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Tan solo tienes que clicar en este botón. http://principaldeloslibros.us12.list-manage.com/subscribe?u=828ed6c29c45c4ea4d8b2e7a5&id=6d7bad9fd5 Mi gran boda millonaria Katy Evans Traducción de Eva García Contenido Portada Página de créditos Sobre este libro La hora de la verdad Una deuda de medio millón de dólares La audición Pánico Sobrevivir a la primera fase Sí, queremos Perdidos en el maizal Primer puesto fronterizo Francés en la oscuridad «Langosta» de recompensa Aislados por la nieve En cabeza Confianza Dulce como la miel Aloha, Hawái Más allá de los Siete Lagos Sagrados Línea de meta El mundo real Encuentro a escondidas Final Seguir adelante Epílogo Agradecimientos Lista de reproducción Sobre la autora Página de créditos Mi gran boda millonaria V.1: diciembre de 2021 Título original: Million Dollar Marriage © Katy Evans, 2019 © de la traducción, Eva García Salcedo, 2021 © de esta edición, Futurbox Project S.L., 2021 Todos los derechos reservados. Esta edición se ha gestionado mediante un acuerdo con Amazon Publishing, www.apub.com, en colaboración con Sandra Bruna Agencia Literaria. Diseño de cubierta: Letitia Hasser Publicado por Chic Editorial C/ Aragó, 287, 2º 1ª 08009 Barcelona chic@chiceditorial.com www.chiceditorial.com ISBN: 978-84-17972-44-8 THEMA: FRD Conversión a ebook: Taller de los Libros Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Mi gran boda millonaria Era un matrimonio de pega. O, al menos, esa era la idea… Nell necesita dinero para pagar su préstamo universitario y Luke para salvar su bar, así que se apuntan a un reality donde pueden ganar un millón de dólares. Las reglas son sencillas: deberán casarse, aunque no se conozcan de nada, y competir contra otras parejas en retos por todo el país. Ah, y está prohibido enamorarse. Parece fácil, Nell y Luke no podrían ser más diferentes, pero ¿podrán respetar las reglas? Una novela adictiva de la autora best seller de las series Real y Pecado «Una historia de amor moderna con emociones auténticas. ¡Un libro muy recomendable!» Harlequin Junkie A la vida, experta en desgarrarnos cuando necesitamos madurar. Era un matrimonio de pega. O, al menos, esa era la idea… La hora de la verdad 17 de diciembre Nell Tengo ganas de vomitar. Es la final en directo que todo el país ha estado esperando. El plató está repleto de periodistas y las cámaras nos enfocan. Se disparan los flashes, y mi futuro pasa ante mis ojos a la misma velocidad. Todo depende de lo que ocurra en la próxima hora. Podríamos responder en un segundo, pero ahora no. Sé que el presentador se va a enrollar hasta la saciedad. Un resumen con los momentos más conmovedores de la temporada, entrevistas a los concursantes, actuaciones de «invitados famosos especiales» que también son fans del programa. Cada detalle está pensado para crear emoción hasta que llegue la hora de la verdad. La gente en este plató, los trece millones de espectadores que nos ven en sus casas, todos esperan en vilo la respuesta a una única pregunta. ¿Sí… o no? Ojalá pudiéramos responder y acabar de una vez. Está muy cerca, pero también podría estar a millones de kilómetros. Entrelazando sus dedos con los míos, saluda a la multitud que corea nuestros nombres. No le sudan las palmas de las manos. Echo un vistazo a sus facciones marcadas y a su sonrisa relajada y se me hace un nudo en la garganta. No me extraña que todo el mundo esté enamorado de él, ni que haya sido el favorito de los fans desde la primera semana. Ya está. Es el final. O quizá… Lo miro y le digo: —Luke… Yo no… Niega con la cabeza con gran disimulo. —No pasa nada —murmura mientras me acaricia la palma de la mano con los dedos—. Respira, Penny. Respira. Eso hago. Pero aire no es lo único que necesito ahora mismo para recomponerme. Hemos pasado por muchas cosas, más de lo que la mayoría de las parejas vivirán en toda su vida. Y ahora estamos a punto de tomar la decisión que determinará nuestro futuro. Me resulta extraño pensar que hace siete meses ni siquiera conocía a Luke Cross. Y que hace tres meses lo odiaba. Pero en algún momento las cosas cambiaron. En algún momento de esta aventura de locos que hemos representado en televisión para que la vea todo el mundo hice lo que me prometí a mí misma que nunca haría. Ni siquiera sé cómo pasó, pero, cuando vuelvo la vista atrás, me parece que era inevitable. Como si no hubiera podido impedirlo siquiera, aunque lo hubiera intentado. Pero que tuviese que pasar no significa que vaya a durar eternamente… Una deuda de medio millón de dólares Nell Ni siquiera sé por qué estoy aquí. Seguro que voy a ser la primera persona a la que echen. Si es que aquí se echa a la gente. No veo la tele, así que no tengo ni idea de cómo funcionan estos concursos. —Confesionario de Nell, día 1 Siete meses antes Me encuentro tumbada en el suelo del salón, en mi piso a las afueras del campus. Creo que me va a dar un infarto. Courtney entra y me observa mientras hago un mohín. Me da un toquecito con la punta de sus zapatos planos. —¿Tan mal? Entonces, repara en el sobre roto y en el extracto bancario doblado en tres partes que descansa encima de mi abdomen. Sabe a ciencia cierta qué época del año es y lo que eso significa. Y sí, también sabe que, en efecto, las cosas van mal. Pero en los últimos años se me ha dado muy bien vivir negándome a aceptar la realidad, y he ignorado el hecho de que el día del juicio final se acercaba cada vez más. El día en que me salpicaría la mierda. Y no hay duda de que ese día ha llegado. —No puedo respirar —gimo—. Me muero. Courtney va a la nevera y coge un racimo de uvas. —Mmm… Si te mueres, ¿se hará cargo alguien de tus préstamos estudiantiles? Me incorporo y la miro con el ceño fruncido, pero solo durante un segundo, porque de pronto vuelvo a sentirme débil. Quizá me estoy poniendo enferma. Me tumbo y me quedo mirando la vieja araña de cristal cubierta de polvo de nuestro piso de mierda. El piso de mierda que elegí para ahorrar dinero. Ni que hubiese vivido a cuerpo de rey todos estos años. ¡Joder, me he contenido! Courtney se agacha a recoger la carta. —¡Quinientos mil dólares! ¡Guau! Dios. Oírlo en voz alta solo hace que la deuda me parezca más imposible de afrontar. Empujo el culo contra el suelo con la esperanza de que me trague. —¿Cómo he acabado así? Courtney se da golpecitos en la barbilla. —No sé. ¿Quizá porque no has trabajado desde que te graduaste en la universidad hace cuatro años? Me incorporo y la miro a los ojos. Mi mejor amiga, Courtney, se especializó en educación, se sacó el título en Emory a la vez que yo y tiene un buen trabajo. No gana un dineral, pero al menos lo suficiente para devolver el préstamo estudiantil cada mes, y no tiene que pagar su parte proporcional del alquiler con la tarjeta de crédito como yo. Y encima puede permitirse pequeños lujos como… Courtney se da cuenta de que estoy mirando su Frappuccino helado de vainilla y me lo ofrece. Le doy un sorbo con avidez. —Ay, pobre. Cruzo las piernas como los indios. —¿Cómo esperas que consiga trabajo si aún estoy intentando acabar el doctorado? Se ríe. —En literatura comparada. Ni siquiera sé a qué clase de trabajo puedes optar con ese título. Dijiste que no querías ser profesora en la universidad. —Y es verdad. —Pero eso no significa que no lo haría si pudiera. La verdad es que enseñar parece divertido, pero el mero hecho de pensar en dirigirme a una sala llena de estudiantes universitarios hace que me pique todo. Odio exponerme de esa forma—. Sin embargo, me he graduado con matrícula de honor en todas las asignaturas.Hay muchos puestos de trabajo disponibles para alguien con mi educación. Quizá me esté engañando a mí misma. Mientras me sacaba la carrera no pisé ni una vez el despacho del consejero de carreras. No he movido un dedo para mejorar mi currículum. Yo estaba la mar de bien mientras ampliaba mis estudios en la Universidad Emory: primero, el doble grado en Filosofía e Historia del Arte, luego, el máster en Antropología y, por último, el doctorado. Eso es porque Penelope Carpenter siempre termina lo que ha comenzado. Cuando era pequeña, les pregunté a mis padres hasta dónde podía llegar en mis estudios y cursé las asignaturas que me interesaban para alcanzar mi objetivo. Dije que iría a por todas, y lo he cumplido, aunque a mi manera. Estoy hecha para llegar lejos. El problema es que he ido acumulando algunas deudas por el camino. Madre mía, me aterra el mundo real. Donde destaco y estoy a gusto es en clase. Los libros son mi refugio. En cambio, la vida es todo menos eso. Puf, solo de pensarlo ya noto que me salen ronchas en la cara. Ojalá me quedase algún título por sacarme. Un super doctorado. ¿Y si empiezo el doctorado en jurisprudencia, de modo que pospongo aún más el día del juicio final? —Vendrás el jueves a la graduación, ¿no? —le pregunto. Ella se quita la americana. —Pues claro, doctora. Le sonrío. Perfecto. Me cuesta hacer amigos, así que ella es lo más parecido a una familia que tengo en Atlanta. El resto de mis parientes están en Nueva Inglaterra y viven a lo grande. Y no, me dejaron bastante claro que, si quería ir a una universidad que no fuese Harvard, los gastos correrían de mi cuenta, y así ha sido: he asumido los costes—a duras penas— a base de dar clases particulares aquí y allá. Mi padre llegó a donde está ahora por sus propios medios y quiere que sus hijos hagan lo mismo. Firmó como garante de la tarjeta de crédito y del contrato de alquiler del piso, pero espera que se lo devuelva todo cuando pueda reunir el dinero. Mi madre piensa que estoy cometiendo un grave error al sacarme títulos sin parar y no duda en recordármelo cada vez que puede. Mi padre ya me ha avisado de que, cuando se muera, mi herencia irá a Harvard, su alma mater, así que ni siquiera les he invitado a la graduación. Aunque tampoco es que fuesen a venir. Levanto la hoja por una esquina como si estuviese sucia y la