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Suicidio 
Suicidio, palabra que procede del latín “sui”, de sí mismo 
y “cædere”, matar. Significa el acto de autodestrucción o 
de quitarse la vida. 
El suicidio, que ocupa un lugar importante dentro del 
espectro de muertes violentas, lo define Durkheim como 
“toda muerte que resulta, mediata o inmediatamente, de un 
acto positivo o negativo, realizado por la víctima misma, 
sabiendo que debía producir ese resultado”. Para Meninger 
es el “asesinato de sí mismo”. 
Este capítulo, orientado básicamente hacia el estu- 
diante de medicina o al médico general, sólo pretende 
ser una guía sencilla y práctica para enfrentar lo más ade- 
cuadamente posible esta urgencia, de frecuente incidencia 
en el campo de la atención de la toxicología clínica. Tiene 
el propósito de resolver el caso si es posible o de efec- 
tuar una adecuada remisión al psiquiatra o a un centro 
especializado para su debida atención. La autolisis, como 
algunos denominan esta acción, plantea al médico dos 
clases de problemas: la prevención y la atención cuando 
ya es un hecho realizado. 
La conducta suicida ha estado presente a lo largo de la 
historia del hombre. Desde la perspectiva epidemiológica, 
presenta un problema de salud pública internacional, por 
el notable aumento de su ocurrencia. Es la culminación 
fatídica de un problema complejo, cuyas determinantes, 
aún en proceso de aclaración, deben ser enfocadas desde 
las características biopsicosociales. 
Actualmente se realizan estudios de neurotransmi- 
sores que se relacionan con la conducta suicida. De igual 
manera, varias investigaciones sustentan la existencia de 
factores genéticos en su etiología. 
Un aspecto del más intrincado análisis en el acto 
suicida se refiere a si quien lo perpetra es un enfermo 
mental, o si es una persona “normal”, pues las caracterís- 
ticas son diferentes en cuanto a la etiología y tratamiento. 
Por elemental lógica pudiera refutarse que no puede ser 
normal o considerarse como tal a alguien que quiera 
quitarse la vida, pero la práctica muestra que el límite 
entre la llamada normalidad y la enfermedad en ciertos 
sujetos es muy difícil de demarcar, pues muchas veces 
la persona no ha dado previamente síntomas o signos de 
trastornos psicopatológicos. No por eso consideramos 
que en estos casos se pueda hablar de que el suicidio sea 
un acto “normal”, una “muerte natural” como algunos 
piensan, pues la razón, enseña que el instinto de conser- 
vación, ley presente en todas las formas de vida, no se 
puede transgredir impunemente y con mayor razón en los 
seres humanos. Así que el médico está en el deber ético 
de procurar evitarlo por los medios lícitos y científicos 
a su disposición. 
Para dar una idea del alcance de este problema, en 
Estados Unidos de América la tasa se acerca al 13 por 
100.000. En Colombia, es de 5,04 por 100.000 por año, 
según el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias 
Forenses, en 1996. 
Las ideaciones suicidas o los intentos de tal son evi- 
dentemente más frecuentes que los consumados, sobre 
todo en las mujeres en quienes es común encontrar un 
mensaje no verbal. Los métodos utilizados para matarse 
varían mucho según las regiones, costumbres y culturas; 
en nuestro medio, sin un orden muy estricto, se presen- 
tan con más frecuencia: envenenamiento, uso de armas 
de fuego, arrojarse de alturas, ahogo, apertura de vasos 
sanguíneos, ahorcamiento. Puede haber formas extrañas 
de ignición, lanzarse a vehículos en marcha y muchos más. 
No entramos, en gracia a la brevedad, a analizar un 
cúmulo de autoagresiones que pueden ser formas veladas 
de deseos de morir, a veces conscientes, a veces no, como 
el abuso de tóxicos, tabaco, licor, bulimia, anorexia, etc.; 
quebrantar las leyes de tránsito, deportes peligrosos u 
otras formas que puedan llevar a las personas a enfer- 
medades o accidentes. 
La mayoría de las personas que intentan autoelimi- 
narse tienen trastornos psicopatológicos mayores. Aqué- 
llos que han dado muestras de manipular con intentos, 
buscando beneficios conscientes, los pueden consumar, 
al igual que los que hacen amagos en forma frecuente 
y crónica. Es posible que éstos ya tengan contacto con 
Suicidio • 819 
psiquiatras y estaría indicado comunicarse con estos 
profesionales. 
Dentro de la variedad de enfermedades mentales que 
pueden llevar a una persona al suicidio, son las depresio- 
nes las entidades responsables de la mayoría de ellos, sean 
endógenas o exógenas. El enfermo melancólico debe ser 
siempre observado. Se pueden dar casos de arrastrar tras 
sí a otras personas como seres allegados, cónyuges, hijos, 
etc. Conocemos bien los psiquiatras y ya es aceptado 
por todos, que existen depresiones subclínicas o también 
llamadas “depresiones sonrientes”, en las cuales el médico 
se puede desorientar por una apariencia superficial de 
bienestar, se deja escapar un conflicto mayor, que finalice 
en una práctica suicida. 
Menos frecuentes, pero también significativos porcen- 
tualmente, son los intentos de suicidio o los suicidios 
