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1 Primal Sin Ariana Nash

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TRADUCTORAS 
Correctora 
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El PECADO PRIMORDIAL 
Ariana Nash 
Caído por amor. Resucitado para vengarse. Severn conocía el 
amor. Él sabe lo que se siente luchar por el amor y que se lo 
arrebaten de su alcance. Él sabe que cuando los campos de la 
muerte están sembrados de muertos y el amor desaparece, 
solo una cosa mantiene latiendo su corazón demoníaco: la 
venganza. 
Su vida es ahora una red de mentiras. Su acto, perfecto. Su 
enemigo, el ángel de la guarda Mikhail, se sienta a su lado, se 
acerca a él en busca de orientación e incluso lo ama. 
Ha llegado el momento de hacer caer a todos los ángeles, 
comenzando por el más poderoso de todos. Severn pensó que 
conocía el amor. Pero está a punto de descubrir que el amor 
no toma prisioneros, y mientras los demonios y los ángeles se 
enfrentan en las calles cansadas de las batallas de Londres, 
el amor reclamará las almas de dos enemigos destinados. 
Primal Sin es una oscura fantasía gay con una fuerte historia 
de amor. La serie está llena de deseos salvajes, mentiras 
implacables y el mordisco de la venganza. 
 
 
 
 
7 
 
Capitulo 1 capitulo 20 
Capitulo 2 capitulo 21 
Capitulo 3 capitulo 22 
Capitulo 4 capitulo 23 
Capitulo 5 capitulo 24 
Capitulo 6 capitulo 25 
Capitulo 7 capitulo 26 
Capitulo 8 capitulo 27 
Capitulo 9 capitulo 28 
Capitulo 10 
Capitulo 11 
Capitulo 12 
Capitulo 13 
Capitulo 14 
Capitulo 15 
Capitulo 16 
Capitulo 17 
Capitulo 18 
Capitulo 19 
 
8 
 
1 
 
 
Uno de los pocos ángeles de la guarda que quedaban en Aerie se 
encontraba al final de la larga mesa de cristal hablando de la guerra, 
del sacrificio y el deber. Estas cosas fueron los pilares sobre los que 
se asentaba la vasta ciudad de Aerie1. El guardián, Mikhail, continuó 
dirigiéndose a su ansiosa audiencia de ángeles, con los rostros 
mirando hacia él, con los ojos abiertos de asombro. Todos habían 
olvidado convenientemente que su ciudad se construyó sobre una 
base de huesos. 
Severn, sentado a la derecha de Mikhail, no lo había olvidado. 
Aunque, algunos días y noches, deseaba poder hacerlo. 
Solo escuchó a medias lo que se dijo en la reunión, fingiendo 
contemplar la batalla que se avecinaba. En realidad, solo 
contemplaba una cosa: la idea de cómo tomaría las alas de Mikhail, 
cortándolas limpiamente con los dos grandes arcos de su espada. El 
primer golpe sería rápido, el segundo sería más difícil. Severn 
guardaría esos apéndices cortados y los colgaría en la pared en algún 
lugar una vez que todo esto terminara. Por supuesto, Mikhail lucharía 
hasta su último aliento, pero Severn se las quitaría, se lo quitaría 
todo. 
Mikhail sostenía sus alas gris plateado ligeramente apretadas, sus 
arcos se elevaban por encima de su ya impresionante altura. El 
cabello largo y oscuro caía como seda negra sobre sus hombros y su 
pecho desnudo. 
 
1 Aerie[ ciudad donde habitan los angeles , muy por encima de la enorme ciudad de Londres, envuelta en cristal y nubes] 
 
9 
 
Los extremos se curvaban suavemente, lamiendo sus definidos 
abdominales. 
Parecía no tener más de unas pocas décadas, como la mayoría de los 
ángeles alrededor de la mesa, pero las apariencias en Aerie eran 
engañosas y los ángeles no llevaban su edad en la piel. 
La letal belleza de Mikhail también era un arma. Era tan jodidamente 
bonito que incluso sus enemigos se lo harían y luego tratarían de 
matarlo. ¿A qué sabría el ángel? 
—... Tengo expectativas en ti, Severn. — 
El tono retumbante de Mikhail hizo que Severn volviera de su fantasía 
empapada de sangre hasta las cámaras de guerra demasiado 
brillantes, la luz del sol se reflejaba en el vidrio endurecido y en el 
acero inamovible, haciendo que la habitación y los ángeles que se 
encontraban dentro deslumbraran aún más. 
 Se enderezó bajo el peso de una docena de miradas, cada una 
esperando una respuesta. 
 —Por supuesto, su excelencia—. Inclinó la cabeza. 
—Mi información es impecable. No podemos fallar—. 
La respuesta fue la típica tranquilidad que Mikhail siempre buscaba 
de él. Severn la pronuncio con suave perfección. 
La mano de Mikhail se posó en el hombro de Severn. Sus gruesos 
dedos se clavaron y apretaron, y la sonrisa del ángel creció. Los mitos 
modernos contaban cómo la sonrisa de Mikhail había puesto de 
rodillas a un ejército de demonios, y que cada soldado lloraban 
lágrimas de amor. Severn conocía la verdad del día que dio origen a 
esa historia. Los demonios habían llorado, pero no por amor. Todos 
habían perecido, viendo cómo sus alas se retorcían y se convertían en 
cenizas en innumerables piras. 
 
10 
 
 El agarre del ángel sobre su hombro produjo un fuerte chasquido de 
poder invasivo, lo que lo obligó a apretar los dientes. 
—Todo depende de ti, amigo mío—. 
Quizás la sonrisa de Mikhail era genuina. Severn solo podía esperar 
si el ángel era capaz de sentir algo, lo que haría que lo que vendría 
fuera mucho más satisfactorio. Severn le devolvió un ejemplo bien 
practicado de su propia sonrisa, y Mikhail soltó su agarre de hierro. 
—Prepárense para la batalla—, ordenó Mikhail, liberando a los 
ángeles de sus asientos. Severn se puso de pie con los demás y se 
golpeó el pecho con el puño al unísono con ellos. Se volvió para irse 
cuando los dedos de Mikhail le engancharon la muñeca. 
El toque chisporroteó, provocando una extraña variedad de 
sensaciones a través de Severn, la más prominente fue la necesidad 
de sacudir al ángel y desenvainar su espada. Su corazón tartamudeó, 
y se aceleró cayendo en un ritmo más rápido, mientras su cuerpo 
luchaba por mantener la calma exteriormente. El tacto era peligroso, 
especialmente si provenía de Mikhail. 
— ¿Un momento?— preguntó el guardián. 
Severn asintió, aliviado cuando Mikhail liberó su muñeca. Observo a 
los demás salir de la cámara, envidiando su salida. A pesar de que 
tenían sus alas escondidas en la ilusión, cada uno llevaba ese mismo 
aire de poder y arrogancia en sus pasos. Severn les daba igual, quizás 
más debido a su posición al lado de Mikhail. Había trabajado para 
que asi fuera, para hacerles creer sus mentiras. Ni siquiera sabían 
que había perdido sus alas por el macho vicioso que estaba detrás de 
él. Nadie aquí conocía a Severn. Y casi había llegado el momento de 
que el engaño valiera la pena. 
La alta puerta, construida a gran altura para acomodar las alas, se 
cerró con un ruido sordo, dejando a Severn a solas con Mikhail. El 
silencio era un vacío hambriento, que exigía a Severn que lo rompiera. 
 
11 
 
Sus dedos se movieron a los costados. El poder se retorcía bajo su 
piel, comouna cosa viva con su propia mente, y quería salir de esta 
habitación, lejos de su enemigo. 
Su corazón latía con demasiada fuerza. Con tanta fuerza que Mikhail 
debió haberlo oído, pero el ángel solo se dio la vuelta, presentando a 
Severn una pared de plumas inmaculadas. 
Un recuerdo repentino se lanzó a través de la mente de Severn. 
Cuando apenas era más que una cría, ya hace décadas, su amigo 
Samiel lo había desafiado a robar una pluma de un ángel. Solo una 
broma. Ya que tales cosas eran imposibles de hacer en aquellos 
tiempos. Samiel se había reído, había tomado la mano de Severn y 
habían corrido juntos por las viejas calles de Londres, sobre los 
adoquines y entre las ruinas de guerras anteriores, pero Severn nunca 
había olvidado la petición de Samiel. Luego, cuando ambos eran 
mayores, la guerra reclamó su servicio, como lo hizo con tantos. 
Después de una brutal batalla, en el campo de exterminio sembrado 
de muertos, Severn había encontrado la pluma de un ángel entre los 
graznidos de rayverns2 que picoteaban los cadáveres. La había 
sacado del fango, encontrándola casi perfectamente limpia. Su 
sonrisa había resquebrajado el barro y la sangre que se le había 
apelmazado en la cara, y le había llevado el premio a Samiel, tal como 
había bromeado todos esos años. Pero Samiel no había regresado 
después de esa batalla, y ninguna después. Sus huesos, como tantos 
otros, se quedaron enterrados para siempre en el barro. 
Severn había conservado esa misma pluma, tan parecida a las de 
Mikhail. Hasta el dia de hoy la seguía conservando. 
—Tenemos un espía entre nuestras fuerzas—, dijo Mikhail. 
 