dejo caer al suelo. —¿Crees que Gerald irá? Courtney resopla. —No. —Pero… —Nell. El tren Gerald no solo ha salido de la estación, sino que ya está en otro país y se aleja de ti cada vez más rápido. Eso, Nee, tú no te cortes. Pero sí. Ya lo sabía. Aun así, siempre mantengo la esperanza en sus ojazos azules. Antes de conocerlo nunca me había interesado especialmente ningún chico, pero no dejaba de encontrármelo en la biblioteca. Acabó pidiéndome que estudiásemos juntos y llevo colada por él desde entonces. Es monísimo, practica esgrima, entiende de vinos y ama el arte y la música clásica. En definitiva, es el hombre de mis sueños. También trabaja como interno en el Hospital de Niños de Atlanta y está prometido con una Barbie que estudia medicina. Hace nueve meses que rompimos. Lo normal sería que, a estas alturas, ya hubiese pillado la indirecta y hubiese dejado de enviarle mensajes todas las semanas. Eso sería lo que cualquier chica con dos dedos de frente haría. Pero no Nell Carpenter, que lo único que tiene es una deuda tan enorme como un agujero negro. Me pongo de pie, tiro el extracto de mi préstamo estudiantil a la basura, me envuelvo en mi manta más calentita y, hecha polvo, me desplomo en el sofá. Courtney me mira con pena. —Cielo… ¿Sabes qué? Esta noche echan Solteros de oro en la tele. ¿Qué tal si me cambio, calentamos una pizza congelada y lo vemos juntas? Así podemos burlarnos de lo patéticos que son todos los concursantes. Ni siquiera contesto. Ella sabe que nunca veo esas cosas ni como nada congelado. Mis maneras de entretenerme incluyen leer, escuchar música clásica, practicar con mi arpa y limpiar la casa. Además, cuido mi alimentación. Algunos consideran que tengo TOC, pero no es verdad. Solo soy exigente conmigo misma. Cuesta creer que hayamos durado tanto como compañeras de piso. Por suerte no es una completa vaga. Courtney es una de las pocas personas que puede soportar mis rarezas; por una parte, porque el trato con ella es bastante fácil, y, por otra, porque no le quedó más remedio. En nuestro primer año en Emory nos vimos obligadas a compartir cuarto y, desde entonces, hemos vivido siempre juntas. Cuando digo que me cuesta hacer amigos, miento. En realidad, ni siquiera lo intento. Que sí, que serán importantes, pero siempre he dejado claro que mi prioridad son los estudios, por lo que nunca he salido de fiesta ni cotilleado con nadie o frecuentado la sala común. Pero parecía como si no me hubiera quedado otro remedio que hacerme amiga de Nee, como si el hecho de estar tan cerca y compartir una habitación diminuta lo dictase. Los primeros meses hasta me resistía, pero Courtney es encantadora y está llena de vida. Siempre cae bien a todo el mundo. Con el tiempo, acabamos yendo al comedor y estudiando juntas y nos hicimos mejores amigas. —Vale. Yo voy a comer pizza mientras veo la tele. Tú deprímete ahí sentada si eso es lo que quieres. Y eso hago. Me hago un ovillo y lloriqueo sin consuelo mientras ella coge una Coca-Cola Light y una pizza congelada y se sienta a mi lado a ver el programa de mierda. Trato de ignorarlo, pero al final el millonario macizo acaba por llamarme la atención. Sobre todo cuando veo que una noche se va con una chica a que les den un masaje en pareja y a la siguiente se mete en el jacuzzi con otra. Miro la pantalla con los ojos entornados cuando empieza a liarse con la segunda chica en la bañera de hidromasaje. —Qué majo. ¿Cómo puedes ver esa bazofia? Está enganchadísima; solo un holocausto nuclear conseguiría despegarla de la tele. —Está muy bueno. —Y es gilipollas. Continúa viendo el programa sin que eso le importe. Se le cae la baba. Tiene un novio adorable y maravilloso que la trata como a una reina y, aun así, suspira por el gilipollas este. Entonces, empiezan los anuncios y se va a hacer palomitas en el microondas. Me estiro y pruebo la pizza. Puaj. Hasta el cartón sabe mejor. Mientras vuelvo a poner la cabeza sobre la almohada, algo en la pantalla me llama la atención y hace que me detenga; me caen churretes de falso queso por la barbilla. —¡Llamada para todos los habitantes de Atlanta de entre veinticinco y cuarenta y nueve años! ¿Te apetece ganar un millón de dólares? Acude a las audiciones para nuestro nuevo y exitoso reality: ¡Matrimonio por un millón de dólares! ¿Tienes una personalidad única y espíritu aventurero y arrasas por donde pasas? ¡Pues reúnete con nosotros en el Centro de Convenciones de Atlanta el quince de mayo entre las doce y las cinco! Miro la tele con tanta atención que me olvido de parpadear. —Eh, ¿te has comido mi pizza? —grita Courtney desde la cocina. Me limpio el queso de la barbilla y señalo la pantalla. —¿Eso de qué va? —¿El qué? —Las audiciones… ¿Para qué son? Courtney se deja caer en el sofá con un bol de palomitas enorme. —¡Ah, sí, eso! ¡Qué ganas! Joe y yo vamos a ir. Llevamos meses planeándolo. Estoy confundida. —¿Vosotros? —Sí. Han estado haciendo audiciones por todo el país. Pero… —añade, aunque se detiene al darse cuenta de que ya me estoy imaginando cosas—. No te hagas ilusiones, Nell. En serio. Si crees que Solteros de oro es cutre, Matrimonio por un millón de dólares hará que te explote la cabeza. —¿Por qué? —Porque a la gente —la gente normal que no parece que tenga un palo metido por el culo— le gusta lo cutre. Lo devoran. Y te aseguro que esto será tres cuartos de lo mismo. Que sí, que es un programa nuevo y todo lo que tú quieras, pero se rumorea que la premisa es superdiferente. No profundiza más. —Superdiferente en plan… —No completa mi frase—. ¿A qué te refieres? El primer premio es un millón de dólares y yo tengo deudas. Vendería mi alma por ese dinero. Courtney seríe a carcajadas durante un buen rato. —Ay, no, Nell, no. Esto no es para ti. Ya lo has oído: es solo para aventureros. —¿Y? —¿Cómo que «y»? —Me mira como si fuese evidente—. Si para ti ordenar el botiquín ya es una locura. Se me desencaja la mandíbula. —Qué va. —Bueno, vale, quizá sí. Una vez encontré un par de pastillas que no había visto nunca—. Además, ¿quién te crees tú? ¿Indiana Jones? Ni que fueras doña aventurera. Además, piden personalidades únicas. Se encoge de hombros. —Eso lo tienes seguro. Pero aun así… ¿En serio estarías dispuesta a salir por la tele y dejar que todo el mundo viese lo que haces en cada momento? —Supongo que por un millón de dólares sí. Venga, ¿no puedo acompañaros? Le pongo ojos de cordero degollado. —Pues… —Mira la tele—. Quince de mayo. ¿Sabes que es el día de tu graduación? Cierto. —Sí, pero las audiciones son de doce a cinco y la graduación no es hasta las siete. ¿Qué hay de malo en que vaya contigo a echar un vistazo? Me observa con indecisión. No entiendo por qué se muestra tan reacia. Por lo general, siempre está dispuesta a participar en este tipo de planes. —Venga, Nee, porfa, que necesito el dinero. La llamé Nee una vez porque pensé que era mono y gracioso, y nos reímos tanto que he seguido usando ese apodo hasta hoy. Desde entonces somos Nee y Nell. —Vale, puedes venir. Pero como pongas los ojos en blanco o me digas que es una chorrada una sola vez, te voy a mandar a la mierda. —¡Yupi! —La abrazo—. Me muero de ganas. —Mi niña —dice mientras me da palmaditas en la cabeza como si fuese un perro labrador—. Te aseguro que no. Ni te imaginas la que te espera. Luke Solo quiero decir una cosa: adelante. Estoy abierto a lo que sea. —Confesionario de Luke, día 1 Se respira un ambiente animado en el bar de Tim. Todo el mundo está de pie, con los ojos pegados a las pantallas de las esquinas. Por el aspecto de esta multitud, se podría decir que a mi humilde negocio no le va nada mal. Pero las apariencias engañan. Solo han venido a animar a Jimmy Rowan, la leyenda, que estrena nuevo espectáculo en YouTube. Aquí es donde empezó. Donde consiguió seguidores. Donde dejó huella. Y también donde conoció a Elizabeth Banks, la rica con la que ha estado saliendo los últimos seis meses. Jimmy gestiona todos sus negocios desde mi bar, hasta el punto de que uno de los reservados en la parte de atrás es su despacho. Se ha pasado la última media hora ahí, haciendo Dios sabe qué con ella. Le lanzo una pajita de plástico por encima de la barra, y se da la vuelta. —¿Estás listo? Se levanta sin soltar la mano de Lizzy, que me sonríe de oreja a oreja. —Se trata de James. Nació preparado —asegura, y lo mira—. ¿No es lo que dices siempre? Él le sonríe y asiente. —Sí. Exacto. —Se frota las manos—. Eh, ¿estás bien? Asiento con la cabeza. De puta madre. Se vuelve hacia su público y carraspea. —¡Chicos! Os presento el estreno mundial de la hazaña que grabamos en Oahu. Lo subiré a mi canal este fin de semana. Jimmy no ha cambiado nada desde que empezó a salir con Lizzy. Sin embargo, consiguió el capital que necesitaba para expandir su canal de YouTube y llegar a rincones mucho más exóticos. Mentiría si dijera que no estoy un poco celoso. Antes de que apareciese Lizzy, Jimmy y yo íbamos por el mismo camino: crecimos en las calles más duras de Atlanta y estábamos destinados a vivir el resto de nuestras vidas aquí y ser enterrados aquí. En cambio, ahora Jimmy se va por ahí de aventuras cada dos semanas mientras que yo ni siquiera he salido del estado. Además, pese a lo diferentes que son él y Lizzy, ella le hace tanto bien que casi me hace creer en el amor. Casi. Enciendo el Blu-ray y le doy al play. La pantalla pasa del negro a mostrar una imagen de Jimmy con casco en el cráter de un volcán. Todos le vitorean. Es el héroe del barrio. Un tío al que no había visto nunca me llama la atención. —¿A esto le llamas whisky? ¿Tú qué haces, le echas agua a esta mierda? Lo miro con severidad. —Vete a otro sitio. —Sí, te lo aseguro, pero no voy a pagar por esta mierda. Entonces pierdo los estribos, aunque en realidad mi agitación se debe a la llamada que he recibido esta tarde. Cojo el vaso de chupito que estaba limpiando y lo estampo contra la barra. Se hace añicos en mi puño. Jimmy me mira