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02 The Devil's Vengeance - Bella J

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que como tu aman la lectura y les gusta trabajar gratis, bajo presión, que son 
explotadas y no tienen vacaciones. Es un trabajo realizado sin fines de lucro por lo 
que no tienes que pagar nada para adquirirlo. Por favor no subas capturas de 
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Whitethorn 
 
Darkflower 
Sturmhond 
 
Noah 
SraCross 
 
Blackford 
 
Cursebreaker 
 
 
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Sinopsis 
Nota de la autora 
Trigger Warning 
Prólogo 
Capítulo Uno 
Capítulo Dos 
Capítulo Tres 
Capítulo Cuatro 
Capítulo Cinco 
Capítulo Seis 
Capítulo Siete 
Capítulo Ocho 
Capítulo Nueve 
Capítulo Diez 
Capítulo Once 
Capítulo Doce 
Capítulo Trece 
Capítulo Catorce 
Capítulo Quince 
Capítulo Dieciséis 
Capítulo Diecisiete 
Capítulo Dieciocho 
Epílogo 
Acerca de la Autora
 
 
 
 
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Sabía que nunca tendría el lujo de elegir a mi propia esposa. 
 
Un matrimonio arreglado era un sacrificio que los hombres en mi posición tenían que 
hacer por sus familias. No era algo que esperaba, pero tenía que hacerse. 
Simplemente nunca imaginé que mi padre la elegiría para ser mi novia. Daniela 
Moretti, la hija de mi enemigo… y yo pretendía tratarla como tal. 
 
Pero desde el día en que puso un pie en mi casa como mi esposa, mi odio hacia ella 
se convirtió en algo más mortal que el odio. Su fuerza me intrigaba. Su lucha me 
sedujo. Y comencé a ver en ella algo más que la sucia y asquerosa sangre Moretti. 
 
Ahora... ella se ha ido. Secuestrada. Desapareció sin dejar rastro. Pero el diablo 
siempre encuentra lo que es suyo, y cuando lo haga, mi sed de venganza será 
saciada con sangre. 
 
 
(Vows and Vengeance #2) 
 
 
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The Devil's Vengeance es el libro 2 del dúo Vows and Vengeance 
y debe leerse después del libro 1, The Devil’s Vow. 
 
 
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The Devil's Vengeance es un romance oscuro que contiene escenas de abuso, 
violencia y situaciones sexuales que pueden ser desencadenantes para lectores 
sensibles. 
 
Has sido advertido. 
 
 
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Este es para mis perras. Ustedes saben quiénes son. 
Gracias por estar a mi lado y por hablarme de la cornisa ciento seis veces. Gracias por 
no permitirme renunciar a estos personajes. 
Gracias por creer en mí cuando yo no creía en mí misma. 
Y lo más importante... gracias por decirme siempre cuando estoy completamente llena 
de mierda. 
¡Las amo perras! 
 
 
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El dolor se impuso. 
 
Comenzaba con un calor, un aviso de lo que iba a suceder. No tardaría en 
volverse caliente, provocándome con llamas que me envolverían justo antes de que el 
dolor abrasador me recordara que estaba en el infierno. 
 
Ayer luché. 
 
Hoy me he rendido. 
 
La mente no puede aguantar mucho antes de romperse. 
 
Tal vez mañana sería capaz de luchar de nuevo. 
 
Tal vez mañana tendría la fuerza para luchar con el diablo una vez más. 
 
Tal vez mañana no me despertaría. 
 
Tal vez mañana sería libre. 
 
Tantos tal vez, pero al final sólo habría un resultado. 
 
Cerré los ojos y traté de ignorar el dolor de mis hombros. Los músculos me ardían 
por el esfuerzo de tener las muñecas atadas a los tobillos y la cara pegada a las 
sucias sábanas. Olía a sexo y a lujuria, las manchas de semen embadurnadas de 
sangre. Le gustaba hacerme sangrar. 
 
 
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Le gustaba el sonido de mis gritos. Pero hoy no tenía la energía para hacer un 
sonido. Apenas tenía fuerzas para respirar. 
 
Todo lo que podía hacer era permanecer inmóvil mientras él me follaba por 
detrás, deslizándose, entrando y saliendo de mí como si estuviera invitado. Pero no lo 
estaba. Nunca fue bienvenido dentro de mí. 
 
Mis lágrimas empapaban las sábanas, la tela húmeda rozaba mi mejilla con 
cada empuje. Aunque mi mente estaba perdida, todavía podía oírlo. 
 
“Follarte es cada vez mejor”. 
 
»Verte sangrar me pone duro. 
 
»Dios, tu coño me pide que me corra dentro de ti. 
 
»Ahora eres mi puta asquerosa. 
 
»Haré que te rompas por mí todos los días por el resto de tu vida. 
 
»Sólo yo. Sólo yo puedo amarte. 
 
»Te follaré hasta que no quede nada de él dentro de ti. 
 
Gian. Mi marido. El hombre que anhelaba cada vez que cerraba los ojos. Qué 
poético fue el modo en que nuestro odio palpable floreció en un amor apasionado, 
un amor que me llenó hasta un punto en el que pensé que iba a estallar. 
 
Pero debería haberlo sabido. Debería haber sabido que nada que se sintiera 
tan bueno, tan real, duraría para alguien como yo. Alguien que había nacido 
simplemente para ser negociada. No nací para encontrar la felicidad. No nací para 
vivir una vida de sonrisas y risas, y fue por mi destino que supe que tenía que proteger 
el suyo. 
 
Alessa. Mi hermanita. 
 
Pero fallé, y ahora estaba pagando el precio al tener mi humanidad despojada 
de mí de la manera más violenta. Una, y otra, y otra vez. A través de la bruma de la 
derrota, sentí que me violaba con la lujuria del diablo. Sus uñas arañaban mi carne, 
su polla era dura y despiadada. 
 
 
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¿Fueron días? ¿Semanas? ¿Meses? ¿Años? Perdí el control de la realidad, y el 
tiempo me fue robado. Si no fuera por los recuerdos, nunca habría creído que tuve 
una vida antes de esto. Antes de él. Su posesión era absoluta, su crueldad inflexible. 
Y sabía que no se detendría hasta que hubiera tomado cada gota de mi existencia. 
 
Mientras la cuerda roía la carne de mis tobillos, cortando la piel de mis muñecas, 
me obligué a respirar, a dejar que el oxígeno llenara mis pulmones para poder vivir 
para luchar otro día. 
 
Mañana, tal vez. 
 
 
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—¿Dónde mierda está? —Mi voz chocó violentamente contra el techo, la rabia 
explotó desde mi pecho mientras barría con los brazos el mostrador del bar, el vidrio 
se hizo añicos al golpear el suelo de baldosas. Todo el comedor olía a bourbon. Yo 
olía a bourbon. Al principio, el alcohol era lo único que me permitía mantener la última 
pizca de control que tenía, pero parecía que incluso eso ya no funcionaba. 
 
Irina miraba fijamente su teléfono, con el rostro pálido y los ojos carentes de la 
habitual confianza en sí misma que irradiaba permanentemente el color. 
 
—No lo entiendo. No hay absolutamente ningún rastro de Daniela. Gian —me 
miró— ni siquiera tenemos un punto de partida. No tenemos nada para seguir. 
 
Apreté la mandíbula. 
 
—¿Cómo, en el nombre de Jesucristo, es eso siquiera posible? Hemos sido 
capaces de encontrar a mujeres que llevaban años desaparecidas, a chicas que se 
esfumaron sin dejar rastro. ¿Y sin embargo no somos capaces de encontrar a mi 
maldita esposa? 
 
Se pasó los dedos por sucabello rubio, sentándose en su asiento, pareciendo tan 
derrotada como me sentía yo. 
 
—No sé cómo es posible. Hunter ha utilizado todos los contactos, ha pedido todos 
los favores y no ha conseguido nada. 
 
—¡Jesús! —Agarré el respaldo de un taburete y lo lancé por el suelo, el 
chasquido de la madera resonó en el comedor al romperse en pedazos por el impacto. 
 
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—¿Supongo que aún no has encontrado a mi hija? 
 
Miré a Emilio Moretti, de pie con los hombros erguidos y su arrogancia 
burlándose de mí a unos metros de distancia. El hombre era el equivalente al anticristo. 
La única diferencia era que el anticristo probablemente se preocupaba más por sus 
engendros del diablo que Emilio por su hija. Habían pasado días desde que ella 
desapareció, y el hombre no había hecho una mierda para tratar de encontrarla. 
 
Se desabrochó la chaqueta del traje y tomó asiento en la mesa del comedor, 
estiró el brazo y golpeó con un dedo la superficie de madera de caoba. 
 
—No estás más cerca de encontrarla que ayer, ¿verdad? 
 
—Al menos la he buscado. No te veo enviando grupos de búsqueda. 
 
—Estoy usando todos los recursos a mi disposición. 
 
—Mentira. —Puse las palmas de las manos sobre la mesa y me incliné hacia 
delante—. A ti te importa una mierda si encontramos a Daniela o no. Mientras su 
desaparición no ponga en peligro el acuerdo que tienes con mi padre, te importa un 
bledo que tu propia carne y sangre esté tirada en una zanja en algún lugar, 
pudriéndose. 
 
Sus labios se tensaron en una fina línea, y por un momento, imaginé su cráneo 
sangrando contra mi mesa de comedor, su sangre filtrándose a través de la madera, 
goteando sobre las baldosas y manchando la lechada. 
 
—Sal de mi casa. —Me quejé, decidiendo que su ausencia aquí era lo más 
segura para ambos. Lo último que necesitábamos ahora era la muerte de Emilio 
Moretti por mi mano. 
 
—No voy a ninguna parte. 
 
—¡Sal de mi maldita casa! 
 
—No haré tal cosa, ya que ésta es también la casa de mi hija. 
 
—Una hija con la que no tuviste problema en comerciar como si fuera ganado. 
 
—Lo dice el que selló felizmente el comercio casándose con ella. 
 
 
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Apreté los puños y entrecerré los ojos mientras le clavaba los ojos en la puta 
frente. Además de encontrar a Daniela, nada me haría tan feliz como el momento en 
que finalmente pudiera destripar a este bastardo desde la nariz hasta el puto 
ombligo. Mi odio por Emilio Moretti se hacía más fuerte, más espeso con cada segundo 
que pasaba en su presencia. El hombre era una amenaza, una maldita sanguijuela 
que construyó su imperio a costa del dinero y las depravaciones de otros. 
 
Mis puños se hicieron bola, cada músculo de mi cuerpo me rogaba que 
destrozara a este a este maldito hombre. 
 
—Pareces bien descansado para un hombre que tiene una hija desaparecida. 
 