consumados por cuadros psicóticos, generalmente para- 
noides, como el caso de esquizofrénicos, como fruto de 
sus delirios. En éstos se pueden dar formas absurdas y has- 
ta grotescas para realizarlos, como grandes mutilaciones. 
Algunos trastornos que cursan con angustia, pánico, 
obsesiones, compulsiones también son peligrosos. Ciertos 
tipos de personalidad, farmacodependencias especial- 
mente del alcohol. Enfermedades muy mortificantes 
o terminales, ya sean en combinación con trastornos
psiquiátricos o incluso, solos; entre ellos cáncer, sida, epi- 
lepsia, esclerosis múltiple, traumatismo craneoencefálico,
enfermedad cardiovascular, úlcera péptica, hepatopatía 
alcohólica, dolor crónico y otras que sería largo describir, 
son terreno abonado para autolisis. 
La soledad, pérdida reciente de un ser querido, fracasos 
sentimentales, sociales, económicos, profesionales, pueden 
llevar a individuos a tan trágica determinación. 
La psicodinamia del suicidio permite derivar com- 
ponentes afectivos y congnitivos, como sentimientos de 
desesperación, ira, culpa, venganza, revancha, castigo, 
expiación, renacimiento, reproche al abandono y des- 
esperanza. 
De acuerdo con el psicoánalisis, la base teórica del 
suicidio radica en el impulso agresivo, destructivo o ins- 
tinto de muerte y por extensión deseo de matar, deseo 
de que lo maten a uno, o deseo de morir. 
Los peligros aumentan en pacientes con antece- 
dentes familiares de suicidio, lo mismo que cuando 
hay incidencia genética de enfermedades afectivas. 
Se puede afirmar que la gravedad de un intento se 
mide por muchos factores, variables en cada caso, 
como el método elegido, si sobrevive cómo se siente, 
si pensó que podía ser descubierto en su intento, si 
sintió alivio al ser salvado, buscaba algún beneficio o 
quería transmitir un mensaje o simplemente quería 
morir. El suicidio puede ser premeditado o repentino, 
en “cortocircuito”. Luego del intento ver si las condi- 
ciones psicológicas ambientales que lo indujeron han 
cambiado o persisten. 
El estado civil afecta el riesgo: más alto índice en 
solteros, luego en viudos, seguido de separados, divorcia- 
dos, casados sin hijos y finalmente casados y con hijos. 
La profesión u oficio influye y se tiene por cierto que en 
algunas hay mayor incidencia. La historia de amenazas o 
intentos de suicidio previos es un grave factor de alarma. 
A muchos médicos les da temor explorar posibles 
ideas de suicidio que pueda albergar un paciente, por el 
erróneo temor de con ello pueda sugerirlas o reforzarlas 
e inclusive, incitar al suicida en potencia a consumar su 
acción. El médico debe mostrarse tranquilo, no crítico e 
ir de las preguntas generales a las específicas. Debe tener 
una sana mentalidad personal para facilitar la empatía, la 
exploración y el manejo, sin proyectar en el pacientesus 
inhibiciones, conductas hostiles u otros conflictos perso- 
nales. Es una de las tareas más difíciles e importantes de 
la medicina de urgencias. Inicialmente ojalá se puedan 
obtener datos de familiares o acompañantes y luego ha- 
blar a solas con el paciente, para respetar su privacidad y 
secretos. Recordar, como se dijo antes, que el preguntar 
al paciente sobre el suicidio no es sugerírselo, más bien 
puede él sentir un alivio al facilitársele el camino para 
expresar esas ideas, que de otra manera callaría o tardaría 
mucho en comunicar. No presionarlo, escucharlo con 
calma y luego adoptar un plan terapéutico de acuerdo 
con las características específicas del paciente, como son: 
su estado mental, determinación de factores de riesgo y, 
sobre todo, si se trata de una ideación suicida o de un 
intento de suicidio. 
El carácter aparentemente teatral o simulado de un 
gesto suicida no nos debe tranquilizar y siempre que se 
presente, por tímido que parezca, debe dársele importan- 
cia, en cumplimiento de aquella sabia máxima: “Más vale 
prevenir que curar”. Tomemos en serio toda amenaza de 
suicidio, más aun si el paciente está desesperado, cuando 
se le “cierra el mundo” y no ve otra salida que huir a través 
de un viaje sin regreso. 
La impresión diagnóstica y pronóstica decidirán las 
conductas por seguir. Es necesario tener en cuenta la 
capacidad del paciente para recuperarse, la calidad y 
firmeza de sus valores internos: éticos, religiosos, exis- 
tenciales; sus recursos externos: familia, trabajo, crianzas, 
etc. Infortunadamente no hay una especificidad clara y 
suficiente para definir y predecir quién va a realizar un 
acto de autoagresión. 
Pero hay que decidir su futuro inmediato, para lo cual 
priman la intuición y capacidad, lo mismo que la expe- 
riencia del examinador. El médico no puede angustiarse 
ante la idea de que un error suyo pueda tener consecuen- 
cias funestas. No dejarse engañar por las apariencias cuan- 
do el paciente comunica con facilidad sus ideas suicidas 
y pensar que por ello es de mejor pronóstico, lo mismo 
que aquéllos que van a urgencias por otras causas pero 
que incluyen ideas de autolisis. O peor, las niegan pero 
que potencialmente pueden consumarlo. 
 
