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02 Mi gran boda millonaria - Katy Evans

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Mi gran boda millonaria
Katy Evans
Traducción de Eva García
Contenido
Portada
Página de créditos
Sobre este libro
La hora de la verdad
Una deuda de medio millón de dólares
La audición
Pánico
Sobrevivir a la primera fase
Sí, queremos
Perdidos en el maizal
Primer puesto fronterizo
Francés en la oscuridad
«Langosta» de recompensa
Aislados por la nieve
En cabeza
Confianza
Dulce como la miel
Aloha, Hawái
Más allá de los Siete Lagos Sagrados
Línea de meta
El mundo real
Encuentro a escondidas
Final
Seguir adelante
Epílogo
Agradecimientos
Lista de reproducción
Sobre la autora
Página de créditos
Mi gran boda millonaria
V.1: diciembre de 2021
Título original: Million Dollar Marriage
© Katy Evans, 2019
© de la traducción, Eva García Salcedo, 2021
© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2021
Todos los derechos reservados.
Esta edición se ha gestionado mediante un acuerdo con Amazon
Publishing, www.apub.com, en colaboración con Sandra Bruna Agencia
Literaria.
Diseño de cubierta: Letitia Hasser
Publicado por Chic Editorial
C/ Aragó, 287, 2º 1ª
08009 Barcelona
chic@chiceditorial.com
www.chiceditorial.com
ISBN: 978-84-17972-44-8
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o
transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de
los titulares, con excepción prevista por la ley.
Mi gran boda millonaria
Era un matrimonio de pega. O, al menos, esa era la idea…
Nell necesita dinero para pagar su préstamo universitario y Luke para
salvar su bar, así que se apuntan a un reality donde pueden ganar un millón
de dólares. Las reglas son sencillas: deberán casarse, aunque no se conozcan
de nada, y competir contra otras parejas en retos por todo el país. Ah, y está
prohibido enamorarse. Parece fácil, Nell y Luke no podrían ser más
diferentes, pero ¿podrán respetar las reglas?
Una novela adictiva de la autora best seller de las series Real y Pecado
«Una historia de amor moderna con emociones auténticas. ¡Un libro muy
recomendable!»
Harlequin Junkie
A la vida, experta en desgarrarnos
cuando necesitamos madurar.
Era un matrimonio de pega.
O, al menos, esa era la idea…
La hora de la verdad
17 de diciembre
Nell
Tengo ganas de vomitar.
Es la final en directo que todo el país ha estado esperando. El plató está
repleto de periodistas y las cámaras nos enfocan. Se disparan los flashes, y
mi futuro pasa ante mis ojos a la misma velocidad.
Todo depende de lo que ocurra en la próxima hora. Podríamos responder
en un segundo, pero ahora no. Sé que el presentador se va a enrollar hasta la
saciedad. Un resumen con los momentos más conmovedores de la
temporada, entrevistas a los concursantes, actuaciones de «invitados
famosos especiales» que también son fans del programa.
Cada detalle está pensado para crear emoción hasta que llegue la hora de
la verdad.
La gente en este plató, los trece millones de espectadores que nos ven en
sus casas, todos esperan en vilo la respuesta a una única pregunta.
¿Sí… o no?
Ojalá pudiéramos responder y acabar de una vez.
Está muy cerca, pero también podría estar a millones de kilómetros.
Entrelazando sus dedos con los míos, saluda a la multitud que corea nuestros
nombres. No le sudan las palmas de las manos. Echo un vistazo a sus
facciones marcadas y a su sonrisa relajada y se me hace un nudo en la
garganta.
No me extraña que todo el mundo esté enamorado de él, ni que haya sido
el favorito de los fans desde la primera semana.
Ya está. Es el final. O quizá…
Lo miro y le digo:
—Luke… Yo no…
Niega con la cabeza con gran disimulo.
—No pasa nada —murmura mientras me acaricia la palma de la mano
con los dedos—. Respira, Penny. Respira.
Eso hago. Pero aire no es lo único que necesito ahora mismo para
recomponerme.
Hemos pasado por muchas cosas, más de lo que la mayoría de las
parejas vivirán en toda su vida.
Y ahora estamos a punto de tomar la decisión que determinará nuestro
futuro.
Me resulta extraño pensar que hace siete meses ni siquiera conocía a
Luke Cross. Y que hace tres meses lo odiaba. Pero en algún momento las
cosas cambiaron.
En algún momento de esta aventura de locos que hemos representado en
televisión para que la vea todo el mundo hice lo que me prometí a mí misma
que nunca haría.
Ni siquiera sé cómo pasó, pero, cuando vuelvo la vista atrás, me parece
que era inevitable. Como si no hubiera podido impedirlo siquiera, aunque lo
hubiera intentado.
Pero que tuviese que pasar no significa que vaya a durar eternamente…
Una deuda de medio millón de dólares
Nell
Ni siquiera sé por qué estoy aquí. Seguro que voy a ser la primera
persona a la que echen. Si es que aquí se echa a la gente. No veo la tele,
así que no tengo ni idea de cómo funcionan estos concursos.
—Confesionario de Nell, día 1
Siete meses antes
Me encuentro tumbada en el suelo del salón, en mi piso a las afueras del
campus. Creo que me va a dar un infarto.
Courtney entra y me observa mientras hago un mohín. Me da un toquecito
con la punta de sus zapatos planos.
—¿Tan mal?
Entonces, repara en el sobre roto y en el extracto bancario doblado en
tres partes que descansa encima de mi abdomen.
Sabe a ciencia cierta qué época del año es y lo que eso significa.
Y sí, también sabe que, en efecto, las cosas van mal.
Pero en los últimos años se me ha dado muy bien vivir negándome a
aceptar la realidad, y he ignorado el hecho de que el día del juicio final se
acercaba cada vez más. El día en que me salpicaría la mierda.
Y no hay duda de que ese día ha llegado.
—No puedo respirar —gimo—. Me muero.
Courtney va a la nevera y coge un racimo de uvas.
—Mmm… Si te mueres, ¿se hará cargo alguien de tus préstamos
estudiantiles?
Me incorporo y la miro con el ceño fruncido, pero solo durante un
segundo, porque de pronto vuelvo a sentirme débil. Quizá me estoy poniendo
enferma. Me tumbo y me quedo mirando la vieja araña de cristal cubierta de
polvo de nuestro piso de mierda. El piso de mierda que elegí para ahorrar
dinero. Ni que hubiese vivido a cuerpo de rey todos estos años. ¡Joder, me
he contenido!
Courtney se agacha a recoger la carta.
—¡Quinientos mil dólares! ¡Guau!
Dios. Oírlo en voz alta solo hace que la deuda me parezca más imposible
de afrontar. Empujo el culo contra el suelo con la esperanza de que me
trague.
—¿Cómo he acabado así?
Courtney se da golpecitos en la barbilla.
—No sé. ¿Quizá porque no has trabajado desde que te graduaste en la
universidad hace cuatro años?
Me incorporo y la miro a los ojos. Mi mejor amiga, Courtney, se
especializó en educación, se sacó el título en Emory a la vez que yo y tiene
un buen trabajo. No gana un dineral, pero al menos lo suficiente para
devolver el préstamo estudiantil cada mes, y no tiene que pagar su parte
proporcional del alquiler con la tarjeta de crédito como yo. Y encima puede
permitirse pequeños lujos como…
Courtney se da cuenta de que estoy mirando su Frappuccino helado de
vainilla y me lo ofrece. Le doy un sorbo con avidez.
—Ay, pobre.
Cruzo las piernas como los indios.
—¿Cómo esperas que consiga trabajo si aún estoy intentando acabar el
doctorado?
Se ríe.
—En literatura comparada. Ni siquiera sé a qué clase de trabajo puedes
optar con ese título. Dijiste que no querías ser profesora en la universidad.
—Y es verdad. —Pero eso no significa que no lo haría si pudiera. La
verdad es que enseñar parece divertido, pero el mero hecho de pensar en
dirigirme a una sala llena de estudiantes universitarios hace que me pique
todo. Odio exponerme de esa forma—. Sin embargo, me he graduado con
matrícula de honor en todas las asignaturas.Hay muchos puestos de trabajo
disponibles para alguien con mi educación.
Quizá me esté engañando a mí misma. Mientras me sacaba la carrera no
pisé ni una vez el despacho del consejero de carreras. No he movido un
dedo para mejorar mi currículum. Yo estaba la mar de bien mientras
ampliaba mis estudios en la Universidad Emory: primero, el doble grado en
Filosofía e Historia del Arte, luego, el máster en Antropología y, por último,
el doctorado. Eso es porque Penelope Carpenter siempre termina lo que ha
comenzado. Cuando era pequeña, les pregunté a mis padres hasta dónde
podía llegar en mis estudios y cursé las asignaturas que me interesaban para
alcanzar mi objetivo. Dije que iría a por todas, y lo he cumplido, aunque a
mi manera.
Estoy hecha para llegar lejos. El problema es que he ido acumulando
algunas deudas por el camino.
Madre mía, me aterra el mundo real. Donde destaco y estoy a gusto es en
clase. Los libros son mi refugio. En cambio, la vida es todo menos eso.
Puf, solo de pensarlo ya noto que me salen ronchas en la cara.
Ojalá me quedase algún título por sacarme. Un super doctorado. ¿Y si
empiezo el doctorado en jurisprudencia, de modo que pospongo aún más el
día del juicio final?
—Vendrás el jueves a la graduación, ¿no? —le pregunto.
Ella se quita la americana.
—Pues claro, doctora.
Le sonrío. Perfecto. Me cuesta hacer amigos, así que ella es lo más
parecido a una familia que tengo en Atlanta. El resto de mis parientes están
en Nueva Inglaterra y viven a lo grande. Y no, me dejaron bastante claro que,
si quería ir a una universidad que no fuese Harvard, los gastos correrían de
mi cuenta, y así ha sido: he asumido los costes—a duras penas— a base de
dar clases particulares aquí y allá. Mi padre llegó a donde está ahora por sus
propios medios y quiere que sus hijos hagan lo mismo. Firmó como garante
de la tarjeta de crédito y del contrato de alquiler del piso, pero espera que se
lo devuelva todo cuando pueda reunir el dinero. Mi madre piensa que estoy
cometiendo un grave error al sacarme títulos sin parar y no duda en
recordármelo cada vez que puede. Mi padre ya me ha avisado de que,
cuando se muera, mi herencia irá a Harvard, su alma mater, así que ni
siquiera les he invitado a la graduación. Aunque tampoco es que fuesen a
venir.
Levanto la hoja por una esquina como si estuviese sucia y la dejo caer al
suelo.
—¿Crees que Gerald irá?
Courtney resopla.
—No.
—Pero…
—Nell. El tren Gerald no solo ha salido de la estación, sino que ya está
en otro país y se aleja de ti cada vez más rápido.
Eso, Nee, tú no te cortes. Pero sí. Ya lo sabía. Aun así, siempre mantengo
la esperanza en sus ojazos azules. Antes de conocerlo nunca me había
interesado especialmente ningún chico, pero no dejaba de encontrármelo en
la biblioteca. Acabó pidiéndome que estudiásemos juntos y llevo colada por
él desde entonces. Es monísimo, practica esgrima, entiende de vinos y ama
el arte y la música clásica. En definitiva, es el hombre de mis sueños.
