de la habitación, con la sangre bombeando por la necesidad 
animal de satisfacerla. De reclamarla. 
Finalmente. 
 
 
 
 
 
 
 
Sotelo, gracias K. Cross 
Capítulo 5 
MARGOT 
 
El corazón me late en los oídos. 
Everett y yo no hemos hablado desde que salimos de la sala de 
terapia, pero la energía que hay entre nosotros es lo suficientemente 
fuerte sin necesidad de decir una sola palabra. En cuanto cruzamos 
el extenso terreno y entramos en la zona de viviendas, se agacha y 
vuelve a cogerme la mano, conduciéndome a un banco de ascensores 
idéntico al de mi edificio. Mi feminidad se siente pesada. Húmeda. Está 
palpitando incesantemente y Everett debe saberlo. Debe saberlo. 
Porque en cuanto las puertas del ascensor se cierran tras nosotros y 
nos quedamos solos, me empuja contra la pared y me masajea el 
punto a través de la ropa interior. 
Gimo largo y tendido, y suelto un grito ahogado cuando me raspa 
con los dientes el cuello, me mete la mano por la parte delantera de 
las bragas y me agarra desnuda. 
—Solo he pedido permiso para follar esto como cortesía, 
pequeña. Es mío. Por dentro y por fuera. Cada pequeño rizo de pelusa 
de melocotón. Cada goteo que sale de este coño pertenece a tu papi. 
Dilo. Dilo antes de que lleguemos a la habitación y me olvide de todo 
menos de golpearlo. 
—Es de mi papi. — gimoteo, el mareo me asalta. —Es tuyo. 
Me agarra las muñecas y las apoya por encima de mi cabeza, 
dejándolas ahí mientras me abre la bata, rastrillando sus manos 
abiertas por la parte delantera de mis pechos desnudos, mi vientre, 
viajando de nuevo hacia arriba para amasar mis sensibles montículos. 
Gime como si fuera él quien recibiera el placer en vez de yo. La gran 
cresta de sus pantalones me roza el vientre una, dos veces, y entonces 
se muerde el labio y se empuja contra mí. Presionando su boca abierta 
contra mi hombro, me frota furiosamente contra la pared del ascensor, 
sus manos descienden hasta mis nalgas y agarran las mejillas con 
Sotelo, gracias K. Cross 
rudeza, sus caderas embisten contra las mías, levantándome sobre los 
dedos de los pies, haciéndome sollozar por la intensidad de todo ello. 
—Tú haces esto. Me conviertes en un animal. — Arrastra sus 
dientes de un lado a otro de mi hombro y grito, arqueando la espalda, 
suplicando sin palabras que vuelva a tocarme los pechos. Pero lo hace 
mejor que eso. Utilizando su posesivo agarre en mi trasero, me levanta 
y sube, dejando caer su boca hasta mis pezones y lamiéndolos de 
forma obscena. Mirándome a los ojos mientras lo hace y apretando 
cada músculo al sur de mi ombligo. —Tienes suerte de que hayamos 
llegado a este edificio. Casi coloco este culo apretado en la mesa y te 
bombeó de lleno justo en frente de tu padre. — Rodea con sus labios 
uno de mis pezones y lo dibuja, lenta y largamente. —No estoy seguro 
si podría haberlo convencido de que para recibir una capacitación 
adecuada y completa, no usaré condón. 
Antes de que pueda cuestionar eso, o por qué me excita, las 
puertas del ascensor se abren y me sacan del mismo. Nos detenemos 
a mitad del pasillo y me aprietan contra la puerta, con la boca de mi 
entrenador inclinada sobre la mía, el roce de sus labios y su lengua 
estimulando mis sentidos. Rodeé su cintura con mis piernas, gimiendo 
mientras comenzaba a mover sus caderas contra mí de esa manera 
frenética y gruñendo. Rápido, rápido, rápido. Haciendo que la puerta 
se agite fuertemente detrás de mí. 
El apretón de mis pequeños músculos vaginales es demasiado 
intenso y no sé qué hacer al respecto, así que me froto con él, 
gimiendo, tratando de aliviar el dolor, pero éste solo empeora cuanto 
más fuerte es su embestida contra mis bragas, volviéndolas 
empapadas e incómodas. Empiezo a preguntarme si va a tomarme 
aquí, en el pasillo, cuando se frena con una maldición y saca una 
tarjeta llave de su bolsillo, la golpea en la cerradura y abre la puerta, 
haciéndome entrar. Nuestras bocas vuelven a conectarse, las lenguas 
se invaden, mis dedos se clavan en su pelo mientras avanza a 
trompicones hacia la cama, bajando ya la cremallera de sus 
pantalones entre nuestros cuerpos. 
—Soy un hombre malo, Margot. — exhala tembloroso contra mis 
labios, tirándome a la cama y cayendo con fuerza encima de mí, 