estupefacto. Lizzy también. Acto seguido, Jimmy se encara con ese tío. —Lo vas a pagar, ¿a que sí, cabrón? —¡Eh! —exclamo mientras levanto una mano. No necesito que me defienda, pero, sobre todo, lo último que necesito es que me rompa más muebles, como suele hacer—. No pasa nada. Jimmy entorna los ojos. —Y una mierda. Se queja de la bebida, pero no ha dejado ni gota. El hombre se lo piensa mejor, abre la cartera, lanza un billete de diez y sale por patas. —¡Y no vuelvas, capullo! —le grita Jimmy. Después se apoya en la barra—. ¿Te importaría contarme qué ha pasado? —Nada —mascullo. —¡Mira tu mano! —exclama Lizzy mientras la señala. Está llena de sangre. —No es nada. —Me la envuelvo con un trapo limpio. No dejan de mirarme, como si esperasen que siga—. Oye, es tu gran noche. Pásatelo bien. Luego hablamos. Ese «luego» acaba siendo a las tres de la mañana. Aviso de que voy a cerrar a las dos, pero en realidad la gente no se va hasta una hora después. Jimmy me ayuda a echar a los últimos rezagados. Para entonces, Lizzy ya se ha quedado dormida hecha un ovillo en su «despacho», tapada con una de sus camisas de franela. —A ver, ¿por qué has estado mirando así a todo el mundo? —me pregunta mientras sirvo dos tequilas—. Como si quisieras arrancarles la cabeza y retorcerles el pescuezo. Me bebo el vaso de un trago. —Estoy sin blanca. —Bueno, no es la primera vez que estás en horas bajas… —Esto ya no es como antes. Llevo años en números rojos. Los del banco están hartos. Me han dicho que mi abuelo pidió un montón de préstamos hipotecarios para este local, de lo cual yo no tenía ni idea, y que tengo que pagarlos todos antes de que acabe el año. Pero no puedo porque tengo que pagar las facturas de la residencia de mi abuela. —¿Y a cuánto asciende? —A quinientos mil dólares. Jimmy se atraganta y mira a su alrededor. —No te ofendas, tío, pero este sitio no vale medio millón de pavos. —Ya. El apartamento que tengo en el piso de arriba es un antro todavía peor que este. —Joder. Este sitio ha sido de tu familia durante años. No quiero pensar en eso. Mi abuelo era el Tim del bar de Tim. Que su legado acabe conmigo es un palo muy gordo. —La residencia en la que está tu abuela parece el Ritz. Asiento con la cabeza. —Y allí se va a quedar. Sus amigas también viven allí y le encanta jugar al mahjong con ellas y esas cosas. Es lo que la hace feliz. Jimmy echa una ojeada a su despacho, donde su novia duerme profundamente. Sé en qué está pensando. —Bueno, Lizzy tiene debilidad por este sitio… —No. No se lo digas. La conozco y sé que me daría el dinero en un abrir y cerrar de ojos, pero no quiero que lo haga. No quiero deberle nada a nadie. Me mira como si me hubiese vuelto loco, pero asiente de todos modos. —Vale. Entonces ¿qué vas a hacer? —¿Rezar para que ocurra un milagro? —pregunto mientras me encojo de hombros—. Ni puta idea. Se apoya en la barra con aire pensativo. —No. No necesitas un milagro. Tengo la solución aquí mismo. —Se dirige a su despacho y saca una hoja del montón desordenado que hay en la mesa—. Esta gente quería poner un anuncio en mi canal. Mañana estarán por aquí porque tienen que hacer pruebas para un nuevo reality. El primer premio es un millón de dólares. Miro la hoja con atención. —¿Matrimonio por un millón de dólares? No veo esas mierdas de los reality shows. ¿De qué va? Jimmy se encoge de hombros. —No sé. Aquí dice que los concursantes deben tener entre veinticinco y cuarenta y nueve años, estar en forma y estar abiertos a la aventura. Nada más. Tío, a ti te pega. Me río. —Te pega a ti. —Sí, pero yo no necesito el dinero. Y la cámara te adora. Las mujeres se volverían locas contigo. —Vale, vale —musito mientras me rasco la barbilla—. Me lo pensaré. Cierroel bar, me despido de mis amigos y subo a mi zulo de dos habitaciones. Vivía aquí con mis abuelos hasta que él murió y ella sufrió el primero de muchos derrames cerebrales que la llevaron a la residencia. Cuando vivíamos aquí los tres, mi abuela lo decoraba con cortinas y velas para darle un toque hogareño y femenino, pero yo no valgo para eso, y tampoco paso mucho tiempo en casa, de modo que no lo cuido mucho. Hasta el bar se está yendo al garete por mi culpa. Al principio sentía cierto orgullo. Con solo veintitrés años, ya era dueño de un local y regentaba mi propio negocio. Pasar de donde estaba tan solo cinco años antes a esto supuso un giro de ciento ochenta grados. Fue como triunfar por primera vez en la vida. Un ejemplo a seguir para todos los adictos que piensan que no se puede salir del hoyo. Pero no ha sido fácil. Y, ahora, estoy hecho mierda. Como si me estuviese enterrando en otro hoyo. Me estoy cargando la casa de la abuela, poco a poco. Me quedo en calzoncillos y me siento en el borde del colchón. Me miro las cicatrices del brazo y me acuerdo de todas las noches que pasé en los callejones oscuros del centro de Atlanta, tumbado encima de mi propio meado, enganchado a cualquier chute barato; creí que moriría antes de cumplir los veinte. Todo lo que me he ganado desde entonces pende ahora de un hilo. Voy a perder este sitio. Y pronto perderé a mi abuela también. ¿Qué me quedará entonces? Vivo todos los putos días con la convicción de que es eso lo que encabeza la corta lista de cosas que evitan que vuelva a ser un yonqui. Sin eso… En serio, ¿qué coño me quedará? Me acerco a la cómoda para coger el panfleto que me ha dado Jimmy antes y lo desdoblo. Me tumbo en el colchón y me pongo a pensar en ello más de la cuenta. ¿Un reality? Nunca me habría imaginado que llegaría a planteármelo siquiera. Pero cuanto más lo pienso, más creo que podría ser la única oportunidad que tengo de salvar el bar… y de paso también el pellejo. La audición Nell Supongo que, si se trata de desafíos mentales, puedo hacerlo bien. Pero si implica cualquier tipo de coordinación entre las manos y la vista, estoy apañada. Soy un pelín torpe. —Confesionario de Nell, día 1 Al final, resulta que Courtney tenía razón. No tenía ni idea de la que me esperaba. Son las diez de la mañana y el Centro de Convenciones de Atlanta está atestado de gente. Parece que se vaya a jugar la Super Bowl. Pudimos encontrar aparcamiento a un kilómetro y medio de una cola interminable que salía en zigzag desde la entrada principal. Cuando al fin llegamos y me di cuenta de que el enorme edificio casi no se veía desde donde estábamos, comencé a poner mala cara. Lo estoy pasando fatal. —Tenías razón, Nee. Ha sido una tontería venir —reconozco entre dientes mientras ella se apoya sobre Joe. Es el novio perfecto; la trata como a una reina. Se sacó la carrera a la vez que nosotras, consiguió un buen empleo y ahora gana un buen sueldo. Lleva a Courtney a restaurantes caros y se le da muy bien eso de ser adulto. No como a otra que yo me sé. —¿Qué te había dicho? —pregunta Courtney, que me aparta cuando intento apoyarme en ella. Me duelen los pies—. Si vas a ponerte tan negativa, mejor vete. Suspiro y miro el reloj. Llevamos solo quince minutos y nos hemos movido algo así como… un metro. Vuelvo a suspirar. Me pongo de puntillas para intentar ver mejor el centro de convenciones. —¿Ha venido toda Atlanta o qué? —Oye, cállate ya —dice Courtney, y gesticula como si se cerrase los labios con una cremallera. —Vale. Ojalá pudiese apoyarme en alguien. Me pongo en cuclillas y, acto seguido, me siento, pero, nada más hacerlo, la fila avanza de nuevo. La historia de mi vida. Me recoloco las gafas sobre el puente de la nariz y me meto como puedo en la cola. —¿Qué lees? —me pregunta Joe. —Compendio de la antigua filosofía china —anuncio sin levantar la vista; si me pierdo de nuevo, se me va a ir la pinza. —Fascinante —dice. —Pues sí. La cola avanza de nuevo. Esta vez no me levanto, sino que me arrastro sin levantar la vista de mi libro. Trato de leer más, pero la gente frente a mí está hablando demasiado alto. El gran tema de conversación es cuál será el objetivo de Matrimonio por un millón de dólares. Se escuchan rumores disparatados. Parece que las rubias tetonas que tengo delante junto con sus novios surfistas piensan que van a ofrecer a la gente un millón de dólares por casarse con sus respectivas parejas en directo. Para mí eso sería una putada, porque mi única pareja es mi libro de texto gigante. —¿Sabes lo que pienso? —me dice Courtney, apoyada en el hombro de Joe—. Hablaban de aventura. Creo que van a hacer un equipo de hombres y otro de mujeres y les van a poner una carrera de obstáculos. Y quien gane tendrá que casarse en directo o perderá todo el dinero. La observo fijamente. Razón de más para largarme de aquí cagando leches. No hago deporte. Soy más tope que un pato. Tengo el cuerpo lleno de lorzas y curvas, y soy feliz así. Solo echaría a correr si alguien me estuviera persiguiendo. ¿Y casarme con un completo desconocido? No y mil veces no. Miro con nostalgia en dirección a donde Joe ha aparcado el Jeep. —No harían eso, ¿verdad? Obligar a dos desconocidos a casarse — pregunto, alarmada. Ella se encoge de hombros. Ay, madre, eso significa que sí. —¿Nunca has visto Casados a primera vista? ¿Casados a qué? Sabe con quién está hablando, ¿no? —Un momento, entonces… ¿te casarías con un desconocido, aunque estés con Joe? Ella asiente. —¿Por un millón de dólares? Claro. Y él haría lo mismo. Joe la rodea con un brazo y conviene: —Ya ves. ¿En qué se han convertido? Al final será verdad que el romanticismo ha muerto. Un poco más tarde, se acerca a nosotros una mujer vestida con un polo sobre el cual lleva pegada una etiqueta que dice «MMD: ¡Hola, soy Eve!». Lleva un auricular que le confiere un aspecto profesional y murmura algo. —Disculpe —le digo—. ¿Puede decirme si los concursantes deberán casarse? No me responde, pero me mira como si fuera tonta y empieza a reírse. Oh, Dios. Nos reparte unas hojas y varios bolígrafos. —Por favor, rellenad esta encuesta y tenedla lista cuando lleguéis al mostrador. ¡Gracias! ¿Al mostrador? Estiro el cuello, en un intento por ver algo