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0 5 - No Such Fling - Coralee June

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Traducción 
 
 
Mona 
 
 
Diseño 
 
 
ilenna 
 
 
 
 
 
 
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Sinopsis _________________________ 6 
Capítulo Uno ____________________ 7 
Capítulo Dos ____________________ 13 
Capítulo Tres __________________ 20 
Capítulo Cuatro ________________ 25 
Capítulo Cinco _________________ 29 
No Such King ___________________32 
Acerca de la Autora ______________ 33 
 
 
 
 
 
 
 
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A BLOODY ROYALS PREQUEL 
 
 
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**Esta es una precuela de 10.000 palabras que tiene un enorme 
cliffhanger. De la próxima trilogía Bloody Royals de CoraLee June. 
 
He estado enamorada del Príncipe Augustus desde que tengo 
uso de razón, pero él sigue apartándome, a los brazos de otro... 
Atticus es un coqueto peligroso; podría robarme el corazón si se lo 
permitiera. 
Leo, mi feroz protector, me habla a un nivel profundo del alma, como 
ningún otro que haya conocido. 
Los tres insinúan algo más, pero no son los únicos que reclaman 
mi cuerpo. El mal acecha en las sombras del castillo, y también me 
quiere a mí. 
Lucharé por mi libertad y huiré si es necesario, pero para ello tendré que 
dejar atrás parte de mi corazón. Sólo tengo la esperanza de que, si llega el caso, 
un día el destino nos vuelva a unir. 
 
**Advertencia: este libro contiene escenas y referencias de abuso/agresión 
que algunos lectores pueden encontrar desencadenantes. Junto con violencia 
gráfica. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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i afecto por Augustus, el príncipe heredero de Aldrich, se sentía 
como una broma interna, un giro humorístico y cruel del destino 
del que tenía que reírme para sobrevivir. 
Era mi mejor amigo. 
Mi futuro rey. 
¿Pero lo peor de todo? Era un chico al que le gustaba jugar con mi corazón. 
Sonreía cuando me ponía su color favorito. Su pecho se hinchaba de orgullo 
cuando agarraba mis dedos temblorosos. ¿Y la última noche? Cuando bailamos 
juntos en nuestro club favorito, con el sudor resbalando por nuestra piel, me dejó 
para bailar con una mujer de la alta sociedad con pechos más grandes y una 
cuenta bancaria mucho mayor. 
El amor era algo inconstante, y a August sólo le gustaba recibirlo. Suponía 
que era más seguro así. Estaba demasiado asustado para dar rienda suelta a su 
corazón. Probablemente le preocupaba que saliera corriendo y lo dejara atrás si 
le daban la mitad de la oportunidad. 
Siempre habíamos estado muy unidos, pero ahora parecía que cada vez 
que estábamos juntos, August se inventaba una excusa y me alejaba. No lo 
entendía. 
—¿Vas a seguir enfurruñada en el rincón, preciosa? —preguntó Atticus 
DuPont. Se había reunido conmigo en la biblioteca esta mañana para verme 
estudiar mientras miraba su teléfono móvil. Llevaba el cabello oscuro peinado 
hacia un lado y se había desabrochado el botón superior de la camisa. Como 
mejor amigo de August, tenía un asiento en primera fila para cada aspecto 
humillante de mi enamoramiento. 
—No estoy enojada. 
El sol brillaba a través de una enorme ventana, bañando a Atticus en luz y 
resaltando un hematoma en forma de dedos alrededor de su antebrazo. 
—Tu bonita boquita está fruncida esta mañana. ¿Podría mantenerla 
ocupada con otras cosas? —Atticus me sonrió mientras se inclinaba hacia delante 
para apoyar los brazos en las rodillas. 
Atticus siempre estaba coqueteando conmigo. Siempre cruzando alguna 
línea invisible que yo había establecido. No estaba segura de si realmente me 
quería o no. Ya tenía todo lo que su corazón deseaba, pero no llenaba el vacío. 
Supongo que perseguir las posesiones de August lo llenaba de alguna manera. 
M 
 