También trabaja como interno en el Hospital de Niños de Atlanta y está
prometido con una Barbie que estudia medicina. Hace nueve meses que
rompimos. Lo normal sería que, a estas alturas, ya hubiese pillado la
indirecta y hubiese dejado de enviarle mensajes todas las semanas.
Eso sería lo que cualquier chica con dos dedos de frente haría.
Pero no Nell Carpenter, que lo único que tiene es una deuda tan enorme
como un agujero negro.
Me pongo de pie, tiro el extracto de mi préstamo estudiantil a la basura,
me envuelvo en mi manta más calentita y, hecha polvo, me desplomo en el
sofá.
Courtney me mira con pena.
—Cielo… ¿Sabes qué? Esta noche echan Solteros de oro en la tele. ¿Qué
tal si me cambio, calentamos una pizza congelada y lo vemos juntas? Así
podemos burlarnos de lo patéticos que son todos los concursantes.
Ni siquiera contesto. Ella sabe que nunca veo esas cosas ni como nada
congelado. Mis maneras de entretenerme incluyen leer, escuchar música
clásica, practicar con mi arpa y limpiar la casa. Además, cuido mi
alimentación. Algunos consideran que tengo TOC, pero no es verdad. Solo
soy exigente conmigo misma.
Cuesta creer que hayamos durado tanto como compañeras de piso. Por
suerte no es una completa vaga. Courtney es una de las pocas personas que
puede soportar mis rarezas; por una parte, porque el trato con ella es
bastante fácil, y, por otra, porque no le quedó más remedio. En nuestro
primer año en Emory nos vimos obligadas a compartir cuarto y, desde
entonces, hemos vivido siempre juntas. Cuando digo que me cuesta hacer
amigos, miento. En realidad, ni siquiera lo intento. Que sí, que serán
importantes, pero siempre he dejado claro que mi prioridad son los estudios,
por lo que nunca he salido de fiesta ni cotilleado con nadie o frecuentado la
sala común. Pero parecía como si no me hubiera quedado otro remedio que
hacerme amiga de Nee, como si el hecho de estar tan cerca y compartir una
habitación diminuta lo dictase. Los primeros meses hasta me resistía, pero
Courtney es encantadora y está llena de vida. Siempre cae bien a todo el
mundo. Con el tiempo, acabamos yendo al comedor y estudiando juntas y nos
hicimos mejores amigas.
—Vale. Yo voy a comer pizza mientras veo la tele. Tú deprímete ahí
sentada si eso es lo que quieres.
Y eso hago. Me hago un ovillo y lloriqueo sin consuelo mientras ella
coge una Coca-Cola Light y una pizza congelada y se sienta a mi lado a ver
el programa de mierda. Trato de ignorarlo, pero al final el millonario macizo
acaba por llamarme la atención. Sobre todo cuando veo que una noche se va
con una chica a que les den un masaje en pareja y a la siguiente se mete en el
jacuzzi con otra.
Miro la pantalla con los ojos entornados cuando empieza a liarse con la
segunda chica en la bañera de hidromasaje.
—Qué majo. ¿Cómo puedes ver esa bazofia?
Está enganchadísima; solo un holocausto nuclear conseguiría despegarla
de la tele.
—Está muy bueno.
—Y es gilipollas.
Continúa viendo el programa sin que eso le importe. Se le cae la baba.
Tiene un novio adorable y maravilloso que la trata como a una reina y, aun
así, suspira por el gilipollas este.
Entonces, empiezan los anuncios y se va a hacer palomitas en el
microondas. Me estiro y pruebo la pizza. Puaj. Hasta el cartón sabe mejor.
Mientras vuelvo a poner la cabeza sobre la almohada, algo en la pantalla me
llama la atención y hace que me detenga; me caen churretes de falso queso
por la barbilla.
—¡Llamada para todos los habitantes de Atlanta de entre veinticinco y
cuarenta y nueve años! ¿Te apetece ganar un millón de dólares? Acude a las
audiciones para nuestro nuevo y exitoso reality: ¡Matrimonio por un millón
de dólares! ¿Tienes una personalidad única y espíritu aventurero y arrasas
por donde pasas? ¡Pues reúnete con nosotros en el Centro de Convenciones
de Atlanta el quince de mayo entre las doce y las cinco!
Miro la tele con tanta atención que me olvido de parpadear.
—Eh, ¿te has comido mi pizza? —grita Courtney desde la cocina.
Me limpio el queso de la barbilla y señalo la pantalla.
—¿Eso de qué va?
—¿El qué?
—Las audiciones… ¿Para qué son?
Courtney se deja caer en el sofá con un bol de palomitas enorme.
—¡Ah, sí, eso! ¡Qué ganas! Joe y yo vamos a ir. Llevamos meses
planeándolo.
Estoy confundida.
—¿Vosotros?
—Sí. Han estado haciendo audiciones por todo el país. Pero… —añade,
aunque se detiene al darse cuenta de que ya me estoy imaginando cosas—.
No te hagas ilusiones, Nell. En serio. Si crees que Solteros de oro es cutre,
Matrimonio por un millón de dólares hará que te explote la cabeza.
—¿Por qué?
—Porque a la gente —la gente normal que no parece que tenga un palo
metido por el culo— le gusta lo cutre. Lo devoran. Y te aseguro que esto
será tres cuartos de lo mismo. Que sí, que es un programa nuevo y todo lo
que tú quieras, pero se rumorea que la premisa es superdiferente.
No profundiza más.
—Superdiferente en plan… —No completa mi frase—. ¿A qué te
refieres? El primer premio es un millón de dólares y yo tengo deudas.
Vendería mi alma por ese dinero.
Courtney seríe a carcajadas durante un buen rato.
—Ay, no, Nell, no. Esto no es para ti. Ya lo has oído: es solo para
aventureros.
—¿Y?
—¿Cómo que «y»? —Me mira como si fuese evidente—. Si para ti
ordenar el botiquín ya es una locura.
Se me desencaja la mandíbula.
—Qué va. —Bueno, vale, quizá sí. Una vez encontré un par de pastillas
que no había visto nunca—. Además, ¿quién te crees tú? ¿Indiana Jones? Ni
que fueras doña aventurera. Además, piden personalidades únicas.
Se encoge de hombros.
—Eso lo tienes seguro. Pero aun así… ¿En serio estarías dispuesta a
salir por la tele y dejar que todo el mundo viese lo que haces en cada
momento?
—Supongo que por un millón de dólares sí. Venga, ¿no puedo
acompañaros?
Le pongo ojos de cordero degollado.
—Pues… —Mira la tele—. Quince de mayo. ¿Sabes que es el día de tu
graduación?
Cierto.
—Sí, pero las audiciones son de doce a cinco y la graduación no es hasta
las siete. ¿Qué hay de malo en que vaya contigo a echar un vistazo?
Me observa con indecisión.
No entiendo por qué se muestra tan reacia. Por lo general, siempre está
dispuesta a participar en este tipo de planes.
—Venga, Nee, porfa, que necesito el dinero.
La llamé Nee una vez porque pensé que era mono y gracioso, y nos
reímos tanto que he seguido usando ese apodo hasta hoy. Desde entonces
somos Nee y Nell.
—Vale, puedes venir. Pero como pongas los ojos en blanco o me digas
que es una chorrada una sola vez, te voy a mandar a la mierda.
—¡Yupi! —La abrazo—. Me muero de ganas.
—Mi niña —dice mientras me da palmaditas en la cabeza como si fuese
un perro labrador—. Te aseguro que no. Ni te imaginas la que te espera.
Luke
Solo quiero decir una cosa: adelante. Estoy abierto a lo que sea.
—Confesionario de Luke, día 1
Se respira un ambiente animado en el bar de Tim. Todo el mundo está de
pie, con los ojos pegados a las pantallas de las esquinas.
Por el aspecto de esta multitud, se podría decir que a mi humilde negocio
no le va nada mal.
Pero las apariencias engañan.
Solo han venido a animar a Jimmy Rowan, la leyenda, que estrena nuevo
espectáculo en YouTube. Aquí es donde empezó. Donde consiguió
seguidores. Donde dejó huella. Y también donde conoció a Elizabeth Banks,
la rica con la que ha estado saliendo los últimos seis meses.
Jimmy gestiona todos sus negocios desde mi bar, hasta el punto de que
uno de los reservados en la parte de atrás es su despacho. Se ha pasado la
última media hora ahí, haciendo Dios sabe qué con ella. Le lanzo una pajita
de plástico por encima de la barra, y se da la vuelta.
—¿Estás listo?
Se levanta sin soltar la mano de Lizzy, que me sonríe de oreja a oreja.
—Se trata de James. Nació preparado —asegura, y lo mira—. ¿No es lo
que dices siempre?
Él le sonríe y asiente.
—Sí. Exacto. —Se frota las manos—. Eh, ¿estás bien?
Asiento con la cabeza. De puta madre.
Se vuelve hacia su público y carraspea.
—¡Chicos! Os presento el estreno mundial de la hazaña que grabamos en
Oahu. Lo subiré a mi canal este fin de semana.
Jimmy no ha cambiado nada desde que empezó a salir con Lizzy. Sin
embargo, consiguió el capital que necesitaba para expandir su canal de
YouTube y llegar a rincones mucho más exóticos. Mentiría si dijera que no
estoy un poco celoso. Antes de que apareciese Lizzy, Jimmy y yo íbamos por
el mismo camino: crecimos en las calles más duras de Atlanta y estábamos
destinados a vivir el resto de nuestras vidas aquí y ser enterrados aquí. En
cambio, ahora Jimmy se va por ahí de aventuras cada dos semanas mientras
que yo ni siquiera he salido del estado. Además, pese a lo diferentes que son
él y Lizzy, ella le hace tanto bien que casi me hace creer en el amor.
Casi.
Enciendo el Blu-ray y le doy al play. La pantalla pasa del negro a
mostrar una imagen de Jimmy con casco en el cráter de un volcán.
Todos le vitorean. Es el héroe del barrio.
Un tío al que no había visto nunca me llama la atención.
—¿A esto le llamas whisky? ¿Tú qué haces, le echas agua a esta mierda?
Lo miro con severidad.
—Vete a otro sitio.
—Sí, te lo aseguro, pero no voy a pagar por esta mierda.
Entonces pierdo los estribos, aunque en realidad mi agitación se debe a
la llamada que he recibido esta tarde. Cojo el vaso de chupito que estaba
limpiando y lo estampo contra la barra. Se hace añicos en mi puño.
Jimmy me mira estupefacto. Lizzy también.
Acto seguido, Jimmy se encara con ese tío.
—Lo vas a pagar, ¿a que sí, cabrón?
—¡Eh! —exclamo mientras levanto una mano. No necesito que me
defienda, pero, sobre todo, lo último que necesito es que me rompa más
muebles, como suele hacer—. No pasa nada.
Jimmy entorna los ojos.