aparte del páramo siberiano. Mientras lo hago, Courtney se echa a reír. —Madre mía, me meo con las preguntas. Miro mi hoja. Aparte de la información habitual, leo lo siguiente: Indique en una escala del uno al cinco (siendo uno «encaja totalmente conmigo» y cinco «no encaja nada conmigo») cómo encaja cada una de estas afirmaciones con usted: Me encanta conocer gente. Me gusta estar solo. Mi círculo social es muy amplio… Y así sucesivamente. La hojeo y me doy cuenta de que hay más de quinientas preguntas sobre personalidad para evaluar nuestra condición física, nuestra inteligencia y cómo nos relacionamos con los demás. No hay mal que por bien no venga. Me encanta hacer tests. Me pongo a ello de inmediato. Uso mi libro para apoyarme y empiezo a rodear números con entusiasmo. Por alguna razón, esto siempre me ha relajado. De hecho, me encantó hacer las pruebas de admisión del grado y el posgrado. Sonrío todo el tiempo, o al menos hasta que Nee me propina un codazo. —¿Nunca te han dicho que pareces una asesina en serie cuando haces tests? Le doy una cachetada. Lo que me lleva más tiempo es enumerar todos mis títulos y premios, pero aun así termino antes que los demás. En ese momento, noto una presencia que acecha cerca de mi hombro. —Joder, qué rápida. Me giro y miro hacia arriba. Muy muy arriba para observar al tiarrón más sucio que he visto en mi vida. Es como si sus músculos estuviesen luchando por escapar de una camiseta demasiado pequeña. Lleva tatuajes. Diría que un montón, pero uno ya es demasiado para mí. Además, es velludo, va sin afeitar y el pelo le tapa los ojos. Percibo un leve olor a tabaco. Es… un macarra. Y sus ojos están fijos en mí. Unos ojos verdes preciosos que no encajan con el resto de su persona y que se clavan en míhasta perforarme. Vaaale. Me envaro y le doy la espalda con la esperanza de que se vaya si lo ignoro. Finjo que estoy interesada en lo que está haciendo Courtney. En ese momento, Joe se vuelve hacia los hombres que están detrás de mí y exclama: —¡Hostia puta! ¿Tú no eres Jimmy Rowan? —Sip —responde el amigo del chico sucio. —¡Qué pasada, tío! ¿Te vas a apuntar? Ay, no. Detrás de mí, Jimmy le contesta: —Qué va. Solo he venido a acompañar a mi colega. —¿En serio? Te escogerían sin pensarlo. Seguro que quieren famosos — se emociona Joe. Courtney pega la oreja en cuanto oye la palabra «famosos». Se pone de pie y lo mira de cerca mientras Joe añade—: Es un youtuber muy famoso. A Courtney se le desencaja la mandíbula. Pongo los ojos en blanco. ¿Qué demonios es un youtuber famoso y por qué a los tontos de mis amigos les parece tan interesante? Estos tíos son unos macarras. Joe rebusca en su mochila. —¿Me firmas un autógrafo? Ay, señor. Me pongo de puntillas para ver si avanza la cola y me cruzo de brazos, decidida a no girarme ni entablar conversación con ellos. Courtney me tira de la manga, pero me zafo de ella con brusquedad y la fulmino con la mirada. —Nell —me susurra al oído, sorprendida—. Es famoso. ¿Y has visto a su amigo? Se abanica la cara. ¿Está insinuando lo que creo que está insinuando? —Me da igual —canturreo. —Pues no debería. Usa tus técnicas de seducción por una vez en tu vida. A lo mejor así te olvidas del imbécil de Gerald. —Eh… Uno, yo no conozco ninguna técnica de seducción. Dos, ya he olvidado a Gerald. Y tres, aunque no fuese así, el macarra ese no conseguiría que lo olvidase. Parece… un animal. —Un animal sucio y sexy. Mmm. —¡Nee! ¡Esa boca! Cuando Joe consigue su autógrafo, lo mira como si fuese su posesión más preciada mientras habla por los codos con los chicos sucios. Mientras tanto, yo trato de ponerme lo más cerca posible de la gente que tengo delante para alejarme todo lo que puedo de los macarras. Abro el libro y leo. —¿No es un tocho muy gordo para una renacuaja como tú? —oigo que alguien me pregunta por encima del hombro al tiempo que su aliento me hace cosquillas en la oreja. Por poco doy un bote. Huele bien. ¿Por qué huele bien? Aprieto los dientes y me recoloco las gafas sobre el puente de la nariz. —No soy tan pequeña. De verdad que no. Mido casi 1,70 m. Pero supongo que, en comparación con él, sí que lo soy, porque él es una bestia. —¿Estás estudiando para algún examen? Pongo los ojos en blanco. —No, estoy leyendo por diversión. Se ríe. —¿Leer te parece divertido? Buf. Sí, me divierte leer; no como a él, para quien seguro que divertirse es sinónimo de pegar tiros o arrancarles la cabeza a las gallinas de un mordisco. Decido no contestar con la esperanza de que quizás así se de cuenta de que no quiero hablar con él. No sé cómo lo consigo, pero le ignoro hasta que terminamos de hacer la cola. Dos horas después, llegamos a recepción. Nos dan números y nos llevan a una zona del centro de convenciones con mesas para sentarnos. Intento sentarme lo más lejos posible del yeti y su amigo famoso, pero, por desgracia, Joe nos arrastra a su mesa mientras se comporta como si fuese el mayor fan del youtuber. —Número 4322 —anuncian por megafonía. Miro el mío. Tengo el 5696. Buf. Un hombre mayor con una gorra de béisbol agita su número y corre hacia el escenario. Una mujer con un polo de MMD asiente hacia él, invitándole a seguirla, antes de conducirlo a través de una puerta. Un instante más tarde, vuelve a entrar con expresión enfadada, por lo que supongo que no lo han seleccionado. Le dice algo a su novia y, antes de irse, ambos le sacan el dedo corazón a la mujer de la puerta. Muy bonito. Ella los ignora y anuncia el siguiente número. Al menos avanzan rápido. —Como me pase todo el día aquí para estar solo cinco segundos ahí dentro con ellos me voy a cabrear —susurra Courtney. —Ya ves —mascullo. Me da un poco de vergüenza estar aquí, eso lo primero. ¿En serio creía que esto sería mi salvación? No soy única. Ni aventurera. Y por supuesto que no me voy a casar con un viejo para aumentar la audiencia de un programa de televisión. Courtney tenía razón: no encajo aquí. Entre toda esta gente sumarán un coeficiente intelectual de diez. Cuando dentro de una hora me vaya con las manos vacías tendré que abrir los ojos y buscarme un trabajo normal como hace todo el mundo. Y quizá ese es el motivo por el que todavía no me he marchado. Entierro la nariz en el libro de texto e intento ignorar las conversaciones a mi alrededor. La gente sigue conjeturando sobre el tema del programa, y parece que todos están a punto de explotar de la curiosidad. Levanto la cabeza y veo que el yeti me está mirando. Ojos penetrantes, oscuros, posesivos. Vale, ya entiendo a lo que se refiere Courtney. Tiene el atractivo típico de todos los malotes. Es probable que me interesase si me gustase ese rollo, pero no me gusta. Prefiero a los chicos aseados, inteligentes y cultos. Pero, entonces, ¿por qué noto un calor en la entrepierna? Trago saliva y vuelvo a concentrarme en el libro, pero acabo por leer la misma frase una y otra vez. Levanto la cabeza de nuevo. Me sigue observando con intensidad; sus ojos se posan en mí con una fuerza que me atrapa. Nadie me ha mirado nunca tan fijamente. —¿Qué? —espeto. Niega con la cabeza de forma casi imperceptible. —Nada, solo que me gusta mirarte. Estupendo. Cojo el libro de la mesa, le doy la espalda y me lo coloco en las rodillas. «Pues espero que también te guste mirarme la nuca». Consigo acabarme el capítulo de Mencio, pero el hormigueo que siento en el cuello no desaparece, ya que creo que todavía tiene la vista clavada en mí. Dios, sus ojos son increíbles, ardientes. No pestañea. Es como si hubiese identificado a su presa y estuviese a punto de abalanzarse sobre ella. Pero al rato lo oigo hablar con su amigo, el famoso, y me relajo un poco. Anuncian otro número por megafonía y Courtney da un brinco mientras agita su hoja. —¡Me toca! ¡Me toca! ¡Deseadme suerte! Se dirige hacia la puerta mientras da saltos de la emoción y Joe y yo intercambiamos miradas. —No ha parado de hablar de esto. ¿Crees que tiene posibilidades? —Claro —respondo. Es guapa, jovial y a todo el mundo le encanta pasar tiempo con ella. Aunque hay mucha competencia, Courtney es la típica concursante de reality. La cámara la adora—. Tiene muchas posibilidades. Pero al momento la puerta se abre y entra cabizbaja con lágrimas en los ojos. —No me han cogido —gime mientras Joe la estrecha entre sus brazos. Entonces, lo llaman a él. La besa en la frente y la consuela: —Ya verás como a mí tampoco me cogen. Pero va de todos modos. Courtney se sienta a mi lado y dice: —No han tenido piedad. Ni siquiera me han preguntado nada. Solo me han mirado y me han dicho que no era lo que estaban buscando. Fin. —¿En serio? ¿Y qué están buscando? —Y yo qué sé —masculla justo cuando se abre la puerta del fondo y entra Joe con los brazos levantados en señal de victoria. Courtney abre los ojos como platos—. ¿Te han seleccionado? —Qué va. Solo me han mirado y me han dicho: «Cuidado con la puerta, no te vaya a dar un golpe al salir». Courtney suspira. —Bueno, al menos no he sido la única. Joe junta sus dos números y los hace trizas. Después, coloca una mano sobre mi hombro. —Ayúdanos, Obi-Wan. Eres nuestra única esperanza. Las palabras todavía flotan en el aire cuando anuncian mi número. Vale. Bien. Si solo me van a mirar y me van a decir que me largue ya no me siento tan mal. Me meto el libro bajo el brazo y saludo a la mujer mientras agito el número. —Hola. Echa un vistazo a su portapapeles. —Hola. ¿Nombre? —Penelope Carpenter. Pero suelen llamarme Nell. —Penelope Carpenter. Por aquí. —Me lleva por un pasillo oscuro y estrecho. Al final hay unas puertas de dos hojas flanqueadas por dos guardias de seguridad, un hombre y una mujer—. Nada de preguntas. Por favor, no hables a no ser que te hablen. Si te piden que te vayas, hazlo de inmediato. Al presentarte firmaste una exenciónque establece que no comentarás el proceso de audición con nadie —lee en tono monocorde—. ¿Queda claro? —Sí —afirmo, y pienso: «¿Me podéis rechazar ya para que pueda irme a casa?». —Por