 
 
820 • Toxicología 
 
Es aceptado generalmente, que ante estos casos los 
caminos más indicados por seguir son, según se puede 
extractar de algunos tratadistas de la materia, entre ellos 
el Doctor Steven E. Hyman, los siguientes, dependiendo 
de las condiciones de cada caso en particular: 
a. Dejar al paciente en observación siquiera 24 horas, con 
cuidados de vigilancia especial y luego decidir conductas. 
b. Permitirle regresar a su hogar con las precauciones y 
recomendaciones estrictas, para intentar terapia ambu- 
latoria. 
c. Si hay problemas orgánicos consecuentes o asocia- 
dos, pensar en hospital general con ayuda psiquiátrica 
simultánea. 
d. Ingreso a un centro psiquiátrico, con la voluntad del 
paciente. 
e. Hospitalización involuntaria si el paciente no está en 
condiciones psíquicas para decidir o si la legislación del 
país en donde suceda así lo disponga. 
f. Los psicóticos enviarlos a centros psiquiátricos cerrados. 
La hospitalización breve está recomendada en casos 
leves y la prolongada en casos graves. Si la depresión 
es muy severa, hospitalizarlo. En todos ellos, alejarlos 
de objetos que puedan utilizar para lesionarse. Sin 
ninguna excepción, hacer la mejor valoración posible 
de las condiciones orgánicas del enfermo. El uso de 
psicofármacos, sean estos antidepresivos o tranquili- 
zantes, quedará al buen criterio del médico tratante, si 
posee experiencia en su manejo. Recordar que el mayor 
beneficio que se puede dar, es el abordaje verbal con 
actitud de apoyo. 
 
 
 
 
 
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