inmovilizándome bajo su estructura mucho más grande. Me siento 
dominada al instante y me encanta. Me encanta la pérdida de control. 
Sotelo, gracias K. Cross 
No saber lo que está a punto de suceder, lo que me hará o lo que 
sentiré. —Me has convertido en un hombre muy malo que quiere cosas 
enfermizas de una joven inocente. 
Se me pone la piel de gallina. Por todas partes. 
Mi cerebro me insta a cuestionar lo que quiere decir... pero algo 
dentro de mí ya lo sabe. Sé muy bien lo que quiere. Tal vez lo he sabido 
todo el tiempo y por eso me siento delicada y atesorada y excitada en 
presencia de Everett.Sus deseos específicos pueden no haber sido 
obvios, pero mi cuerpo los reconoce... y creo que comparto esas 
necesidades. 
Sí, las comparto. 
Porque me gusta este contraste de joven y mayor. Inocente y no. 
Pequeño y grande. 
Ya no soy yo misma. Soy una niña pequeña a punto de hacer 
algo prohibido con su papi y mis partes íntimas se enroscan con 
anticipación. Una excitación delirante. Cierro los ojos y me deleito en 
el fresco aire acondicionado, el firme colchón a mi espalda y el 
increíble peso de este hombre encima de mí, con su lengua trazando 
un recorrido por el lateral de mi cuello. 
Suelto una risita y apenas reconozco mi propia voz cuando digo: 
—Eso hace cosquillas, papi. 
Everett hace una larga pausa antes de emitir un sonido 
desgarrador. —Margot, no. — Su boca encuentra la mía en un beso 
sordo. —No podemos ir ahí. No me dejes ir ahí. 
— ¿Ir a dónde?— Pregunto, con los ojos muy abiertos e 
inocentes. — ¿Por qué me has traído aquí?— Vuelvo a soltar una risita, 
con la cara enrojecida por el calor. — ¿Por qué tienes los pantalones 
desabrochados? 
Everett traga fuerte y empieza a respirar con dificultad, con su 
virilidad palpitando contra el interior de mi muslo, aún atrapado 
dentro de sus calzoncillos. —No puedo...— jadea, con los párpados 
caídos. Pasan largos segundos, su mano derecha recorre el lado de mi 
cadera. —Estamos aquí para jugar a un juego secreto, pequeña. Solo 
tú y yo. 
Sotelo, gracias K. Cross 
Intento zafarme de él, pero me sujeta la cadera y aprieta su 
cuerpo más grande para que no pueda ir a ninguna parte. —No quiero 
jugar a un juego. — digo, haciendo un mohín. —Me estás mirando 
raro. 
La mano en mi cadera viaja hasta mis pechos, la punta de su 
dedo traza un ligero círculo en la parte superior de mis pezones. —Te 
miro así porque eres muy guapa. 
Me muerdo el labio. Halagada pero insegura. —Gracias. — 
Everett tararea en su garganta. Se inclina para lamer su lengua sobre 
el pezón que acaba de poner duro, agarrando mis muñecas y 
sujetándolas cuando empiezo a retorcerme. —No me gusta cómo me 
hace sentir eso. 
— ¿Estás segura?— Se mueve hacia mis otro pecho, acariciando 
el pezón con roces de lado a lado de sus labios. —Si hace que tu coño 
se sienta caliente y húmedo, está bien. Eso es lo que queremos. — La 
parte inferior de su cuerpo se frota contra la mía. —Eso es 
exactamente lo que queremos. 
Mi piel se calienta a un ritmo tan rápido que la habitación gira 
un poco a mí alrededor. Pero él es mi ancla. Mi entrenador. Mi todo. 
Sus ojos me mantienen clavada en el sitio, presente en el momento, 
incluso cuando quiero gritar por todas las sensaciones que me 
bombardean a la vez. Ansiedad. Confusión. Necesidad. Amor. Lujuria. 
—Has dicho que esto es un juego. ¿Cómo lo jugamos?— Susurro. 
Everett acerca su boca a la mía y la abre con un ligero lametón. 
Manteniendo el contacto visual, suelta una de mis muñecas y se 
inclina, recorriendo suavemente con un dedo la raja de mi sexo, a 
través de mis bragas que se humedecen rápidamente. —Me he sentido 
muy solo, cariño. — dice desgarradoramente. —Muy solo. 
Se me forma una arruga en el entrecejo y me pregunto hasta qué 
punto es cierto y hasta qué punto forma parte del juego que estamos 
jugando. La idea de que Everett se sienta solo me da un vuelco al 
corazón. — ¿Pero cómo puede sentirte solo cuando me tienes a mí? 
Su risa encierra una gran cantidad de oscuridad. —Cuando no 
puedo tenerte del todo y siempre estás cerca tentándome tan 
dulcemente, me hace sentir aún más solo. ¿Lo entiendes? 
Sotelo, gracias K. Cross 
Me coge por completo en la mano y lo amasa con fuerza, 
haciéndome jadear y empujar sus hombros. — ¡Papi! 