aquí, señorita —me indica el hombre, que me hace pasar por un detector de metales como los de los aeropuertos. Tengo que entregar mi bolso y mi libro para avanzar. Cuando me los devuelven, la mujer me hace un gesto con la cabeza que me indica que ya puedo entrar. ¿A quién narices voy a ver? ¿Al papa? Respiro hondo y entro. La sala es enorme y está revestida con paneles de madera. Hay una mesa gigante en el centro. Tres personas se sientan en la otra punta, una mujer y dos hombres. Parecen intranquilos. Los hombres parecen un poco mayores que yo, pero la mujer debe de tener unos cincuenta años. Hay latas de Coca- Cola y una caja de pizza abierta delante de ellos. Solo sobra un trozo. El hombre del bigote mordisquea su boli y me contempla como si hubiese matado a su familia. —Hola —digo, y saludo sin alzar la mano del todo. —Siguiente —dice el hombre de forma brusca. Gracias a Dios. Doy media vuelta. —Espera, espera, espera —oigo que la mujer me llama—. ¿Qué estás leyendo? Les enseño el título. El hombre del bigote que tanto me odia suelta un «ah». No tiene pinta de filósofo, pero… —¿Siempre llevas esas gafas? Me las subo en un acto reflejo. Llevo gafas desde los tres años, y estoy a nada de que me declaren oficialmente ciega. Las lentillas son un fastidio, y las gafas siempre me han permitido aislarme del mundo exterior. —Sí… Supongo que esa es la señal de que debo irme ya. Al fin y al cabo, ya llevo más tiempo aquí que Joe y Courtney juntos. La mujer continúa: —Pareces joven. ¿Cuántos años tienes? —Acabo de cumplir veinticinco. Mira un folio. Será la encuesta que rellené y entregué en la recepción. —Aquí pone que eres doctora. —Sí —asiento—. Esta noche me dan el doctorado en literatura comparada. —Tienes un largo historial académico —señala el otro hombre, calvo y con gafas de pasta—. Me interesa saber por qué has venido. Ves muchos realities, ¿no? Niego con la cabeza. —No veo la tele. No es lo bastante estimulante para mí. He venido para acompañar a mi amiga y porque necesito el dinero para devolver mis préstamos estudiantiles. —Entonces… ¿qué sería para ti algo suficientemente estimulante? —En mis ratos libres toco el arpa, de modo que la música que me conmueve me encanta. Mozart, Músorgski, Mahler… Me interesan mucho el teatro y el arte, y, por supuesto, la buena literatura… Me callo cuando me doy cuenta de que están mucho más interesados en mi vida de lo que nunca lo ha estado nadie. De pronto parecen pendientes de cada una de mis palabras. Pero ¿por qué? —¿Y hay algo que no soportes? No me creo que esto esté pasando. —Ah, bueno, lo normal. La ignorancia, la pereza, las personas mimadas. La gente que no lee o que cree que los deportes son una religión o que se pasa el día comiendo comida basura. Son los culpables de que la sociedad se esté yendo al garete. —Mmm. ¿Te consideras deportista? Bajo la cabeza y echo un vistazo a mi cuerpo. —¿Usted qué cree? Ni siquiera he visto un solo partido en mi vida. Como he dicho antes, no es lo bastante estimulante para mi mente. Creo que el cuerpo humano es una obra de arte solo por su mente. La mujer mira su hoja. —Interesante, Penelope. ¿Y tienes novio? Por un momento pienso en Gerald. —Nell. Y no. El hípster me hace un gesto para que avance. —¿Puedes acercarte, soltarte el pelo y darte la vuelta, por favor? No quiero hacerlo, pero obedezco. Camino hacia la mesa, me quito la coleta y me giro un poco como si fuera una modelo en la pasarela, pero casi me caigo de culo. Me aferro a la mesa para conseguir estabilidad. Cuando miro hacia arriba, los tres están sonriéndose y asintiendo. La mujer rebusca en su portapapeles y saca una carpeta negra. Me hace un gesto para que me acerque y, con entusiasmo, anuncia: —Enhorabuena. Pasas a la primera ronda. Soy Eloise Barker, la productora ejecutiva. En esta carpeta está todo lo que necesitas saber. La miro embobada. Esto no está pasando. —¿Primera ronda? Ella asiente y me estrecha la mano. —Sí, estás entre los cincuenta concursantes y cinco suplentes que serán elegidos para la grabación de la primera temporada de Matrimonio por un millón de dólares. La grabación empezará en septiembre. Hay varias fases, pero ya has dado un gran paso hacia el millón de dólares. Que no, que esto no está pasando. Estoy soñando. —Pero, a ver, ¿ni siquiera van a explicarme de qué trata el programa? ¿Lo del matrimonio, por ejemplo? El hombre del bigote me estrecha la mano. Al parecer ahora me adora. —Soy Vic Warner, productor y guionista. —Señala al hípster calvo—. Y este es Will Wang, famosa celebrity de la televisión y nuestro presentador. Lo miro fijamente. ¿Famoso? Si no lo he visto en mi vida. —Eh… ¿Y el programa? Eloise niega con la cabeza. —Todo lo que tienes que saber está en la carpeta. Llámanos si tienes alguna duda. Siento que no podamos responder a todas tus preguntas con la información de la carpeta, queremos mantener cierto aire de misterio, pero todo llegará a su debido tiempo. Niego con la cabeza. ¿Aire de misterio? Eso no va conmigo. —Es que yo… Entonces, abre la primera página y señala el apartado «Calendario de premios». Entorno los ojos para leerlo. —Como verás, aunque no podemos deciros qué haréis, todos los concursantes que se presenten el primer día de grabación recibirán veinte mil dólares. Serán tuyos tanto si decides seguir como si no. Veinte mil dólares. Solo por presentarme. Se me hace un nudo en la garganta, pero antes de que me deje sin aire consigo chillar un «¡vale!». Entonces, me hacen salir a un sitio completamente distinto a donde estaba antes y paso media hora deambulando hasta que logro encontrar a Courtney y Joe, que están sentados delante del centro de convenciones. Courtney se acerca a mí a toda prisa en cuanto me ve. —Bueno ¿qué? ¿Dónde estabas? Aún aturdida, levanto la carpeta con el logo de MMD. —Me han cogido. Luke Mi estrategia es la siguiente: lograr que todos me adoren. No es tan difícil. —Confesionario de Luke, día 1 A la chica mona no le caigo bien. Mirarla se ha convertido en mi nuevo pasatiempo favorito. Observar cómo se sonrojan sus mejillas, blancas como la nieve excepto por unas pecas que tiene en la nariz y que resultan más visibles por las gafas. Tampoco tengo nada mejor que hacer. Jimmy está manteniendo una larga conversación con un fan, por lo que me esperan horas y horas de… nada. Y ella me parece mona. Aparenta menos de veinticinco, eso seguro. Y se ha traído un puto libro de texto a las audiciones. ¿Qué clase de chica se trae un libro de texto a estos sitios? Es la típica empollona de buena familia. Quizá no sea virgen, pero apuesto a que no suele follar y a que tampoco hace el amor. Y, si lo hace, seguro que procura que haya el menor contacto posible. Vi que ponía en la encuesta que no le gustaba ni beber ni salir de fiesta ni fumar… Hostia, pues quizá sí que es virgen. Se la ve muy inocente. En un momento, han despachado a muchísima gente con las audiciones. Por fin, los dos amigos de la chica mona salen y le toca el turno a ella. Veo cómo se aleja. Lleva los típicos vaqueros de madre, como si quisiera disimular que tiene buen culo. Muy buen culo. Cuando se va miro el reloj de la pared mientras me siento al lado de Jimmy, que está intercambiando mensajes de texto con su hermano pequeño. La chica mona no vuelve. Interesante. Pasan unos veinte minutos hasta que anuncian mi número. La mujer mira su portapapeles y pregunta: —¿Luke Cross? —Yo. Pasamos los controles de seguridad mientras se enrolla para resumirme las reglas, pero no la escucho. —Suerte —me dice. —Gracias, preciosa. Entro. Puede que esta sea la mayor gilipollez que he hecho en mi vida. ¿Cómo dejé que Jimmy me convenciera? A lo mejor debería renunciar al bar de Tim. La abuela lo entendería porque siempre se queja de que trabajo demasiado. Y una mierda. Como lo pierda notardaré nada en volver a buscar el desayuno en la basura y dormir en callejones. Hay una mujer y dos hombres sentados en la otra punta de una mesa y me estudian de arriba abajo cuando entro. —¿Qué pasa, chicos? Entonces, la mujer se limita a decir: —Él. No hay duda. Él. Estoy confundido. —¿Para qué me quieres, preciosa? Me guiña un ojo, se inclina y se pone a cuchichear con un tío que lleva un bigote. Él asiente y me dice: —Parece usted de los que aguantan bien en una pelea, señor… —Nada de señor —le corrijo—. Llámame solo Luke. Luke Cross. Y sí, me defiendo. —Veintiocho años, uno noventa y noventa kilos, ¿eh? Te criaste en el centro de Atlanta. ¿Eres fan de los Falcons? —pregunta el calvo mientras lee lo que he escrito en la encuesta. —Justo. —Aquí dice que te gusta divertirte. ¿Qué significa eso para ti? Me encojo de hombros. —Tomarme unas birras, ver un partido en la tele… Ya sabes, vivir la vida. —¿Drogas? —No. Ya paso de esas mierdas. —Pero ¿fuiste a rehabilitación? ¿Por alguna adicción? —Sí. Con dieciocho años, pero al final me desintoxiqué y seguí adelante. —Se nota que haces deporte —dice la mujer, que no le quita ojo a mis bíceps. Los flexiono para que pueda contemplarlos en su máximo esplendor. Y, ya de paso, me cojo del dobladillo de la camiseta y le pregunto: —¿Quieres ver mis abdominales? La mujer asiente, pero Mostachón niega con la cabeza. —En tu solicitud pone que has estado en la cárcel. —Sí. Pero eso ya es agua pasada. Hará unos diez años. Allanamiento de morada. De joven hacía muchas tonterías con tal de conseguir dinero para drogas. —¿Y qué nos puedes decir sobre tus estudios? —Dejé el instituto con dieciséis años. Mis padres me echaron de la granja que teníamos a las afueras de Atlanta y no los he vuelto a ver desde entonces. Viví en la calle durante dos años hasta que mi abuelo me encontró y me acogió. Me llevó a rehabilitación, me sacó de las calles y me enseñó a hacerme cargo del bar. Se podría decir que es mi héroe. La mujer se frota los ojos. ¿Está llorando? —Qué mono. —Mmm —murmura el hombre—. ¿Y a qué te dedicas? —Soy camarero en un bar que pertenecía a mi abuelo hasta que