2 Rayvers [ aves muy parecidas a los cuervos , las cuales fueron creadas según por el gran Seraphine] 
 
12 
 
Los dedos de Severn volvieron a crisparse, esta vez con ganas de 
agarrar la hoja que descansaba contra su espalda y blandirla con toda 
la fuera de su venganza. 
—Su nombre es Cassandra—. Mikhail levantó la cabeza, enviando su 
mirada más allá de las puertas del balcón, hacia el cielo azul bañado 
por el sol. —Ella silenciosamente ha destrozado mis vínculos y se ha 
enhebrado dentro de mis filas. Lamento no haberlo visto antes —. 
Miró su lado, y por un breve momento, el arrepentimiento suavizó la 
mirada del ángel antes de que su ceño lo corrigiera. Se enderezó, con 
el rostro decidido de nuevo. 
 —Sácala de nuestras filas, Severn. — 
— ¿Tienes evidencia de su traición?— Su voz no mostraba ningún 
signo de su disputa interna. Sus mentiras seguían siendo impecables. 
Conocía a Cassandra, la había visto entre las filas guerreras, pero no 
en la batalla. Nada en ella le había parecido extraordinario, lo que 
probablemente significaba que era buena en la subversión, si es que 
ese era su papel. 
—Una fuente confiable me informó—, dijo Mikhail. —Es evidencia 
suficiente—. 
Severn asintió y se comprometió a descubrir quién era esa fuente de 
confianza para poder evitarlos. 
—Me encargare de que se solucione— 
 Giró sobre sus talones y se retiró hacia la puerta, apretando sus 
dedos temblorosos contra su pecho para evitar que Mikhail los viera. 
Los toques le habían costado. Había esperado demasiado entre las 
festividades. Esta reunión no estaba programada, y los días y las 
noches previas a estos momentos finales habían sido largos y arduos. 
Sin tiempo para festejar, para saciarse, para recargarse... 
—Severn...— 
 
13 
 
— ¿Sí, su excelencia?— Tan cerca. La puerta estaba a solo unos pasos 
de distancia. Pero ahora, al volverse, Mikhail se acercó, trayendo 
consigo el sofocante peso de su poder. Parecía imposible, este ángel 
del fin del mundo, como una criatura hecha de sueños y pesadilla 
elaborada en su forma masculina, enmarcada por unas alas de 
terciopelo tocadas por la tormenta. Cada paso tenía un propósito. El 
corte de su mirada sin parpadear aterrizó profundamente, como si 
despojara a Severn de todas las mentiras y viera todo lo que luchaba 
día y noche por ocultar. El corazón de Severn se aceleró de nuevo. 
Ninguno era inmune a Mikhail, aunque muchos intentaron serlo. 
Todos pagaron con sus alas. 
Mikhail se detuvo cerca. Los segundos se sintieron como horas. Una 
mirada demasiado larga supondría un desafío, pero una mirada 
demasiado corta hacía que Severn pareciera débil, y él nunca lo había 
sido. Ni ahora, ni entonces, ni nunca. Lentamente, cerró los ojos y 
bajó la cabeza. 
El toque de Mikhail acariciando repentinamente su mandíbula crepito 
con aún más fuerza. 
— ¿Puedo confiar en ti en esto?— preguntó el ángel. 
El toque se calentó como lo había hecho alrededor de la muñeca de 
Severn y despertó otras sensaciones. Sensaciones que habían sido 
groseramente descuidadas durante demasiado tiempo. Esto era lo 
que sucedía cuando Severn olvidaba quién y qué era, y había estado 
sucediendo más de la cuenta. No podía permitirse esos errores ahora. 
—Mantenlo... entre nosotros—, dijo Mikhail, su voz era un susurro 
suave e íntimo. —Los demás no necesitan saberlo—. 
La expresión inexpresiva de Severn se contrajo. Oh, cómo 
despreciaba a este monstruo y soñaba noche tras noche con matarlo 
de todas las formas posibles, pero él tampoco era inmune al poder de 
Mikhail o al alcance hambriento de la propia habilidad de Severn. 
 
14 
 
Manteniendo los ojos cerrados y la cabeza agachada, canalizó sus 
pensamientos lejos de cómo Mikhail acariciaba su mandíbula y de 
cómo ese simple toque se sentía como algo que podía empujar dentro 
de él y devorarlo y verterlo todo para mantener su ilusión. Una ilusión 
construida sobre mentiras, construida sobre huesos y fortalecida con 
cada batalla ganada. 
—Mírame. — La voz de Mikhail ardía y se deslizaba alrededor de las 
defensas de Severn. 
 Él podía hacer esto. 
Había estado haciendo esto por lo que parecía una eternidad. A veces 
tenía la sensación de haber vivido más tiempo en una mentira que 
lo que había vivido en la verdad. 
Al levantar la cabeza, todo el peso de la poderosa mirada de Mikhail 
cayó sobre él en una ola de placer y calor, haciéndolo querer caer en 
los brazos del macho y confesar todas sus terribles verdades. 
Cerrando la mandíbula, sonrió al ángel que intentaba ahogarlo en la 
rectitud. No parecía un asesino en masa, pero después de haber 
luchado a su lado durante casi una década, Severn sabía que un 
asesino era exactamente lo que era. 
— ¿Me servirás para siempre, Severn?— 
 Mikhail preguntó como si dudara de Severn, pero era de sí mismo 
de quien dudaba. Pocos veían estos momentos de vulnerabilidad. Ver 
estos momentos ahora era un testimonio de lo lejos que había llegado 
Severn. 
—Siempre —suspiró Severn. Mikhail interpretaría el escalofrío como 
de respeto, no de agotamiento. 
Mikhail acarició con sus dedos la mejilla de Severn y trazó con sus 
puntas los labios de Severn. 
—Pronto, todos estarán muertos y podremos descansar—. 
 
15 
 
 —Pronto —susurró Severn, temiendo que la tensión de algo más le 
destrozara la voz. 
—Encuentra a Cassandra—. Mikhail se apartó, moviéndose con tanta 
rapidez que Severn se balanceó sobre sus pies. —Partimos hacia el 
frente al amanecer— 
Severn tropezó con la puerta, pero ocultó el paso en falso abriéndola 
de un tirón y echando a andar lejos de la cámara y de Mikhail. 
Respirando con demasiada dificultad, pasó junto a otros, todos 
mirando y preguntándose por qué Mikhail lo había elegido. Sabían 
que Severn era de confianza, lo habían visto en batalla, lo habían 
visto proteger a su líder con su propia vida. Nadie dudaba de él; se 
había asegurado malditamente de ello. 
Pero hacer que las mentiras fueran verdaderas requería un gran 
poder, y mientras Severn caminaba por los pasillos superiores, 
abriéndose paso a través de los pasillos de cristal hacia sus 
aposentos, cada paso se sentía un poco más pesado y cada latido de 
su corazónlatía más fuerza. Esos últimos momentos bajo el 
escrutinio de Mikhail le habían costado. Tal vez demasiado. Ahora no 
podía fallar. Solo necesitaba... espacio. Necesitaba salir de Aerie, 
alejarse de la luz. 
Un paso en falso sería perdonado, pero ¿dos, tres? No. Era el soldado 
más venerado de Mikhail. El ángel más poderoso de Aerie, además del 
propio Mikhail. Servern no podía cometer errores. 
Las paredes de cristal se desdibujaron y la puerta que había delante 
generó copias de sí mismo. Severn extendió la mano a ciegas y se abrió 
paso, tropezando dentro de su habitación. La puerta se cerró de golpe 
y él cayó contra ella, sosteniendo las mentiras detrás de él. Demasiado 
cerca. Los temblores se desplazaron desde sus dedos, subieron por 
sus brazos y viajaron por su espalda. Necesitaba... algo que no podía 
tener. Aquí no. Más tarde... Sí, más tarde. Se pondría una capa y 
 
16 
 
descendería por las entrañas de Aerie hasta el caldero3, y allí 
conseguiría su dosis. Miró hacia el balcón abierto, comprobando el 
progreso del crepúsculo. Una vez que cayera la oscuridad, podría 
prepararse... 
Una brisa agitó las cortinas del balcón alrededor de una figura 
femenina. ¿Siempre había estado allí? Se frotó los ojos, con la 
esperanza de alejar su rostro, pero en lugar de desaparecer, ella 
comenzó a avanzar, tomando forma dentro del cambiante enfoque de 
Severn. 
Los ojos azules le quemaron el alma. El cabello rubio resplandecía. 
Un ángel. 
Cassandra. 
El destino se la había entregado. 
 Ella sonrió y levantó su espada de ángel de acero, una espada casi 
tan larga como alta. 
—Severn—. 
Las alas de plumas oscuras de Cassandra se abrieron, enmarcando 
su físico de guerrera y llenando la sala de estar de la cámara de Severn 
casi de pared a pared. Su espada captó la luz rojiza del crepúsculo, y 
la hizo brillar en el rostro de Severn. 
—Estoy aquí para cortar las alas de tu espalda y presentárselas a 
Mikhail como evidencia de tu traición— Ella pronunció las líneas con 
absoluta convicción, sin mostrar signos de temor, ¿y por qué iba a 
temerle? Acaso tenía la justicia de su lado. 
Severn ocultó la sorpresa de sus palabras detrás de un suspiro. —
Llegas demasiado tarde. — Era débil, pero no lo suficientemente débil 
como para ser superado por otro ángel con un complejo de héroe. 
 
3 Caldero[ zona del antiguo Londres , dedicada a los placeres de los habitantes de la ciudad ] 
 
17 
 
Dio un paso adelante. —Mikhail ya me ha quitado las alas— 
La confusión enturbió su llamativo rostro. ¿Por qué un ángel tomaría 
las alas de otro ángel? Ellos no lo harían. Entonces algo se solidificó 
en su mente, y una nueva determinación le dio más fuerza a su 
postura. 
— ¿Es verdad entonces?— ella preguntó. — ¿Eres un traidor?— 
Claramente, ella sabía lo suficiente como para dejarla con vida. 
Severn sacó su espada de su vaina. 
—Me quitó las alas, pero con mucho gusto forrare mi cama con las 
tuyas—. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
18 
 
2 
 
 
Quien haya informado a Mikhail de que Cassandra era una espía 
había mentido. Cassandra no era más traidora de lo que Severn era 
un ángel. Parecía que había una persona de interés entre las filas de 
Mikhail, alguien a quien Severn eliminaría más tarde, después de que 
se resolviera este inconveniente. 
Cassandra usó ambas manos para empuñar su espada y giro 
rodeándolo, cruzando un paso con el otro, manteniendo a Severn 
firmemente frente a ella. Ella realmente era un ángel hasta la medula. 
Severn lo vio en sus ojos, en su postura y, por supuesto, en sus 
brillantes alas. Ella era devota y una maldita buena soldado. Era casi 
una pena matarla. 
 —Deja tu arma y muere con dignidad—, dijo. 
Riéndose, rodó los hombros, sacudiendo los restos del agotamiento y 
tirando de sus peligrosamente bajas reservas de energía 
 — ¿Dignidad?— Hablaba de dignidad como si fuera su juez. 
Los muertos no llegaron a exigir dignidad. 
—Vuela, ángel, y vive otro día para luchar por tu amado Mikhail—. 
En el momento en que Cassandra le diera la espalda, él la 
atravesaría. Su mirada decía que ella lo sabía. 
Su verdadero poder impulsó la fuerza a través de las venas de Severn. 
Si hubiera tenido sus alas, las habría desplegado, con cicatrices y 
todo. Pero ahora todo lo que tenía era su ingenio y su espada, y ambos 
eran más afilados que los de Cassandra. Porque aunque pensaba que 
 
19 
 
conocía al verdadero ser debajo de su piel de ángel, todavía no lo creía. 
No Realmente. 
— ¿Por qué visitas los Cambions4?— 
Severn resoplo una risa seca y siguió dando vueltas con su espada 
apuntando hacia abajo. Ángeles. Tan ingenuos. 
—Claramente, nunca has probado la carne de los cambions. Tan 
dulce y cálido bajo la lengua —. Severn no lo había hecho, no 
recientemente. Pero las palabras tuvieron el efecto deseado. 
El disgusto hizo brillar sus alas. Ella las retrajo para que su 
degradante sugerencia no pudiera tocar su exquisita perfección. 
— ¡No eres un ángel!— 
Ahora ella se estaba poniendo al día. 
— ¿Qué eres?— 
Incluso ahora, se negaba a ver la verdad. Severn reforzó el agarre de 
su espada con las dos manos. Era una verdadera espada de ángel, 
robada a un ángel moribundo. 
 Había encajado perfectamente en su mano en el momento en que lo 
sacó del barro de los campos de exterminio, y entonces supo que el 
destino tenía otro camino para él. 
Giraron en círculos para que Severn bloqueara la ruta de vuelo más 
fácil para Cassandra desde el balcón. Su mirada por encima de su 
hombro le dijo que lo sabía, pero no estaba preocupada. Ella debería 
haberlo estado. No se había puesto al lado de Mikhail solo con 
mentiras. Habría matado hasta el último ángel para llegar a la cima. 
Pero dio la casualidad de que las mentiras eran más fáciles. 
— ¿Cómo pudiste traicionarlo?— exigió. 
 