—Necesito esto hasta el final. — gruñe entre dientes, tratando 
visiblemente de mantenerse bajo control, aunque hay un brillo de 
sudor en su frente y su labio superior. —Ya no me sentiré solo si me 
dejas entrar en este bonito coño. Vas a estar tan apretada alrededor 
de mi polla que no podré pensar en absoluto, ¿verdad? 
—No quiero que te sientas solo. — digo, mordiéndome el labio 
inferior y mirando entre nuestros cuerpos con ingenua confusión. — 
¿Cómo p-puedes estar dentro de ella? 
Sin apartar su atención de mi cara, Everett retira su mano de mi 
sexo y agarra la suya, acariciando la gigantesca cresta a través de sus 
calzoncillos. Luego baja lentamente la mano por la parte delantera del 
calzoncillo y saca su gran erección moteada. Es mucho más grande de 
lo que podría haber imaginado y mis muslos tratan de cerrarse 
automáticamente, mi respiración se corta. De repente, estoy nerviosa. 
No estoy segura de cómo vamos a encajar juntos de la forma que 
siempre había imaginado. Al menos hasta que Everett empieza a 
acariciarse con ese poderoso puño, hipnotizándome, sus jadeos contra 
mi boca hacen que mi carne se vuelva cada vez más resbaladiza. 
Mientras esto sucede, me quita las bragas por completo, tirando de 
ellas hacia abajo y sobre mis rodillas y tobillos, dejándolas en un 
montón sobre la cama. 
—Solo voy a meter la punta. — dice entrecortadamente, 
colocándose entre mis muslos, su mano guiando ese tronco de carne 
turgente hacia mi centro. 
— ¿Eso va dentro de mí?— Susurro con asombro. Tal vez un 
poco de miedo. 
—Así es, pequeña. — Me toma la boca en un largo beso sin 
aliento y, vacilante, empiezo a participar, tocando con mi lengua la 
suya, abriendo un poco más la boca cada vez que desliza la suya 
masculina sobre la mía. —Así me gusta, cariño. — dice con fuerza. —
Qué bien besas ya y solo estamos empezando. ¿En qué más crees que 
serás buena cuando juguemos juntos? 
El cumplido hace que una de las comisuras de mi boca se levante 
en una tímida sonrisa. —No lo sé. — murmuro, moviéndome para 
Sotelo, gracias K. Cross 
intentar combatir el creciente dolor entre mis piernas. — ¿Qué más 
hay? 
—Bueno...— Mantiene sus labios apoyados en los míos, su 
respiración comienza a entrecortarse. Y me doy cuenta de que está 
intentando distraerme mientras se dirige a mi entrada. Mantengo los 
ojos inquisitivos fijos en mi papi mientras él separa mi carne con la 
cabeza grande y lisa de su erección, intentando que no se note mi 
absoluta excitación. Todavía no. —Podemos bañarnos juntos... 
— ¿Con burbujas?— susurro, sonriendo. 
Gime, arrastrando su eje hacia arriba y hacia abajo a través de 
mis pliegues empapados. —Todas las burbujas que quieras, cariño. — 
bromea. —Cuando estemos solos en esta habitación, podemos 
practicar los besos. Luchar. Puedes sentarte en mi regazo sin bragas 
y dejar que te dé un helado. — Mientras dice la última parte, su 
erección se mete dentro de mí e inhalo, negando. —Podemos 
divertirnos juntos. Pero primero tienes que aprender a disfrutar de 
esto. — Me abre los muslos y mete otro centímetro, provocando un 
gemido nervioso en mi boca. —Aprenderás a disfrutar de mi polla. Es 
la única que tendrás. Un día, pronto, vas a chuparla con tu bonita y 
joven boca. Vas a dejar que papi haga lo que quiera cuando estemos 
solos. — Con los dientes al aire, empieza a mover las caderas, con la 
respiración entrecortada y el sudor acumulándose en la línea del 
cabello. —Pero nuestros juegos son un secreto, ¿me entiendes, 
Margot? 
—Me duele. — Mi voz es cruda. Sincera. Porque estoy diciendo 
la verdad. Es tan enorme comparado conmigo. Tan rígido que podría 
estar hecho de hierro. —Eso es m-más que la punta. 
—Perdona a un hombre solitario. — gime contra mi boca, 
empujando todo el camino dentro de mi cuerpo en un poderoso 
bombeo, a través de la barrera de mi virginidad y más allá, su 
mandíbula se afloja en un largo y retumbante gemido. Incluso 
mientras disfruta de mi sensación con los ojos cerrados, me sujeta, 
porque me muevo, muevo las caderas, grito, cualquier cosa que pueda 
hacer para aliviar la extraña incomodidad. —Hijo de puta, es un puto 
coño apretado. — Las palabras salen de él en un tenso apuro, y luego, 
de repente,

Más contenidos de este tema