murió hace cinco años. —¿Y qué harías con el dinero si ganas el concurso? —Pagaría todas las deudas hipotecarias del bar. Y lo que sobrase me lo gastaría en cerveza y en un séquito. La asaltacunas me mira como si quisiese devorarme mientras se da golpecitos en el labio con el boli. Creo que le molo. Noto la química entre nosotros. Le sonrío de oreja a oreja. —Es coña. Bueno, solo lo último. —Lo quiero —salta de pronto, como si no pudiese contenerse más. —Pero si es… —El bigotudo de los cojones se tapa la boca con la mano para que no me entere de lo que murmura. Es probable que le esté advirtiendo de que soy una bomba de relojería y de que les voy a traer problemas. Y no se equivoca. —¡Me da igual! Es perfecto. Mira qué cara, qué ojos. Es el tipo perfecto. Nuestro objetivo demográfico se volverá loco por esa cara. El objetivo demográfico: las mujeres. Mostachón levanta las manos en señal de rendición. —Vale. —Entonces ¿estamos todos de acuerdo? —pregunta la mujer. Los hombres asienten a regañadientes. Capullos. —¡Vaya, dos seguidos! —Me dedica una sonrisa lobuna—. Bueno, guapo, acércate para recoger tu paquete de bienvenida. Has pasado a la primera fase. La información que necesitas está en esta carpeta. Alzo el puño en señal de victoria. —¡De puta madre! —Vas a tener que moderar tu lenguaje para la tele. Vuelvo a alzar el puño. —Entonces, qué guay. ¿Mejor? —Servirá. Se presenta como Eloise no sé qué, me estrecha la mano y me dice que es la productora ejecutiva del programa. Le guiño un ojo. Si esta mierda está amañada, meterme a la productora ejecutiva en el bolsillo puede ayudarme a asegurarme un puesto en la final. Acto seguido, me presenta a los dos hombres, pero pronto olvido sus nombres. —Llámanos si tienes alguna pregunta, por favor. Espero verte la próxima temporada para el comienzo de una gran aventura. Les estrecho la mano. —¡De puta madre! Qué ganas de… —Me doy cuenta de que no tengo ni puta idea de sobre qué va el programa este, pero me da igual. Estoy preparado para cualquier cosa. He superado la fase más difícil. El dinero es mío—. Hacer lo que nos hagáis hacer. Eloise me sonríe. —Ya verás. Lo harás bien, seguro. Yo también lo creo. Todos los que tengan una carpeta negra ya pueden ponerse a la cola para comerme el rabo, porque el millón es mío. Me acompañan a la salida, donde Jimmy me espera. Se fija en la carpeta que llevo bajo el brazo. —Qué te dije yo, ¿eh? Vas a ser una estrella. —De puta madre —digo, ya que aún no estoy en la tele—. Vamos a celebrarlo. Ya puedo saborear el dinero. Yo invito. Pánico Nell ¿Cuál es mi prototipo de chico ideal? Pues no lo sé. Y sí, me gustaría casarme, y antes de los treinta, a poder ser. Me gustan la música clásica, el arte y las cosas buenas de la vida, así que supongo que me encantaría conocer a alguien culto, con clase, refinado… Quizá un médico. —Confesionario de Nell, día 1 Han pasado cuatro meses desde la audición. Es por la mañana temprano. Estoy en el coche de Courtney y he puesto la cara delante del aire acondicionado porque siento que estoy a punto de vomitar. —No puedo creer que vaya a hacerlo. No puedo creer que vaya a hacerlo. No puedo creer que vaya… Courtney me interrumpe cuando chasquea los dedos. —Vas a hacerlo. Asiento con la cabeza. Me castañetean los dientes. Se pone el cinturón y me mira desde el asiento del conductor. —Va, tía, que ya eres doctora. Doctora Malota. Puedes hacer lo que sea. Es tu momento. Te han elegido entre más de diez mil aspirantes. Vas a llegar lejos. Intento que su charla motivacional me cale hondo y espero que desaparezcan las náuseas. —Tienes razón. En pocas palabras, el mes pasado fue una locura. Leí el papeleo una y otra vez. La mayoría eran chorradas jurídicas y papeles por firmar. Tuve que pasar un examen físico y conseguir un permiso médico. Asimismo, realicé una prueba de detección de drogas, rellené un test de personalidad con alrededor de dos mil preguntas más y me sometí a una evaluación psiquiátrica. Hace dos semanas, un fotógrafo y una estilista vinieron a mi casa a hacerme una sesión que me recordó a las fotos de cuando iba a primaria. Hoy es el primer día de grabación. Será en un recinto cerrado, en las instalaciones deportivas del Instituto de Tecnología de Georgia. Como no tengo coche, Courtney se ha ofrecido a llevarme, pero está frustrada porque no puede quedarse a mirar. No. En el primer episodio los cincuenta concursantes se ven las caras y descubren de qué trata el programa, por lo que todo es confidencial. Cuando acabemos de grabar nos trasladarán rápidamente a un lugar secreto en el que se reanudará la competición. Hay mucho hermetismo en este programa. La verdad es que no me parece mal que sea una grabación privada. No tengo ninguna prisa por hacer el ridículo delante de millones de personas. De camino, Courtney me va dando los consejos que le vienen a la mente. —Está bien que demuestres que eres lista, pero no te pases. Y por lo que más quieras, no sermonees a nadie ni pongas los ojos en blanco. —¡Yo nunca hago eso! —¡Siempre lo haces! Me encojo de hombros. —No tengo la culpa de que la gente me saque de quicio. —Vale, vale. Pero tú inténtalo. En serio, Nell, porque si esto se parece a Supervivientes, vas a tener que conseguir gustarle a la gente y crear vínculos con ellos si quieres ganar. Me estremezco. A mí eso no me pasa. La gente me evita. —Así que, incluso aunque odies a alguien, finge que es tu persona favorita en el mundo. —Se queda pensativa un momento—. Imagina que son los crucigramas del New York Times de los domingos. La miro fijamente. —Los de los sábados son más difíciles. —Vale, vale, pues piensa que son los crucigramas de los sábados, me da igual. Pero no te cabrees con ellos por ser ignorantes, ¿vale? No quiero que mandes tu oportunidad al garete por ser una inadaptada social. Los inadaptados sociales siempreson los primeros a los que echan. No puedo discutírselo. Sé que lo soy. —Primero, solo he visto un episodio de Supervivientes, y solo porque tú lo estabas viendo, y me marcó de por vida. Comieron ciempiés. Segundo, ¿cómo sabes que esto se parecerá a Supervivientes? —No lo sé. Yo solo te aviso. —Pues si tengo que comerme un ciempiés, ya pueden echarme. ¿Algo más? —Sí. Sonríe. Relájate. Que parezca que te lo pasas bien. Intenta aliarte con los más sociables y los más simpáticos. No pienses en el dinero o te frustrarás y… —Me echarán a la calle. ¿Qué más? —Y si en algún reto hay que nadar…, apáñatelas para hacer lo menos posible. Bueno, eso con cualquier reto físico. Mejor ni lo intentes. —Oye, que sé nadar. Courtney resopla. —Nell, si pareces un bicho agitando las patitas para no ahogarse —dice mientras sacude los brazos en el aire un momento antes de volver a coger el volante. —Vale. Pero… Courtney. Respiro hondo. —¿Qué? Sé que hay algo que te preocupa. Venga, desembucha. —Es que… ¿Te acuerdas de que dijiste que querías que viéramos Solteros de oro para burlarnos de los concursantes? ¿Eso significa que la gente me verá y se burlará de mí? Me mira con compasión. —Cielo… No le caerás bien a todo el mundo. Sí, habrá gente que se burlará, pero también habrá quien te apoye. Los productores te han elegido entre miles de personas por alguna razón. Me hundo en el asiento y, con la vista al frente, susurro: —¿Crees… que Gerald me verá? Courtney cierra los ojos como si no pudiese soportar mirar a alguien tan patético como yo. Supongo que seguir prendada de un tío que te rechazó de forma tan absoluta hace nueve meses es un poco triste. —Sí, seguramente. Cuando salíamos las dos parejas a la vez, Gerald siempre hablaba con Joe de realities. Le encantaban y siempre se imaginaba cómo sería concursar en Supervivientes. Mientras yo estudiaba, él estaba en la otra habitación con los ojos pegados a la tele. De no ser por sus prácticas, seguro que lo habría visto en la cola de la audición. Me estremezco. ¿Me verá hacer el ridículo? Quizá es uno de los motivos por los que accedí a hacer esto. Quería volver a estar delante de él a toda costa, incluso aunque eso significara dar pena. —No pienses en él. Céntrate en ti y en ser tú misma. Cierto. Ser yo misma. Puedo hacerlo. —Pero nada de poner los ojos en blanco, sermonear a la gente o comportarme como una inadaptada social, ¿no? Ella asiente. —Exacto. Y tampoco nadar. No lo olvides. Ni se te ocurra nadar. Uf. —¿Has acabado? No, no ha acabado. Me da más consejos, pero entonces llegamos al aparcamiento de las instalaciones deportivas. Está abarrotado. Hay por lo menos veinte camiones con equipos de grabación, así como uno enorme de dieciocho ruedas aparcado detrás. Tiene escritas las palabras “«MATRIMONIO POR UN MILLÓN DE DÓLARES» en un lateral, y al lado hay una foto de Will Wang, el calvo de las audiciones. Me pongo a temblar de nuevo. Courtney se detiene cerca de la entrada principal y suspira mientras yo miro las puertas. —Qué envidia me das. ¡Esto te va a cambiar la vida! —Lo sé, aunque no tengo claro si será para bien o para mal—. ¿Lo tienes todo? Vuelvo a repasar la lista de mi regazo. —Creo que sí. Estiro el brazo hacia el asiento de atrás y cojo mi mochila grande y resistente. Luego abrazo a Courtney. —Nos han dicho que no podemos hablar con nadie durante la grabación ni usar el móvil. Te he añadido como contacto de emergencia. Bueno, adiós. Te echaré de menos. —Y yo a ti —responde—. ¡Dales caña! Ya está. Ha llegado el momento. Agarro la manija y abro la puerta. Nada más pisar la acera se me echa encima una mujer con un micro. ¿De dónde narices ha salido? —Perdone, ¿es usted concursante de Matrimonio por un millón de dólares? ¿Sabe en qué consistirá el programa? ¿Nos puede contar algo acerca de la grabación que se va a llevar a cabo hoy? La miro sin mediar palabra. Tampoco es que pueda contarle nada. Porque ni siquiera nosotros mismos lo sabemos. Y una de las cláusulas del contrato nos prohíbe revelar el contenido de la carpeta. Pero tengo la cámara en la cara y eso hace que me