—Al menos sé cómo controlarme en tiempos de crisis. 
 
—Veo que por fin se llevan bien. —Mi padre entró caminando, su presencia 
exigía que arrancara mi atención del cabrón que se sentaba ante mí. 
 
Me pasé la mano por el cabello, me enderecé y me puse nervioso cuando Darion 
entró paseando detrás de mi padre. 
 
—¿Y dónde demonios has estado tú? —le espeté, con mi ira dirigida ahora a mi 
hermano—. Llevo días intentando localizarte. 
 
—Lo siento. —Se acercó a mí, con los ojos llenos de preocupación—. Papá por 
fin ha conseguido localizarme y he venido en cuanto he podido. 
 
—No estás respondiendo a mi pregunta. 
 
—Gian —interrumpió mi padre—. Tu ira y tu hostilidad no harán que 
encontremos a Daniela antes, hijo. 
 
Entrecerré los ojos, con la mirada fija en mi hermano. 
 
—Tienes razón —dije con desprecio—. No es que Darion haya podido contribuir 
a encontrar a mi esposa. —Era un insulto sarcástico que pretendía arañar el ego 
desmesurado de mi hermano, la rabia que había en mi interior estaba desesperada 
por liberarse, ya fuera mi hermano convenientemente ausente o mi suegro enfermo e 
hijo de puta. 
 
Le doy la espalda a Darion y me enfrenté a mi padre, pasándome otra mano 
por el cabello revuelto. 
 
 
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—Todavía no hay rastro de ella. 
 
Mi padre pasó por encima de los cristales rotos en el suelo, con el ceño fruncido 
mostrando su desaprobación. Por suerte, ya no me importaba una mierda. 
 
Tomó la única botella de bourbon que quedaba en la barra. 
 
—Tenemos ojos y oídos en todas partes. Sólo será cuestión de tiempo que 
encontremos alguna pista de dónde está Daniela. 
 
Resoplé y me encogí de hombros. 
 
—Haces que parezca que mi mujer simplemente se ha extraviado en algún sitio. 
 
Me miró, sirviéndose un vaso. 
 
—Eso no es lo que estoy lo que estoy insinuando. 
 
—¿Qué estas insinuando, exactamente? 
 
—Todo lo que estoy diciendo es que todo el mundo está asumiendo que alguien 
se llevó a Daniela. ¿No es posible que, no sé, la chica se haya escapado? 
 
—Por Dios. ¿El hecho de que hayamos encontrado a su hermana con una bala 
en la maldita espalda no es prueba suficiente de que Daniela fue secuestrada? 
 
—¿Cómo está ella? —Darion intervino desde el lado—. Alessa. ¿Cómo está ella? 
Papá dijo que sobrevivió al tiroteo. 
 
—Apenas. 
 
—Seguro que vio algo. —Darion continuó. 
 
—Probablemente lo hizo. Pero como está en un maldito coma inducido 
médicamente, no está hablando con nadie. —Empecé a pasearme mientras sacaba el 
teléfono del bolsillo del pantalón, comprobando que no se me había pasado ninguna 
llamada del hospital. Tenían instrucciones explícitas de avisarme cuando decidieran 
despertarla. Nadie podía hablar con ella, ni siquiera la maldita policía, antes de que 
yo lo hiciera. Me aseguré de que todos los agentes de policía de nuestra nómina 
estuvieran asignados al caso de Alessa, de modo que tuviera acceso a cada gramo 
de información que reunieran. Pero hasta ahora, su suerte era tan mala como la 
nuestra. 
 
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—Bueno, eso es fácil, entonces. —Darion tomó asiento junto a Emilio—. Diles a 
los médicos que la despierten para que pueda hablar. 
 
Un estruendo bajo de una risa burlona escapó de mi boca. 
 
—Lo dices como si no hubiera amenazado ya a todos los malditos médicos, 
enfermeras y a sus putas familias para que la despierten de una jodida vez. —La 
frustración brotó de mi boca, cada palabra estaba impregnada de animosidad hacia 
todos los que estaban cerca. Exhalé y me froté la nuca—. Pero incluso después de 
amenazar a todo el mundo y al maldito Papá, me informaron de que, aunque tuvieran 
que despertar a Alessa, no hay forma de saber en qué condiciones estaría y si sería 
capaz de decirnos algo. 
 
—De acuerdo –respondió Darion con frialdad—. Entonces, ¿qué dicen los 
médicos sobre su estado? 
 
Irina se levantó y se dirigió hacia la mesa, con los tacones chocando sobre las 
baldosas. 
 
—Alessa está estable. Pero los daños en la columna vertebral fueron graves y 
la bala le perforó el bazo y el pulmón. La han operado a fondo para reparar los 
daños. 
 
Maldije en voz baja. 
 
—Por eso la mantienen sedada, por ahora, para permitir que su cuerpo se cure. 
 
—Con algunas oraciones —Emilio se aclaró la garganta— tenemos fe en que 
no habrá daños cerebrales ni parálisis. 
 
Me giré para situarme frente a la ventana, mirando hacia fuera. El jardín se 
burlaba a mí desde que me di cuenta de que Daniela había desaparecido. Todas las 
plantas y árboles que había encargado antes de su desaparición seguían sin 
plantarse. Habíamos planeado trabajar en el jardín al día siguiente después de la 
fiesta, así que me había negado a tocarlos. No sin ella. No hasta que la tuviera de 
vuelta. 
 
—Alessa tiene que salir adelante —murmuré en voz baja–. En este momento,ella es la única que podría saber qué mierda pasó. 
 
—Si ella puede recordar. 
 
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Miré a Darion por encima de mi hombro, la expresión sombría en su rostro 
recordándome cómo no me importaba Alessa y su salud. La única razón por la que me 
importaba que saliera adelante era por la única y egoísta razón de encontrar a mi 
esposa. Cualquier hombre que tuviera una pizca de bondad en su interior sentiría una 
pizca de simpatía por la chica, pero yo no. La quería viva para encontrar a Daniela. 
 
Mi padre y Emilio estaban en una profunda conversación cuando Darion entró a 
mi lado, mirando por la misma ventana. 
 
—Seguro que le gustan mucho las flores, ¿verdad? 
 
—No finjas que la conoces. 
 
—La conozco tan bien como tú, hermano. 
 
—No, no la conoces. Todo lo que tuviste fue esta extraña amistad, si se puede 
llamar así. 
 
—Entonces, ¿estás diciendo que, porque no me acosté con Daniela, no la 
conozco? 
 
Me burlé y me giré para mirarlo. 
 
—Ya que lo pones así, supongo que la mejor manera de decirlo es —me acerqué 
un paso más— estás vivo hoy porque no te acostaste con ella. 
 
—Oh, Dios mío —murmuró, colocando sus manos en el bolsillo de su pantalón—
. Todavía te sientes intimidado por mí. 
 
Retrocedí. 
 
—¿Qué? 
 
—Aunque me haya ido... 
 
—Has desaparecido, joder. 
 
—Lo que sea. La cuestión es que me fui. Me fui porque sabía que no me querías 
cerca. No aprobabas mi amistad con Daniela. 
 
 
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—Porque sé que lo que sea que sientas por mi esposa no se detiene sólo en la 
amistad. 
 
Darion juntó los labios en una línea recta, con los ojos ahogados por la culpa. Ni 
siquiera intentó negarlo. Mi hermano pequeño se quedó sin decir nada, ni una sola 
puta palabra para rebatir mi acusación de que estaba deseando a mi mujer. El hecho 
de que permaneciera en silencio fue como frotar papel de lija sobre una llaga abierta, 
agravando la ira que ya amenazaba con quemarme vivo desde dentro. 
 
Di un paso intimidatorio hacia él, prácticamente sintiendo la tensión arañando mi 
piel. 
 
—Sé que te gusta Daniela desde que éramos unos malditos adolescentes. ¿Crees 
que no me he dado cuenta de la forma en que la mirabas fijamente desde el otro 
lado de una habitación llena de invitados? ¿La forma en que siempre la buscabas, 
asegurándote de estar cerca de donde ella estuviera? —Ladeé la cabeza—. Tal vez 
fuiste tú. 
 
—¿Qué? 
 
—Tal vez la tomaste, le disparaste a Alessa en la maldita espalda, y te llevaste 
a mi esposa. —Me encogí de hombros—. Tu enamoramiento de mi mujer te da un 
motivo, y explicaría por qué desapareciste tan convenientemente de la faz del puto 
planeta. 
 
—Estás jodidamente loco, ¿lo sabías? Así que, tuve un pequeño enamoramiento 
con la Moretti cuando era más joven. ¿Y qué? Todos éramos jóvenes, y Daniela... 
 
—Era hermosa —exclamé—. Llamativa. Un tipo de belleza que exigía la 
atención de todos a su alrededor. 
 
—Sí. —Darion se acercó, con sus ojos a la altura de los míos—. Y sin embargo 
la odiabas, decidido a hacer de su vida un infierno desde que pasó por ese maldito 
pasillo. 
 
—No... 
 
—Me sorprende que no estés aliviado, hermano. Todos sabemos lo mucho que 
despreciabas a tu mujer. Diablos, tal vez tú eres el que está detrás de su desaparición 
ya que tú también tenías motivos para deshacerte de ella. Para deshacerte de la 
perra Moretti que nuestro padre te endilgó. 
 
 
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Sucedió tan rápido que ni siquiera parpadeé. La ira estalló, y mi mente estalló 
en fragmentos de rojo mientras giraba mi brazo y golpeaba mi puño contra su 
mandíbula, haciéndolo tambalearse hacia un lado. Darle un puñetazo en la cara no 
sirvió para aplacar mi rabia. Lo único que hizo fue alimentarla. La incitó. Me hizo 
querer ir en un alboroto asesino y joder a toda la ciudad hasta encontrar a mi esposa. 
 
—Gian, contrólate —dijo mi padre desde detrás de mí, Emilio permaneciendo 
impasible en su asiento, con nada más que una fea puta sonrisa en su cara, como si 
toda la situación le divirtiera. 
 
Darion se limpió el labio sangrante, y yo estaba listo para su represalia, 
ampliando mi postura, deseando que viniera hacia mí, para tener una excusa para 
golpearlo de nuevo. Pero se limitó a mirar la sangre en la parte superior de su mano 
antes de cortar su mirada en mi dirección mientras se enderezaba su chaqueta de 
traje. 
 
—Pensándolo bien, tal vez su mujer decidió huir de su sádico marido. Dios sabe 
que no la culparía si lo hiciera. 
 
Maldije en voz baja mientras lo veía salir a trompicones, con un ambiente tóxico 
que amenazaba con asfixiarnos a todos en la habitación. 
 