—Y una mierda. Se queja de la bebida, pero no ha dejado ni gota.
El hombre se lo piensa mejor, abre la cartera, lanza un billete de diez y
sale por patas.
—¡Y no vuelvas, capullo! —le grita Jimmy. Después se apoya en la
barra—. ¿Te importaría contarme qué ha pasado?
—Nada —mascullo.
—¡Mira tu mano! —exclama Lizzy mientras la señala. Está llena de
sangre.
—No es nada. —Me la envuelvo con un trapo limpio. No dejan de
mirarme, como si esperasen que siga—. Oye, es tu gran noche. Pásatelo bien.
Luego hablamos.
Ese «luego» acaba siendo a las tres de la mañana. Aviso de que voy a
cerrar a las dos, pero en realidad la gente no se va hasta una hora después.
Jimmy me ayuda a echar a los últimos rezagados. Para entonces, Lizzy ya se
ha quedado dormida hecha un ovillo en su «despacho», tapada con una de
sus camisas de franela.
—A ver, ¿por qué has estado mirando así a todo el mundo? —me
pregunta mientras sirvo dos tequilas—. Como si quisieras arrancarles la
cabeza y retorcerles el pescuezo.
Me bebo el vaso de un trago.
—Estoy sin blanca.
—Bueno, no es la primera vez que estás en horas bajas…
—Esto ya no es como antes. Llevo años en números rojos. Los del banco
están hartos. Me han dicho que mi abuelo pidió un montón de préstamos
hipotecarios para este local, de lo cual yo no tenía ni idea, y que tengo que
pagarlos todos antes de que acabe el año. Pero no puedo porque tengo que
pagar las facturas de la residencia de mi abuela.
—¿Y a cuánto asciende?
—A quinientos mil dólares.
Jimmy se atraganta y mira a su alrededor.
—No te ofendas, tío, pero este sitio no vale medio millón de pavos.
—Ya. El apartamento que tengo en el piso de arriba es un antro todavía
peor que este.
—Joder. Este sitio ha sido de tu familia durante años.
No quiero pensar en eso. Mi abuelo era el Tim del bar de Tim. Que su
legado acabe conmigo es un palo muy gordo.
—La residencia en la que está tu abuela parece el Ritz.
Asiento con la cabeza.
—Y allí se va a quedar. Sus amigas también viven allí y le encanta jugar
al mahjong con ellas y esas cosas. Es lo que la hace feliz.
Jimmy echa una ojeada a su despacho, donde su novia duerme
profundamente. Sé en qué está pensando.
—Bueno, Lizzy tiene debilidad por este sitio…
—No. No se lo digas. La conozco y sé que me daría el dinero en un abrir
y cerrar de ojos, pero no quiero que lo haga. No quiero deberle nada a nadie.
Me mira como si me hubiese vuelto loco, pero asiente de todos modos.
—Vale. Entonces ¿qué vas a hacer?
—¿Rezar para que ocurra un milagro? —pregunto mientras me encojo de
hombros—. Ni puta idea.
Se apoya en la barra con aire pensativo.
—No. No necesitas un milagro. Tengo la solución aquí mismo. —Se
dirige a su despacho y saca una hoja del montón desordenado que hay en la
mesa—. Esta gente quería poner un anuncio en mi canal. Mañana estarán por
aquí porque tienen que hacer pruebas para un nuevo reality. El primer
premio es un millón de dólares.
Miro la hoja con atención.
—¿Matrimonio por un millón de dólares? No veo esas mierdas de los
reality shows. ¿De qué va?
Jimmy se encoge de hombros.
—No sé. Aquí dice que los concursantes deben tener entre veinticinco y
cuarenta y nueve años, estar en forma y estar abiertos a la aventura. Nada
más. Tío, a ti te pega.
Me río.
—Te pega a ti.
—Sí, pero yo no necesito el dinero. Y la cámara te adora. Las mujeres se
volverían locas contigo.
—Vale, vale —musito mientras me rasco la barbilla—. Me lo pensaré.
Cierroel bar, me despido de mis amigos y subo a mi zulo de dos
habitaciones. Vivía aquí con mis abuelos hasta que él murió y ella sufrió el
primero de muchos derrames cerebrales que la llevaron a la residencia.
Cuando vivíamos aquí los tres, mi abuela lo decoraba con cortinas y velas
para darle un toque hogareño y femenino, pero yo no valgo para eso, y
tampoco paso mucho tiempo en casa, de modo que no lo cuido mucho.
Hasta el bar se está yendo al garete por mi culpa. Al principio sentía
cierto orgullo. Con solo veintitrés años, ya era dueño de un local y regentaba
mi propio negocio. Pasar de donde estaba tan solo cinco años antes a esto
supuso un giro de ciento ochenta grados. Fue como triunfar por primera vez
en la vida. Un ejemplo a seguir para todos los adictos que piensan que no se
puede salir del hoyo.
Pero no ha sido fácil. Y, ahora, estoy hecho mierda.
Como si me estuviese enterrando en otro hoyo. Me estoy cargando la
casa de la abuela, poco a poco.
Me quedo en calzoncillos y me siento en el borde del colchón. Me miro
las cicatrices del brazo y me acuerdo de todas las noches que pasé en los
callejones oscuros del centro de Atlanta, tumbado encima de mi propio
meado, enganchado a cualquier chute barato; creí que moriría antes de
cumplir los veinte.
Todo lo que me he ganado desde entonces pende ahora de un hilo. Voy a
perder este sitio. Y pronto perderé a mi abuela también. ¿Qué me quedará
entonces? Vivo todos los putos días con la convicción de que es eso lo que
encabeza la corta lista de cosas que evitan que vuelva a ser un yonqui.
Sin eso… En serio, ¿qué coño me quedará?
Me acerco a la cómoda para coger el panfleto que me ha dado Jimmy
antes y lo desdoblo. Me tumbo en el colchón y me pongo a pensar en ello
más de la cuenta. ¿Un reality? Nunca me habría imaginado que llegaría a
planteármelo siquiera. Pero cuanto más lo pienso, más creo que podría ser la
única oportunidad que tengo de salvar el bar… y de paso también el pellejo.
La audición
Nell
Supongo que, si se trata de desafíos mentales, puedo hacerlo bien.
Pero si implica cualquier tipo de coordinación entre las manos y la vista,
estoy apañada. Soy un pelín torpe.
—Confesionario de Nell, día 1
Al final, resulta que Courtney tenía razón.
No tenía ni idea de la que me esperaba.
Son las diez de la mañana y el Centro de Convenciones de Atlanta está
atestado de gente. Parece que se vaya a jugar la Super Bowl. Pudimos
encontrar aparcamiento a un kilómetro y medio de una cola interminable que
salía en zigzag desde la entrada principal. Cuando al fin llegamos y me di
cuenta de que el enorme edificio casi no se veía desde donde estábamos,
comencé a poner mala cara.
Lo estoy pasando fatal.
—Tenías razón, Nee. Ha sido una tontería venir —reconozco entre
dientes mientras ella se apoya sobre Joe. Es el novio perfecto; la trata como
a una reina. Se sacó la carrera a la vez que nosotras, consiguió un buen
empleo y ahora gana un buen sueldo. Lleva a Courtney a restaurantes caros y
se le da muy bien eso de ser adulto.
No como a otra que yo me sé.
—¿Qué te había dicho? —pregunta Courtney, que me aparta cuando
intento apoyarme en ella. Me duelen los pies—. Si vas a ponerte tan
negativa, mejor vete.
Suspiro y miro el reloj. Llevamos solo quince minutos y nos hemos
movido algo así como… un metro. Vuelvo a suspirar. Me pongo de puntillas
para intentar ver mejor el centro de convenciones.
—¿Ha venido toda Atlanta o qué?
—Oye, cállate ya —dice Courtney, y gesticula como si se cerrase los
labios con una cremallera.
—Vale.
Ojalá pudiese apoyarme en alguien. Me pongo en cuclillas y, acto
seguido, me siento, pero, nada más hacerlo, la fila avanza de nuevo. La
historia de mi vida. Me recoloco las gafas sobre el puente de la nariz y me
meto como puedo en la cola.
—¿Qué lees? —me pregunta Joe.
—Compendio de la antigua filosofía china —anuncio sin levantar la
vista; si me pierdo de nuevo, se me va a ir la pinza.
—Fascinante —dice.
—Pues sí.
La cola avanza de nuevo. Esta vez no me levanto, sino que me arrastro
sin levantar la vista de mi libro.
Trato de leer más, pero la gente frente a mí está hablando demasiado
alto. El gran tema de conversación es cuál será el objetivo de Matrimonio
por un millón de dólares. Se escuchan rumores disparatados. Parece que las
rubias tetonas que tengo delante junto con sus novios surfistas piensan que
van a ofrecer a la gente un millón de dólares por casarse con sus respectivas
parejas en directo.
Para mí eso sería una putada, porque mi única pareja es mi libro de texto
gigante.
—¿Sabes lo que pienso? —me dice Courtney, apoyada en el hombro de
Joe—. Hablaban de aventura. Creo que van a hacer un equipo de hombres y
otro de mujeres y les van a poner una carrera de obstáculos. Y quien gane
tendrá que casarse en directo o perderá todo el dinero.
La observo fijamente. Razón de más para largarme de aquí cagando
leches. No hago deporte. Soy más tope que un pato. Tengo el cuerpo lleno de
lorzas y curvas, y soy feliz así. Solo echaría a correr si alguien me estuviera
persiguiendo. ¿Y casarme con un completo desconocido? No y mil veces no.
Miro con nostalgia en dirección a donde Joe ha aparcado el Jeep.
—No harían eso, ¿verdad? Obligar a dos desconocidos a casarse —
pregunto, alarmada.
Ella se encoge de hombros. Ay, madre, eso significa que sí.
—¿Nunca has visto Casados a primera vista?
¿Casados a qué? Sabe con quién está hablando, ¿no?
—Un momento, entonces… ¿te casarías con un desconocido, aunque
estés con Joe?
Ella asiente.
—¿Por un millón de dólares? Claro. Y él haría lo mismo.
Joe la rodea con un brazo y conviene:
—Ya ves.
¿En qué se han convertido? Al final será verdad que el romanticismo ha
muerto.
Un poco más tarde, se acerca a nosotros una mujer vestida con un polo
sobre el cual lleva pegada una etiqueta que dice «MMD: ¡Hola, soy Eve!».
Lleva un auricular que le confiere un aspecto profesional y murmura algo.
—Disculpe —le digo—. ¿Puede decirme si los concursantes deberán
casarse?
No me responde, pero me mira como si fuera tonta y empieza a reírse.
Oh, Dios.
Nos reparte unas hojas y varios bolígrafos.
—Por favor, rellenad esta encuesta y tenedla lista cuando lleguéis al
mostrador. ¡Gracias!
¿Al mostrador? Estiro el cuello, en un intento por ver algo aparte del
páramo siberiano. Mientras lo hago, Courtney se echa a reír.
—Madre mía, me meo con las preguntas.