olvide de caminar, hablar o respirar. De pronto, alguien me coge de la cintura y me empuja hacia la puerta. Dejo escapar un chillido, desconcertada, cuando oigo una voz masculina: —Que te pires, coño, que no va a decir nada. Bajo la vista y veo una manaza bronceada en mi abdomen. Luego, la levanto y me encuentro con una bestia peluda. El yeti. Recupero el habla al instante y le doy puñetazos en la mano. —¡Suéltame! Cruzamos las puertas y me deja en el suelo con brusquedad. —Como desees, princesa —me dice con una sonrisa de oreja a oreja—. Si de verdad pretendes ganar, ya puedes empezar a acostumbrarte a las cámaras. Lo miro con el ceño fruncido. —¿Qué haces aquí? Esto es solo para concursantes. Se mete la mano en el bolsillo de los vaqueros y saca una hoja doblada. Mientras la despliega, me doy cuenta de que forma parte del papeleo de los concursantes. No, por favor. No, no, no, no. —¿Eres concursante? —Ya te digo —dice—. Te voy a machacar. Frunzo el ceño aún más. Courtney quería que fuese amable con todo el mundo, ¿no? Pues más vale que lo olvide. Me cuelgo la mochila al hombro. —Ya veremos. Déjame en paz. Doy fuertes zancadas que resuenan mientras me dirijo a recepción, pero él me sigue de cerca. —¿Qué? ¿Hoy no te has traído el libro de texto tocho? Le doy palmaditas a la mochila. He traído un montón de libros. Entonces me doy cuenta de que no tiene por qué saberlo. —No es asunto tuyo. Sigue intentando hablar conmigo mientras le entrego mis papeles a la mujer de recepción. Decido ignorarlo una y otra vez. —Bienvenida —me dice la mujer, que lee mi nombre en la hoja. Juro que me está pisando los talones; noto su aliento en la nuca. Me aliso la coleta y mi pelo impacta contra sus pectorales. Esos pectorales de acero, propios de Superman. —Penelope Carpenter. Estamos encantados de tenerte como concursante. El resto se está preparando para la grabación. Pasa por aquella puerta de allí. —Gracias. Cruzo las puertas. Otra vez me castañetean los dientes. Nos dijeron que llevásemos puesta ropa deportiva y que trajésemos varias mudas. Como no tenía, fui al súper y compré con la tarjeta de crédito sujetadores deportivos, pantalones pirata de licra, camisetas y unas zapatillas por valor de 200 $. Sin embargo, cuando entro, me doy cuenta de que «ropa deportiva» no significa lo mismo para todo el mundo. Hay una mujer super musculosa que solo lleva la parte de arriba de un bikini y pantalones cortos de niño. Otra muy guapa con una trenza en la espalda va solo en bikini. Un hombre lleva unos pantalones de ciclista cortos y ajustados que le marcan todos los músculos. Mucha gente está enseñando demasiada carne. ¿No les da miedo que se les salga una teta o algo así y se vea en pantalla? Porque a mí sí, de ahí que me haya traído las camisetas más holgadas que he encontrado. Merodeo alrededor de la sala mientras veo cómo los hombres sacan musculitos y las mujeres se pavonean delante de un espejo que llega hasta el techo. Me siento como pez fuera del agua. Mientras me pregunto si todo esto vale la pena por 20 000 dólares, me tropiezo con el pie de una chica sentada en un banco. Tiene la piel oscura y lleva pantalones cortos debajo del sari y zapatillas. No se le ven las tetas. —Hola —me saluda mientras se aparta para hacerme sitio. Me siento a su lado; el corazón me va a mil. —Hola. ¿Eres concursante? Ella asiente. —Estoy muy, muy, muy nerviosa —reconoce con voz débil y baja—. ¡No tengo ni idea de por qué me han elegido! Sonrío. —Ni yo. Extiende la mano. —Shveta Patel —dice—. De Nueva Jersey. Estoy intentando ganar dinero para enviárselo a mis padres, en la India, y que le paguen la operación a mi hermano pequeño. Oh. Eso sí que es honorable, y no el lío en el que yo estoy metida. Le estrecho la mano. —Nell Carpenter. De aquí, de Atlanta. —Me he estado fijando —dice—, y creo que han intentado escoger a personas que no se parezcan en nada entre ellas.Representa muy bien la esencia de Estados Unidos. Hay jóvenes, viejos, gente de todas las razas y clases, deportistas, no deportistas… Es muy interesante. Miro a mi alrededor y veo a lo que se refiere. Aun así, la mayoría tiene una cosa en común: sus partes íntimas están casi al descubierto. Justo entonces veo al yeti. Lleva una camiseta ajustada y pantalones de camuflaje. No le hace falta pavonearse o sacar musculitos; es consciente de lo sexy que resulta. Se ríe mientras habla con dos guapos más como si fuesen amigos de toda la vida. La rubia ligera de ropa está loquita por él, y la mujer mayor de los tatuajes que lleva corsé de cuero y lo mira desde un banco también. De hecho, todas las mujeres tienen los ojos puestos en él. Y, a medida que cuenta su historia con entusiasmo y la acompaña de gestos, cada vez más gente le presta atención y se siente atraída por él. Casi puedo oír la voz de Courtney en mi cabeza: «Es él. Alíate con él». Menos mal que no está aquí, porque me niego a acercarme a ese tío. Además, Shveta me cae mucho mejor. Hablamos un poco y me entero de que es epidemióloga. Me cuenta que está enganchada a los realities y que lo sabe todo de ellos porque en la India tenía estrictamente prohibido ver la tele. Es muy fan de Solteros de oro, Supervivientes, El Gran Reto… Vamos, todo programas que no conozco de nada. No se lo voy a tener en cuenta. Dado que sabe tanto, decido que podría ser una buena aliada. Pero no puedo dejar de mirar al yeti y cómo encandila a los presentes sin ningún esfuerzo. Hace que todos se giren hacia él como las flores se vuelven hacia el sol. Lo adoran. ¿Por qué? Mientras pienso en la respuesta, él deja la frase a medias para mirarme con esos ojos verde esmeralda tan sexys y desconcertantes y me guiña un ojo. Entonces, todos se giran en mi dirección. Me arde la cara. Ser el centro de atención hace que me pique la piel. Él prosigue con su historia y deseo que me trague la tierra, pero en ese momento alguien se pone a gritar nombres por un megáfono. —Penelope Carpenter. Preséntate en la puerta roja para ir al confesionario. Miro a Shveta. —¿Confesarme? Pero si no soy religiosa… —No, no. Yo lo acabo de hacer. No te preocupes, no da miedo. Te encierran en una habitación y te graban mientras respondes algunas preguntas, como por qué estás aquí, cuáles han sido tus primeras impresiones, de qué crees que tratará el programa, quién crees que es tu mayor rival, etc. No, parece que no da miedo, pero bien que me he asustado cuando aquella mujer me ha puesto la cámara en la cara antes. Voy. Me tiemblan un poco las rodillas, pero no es tan horrible como esperaba. La mujer que graba es maja y me saca las respuestas con bastante facilidad. Al final dice: —Si sigues en el concurso, tendrás que ir al confesionario dos veces al día. ¡Suerte, Nell! Algo más animada, me dirijo al vestuario. Una vez allí me doy cuenta de que están todos en fila: las mujeres a un lado y los hombres al otro. Me pongo al final. Nos llevan por un pasillo oscuro hasta una cancha de baloncesto desierta. Allí nos recibe Will Wang, que lleva un traje sin corbata. —¿Preparados para vuestra foto de clase? —pregunta. La mujer, Eloise Barker, la productora ejecutiva, también está aquí y nos estudia de arriba abajo uno a uno. —¿Podrías quitarte la camiseta? —le pide a un hombre. Y añade en voz alta—: Por cuestiones de publicidad nos ayudaría mucho que llevaseis cuanta menos ropa mejor, ya que las fotos van a estar en todos los carteles y queremos llamar la atención de la gente. Así que ¡a desnudarse! Pero ¡no os paséis tampoco! ¡Sobre todo tú, Luke! La gente empieza a quitarse la ropa como si no fuese mucho pedir. Los hombres están sin camiseta, pero es que las mujeres no se quedan atrás. La chica que llevaba la parte de arriba del bikini se baja los pantalones y descubre su vientre plano. Me estremezco. Miro abajo. Yo ya voy con pantalones ajustados y camiseta holgada encima del sujetador deportivo. No quiero quitarme nada más, o perderé mi dignidad. Por suerte, Eloise no me pide que me quite la camiseta. Me subo las gafas y me pregunto si de verdad parezco tan repulsiva como para que la gente no quiera verme desnuda. Los miembros del personal nos colocan en filas de forma que hombres y mujeres estamos alternados. Me pongo en segunda fila, al lado de un asiático, y entonces me doy cuenta de quién se va a poner al otro lado. El yeti. No puedo mirar. Madre mía, menudo torso. Es todo músculos tonificados, bronceados y fuertes. Lleva tatuajes por todos lados y tiene unos abdominales increíbles. Para lo guarro que pensaba que era, huele muy bien. Aunque los pensamientos que me provoca sí que son sucios. No puedo evitarlo. Está para mojar pan y rebañar. Me rodea con un brazo. Me envuelve con su cuerpo rígido y me contraigo como un paquetito aplastado. —Me alegro de que estés aquí, Penny. Parece que cada poro de mi piel se alegra con su tacto. Estoy tan excitada que me pica todo. Me niego a dejar que esto vaya a más. Lo miro con cara de pocos amigos mientras los demás se colocan en la fila. —No me llames así. Nadie lo hace. Trato de apartarlo de un codazo, pero es imposible sin tocarlo, y he jurado que no cruzaría esa línea. Los miembros del personal parecen decididos a apiñarnos como a sardinas, así que nos hacen gestos para indicarnos que nos apretujemos más. Me rodea con el brazo y me estrecha contra sus pectorales. Noto el calor de su pecho desnudo incluso a través de la camiseta. El fotógrafo mira por el objetivo. —A ver, giraos un poco para que quepáis todos. Le hacemos caso. Ahora lo tengo detrás. Su calor corporal me está mareando. —Soy Luke —me susurra al oído, y hago todo lo posible por no pensar en cada centímetro de su piel tersa y desnuda… Me da igual. Me da igual. Me… Ay, madre. De pronto noto que algo se contrae detrás de mí. ¿Es su polla lo que me está presionando contra la parte baja de la espalda? Me echo encima del asiático que tengo delante y ahogo un grito cuando pierdo el equilibrio y por poco me caigo de la plataforma. Unas