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Y yo pertenecía a August. Mi corazón prácticamente latía por el chico, y 
sus padres me acogieron cuando los míos murieron. Yo era la hija adoptiva de la 
reina. La espina del rey en su costado. El juguete del príncipe. 
—Últimamente tienes una gran fascinación por mi boca —dije, 
sonrojándome por lo descortés que estaba siendo. En realidad no me quería. 
Quería la idea de mí. 
—Tengo una especial predilección por ella, aunque me gustaría conocer 
íntimamente tus labios. —Puse los ojos en blanco y continué tomando notas en el 
libro que estaba leyendo. Sin embargo, Atticus no iba a dejarme enfurruñarme 
en paz—. Sabes, August se casará con alguna rica heredera algún día. O tal vez 
incluso con una princesa. El reino de Ovistra ha querido establecer una alianza 
lucrativa. Su hija tiene la misma edad que nosotros. 
Fruncí el ceño al escuchar eso. Era cierto. Puede que fuera un miembro 
querido de House of Rose, pero no era nada comparada con una princesa. —No 
estoy desilusionada, Atticus. 
Se lamió los labios. —Entonces, ¿por qué suspirar por él? ¿Por qué él? 
Mis ojos recorrieron su hermoso rostro. Tenía la tenue sombra de un 
hematoma bajo el ojo derecho. Cuando le pregunté por él la semana pasada, me 
dijo que se trataba de un negocio que se había estropeado. Últimamente 
trabajaba cada vez más con su padre, asumiendo responsabilidades adicionales 
y desapareciendo durante días. No entendía lo que estaba haciendo, pero había 
un borde oscuro en su personalidad últimamente. El único momento en el que 
parecía desahogarse era cuando estábamos a solas. 
—¿Por qué alguien? —pregunté, con un tono tímido para ocultar el hecho 
de que me estaba muriendo por dentro. 
—Es un idiota. 
—Es una buena persona para mí —argumenté—. Son los pequeños 
momentos los que hacen a un hombre, Atticus. August estuvo ahí para mí cuando 
mamá y papá murieron. 
—Yo también estuve allí para ti. 
—Me dice cosas amables cuando estamos solos. 
Atticus se mordió el labio. —Las palabras amables son como el aire. No 
pueden alimentarte, protegerte o construirte un hogar, Christine. 
La vergüenza hizo que mi pecho se apretara. —Siguen siendo agradables 
de escuchar. 
Se levantó de su asiento y se acercó a mí, el olor de su costosa colonia me 
inundó en oleadas. Se agachó a mis pies. —¿Es eso lo que hace falta para ganarse 
tu afecto, pequeña? ¿Algunas palabras bonitas para envolver tus orejas? 
Le di una palmadita condescendiente en la mejilla. —La autenticidad, 
también. —Frunció el ceño—. Las palabras amables no significan nada si no 
 
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representan nada. Me quieres porque August me tiene. Tienes una fascinación 
por coleccionar cosas que significan algo para él. 
Me dirigió una mirada significativa. —Tal vez no las merezca. 
August entró en la biblioteca con el cabello revuelto y arrugas en la 
camisa. Su pelo rizado parecía sin lavar y tenía una pizca de vello oscuro en la 
mandíbula. —Anoche fue muy divertido —dijo antes de dejarse caer en una silla 
acolchada y guiñarme un ojo. Arrastró las palmas de las manos sobre la parte 
superior de los muslos y suspiró—. Pero necesito el pelo del perro que me 
mordió si quiero sobrevivir al día. 
Dios, sus guiños hicieron que mi corazón se agitara. Era vergonzoso cómo 
reaccionaba mi cuerpo ante él. 
Leo, el guardia personal de August, entró en la habitación y me sonrió. 
Llevaba el pelo rubio recogido sobre la cabeza y empezó a rebuscar en su 
bolsillo en cuanto sus ojos verdes se fijaron en los míos. —Para ti —dijo antes de 
dirigirse a mi silla. Sacó uno de mis chocolates favoritos y me lo puso en la palma 
de la mano antes de enroscar mis dedos alrededor de la golosina con su mano 
firme—. Algo dulce para todo tu estudio. 
—Gracias —dije. Leo siempre me encontraba pequeños regalos. Siempre 
buscando maneras de mimarme. 
—No quiero estudiar. Quiero comer comida grasienta. —August me lanzó 
una sonrisa—. Vamos a comer algo de brunch. Yo invito. 
Me lamí los labios con nerviosismo. —Tengo que estudiar. Tenemos tres 
exámenes al día siguiente de volver. 
Era mi primer año de estudios en la Real Academia, una universidad 
situada a unos cuarenta y cinco minutos del castillo. Todo el mundo suponía que 
había entrado por mi favor con la familia real, así que sentía la necesidad de 
demostrar mi valía. Tenía que sacar buenas notas. Estábamosen casa para las 
vacaciones de primavera pero tendríamos que volver a nuestros dormitorios al 
final de la semana, y no estaba preparada para volver a estar rodeada de chicas 
que querían arrojarse a los pies de August y adorar su polla. Al menos en el 
castillo, sólo tenía que compartirlo con Atticus y Leo. 
—No sé por qué te molestas —dijo August con un gesto de la mano. 
—Algunas personas quieren ganarse sus elogios, majestad —dijo Atticus 
con el ceño fruncido. 
El príncipe heredero se volvió hacia su mejor amigo, con una mirada 
tortuosa. —¿Es así como piensas heredar la empresa de tu padre, Atticus? ¿Vas 
a ganarte los miles de millones de dólares que te esperan en tu fondo fiduciario? 
Todo este tiempo, pensé que habías nacido en el privilegio. Dime, ¿qué es lo que 
haces a altas horas de la noche cuando te tiene escabulléndote por toda la 
ciudad? 
 