—¿Es eso posible? —Mi padre rodeó la barra—. ¿Es posible que Daniela se 
haya escapado? 
 
 La idea era tan jodidamente ridícula que tuve que reírme. 
 
—¿Hablas en serio? Le dispararon a Alessa, ¿y piensas que Daniela huyendo, 
dejando a su hermana morir, es una opción? 
 
Se encogió de hombros. 
 
—He estado por aquí lo suficiente como para saber que la gente es capaz de 
hacer cosas que nunca hubieras imaginado que hicieran, hijo. 
 
Apreté la mandíbula, haciendo rechinar los dientes. 
 
—Daniela no. Ella nunca dejaría a su hermana atrás, herida. —Dirigí mi mirada 
en dirección a Emilio—. Su hermana lo es todo para ella. Sacrificó su felicidad para 
asegurarse de que Alessa pudiera vivir una vida libre de la manipulación de su padre. 
 
 
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La expresión de Emilio cayó, sus fosas nasales se encendieron al darse cuenta de 
que yo sabía muy bien cómo chantajeaba a su hija mayor amenazando a su joven 
hermana. Dios sabía que este hombre tenía un lugar especial en el infierno preparado 
para él, un lugar al que lo enviaría algún día. 
 
Un maldito día muy pronto. 
 
 
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Las fresias. Era la única flor que podía hacer que una habitación oliera a 
primavera en otoño, y en primavera, nada hacía que un jardín exterior cobrara vida 
como el aroma de esta hermosa flor. 
 
Casi recuerda a la fruta fresca y a las fresas. Los vibrantes colores amarillo, 
púrpura, rosa y rojo realmente la convertían en una de las flores más hermosas para 
tener en cualquier jardín una vez que llegaba la primera mañana de primavera. 
 
La hierba parecía de terciopelo bajo mis pies descalzos, la sutil brisa tejiendo 
entre mis rizos. Iba a ser un día precioso. Uno de esos días en los que podía perderme 
en la serena evasión de la belleza que ofrecía la naturaleza. 
 
Eché el cuello hacia atrás y cerré los ojos, amando cómo el sol de la mañana 
besaba mis mejillas. Me pregunté si el cielo se sentiría así. Calma. Tranquilidad. No 
había nada más que esta intensa sensación de paz dentro de mí. Incluso mis 
pensamientos estaban en silencio, el único sonido era el de los latidos de mi corazón. 
 
Una respiración profunda se instaló en mis pulmones y el calor del sol 
desapareció, sustituido por una sombra que trajo consigo una ráfaga de viento que 
envolvió mis piernas con sus tentáculos helados. 
 
El sonido de los latidos de mi corazón desapareció, y los pensamientos 
acelerados y la sensación de fatalidad inminente ocuparon su lugar. Ya no podía oler 
las fresias; en su lugar, había un hedor penetrante que me llenaba las fosas nasales 
y me revolvía el estómago. Era vil, repugnante, como la sangre, la orina y la 
desesperación ardiente. 
 
 
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Intenté abrir los ojos, pero no pude. Algo me envolvía la cabeza, y me sumergí 
en la oscuridad. El pánico me golpeó como un monzón de destrucción, con la única 
intención de arruinar y demoler, de romperme bajo su pura fuerza. Me empezaron a 
doler todos los huesosdel cuerpo, un dolor atroz que amenazaba con estrangularme 
hasta que respirar una sola vez era como si las garras de la muerte me rodearan la 
garganta. 
 
Todo había desaparecido. La luz del sol. El dulce aroma de las fresias. La 
sensación de la hierba exuberante bajo mis pies. No había nada. Sólo un agujero 
vacío que se hacía más grande, más oscuro, más solitario. 
 
Dios, la soledad era lo peor de todo. Ningún dolor, ningún remordimiento, 
ninguna sombra amenazante era tan aterradora y debilitante como la sensación de 
estar completa y absolutamente solos. No había nadie a mi alrededor para ver cómo 
luchaba por respirar. Nadie que me ayudara a luchar por sobrevivir para poder 
volver a sentir el sol y oler las flores. 
 
Estaba sola, y lo único en lo que podía pensar era en el miedo que tenía a no 
volver a sentir un momento de felicidad. Miedo de no conocer nunca el poder de una 
simple sonrisa. Nunca. Más. 
 
Jadeé, mis pulmones desesperados por aire mientras mi corazón golpeaba 
contra mi caja torácica, la lucha por respirar me hizo caer de rodillas. En lugar de 
oxígeno, los fragmentos de cristal me cortaron la garganta y pude saborear mi propia 
sangre, el sabor metálico de mi fuerza vital. 
 
—Despierta, mi pequeño juguete. —El susurro resonó en el espacio abierto que 
me rodeaba—. ¿Me has echado de menos? 
 
Estaba oscuro, el jardín por el que había paseado hace unos segundos había 
desaparecido. Los pensamientos, los recuerdos, todas las piezas del rompecabezas 
que formaban mi realidad se unieron y se estrellaron contra mí como una bola de 
demolición, abriendo mi alma de par en par. 
 
—Ahí está. 
 
Esa voz. Parece que fue hace toda una vida cuando esa voz me trajo una 
sensación de confort. Amistad. Ahora, sólo infunde miedo y hace que la sangre de mis 
venas se enfríe. 
 
Las lágrimas me punzaron los ojos mientras lloraba la pérdida de mi sueño y me 
encontraba aquí, de nuevo en la jaula donde no era más que una rata hambrienta. 
 
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¿Cómo no lo vi? ¿Cómo no vi a través de sus cálidas sonrisas y ¿palabras amables? 
¿Cómo podía un hombre arrojar tanta luz cuando cada molécula de su ser estaba 
sumergida en el negro? 
 
Una mano helada me agarró por el codo y me levantó, arrancando la venda de 
mis ojos. Por un segundo, dudé, sin querer abrir los ojos. No quería mirarlo. No quería 
ver su rostro familiar y mirar fijamente los ojos del engaño. 
 
—Mírame. 
 
Apreté los ojos, chupando mi labio inferior mientras me negaba, pero no tuve 
más remedio que obedecer cuando me agarró de la barbilla y me tiró de la cara 
hacia él. 
 
—¡He dicho que me mires! 
 
En el momento en que mis ojos se abrieron y lo miré, la traición me atravesó una 
vez más. 
 
—Darion —susurré, y su nombre me dejó un regusto amargo en la boca. 
 
Su sonrisa malvada se curvó en los bordes mientras se agachaba frente a mi 
jaula abierta. 
 
—Llevamos días aquí, y cada vez que abro esta jaula, eres como un felino 
despiadado dispuesto a lanzarse a mi cuello. Sin embargo, hoy estás… —giró mi 
cara de izquierda a derecha mientras me estudiaba— casi derrotada. 
 
Aunque quisiera hablar, no podría encontrar las palabras. El sueño que tuve era 
tan vívido, tan real, y ahora que me había despertado para descubrir que no lo era, 
era como si me hubieran metido en esta jaula por primera vez. 
 
—¿Qué pasa, schiava? —Inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Te pasó factura lo 
de anoche? 
 
Un escalofrío me recorrió mientras los recuerdos volvían con un tormento peor 
que cualquier dolor. La puta. La sangre. El olor a sexo. Y el sonido de la carne 
golpeando contra la carne mientras sus viles gemidos llegaban al techo. 
 
—La has matado. —Mi voz se quebró, mi garganta ronca de tanto gritar. 
 
 
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—¿A quién? ¿A la puta? No, querida Daniela. Yo no maté a Riana. Es difícil 
encontrar una participante dispuesta cuando uno tiene, cómo decirlo, gustos 
particulares. 
 
—Creo que la palabra que buscas es jodido. 
 
Sonrió. 
 
—Y ahí está ella. Mi pequeña luchadora. 
 
—Jódete. 
 
—Ten cuidado. Lo último que quieres hacer es ponérmela dura. 
 
Me mordí la lengua, apretando los labios, aun luchando por asimilar que el 
Darion que conocía no era más que una mentira de bordes afilados que me 
destrozaba la espalda. 
 
Entrecerré los ojos mientras lo estudiaba. 
 
—¿Qué te ha pasado en el labio? 
 
—Es sólo un pequeño rasguño. —Darion me soltó la barbilla de un tirón y se 
enderezó–. Adivina a quién he visto hoy. 
 
Tuve que inclinar el cuello para mirarlo, su traje gris crujiente era la imagen de 
la sofisticación y el control absoluto, lo cual no era más que un flagrante engaño. 
 
Se quitó la chaqueta y la tiró sobre la cama, las sábanas todavía manchadas 
con la sangre de la puta. 
 
—Hoy he visto a Gian. 
 
Respiré con fuerza al mencionar su nombre, mi pecho se apretó con anhelo. Gian. 
El hombre que me odiaba y luego me robó el corazón. El hombre cuyos fríos brazos 
se convirtieron en el calor que me reconfortaba cada noche. Un calor que anhelaba 
desde que Darion me secuestró. 
 
—Asumo que él es quien debe agradecer tu labio roto 
 
—No vayas por ahí suponiendo cosas —advirtió, con los ojos fríos y duros. 
Parecía que el momento se alargaba eternamente mientras su advertencia se 
 
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aferraba al aire que me asfixiaba lentamente, y sólo pude soltar un suspiro cuando 
apartó la mirada. 
 
—Entonces, una noticia interesante. —Comenzó a remangarse—. Parece que no 
eres la única luchadora de tu familia. Alessa sigue viva. 
 
Mi corazón se detuvo, cada centímetro de mi piel se estremeció mientras se 
enfriaba. 
 
—¿Alessa? 
 
—Sí. Yo también me sorprendí. —Tomó asiento en la cama y apoyó sus codos 
sobre las rodillas, apretando las manos frente a él—. Debería haber apuntado mejor. 
 
Todo a mi alrededor desapareció mientras reproducía la escena de su caída al 
suelo, una y otra vez dentro de mi cabeza. Una parte de mí murió entonces, y mi alma 
se convirtió en nada más que rastros de una existencia putrefacta. 
 
Fue el momento más horrible de mi vida. 
 
Después de eso, no pude comprender el hecho de que Darion, un hombre que 
supuestamente era mi amigo, me hubiera secuestrado porque mi mente estaba 
demasiado ocupada tratando de entender qué demonios había pasado y que 
acababa de disparar a mi hermana. Ni siquiera intenté oponer resistencia. Sólo 
cuando llegamos aquí, dondequiera que sea, mi dolor se convirtió en odio. Y mi odio 
fortaleció mi lucha. 
 
Ahora Darion me dijo que Alessa estaba viva, y por mucho que yo quería creerle, 
el hombre no era de fiar. Era una criatura sádica, un psicópata que prosperaba con 
el dolor de los demás. Y lo que dolía ¿más que un momento de esperanza en medio 
del dolor, para que te lo quiten un segundo después? 
 