Miro mi hoja. Aparte de la información habitual, leo lo siguiente:
Indique en una escala del uno al cinco (siendo uno «encaja totalmente
conmigo» y cinco «no encaja nada conmigo») cómo encaja cada una de
estas afirmaciones con usted:
Me encanta conocer gente.
Me gusta estar solo.
Mi círculo social es muy amplio…
Y así sucesivamente. La hojeo y me doy cuenta de que hay más de
quinientas preguntas sobre personalidad para evaluar nuestra condición
física, nuestra inteligencia y cómo nos relacionamos con los demás.
No hay mal que por bien no venga. Me encanta hacer tests.
Me pongo a ello de inmediato. Uso mi libro para apoyarme y empiezo a
rodear números con entusiasmo. Por alguna razón, esto siempre me ha
relajado. De hecho, me encantó hacer las pruebas de admisión del grado y el
posgrado. Sonrío todo el tiempo, o al menos hasta que Nee me propina un
codazo.
—¿Nunca te han dicho que pareces una asesina en serie cuando haces
tests?
Le doy una cachetada.
Lo que me lleva más tiempo es enumerar todos mis títulos y premios,
pero aun así termino antes que los demás. En ese momento, noto una
presencia que acecha cerca de mi hombro.
—Joder, qué rápida.
Me giro y miro hacia arriba. Muy muy arriba para observar al tiarrón
más sucio que he visto en mi vida. Es como si sus músculos estuviesen
luchando por escapar de una camiseta demasiado pequeña. Lleva tatuajes.
Diría que un montón, pero uno ya es demasiado para mí. Además, es velludo,
va sin afeitar y el pelo le tapa los ojos. Percibo un leve olor a tabaco. Es…
un macarra.
Y sus ojos están fijos en mí. Unos ojos verdes preciosos que no encajan
con el resto de su persona y que se clavan en míhasta perforarme.
Vaaale. Me envaro y le doy la espalda con la esperanza de que se vaya si
lo ignoro. Finjo que estoy interesada en lo que está haciendo Courtney.
En ese momento, Joe se vuelve hacia los hombres que están detrás de mí
y exclama:
—¡Hostia puta! ¿Tú no eres Jimmy Rowan?
—Sip —responde el amigo del chico sucio.
—¡Qué pasada, tío! ¿Te vas a apuntar?
Ay, no.
Detrás de mí, Jimmy le contesta:
—Qué va. Solo he venido a acompañar a mi colega.
—¿En serio? Te escogerían sin pensarlo. Seguro que quieren famosos —
se emociona Joe. Courtney pega la oreja en cuanto oye la palabra
«famosos». Se pone de pie y lo mira de cerca mientras Joe añade—: Es un
youtuber muy famoso.
A Courtney se le desencaja la mandíbula. Pongo los ojos en blanco. ¿Qué
demonios es un youtuber famoso y por qué a los tontos de mis amigos les
parece tan interesante? Estos tíos son unos macarras.
Joe rebusca en su mochila.
—¿Me firmas un autógrafo?
Ay, señor. Me pongo de puntillas para ver si avanza la cola y me cruzo de
brazos, decidida a no girarme ni entablar conversación con ellos. Courtney
me tira de la manga, pero me zafo de ella con brusquedad y la fulmino con la
mirada.
—Nell —me susurra al oído, sorprendida—. Es famoso. ¿Y has visto a
su amigo?
Se abanica la cara. ¿Está insinuando lo que creo que está insinuando?
—Me da igual —canturreo.
—Pues no debería. Usa tus técnicas de seducción por una vez en tu vida.
A lo mejor así te olvidas del imbécil de Gerald.
—Eh… Uno, yo no conozco ninguna técnica de seducción. Dos, ya he
olvidado a Gerald. Y tres, aunque no fuese así, el macarra ese no
conseguiría que lo olvidase. Parece… un animal.
—Un animal sucio y sexy. Mmm.
—¡Nee! ¡Esa boca!
Cuando Joe consigue su autógrafo, lo mira como si fuese su posesión más
preciada mientras habla por los codos con los chicos sucios. Mientras tanto,
yo trato de ponerme lo más cerca posible de la gente que tengo delante para
alejarme todo lo que puedo de los macarras. Abro el libro y leo.
—¿No es un tocho muy gordo para una renacuaja como tú? —oigo que
alguien me pregunta por encima del hombro al tiempo que su aliento me hace
cosquillas en la oreja.
Por poco doy un bote.
Huele bien. ¿Por qué huele bien? Aprieto los dientes y me recoloco las
gafas sobre el puente de la nariz.
—No soy tan pequeña.
De verdad que no. Mido casi 1,70 m. Pero supongo que, en comparación
con él, sí que lo soy, porque él es una bestia.
—¿Estás estudiando para algún examen?
Pongo los ojos en blanco.
—No, estoy leyendo por diversión.
Se ríe.
—¿Leer te parece divertido?
Buf. Sí, me divierte leer; no como a él, para quien seguro que divertirse
es sinónimo de pegar tiros o arrancarles la cabeza a las gallinas de un
mordisco. Decido no contestar con la esperanza de que quizás así se de
cuenta de que no quiero hablar con él.
No sé cómo lo consigo, pero le ignoro hasta que terminamos de hacer la
cola. Dos horas después, llegamos a recepción. Nos dan números y nos
llevan a una zona del centro de convenciones con mesas para sentarnos.
Intento sentarme lo más lejos posible del yeti y su amigo famoso, pero, por
desgracia, Joe nos arrastra a su mesa mientras se comporta como si fuese el
mayor fan del youtuber.
—Número 4322 —anuncian por megafonía.
Miro el mío. Tengo el 5696.
Buf.
Un hombre mayor con una gorra de béisbol agita su número y corre hacia
el escenario. Una mujer con un polo de MMD asiente hacia él, invitándole a
seguirla, antes de conducirlo a través de una puerta.
Un instante más tarde, vuelve a entrar con expresión enfadada, por lo que
supongo que no lo han seleccionado. Le dice algo a su novia y, antes de irse,
ambos le sacan el dedo corazón a la mujer de la puerta.
Muy bonito.
Ella los ignora y anuncia el siguiente número.
Al menos avanzan rápido.
—Como me pase todo el día aquí para estar solo cinco segundos ahí
dentro con ellos me voy a cabrear —susurra Courtney.
—Ya ves —mascullo. Me da un poco de vergüenza estar aquí, eso lo
primero. ¿En serio creía que esto sería mi salvación? No soy única. Ni
aventurera. Y por supuesto que no me voy a casar con un viejo para aumentar
la audiencia de un programa de televisión. Courtney tenía razón: no encajo
aquí. Entre toda esta gente sumarán un coeficiente intelectual de diez.
Cuando dentro de una hora me vaya con las manos vacías tendré que abrir
los ojos y buscarme un trabajo normal como hace todo el mundo.
Y quizá ese es el motivo por el que todavía no me he marchado.
Entierro la nariz en el libro de texto e intento ignorar las conversaciones
a mi alrededor. La gente sigue conjeturando sobre el tema del programa, y
parece que todos están a punto de explotar de la curiosidad.
Levanto la cabeza y veo que el yeti me está mirando. Ojos penetrantes,
oscuros, posesivos.
Vale, ya entiendo a lo que se refiere Courtney. Tiene el atractivo típico
de todos los malotes. Es probable que me interesase si me gustase ese rollo,
pero no me gusta. Prefiero a los chicos aseados, inteligentes y cultos.
Pero, entonces, ¿por qué noto un calor en la entrepierna?
Trago saliva y vuelvo a concentrarme en el libro, pero acabo por leer la
misma frase una y otra vez.
Levanto la cabeza de nuevo. Me sigue observando con intensidad; sus
ojos se posan en mí con una fuerza que me atrapa. Nadie me ha mirado nunca
tan fijamente.
—¿Qué? —espeto.
Niega con la cabeza de forma casi imperceptible.
—Nada, solo que me gusta mirarte.
Estupendo.
Cojo el libro de la mesa, le doy la espalda y me lo coloco en las
rodillas. «Pues espero que también te guste mirarme la nuca».
Consigo acabarme el capítulo de Mencio, pero el hormigueo que siento
en el cuello no desaparece, ya que creo que todavía tiene la vista clavada en
mí. Dios, sus ojos son increíbles, ardientes. No pestañea. Es como si hubiese
identificado a su presa y estuviese a punto de abalanzarse sobre ella. Pero al
rato lo oigo hablar con su amigo, el famoso, y me relajo un poco.
Anuncian otro número por megafonía y Courtney da un brinco mientras
agita su hoja.
—¡Me toca! ¡Me toca! ¡Deseadme suerte!
Se dirige hacia la puerta mientras da saltos de la emoción y Joe y yo
intercambiamos miradas.
—No ha parado de hablar de esto. ¿Crees que tiene posibilidades?
—Claro —respondo. Es guapa, jovial y a todo el mundo le encanta pasar
tiempo con ella. Aunque hay mucha competencia, Courtney es la típica
concursante de reality. La cámara la adora—. Tiene muchas posibilidades.
Pero al momento la puerta se abre y entra cabizbaja con lágrimas en los
ojos.
—No me han cogido —gime mientras Joe la estrecha entre sus brazos.
Entonces, lo llaman a él. La besa en la frente y la consuela:
—Ya verás como a mí tampoco me cogen.
Pero va de todos modos. Courtney se sienta a mi lado y dice:
—No han tenido piedad. Ni siquiera me han preguntado nada. Solo me
han mirado y me han dicho que no era lo que estaban buscando. Fin.
—¿En serio? ¿Y qué están buscando?
—Y yo qué sé —masculla justo cuando se abre la puerta del fondo y
entra Joe con los brazos levantados en señal de victoria. Courtney abre los
ojos como platos—. ¿Te han seleccionado?
—Qué va. Solo me han mirado y me han dicho: «Cuidado con la puerta,
no te vaya a dar un golpe al salir».
Courtney suspira.
—Bueno, al menos no he sido la única.
Joe junta sus dos números y los hace trizas. Después, coloca una mano
sobre mi hombro.
—Ayúdanos, Obi-Wan. Eres nuestra única esperanza.
Las palabras todavía flotan en el aire cuando anuncian mi número.
Vale. Bien. Si solo me van a mirar y me van a decir que me largue ya no
me siento tan mal. Me meto el libro bajo el brazo y saludo a la mujer
mientras agito el número.
—Hola.
Echa un vistazo a su portapapeles.
—Hola. ¿Nombre?
—Penelope Carpenter. Pero suelen llamarme Nell.
—Penelope Carpenter. Por aquí. —Me lleva por un pasillo oscuro y
estrecho. Al final hay unas puertas de dos hojas flanqueadas por dos
guardias de seguridad, un hombre y una mujer—. Nada de preguntas. Por
favor, no hables a no ser que te hablen. Si te piden que te vayas, hazlo de
inmediato. Al presentarte firmaste una exenciónque establece que no
comentarás el proceso de audición con nadie —lee en tono monocorde—.
¿Queda claro?
—Sí —afirmo, y pienso: «¿Me podéis rechazar ya para que pueda irme a
casa?».