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Atticus maldijo en voz baja. Para estar tan cerca, Atticus y August siempre 
estaban peleando. —Suficiente —dije. 
Leo luchó contra una sonrisa. Siempre estaba de mi lado. 
Atticus comprobó su teléfono y lo guardó en el bolsillo. —Aunque esto ha 
sido encantador, tengo que ir a visitar a mi padre. —Se inclinó para besar mi 
mejilla, un movimiento que hizo que August frunciera el ceño. 
—Gracias por estudiar conmigo —le dije suavemente mientras se 
abotonaba la parte superior de la camisa y salía de la biblioteca. Me recosté en 
mi silla y levanté mi libro para poder seguir leyendo, con las páginas 
desgastadas acunadas en mi brazo mientras trataba de encontrarle sentido al 
tercer rey del árbol genealógico de Aldrich. Se casó con su prima segunda, que 
también era la tercera esposa de su padre, una viuda con influencia que lo ayudó 
a inclinar la opinión pública a su favor a pesar del escándalo incestuoso de su 
matrimonio. 
En el momento en que Atticus se fue, Leo se colocó contra la pared y 
August se volvió hacia mí, sacándome de mis estudios una vez más. —¿Te 
divertiste anoche? 
—Mi pareja de baile me abandonó —bromeé, obligándome a no sonar 
celosa. August no me debía nada. No estábamos predestinados. Estaba maldita 
por el afecto hacia un coqueto. Él me engañaba. Me haría enamorarme de él. 
Pero nunca me correspondería. La distancia que había puesto entre nosotros 
recientemente me hizo más consciente de ese hecho aleccionador. 
—Estabas muy preocupada. Atticus salvó el día y bailó contigo —dijo, con 
una amargura en su tono que me pilló desprevenida. 
—Atticus me vio sola en la pista de baile y fue lo suficientemente 
caballeroso como para ofrecerme un baile. 
—Tú y Atticus se han acercado este año. ¿Es él mi sustituto? Por favor, dime 
que no me dejas por un pomposo DuPont. 
Me encogí de hombros. —Nos visitamos mucho en la escuela. Has estado 
muy ocupado este año con todas tus actividades extracurriculares. —Lo miré por 
encima del borde de mi libro. Extraescolares era una forma amable de decir que 
se estaba abriendo paso entre todo el alumnado femenino. 
—Siempre tengo tiempo para mi mejor chica... mi mejor amiga —añadió 
la parte de la amiga como si fuera una idea de última hora, algo que se estaba 
obligando a decir. A veces, deseaba ser su única chica—. Fuiste mi primer beso 
y probablemente serás el último, Christine Abernathy. 
Me obligué a mantener los ojos en las palabras de mi libro para que no 
viera cómo me desmayaba. —Fue un primer beso terrible. Éramos 
preadolescentes. Y no importaban todas las chicas de por medio, ¿verdad? —
dije, con un tono sarcástico. 
Se levantó de golpe y se acercó a mí. —¿Estás celosa, amor? 
 
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Sacudí la cabeza. —¿Por qué iba a estar celosa? 
—Porque estás perdidamente enamorada de mí. 
Mi corazón se aceleró, pero me obligué a mantener una actitud 
indiferente. —¿Y qué prueba tienes de mi amor, August? 
—Te observo. Me doy cuenta de todas las pequeñas cosas. 
—Pensé que estabas demasiado ocupado para prestarme atención. —
Arqueé una ceja. 
Me quitó el libro de encima y me pasó el dedo por la mejilla. —Veo tu 
amor en la forma en que tu respiración se entrecorta cuando te toco. 
Ahogué un grito. —¿Oh? 
Se desplazó hacia delante y me rozó el cuello con sus suaves labios. —
Cuando me inclino para susurrarte al oído, prácticamente puedo oír tu pulso 
rugiente. Galopa como un semental, amor. 
—Es una enfermedad del corazón —mentí. 
Esto era lo más atrevido que August había sido conmigo. Claro, nos 
abrazamos de vez en cuando, y tuvimos un primer beso desastroso cuando 
éramos jóvenes. Pero algo había cambiado recientemente, y yo no sabía cómo 
manejarlo. Se puso de rodillas frente a mí, con Leo observándonos en la esquina. 
Clavé los ojos en el guardaespaldas y vi que su cálida mirada esmeralda se bebía 
la escena que tenía delante. Siempre estuvo destinado a ser un ejecutor 
silencioso, una mosca en la pared vigilando a su cargo, pero sentí su presencia 
en mi alma. 
August me robó la atención cuando colocó su mano bajo mi vestido rosa 
pálido y arrastró sus dedos por mi pantorrilla. —No quieres follar con Atticus. 
Apuesto a que podría encontrar más pruebas si sólo... —Su pulgar se movía cada 
vez más alto, buscando el interior de mi muslo antes de rozar apenas mi núcleo 
húmedo—. ...empapada... tan mojada para mí, nena. 
Solté un grito de sorpresa. El sonido era de necesidad y estaba 
impregnado de lujuria. 
Leo empezó a toser con fuerza, haciendo que tanto August como yo nos 
sobresaltáramos. Sacó su mano de mi vestido y yo agaché la cabeza 
avergonzada, avergonzada de que Leo viera lo rápido que me derretía ante el 
contacto de August. 
El príncipe se levantó entonces y se llevó la mano a la boca, chupando 
ligeramente la punta del dedo con un gemido. —Delicioso. Vuelve a estudiar, 
preciosa. 
Salió de la biblioteca y mi corazón se rompió un poco a pesar de la 
emoción que corría por mis venas. No pude evitar sentirme como una broma 
para August. Nada de esto era real. No era permanente. Jugó conmigo hasta que 
no fui más que un deseo interminable, una copa desbordada. 
 