—Estás mintiendo —dije. 
 
—Créeme, estoy a favor de jugar contigo. Pero esto es demasiado desastroso 
para para bromear. 
 
Entrecerré los ojos, sin confiar en la mirada de preocupación de su malvado 
rostro. 
 
—¿Qué intentas hacer? —susurré–. ¿No me has hecho suficiente daño? ¿No estoy 
lo suficientemente rota para ti como para que tengas que mentir sobre algo así? 
 
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—Y ahí está tu respuesta. —Se inclinó hacia atrás, los mechones de cabello negro 
cayendo sobre su frente—. Ahora mismo, no tengo nada que ganar mintiendo sobre 
Alessa. Pero estoy seguro de que si... no, cuando la mate de verdad esta vez, te 
romperá sin remedio. Eso sería divertido, ¿no crees? ¿Ver si todavía te queda esa lucha 
después de que creías que tu hermana murió, pero en realidad no lo hizo? Y entonces 
ella muere de nuevo. 
 
Su risa era maníaca, un eco enfermizo dela alegría que se encuentra en las 
malas intenciones. El sonido me arañó la columna vertebral, y tuve que tragarme la 
bilis que me subió a la garganta. 
 
Se pasó la palma de la mano por la cara, su risa malvada terminó abruptamente 
mientras centraba su mirada en mí. 
 
—Créeme, schiava, lo que te digo es la verdad. Tu hermana vive. 
 
Y ahí estaba. La verdad. Desde que me trajo aquí, había visto lo suficiente de 
su oscuridad para saber cuándo había verdad detrás de sus ojos marrón oscuro. 
 
Estaba ahí cuando dijo que nunca me dejaría ir. 
 
Estaba ahí cuando dijo que mi destino estaba sellado con el suyo. 
 
Y estaba ahí cuando dijo que me rompería, me haría daño y me moldearía para 
convertirme en su pequeña y perfecta schiava. 
 
Era cierto. Alessa todavía estaba viva. 
 
Mi hermanita estaba viva. 
 
—Gracias, Dios —susurré, poniendo las palmas de las manos contra mi cara, ya 
no tratando de contener las lágrimas porque eran lágrimas que quería llorar. 
Lágrimas de alivio. Lágrimas que brotaban de mi corazón. Lágrimas que sangraban 
de mi alma. 
 
Por un corto tiempo, no estuve en esa jaula. Estaba en el jardín que había soñado, 
con ella, viendo su cara y amando su sonrisa. 
 
—¿Faye, como un hada? 
 
 
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El asombro en sus ojos mientras me miraba, la forma en que su rostro se iluminó 
cuando me llamó por mi segundo nombre, fue uno de los momentos más preciados de 
mi vida. Un recuerdo que guardaría para siempre. 
 
—Está viva. —Me limpié las mejillas, la humedad se pegó a mis dedos—. Alessa 
está viva. 
 
—No te emociones demasiado, schiava. No va a estar viva por mucho tiempo. 
 
—¿Qué? —Mi corazón saltó a la garganta—. ¿Qué estás diciendo? 
 
—Dios mío. No has oído nada más allá de que Alessa está viva, ¿verdad? —Se 
levantó y se desabrochó la camisa. 
 
—Darion... 
 
—Alessa está viva, Daniela. Eso significa que puede hablar. Tan pronto como la 
despierten... 
 
—¿Despertarla? 
 
—La mantienen en un coma inducido médicamente. —Tiró su camisa al suelo y 
agitó la mano en el aire—. Alguna mierda con su cerebro o algo. Pero lo que quiero 
decir es que, si se despierta, va a contarle a mi hermano lo que pasó, y no puedo 
permitir eso. 
 
Me puse de rodillas y me agarré a la puerta abierta de la jaula. 
 
—Darion, por favor. No le hagas daño. Otra vez no. 
 
La sonrisa en su rostro mientras cruzaba los brazos era de pura diversión. 
 
—Dios, eres hermosa cuando súplicas. 
 
—Darion, por favor. —Me puse de rodillas, sin importarme que la piel rota de 
mis piernas me dolía con el movimiento. 
 
Se encogió de hombros. 
 
—Lo siento, schiava, pero no puedo dejar vivir a tu hermanita. 
 
 
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—¡Por favor! —Me arrastré fuera de la jaula, con una nueva desesperación 
como combustible. No me importó que mis palmas y rodillas ardieran por la dura 
presión. No me importaba que cada músculo palpitara y que me doliera todo el 
cuerpo. Lo único que me importaba era que mi hermana pequeña estaba viva. Por 
primera vez desde que empezó esta pesadilla que comenzó, sentí esperanza, no de 
ser salvada, sino de que no todo estaba perdido—. Por favor. —Seguí suplicando—
. Por favor, no vuelvas a hacerle daño. 
 
Mi mente se tambaleaba por la revelación de que ya no tenía que llorar. Mi 
hermana seguía viva, lo que significaba que a mi marchito corazón aún le quedaba 
una pizca de color en él. 
 
Me quedé quieta frente a él, con las lágrimas resbalando por mi rostro. 
 
—Por favor, Darion. Por favor. Haré lo que sea. —De rodillas y en mi punto más 
vulnerable, le rogué con mis palabras y le supliqué con mi corazón. No podía soportar 
la idea de que volviera a hacerle daño. Prefería atravesar el infierno y dejar que las 
llamas me envolvieran por la eternidad antes de que este bastardo enfermo volviera 
a dañar a Alessa. No otra vez. 
 
Se agachó frente a mí, un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras colocaba su fría 
palma contra mi mejilla. 
 
—Ya está arreglado, schiava. Alessa estará muerta por la mañana. 
 
—No. Por favor, Dios, no. Darion —gimoteé y apoyé mi cabeza contra su muslo, 
inclinándome ante él mientras le rogaba—. No le hagas daño, por favor. Juro por 
Dios que haré todo lo que me pidas. No volveré a pelearme contigo. Cualquier cosa, 
por favor. 
 
Aspiré cuando sentí la palma de su mano contra mi cuello, con los dedos 
entrelazados en mi cabello. 
 
—¿Cualquier cosa? 
 
—Cualquier cosa. —Enterré mi cara más profundamente contra él—. Te juro que 
cualquier cosa. 
 
—Sabes, hay una cosa que he querido desde que te vi por primera vez. 
 
—Cualquier cosa. —Las lágrimas se deslizaban por mis labios, el familiar sabor 
salado extendiéndose a través de mi lengua—. Lo juro. Haré lo que sea. 
 
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 Nunca pensé que fuera posible que los ojos del diablo se oscurecieran más, pero 
hizo. La obsidiana fundida brilló cuando las intenciones negras ondearon en sus iris. 
Mi entrega voluntaria ahora se había convertido en el patio de recreo de mi captor. 
 
 
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Ladeó la cabeza y me estudió con la mirada lujuriosa que había llegado a temer. 
Mis huesos no eran más que hielo, el frío terror me atenazaba la garganta, 
exprimiendo el aire de mis pulmones. 
 
Darion me llevó el pulgar a la boca, con un toque amargo y vil. 
 
—Siempre me he preguntado qué se sentiría al tener estos hermosos, regordetes 
y sonrosados labios alrededor de mi polla. 
 
Mi cuerpo se estremeció mientras el asco recorría cada hueso. 
 
—Y te has resistido con uñas y dientes desde que llegamos aquí, así que hasta 
ahora, no estaba seguro de que fueras a jugar bien. —Me guiñó un ojo—. ¿Si sabes 
lo que quiero decir? 
 
Por supuesto, lo sabía. Él sabía tan bien como yo que le arrancaría la polla de 
un mordisco en el segundo que me la metiera en la boca, la única cosa que no era 
capaz de controlar con látigos y cadenas. Y las mordazas de bola tampoco lo harían 
posible. 
 
—¿Estás captando lo que estoy diciendo, schiava? —La almohadilla de su pulgar 
se aferró a mi labio inferior mientras lo metía suavemente hacia abajo—. Chúpame 
la polla. Trágate mi semen y consideraré dejar vivir a tu hermana. 
 
—De acuerdo. —No hubo ninguna duda. Ninguna en absoluto. Todo lo que 
importaba era Alessa y hacer todo lo posible para mantenerla a salvo—. Lo haré. 
 
 
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—¿Y te portarás bien? 
 
Asentí. 
 
—Si me pellizcas la polla, acabaré con tu hermana yo mismo. ¿Me entiendes? 
 
—No lo haré. —Sacudí la cabeza—. Lo juro. 
 
La sonrisa de su rostro se amplió: una sonrisa demoníaca. 
 
—Debo decir que la desesperación te sienta bien, Daniela. 
 
Dios, lo odiaba. Odiaba que en cuestión de minutos hubiera conseguido tener 
tanto control sobre mí. No sólo sobre mi cuerpo, sino también sobre mi mente. 
 
 Tragando con fuerza, con el cuerpo temblando, vi cómo se enderezaba ante mí, 
desabrochándose el cinturón, con el sonido de su cremallera rozando mi columna 
vertebral. 
 
Tantas veces me había utilizado. Me ha hecho daño. Tomándome contra mi 
voluntad en formas que nunca podría haber imaginado. Pero nunca me había 
parecido tan debilitante como ahora: mi desesperación chocando con su enfermedad. 
 
Por un segundo, cerré los ojos mientras Darion se agachaba detrás de mí, 
juntando mis manos. El corazón me martilleaba detrás de las costillas cuando sentí el 
dolor familiar de las ataduras de los cables que me apretaban las muñecas, 
mordiéndome la carne. 
 
Con un suave movimiento, me pasó el cabello por detrás del hombro y se inclinó 
al oído. 
 
—¿Has chupado la polla de mi hermano? ¿Sabes a qué sabe el semen? 
 
Quería gritarle y decirle que sefuera al infierno, arrancarle los ojos antes de 
clavarle un cuchillo en el corazón. Pero él tenía la carta más poderosa, la carta que 
garantizaría mi sumisión. Mi obediencia. La misma carta que mi padre utilizaba para 
controlarme, para hacerme cumplir sus sucias órdenes. 
 
Mi padre. 
 
Darion. 
 
 
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Los dos eran lo mismo para mí, ambos nacidos del vientre del mal. 
 
Sus labios rozaron mi cuello. 
 
—Bueno, ¿lo has hecho? 
 
Se me secó la boca. 
 
—Sí. 
 
Bruscamente, me tiró del cabello, haciendo estallar fuego en mi cuero cabelludo. 
 