—Por aquí, señorita —me indica el hombre, que me hace pasar por un
detector de metales como los de los aeropuertos. Tengo que entregar mi
bolso y mi libro para avanzar. Cuando me los devuelven, la mujer me hace
un gesto con la cabeza que me indica que ya puedo entrar. ¿A quién narices
voy a ver? ¿Al papa?
Respiro hondo y entro.
La sala es enorme y está revestida con paneles de madera. Hay una mesa
gigante en el centro. Tres personas se sientan en la otra punta, una mujer y
dos hombres. Parecen intranquilos. Los hombres parecen un poco mayores
que yo, pero la mujer debe de tener unos cincuenta años. Hay latas de Coca-
Cola y una caja de pizza abierta delante de ellos. Solo sobra un trozo. El
hombre del bigote mordisquea su boli y me contempla como si hubiese
matado a su familia.
—Hola —digo, y saludo sin alzar la mano del todo.
—Siguiente —dice el hombre de forma brusca.
Gracias a Dios.
Doy media vuelta.
—Espera, espera, espera —oigo que la mujer me llama—. ¿Qué estás
leyendo?
Les enseño el título.
El hombre del bigote que tanto me odia suelta un «ah». No tiene pinta de
filósofo, pero…
—¿Siempre llevas esas gafas?
Me las subo en un acto reflejo. Llevo gafas desde los tres años, y estoy a
nada de que me declaren oficialmente ciega. Las lentillas son un fastidio, y
las gafas siempre me han permitido aislarme del mundo exterior.
—Sí…
Supongo que esa es la señal de que debo irme ya. Al fin y al cabo, ya
llevo más tiempo aquí que Joe y Courtney juntos. La mujer continúa:
—Pareces joven. ¿Cuántos años tienes?
—Acabo de cumplir veinticinco.
Mira un folio. Será la encuesta que rellené y entregué en la recepción.
—Aquí pone que eres doctora.
—Sí —asiento—. Esta noche me dan el doctorado en literatura
comparada.
—Tienes un largo historial académico —señala el otro hombre, calvo y
con gafas de pasta—. Me interesa saber por qué has venido. Ves muchos
realities, ¿no?
Niego con la cabeza.
—No veo la tele. No es lo bastante estimulante para mí. He venido para
acompañar a mi amiga y porque necesito el dinero para devolver mis
préstamos estudiantiles.
—Entonces… ¿qué sería para ti algo suficientemente estimulante?
—En mis ratos libres toco el arpa, de modo que la música que me
conmueve me encanta. Mozart, Músorgski, Mahler… Me interesan mucho el
teatro y el arte, y, por supuesto, la buena literatura…
Me callo cuando me doy cuenta de que están mucho más interesados en
mi vida de lo que nunca lo ha estado nadie. De pronto parecen pendientes de
cada una de mis palabras.
Pero ¿por qué?
—¿Y hay algo que no soportes?
No me creo que esto esté pasando.
—Ah, bueno, lo normal. La ignorancia, la pereza, las personas mimadas.
La gente que no lee o que cree que los deportes son una religión o que se
pasa el día comiendo comida basura. Son los culpables de que la sociedad
se esté yendo al garete.
—Mmm. ¿Te consideras deportista?
Bajo la cabeza y echo un vistazo a mi cuerpo.
—¿Usted qué cree? Ni siquiera he visto un solo partido en mi vida.
Como he dicho antes, no es lo bastante estimulante para mi mente. Creo que
el cuerpo humano es una obra de arte solo por su mente.
La mujer mira su hoja.
—Interesante, Penelope. ¿Y tienes novio?
Por un momento pienso en Gerald.
—Nell. Y no.
El hípster me hace un gesto para que avance.
—¿Puedes acercarte, soltarte el pelo y darte la vuelta, por favor?
No quiero hacerlo, pero obedezco. Camino hacia la mesa, me quito la
coleta y me giro un poco como si fuera una modelo en la pasarela, pero casi
me caigo de culo. Me aferro a la mesa para conseguir estabilidad.
Cuando miro hacia arriba, los tres están sonriéndose y asintiendo.
La mujer rebusca en su portapapeles y saca una carpeta negra. Me hace
un gesto para que me acerque y, con entusiasmo, anuncia:
—Enhorabuena. Pasas a la primera ronda. Soy Eloise Barker, la
productora ejecutiva. En esta carpeta está todo lo que necesitas saber.
La miro embobada. Esto no está pasando.
—¿Primera ronda?
Ella asiente y me estrecha la mano.
—Sí, estás entre los cincuenta concursantes y cinco suplentes que serán
elegidos para la grabación de la primera temporada de Matrimonio por un
millón de dólares. La grabación empezará en septiembre. Hay varias fases,
pero ya has dado un gran paso hacia el millón de dólares.
Que no, que esto no está pasando. Estoy soñando.
—Pero, a ver, ¿ni siquiera van a explicarme de qué trata el programa?
¿Lo del matrimonio, por ejemplo?
El hombre del bigote me estrecha la mano. Al parecer ahora me adora.
—Soy Vic Warner, productor y guionista. —Señala al hípster calvo—. Y
este es Will Wang, famosa celebrity de la televisión y nuestro presentador.
Lo miro fijamente. ¿Famoso? Si no lo he visto en mi vida.
—Eh… ¿Y el programa?
Eloise niega con la cabeza.
—Todo lo que tienes que saber está en la carpeta. Llámanos si tienes
alguna duda. Siento que no podamos responder a todas tus preguntas con la
información de la carpeta, queremos mantener cierto aire de misterio, pero
todo llegará a su debido tiempo.
Niego con la cabeza. ¿Aire de misterio? Eso no va conmigo.
—Es que yo…
Entonces, abre la primera página y señala el apartado «Calendario de
premios». Entorno los ojos para leerlo.
—Como verás, aunque no podemos deciros qué haréis, todos los
concursantes que se presenten el primer día de grabación recibirán veinte
mil dólares. Serán tuyos tanto si decides seguir como si no.
Veinte mil dólares.
Solo por presentarme.
Se me hace un nudo en la garganta, pero antes de que me deje sin aire
consigo chillar un «¡vale!».
Entonces, me hacen salir a un sitio completamente distinto a donde
estaba antes y paso media hora deambulando hasta que logro encontrar a
Courtney y Joe, que están sentados delante del centro de convenciones.
Courtney se acerca a mí a toda prisa en cuanto me ve.
—Bueno ¿qué? ¿Dónde estabas?
Aún aturdida, levanto la carpeta con el logo de MMD.
—Me han cogido.
Luke
Mi estrategia es la siguiente: lograr que todos me adoren. No es tan
difícil.
—Confesionario de Luke, día 1
A la chica mona no le caigo bien.
Mirarla se ha convertido en mi nuevo pasatiempo favorito. Observar
cómo se sonrojan sus mejillas, blancas como la nieve excepto por unas
pecas que tiene en la nariz y que resultan más visibles por las gafas.
Tampoco tengo nada mejor que hacer. Jimmy está manteniendo una larga
conversación con un fan, por lo que me esperan horas y horas de… nada. Y
ella me parece mona. Aparenta menos de veinticinco, eso seguro.
Y se ha traído un puto libro de texto a las audiciones. ¿Qué clase de
chica se trae un libro de texto a estos sitios?
Es la típica empollona de buena familia. Quizá no sea virgen, pero
apuesto a que no suele follar y a que tampoco hace el amor. Y, si lo hace,
seguro que procura que haya el menor contacto posible. Vi que ponía en la
encuesta que no le gustaba ni beber ni salir de fiesta ni fumar… Hostia, pues
quizá sí que es virgen. Se la ve muy inocente.
En un momento, han despachado a muchísima gente con las audiciones.
Por fin, los dos amigos de la chica mona salen y le toca el turno a ella.
Veo cómo se aleja. Lleva los típicos vaqueros de madre, como si
quisiera disimular que tiene buen culo.
Muy buen culo.
Cuando se va miro el reloj de la pared mientras me siento al lado de
Jimmy, que está intercambiando mensajes de texto con su hermano pequeño.
La chica mona no vuelve. Interesante.
Pasan unos veinte minutos hasta que anuncian mi número.
La mujer mira su portapapeles y pregunta:
—¿Luke Cross?
—Yo.
Pasamos los controles de seguridad mientras se enrolla para resumirme
las reglas, pero no la escucho.
—Suerte —me dice.
—Gracias, preciosa.
Entro. Puede que esta sea la mayor gilipollez que he hecho en mi vida.
¿Cómo dejé que Jimmy me convenciera? A lo mejor debería renunciar al bar
de Tim. La abuela lo entendería porque siempre se queja de que trabajo
demasiado.
Y una mierda. Como lo pierda notardaré nada en volver a buscar el
desayuno en la basura y dormir en callejones.
Hay una mujer y dos hombres sentados en la otra punta de una mesa y me
estudian de arriba abajo cuando entro.
—¿Qué pasa, chicos?
Entonces, la mujer se limita a decir:
—Él. No hay duda. Él.
Estoy confundido.
—¿Para qué me quieres, preciosa?
Me guiña un ojo, se inclina y se pone a cuchichear con un tío que lleva un
bigote. Él asiente y me dice:
—Parece usted de los que aguantan bien en una pelea, señor…
—Nada de señor —le corrijo—. Llámame solo Luke. Luke Cross. Y sí,
me defiendo.
—Veintiocho años, uno noventa y noventa kilos, ¿eh? Te criaste en el
centro de Atlanta. ¿Eres fan de los Falcons? —pregunta el calvo mientras lee
lo que he escrito en la encuesta.
—Justo.
—Aquí dice que te gusta divertirte. ¿Qué significa eso para ti?
Me encojo de hombros.
—Tomarme unas birras, ver un partido en la tele… Ya sabes, vivir la
vida.
—¿Drogas?
—No. Ya paso de esas mierdas.
—Pero ¿fuiste a rehabilitación? ¿Por alguna adicción?
—Sí. Con dieciocho años, pero al final me desintoxiqué y seguí adelante.
—Se nota que haces deporte —dice la mujer, que no le quita ojo a mis
bíceps.
Los flexiono para que pueda contemplarlos en su máximo esplendor. Y,
ya de paso, me cojo del dobladillo de la camiseta y le pregunto:
—¿Quieres ver mis abdominales?
La mujer asiente, pero Mostachón niega con la cabeza.
—En tu solicitud pone que has estado en la cárcel.
—Sí. Pero eso ya es agua pasada. Hará unos diez años. Allanamiento de
morada. De joven hacía muchas tonterías con tal de conseguir dinero para
drogas.
—¿Y qué nos puedes decir sobre tus estudios?
—Dejé el instituto con dieciséis años. Mis padres me echaron de la
granja que teníamos a las afueras de Atlanta y no los he vuelto a ver desde
entonces. Viví en la calle durante dos años hasta que mi abuelo me encontró
y me acogió. Me llevó a rehabilitación, me sacó de las calles y me enseñó a
hacerme cargo del bar. Se podría decir que es mi héroe.
La mujer se frota los ojos. ¿Está llorando?
—Qué mono.
—Mmm —murmura el hombre—. ¿Y a qué te dedicas?