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Y supongo que yo también sonreí con nuestra pequeña broma. Las 
mejores bromas hacen que hasta el más desesperado esboce una sonrisa. 
Tenía nostalgia de un amor que estaba condenado. 
 
 
 
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i corsé estaba tan apretado que apenas podía respirar, el material 
aplastante tiraba de mis costillas con tanta firmeza que mi figura 
de reloj de arena parecía antinatural. Odiaba al estilista real y la 
ropa que nos hacían llevar. Había algo opresivo en los vestidos largos, el pelo 
rizado y el corpiño ajustado que nos imponían. Prefería la falda, las medias hasta 
la rodilla y la camisa abotonada de la academia. Dentro de dos días, volveríamos 
a la escuela, a nuestros dormitorios, a escondernos en las sombras y a mirar con 
nostalgia mientras August brillaba en el centro de atención. No era su culpa que 
el mundo entero estuviera ansioso por verlo. Era el atractivo de la familia real. El 
poder era embriagador y fascinante para muchos. Todo eran disfraces, política 
y ascenso en la escala social. 
Me sentía a la vez parte de este mundo y no de él. Tenía un título y la 
adoración de la familia real. La reina Isabelle no me habría acogido si no sintiera 
afecto por mi difunta madre. Pero nadie quiso ser mi amigo por mí. Me veían 
como un peldaño hacia algo más grande. Dejé de hacer amistad con otras chicas 
porque sólo querían que les presentara a August. Los chicos que querían salir 
conmigo se sentían intimidados por el príncipe heredero. No les gustaba que sus 
egos se compararan con los de la realeza, y no es que yo pudiera 
corresponderles. 
Mi corazón pertenecía a otro. 
Recorrí la multitud y mis ojos se detuvieron en Lord Geralt, que estaba al 
otro lado del salón de baile, mirándome como si fuera un trozo de chocolate que 
quisiera desenvolver. Nunca sentí que perteneciera a los eventos reales, a pesar 
de mi título. Todos los lores y las damas eran demasiado ambiciosos, demasiado 
engañosos. 
—Estás preciosa esta noche, Christine —dijo Atticus mientrasdaba un 
sorbo a su bebida. Nos quedamos como floreros, observando el banquete 
benéfico con aburrimiento. A pesar de que nuestra escuela estaba a menos de 
una hora en coche del castillo, trataban el regreso de August como si estuviera 
en casa después de la guerra. Eventos cada noche, convocatorias sociales, 
banquetes de caridad. Las vacaciones nunca fueron realmente vacaciones. 
—Este vestido es extremadamente incómodo —gemí. 
Me miró y sonrió. —Sin embargo, te levanta las tetas muy bien. —Le di una 
palmada en el brazo. El coqueto Atticus se había vuelto más agresivo este año, 
pero no tenía ni idea de cómo manejarlo. 
M 
 
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Suspiró. —Estoy listo para volver a la escuela. Mi padre me hace trabajar 
todos los días. En cuanto me gradúe, me pondré a tiempo completo en su 
negocio. 
Tragué saliva. —¿Qué negocios? Es dueño de muchos. 
Una sombra inquietante cruzó sus rasgos. Había oído muchos rumores 
sobre los DuPont, pero nunca se había confirmado nada. Se guardaba sus 
secretos al dedillo, y yo lo respetaba por ello. Sólo deseaba entenderlo. 
—Todos ellos. 
Me volví hacia él y le agarré del brazo. —¿Quieres? 
Entrelazó sus dedos con los míos y un fotógrafo errante nos tomó una foto 
justo antes de que respondiera. —Mi familia es adicta al poder y a la influencia. 
Nunca he visto el atractivo. Pero supongo que tiene sus beneficios. 
—¿Cómo qué? —pregunté, sintiendo el calor de su mano y 
preguntándome si estábamos cruzando una línea. 
—Parece que te gustan los hombres poderosos. 
Sacudí la cabeza. —Eso no es... 
—Necesitarás a alguien que pueda protegerte. Que te provea. Darte el 
puto mundo, Christine. Si quiero hacer eso, tengo que hacer sacrificios. No 
importa si quiero un papel en la organización de mi padre. Te quiero a ti, y eso 
es lo único que importa. 
—Atticus... —La emoción subió por mi garganta. Sus palabras tuvieron un 
efecto extraño en mí. Cuanto más nos acercábamos, más se enturbiaba mi 
corazón. 
—Soy un hombre paciente, Christine Abernathy —susurró, haciéndome 
saber en pocas palabras que esperaría con gusto a que yo le correspondiera. 
Pero no estaba segura de llegar a esos términos. Miró a su alrededor por un 
momento y luego me atrajo hacia un rincón sombrío del salón de baile. Me 
bloqueó la vista con su imponente cuerpo, presionándome contra la pared. 
—¿Q-qué estás haciendo? —Me atraganté. 
—Lo que he querido hacer desde el momento en que te conocí. —Nuestros 
labios estaban a un suspiro de distancia. Una parte de mí quería apretar las 
palmas de las manos contra su pecho y apartarlo, pero había una curiosidad 
morbosa que se arremolinaba en mis entrañas—. Sólo una prueba. Sólo algo para 
mostrarte lo que podríamos ser... 
Atticus rozó sus labios con los míos. Fue tan casto, tan temporal, que ni 
siquiera tuve un momento para sumergirme en su sensación. Pero me quedó un 
zumbido eléctrico en los labios por el susurro de su beso. Me incliné hacia 
delante y una sonrisa de satisfacción cruzó su boca. —Ese no fue un beso 
apropiado —admití. 
—¿Quieres un beso de verdad, Christine? 
 