4 Cambions [ especie de demonio , que es capaz de cambiar su apariencia , también se alimenta del éter sexual, de la violencia y el 
miedo ] 
 
20 
 
La ironía de la pregunta le robó el aliento en una risa rota, y entonces 
se abalanzo. 
La espada de ella se levantó y bloqueo la de él con un estruendo de 
metal contra metal, pero él ya la había visto transmitir el movimiento 
y había inclinado el filo de su espada para deslizarse por el filo de la 
espada de Cassandra, golpeando la guardia y rebotando. Ella se giró, 
evitando el ataque, tirando sus alas hacia atrás, utilizando su gran 
peso para contrarrestar la pesadez de la espada. Parecía una historia 
de violencia en movimiento. Cuando era un crío y observaba las 
batallas en los cielos, una vez pensé que los ángeles eran hermosos, 
hasta que creció lo suficiente para saber que cuando los ángeles 
brillaban, los demonios morían. 
Su espada cantó, viniendo hacia él en una estocada que evitó por 
poco. El filo pasó susurrando por su hombro. Severns levanto el 
pomo de su espada por debajo de la barbilla del ángel, haciéndola 
retroceder la cabeza. Ella se tambaleó. Y él siguió golpeando, 
estrellándose contra ella en cada paso, haciéndola retroceder. 
Las cuchillas sonaron. Ella bailó con ligereza sobre sus pies, pero en 
los confines de su cámara, no tenía a donde ir, y ese fue su error. 
Sus alas tocaron las paredes. Ella le arrojó la espada y rugió, 
vertiendo todo su poder y fuerza en una estocada que Severn vio venir 
desde el momento en que comenzó la batalla. Se giró hacia un lado, 
sin que las alas se lo impidieran. Cassandra perdió el equilibrio, 
tropezando hacia adelante... 
Severn giró. El filo de su espada de ángel atravesó los tendones, 
músculos y huesos, cortando su ala derecha de un golpe salvaje. El 
dolor la hizo gemir. Fue entonces, cuando cayó de rodillas al suelo, 
que comprendió a su enemigo. 
El ala cortada golpeó elsuelo, retorciéndose e inútil. La sangre le 
empapaba la espalda, y un gruñido tiró de la sonrisa apretada de 
 
21 
 
Severn al ver esa sangre, tan brillante. Le dio una patada en la espalda 
y le clavó la bota en la columna vertebral, sujetándola contra el suelo. 
El segundo golpe le cortó el ala restante. Su grito se hizo añicos, su 
voz se rompió, al igual que el resto de ella. Vio sus apéndices 
desprendidos y se aferró a las plumas, como si de alguna manera 
pudiera recoger los pedazos y recomponerse. 
Severn pateó las alas de su alcance y le dio la vuelta para enfrentar 
su rostro manchado de lágrimas. La agonía la hacía lucir fea. Sin sus 
alas, no era nada, solo una cosa débil arrodillada en un charco de 
sangre. 
— ¿Por qué?— Sus uñas se clavaron en el suelo de mármol pulido. 
Él tomó su barbilla con la mano izquierda y se inclinó hacia ella. El 
brillo de sus ojos se había apagado. Tendría una muerte lenta y 
dolorosa sin sus alas. Hacía mucho tiempo, Mikhail había asumido lo 
mismo de Severn, y ese error acabaría costándoles a todos los 
ángeles. 
— ¿Por qué estás haciendo esto?— Ella susurró. — ¿Por qué nos 
odias?— 
Una sonrisa se arrastró por los labios de Severn. Una sonrisa real, 
una parte de su verdadero ser que se filtraba, pero que aun así 
Cassandra se negaba a ver. Quizás ella no era capaz. Aspiró su 
chispeante aroma, saboreando el crepitar del miedo, y rozó su 
mandíbula contra su mejilla suave como una pluma, luego susurró la 
verdad en su oído. Su nombre. Un nombre que no se había atrevido a 
pronunciar en diez años. Era realmente liberador decir la verdad a la 
que se había aferrado durante tanto tiempo, manteniéndola 
encadenada en su interior. 
—No...— jadeó ella, y la última chispa brillante de esperanza se 
desvaneció de sus ojos. La dejó mirarlo a los ojos, mirarlo de verdad, 
 
22 
 
y finalmente, ella lo vio por debajo de las mentiras. Y ella lo entendió 
todo. 
—Seré el fin de todos ustedes—. 
Hundiendo su mano en su cabello, la empujó hacia el borde del 
balcón. Ella se retorció, pateó e intento aferrarse a él. Serven había 
matado a muchos antes, pero esos asesinatos fueron rápidos y 
brutales. Necesarios. Esto era... Esto sabía a venganza. La 
anticipación susurró a su alrededor, despertando todas las partes que 
mantenía ocultas. 
En el borde del balcón, el viento agitó su cabello dorado y le enfrió el 
rostro. Siempre había evitado el borde, sabiendo que su fin estaba 
más allá. Pero ahora se arriesgaría, por esto, por ella. Cassandra lo 
miró, con las manos aferradas a sus muñecas, y sus ojos suplicantes. 
Ella había sido una buena soldado. Fiel. Y Verdadera. 
—No...— susurró. 
Probablemente había vivido una docena de vidas humanas, había 
visto el ascenso de Aerie sobre las oscuras calles de Londres, pero no 
estaría viva para ver la caída de Aerie. 
La puso de pie de un tirón, sus propios músculos ardían por la tensión 
que ya había ejercido sobre su cuerpo. Solo un último acto y podría 
alimentarse. Respirando el aire dulce, admiró la luz del atardecer 
teñida de rojo en el cabello dorado del ángel y escuchó el viento. Había 
pasado tanto tiempo desde que había respondido a su llamado. 
Aerie estaba construida en lo alto, muy por encima de las nubes, 
donde el aire era tenue y la vista era un interminable lavado de azul, 
rojo o negro, burlándose de él con su atractiva extensión. Durante 
tanto tiempo, lo había odiado, como odiaba todo lo demás, pero aquí, 
en el borde, veía la belleza en esa infinita nada. Extendiendo su brazo, 
sostuvo a Cassandra en lo alto, colgando sobre la nada. 
Ella no luchó. Estaban más allá de eso. 
 
23 
 
—Por favor... No le hagas daño—. 
Las lágrimas brillaron en sus mejillas. El la soltó. Ella no gritó. Había 
pensado que podría hacerlo. Inclinándose sobre el borde, la vio caer 
con los brazos abiertos. Incluso en la muerte, los ángeles eran 
dramáticos. Las nubes rojizas se la tragaron y desapareció. Esperó, 
contando los segundos hasta que pasó el tiempo suficiente para estar 
seguro de que ella había encontrado su fin. El horizonte londinense 
de agujas dentadas invitaba a una muerte rápida a cualquiera que 
cayera de Aerie. Esa era toda la misericordia que le importaba dar. 
Retirándose del borde, llego al interior antes de que el cansancio lo 
atormentara y lo hiciera caer de rodillas. Las alas cortadas del ángel 
yacían tiradas en el suelo a su alrededor. Dos horripilantes trofeos. 
Se las presentaría a Mikhail, y tal vez el guardián le dejaría ver las 
demás en su colección. Pero todo eso debía venir después. Estaba 
demasiado débil para esto, para cualquier cosa, y salvajemente 
vulnerable. 
Se tambaleo por sus aposentos, dejó la espada en el suelo y sacó una 
capa oscura con capucha y se la echó sobre los hombros. Sus dedos 
hormigueantes toquetearon el botón del cuello una, dos veces. Había 
esperado demasiado tiempo. Si alguno de los ángeles lo veía, si 
Mikhail lo veía…no lo harían. La noche anterior a la batalla estaban 
todos ocupados. Además, si alguien lo veía, asumiría que tenía todo 
perfectamente bajo control, como siempre. 
La luz del crepúsculo se colaba por las ventanas, dibujando largas 
sombras por el suelo, ahuyentando la luz del día de las alas 
inmóviles. Descartó su extraña sensación de pena y se marchó. 
∞ 
 
 
24 
 
Mientras Aerie se alzaba elegantemente sobre las nubes, sobre una 
serie de discos que sostenían una ciudad entera de ángeles, sus 
enormes pilares estaban firmemente arraigados en lo que alguna vez 
fue la milla cuadrada de Londres: el bullicioso centro comercial de la 
gran ciudad. Los ángeles consideraban a Aerie como su pináculo, una 
historia en cristal y acero de cómo se habían liberado de la suciedad 
a sus pies y se habían elevado por encima de todos. 
Severn estaba encorvado en el rincón de uno de los enormes 
ascensores de servicio de Aerie, escondido entre las cajas, pasando 
casi desapercibido. A los que lo vieron les pagó para que miraran 
hacia otro lado. Una treta peligrosa, pero necesaria. Los miles de 
nephilim de Aerie, mitad humanos, mitad ángeles, que eran parte del 
personal en Aerie se dejaba convencer fácilmente con pequeñas y 
talentosas baratijas o tokens 5de ángeles. Y al igual que los rayverns, 
les encantaba todo lo que brillaba, y Aerie estaba llena de cosas 
brillantes. 
 El corazón de Severn dio un vuelco en la cuenta regresiva para su 
dosis. 
La boca seca y los pensamientos confusos eran la menor de sus 
preocupaciones. Si llamaba demasiado la atención al tropezar, pronto 
se encontraría en un centro penitenciario. Prefería arrojarse por un 
balcón que terminar detrás de esas rejas. 
Las puertas se abrieron con estruendo y él salió a trompicones, 
aferrándose a una caja durante los primeros pasos antes de 
desaparecer en las sombras. El aire olía caliente y dulce, a 
podredumbre y a demasiados cadáveres, lo que no era de extrañar, 
ya que estas viejas calles de Londres, en la zona conocida como el 
caldero, estaban abarrotadas de refugiados. Todas sus casas de 
chabolas se apiñaban cerca de los vastos cimientos de Aerie. También 
 