—Respuesta equivocada. ¿El tiempo que has pasado conmigo no te ha enseñado 
nada? —Tiró con fuerza, y mi cuello se dobló hacia atrás—. No quiero saber nada 
de ti y de mi hermano. No quiero saber cómo te folló. Cómo te saboreó mientras yo 
me sentaba con la polla en la mano, pensando en ti, en cómo se sentía estar dentro 
de ti. Incluso si pregunto, miente, joder. ¿De acuerdo? —Levantó la voz—. ¿Lo 
entiendes? Miénteme, joder. 
 
—Lo siento. —Me dolía la espalda—. No lo hice. Nunca... 
 
—Demasiado tarde ahora. —Me empujó hacia adelante, de cara al suelo. El 
dolor que rebotó desde mi pómulo hasta mi barbilla no fue nada comparado con mi 
necesidad de hacer todo lo posible para mantenerlo alejado de Alessa. 
 
—Ahora —me agarró por los hombros y tiró de mí, obligándome a avanzar 
mientras tomaba asiento en la cama, colocándome entre sus muslos— será mejor que 
me chupes la polla como si nunca la hubieras probado antes. ¿Me entiendes? 
 
—Sí. —Mi labio inferior temblaba, las lágrimas resbalaban por mi cara, 
goteando de mi barbilla. 
 
La bilis me subió por la garganta cuando sacó su polla de los pantalones. La 
misma polla que me violó tantas veces, una y otra vez, llenándome mientras yo gritaba 
de agonía. 
 
Me agarró la barbilla y me clavó sus fríos dedos en la piel, acercando mi cara 
a centímetros de la suya mientras se inclinaba más cerca. 
 
—Si siquiera piensas en morder —levantó la otra mano a su lado, el brillo de 
su pistola invocando un tipo de miedo al que me había acostumbrado en esta 
 
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habitación— te haré un agujero en el cráneo, y me aseguraré de que veas a Alessa 
abajo en el infierno después de cortarle la garganta. 
 
—Dios. No lo haré —respiré, agarrándome con todas mis fuerzas—. Haré lo 
que me pidas, lo juro. 
 
—Bien. 
 
Cuando me soltó la barbilla, se inclinó hacia atrás y colocó la pistola contra mi 
cráneo. 
 
—Ahora, chúpame la polla como si quisieras. 
 
Sentí como si el suelo fuera a ceder debajo de mí mientras mi estómago se hacía 
más pesado, el hormigón llenaba mis entrañas. 
 
Por primera vez desde que me trajo aquí, sentí miedo en lugar de odio, terror 
en lugar de aversión. Tenía mucho miedo de lo que pudiera hacer, no a mí, sino a ella. 
Y por eso me encontré de rodillas, a punto de hacer todo lo que ese monstruo me 
exigía. 
 
Cerré los ojos, deseando que cada pensamiento de Alessa y Gian saliera de mi 
mente. No deberían estar aquí con lo que estaba a punto de hacer. No los quería 
aquí. 
 
El frío acero de la pistola contra mi sien no valía ni un gramo de motivación. 
Pensar en mi propia muerte no me ayudó a fortalecer mi determinación. No me 
importaba lo que me sucediera. Sólo se trataba de ellos: Alessa y Gian. Nadie más. 
 
Me lamí los labios y aparté sus recuerdos de mi mente mientras me inclinaba 
hacia abajo, con Darion guiando su polla hacia mi boca. 
 
¿Era esto lo que se sentía en el infierno? No tanto las llamas contra la carne, sino 
la derrota que poseía mi alma. 
 
Todo lo que pude hacer para evitar las arcadas fue respirar profundamente por 
la nariz mientras lo saboreaba en mi lengua. 
 
—Joder —gimió mientras envolvía su circunferencia con mis labios—. Jesús. —
Se pasó los dedos por el cabello—. Tu boca se siente mejor de lo que imaginaba. 
 
 
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Las lágrimas fluyeron como un río mientras me derrumbaba por dentro. 
Someterse, no luchar, era el peor tipo de tortura. 
 
Sus caderas se flexionaron. 
 
—Chupa más fuerte. 
 
Hice lo que me pedía, cada orden aplastaba mi alma aún más en el suelo. El vil 
sabor de su polla en mi lengua me hizo tragar para no vomitar. Con esto, sus gemidos 
se hicieron más fuertes, sus caderas se flexionaron más rápido. 
 
—Usa esa lengua tuya, schiava. 
 
Gimoteé mientras obedecía, lamiendo a lo largo de su longitud, rodeando la 
cabeza de su polla. 
 
El impulso de morder era abrumador, una sensación que ni siquiera el beso de 
su arma podía reprimir. Era mi instinto, mi modo de supervivencia en piloto automático. 
Y ni siquiera podía pensar en Alessa, así que pude reunir las fuerzas para superar 
esto, ya que este acto era demasiado repugnante como para tener su recuerdo 
presente mientras me convertía en la esclava de Darion. Su puta. 
 
—Eso es. Cómete mi polla como si estuvieras hambrienta de ella. 
 
Empujó hacia abajo con fuerza, introduciéndola toda en mi boca, la cabeza de 
su pene presionando contra la parte posterior de mi garganta. Tuve una arcada, la 
saliva se derramó de mi boca mientras luchaba por respirar. 
 
Mi columna vertebral se arqueó, cada músculo se tensó al respirar en seco, los 
ojos llorosos mientras los mocos me obstruían la nariz. Aunque tenía las manos atadas, 
seguía luchando, mi modo de lucha o huida tomaba el control. Quería escapar, pero 
no había ningún sitio al que ir. El ardor de las ataduras que me cortaban las muñecas 
me lo recordaba. 
 
Darion se inclinó hacia atrás sólo un centímetro, todavía sosteniendo la pistola 
contra mi cabeza, su otra mano me agarraba el cabello y me sujetaba, asegurándose 
de que no pudiera ir a ninguna parte. 
 
—No tienes idea de cuántas veces he fantaseado con este mismo momento. 
 
Las ganas de vomitar se hicieron insoportables. 
 
 
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—Con cada mujer que me chupaba, me imaginaba que eras tú, que eran tus 
ojos verdes manchados los que me miraban fijamente mientras saboreabas mi lujuria 
en tu lengua. 
 
Apreté los ojos cerrados, sus palabras, su voz, su sabor, y todo sobre él 
serpenteando alrededor de mi alma, forzando la vida fuera de mí poco a poco. 
Asfixiándome. Matándome. 
 
—Mi pequeña zorra Moretti. —Su palma rozó mi cuero cabelludo—. Te gusta 
esto, ¿no es así? Te gusta que te traten como una sucia puta. 
 
Más duro, más profundo, más rápido, forzó mi cabeza hacia arriba y hacia 
abajo mientras follaba mi boca. 
 
—Maldita sea. —Su voz chocó con el techo, y retiró la pistola, dejando caer la 
mano sobre el colchón detrás de él. 
 
 Quería morir. No quería volver a respirar. Darion entró y salió de mi boca a la 
fuerza, tan profundamente que me dio arcadas y me ahogué lo que me pareció cien 
veces. Podía verlo en mi mente, cómo preferiría tomar la pistola de Darion en mi boca 
y apretar el gatillo que sentarme aquí y ser obligada a chupársela. 
 
Pero eso no era una opción para mí. Nunca lo sería. Alessa tenía que vivir. Tenía 
que hacerlo. Por ella, por mí. 
 
Mi vida ya había terminado, robada por el monstruo del que ahora estaba 
decidida a protegerla. Y si eso significaba que tenía que soportar su crueldad durante 
el resto de mi vida sin ninguna esperanza de escapar quitándome la vida, que así 
fuera. 
 
Darion flexionó una vez más, profundo y duro, antes de que el horrible sabor de 
su semen explotara contra la parte posterior de mi garganta. Intenté tragarlo, pero 
era demasiado y me salía por los lados de la boca. 
 
Por el mareo que me invadió, supe que estaba a punto de desmayarme. Sería 
un respiro bienvenido, y recé para que ocurriera. Recé para que me sacaran de este 
momento. Para morir. Para morir mil veces de forma dolorosa allí mismo sieso 
significaba escapar de este infierno. 
 
Darion me apartó de él, con tanta fuerza que retrocedí, con los restos de su 
placer aun resbalando por mi barbilla. 
 
 
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Lloré. Lloré tan fuerte que me dolió. Todo dentro de mí ardía y dolía mientras su 
sabor se aferraba a cada rincón de mi boca. Mi estómago se revolvió mientras caía 
a un lado, encorvando las rodillas, con las manos aún atadas a la espalda. 
 
—Eso sí que fue jodidamente bueno. —El sonido de la victoria sonó en su voz—
. Por desgracia para ti, no ha sido lo suficientemente bueno. 
 
Aspiré un poco de aire. 
 
—¿Qué... qué estás diciendo? 
 
Su gran cuerpo proyectaba una sombra mientras se alzaba sobre mí, subiendo 
la cremallera de sus pantalones. 
 
—Digo que ninguna mamada valdrá el riesgo de mantener viva a tu hermana. 
—Se inclinó hacia delante y me agarró las mejillas, frunciendo los labios—. Al igual 
que tú no estás dispuesta a perder a tu hermana, yo no estoy dispuesto a perder a mi 
hermano. 
 
—No —susurré, todo dentro de mí, mi mente, mi cuerpo, mi alma arruinada, 
destruida, demolida—. Has mentido. 
 
Apretó los labios. 
 
—No, no lo hice. Dije que lo consideraría, y lo hice. —Se encogió de hombros—
. Y ahora he tomado mi decisión. 
 
Me soltó la cara y se enderezó. 
 
—Haz las paces con ello, Daniela. Nada puede salvarte... ni a Alessa. 
 
—¡Idiota! —Grité a todo pulmón, con el sabor de su vil polla aferrado al fondo 
de mi garganta—. ¡Hijo de puta! 
 
Las llamas estallaron en mi mejilla al mismo tiempo que el violento chasquido 
rasgó el aire. Caí a un lado, con las palmas de las manos ardiendo al caer al suelo. 
 
—Cuida tu lengua cuando me hables —arremetió Darion mientras yo mordía 
entre las lágrimas de dolor—. Me respetarás, Daniela. Y aceptarás tu destino. 
 
No pude evitarlo. Una fuerza violenta se abalanzó sobre mi estómago, cada 
músculo se tensó y mi espalda se arqueó al tiempo que mi cuerpo expulsaba el semen 
 
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de Darion con una violenta oleada de líquido amargo que subía por mi garganta, 
salía de mi boca y entraba por mi nariz. 
 
Con cada sacudida de mi cuerpo mientras me atraganté con mi propio vómito, 
estaba segura de que mi cabeza iba a explotar por la presión que golpeaba como 
un martillo de veinte libras contra mi cráneo. 
 