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Abrí la boca para responder, sintiéndome imprudente y ridícula. No 
debería querer esto. No era más que un premio que Atticus podía reclamar. 
—Vaya, no te ves cómoda —dijo August. Atticus cerró los ojos y maldijo 
en voz baja antes de separarse de mí. Le dediqué a August una tímida sonrisa 
mientras me impulsaba desde la pared. Llevaba su típico chaleco azul real, 
pantalones entallados y un escudo prendido en el pecho. Una copa de champán 
colgaba perezosamente en su mano mientras miraba hacia donde Atticus se 
encontraba protectoramente a mi lado. 
Me sonrojé, sintiendo de repente la necesidad de explicarme. 
—Hola, August... 
—Parece que necesitas un poco de aire fresco. Algo apesta a 
desesperación por aquí —dijo antes de asentir a Atticus—. ¿Nos disculpas? —
August alargó la mano y me rodeó la muñeca, alejándome de Atticus con un 
fuerte tirón. Me sentí como un juguete por el que se estaban peleando. 
—Por supuesto, su majestad —dijo Atticus. 
Leo nos siguió a corta distancia mientras August me guiaba fuera del salón 
de baile, deteniéndose cuando la reina y el rey se interpusieron en nuestro 
camino. 
La reina Isabelle lucía regia con su vestido malva y su cabello negro 
recogido. El anillo de diamantes de su mano izquierda brillaba bajo las luces de 
la araña. El rey Frederick estaba de pie junto a ella, con los ojos inyectados en 
sangre y crueles mientras los recorría. Tenía el pelo castaño como su hijo y la 
piel bronceada. Las arrugas de su piel eran profundas y curtidas. Era bastante 
mayor que su esposa y el doble de cruel. 
—¿A dónde vas? —preguntó la reina Isabelle. 
—Tenemos invitados con los que hay que visitar —añadió el rey Frederick. 
August me agarró con más fuerza. —Sólo estoy tomando un poco de aire 
fresco por un momento. Vuelvo enseguida. 
El rey Frederick frunció el ceño. —Siempre eludiendo tus 
responsabilidades. Eres una decepción. —Aunque el cruel rey mantenía la voz 
baja para que ningún espía pudiera escuchar, había veneno en su tono. 
August no se echó atrás. Se había vuelto más desafiante con los años. No 
estaba segura de sí era la progresión natural de su arrogancia real o si estaba 
cansado de que su padre lo pisoteara. 
—Volveremos enseguida. 
La reina Isabelle miró alrededor del salón de baile, con una sonrisa falsa 
en la boca. —Chicos. Tenemos público. 
El rey Frederick se acercó un paso a su hijo y le dio una palmada en el 
brazo, luego le agarró el bíceps. —Vuelve pronto, hijo. El general Halbert quiere 
hablar del ataque a Redview. Al parecer, murieron algunos civiles y es una 
 
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pesadilla publicitaria. No entiendo por qué es un calvario tan grande. ¿A quién 
le importa la muerte de unos pobres? 
August palideció. —Sí, señor. 
El rey Frederick me miró. —Disfruta de tu aire fresco, Christine. En el 
futuro, por favor, concéntrate en ser una menor distracción para August. Sabes 
que tiene importantes deberes que atender. Estaba bien cuando erais niños, 
pero es un adulto y el futuro rey de Aldrich. No puede mimarte el resto de tu 
vida. Ahora eres una mujer adulta. Tienes que pensar en tus perspectivas como 
esposa. 
Tragué. El nudo de amargura en mi garganta sabía a veneno. 
A August no le gustó nada. Era evidente en la forma en que agarró mi mano 
con fuerza. —Nos vamos. 
La Reina Isabelle se aclaró la garganta. —Diez minutos. 
August se inclinó, en un movimiento sarcástico de sumisión, antes de 
empujar a su padre y guiarme fuera del salón de baile hacia los jardines reales. 
La ansiedad del encuentro me hizo temblar. Intenté evitar al rey en la medida de 
lo posible. Era más fácil hacerlo cuando estaba en la escuela, pero esta semana 
parecía centrarse más en mi amistad con August. 
August le dijo a Leo que se apartara al principio del camino, ofreciéndonos 
algo de intimidad. La luz de la luna proyectaba sombras sobre su rostro mientras 
me sonreía. Mis tacones se tambaleaban sobre la grava, y cuando mi tobillo se 
torció un poco, August se detuvo. —Oh, Cenicienta. Estos zapatos no son muy 
prácticos. 
—Normalmente no tengo ningún problema —susurré. Tenía la sensación 
de que los nervios eran los culpables de mi incapacidad para caminar. 
Se agachó y apoyó mi tacón en su muslo, sus manos se detuvieron en mi 
tobillo mientras desabrochaba el cierre. —Mi padre te asusta. 
Me mordí el labio antes de responder. —Es intimidante. 
—No me gusta lo que ha dicho —respondió August antes de quitarse el 
zapato y recoger el otro pie. La grava se clavó en mi piel. 
—¿Qué parte? 
—Tus perspectivas como esposa. ¿Qué carajo se supone que significa eso? 
—No lo sé —admití. Mi madre dejó claro que quería que me casara por 
amor y que evitara a toda costa un matrimonio concertado. No era raro que los 
miembros de la corte formaran alianzas con un matrimonio para aumentar su 
poder, pero la reina Isabelle conocía los deseos de mi madre; seguramente no 
me obligarían a casarme con alguien... Todavíaquería ir a la universidad. Quería 
ver el mundo. 
Por no mencionar que mi corazón pertenecía a otra persona. 
Me acarició el tobillo. —Lo resolveré. 
 