5 Tokens [ tipo de moneda , que es utilizada por los angeles y que tiene un valor superior a cualquier otra moneda, se utiliza mucho 
en el bajo Londres] 
 
25 
 
estaba oscuro. Tan oscuro que a veces saboreaba su beso. El sol no 
brillaba debajo de Aerie. 
Sus botas salpicaron a través de charcos aceitosos, haciendo ondular 
las luces de neón reflejadas. La multitud lo envolvió en movimiento, 
tacto, olfato y vista. Sus sentidos se despertaron zumbando, 
repentinamente estimulados después de pasar demasiado tiempo en 
el limpio brillo de Aerie. 
En otro momento, podría haberlo apreciado más. Él siempre había 
amado el caldero por su caos, pero no esta noche. 
Todos los letrerosbrillantes y parpadeantes se burlaban. Las calles 
de aquí corrían tanto verticales como horizontales. Pasarelas 
cruzaban los estrechos huecos de arriba, como telarañas de seda en 
grietas olvidadas. El lugar era un total desorden, comparado con el 
orden de Aerie. Naturalmente, Mikhail lo odiaba y, por supuesto, lo 
odiaban todos los ángeles. No sabían lo que se estaban perdiendo. 
 Se desvió por una calle lateral que ya le resultaba familiar, esperando 
que fuera la correcta, buscando la luz roja parpadeante que lo guiaría 
hacia el olvido. 
Una vieja bruja surgió de la oscuridad, con un cuenco en sus manos 
nudosas y manchadas de sangre. 
—Un token para los placeres... Solo un token, y haré que tus sueños 
se hagan realidad...— 
 En su afán por evitarla, cayó contra la pared y se agarró la capucha, 
escondiendo su rostro. 
—Solo un token y hare que te corras — Ella empujó el cuenco debajo 
de su nariz y le agarro las bolas con su mano libre, con una fuerza 
que superaba la de la vieja arrugada que parecía ser. El repentino 
contacto físico envió un rayo de lujuria por su columna vertebral, 
derribando todas las barreras que había erigido. 
 
26 
 
—Vete a la mierda—, gruñó, golpeando la mano en sus bolas, 
manteniendo la capucha baja y la cara oculta. 
Ella se echó a reír y, en el espacio de unos pocos parpadeos, sus 
manos viejas y marchitas se alisaron para dejar una piel joven y 
perfectamente clara. Su rostro se tensó, haciendo desaparecer todas 
sus líneas de edad. El espeso cabello oscuro se comió su mata de 
mechones plateados y cayó sobre sus hombros. Ella sonrió con labios 
brillantes y escarlata. Su lengua asomó, sus puntas bifurcadas 
moviéndose, saboreando. Un cambion, mitad humano, mitad 
demonio. 
—Mmm...—Ronroneó, acercando su rostro artificial a la de él y 
respirando profundamente, —Ah, tampoco te gusta esta, ¿eh?— 
 Su mandíbula se cuadró, y la ilusión retorcida hizo que la cabeza de 
Severn palpitara. Su cabello se acortó y sus labios se adelgazaron, y 
ahora era magníficamente masculina. Su lengua bífida lamió la 
mejilla de Severn, cálida, húmeda y fuerte, un anuncio de los placeres 
que su lengua podía arrancarle. 
—Hmm, ahora tiene hambre, ¿no?— 
Un peligroso escalofrío despertó partes que la pelea anterior ya había 
despertado. El aroma del cambion hormigueó en la nariz de Severn y 
le rodeo la garganta, tratando de convencerlo de que realmente quería 
follarlo contra la pared, y si dejaba que ese olor hiciera su magia el 
tiempo suficiente, no habría forma de luchar contra ella, no en su 
estado de debilidad. Errores como este eran exactamente la razón por 
la que no podía permitirse el lujo de abstenerse. Debería haberlo 
sabido, debería de haberlo hecho mejor. 
El agarró su cara con una mano y la empujó con fuerza, arrojándola 
hacia atrás. Se agito y cayó sobre su puesto derrumbando lo poco 
que tenía como establecimiento, soltando una diatriba verbal de 
cambion, traducida libremente como: — ¡Espero que tu pene se te 
encoge y mueras insatisfecho!— 
 
27 
 
—Sí, sí... tú y yo, ambos —. Continuó tambaleándose, buscando el 
cartel luminoso de Infinity. Si no encontraba pronto el club, incluso 
podría tener que volver con la anciana y pagarle para que actuaran 
para él. No sería suficiente, pero lo recargaría, permitiéndole 
mantener su ingenio. 
Podría descansar un rato, apoyarse contra la pared y cerrar los ojos. 
Nada cambiaría. No podía olvidar el peso de su destino. No podía 
detenerse. No se podía volver atrás. Solo quedaba avanzar. Hasta 
mañana. Hasta que fuera libre. Un destello rojo llamó su atención, y 
allí, el logotipo de Infinity zumbó y parpadeó. 
Ya dolorosamente excitado, su piel chisporroteó con el pensamiento 
de lo que vendría. La erección que se le había formado era más difícil 
de ignorar, pero pronto se la pasaría. La gratificación física estaba 
fuera de los límites, pero la mental... oh, podía beber de eso hasta el 
amanecer. La sola idea le hacía salivar. 
—Buenas noches, Anón. — 
Una mano suave, con la piel teñida de púrpura, encontró la suya y 
lo condujo a través de la puerta, empapándolo a él y al demonio 
conocido como la madam en rojo por el letrero de arriba. 
—Nos preguntamos cuándo o incluso si podrías regresar—. Su suave 
voz acarició sus necesidades primarias. El conocía la voz. Estaba a 
salvo... casi siempre. —Ha pasado algún tiempo, ¿no?— 
 Dejó escapar un gruñido en respuesta, consciente en su interior de 
que era una puta maldita desgracia para su raza, pero estaba mucho 
más allá de expresarlo en el exterior. 
—Toma asiento. — 
 Las manos lo acomodaron suavemente en un gran sillón, acunando 
su cuerpo cansado. Las mismas manos volvieron a subir por ambos 
brazos y bajaron por su pecho, subiendo y bajando con cada 
respiración entrecortada. Llevaba tanto tiempo sin contacto físico, 
 
28 
 
que le dolía, pero ansiaba más. Las manos firmes y cálidas se 
tomaron libertades deslizándose sobre sus muslos. Las brillantes 
uñas negras, como garras se clavaron en ellos. Su polla saltó en 
respuesta, desesperadamente necesitada, como el resto de él, y la 
mano encontró su longitud tensa a través de la tela de su pantalón. 
El placer era una fuerza repentina y cegadora que amenazaba con 
tirar de su delgado hilo de control y deshacerlo por completo. Él tomó 
su cuello con ambas manos antes de darse cuenta de que se había 
movido. Un poco más de presión y su suave cuello se rompería. 
La lujuria lo montó con fuerza, haciendo que todo fuera brillante y 
nítido, sobre estimulando a su cerebro y cuerpo hambriento. 
—No me toques, joder. Nunca. — La empujó hacia atrás, como había 
empujado a la miserable bruja. 
Se enderezó, pero en lugar de ofenderse, pasó sus largos dedos por su 
cuello e inclinó la cabeza hacia atrás. La luz trazó la curva de sus dos 
cuernos negros. La mirada brumosa de Severn siguió el movimiento 
de sus manos, fijándose en cómo los rizos de humo nebuloso se 
desprendían de su piel. Ese humo, invisible para la mayoría, era el 
elixir que cada célula de su cuerpo ansiaba. Verlo después de pasar 
hambre durante tanto tiempo casi lo dobló de dolor. 
—Joder...— Se desplomó hacia adelante, doblándose por la agonía. 
— continuemos con esto — 
 Se echó hacia atrás en el sillón y se bajó la capucha para 
ensombrecer su rostro mientras su cuerpo se enfurecía. 
No estaba destinado a ser así, y ese era el problema. 
—Mmm—, ronroneó la mujer, viendo demasiado con sus ojos 
amarillos. Levantó la mano y chasqueó los dedos. Dos hombres 
entraron a la habitación, uno rubio, y otro con cabello rojizo con una 
pizca de pecas. Ambos ridículamente atractivos gracias a su herencia 
angelical. Una parte de él registró sus voces retumbantes, pero no le 
 
29 
 
importó lo suficiente como para descifrar las palabras. Hablaban 
nephilim, un idioma a medio camino de los ángeles y medio de la 
cuneta, igual que él. 
El trío no perdió el tiempo en abrazarse, la madam se presionó entre 
los dos machos. Las lenguas saborearon y exploraron, las manos 
acariciaron, los dedos quitaron finas capas de ropa y la aguda mirada 
de Severn lo siguió todo. Los zarcillos ahumados se levantaron de la 
piel reluciente de la mujer, empapando el aire a su alrededor, 
mezclándose con la misma neblina que se filtraba de los machos. 
Casi podía saborearlo, sentir como se incendiaban cada una de sus 
terminaciones nerviosas como fuegos artificiales. Los tres se 
retorcieron. La erección del rubio, atrapada detrás de la fina tela de 
su pantalón, había encontrado el valle del trasero de la madam6 , y 
mientras le dejaba un rastro húmedo de besos por el cuello, sus 
caderas se balanceaban, empujando su polla contra la estrechez 
entre sus nalgas. 
El éter7 que los rodeaba se expandió, perfumando el aire. Severn 
separó los labios, invitándolo a tocar su lengua, ansiosopor saborear 
la dulce excitación del nephilim. 
Cuando el éter lo golpeó, la columna vertebral de Severn se bloqueó. 
Sus dedos se engancharon en los antebrazos del sillón. Si hubiera 
podido arrastrarse desde su propia piel y beber el deseo de su fuente, 
lo habría hecho. Pero el sillón era su santuario, no podía moverse de 
este lugar, ni participar en su acto. 
 Todas las cosas buenas llegan a los que saben esperar… 
El nefhilim pelirrojo se acercó más allá del demonio femenino, y 
acarició el brazo del rubio, alertándolo de su posición, y lo atrajo hacia 
él para darle un beso hambriento. Su éter latía hacia afuera en ondas. 
 