—Soy camarero en un bar que pertenecía a mi abuelo hasta que murió
hace cinco años.
—¿Y qué harías con el dinero si ganas el concurso?
—Pagaría todas las deudas hipotecarias del bar. Y lo que sobrase me lo
gastaría en cerveza y en un séquito.
La asaltacunas me mira como si quisiese devorarme mientras se da
golpecitos en el labio con el boli. Creo que le molo. Noto la química entre
nosotros.
Le sonrío de oreja a oreja.
—Es coña. Bueno, solo lo último.
—Lo quiero —salta de pronto, como si no pudiese contenerse más.
—Pero si es… —El bigotudo de los cojones se tapa la boca con la mano
para que no me entere de lo que murmura. Es probable que le esté
advirtiendo de que soy una bomba de relojería y de que les voy a traer
problemas. Y no se equivoca.
—¡Me da igual! Es perfecto. Mira qué cara, qué ojos. Es el tipo perfecto.
Nuestro objetivo demográfico se volverá loco por esa cara.
El objetivo demográfico: las mujeres.
Mostachón levanta las manos en señal de rendición.
—Vale.
—Entonces ¿estamos todos de acuerdo? —pregunta la mujer.
Los hombres asienten a regañadientes. Capullos.
—¡Vaya, dos seguidos! —Me dedica una sonrisa lobuna—. Bueno,
guapo, acércate para recoger tu paquete de bienvenida. Has pasado a la
primera fase. La información que necesitas está en esta carpeta.
Alzo el puño en señal de victoria.
—¡De puta madre!
—Vas a tener que moderar tu lenguaje para la tele.
Vuelvo a alzar el puño.
—Entonces, qué guay. ¿Mejor?
—Servirá.
Se presenta como Eloise no sé qué, me estrecha la mano y me dice que es
la productora ejecutiva del programa. Le guiño un ojo. Si esta mierda está
amañada, meterme a la productora ejecutiva en el bolsillo puede ayudarme a
asegurarme un puesto en la final.
Acto seguido, me presenta a los dos hombres, pero pronto olvido sus
nombres.
—Llámanos si tienes alguna pregunta, por favor. Espero verte la próxima
temporada para el comienzo de una gran aventura.
Les estrecho la mano.
—¡De puta madre! Qué ganas de… —Me doy cuenta de que no tengo ni
puta idea de sobre qué va el programa este, pero me da igual. Estoy
preparado para cualquier cosa. He superado la fase más difícil. El dinero es
mío—. Hacer lo que nos hagáis hacer.
Eloise me sonríe.
—Ya verás. Lo harás bien, seguro.
Yo también lo creo. Todos los que tengan una carpeta negra ya pueden
ponerse a la cola para comerme el rabo, porque el millón es mío.
Me acompañan a la salida, donde Jimmy me espera. Se fija en la carpeta
que llevo bajo el brazo.
—Qué te dije yo, ¿eh? Vas a ser una estrella.
—De puta madre —digo, ya que aún no estoy en la tele—. Vamos a
celebrarlo. Ya puedo saborear el dinero. Yo invito.
Pánico
Nell
¿Cuál es mi prototipo de chico ideal? Pues no lo sé. Y sí, me
gustaría casarme, y antes de los treinta, a poder ser. Me gustan la música
clásica, el arte y las cosas buenas de la vida, así que supongo que me
encantaría conocer a alguien culto, con clase, refinado… Quizá un
médico.
—Confesionario de Nell, día 1
Han pasado cuatro meses desde la audición. Es por la mañana temprano.
Estoy en el coche de Courtney y he puesto la cara delante del aire
acondicionado porque siento que estoy a punto de vomitar.
—No puedo creer que vaya a hacerlo. No puedo creer que vaya a
hacerlo. No puedo creer que vaya…
Courtney me interrumpe cuando chasquea los dedos.
—Vas a hacerlo.
Asiento con la cabeza. Me castañetean los dientes.
Se pone el cinturón y me mira desde el asiento del conductor.
—Va, tía, que ya eres doctora. Doctora Malota. Puedes hacer lo que sea.
Es tu momento. Te han elegido entre más de diez mil aspirantes. Vas a llegar
lejos.
Intento que su charla motivacional me cale hondo y espero que
desaparezcan las náuseas.
—Tienes razón.
En pocas palabras, el mes pasado fue una locura. Leí el papeleo una y
otra vez. La mayoría eran chorradas jurídicas y papeles por firmar. Tuve que
pasar un examen físico y conseguir un permiso médico. Asimismo, realicé
una prueba de detección de drogas, rellené un test de personalidad con
alrededor de dos mil preguntas más y me sometí a una evaluación
psiquiátrica. Hace dos semanas, un fotógrafo y una estilista vinieron a mi
casa a hacerme una sesión que me recordó a las fotos de cuando iba a
primaria.
Hoy es el primer día de grabación. Será en un recinto cerrado, en las
instalaciones deportivas del Instituto de Tecnología de Georgia. Como no
tengo coche, Courtney se ha ofrecido a llevarme, pero está frustrada porque
no puede quedarse a mirar. No. En el primer episodio los cincuenta
concursantes se ven las caras y descubren de qué trata el programa, por lo
que todo es confidencial. Cuando acabemos de grabar nos trasladarán
rápidamente a un lugar secreto en el que se reanudará la competición. Hay
mucho hermetismo en este programa.
La verdad es que no me parece mal que sea una grabación privada. No
tengo ninguna prisa por hacer el ridículo delante de millones de personas.
De camino, Courtney me va dando los consejos que le vienen a la mente.
—Está bien que demuestres que eres lista, pero no te pases. Y por lo que
más quieras, no sermonees a nadie ni pongas los ojos en blanco.
—¡Yo nunca hago eso!
—¡Siempre lo haces!
Me encojo de hombros.
—No tengo la culpa de que la gente me saque de quicio.
—Vale, vale. Pero tú inténtalo. En serio, Nell, porque si esto se parece a
Supervivientes, vas a tener que conseguir gustarle a la gente y crear vínculos
con ellos si quieres ganar.
Me estremezco. A mí eso no me pasa. La gente me evita.
—Así que, incluso aunque odies a alguien, finge que es tu persona
favorita en el mundo. —Se queda pensativa un momento—. Imagina que son
los crucigramas del New York Times de los domingos.
La miro fijamente.
—Los de los sábados son más difíciles.
—Vale, vale, pues piensa que son los crucigramas de los sábados, me da
igual. Pero no te cabrees con ellos por ser ignorantes, ¿vale? No quiero que
mandes tu oportunidad al garete por ser una inadaptada social. Los
inadaptados sociales siempreson los primeros a los que echan.
No puedo discutírselo. Sé que lo soy.
—Primero, solo he visto un episodio de Supervivientes, y solo porque tú
lo estabas viendo, y me marcó de por vida. Comieron ciempiés. Segundo,
¿cómo sabes que esto se parecerá a Supervivientes?
—No lo sé. Yo solo te aviso.
—Pues si tengo que comerme un ciempiés, ya pueden echarme. ¿Algo
más?
—Sí. Sonríe. Relájate. Que parezca que te lo pasas bien. Intenta aliarte
con los más sociables y los más simpáticos. No pienses en el dinero o te
frustrarás y…
—Me echarán a la calle. ¿Qué más?
—Y si en algún reto hay que nadar…, apáñatelas para hacer lo menos
posible. Bueno, eso con cualquier reto físico. Mejor ni lo intentes.
—Oye, que sé nadar.
Courtney resopla.
—Nell, si pareces un bicho agitando las patitas para no ahogarse —dice
mientras sacude los brazos en el aire un momento antes de volver a coger el
volante.
—Vale. Pero… Courtney.
Respiro hondo.
—¿Qué? Sé que hay algo que te preocupa. Venga, desembucha.
—Es que… ¿Te acuerdas de que dijiste que querías que viéramos
Solteros de oro para burlarnos de los concursantes? ¿Eso significa que la
gente me verá y se burlará de mí?
Me mira con compasión.
—Cielo… No le caerás bien a todo el mundo. Sí, habrá gente que se
burlará, pero también habrá quien te apoye. Los productores te han elegido
entre miles de personas por alguna razón.
Me hundo en el asiento y, con la vista al frente, susurro:
—¿Crees… que Gerald me verá?
Courtney cierra los ojos como si no pudiese soportar mirar a alguien tan
patético como yo. Supongo que seguir prendada de un tío que te rechazó de
forma tan absoluta hace nueve meses es un poco triste.
—Sí, seguramente.
Cuando salíamos las dos parejas a la vez, Gerald siempre hablaba con
Joe de realities. Le encantaban y siempre se imaginaba cómo sería concursar
en Supervivientes. Mientras yo estudiaba, él estaba en la otra habitación con
los ojos pegados a la tele. De no ser por sus prácticas, seguro que lo habría
visto en la cola de la audición. Me estremezco. ¿Me verá hacer el ridículo?
Quizá es uno de los motivos por los que accedí a hacer esto. Quería
volver a estar delante de él a toda costa, incluso aunque eso significara dar
pena.
—No pienses en él. Céntrate en ti y en ser tú misma.
Cierto. Ser yo misma. Puedo hacerlo.
—Pero nada de poner los ojos en blanco, sermonear a la gente o
comportarme como una inadaptada social, ¿no?
Ella asiente.
—Exacto. Y tampoco nadar. No lo olvides. Ni se te ocurra nadar.
Uf.
—¿Has acabado?
No, no ha acabado. Me da más consejos, pero entonces llegamos al
aparcamiento de las instalaciones deportivas. Está abarrotado. Hay por lo
menos veinte camiones con equipos de grabación, así como uno enorme de
dieciocho ruedas aparcado detrás. Tiene escritas las palabras “«MATRIMONIO
POR UN MILLÓN DE DÓLARES» en un lateral, y al lado hay una foto de Will Wang,
el calvo de las audiciones.
Me pongo a temblar de nuevo.
Courtney se detiene cerca de la entrada principal y suspira mientras yo
miro las puertas.
—Qué envidia me das. ¡Esto te va a cambiar la vida! —Lo sé, aunque no
tengo claro si será para bien o para mal—. ¿Lo tienes todo?
Vuelvo a repasar la lista de mi regazo.
—Creo que sí.
Estiro el brazo hacia el asiento de atrás y cojo mi mochila grande y
resistente. Luego abrazo a Courtney.
—Nos han dicho que no podemos hablar con nadie durante la grabación
ni usar el móvil. Te he añadido como contacto de emergencia. Bueno, adiós.
Te echaré de menos.
—Y yo a ti —responde—. ¡Dales caña!
Ya está. Ha llegado el momento.
Agarro la manija y abro la puerta. Nada más pisar la acera se me echa
encima una mujer con un micro. ¿De dónde narices ha salido?
—Perdone, ¿es usted concursante de Matrimonio por un millón de
dólares? ¿Sabe en qué consistirá el programa? ¿Nos puede contar algo
acerca de la grabación que se va a llevar a cabo hoy?
La miro sin mediar palabra.