—Pobrecita —arrulló Darion con una mueca burlona—. Eso es lo que pasa 
cuando chupas la polla de un hombre de verdad. Tu cuerpo no puede soportarlo. 
 
Aspiré un poco y cerré los ojos, tratando desesperadamente de ganar control. 
 
—No puedes... —Tragué con fuerza. 
 
—¿Qué es eso, ahora? 
 
Me limpié la boca con el dorso de la mano, respirando profundamente otra vez 
para que mis entrañas se calmaran. 
 
—Si la matas… —me impulsé hacia arriba, acomodándome sobre mi rodilla— 
si matas a Alessa, juro por Dios que nunca me detendré, Darion. 
 
Me temblaban las piernas mientras luchaba por levantarme, obligándome a 
ponerme de pie frente a él. El dolor me recorría la mejilla, cada músculo de mi cuerpo 
me dolía mientras me enderezaba para mirarlo a los ojos. No me importaba estar 
desnuda. Me importaba una mierda que probablemente me castigara por lo que 
consideraría una osadía al ponerme de pie ante él. Por primera vez desde esta 
pesadilla comenzó, no estaba de rodillas frente a él, ni atada, ni amordazada, ni 
tirada en el suelo llorando de agonía. 
 
Con nada más que pura determinación, ahogué mi miedo enfrentándome a él. 
 
—Nunca dejaré de luchar contra ti. ¿Lo entiendes? Nunca. Y cuando llegue el día 
en que ya no tenga fuerzas para luchar contra ti —cuadré los hombros—. Me 
suicidaré y perderás a tu putita Moretti. Lo juro. 
 
Los segundos se convirtieron en eones mientras nos mirábamos fijamente. El odio 
palpable que emanaba de cada uno de mis poros chocaba con la cruel obsesión que 
goteaba de su mirada. 
 
 Tragué con fuerza cuando se acercó un paso y extendió la mano, haciendo que 
me estremeciera cuando me pasó un dedo por la mandíbula. 
 
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—Dios, eres preciosa, ¿lo sabías? —Se lamió los labios—. Desde la primera vez 
que te vi, que te vi de verdad en tu decimosexto cumpleaños. ¿Te acuerdas de ese 
día? 
 
 Parecía que hacía décadas, el día en que mi padre me obligó a celebrar mi 
cumpleaños con gente que ni siquiera conocía. 
 
Lo calificó como el día en que presentó al mundo a su primogénita. Su mundo. 
Pero yo sabía que había algo más que eso. Era mi decimosexto cumpleaños y la 
subasta de mi padre en la que desfilaba como un caballo de batalla, llamando la 
atención de posibles compradores para cuando llegara el día en que me 
intercambiaran como parte de un acuerdo comercial. 
 
Darion tocó la yema de su pulgar contra mis labios. 
 
—Eras la chica chica más hermosa que he visto nunca. Con tus llamativos rizos 
rojos, tu piel clara y una sonrisa tan brillante que iluminabas toda la habitación. Ese 
fue el día en que supe que debía tenerte. Tenía que hacerte mía. —Se mordió el labio 
inferior, frunciendo el ceño como si le doliera—. Lo intenté todo, ¿sabes? Sabía que tu 
padre elegiría a uno de los dos, a Gian o a mí. Así que hice todo lo posible para 
impresionar a nuestros dos padres, pero nada sirvió. —Dejó escapar una risa burlona 
mientras apartaba su mirada de la mía, mirando al suelo—. Incluso llegué a matar a 
toda una familia por tu padre. Esposo. Madre. —Volvió a mirarme—. Niño. Un niño 
de seis años. 
 
Se me apretó el pecho al pensarlo. 
 
—Pensé que, si limpiaba uno de los desórdenes de tu padre, él me apreciaría 
por lo que era y se daría cuenta de que era digno de tu mano en matrimonio. Pero 
eligió a Gian, el hijo de Silvestro que te odiaba, cuando podría haberme elegido a 
mí —me acarició la mejilla— el hijo de Silvestro que te amó durante años. 
 
Por primera vez desde que esta pesadilla comenzó vi algo gentil en sus ojos 
mientras me miraba. Había menos maldad, menos depravación, y más... sentimiento. 
Pero pasó tan rápido como había aparecido, las sombras en su rostro pintado con una 
enfermedad que había ocultado tan bien a todo el mundo. 
 
—Verás, schiava, tu padre no me dejó opción cuando te entregó a mi hermano. 
Secuestrarte fue mi último recurso. Intenté construir una amistad contigo... 
 
—Eras mi amigo. 
 
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—Pero yo quería más. Cada segundo que pasaba contigo, te veía sonreír 
mientras estabas conmigo, y esperaba por Dios que te enamoras de mí. —Sus rasgos 
se endurecieron, su mirada era tan fría que me hizo estremecer—. Pero en cambio, te 
enamoraste de él. Incluso después de que te tratara tan mal, después de que te hiciera 
daño. —Cerró los ojos y giró el cuello de lado a lado como si tratara de evitar que 
el monstruo que llevaba dentro se desatara—. Incluso después de que fue tan cruel 
contigo, te enamoraste de él. —Los ojos malévolos encontraron los míos una vez más, 
y pude sentir el frío de su mirada deslizándose por mi piel. Él agarró mi barbilla, los 
dedos mordiendo mi mandíbula, el dolor permitiendo que un gemido—. ¿Lo ves, 
Daniela? ¿Ves por qué te tengo aquí encerrada en una jaula? ¿Por qué me veo 
obligado a hacerte daño, obligado a hacerte llorar? 
 
Quería romperme. Quería romperme allí mismo y sollozar en el frío suelo bajo 
mis pies, pero me negué a ceder al miedo. Me negué a mostrar debilidad. 
 
Darion se acercó, con su cuerpo a centímetros del mío, el mismo cuerpo que me 
había tomado contra mi voluntad tantas veces desde el día en que me tomó. Y aunque 
no mostré nada más que la fachada fría como la piedra que me cubría en ese 
momento, por dentro me temblaban las venas y se me aceleraba el corazón. 
 
Ladeó la cabeza, sus ojos no eran más que perversos orbes negros. 
 
—Porquete atrae, schiava. Dolor. El odio. La pena. La angustia. Te seduce, 
porque si no, ¿por qué te habrías enamorado de mí hermano tan rápidamente? Así 
que, como ves, simplemente te estoy dando lo que quieres. Y un día —me tomó la 
mejilla y me secó una lágrima—. Un día me amarás... como lo amaste a él. 
 
Me tembló el labio inferior cuando se inclinó hacia mí y me besó la comisura de 
los labios. 
 
—Lo juro —susurró, y cerré los ojos mientras más lágrimas caían por mi cara. 
 
Se enderezó y me rodeó el codo con la mano. 
 
—Vamos a meterte a tu jaula. Ah, y una cosa más —se frotó la barbilla y me 
miró de soslayo—. Si llega el día en que te sientas obligada a quitarte la vida, que 
sepas que te lloraré, pero encontraré mi consuelo mientras contemplo el cadáver de 
mi hermano. 
 
El frío de una noche de invierno me llenaba las entrañas, las afiladas uñas del 
miedo me arañaban la piel, y me congelé. 
 
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Darion sonrió con nada más que la victoria irradiando de él en oleadas de terror. 
 
—¿Entiendes lo que estoy diciendo, schiava? —Me tocó la barbilla y me miró con 
el afecto de un amante—. Mientras tú respires, querida Daniela… él también. 
 
 La amenaza fue fuerte y clara, y una vez más, Darion había demostrado que 
tenía la sartén por el mango, y sin importar lo que hiciera, nunca ganaría. Nunca me 
libraría de él. Ni siquiera en la muerte. 
 
 
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Mi padre y Emilio se habían ido. Gracias a Dios. Un minuto más con esa escoria 
de Moretti y habría limpiado las paredes con su cara. Al hombre le importaba una 
mierda su hija secuestrada o la que luchaba por su vida en el hospital. Uno nunca 
pensaría que estuvo a punto de perder a sus dos hijas. 
 
Idiota. 
 
—Dúchate, Gian. —Irina se recostó en su asiento—. Estás apestando a 
desesperación. 
 
—¿Perdón? 
 
—Ya me has oído. Dúchate, refréscate y ponte sobrio. Tal vez entonces el Gian 
Silvestro que conozco vendrá para que podamos resolver esta mierda juntos. 
 
—¿Qué demonios estás insinuando? —Golpeé con el dedo la mesa del comedor, 
con los ojos entrecerrados. 
 
—Digo que ya te has enfadado lo suficiente, que la ira a nublado tu juicio lo 
suficiente. El Gian que conozco, el Gian que todo el mundo conoce, resolverá esto sin 
necesidad de perder su mierda. 
 
—No voy a perder mi mierda. 
 
—¿Cómo llamas entonces a agredir a tu hermano? 
 
Miré mi dedo, que seguía golpeando la madera. 
 
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—Llámalo un caso leve de rivalidad entre hermanos. 
 
—¿Leve? —Irina se burló—. Pude verlo en tus ojos. 
 
—¿Qué podías ver exactamente? —Me senté, incapaz de ocultar mi desinterés. 
 
—Querías matarlo. 
 
—Sólo quería darle una patada en el culo. 
 
—Te he visto matar antes, Gian. Te he visto antes en ese lugar. —Ella inclinó la 
cabeza hacia un lado, sus ojos azules me estudiaban mientras seguía sentada, 
fingiendo conocerme—. ¿Por qué te enfada tu hermano? 
 
Me levanté, la silla patinó por el suelo de baldosas. 
 
—Darion sabe cómo irritarme. 
 
—¿Estás seguro de que eso es todo? 
 
—¿Qué mierda es esto? ¿Una sesión de psicología? Deja de intentar analizar 
cada uno de mis movimientos y ayúdame a encontrar a mi mujer. 
 
Golpeé con la palma de la mano contra la mesa, la frustración se apoderó de 
mí. De todas las personas de mi vida, Irina era la que mejor me conocía. Me había 
visto tanto en mis mejores momentos como en los peores, que casualmente era hoy. Eso, 
y que era la única mujer que se atrevía a desafiarme... hasta Daniela. 
 
Me enderecé y me pasé una mano por el cabello. Me ardían los ojos, me dolían 
las sienes, y mi maldita boca se sentía como papel de lija. 
 
—Necesito otro trago. 
 
—No. —Irina se levantó de golpe y se deslizó delante de mí—. Lo último que 
necesitas es otro trago. 
 
—Apártate de mi camino. 
 
—Hablo en serio, Gian. 
 
—Yo también. Apártate de mí puto camino para que pueda servirme una copa. 
 
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—¡No! 
 