6 Madam [ la mujer encargada o dueña del establecimiento llamado Infinity] 
7 Eter [ una clase de bruma ,que lleva poder , donde los cambions o demonios se pueden alimentar , descrito como un humo negro 
que se eleva de los cuerpos] 
 
30 
 
Los tres palpitaban con humo, llenando la habitación con su 
embriagador hechizo. 
Severn echó la cabeza hacia atrás, abriendo lentamente sus sentidos 
a todo aquello. Si lo tomaba demasiado rapido se desmayaría. El 
poder se vertió bajo su piel, elevándolo, llenándolo. Se atiborró de su 
placer, se deleitó con su éxtasis sin sentido, y mientras se perdían en 
el frenesí, cayó con ellos, bebiendo sus deseos primarios. Apenas 
registró cómo follaron, que polla entró en el agujero de quién, solo 
sabía que lo hacían y que lo deseaban. Eso era la clave. El placer 
forzado era casi inútil. El tipo dado libremente era la diferencia entre 
la fría luz de las estrellas y el sol abrasador. La lujuria era más fácil 
de cosechar, pero la alegría y la violencia también funcionaban. La 
alegría escaseaba en estos días, pero el sexo en El Caldero era 
abundante. 
El trío llego a su punto máximo, empujando y gruñendo sin sentido 
en su búsqueda por el éxtasis y cuando se corrieron al unísono, 
derramaron su semilla, los nervios se crisparon, el placer se mantuvo 
en Severn con tanta fuerza que apenas contuvo su propio grito, 
manteniéndolo enjaulado tras sus dientes apretados. Saciado 
momentáneamente, el trío se separó. Los dos machos se emparejaron 
y se arrastraron hasta la cama en la que Severn no había notado 
porque estaba demasiado perdido para darse cuenta. Ahora lo vio 
todo. La pintura descascarada, las marcas de garras sobre el armazón 
de la cama, el riachuelo de semen goteando por el muslo del demonio. 
La cual acarició la humedad entre sus dedos y los lamió para 
limpiarlos. 
— ¿Suficiente para ti, Anon?— 
—Ni de lejos —. Las palabras salieron más duras de lo debían. El 
hecho de haber saboreado la follada, había aliviado sus necesidades, 
pero sus reservas estaban demasiado bajas para empezar. 
 
31 
 
 —Más. — Señalando con la barbilla a los machos, y añadió: —Sólo 
ellos—. 
—Por supuesto—, ronroneó la madam, acercándose a su lado. —Pero 
ahora que estas más coherente, hay que discutir el tema del pago. Lo 
que sigue te costará más — 
—Sabes que soy bueno con eso—. 
—No quiero tokens. No de ti —, se inclinó, susurrándole, — ángel —. 
Apartó los ojos de la pareja de machos y levantó la mirada. La madam 
se cernía sobre él. No había perdido mucho tiempo estudiándola 
antes, siempre había estado medio muerto de hambre al llegar, y ella 
nunca había dejado de estar más que ansiosa por satisfacer sus 
necesidades, pero ahora la miró , realmente la miro. Su edad era difícil 
de determinar. Después de alcanzar la madurez, en algún momento 
de su vigésimo ciclo, cualquier envejecimiento externo cesaba en los 
demonios puros, al menos que quisieran parecer mayores, como 
algunos lo hacían. Su piel púrpura era suave, su mandíbula lo 
suficientemente cuadrada como para pasar por un hombre de un 
vistazo, pero por una mujer si se observaba más de cercana. La ropa, 
si es que a las tiras de tela podrían llamársele ropa, le envolvía el 
torso, pasaban por debajo de sus senos, cruzaban por su espalda y 
se enroscaba alrededor de cada muslo. Un par de cortos cuernos 
negros salían en espiral de su cabeza. El hecho de que no intentara 
ocultar su herencia demoníaca en el caldero, tan cerca de Aerie, decía 
mucho sobre el demonio. Ella era ridículamente imprudente o 
increíblemente valiente o ambas cosas. 
La madam arqueó una ceja y movió sus largos dedos. 
 — ¿De verdad creías que una capa escondería lo que eres?— 
No lo había hecho, no realmente, pero al principio, todos habían 
necesitado la capa para fingir que lo que estaba sucediendo era 
perfectamente legal. 
 
32 
 
Al ver la preocupación en su rostro, agregó, manteniendo la voz baja: 
—No te preocupes, no eres el primer ángel en buscar mis servicios. Si 
hubiera querido alertar a los correctores8, lo habría hecho después de 
su primera visita, ¿no? — 
Levantó la mano y casi le tocó la cara, pero retiró los dedos antes de 
hacer contacto. Un momento se prolongó entre ellos. Inclinó la 
cabeza, examinando la línea invisible que había trazado y si valía la 
pena cruzarla. 
—Siempre me he preguntado a qué sabe la polla de ángel—. 
Entonces ella estaría profundamente decepcionada con él. 
—Sigue preguntándote—. 
Riendo, finalmente se enderezó y se dejó caer sobre el antebrazo del 
sillón. 
—Tienes nuestra discreción, a pesar de ser un gran riesgo para 
nuestra operación. Asi que debo pedirte algo a cambio —. 
El hecho de que otros ángeles hubieran sido atendidos por los 
cambions era interesante. Los ángeles no experimentaban muchas 
emociones, no sentían mucho y se suponía que ninguno era 
sexualmente activo, lo que hacía de Aerie un desierto para gente como 
Severn. Volvería a examinar este interesante dato más tarde. Si es que 
existe hun más tarde. En una década, no había pensado mucho más 
allá de la batalla de mañana. 
Su mirada encontró el camino de regreso a la pareja en la cama, cuyas 
extremidades ahora estaban enredadas como sus lenguas, y el éter 
que se desprendía de su piel húmeda, empapaba el aire. Se le hizo 
agua la boca. No se trataba de solo sexo para el par de nephilim. Se 
sentían profundamente atraídos el uno por el otro. Emociones como 
las suyas eran raras y jodidamente deliciosas. 
 
8 Correctores [miembro de policía por asi decirlo, que se encargaba de mantener el orden en el bajo Londres, que se dedicaba a 
capturar demonios, cambions o nefhilim que violaran las leyes de los angeles.] 
 
33 
 
—Di tu precio. — 
Ella también los observo, aunque había visto a la pareja actuar una y 
otra vez. Aun así, el brillo en sus ojos le dijo que podía apreciar el arte 
en esa unión. 
—Una pluma. Bastante fácil para ti. Una de tus propias alas será 
suficiente —. 
Es más fácil decirlo que hacerlo cuando sus alas estaban perdidas. 
Además, las suyas nunca habían tenido plumas. 
—bien — 
 Tenía acceso a una sola pluma. Una cercana a su corazón, la misma 
que había esperado darle a Samiel. ¿Para qué lo había guardado sino 
para la noche anterior a la batalla final? Este festín lo haría fuerte, y 
mañana haría pagar a Mikhail. — ¿Para que la quieres?— 
Ella sonrió, revelando dientes triangulares e irregulares. 
— ¿Realmente quieres saber?— 
¿Querer? , sí. ¿Necesitar? No. 
 Era solo una pluma, y al pagar con ella, podría servirle como nunca 
lo había hecho el recuerdo de haberla arrancado del campo de 
batalla. 
Abrió los botones de su camisa, atrayendo la mirada de la madam 
hacia su pecho. Que demonios y ángeles se acercara era 
exactamente el tipo de comportamiento que los llevaría a ambos a la 
cárcel. Ella no era su tipo, pero por sus pezones erectos y pupilas 
dilatadas, él era ciertamente el suyo. —No te emociones—, ronroneó, 
sintiendo que sus labios formaban una pequeña sonrisa. Después de 
Aerie, todo deseo puso una sonrisa en su rostro, incluso los 
extraviados.—Ese tipo de placeres estan fuera de mis límites—. 
—Lo has dejado perfectamente claro—. 
 
34 
 
Saco la pluma, la cual se había vuelto gris con la edad y hacía ya 
mucho tiempo que había perdido su brillo resplandeciente. Las fibras 
estaban caídas, algunas dobladas y rotas. Como eran las plumas de 
ángel, esta era una muy lamentable. 
La madam frunció el ceño. 
—No dijiste en qué condición la querías—. 
Un breve destello de molestia agudizó sus pupilas, y luego agarró la 
pluma y se la llevó a la nariz, respirando profundamente. 
—Mm, huele tan dulce como tú, Anon. ¿Es Tuya?— 
Él se encogió de hombros, dejándola pensar lo que quisiera. 
Metió la pluma detrás de la correa de tela envuelta alrededor de su 
torso y chasqueó los dedos, haciendo que los dos nephilim tomaran 
aire. 
—Denle un espectáculo que no olvide pronto—. 
Cuando salió de la habitación, los dos nephilim clavaron a Severn en 
sus ojos dorados, marcándolo como su objetivo. La anticipación hizo 
que Severn salivara de nuevo. El rubio torció un dedo y se humedeció 
los labios, invitando a Severn a jugar. El calor y la presión hicieron 
que la polla de Severn palpitara de deseo. Tal vez si sobrevivía 
mañana, aceptaría esa oferta, se daría un festín y los follaría hasta 
convertirlos en charcos de sus propios fluidos corporales. Aunque, si 
supieran quién y qué era, probablemente rescindirían su invitación. 
Hizo un gesto con la barbilla y se recostó en la silla, clavando los 
dedos de nuevo, enraizándolo en su lugar. Los nephilim no eran 
peligrosos, no para él. Si supieran lo peligroso que era para ellos, 
probablemente llorarían de rodillas o correrían gritando. La madam 
ciertamente no lo habría dejado solo con sus dos preciosas gemas. 
—Continúen — 
 