17 
—Todavía estoy en la escuela. Apenas tengo dieciocho años. Tenemos 
mucho tiempo para preocuparnos por eso —dije con un gesto despreocupado 
de la mano. Ciertamente, el rey no planeaba que me casara pronto. 
August se levantó y me tomó en brazos. El corazón me dio un vuelco 
mientras me llevaba a un espacio de hierba. Los jardines reales estaban bien 
cuidados y eran un oasis lleno de maleza detrás del castillo. Las fuentes de 
mármol tallado que se encontraban a lo lejos tenían chorros constantes de agua 
que salían de sus bocas. Incluso en la oscuridad, podía ver los arbustos 
simétricos y los senderos pulcramente organizados. Había algo tan clínico en su 
jardín que nunca me gustó. Estas flores debían ser salvajes, con espinas 
retorcidas y pétalos caídos que ensuciaban los senderos. 
Era demasiado perfecto. 
Demasiado controlado. 
—Sabes que eres mi mejor amiga, ¿verdad? —preguntó August. Jugueteó 
con una brizna de hierba antes de metérsela en la boca para masticarla. 
Alargué la mano para apretar su brazo cariñosamente. —Por supuesto que 
sí. 
—Las cosas han sido diferentes últimamente. 
Incliné la cabeza hacia abajo, haciendo una pequeña mueca ante la verdad 
de su afirmación. No era sólo que me hubiera alejado, sino que tenía un viaje 
diferente al mío. Su vida estaba planeada para él incluso antes de nacer. Cuando 
éramos niños, todo era mucho más fácil. Éramos sólo nosotros dos. Conocíamos 
las responsabilidades que recaían sobre nosotros, pero no sentíamos su peso. 
Quizás éramos ingenuos o incluso un poco ignorantes. Pero ahora, nos 
enfrentábamos a un futuro que parecía un abismo entre nosotros. 
—Lo intenté, ¿sabes? Poner algo de distancia entre nosotros. 
Me fijé en él, clavando mis ojos en él mientras el dolor inundaba mi pecho. 
—¿Por qué? 
—Para tal vez hacerlo más fácil cuando inevitablemente tenga que 
entregarte. ¿Quieres saber un secreto? 
Asentí, demasiado aturdida para hablar. 
—No ayudó en nada. En todo caso, me hizo desearte más. 
—August... siempre seremos amigos. No tienes que preocuparte por eso. 
Tenía una expresión compungida. —Amigos. Siempre amigos. 
Me negué a permitirme tener esperanzas, pero algo en sus palabras me 
hizo preguntarme si quería más. 
—Siempre has estado ahí para mí —susurré. 
—Siempre lo estaré. 
 
18 
—Entonces, ¿vas a dejar de enrollarte con todas las chicas de nuestra 
escuela ahora? —pregunté, dándole un codazo. 
Se palmeó el pecho en señal de dolor. —Pero estoy intentando batir un 
récord. 
Me aparté de él, pero me rodeó el cuerpo con sus poderosos brazos y me 
acercó hasta que estuve tumbada en su regazo, con el vestido de gala extendido 
a nuestro alrededor como una manta. —Deberíamos conseguir un piso juntos 
cuando nos graduemos en la Real Academia. Algo lejos del castillo. Los dos 
solos. 
Me giré para ocultar mi cara en sus abdominales, un grave error porque 
en el momento en que sentí sus duros músculos contra mi mejilla, me sonrojé. 
—Tienes que quedarte en el castillo. 
—¿Tengo que hacerlo? 
Me reí. —Eres el futuro rey, August. 
—Podríamos pasar las noches viendo la tele y acurrucándonos. —Me 
abrazó más fuerte para mostrarme lo estupenda que podía ser una noche siendo 
acurrucada por August. 
—Tienes un país que dirigir —me burlé de él. 
—¿Qué gracia tiene una corona si no puedo disfrutar de los simples 
placeres de la vida? —Me giré para mirar su rostro ensombrecido—. ¿Piensas en 
ello? Ahora te visito en los dormitorios de la academia, pero podría ser divertido 
vivir juntos. 
Me agarró la mano. —Vivimos juntos en el castillo. Hemos vivido juntos 
durante años, August. 
—¿Pero un lugar propio? Tengo muchos planes para nosotros, Christine. 
Quiero comprar un barco. Podríamos viajar por el mundo. 
Sonreí. —Eso estaría bien. Ya sabes lo mucho que me gusta el mar. 
—Siempre hemos sido sólo nosotros, amor. Cada plan que he hecho te ha 
incluido. Quiero luchar para mantenerte. 
Me aclaré la garganta, con los ojos empañados. Esto era todo lo que 
siempre había querido. —Puedes quedarte conmigo, August. 
—¿Lo prometes? No me dejes nunca, Christine. Soy un imbécil por pedirte 
esto, pero no soy tan orgulloso como para rogarte. Eres la única persona que... 
que ha... 
Me senté y acuné su mejilla. —¿Que ha hecho qué? 
Me sonrió y se acercó más. —Quien me amó. 
Estábamos a un palmo de distancia, sus labios estaban tan cerca de los 
míos que prácticamente podía saborearlos. —¿Señor? —dijo Leo. Nos 
 