—Irina! —En un ataque de rabia, agarré su brazo, los dedos apretando en su 
carne. La rabia era tan jodidamente intensa que podía sentir cómo me tragaba, 
consumiéndome hasta un punto en el que ya no me importaba una mierda. Y que no 
me importara una mierda era un terreno peligroso para un hombre como yo, 
especialmente ahora que tenía todo que perder. 
 
El vello de la nuca se me erizó al darme cuenta de lo que estaba haciendo, y 
solté a Irina como si me quemara. Si no fuera un cabrón tan empedernido, le habría 
dado una disculpa, pero por suerte, Irina sabía que no debía esperar una. 
 
Su mirada permaneció clavada en la mía, y no retrocedió ni un milímetro. La 
mujer era un maldito chihuahua en el mundo de un rottweiler, pero tenía más pelotas 
que la mayoría de los hombres que conocía. 
 
—Tenemos que encontrar a tu mujer, y no podemos hacerlo si no juntas tu mierda. 
 
Me pasé los dedos por el cabello y me apoyé en la pared. 
 
—Lo sé. Es que... todas esas chicas desaparecidas, estoy acostumbrado a sentir 
esa necesidad de salvarlas a todas. Pero esto —torcí el cuello y miré al techo— se 
siente tan jodidamente diferente. No puedo respirar, Irina. —La miré, llevándome la 
mano a la garganta—. Cada minuto, cada segundo sabiendo que está ahí fuera, 
pensando en todas las cosas horribles por las que puede estar pasando —me mordí 
el labio— me está jodiendo la cabeza. Pensar en otro hombre tocándola, haciéndole 
daño mientras grita pidiendo ayuda. Y yo no estoy ahí para ayudarla. No estoy ahí. 
¡Jesús! 
 
Golpeé mi puño contra la pared. Mi corazón sangraba y mis entrañas estaban 
desgarradas. Había un dolor profundo, que lo consumía todo, dentro de mí, que nunca 
había sentido antes. Era como si me ahogara, mis pulmones estaban desesperados por 
respirar, pero mi alma se negaba a hacerlo. Por primera vez en mucho tiempo, sentí 
el escozor de las lágrimas no derramadas, cómo me punzaban el fondo de los ojos 
cuando amenazaban con exponer la única debilidad que había conocido. 
 
Mi amor por Daniela. 
 
—Gian —Irina se acercó— la encontraremos. 
 
 
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—¿Cómo la encontraremos si no tenemos nada para seguir? Hasta ahora, no ha 
habido ningún contacto o pista de que esto es un acuerdo de rescate. No es un acto 
de venganza. Si lo fuera, quien se la llevó no la habría secuestrado. La habrían 
matado y dejado su cuerpo para que yo lo encontrara. No tenemos nada. Ni siquiera 
tenemos un motivo. 
 
—Estoy segura de que si escarbamos en la basura de Emilio, encontraremos unas 
cuantas personas con un motivo para joder a su familia. 
 
—No. —Sacudí la cabeza—. Esto no va dirigido a Emilio. Si lo fuera, él lo sabría, 
y no estaría por ahí haciendo visitas a domicilio. Maldito cobarde. —Me aparté de 
la pared—. Quien se la llevó quiere o bien vengarse de mí, lo cual no tiene sentido 
ya que dejaron morir a Alessa y no a Daniela. O es alguien... 
 
—Alguien que quiere a Daniela. 
 
Irina y yo nos miramos fijamente mientras una pieza del rompecabezas encajaba 
en su sitio. 
 
—No se trata de ti ni de su padre, Gian. Se trata de ella. 
 
—¿Pero quién? —Empecé a caminar mientras mi mente giraba en mil direcciones 
diferentes a la vez—. ¿A quién enojó tanto Daniela como para llegar a secuestrarla 
e intentar asesinar a Alessa? 
 
—No lo sé. —Irina miró los expedientes sobre la mesa, expedientes de cada 
persona a la que habíamos jodido arruinando su imperio de tráfico humano—. Daniela 
no tiene un hueso malo en su cuerpo. No se me ocurre nadie con quien se enojaría 
tanto. ¿Y si no es alguien con una venganza contra ella, sino alguien que se la llevó 
porque la quiere? 
 
Los engranajes giraron dentro de mi cabeza mientrasdejaba de pasearme. 
 
—¿Un admirador? 
 
Irina se encogió de hombros. 
 
—Podría ser. Daniela es una mujer hermosa, Gian. Y su apellido prácticamente 
la convirtió en una celebridad en esta comunidad. 
 
—No. No puede ser eso. —Me llevé la palma de la mano a la cara—. 
Desenterré cada última información que pude conseguir sobre ella antes de casarnos, 
 
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así como de aquellos que alguna vez se consideraron cercanos a ella. No había nadie. 
Además, su padre se aseguró de que ningún hombre pudiera acercarse a ella, al 
menos no lo suficiente como para formar cualquier tipo de enredo romántico. 
 
Los tacones de Irina chasqueaban sobre las baldosas mientras se acercaba 
lentamente. 
 
—¿Estás diciendo que nunca ha tenido otros novios, amantes, nadie? 
 
Me encogí de hombros. 
 
—Sólo he sido yo. 
 
El zumbido del teléfono de Irina vibró en la mesa del comedor. Vi cómo se giraba 
y lo cogía antes de contestar. 
 
—¿Hunter? 
 
Inmediatamente, me enderece, un pequeño trozo de esperanza que hizo que mi 
corazón latiera más rápido. Hunter Keaton era uno de los mejores chicos de búsqueda 
y rescate de nuestro equipo. Junto con su esposa Scarlet, sabían todo lo que había 
que saber sobre cada sindicato de tráfico de personas que habíamos encontrado. 
 
—¿Estás seguro? —Irina tomó asiento, apoyando su codo en la mesa mientras 
apoyaba la mano en la frente—. Tiene que ser un error. No, Hunter. Te digo que es 
imposible. Te sugiero que consigas pruebas más concretas antes de hacer una 
acusación tan atrevida. 
 
Me acerqué, con los ojos entrecerrados. 
 
—No. El boca a boca no es prueba suficiente. Llámame cuando estés ciento 
cincuenta por ciento seguro de esto. 
 
Colgó, con la cara repentinamente pálida y los ojos muy abiertos. 
 
—¿Qué pasa? 
 
La temperatura a nuestro alrededor bajó unos diez grados en dos segundos 
cuando vi que la habitual expresión pétrea de Irina se volvía sombría. 
 
—Irina —me incliné y puse las manos sobre la mesa frente a ella—. ¿Qué mierda 
está pasando? 
 
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Las líneas de preocupación formaron surcos en su frente cuando sus ojos se 
encontraron con los míos. 
 
—Encontramos información sobre la desconocida que murió en tu aparcamiento 
hace unas semanas. 
 
Tomé asiento mientras los recuerdos de aquella noche me inundaban. Los gritos 
de Irina. El cuerpo inerte de la chica. Dios, fue nada menos que una pesadilla mientras 
intentaba salvar la vida de esa chica mientras su sangre manchaba mi entrada. 
 
Alguien había colocado a la niña moribunda en el maletero de Irina, un pequeño 
regalo destinado a ponerla en peligro. Todas nuestras casas seguras estaban 
comprometidas, e Irina no tuvo más remedio que llevar a la niña ahí. 
 
Hice todo lo que pude para salvar a la niña mientras Daniela se quedó a un 
lado y observaba. Pero en ese momento, no me importaba nada más que salvar a la 
niña. Al final, nada funcionó y no pude salvarla. Lo peor fue que nunca supimos quién 
era. Su nombre. De dónde era. No es que hubiera importado, ya que no habríamos 
podido contactar con su familia y decirles que estaba muerta. No podíamos 
arriesgarnos a ser expuestos y a recibir atención no deseada. Además, la chica ya 
estaba muerta. Nada de lo que hiciéramos podría cambiar eso. Pero todavía había 
cientos, miles de niñas que podíamos salvar, y la única manera de hacerlo era pasar 
desapercibidos. 
 
Aparté los recuerdos y me centré en Irina. 
 
—¿Qué pasa? 
 
Se pasó los dedos por su largo cabello dorado. 
 
—Hunter consiguió algo de información de las calles de que nuestra desconocida 
trabajaba como prostituta en el centro. La última vez que alguien la vio, se fue con un 
cliente. 
 
—¿Quién era el cliente? 
 
 Irina se mordió el labio, apretando la mandíbula mientras sus ojos evitaban 
hacer contacto con los míos. 
 
—Irina —solté—. Cuéntame. 
 
 
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—Darion. —Se lamió los labios—. La última vez que alguien la vio fue cuando 
se fue con Darion. 
 
Un inquietante silencio se instaló entre nosotros, como si el mundo a nuestro 
alrededor se hubiera puesto en silencio. 
 
—No —murmuré—. No. No puede ser Darion. Estuvo aquí esa noche, 
¿recuerdas? Estaba fuera con nosotros cuando le hice la reanimación a la chica. 
 
—¿Estuvo aquí toda la noche? 
 
—Estoy bastante seguro, sí. 
 
—¿Estás bastante seguro? 
 
—Irina, —me enderecé–. no puede ser él. Esa noche irrumpió en mi habitación 
diciendo que estabas de camino. Darion es muchas cosas, pero... 
 
—¿Un sádico? 
 
Estaba ahí en sus ojos, la verdad que ambos sabíamos sobre Darion. Con nuestros 
lazos en los bajos fondos, descubrimos las indiscreciones de Darion en cuanto empezó 
a jugar en la oscuridad. Mi hermano pequeño tenía un gusto perverso cuando se 
trataba de sexo y se bañaba en las perversiones de un hombre sádico. Era una de 
las razones por las que quería que se mantuviera jodidamente alejado de Daniela 
mientras él se paseaba por aquí, fingiendo no querer nada de ella más que la 
amistad. Pero vi a través de las sonrisas y los toques inocentes, las bromas y las risas. 
Mi hermano quería a mi mujer de una forma que acabaría con una guerra civil dentro 
de la familia Silvestro, pero era lo suficientemente inteligente como para saber que 
nunca sobreviviría a mi ira si la tocaba. 
 
Irina rodeó la mesa y se detuvo a unos metros de mí. 
 
—Tú y yo sabemos que esto no es algo que la mayoría de la gente pueda 
controlar. No todo el mundo tiene el autocontrol que tú tienes, Gian. 
 
Era como una maldita cuerda alrededor de mi garganta mientras mis pies 
colgaban a tres metros del suelo. Reconocer esa parte de mí, una parte que había 
mantenido oculta a todo el mundo excepto a Irina, era difícil. Había preferido vivir 
sin pensar ni hablar nunca de ello, y funcionó hasta que Daniela entró por la maldita 
puerta de mi casa. 
 