35 
 
Lo hicieron. Actuando de todas las formas correctas, una y otra vez, 
y Severn bebió su éter, jadeando el exceso de poder a medida que se 
acercaba el amanecer. Los nephilim siempre sabían bien, tenía que 
ser la herencia de ángel en ellos. Severn no había tenido un ángel 
puro para saberlo con certeza, pero los nephilim rara vez sabían tan 
bien. Era una señal, decidió, dejar su mente lejos mientras su cuerpo 
se atiborraba, una señal de que al amanecer cumpliría con su destino. 
Nada podía detenerlo, ni siquiera Mikhail. 
Unos dedos lo agarraron del brazo. Los instintos estallaron, 
lanzándolo del sillón, el cuello de la madam anillado bajo sus manos. 
La pareja de nephilim soltó gritos casi idénticos, se bajaron de la cama 
y se aferraron el uno al otro, en la periferia de la visión aumentada 
de Severn. Ellos no eran la amenaza, pero la madam inmovilizada en 
la cama bajo él estaba a un latido de que le arrancaran el corazón del 
pecho. 
—he dicho... que no me toques, joder…— 
 Su voz sonaba mal para sus oídos sintonizados de ángel, como si 
hubiera recogido pedazos de algo que se asemejaba a una voz más 
suave y retumbante y hubiera forzado a trozos dentados a juntarse. 
Por los ojos abiertos de la madam, ella también escuchó el 
deslizamiento. 
Mierda. No podría volver aquí de nuevo. 
 Pero no tendría que hacerlo. 
 Al amanecer, se acabaría. 
Al amanecer, después de una década, podría deshacerse de este 
miserable caparazón. 
 ¿Por qué diablos lo había tocado? 
Una sonrisa cruel curvó su boca. Deliberadamente presionó sus 
muslos y caderas contra los de la madam y acercó su boca a su cuello 
antes de tomar una respiración profunda y profunda. Dolorosamente 
 
36 
 
excitado, rebosante de poder, podía follar a este demonio, arruinar su 
mente, desnudarla hasta sus necesidades básicas, volviéndola más 
animal que demonio, y ella le rogaría que lo hiciera una y otra vez. 
Menos mal que era mujer. Si ella hubiera sido hombre, él ya podría 
haber comenzado. 
Sus ojos amarillos estudiaron su rostro. Respiró lentamente, pero su 
corazón acelerado delataba su miedo. No sabía qué era él, pero así de 
cerca, cadera con cadera, sentiría el mismo zumbido y hormigueo de 
mal que Severn sintió al tocar a Mikhail. 
—Los correctores están aquí—, dijo. 
Sus palabras aterrizaron como un golpe físico, sacando a Severn de 
su estado de excitación. ¿Cómo? Nadie sabía dónde estaba... Nadie... 
La apartó de un empujón y se estremeció, sacudiéndose los impulsos 
primarios. Los nephilim seguían acobardados, mirándolo con recelo, 
listos para huir a la primera oportunidad que tuvieran. 
—Vete—, dijo la señora, la palabra era dura, pero no por la ira. El 
reconocimiento le dio gravedad a su tono. 
Una puerta se cerró de golpe en el edificio. Las botas retumbaron en 
el exterior. Alguien emitió una alarma. 
La madam señaló hacia la estrecha puerta lateral que solía utilizar 
para entrar y salir. 
Severn inclinó brevemente la cabeza en agradecimiento y alcanzó su 
capa. 
La puerta principal se abrió de golpe, arrojando correctores vestidos 
de negro. Las puntas gemelas de sus varillas eléctricas chasquearon 
y silbaron, listas para dar una descarga debilitante a cualquiera que 
se atreviera a interponerse en su camino. 
Un par de ellos se precipitaron hacia la madam. 
 
37 
 
— ¡Corre!— gritó ella, poniéndose en pie y bajando su postura, lista 
para defenderse. Alas sin plumas previamente ilusionadas brotaron 
de la espalda de la madam, que se agitaron hacia afuera, aumentando 
su tamaño y amenaza. Ella mostró sus uñas y siseó. 
El primer corrector intento golpearla con la picana eléctrica. Ella lo 
hizo a un lado. Podría dejar que la mataran y escapar en el caos. Sería 
la solución más limpia. Pero aunque rebosante de poder, correr era lo 
último en lo que pensaba Severn. 
Tres correctores se enfrentaron a él, con sus picas escupiendo 
amenazas. Solo sus ojos humanos se veían a través de las ranuras de 
sus cascos. El resto de ellos estaba cubierto de pies a cabeza con una 
armadura negra mate resistente a los demonios. 
 Menos mal que Severn no era un demonio hoy. 
—Espera...— dijo uno de ellos, su voz crepito a través de los filtros 
del casco. —Tu eres quien Mikhail...— 
No llegó a terminar. Severn levantó una mano, lanzando su poder 
desenfrenado como un látigo al rojo vivo, enredándose alrededor del 
cuello del corrector. La Antigua ley de Seraphim dictaba que ningún 
ser humano debía morir en la guerra. Esto no era una guerra, era lo 
correcto. En el momento en que el látigo de Severn se conectó, Severn 
dio un tirón, azotando la cabeza del corrector hacia un lado, 
rompiéndole el cuello. Se derrumbó, pero un segundo llenó su 
espacio. El corrector anónimo se abalanzó sobre Severn, golpeando 
con la picana a Severn como si fuera un animal al que hay que 
acorralar en un rincón. Severn rechazó el primer golpe, intervino y 
conectó su puño contra la garganta del corrector, derribándolo. 
Las púas se clavaron en el hombro de Severn. La electricidad se 
deslizó por su brazo, tirando de los músculos y nervios, tratando de 
controlar un cuerpo que era solo medio real. Otro día, podría haber 
sido suficiente para derribarlo. Pero no hoy. Hoy, tenía la llamada del 
destino para responder, y estaba jodidamente lleno de poder. Lanzó 
 
38 
 
un grito, se giró y le dio un revés al imbécil que se atrevió a pinchar 
a un jodido ángel, derribándolo contra sus compañeros. 
La madam estaba de rodillas, acurrucada hacia adelante, soportando 
una tormenta de golpes tras golpes de los tres correctores que la 
rodeaban. Habían creído que ella era la cosa más peligrosa de la 
habitación. Estaban equivocados. 
Matar era muy parecido a follar. Aunque durante mucho tiempo, 
Severn había estado haciendo mucho más de uno que de otro. Hubo 
un momento, una línea en la que el pensamiento se volvió innecesario 
y el instinto tomo el control. No pensó en cómo matar a los tres 
correctores, solo que no vivirían más allá de los próximos segundos. 
Sacó a uno del círculo de tormento de la madam, lo agarró por la nuca 
en esaparte vulnerable donde el casco se unía con su armadura, y lo 
abrazó por detrás. Hace mucho tiempo, había abrazado a sus 
amantes de la misma manera, había bajado su cabeza a sus cuellos 
también de la misma manera. Pero, por lo general, no les arrancaba 
la garganta con los dientes. Los dientes de ángel estaban desafilados, 
pero después de aplicar suficiente fuerza, eran capaces de desgarrar 
el músculo. La vena estallo, la sangre brotó en su boca. Escupió a un 
lado y tiró al corrector que temblaba y gritaba. El chorro de sangre 
arterial lo declaró muerto. 
El siguiente corrector estaba en su punto de mira, una mujer, 
confirmó a través de sus ojos. También vio en esos ojos grandes que 
creía que los ángeles no debían atacar a los correctores. Estaban 
destinados a estar en el mismo bando. 
Ella trató de pincharlo con su picana. Él agarró la barra, la soltó de 
su agarre con una fuerza que ella no creía posible, hizo girar la barra 
en su mano y le clavo el extremo puntiagudo a través de la hendidura 
de su casco, colocándolo a través de la cuenca del ojo. Sus brazos 
cayeron. Su cuerpo se estremeció. Y ella se quedó colgaba en el 
extremo de la picana como una marioneta esperando órdenes. 
 
39 
 
Severn pateó su cuerpo y giró y balanceó la picana en un arco, 
sacando las piernas del corrector final. El Cayó de rodillas. El talón 
de Severn se conectó con la mandíbula del corrector, echando la 
cabeza hacia atrás, soltando el casco y enviándolo a volar. 
 El hombre se estremeció de rodillas, su rostro gris al descubierto. 
Severn se sentó a horcajadas sobre él en el siguiente suspiro, con una 
mano alrededor de su garganta, la otra todavía sosteniendo la picana 
en alto, preparándose para aplastarla y hundir el cráneo del hombre. 
La vejiga del corrector se soltó. Sus ojos aterrorizados hablaban de 
cómo se suponía que los ángeles debían proteger a todos los humanos 
de los demonios y, a cambio, los humanos adoraban a los ángeles 
como dioses, mientras que los imperfectos cambions y nephilim se 
escondían en los márgenes del mundo, destinados a nunca ser 
abrazados por ninguno de las dos razas perfectas. Destinados a ser 
corregidos, un proceso que mató a más de lo que salvó. 
 El éter nacido de la violencia espesó el aire, y con el acto de Severn 
que prácticamente exponía lo que era, ya no tenía que fingir que todo 
este jodido lio encendía todos sus interruptores mentales. 
Acerco su boca a la del hombre, escuchándolo jadear, sintiéndolo 
temblar. Sus respiraciones cortas y agudas acariciaron los labios de 
Severn. 
—Le conté un secreto a un ángel esta misma noche. ¿te gustaría 
escucharlo también? — 
 Empapado en sudor y aterrorizado, y sin ninguna otra opción real, 
el hombre asintió. 
Severn susurró su nombre a través de los labios del hombre y luego 
lo besó, sellando la verdad dentro de su boca. El beso fue duro, un 
empujón de su lengua, moviendo su boca y mandíbula. El hombre se 
estremeció en respuesta, su cuerpo instantáneamente y 
dolorosamente excitado. Tampoco tenía elección en eso. El éter hirvió 
 
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a fuego lento en su piel, sus zarcillos se vertieron en Severn como si 
el hombre tuviera un millón de brazos para abrazarlo. Se alimentó, 
arrancando la vida del humano hasta que su éter chapoteo y se 
cortó. 
El corrector murió sonriendo. 
Normalmente, Severn no se habría molestado con tal exhibición. No 
había necesitado el éter y, debido a que era forzado, de todos modos 
era prácticamente inútil. Aun así, el beso robado, unos suaves labios 
sobre los suyos después de tanto tiempo sin tocarlos, se había 
sentido malditamente bien. 
Severn se enderezó, se dio la vuelta y encontró a la madam todavía 
de rodillas, mirándolo, y a los dos nephilim acurrucados en el rincón, 
esperando que de repente se volvieran invisibles. Seis correctores 
yacían muertos en varias formas horripilantes por la habitación. 
—Bueno, eso fue jodidamente desafortunado para ellos—. 
Su voz volvió a su ronroneo angelical habitual. Se enderezó la ropa y 
se alisó el cabello hacia atrás. El poder hormigueó en la punta de sus 
dedos. Lo sacudió y giró los hombros, realineando todas las diferentes 
partes de él. 
La madam se levantó de pie lentamente. Las marcas de quemaduras 
de las picanas magullaron su piel. Dobló sus alas, dejando que se 
desvanecieran por completo del espectro visible. 
—Tienes que irte. — 
— ¿Tú Crees?— Finalmente, recogió su capa y se la puso, los dedos 
se desaceleraron alrededor del botón cuando se dio cuenta de que la 
madam no lo había hablado como un desconocido. ¿Porque ella lo 
conocía? O al menos sospechaba. 
 Cuando su mirada se dirigió de nuevo a los nephilim, estos gimieron, 
con los ojos de ángeles brillando. 
 