Tampoco es que pueda contarle nada. Porque ni siquiera nosotros
mismos lo sabemos. Y una de las cláusulas del contrato nos prohíbe revelar
el contenido de la carpeta. Pero tengo la cámara en la cara y eso hace que me
olvide de caminar, hablar o respirar.
De pronto, alguien me coge de la cintura y me empuja hacia la puerta.
Dejo escapar un chillido, desconcertada, cuando oigo una voz masculina:
—Que te pires, coño, que no va a decir nada.
Bajo la vista y veo una manaza bronceada en mi abdomen.
Luego, la levanto y me encuentro con una bestia peluda. El yeti.
Recupero el habla al instante y le doy puñetazos en la mano.
—¡Suéltame!
Cruzamos las puertas y me deja en el suelo con brusquedad.
—Como desees, princesa —me dice con una sonrisa de oreja a oreja—.
Si de verdad pretendes ganar, ya puedes empezar a acostumbrarte a las
cámaras.
Lo miro con el ceño fruncido.
—¿Qué haces aquí? Esto es solo para concursantes.
Se mete la mano en el bolsillo de los vaqueros y saca una hoja doblada.
Mientras la despliega, me doy cuenta de que forma parte del papeleo de los
concursantes.
No, por favor. No, no, no, no.
—¿Eres concursante?
—Ya te digo —dice—. Te voy a machacar.
Frunzo el ceño aún más. Courtney quería que fuese amable con todo el
mundo, ¿no? Pues más vale que lo olvide. Me cuelgo la mochila al hombro.
—Ya veremos. Déjame en paz.
Doy fuertes zancadas que resuenan mientras me dirijo a recepción, pero
él me sigue de cerca.
—¿Qué? ¿Hoy no te has traído el libro de texto tocho?
Le doy palmaditas a la mochila. He traído un montón de libros. Entonces
me doy cuenta de que no tiene por qué saberlo.
—No es asunto tuyo.
Sigue intentando hablar conmigo mientras le entrego mis papeles a la
mujer de recepción. Decido ignorarlo una y otra vez.
—Bienvenida —me dice la mujer, que lee mi nombre en la hoja.
Juro que me está pisando los talones; noto su aliento en la nuca. Me aliso
la coleta y mi pelo impacta contra sus pectorales.
Esos pectorales de acero, propios de Superman.
—Penelope Carpenter. Estamos encantados de tenerte como concursante.
El resto se está preparando para la grabación. Pasa por aquella puerta de
allí.
—Gracias.
Cruzo las puertas. Otra vez me castañetean los dientes. Nos dijeron que
llevásemos puesta ropa deportiva y que trajésemos varias mudas. Como no
tenía, fui al súper y compré con la tarjeta de crédito sujetadores deportivos,
pantalones pirata de licra, camisetas y unas zapatillas por valor de 200 $.
Sin embargo, cuando entro, me doy cuenta de que «ropa deportiva» no
significa lo mismo para todo el mundo. Hay una mujer super musculosa que
solo lleva la parte de arriba de un bikini y pantalones cortos de niño. Otra
muy guapa con una trenza en la espalda va solo en bikini. Un hombre lleva
unos pantalones de ciclista cortos y ajustados que le marcan todos los
músculos. Mucha gente está enseñando demasiada carne. ¿No les da miedo
que se les salga una teta o algo así y se vea en pantalla? Porque a mí sí, de
ahí que me haya traído las camisetas más holgadas que he encontrado.
Merodeo alrededor de la sala mientras veo cómo los hombres sacan
musculitos y las mujeres se pavonean delante de un espejo que llega hasta el
techo.
Me siento como pez fuera del agua.
Mientras me pregunto si todo esto vale la pena por 20 000 dólares, me
tropiezo con el pie de una chica sentada en un banco. Tiene la piel oscura y
lleva pantalones cortos debajo del sari y zapatillas. No se le ven las tetas.
—Hola —me saluda mientras se aparta para hacerme sitio.
Me siento a su lado; el corazón me va a mil.
—Hola. ¿Eres concursante?
Ella asiente.
—Estoy muy, muy, muy nerviosa —reconoce con voz débil y baja—. ¡No
tengo ni idea de por qué me han elegido!
Sonrío.
—Ni yo.
Extiende la mano.
—Shveta Patel —dice—. De Nueva Jersey. Estoy intentando ganar
dinero para enviárselo a mis padres, en la India, y que le paguen la
operación a mi hermano pequeño.
Oh. Eso sí que es honorable, y no el lío en el que yo estoy metida. Le
estrecho la mano.
—Nell Carpenter. De aquí, de Atlanta.
—Me he estado fijando —dice—, y creo que han intentado escoger a
personas que no se parezcan en nada entre ellas.Representa muy bien la
esencia de Estados Unidos. Hay jóvenes, viejos, gente de todas las razas y
clases, deportistas, no deportistas… Es muy interesante.
Miro a mi alrededor y veo a lo que se refiere. Aun así, la mayoría tiene
una cosa en común: sus partes íntimas están casi al descubierto.
Justo entonces veo al yeti. Lleva una camiseta ajustada y pantalones de
camuflaje. No le hace falta pavonearse o sacar musculitos; es consciente de
lo sexy que resulta. Se ríe mientras habla con dos guapos más como si fuesen
amigos de toda la vida. La rubia ligera de ropa está loquita por él, y la mujer
mayor de los tatuajes que lleva corsé de cuero y lo mira desde un banco
también. De hecho, todas las mujeres tienen los ojos puestos en él. Y, a
medida que cuenta su historia con entusiasmo y la acompaña de gestos, cada
vez más gente le presta atención y se siente atraída por él.
Casi puedo oír la voz de Courtney en mi cabeza: «Es él. Alíate con él».
Menos mal que no está aquí, porque me niego a acercarme a ese tío.
Además, Shveta me cae mucho mejor. Hablamos un poco y me entero de
que es epidemióloga. Me cuenta que está enganchada a los realities y que lo
sabe todo de ellos porque en la India tenía estrictamente prohibido ver la
tele. Es muy fan de Solteros de oro, Supervivientes, El Gran Reto… Vamos,
todo programas que no conozco de nada. No se lo voy a tener en cuenta.
Dado que sabe tanto, decido que podría ser una buena aliada.
Pero no puedo dejar de mirar al yeti y cómo encandila a los presentes sin
ningún esfuerzo. Hace que todos se giren hacia él como las flores se vuelven
hacia el sol. Lo adoran. ¿Por qué?
Mientras pienso en la respuesta, él deja la frase a medias para mirarme
con esos ojos verde esmeralda tan sexys y desconcertantes y me guiña un
ojo.
Entonces, todos se giran en mi dirección.
Me arde la cara. Ser el centro de atención hace que me pique la piel.
Él prosigue con su historia y deseo que me trague la tierra, pero en ese
momento alguien se pone a gritar nombres por un megáfono.
—Penelope Carpenter. Preséntate en la puerta roja para ir al
confesionario.
Miro a Shveta.
—¿Confesarme? Pero si no soy religiosa…
—No, no. Yo lo acabo de hacer. No te preocupes, no da miedo. Te
encierran en una habitación y te graban mientras respondes algunas
preguntas, como por qué estás aquí, cuáles han sido tus primeras
impresiones, de qué crees que tratará el programa, quién crees que es tu
mayor rival, etc.
No, parece que no da miedo, pero bien que me he asustado cuando
aquella mujer me ha puesto la cámara en la cara antes.
Voy. Me tiemblan un poco las rodillas, pero no es tan horrible como
esperaba. La mujer que graba es maja y me saca las respuestas con bastante
facilidad. Al final dice:
—Si sigues en el concurso, tendrás que ir al confesionario dos veces al
día. ¡Suerte, Nell!
Algo más animada, me dirijo al vestuario. Una vez allí me doy cuenta de
que están todos en fila: las mujeres a un lado y los hombres al otro. Me
pongo al final. Nos llevan por un pasillo oscuro hasta una cancha de
baloncesto desierta. Allí nos recibe Will Wang, que lleva un traje sin
corbata.
—¿Preparados para vuestra foto de clase? —pregunta.
La mujer, Eloise Barker, la productora ejecutiva, también está aquí y nos
estudia de arriba abajo uno a uno.
—¿Podrías quitarte la camiseta? —le pide a un hombre. Y añade en voz
alta—: Por cuestiones de publicidad nos ayudaría mucho que llevaseis
cuanta menos ropa mejor, ya que las fotos van a estar en todos los carteles y
queremos llamar la atención de la gente. Así que ¡a desnudarse! Pero ¡no os
paséis tampoco! ¡Sobre todo tú, Luke!
La gente empieza a quitarse la ropa como si no fuese mucho pedir. Los
hombres están sin camiseta, pero es que las mujeres no se quedan atrás. La
chica que llevaba la parte de arriba del bikini se baja los pantalones y
descubre su vientre plano.
Me estremezco. Miro abajo. Yo ya voy con pantalones ajustados y
camiseta holgada encima del sujetador deportivo. No quiero quitarme nada
más, o perderé mi dignidad.
Por suerte, Eloise no me pide que me quite la camiseta. Me subo las
gafas y me pregunto si de verdad parezco tan repulsiva como para que la
gente no quiera verme desnuda.
Los miembros del personal nos colocan en filas de forma que hombres y
mujeres estamos alternados. Me pongo en segunda fila, al lado de un
asiático, y entonces me doy cuenta de quién se va a poner al otro lado.
El yeti.
No puedo mirar.
Madre mía, menudo torso.
Es todo músculos tonificados, bronceados y fuertes. Lleva tatuajes por
todos lados y tiene unos abdominales increíbles. Para lo guarro que pensaba
que era, huele muy bien.
Aunque los pensamientos que me provoca sí que son sucios. No puedo
evitarlo. Está para mojar pan y rebañar.
Me rodea con un brazo. Me envuelve con su cuerpo rígido y me
contraigo como un paquetito aplastado.
—Me alegro de que estés aquí, Penny.
Parece que cada poro de mi piel se alegra con su tacto. Estoy tan
excitada que me pica todo.
Me niego a dejar que esto vaya a más.
Lo miro con cara de pocos amigos mientras los demás se colocan en la
fila.
—No me llames así. Nadie lo hace.
Trato de apartarlo de un codazo, pero es imposible sin tocarlo, y he
jurado que no cruzaría esa línea. Los miembros del personal parecen
decididos a apiñarnos como a sardinas, así que nos hacen gestos para
indicarnos que nos apretujemos más. Me rodea con el brazo y me estrecha
contra sus pectorales. Noto el calor de su pecho desnudo incluso a través de
la camiseta.
El fotógrafo mira por el objetivo.
—A ver, giraos un poco para que quepáis todos.
Le hacemos caso. Ahora lo tengo detrás. Su calor corporal me está
mareando.
—Soy Luke —me susurra al oído, y hago todo lo posible por no pensar
en cada centímetro de su piel tersa y desnuda…
Me da igual. Me da igual. Me… Ay, madre. De pronto noto que algo se
contrae detrás de mí.
¿Es su polla lo que me está presionando contra la parte baja de la
espalda?