 
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Apreté los labios y la mandíbula mientras la culpa llenaba mis pulmones y 
amenazaba con ahogarme. 
 
—Lo tenía controlado. —Tragué con fuerza—. Hasta que una noche perdí el 
control. Sólo una puta noche, con Daniela. Jesús. —Era algo que nunca me perdonaría, 
la noche que até a Daniela a mi cama y la obligué a correrse. La noche en que la hice 
presenciar la oscuridad que me acechaba cuando derramé mi lujuria sobre sus muslos 
desnudos. 
 
El peso de todo ello me obligó a sentarme, bajando las dos palmas de las manos 
por mi cara. Parecía que hacía una década que odiaba a Daniela con tanta pasión 
que permitía que el control se me escapara de las manos sólo para herirla. Para 
castigarla. Para demostrarle que era mi dueña. Ahora todo lo que quería era que 
estuviera aquí donde pudiera protegerla, para poder mantenerla a salvo. 
 
—Gian. —La voz de Irina atravesó mis pensamientos—. Gian, ¿y si esto es 
cierto? ¿Y si fue Darion? 
 
—Jesús, Irina, mi hermano puede ser un maldito sádico, pero no tiene las pelotas 
para hacer algo así. Además, toda su vida se ha dedicado a besar el culo de nuestro 
padre. Hacer algo así sólo pondría en la lista de mierda de nuestra familia, lo que 
sería contraproducente para su objetivo de vida. 
 
—Pero él ha tenido algo con Daniela, ¿verdad? Por eso querías ponerle el culo 
en bandeja de plata hace veinte minutos. 
 
—Mi hermano es un idiota al que le gusta el sexo duro. 
 
—¿Sexo duro? —Irina se puso la mano en la cadera, la falda lápiz negra 
acentuando la curva de su cintura—. Encontramos a tu hermano en una habitación con 
una chica colgada boca abajo del maldito techo con múltiples cortes en los muslos. Eso 
no es sólo sexo duro, Gian. 
 
Me levanté de mi asiento. 
 
—No es Darion, ¿bien? Además, si fuera él, ¿qué ganaba asesinando a la 
prostitutay metiendo su cuerpo en el maletero de tu auto? 
 
—No lo sé. —Lanzó la mano al aire—. Dios, no lo sé. Pero tú y yo sabemos que 
siempre que hay humo, hay un puto incendio enorme en alguna parte, y el nombre de 
tu hermano acaba de quedar alojado en medio de él. 
 
 
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La palpitación en mis sienes se hizo más intensa, y sentí que estaba segundos de 
arrastrarme fuera de mi propia piel. Necesitaba tranquilidad. Necesitaba un tiempo 
sin nada más que mis pensamientos. 
 
Y al parecer, también necesitaba una ducha. 
 
—Llama a Hunter, dile que cave más profundo. 
 
—¿Cuánto más profundo tiene que cavar, Gian? 
 
—Tan jodidamente profundo como tenga que hacerlo hasta que la encontremos. 
—Pasé junto a Irina—. Voy a tomar una ducha y sólo... refrescarme. 
 
Tomé un vaso y una botella de bourbon y salí a toda prisa. No hacía falta mirar 
a Irina para saber que me miraba con una mirada de desaprobación. 
 
—El bourbon hace que me calme —dije por encima del hombro mientras salía 
del comedor. 
 
—No he dicho nada —dijo ella. 
 
—No tenías que hacerlo. 
 
 
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No me quedaban más lágrimas para llorar. Lo único que podía hacer era 
tumbarme en mi jaula y mirar fijamente hacia el frente. ¿Siquiera estaba respirando? 
No parecía que lo hiciera. No podía sentir nada. Ni siquiera el frío del suelo podía 
penetrar en el entumecimiento de mis huesos. 
 
Ya no sentía el sabor del semen de Darion en mi lengua. Fue reemplazado por 
algo amargo, como si la bilis del infierno hubiera sido forzada en mi garganta. 
 
Toda mi vida había sido una luchadora. 
 
Luché con mi padre hasta el último minuto, justo antes de caminar por el pasillo. 
 
Luché contra Gian y su odio hacia mí hasta que me robó el corazón. 
 
Luché contra Darion mientras creía que mi hermana estaba muerta, mientras me 
violaba una y otra vez, susurrando las cosas más viles que cualquier hombre podría 
decir a una mujer. 
 
Luché. 
 
Luché, mierda. 
 
Pero no más. Por primera vez en mi vida, estaba derrotada. Sin esperanza. 
Completa y totalmente sola. 
 
Tenía algo por lo que luchar todos estos años, ya fuera por mi libertad o la 
necesidad de mantener a mi hermana pequeña a salvo. Ahora no quedaba nada. 
 
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Darion me arrancaba el alma del cuerpo con cada arañazo, cada látigo, cada 
cadena. Las marcas de los dientes seguían marcando mi piel en los lugares en los que 
me mordía mientras vertía su maldad dentro de mí. Los moretones cubrían mi cuerpo, 
y mi alma había sido destrozada. Pero descubrir que Alessa estaba viva, sólo para 
saber que la perdería de nuevo, era más de lo que podía soportar. Mi mente se hizo 
añicos. Succionó la última fuerza que me quedaba de la médula de mis huesos y me 
despojó de mi existencia. 
 
La perdí dos veces. La hermana pequeña que juré proteger desde el día en que 
la vi por primera vez, el pequeño paquete de alegría que mi madre trajo a casa en 
sus brazos. Alessa era la muñeca más hermosa que jamás había visto, y sabía que 
Dios me había puesto en esta Tierra para cuidarla. Pero fallé. 
 
Fracasé. 
 
No quedaba nada de mí, nada más que esta jaula en la que estaba encerrada. 
Ya ni siquiera me molestaba el diminuto espacio confinado ya no se burlaba de mí, la 
claustrofobia era lo más alejado de mi mente. Por lo que me importaba, podía 
cerrarse a mi alrededor, romperme los huesos y tragarme entera. Deseaba que así 
fuera. Al menos así me libraría de este infierno. 
 
La puerta crujió al abrirse. Era un sonido que tenía el poder de infundir el temor 
de Dios en mí. Pero hoy no. Hoy, no sentía nada, y me encantaba. 
 
—Ahí está. 
 
La bilis subió a mi garganta cuando escuché su voz, y me senté, mirando detrás 
de mí. 
 
Darion me sonrió, de la forma en que siempre lo hacía cuando entraba aquí con 
intenciones que no tenían nada bueno para mí. El rostro del hombre que estaba a su 
lado estaba sumido en una sombra mientras ambos permanecían junto a la puerta. Lo 
único que podía ver eran sus brillantes zapatos oscuros y el brillo de un reloj de oro 
en su muñeca. 
 
—¿Cómo está mi linda juguetona? 
 
—¿La has matado? ¿Mataste a Alessa? 
 
 Sus labios se curvaron y sus ojos se entrecerraron. 
 
 
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—¿Qué tal si respondo a esa pregunta mañana? O pasado mañana. —Se frotó 
la barbilla—. O tal vez nunca. ¿No sería divertido? No saber si he matado a Alessa 
o no. 
 
El agotamiento se aferró a mis huesos. —Sólo dime. 
 
—Hoy no. —Se acercó, e imaginé que sus pesados pasos eran como los latidos 
del corazón del diablo. 
 
—He traído a alguien para que te dé un poco de cariño muy necesario. 
 
Mi corazón se aceleró y me negué a mirar a Darion mientras se acercaba a la 
jaula. 
 
—Hans lleva años atendiendo a mujeres en tu situación, así que es bastante 
eficiente en ¿cómo decirlo? los cuidados posteriores. 
 
Deslizó la llave de su cuello y abrió la jaula de acero. no me moví. Aunque tuviera 
energía, no la habría desperdiciado en intentar escapar. 
 
Hans se colocó detrás de Darion, con la cara a la vista. De mediana edad. Tal 
vez cuarenta y cinco años. Extranjero, pero no italiano. Holandés, posiblemente, a 
juzgar por el nombre. 
 
—Y no te molestes en hablar con Hans, suplicándole ayuda. El hombre es mudo 
y no habla ni una palabra de inglés, lo que le hace perfecto para este trabajo, ¿no 
crees? —Darion sonrió como un hombre que tiene todas las piezas de ajedrez en el 
tablero. 
 
Todo estaba borroso, mi mente no era más que fragmentos de imágenes y 
pensamientos distorsionados. Pero aún podía ver los bordes oscuros de su rostro y sus 
rasgos perversos. El hombre que una vez consideré amigo había sido mi enemigo todo 
el tiempo. Darion pasó de amigo a enemigo en un solo momento. De ángel a demonio 
con un solo aliento. 
 
—Así que juega bien —dijo y se agachó para que nuestras miradas se 
encontraran—. Deja que Hans se ocupe de ti. —Extendió la mano y me tocó la mejilla, 
un acto que normalmente me haría retroceder y gruñir como un animal salvaje. Pero 
hoy no. Tal vez mañana. 
 
Inclinó la cabeza hacia un lado, sus ojos brillaban con falsa admiración. 
 
 
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—Me has robado el corazón con tu belleza, Daniela. Incluso con ese iris 
defectuoso que tienes, sigues siendo la mujer más hermosa en la que he puesto los ojos. 
Sería un tonto si permitiera que perdieras tu resplandor. Así que Hans vendrá 
regularmente para asegurarse de que siempre estés lo mejor posible para mí. 
 
Ya sea por mi mente rota o por lo ridículo que sonaba, había algo tan 
jodidamente loco en todo ello que tuve que reírme. Comenzó en lo más profundo de 
mi pecho, una suave carcajada que se hizo más fuerte a medida que se extendía por 
mi garganta. No podía parar, y cuanto más me reía, más sentía que la histeria se 
apoderaba de mí. 
 
Darion enarcó una ceja. 
 
—¿Qué es tan gracioso? 
 
—Dios mío. Esto es una locura. —Puse una palma delante de mi boca mientras 
continuaba riendo, cada músculo de mi estómago se tensaba—. Desde hace una 
mierda de tiempo, me has estado haciendo daño, abusando de mí, violándome, y 
ahora traes a este hombre, Hans —dije burlonamente— “para que se ocupe de mí". 
¿Puedes ver la ironía en eso? Dime que ves la ironía. 
 
Aunque quisiera, no podía ocultar lo histéricamente jodido que estaba todo. Y 
ya no me importaba una mierda, intentando mantener la cordura mientras él me 
despojaba de todo lo demás. 
 
Él seguía mirándome con esos ojos huecos, y yo seguía riendo. 
 
—Lo siento —empecé— claro que no lo ves porque eres un puto psicópata. 
Darion Silvestro, el hermano psicópata de mi marido, cuya única alegría en el mundo 
es

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