19 
separamos. Estaba tan consumida por August que no había oído a Leo 
acercarse—. Sus diez minutos han terminado. 
August gimió. —Impecable sincronización, como siempre. 
Nos levantamos y August me ayudó a ponerme los zapatos. 
Y mientras caminábamos de vuelta al salón de baile, dejé que la más débil 
astilla de esperanza calentara mi pecho. 
Tal vez podría mantener a August. 
 
 
 
20 
e senté en mi tocador y me pasé el cepillo por mi larga melena 
rubia. Me quedé mirando mi reflejo, concretamente la chispa de 
mis ojos. Las palabras de August se repetían en mi mente. 
Quiero mantenerte. 
¿Acaso no sabía? Me quedaría con él para siempre. 
Todavía sentía algo que me remordía la conciencia. Algo siniestro retorcía 
mi emoción. 
Eres la única persona que me ha amado. 
En aquel momento, me había parecido una declaración preciosa. Estaba 
orgullosa de amar a August, pero ahora que había tenido tiempo de procesarlo, 
sus palabras me entristecían. 
¿August sólo me quería porque yo le quería? No era ningún secreto que 
sus padres no habían sido cariñosos con él durante toda nuestra infancia. 
Intentaban moldear a un líder contundente, y su padre en particular no creía en 
mimar a nadie. La reina Isabelle era protectora de su hijo e iría hasta el fin del 
mundo por él, pero ¿alguna vez lo había abrazado cuando lloraba? ¿Le habló 
alguna vez de la vida? 
Mi madre era extremadamente cariñosa conmigo cuando podía serlo. Mi 
padre era el otro extremo del espectro, un hombre decidido a someterme a 
golpes. No estaba segura de sí era la genética o la pérdida lo que me hacía seguir 
queriéndolo, incluso en la muerte, pero lo hacía. Su crueldad se atenuó en mi 
memoria el día que murió, pero tenía la sensación de que el resentimiento 
volvería a aparecer uno de estos días, cuando el dolor se hubiera desvanecido 
en algo más manejable y fuera capaz de procesar todas las cosas terribles que 
nos había hecho a mi madre y a mí. 
Sólo había sido testigo de la brutalidad del rey un puñado de veces. Tenía 
especial cuidado en ocultarlo al público porque no quería un escándalo. Pero yo 
sabía que era un hombre malvado. Se notaba en sus políticas y en la forma 
descuidada en que sacrificaba a su pueblo por su propio bien. August no tenía 
un padre al que pudiera admirar o en el que pudiera confiar. Tenía un rey 
despiadado que le daba órdenes. 
No quería ser deseada porque me preocupaba por August. No había nadie 
más que lo viera como yo. Quería que me amara con cada fibra de su ser. Pero 
no estaba segura de que fuera capaz de hacerlo. Diablos, ni siquiera estaba 
segura de que el camino que llevaba lo permitiera. 
M 
 
21 
Y más aún, mi mente seguía derivando hacia Atticus. No estaba segura de 
poder corresponder a sus sentimientos, pero nos habíamos acercado. Era 
encantador, coqueto y me convertía en el centro de todo su mundo. Era 
halagador y reflejaba mi relación con August de una manera que me daba 
náuseas. Si me lo permitiera, podría dejar que Atticus me amara porque se sentía 
bien. Pero ahora mismo, era incapaz de ordenar todos mis sentimientos. ¿Era 
suficiente con que sólo se amara a una persona en una relación? ¿Se podía 
sostener algo con medio corazón? 
Fue confuso. 
Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos y me levanté para 
responder. Mi larga y vaporosa bata me envolvía el cuerpo y tenía la cara 
descubierta.Esperaba que fuera August o incluso Atticus quien estuviera al otro 
lado de la puerta, pero me sorprendió encontrar a Leo. 
Tenía ojeras, síntoma de un largo día de seguimiento a August. Todavía 
llevaba su uniforme de la guardia real, el rojo brillante que contrastaba con el 
oscuro pasillo. Tenía el pelo revuelto, como si hubiera pasado la última hora 
pasándose los dedos por él. Leo era mayor que yo, pero compartíamos un 
vínculo único. Aunque su trabajo lo obligaba a permanecer en la sombra, 
seguíamos teniendo momentos de intimidad entre nosotros, en los que me traía 
pequeñas golosinas y charlábamos sobre nuestro día. Era sabio y un hombro en 
el que apoyarse. Nos llevábamos muy bien. 
Me sentí avergonzada por lo que había presenciado en la biblioteca. 
August nunca había sido tan descarado, y saber que Leo me veía de una forma 
tan vulnerable hizo que mi corazón se acelerara. 
—El rey te convoca —dijo, con un tono grave. 
Torcí la cara en señal de confusión. —¿El rey? 
—Sí. Quiere que vengas inmediatamente. 
Miré mi bata, sabiendo que sólo tenía un camisón debajo. —¿Debo 
cambiarme? —pregunté. 
Leo arrastró sus ojos por mi cuerpo de una manera que hizo que mi piel se 
sonrojara. —Dijo que te llevara directamente allí. No estoy seguro de que vaya a 
esperar a que te vistas. 
Asentí, aunque una sensación de malestar se desplegó en mis entrañas. 
Era muy inapropiado andar en camisón, pero lo que el rey quería, lo tenía. 
Leo me tendió el brazo y yo rodeé su bíceps con los dedos, dejando que 
me guiara por los largos y sinuosos pasillos. Durante un rato, viajamos en 
silencio. Me quedé mirando los cuadros de las paredes y las molduras doradas 
de la corona mientras avanzaba por la alfombra roja estampada. Había un ligero 
frío en el aire. La primavera en Aldrich era imprevisible. No me gustó el sutil 
picor de la piel, y un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Leo me miró y 
me acercó. 
 