manos enormes me cogen de los brazos y me devuelven a tierra firme antes de que derribe a los demás concursantes como si fuesen bolos. —Quieta. Levanto la vista y veo que me está sonriendo con arrogancia. Me mira con ojos salvajes y felinos, enmarcados por pestañas gruesas y oscuras. Tiene los dientes demasiado blancos y alineados para lo sucio que parece. Sacudo el brazo para que lo suelte, y lo hace, pero despacio, como si se resistiese a dejarme ir. Me flaquean las rodillas. Tengo una sensación rara, como si me hubiese marcado. Ningún hombre ha tenido ese efecto en mí jamás al tocarme. Pero él es él. Y yo soy yo. Y por eso nunca deberíamos estar juntos. Es una locura. Alteraría las leyes del universo por completo. Por fin, el fotógrafo empieza a hacer las fotos. Me paso casi todo el rato aguantando la respiración. —A ver, chicos, os aviso —nos dice Eloise a todos mientras bajamos de los escalones—. Poneos algo que sea fácil de lavar. El primer desafío será un poco sucio. ¿Sucio? Uf, odio la suciedad. Pero entonces miro a Luke, que se aleja de mí y se pavonea como si supiera que es el centro de todas las miradas. Con paso alegre recoge su camiseta. No puedo apartar la vista de sus tatuajes porque me hipnotiza la manera en la que se mueven en esa espalda perfecta, bronceada y musculosa. Creo que quizá ya no detesto tanto la suciedad como antes. Luke ¿Mi prototipo de chica ideal? Buf, ni idea. Lo único que sé es que aún no la he conocido. No he conocido a ninguna que me haya hecho decir: «Sí, esto es lo que quiero para el resto de mi vida». Es que ni por asomo. —Confesionario de Luke, día 1 No sé si es importante tener aliados en este juego, pero de todas formas yo los tengo. Siempre se me ha dado bien hacer amigos. Todavía no hemos empezado a grabar siquiera y ya he llegado a un acuerdo con Ivy, la culturista rubia; otro con Michael, el chaval informático; y otro con cuatro deportistas que parecen el grupo de«los guays». Nos hemos comprometido a ayudarnos hasta el final. Y si sumamos eso a mi relación con la productora ejecutiva, podríamos decir que no está nada mal. Además, estoy seguro de que haré más amigos. Penny, por ejemplo. O… no. Ahora le gusta huir de mí, pero cuando estaba pegado a ella hace un momento no podía disimular que se siente atraída por mí igual que yo no podía ocultar lo dura que me la había puesto. La pobre tenía toda la piel de gallina, incluso en esas pequitas tan monas. Nos volvemos a poner en fila para pasar a la siguiente habitación: las chicas a un lado y los chicos al otro. —A ver —dice uno de los miembros del personal mientras se pasea por el pasillo—. No estamos en directo, pero lo vamos a grabar todo en una sola toma, así que no habléis y tampoco os desnudéis. Comportaos, chicos, por favor. Primero grabaremos a Will Wang mientras camina de espaldas hacia las puertas. La cámara lo enfocará a él, y quiero que todos os asoméis y saludéis o choquéis los cinco mientras pasa por vuestro lado, y que os presentéis mirando a cámara. Entonces, cuando grite «¡esto es Matrimonio por un millón de dólares!», cruzaréis las puertas a toda prisa y os colocaréis en vuestra marca. ¿Entendido? Aplaudimos y jaleamos entusiasmados. Silbo y Ivy pone los ojos en blanco sin dejar de aplaudir. —¡Venga, venga, venga! —brama. Es una puta bestia. Si tengo algún rival, es ella. Hay otros cachas, pero ya me he hecho amigo de todos. Estoy listo para ser el líder. —Tres… Dos… Uno… Grabando —anuncia el director. —¡Hola! En directo desde las instalaciones deportivas del Instituto de Tecnología de Georgia. ¡Bienvenidos a la primera temporada del programa que va a arrasar! Esta noche nos acompañan cincuenta concursantes que no tienen ni idea de lo que van a tener que hacer para conseguir nuestro premio. Lo único que tienen en común son sus ganas de ganar el mayor premio de la temporada: ¡un millón de dólares! ¡Esto… es… Matrimonio por un millón de dólares! Corre de espaldas mientras habla. Presenta a algunos concursantes y abre la puerta de un empujón. Aprieto los puños y sigo al líder. No puedo creer que esté aquí, haciendo esto, ni que haya dejado a Jimmy y a Flynn a cargo del bar las próximas tres semanas y que les haya pedido que se aseguren de que la abuela está bien. Antes de irme, le dije que iba a estar fuera un tiempo para dedicarme a la tele y que me pasaría las próximas tres semanas sin saber ni dónde estaría ni qué haría. Y sigo sin saberlo. Solo sé que lo van a retransmitir para todo el país. Formo parte del juego. Cruzo las puertas corriendo. Es como si fuese la final de un campeonato y fuésemos el equipo local. Las gradas están abarrotadas y el público grita. Deben ser actores, porque están demasiado emocionados. Gritan e intentan tocarnos cuando paso corriendo. ¡Hostia puta! Casi freno en seco cuando veo lo que tengo delante. Es una piscina olímpica. Y está llena de globos. Uno de los concursantes que tengo detrás me da un codazo y me señala dónde está mi marca, una X en el suelo con el nombre «LCROSS». Me coloco ahí y saludo a mis falsos fans. Devuelvo los besos que me lanzan unas chicas muy monas y entonces me animan con más energía. —¡Vale, chicos, en esto consiste el juego! —grita Will Wang cuando estamos todos. Se sube a un podio con vistas a la piscina, desde donde un cámara nos graba desde arriba. He contado al menos diez cámaras. Busco a Penny y la encuentro en la otra punta, muerta de miedo—. Hemos llenado esta enorme piscina con globos. Hay por lo menos un millón. Cuando toque el silbato tendréis que tiraros y encontrar el globo con vuestro nombre. Fácil, ¿no? Examino los globos. Lo primero que noto es que los nombres están escritos con permanente. Alzo la vista y veo que una de mis mayores amenazas, un tío rapado lleno de tatuajes y piercings llamado Ace, está haciendo lo mismo. Me mira con cara de pocos amigos. Se va a enterar este cabrón. —Pero ¡hay una trampa! —anuncia Will Wang con una sonrisa—. Si alguien encuentra vuestro globo primero, puede dároslo de manera desinteresada. Casi me entra la risa. Nunca he conocido a muchas personas que estén dispuestas a compartir un millón de dólares. —Aunque también puede explotarlo, en cuyo caso dicho concursante quedaría eliminado de la competición para siempre. Varios ahogan un grito. ¡Sí, hombre! Eso no me va a pasar a mí. Me lo he currado para estar aquí y tengo aliados. Estoy preparado. —Si explotan vuestro globo, solo podrá salvaros una cosa, pero lo descubriremos más adelante. Sin embargo, antes de poneros a explotar los globos de todos los concursantes, tened en cuenta que es posible que necesitéis a esa gente más tarde. Está en vuestras manos. Alzo la barbilla y me preparo para tirarme con el objetivo de encontrar mi globo sin explotar ninguno. —Esta fase acabará con dieciocho concursantes. Sí, más de la mitad seréis eliminados. Los primeros que encuentren sus globos pasarán a la siguiente fase. —Coge aire y levanta una mano—. ¿Alguna pregunta? Todos negamos con la cabeza. —¡Preparados! ¡Listos! ¡Ya! Saltamos a la vez mientras suena una música horrorosa de fondo. Se desata el caos. Globos de todos los colores vuelan por todas partes. Entonces, noto algo viscoso entre los dedos de los pies y lo entiendo todo. En esta piscina no solo hay globos. Parece… gelatina. Percibo el olor mientras me abro paso. Y entonces la veo. Gelatina de lima pegajosa y dulce. Gritos. Voces. Estallan las primeras peleas y Wang llama a la calma. Se oye la fricción del látex de los globos al rozarse y el chapoteo de la gelatina, pero hay un sonido más estridente aún: el de los globos al explotar. Por todas partes. Me dirijo hacia los dos globos que vi antes y me fijo en que en el primero pone «SHVETA PATEL». Vadeo hasta el otro y lo cojo antes que Silas Chen, el chaval de mi grupo. Sonrío de oreja a oreja al leer el nombre: «PENELOPE CARPENTER». —¿De quiénes son? —me pregunta mientras busca como un loco entre los globos y la gelatina de los cojones. —No está el tuyo. —Me lo darás si lo ves, ¿no? —Claro. Me giro en una dirección diferente y me sumerjo en un mar de lima y látex mientras una mujer se lanza sobre mí. Está llorando, las lágrimas se deslizan por su rostro y tiene gelatina entre las tetas. —¡Qué asco! —¡Jódete! —grita alguien detrás de mí, y estallan más globos—. ¡Eh, tú, gilipollas, dame ese puto globo! Pedirnos que nos comportáramos era demasiado. —Nuestra primera concursante, Greta Waltz —dice Will con tono solemne—, ha sido eliminada. No veo más globos escritos desde mi posición privilegiada, así que me enderezo y busco a Penny. Lleva todo el rato en la otra punta de la piscina, y ha estado revisando cada globo despacio y con cuidado. Vadeo hacia ella mientras aparto la gelatina de mi camino y, justo en ese momento, me encuentro con una chica ataviada en un sari. Los globos la cubren por completo e intenta mantener la cabeza a flote. —¿Shveta? Apenas puede oírme porque hay demasiado ruido. —¿Sí? Le entrego su globo. —¿En serio? —Lo levanta y lo estudia con atención—. Madre mía, gracias. Sigo abriéndome paso entre el caos para llegar hasta Penny cuando Will Wang anuncia: —¡Ya tenemos a nuestra primera concursante, damas y caballeros! ¡Shveta Patel, de Nueva Jersey! Y nos suelta todo el rollo de la vida de Shveta. No dejo de mirar los globos a mi alrededor mientras cruzo la piscina. Han descalificado a otros cinco concursantes más; uno de ellos, que es de mi grupo, echa pestes por lo bajo con aires de ofendido mientras se dirige hacia la pared donde están los demás perdedores. Entonces veo a Ace, que aprieta un globo hasta hacerlo explotar. —¡Y otro que muerde el polvo! —exclama Will Wang—. Ace Moulder está en racha. Ya ha condenado a tres personas. ¡Los demás concursantes rezan para que sus globos no acaben en sus garras! Joder. Bueno, aún no han dicho mi nombre. A medida que me acerco, noto a Penny más preocupada. Sigue revisando cada globo con esmero, pero arruga un poco la frente