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La madam levantó la mano sin apartar los ojos de Severn y los hizo 
callar. Miró sin pestañear a Severn, como si estuviera mirando a una 
criatura salvaje y mítica. Uno que podría sobrepasar a sus preciosos 
hijos en cualquier momento. 
Supuso que ella podría estar en su derecho de verlo así. 
—Deberías irte también. Habrá muchos más correctores en camino. 
Se dirigió a la puerta, pero se detuvo antes de irse, con una mano 
apoyada en el marco. 
—Hoy habrá una batalla, después de la cual todo cambiará—, dijo sin 
mirar atrás, pero el silencio de ellos llamó su atención de todos modos. 
El trío se quedó mirándolo, en parte con asombro, en parte con amor, 
pero sobre todo con miedo. Había visto una mirada vidriosa similar 
en los rostros alrededor de la mesa de Mikhail. No quería la 
incuestionable devoción de nadie, solo la justicia. 
Salió del edificio del Infinity, con la cabeza gacha y la capucha 
levantada. No hace mucho tiempo, Severn los habría matado a los tres 
y los habría dejado por muertos con los correctores como un misterio 
para que alguien más lo descubriera. Ciertamente, había hecho algo 
peor para proteger su identidad. Pero si tenía éxito, no necesitaría 
esconderse, y si no lo hacía… bueno, estaría muerto. 
—Una muestra de placeres... Solo un token, y haré que tus sueños se 
hagan realidad—. 
Severn le lanzó a la vieja bruja una mirada fulminante, levantando el 
labio en un gruñido. Ella retrocedió, con cuidado de darle un amplio 
margen al pasar. 
 
 
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Sus dedos eran de un bello color canela y los míos negros, y mientras 
los entrelazábamos, me llevé los suyos a mis labios, saboreando su 
calor dorado, saboreándolo a él. 
Severn parpadeó para borrar el sueño de su memoria. No había 
tenido tiempo para dormir cuando regresó a sus aposentos. Todavía 
zumbado y palpitante, lleno de poder, se había puesto su armadura y 
se había unió a las filas de ángeles que se dirigían hacia la línea del 
frente. La mayoría sobrevolaban Londres con las alas pintadas de 
rojo a la luz del amanecer. Severn hizo que sus filas recorrieran las 
calles vacías hacia el oeste, para barrer los terrenos en busca de 
exploradores que pudieran haber tenido la oportunidad de echar un 
vistazo a las defensas de los ángeles. No habían encontrado ninguno. 
Los campos de la muerte aparecieron adelante. Algunas partes de la 
ciudad se habían convertido en una vasta extensión de tierra 
removida. Los edificios habían sido aplastados por las interminables 
batallas. Nada más grande que un arbusto interrumpia el paisaje, 
porque nada echaba raíces entre la sangre y los huesos viejos. Los 
ángeles se llevaron a sus muertos lejos de los campos de exterminio. 
Los demonios no lo hicieron. Dejándolos pudrirse en el barro, para 
que los rayverns se dieran un festín. 
Los rayverns graznaban y se peleaban en el centro del campo, 
anticipando la batalla y su desayuno. 
La línea del frente se extendía por delante, la tierra de nadie brillando 
a la luz del amanecer, bordeada por una marea de oscuridad que se 
 
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acercaba cada vez más. Demonios. Algunos volaban en elcielo, pero 
la mayoría se acercaba a pie. Miles de ellos. 
La violencia perfumaba el aire. 
Severn comprobó las filas de los ángeles, las filas de los guerreros. 
Su fuerza era generosa, al menos un millar. Mikhail no se miraba por 
ninguna parte. 
Ansiedad, anticipación, lujuria. Todo ello tiró de los instintos de 
Severn, zumbando sus nervios ya alertas. Sin estas batallas para 
estimularlo, podría haberse vuelto loco mucho antes. 
Sangre y sexo. No podía tener uno, pero se aseguró de encontrar 
suficiente del otro. 
Severn sacó su espada y liberó un zarcillo de poder, envolviéndolo 
alrededor de la hoja, haciendo que el arma brillara un poco más. Los 
ángeles a lo largo de sus filas hicieron lo mismo, siguiendo su señal 
para prepararse. Los conocía a todos, algunos tan cercanos como 
hermanos y hermanas. No vería sus rostros en el momento de la 
traición, pero podía imaginar fácilmente sus expresiones. Estarían 
confundidos, perdidos, como lo había estado Cassandra mientras 
intentaba recoger sus alas en sus brazos. Ese pensamiento lo hizo 
sonreír. 
Los demonios aún estaban a cierta distancia. Su primera línea 
continuó creciendo, profundizándose a medida que aumentaba su 
número. Tantos se reunieron que su poder combinado oscureció el 
cielo, provocando una tormenta. Ningún ángel quería volar a través 
de una tormenta demoníaca. 
La brisa de la mañana cambió, trayendo consigo el familiar aroma de 
demonio a su lengua. Un escalofrío lo recorrió. Dioses, vivía para este 
momento, el momento antes del derramamiento de sangre, el 
momento antes de que la matanza lo consumiera. Mirando a su 
izquierda y a su derecha, su línea de ángeles se extendía en la 
 
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distancia de manera similar a la tormenta que se avecinaba, cada uno 
de ellos tan cerca de cualquier tipo de éxtasis. 
Pasará lo que pasara, estaría libre de ellos antes de que terminara el 
día. 
— ¿Estará él entre ellos?— preguntó el ángel a la izquierda de Severn. 
Su atención estaba fija en la creciente línea de demonios, mirándolos 
como si estuviera mirando fijamente a su final. La espada en su mano 
palpitaba de un azul pálido. 
No era Mikhail del que hablaba el ángel, sino su contraparte 
demoníaca. Sin embargo, los demonios no tenían guardianes, ¿qué 
era un guardián sino un ángel con un complejo de dios? Los demonios 
tenían señores, y uno de esos señores era probablemente a lo único 
que los ángeles temían hoy. Los demonios también le temían, aunque 
ninguno lo admitiría. 
Los títulos se resbalaban. El único nombre que se quedó fue 
Argothun. Severn lo había visto en batalla una docena de veces, 
blandiendo su gran hacha, tomando cabezas de ángel con la misma 
facilidad que arrancando las flores de un campo, y se había 
mantenido bien alejado en todas esas ocasiones. 
—Él estará allí—, respondió Severn, como si lo supiera con certeza. 
El ángel lo miró y Severn le lanzó una sonrisa genuina. 
—Mikhail llega tarde. — 
—No ...— ante el destello de oro en el cielo, Severn miró hacia arriba. 
—Llega justo a tiempo—. 
Los rayverns de repente alzaron el vuelo, dispersándose entre los 
ángeles que convergían arriba. Amplias alas de los ángeles 
acariciaban el aire, las espadas y la armadura brillaban. Pero ninguno 
brillaba tan intensamente como Mikhail. Revestido con capas de plata 
y oro, brillaba como una estrella arrancada del cielo y traída a la 
Tierra. Incluso sus alas brillaban, cada pluma plateada bailaba con 
 
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la luz. No se colocaba esa armadura como cualquier otro ángel, 
parecía que esa armadura fuera parte de él, como sus como sus 
alas, que invocaba cuando era necesario. 
Su luz atravesó a los miles de ángeles ahora reunidos. Severn sintió 
su toque incluso a distancia. Como un beso, otro ángel le había dicho 
eso una vez, fue la primera vez que Severn había visto a Mikhail de 
cerca. Claramente ese ángel había estado besando mal, pero tenía que 
admitir que la presencia de Mikhail se sentía como una mano firme, 
como una palabra susurrada de aliento, como un amigo que te está 
preparando para una terrible tarea que te espera, haciéndote pensar 
que tienes todo lo que necesitas. El propio poder de justicia de tu 
lado. 
Con un gruñido privado, Severn sacudió la cabeza, despejando la 
influencia de Mikhail. Necesitaba tener la mente lúcida para lo que 
vendría después. 
Levantando su espada, comenzó a avanzar, y las filas de ángeles lo 
siguieron. 
A medida que la distancia entre los ángeles y los demonios 
disminuyó, la mayoría de los ángeles levantaron el vuelo junto a 
Mikhail. El barro siempre era más espeso en el centro de los campos 
de exterminio, agitado por innumerables batallas sangrientas. 
Sin alas, Severn no tenía más remedio que luchar en tierra. Era lo 
mejor, era el tipo de batalla que prefería. Siguió caminando con 
dificultad, saboreando el toque metálico del barro putrefacto en el 
aire. 
Los demonios se lanzaron al ataque, lanzando su grito de guerra en 
un largo y estruendoso rugido. Severn soltó su propio grito, liberó 
las restricciones de su inmenso poder y se lanzó a la batalla. Estaban 
sobre él. Derribo a uno con un corte en las piernas. Y paro la espada 
de otro, añadiendo un golpe y empujó su espada por el medio del 
demonio, abriéndole las entrañas. Y al siguiente. Barriendo, cortando, 
 
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más fuerte, más rápido, mucho mejor que ellos, su fuerza y su poder 
rebosaban 
Levanté sus dedos a mis labios, los probé bajo un beso, metí un dedo 
en mi boca y levanté la mirada. 
El recuerdo de Samiel regresó a él mientras cortaba las defensas de 
los demonios, junto con el arrepentimiento por haber regalado la 
pluma. Estaba destinada a Samiel, pero Samiel se había ido, sus 
huesos estaban en algún lugar bajo los pies de Severn. Todo lo que 
tenía de él ahora era la venganza, una fuerza tan fuerte como el ángel 
en el que Severn se había convertido. 
Más profundamente en ellos, giró y se balanceó y cortó, usando el 
peso de la hoja para afilar el látigo de su poder en cada objetivo, ya 
sea arrojándolos hacia atrás o enrollando hacia adentro. Su espada 
estaba empapada. Saboreó sus muertes en sus labios y lengua, como 
lo había hecho en los momentos finales del corrector. 
Perdóname, Samiel. El destino no da opciones. 
El metal sonó y chirrió. Los demonios y los ángeles también gritaron. 
La sangre llovió desde la tormenta que se agitaba arriba, y Severn 
encontró una risa burbujeando en sus labios. Cortó a cualquiera que 
entrara en su visión, prosperando con la violencia. Nunca se cansaba, 
nunca fallaba. Esto era la vida. Esto lo era. Vivía para esto. 
Su cuerpo se sacudió hasta detenerse repentinamente de forma 
imposible. 
Parpadeó, algo le colgaba y envolvió su mano izquierda alrededor de 
la hoja dentada que estaba imposiblemente clavada en su costado. 
Eso no puede ser correcto. No era así como había planeado esto. 
— ¿Sorprendido?— refunfuñó una voz profunda y demoníaca. 
Argothun estaba en el extremo de la espada, con sus gruesos dedos 
verdes envueltos alrededor del mango. 
 