Me echo encima del asiático que tengo delante y ahogo un grito cuando
pierdo el equilibrio y por poco me caigo de la plataforma. Unas manos
enormes me cogen de los brazos y me devuelven a tierra firme antes de que
derribe a los demás concursantes como si fuesen bolos.
—Quieta.
Levanto la vista y veo que me está sonriendo con arrogancia. Me mira
con ojos salvajes y felinos, enmarcados por pestañas gruesas y oscuras.
Tiene los dientes demasiado blancos y alineados para lo sucio que parece.
Sacudo el brazo para que lo suelte, y lo hace, pero despacio, como si se
resistiese a dejarme ir.
Me flaquean las rodillas. Tengo una sensación rara, como si me hubiese
marcado. Ningún hombre ha tenido ese efecto en mí jamás al tocarme.
Pero él es él. Y yo soy yo.
Y por eso nunca deberíamos estar juntos. Es una locura. Alteraría las
leyes del universo por completo.
Por fin, el fotógrafo empieza a hacer las fotos. Me paso casi todo el rato
aguantando la respiración.
—A ver, chicos, os aviso —nos dice Eloise a todos mientras bajamos de
los escalones—. Poneos algo que sea fácil de lavar. El primer desafío será
un poco sucio.
¿Sucio? Uf, odio la suciedad.
Pero entonces miro a Luke, que se aleja de mí y se pavonea como si
supiera que es el centro de todas las miradas. Con paso alegre recoge su
camiseta. No puedo apartar la vista de sus tatuajes porque me hipnotiza la
manera en la que se mueven en esa espalda perfecta, bronceada y musculosa.
Creo que quizá ya no detesto tanto la suciedad como antes.
Luke
¿Mi prototipo de chica ideal? Buf, ni idea. Lo único que sé es que aún
no la he conocido. No he conocido a ninguna que me haya hecho decir:
«Sí, esto es lo que quiero para el resto de mi vida». Es que ni por asomo.
—Confesionario de Luke, día 1
No sé si es importante tener aliados en este juego, pero de todas formas
yo los tengo.
Siempre se me ha dado bien hacer amigos. Todavía no hemos empezado
a grabar siquiera y ya he llegado a un acuerdo con Ivy, la culturista rubia;
otro con Michael, el chaval informático; y otro con cuatro deportistas que
parecen el grupo de«los guays». Nos hemos comprometido a ayudarnos
hasta el final. Y si sumamos eso a mi relación con la productora ejecutiva,
podríamos decir que no está nada mal. Además, estoy seguro de que haré
más amigos.
Penny, por ejemplo.
O… no.
Ahora le gusta huir de mí, pero cuando estaba pegado a ella hace un
momento no podía disimular que se siente atraída por mí igual que yo no
podía ocultar lo dura que me la había puesto. La pobre tenía toda la piel de
gallina, incluso en esas pequitas tan monas.
Nos volvemos a poner en fila para pasar a la siguiente habitación: las
chicas a un lado y los chicos al otro.
—A ver —dice uno de los miembros del personal mientras se pasea por
el pasillo—. No estamos en directo, pero lo vamos a grabar todo en una sola
toma, así que no habléis y tampoco os desnudéis. Comportaos, chicos, por
favor. Primero grabaremos a Will Wang mientras camina de espaldas hacia
las puertas. La cámara lo enfocará a él, y quiero que todos os asoméis y
saludéis o choquéis los cinco mientras pasa por vuestro lado, y que os
presentéis mirando a cámara. Entonces, cuando grite «¡esto es Matrimonio
por un millón de dólares!», cruzaréis las puertas a toda prisa y os colocaréis
en vuestra marca. ¿Entendido?
Aplaudimos y jaleamos entusiasmados. Silbo y Ivy pone los ojos en
blanco sin dejar de aplaudir.
—¡Venga, venga, venga! —brama.
Es una puta bestia. Si tengo algún rival, es ella. Hay otros cachas, pero
ya me he hecho amigo de todos. Estoy listo para ser el líder.
—Tres… Dos… Uno… Grabando —anuncia el director.
—¡Hola! En directo desde las instalaciones deportivas del Instituto de
Tecnología de Georgia. ¡Bienvenidos a la primera temporada del programa
que va a arrasar! Esta noche nos acompañan cincuenta concursantes que no
tienen ni idea de lo que van a tener que hacer para conseguir nuestro premio.
Lo único que tienen en común son sus ganas de ganar el mayor premio de la
temporada: ¡un millón de dólares! ¡Esto… es… Matrimonio por un millón
de dólares!
Corre de espaldas mientras habla. Presenta a algunos concursantes y abre
la puerta de un empujón. Aprieto los puños y sigo al líder.
No puedo creer que esté aquí, haciendo esto, ni que haya dejado a Jimmy
y a Flynn a cargo del bar las próximas tres semanas y que les haya pedido
que se aseguren de que la abuela está bien. Antes de irme, le dije que iba a
estar fuera un tiempo para dedicarme a la tele y que me pasaría las próximas
tres semanas sin saber ni dónde estaría ni qué haría. Y sigo sin saberlo. Solo
sé que lo van a retransmitir para todo el país.
Formo parte del juego.
Cruzo las puertas corriendo. Es como si fuese la final de un campeonato
y fuésemos el equipo local. Las gradas están abarrotadas y el público grita.
Deben ser actores, porque están demasiado emocionados. Gritan e intentan
tocarnos cuando paso corriendo. ¡Hostia puta!
Casi freno en seco cuando veo lo que tengo delante.
Es una piscina olímpica.
Y está llena de globos.
Uno de los concursantes que tengo detrás me da un codazo y me señala
dónde está mi marca, una X en el suelo con el nombre «LCROSS». Me
coloco ahí y saludo a mis falsos fans. Devuelvo los besos que me lanzan
unas chicas muy monas y entonces me animan con más energía.
—¡Vale, chicos, en esto consiste el juego! —grita Will Wang cuando
estamos todos. Se sube a un podio con vistas a la piscina, desde donde un
cámara nos graba desde arriba. He contado al menos diez cámaras. Busco a
Penny y la encuentro en la otra punta, muerta de miedo—. Hemos llenado
esta enorme piscina con globos. Hay por lo menos un millón. Cuando toque
el silbato tendréis que tiraros y encontrar el globo con vuestro nombre.
Fácil, ¿no?
Examino los globos. Lo primero que noto es que los nombres están
escritos con permanente. Alzo la vista y veo que una de mis mayores
amenazas, un tío rapado lleno de tatuajes y piercings llamado Ace, está
haciendo lo mismo.
Me mira con cara de pocos amigos.
Se va a enterar este cabrón.
—Pero ¡hay una trampa! —anuncia Will Wang con una sonrisa—. Si
alguien encuentra vuestro globo primero, puede dároslo de manera
desinteresada.
Casi me entra la risa. Nunca he conocido a muchas personas que estén
dispuestas a compartir un millón de dólares.
—Aunque también puede explotarlo, en cuyo caso dicho concursante
quedaría eliminado de la competición para siempre.
Varios ahogan un grito.
¡Sí, hombre! Eso no me va a pasar a mí. Me lo he currado para estar aquí
y tengo aliados.
Estoy preparado.
—Si explotan vuestro globo, solo podrá salvaros una cosa, pero lo
descubriremos más adelante. Sin embargo, antes de poneros a explotar los
globos de todos los concursantes, tened en cuenta que es posible que
necesitéis a esa gente más tarde. Está en vuestras manos.
Alzo la barbilla y me preparo para tirarme con el objetivo de encontrar
mi globo sin explotar ninguno.
—Esta fase acabará con dieciocho concursantes. Sí, más de la mitad
seréis eliminados. Los primeros que encuentren sus globos pasarán a la
siguiente fase. —Coge aire y levanta una mano—. ¿Alguna pregunta?
Todos negamos con la cabeza.
—¡Preparados! ¡Listos! ¡Ya!
Saltamos a la vez mientras suena una música horrorosa de fondo.
Se desata el caos. Globos de todos los colores vuelan por todas partes.
Entonces, noto algo viscoso entre los dedos de los pies y lo entiendo
todo. En esta piscina no solo hay globos.
Parece… gelatina.
Percibo el olor mientras me abro paso. Y entonces la veo. Gelatina de
lima pegajosa y dulce.
Gritos. Voces. Estallan las primeras peleas y Wang llama a la calma. Se
oye la fricción del látex de los globos al rozarse y el chapoteo de la gelatina,
pero hay un sonido más estridente aún: el de los globos al explotar. Por todas
partes.
Me dirijo hacia los dos globos que vi antes y me fijo en que en el
primero pone «SHVETA PATEL». Vadeo hasta el otro y lo cojo antes que
Silas Chen, el chaval de mi grupo. Sonrío de oreja a oreja al leer el nombre:
«PENELOPE CARPENTER».
—¿De quiénes son? —me pregunta mientras busca como un loco entre
los globos y la gelatina de los cojones.
—No está el tuyo.
—Me lo darás si lo ves, ¿no?
—Claro.
Me giro en una dirección diferente y me sumerjo en un mar de lima y
látex mientras una mujer se lanza sobre mí. Está llorando, las lágrimas se
deslizan por su rostro y tiene gelatina entre las tetas.
—¡Qué asco!
—¡Jódete! —grita alguien detrás de mí, y estallan más globos—. ¡Eh, tú,
gilipollas, dame ese puto globo!
Pedirnos que nos comportáramos era demasiado.
—Nuestra primera concursante, Greta Waltz —dice Will con tono
solemne—, ha sido eliminada.
No veo más globos escritos desde mi posición privilegiada, así que me
enderezo y busco a Penny. Lleva todo el rato en la otra punta de la piscina, y
ha estado revisando cada globo despacio y con cuidado. Vadeo hacia ella
mientras aparto la gelatina de mi camino y, justo en ese momento, me
encuentro con una chica ataviada en un sari. Los globos la cubren por
completo e intenta mantener la cabeza a flote.
—¿Shveta?
Apenas puede oírme porque hay demasiado ruido.
—¿Sí?
Le entrego su globo.
—¿En serio? —Lo levanta y lo estudia con atención—. Madre mía,
gracias.
Sigo abriéndome paso entre el caos para llegar hasta Penny cuando Will
Wang anuncia:
—¡Ya tenemos a nuestra primera concursante, damas y caballeros!
¡Shveta Patel, de Nueva Jersey!
Y nos suelta todo el rollo de la vida de Shveta. No dejo de mirar los
globos a mi alrededor mientras cruzo la piscina.
Han descalificado a otros cinco concursantes más; uno de ellos, que es
de mi grupo, echa pestes por lo bajo con aires de ofendido mientras se dirige
hacia la pared donde están los demás perdedores. Entonces veo a Ace, que
aprieta un globo hasta hacerlo explotar.
—¡Y otro que muerde el polvo! —exclama Will Wang—. Ace Moulder
está en racha. Ya ha condenado a tres personas. ¡Los demás concursantes
rezan para que sus globos no acaben en sus garras!
Joder. Bueno, aún no han dicho mi nombre. A medida que me acerco,
noto a Penny más preocupada. Sigue revisando cada globo con esmero, pero
arruga un poco la frente

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