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 Sonrió desde su enorme altura de dos metros y medio. 
—Tu reinado de muerte ha terminado—. 
—No. — La palabra salió de sus labios como un grito ahogado. —
Espera… Esto no es…— 
 No se suponía que esto sucediera, no así. 
—El precioso Severn de Mikhail, la espada firme que está a su lado 
derecho... Te he estado observando de cerca durante mucho tiempo—
. 
 El señor de los demonios gruñó, dejó caer su hombro y tiró. Su 
espada se hundió en las entrañas de Severn, provocando una oleada 
de dolor. Argothun lo levantó en el aire, ensartadolo como un premio. 
Los ojos de Severn brillaron, y en su visión borrosa, vio a los ángeles 
mirando. Algunos lucharon por llegar a él, arriesgando sus vidas para 
intentar detener a Argothun. Tontos. Para él eran moscas. 
 —No... Entiendes—. 
—Oh, sí lo entiendo— Argothun hundió su espada, poniendo a 
Severn cara a cara. —Tus mentiras eran tan buenas que tú también 
las creíste—. 
—No. — La espada de Severn resbaló de su empuñadura y cayó al 
barro. Se aferró a la espada de Argothun con ambas manos, tratando 
de mantenerse quieto, pero no importaba. La espada había 
atravesado la armadura, la carne y los huesos. En el segundo en que 
se soltara de esa espada, se desangraría. 
Levanto la cabeza hacia arriba, parpadeando a través de la lluvia de 
sangre. 
—Soy un demonio—. Forzó las palabras alrededor de la agonía y a 
través del castañeteo de dientes. 
Argothun negó con la cabeza con cuernos y soltó una carcajada. 
 
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—No podemos permitirte el lujo de decir algo más—. Brevemente, los 
ojos del gran demonio hicieron eco de la parte de la tristeza que se 
filtraba del alma de Severn. Había pasado demasiado tiempo, era 
demasiado tarde. 
A su alrededor, los ángeles se enfrentaron con los demonios, 
desesperados por abrirse paso, pero ninguno lo haría. Los demonios 
habían cerrado filas, como si todos hubieran sabido que debían 
reunirse aquí, para concentrarse solo en Severn. 
—Esta batalla...— siseó Severn. — ¡Sería la última!— 
— ¿Y dónde está tu precioso Mikhail? , No donde dijiste que estaría. 
No, no, eso no podía ser cierto. 
 Mikhail confiaba en él. Se suponía que Mikhail estaría aquí, separado 
de los demás, para acabar con Argothun. El enfrentamiento 
resultante habría sido legendario. Ambos estaban bien preparados, 
pero era Argothun quien ganaría, porque Severn había planeado 
volverse contra Mikhail, cortándole las alas de la espalda como lo 
había hecho con Severn en una batalla como esta. Y la venganza se 
pagaría. 
Servern parpadeó bajo la lluvia que caía de un cielo atronador. 
—Estás perdido. — 
Argothun clavo la espada y Severn contra el suelo, hundiendo la 
empuñadura de la hoja profundamente. El metal duro y frío atravesó 
la cintura de Severn. La sangre le subió por la garganta. 
El señor demonio le sonrió. 
—Muere con dignidad, skree—. 
Arrancó su espada, llevándose el aliento de Severn con ella. Tomando 
más que eso. Severn no era un ángel. No lo era. Extendió una mano 
ensangrentada hacia a Argothun para rogarle que escuchara, que le 
 
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diera más tiempo, pero el señor se dio la vuelta y lo dejó morir en el 
barro. Caído. Y olvidado. 
 No podía fallar. 
No después de tanto tiempo. 
No Así. 
¿Para qué fue todo si este era su final? 
Su mano cayó sobre la herida abierta, manchada de barro y sangre. 
 Ninguna cantidad de poder podría salvarlo de esto. Trató de deslizar 
una mano debajo de sí mismo, para al menos ponerse de costado, 
pero el barro burbujeó y lo absorbió. Una extraña sensación de 
opresión se aferró a su pecho. 
Pánico helado. 
No había terminado. No había terminado. 
El destino le había dicho que sería este día… este día lo cambiaría 
todo. Cayó hacia atrás, jadeando. 
—Maldito seas...— 
 La frialdad hueca intento tragárselo y no era solo el barro. Si cerraba 
los ojos, el silencio sería completo, los gritos cesarían, ¿y no era eso 
lo que quería de todos modos? ¿Que los gritos en su cabeza se 
detuvieran? Los gritos de los que había matado, los que no había 
podido salvar, de los que había jurado vengar. 
Un rayo salió disparado de los cielos y se estrelló contra Argothun, 
derribando al demonio de lado. Y luego el meteoro dorado abrió sus 
alas, y Mikhail rugió su grito de guerra, rompiendo el aire, el suelo, a 
todo el mundo, al parecer. Su espada chasqueó y se encendió con 
furiosa venganza. Bajó su espada, y cuando se encontró con la de 
Argothun, la del demonio se hizo añicos. La siguiente estocada tomó 
la cabeza de Argothun. 
 
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Severn no pudo mirar más. 
Su cabeza cayó hacia atrás. Sus ojos se pusieron en blanco. Y en 
medio de la batalla que aún se libraba a su alrededor, creyó ver el 
rostro de un viejo amigo. Su mente rota había encontrado a Samiel 
entre los demonios, luchando desesperadamente por pasar. Los labios 
de Samiel formaron un nombre, el verdadero nombre de Severn... 
 Había estado aquí todo el tiempo. 
Esto estaba mal... todo había salido mal... 
 Él no... Entendía… 
Una mano se deslizó debajo de su cabeza. Un brazo se hundió bajo 
su cintura. Alguien lo abrazó, alguien que olía como las nubes que 
Severn echaba de menos atravesar, su humedad cubriendo su 
cuerpo. Sintió el beso de esa fría humedad, sintió que el aire lo 
rodeaba y se preguntó si estaría cayendo. Si lo estaba, parecía que 
Mikhail lo atrapo, porque el rostro del ángel de la guarda fue lo último 
que vio antes de que el frío se llevara a Severn. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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4 
 
 
Se dio la vuelta lentamente, parpadeando ante los rayos punzantes 
de la luz del sol. Entonces un guardián estaba a su lado, mirándolo 
de cerca. Sus ojos delineados con finas y oscuras pestañas, con iris 
tocado con oro alrededor de la pupila más ancha y oscura que Severn 
nunca había visto, como si contuviera mundos enteros en su interior. 
Severn parpadeó de nuevo, vio la espada en la mano del guardián y 
se lanzó lejos en una desesperación repentina por huir que sus 
rodillas temblaron. Consiguió dar dos, tal vez tres pasos desde la 
cama en la que no se había dado cuenta de que se había despertado, 
y luego cayó contra una cómoda, tirando la mitad de las brillantes 
baratijas al suelo, destrozando la mayoría de ellas. 
 No podía respirar. 
¿Por qué no podía respirar? 
Joder, ¿era esto pánico? 
—Tranquilo…— 
Saltó al oír la voz. La mano de Mikhail aterrizó en su hombro, 
quemando donde tocaba. Severn soltó un patético chillido de un ruido 
que nunca antes había hecho en toda su vida y luego lo siguió con un 
feroz: 
—Joder—, antes de girarse fuera del alcance de Mikhail. 
La boca de Mikhail se inclinó hacia un lado. 
— Severn, estás a salvo. — 
 
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¿A salvo con Mikhail? Espera... había estado con Argo en el campo de 
batalla... la espada, sus tripas a punto de estar en sus manos... Miró 
hacia abajo y se acarició los abdominales desnudos, buscando la 
herida que no estaba allí. ¿Lo había soñado? Extendió los dedos sobre 
su pecho, masajeando la piel rosada, asegurándose de que todos los 
músculos aún estuvieran unidos y en funcionamiento. Y todavía 
seguía siendo un ángel. 
Dioses, ¿dónde estaba? ¿Qué estaba sucediendo? 
¿Y por qué diablos estaba desnudo, con todos sus bienes 
balanceándose en el viento para que todos lo vieran? 
 —Mierda…— 
—Severn...— La voz increíblemente tranquila de Mikhail calmó todos 
sus nervios tensos, rociando calidez a través de sus venas. —Vuelve 
a la cama—, dijo el ángel, cruzando la habitación a través de las 
cortinas de gasa y saliendo al balcón. —Dale tiempo a tu cuerpo para 
sanar, tiempo a tus pensamientos para ponerse al día—. 
Sus alas se desplegaron lentamente, y luego Mikhail simplemente se 
dejó caer por el balcón y se fue. 
Severn soltó un fuerte suspiro. Con el ceño fruncido, miró la cama, 
luego la enorme habitación. Minimalista, con algunos muebles, y 
alfombras blancas, pero nada más. El aire olía a la luz del sol y no 
tenía nada que ver con la luz que entraba por todas las ventanas 
abiertas. Se había despertado dentro de los aposentos privados de 
Mikhail. Esto era inesperado. 
Regresó a la cama, tocando el hoyuelo entre sus abdominales donde 
la espada de Argo definitivamente se había hundido. Aún podía sentir 
la hoja rechinando contra su costilla inferior y saliendo por su 
espalda, aún sentía el barro tratando de devorarlo. 
La herida había sido fatal. 
Pero estaba vivo. 
 
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Eso era... también inesperado. 
Y todavía seguía siendo un jodido ángel. 
Y Porque Mikhail todavía seguía vivo. 
Severn se dejó caer sobre el borde de la cama y hundió la cara entre 
las manos. Una década escalando posiciones, una década jugando al 
ángel, una década