22 
—Debería haberte dejado cambiarte. —Se inclinó, su aliento caliente 
viajando por mi cuello—. Tienes frío. 
Leo siempre estaba pendiente de mí. Entregándome chaquetas mientras 
me quedaba fuera en los eventos reales. Asegurándose de que comiera. 
Buscando tiritas para mis pies ampollados cuando tenía que llevar tacones todo 
el día. En el colegio, me ponía los libros de la biblioteca en la puerta cada 
mañana con el desayuno. Cuando no estaba persiguiendo a August, pasaba 
tiempo conmigo. Atticus lo ignoraba. Diablos, todos lo ignoraban. Parte de su 
deber como guardia era pasar desapercibido, pero para mí, siempre sobresalía. 
Tenía esa presencia que no podía pasar desapercibida. Tal vez, yo lo veía de 
manera diferente. Tal vez yo era la única que lo veía. 
Claro que se llevaba bien con August, pero éste estaba condicionado a no 
hacerse amigo de los trabajadores del castillo. Su padre se lo prohibió, su madre 
lo desaprobó. 
A mí me enseñaron lo mismo; sin embargo, nunca presté mucha atención 
a las reglas de la corte. Mi madre también era rebelde. Mi padre vivía y moría 
por el credo de la política social. Yo no quería ser así. 
—¿Tienes alguna idea de lo que quiere? —pregunté, con la voz 
temblorosa. 
—Ni idea. Aunque tuvo una reunión antes con un señor. 
Me mordí el interior de la mejilla. —¿Tal vez tenga algo que ver con mis 
padres? La reina Isabelle mencionó la venta de la casa de mi infancia hace poco. 
Tal vez quiera vendérsela al señor. 
Leo asintió. —¿Qué te parecería eso? 
Dejé escapar un suspiro mientras doblábamos la esquina. —No estoy 
segura. Hubo un tiempo en que me imaginaba creciendo y teniendo una familia 
propia en esa misma casa. Pero ahora sólo asocio el lugar con el dolor. Puede 
que sea bueno dejarlo ir por fin, aunque hay algunas cosas de mi madre que me 
gustaría conservar. Me parece un desperdicio dejar que esa mansión vacía se 
quede ahí. 
Leo colocó su mano libre sobre la mía. Un calor recorrió mi columna 
vertebral. —Te ayudaré a empacar lo que quieras. 
Hasta que cumplí los veinticinco años, la reina y el rey tenían un control 
total sobre mi fondo fiduciario. Todas las propiedades de mis padres pertenecían 
a la Corona. —Si tuviera algo que decir, te lo daría a ti —dije. 
Tropezó con sus pasos durante una fracción de segundo. —¿Lo harías? 
Asentí. —Recuerdo que me hablaste de tu madre y tu hermana en su piso 
de la ciudad. Seguro que a tu hermana le vendría bien tener espacio para correr. 
Siempre estás trabajando mucho, Leo. ¿Te gustaría tener un lugar al que llamar 
hogar? 
 
23 
Sonrió. —Los barracones de la guardia no están tan mal. Pero cuando 
tenga unos días libres, no me importaría tener un lugar propio. Muy pronto, 
August tendrá un equipo entero de guardias asignado a él, lo que significa que 
tendré más flexibilidad. ¿Podrías venir a visitarme? 
Le sonreí mientras dábamos una última vuelta. Esperaba que fuéramos al 
despacho del rey, pero había estado tan absorta en mi conversación con Leo que 
no me di cuenta de que nos dirigíamos a su alcoba. —Por supuesto que te 
visitaría. 
Leo me dedicó una sonrisa cegadora, con sus dientes blancos y 
perfectamente rectos brillando ante mí. Era realmente guapo en un sentido 
escabroso. Realmente deseaba poder darle mi hogar. Leo sería tan adorable con 
su futura familia. Era hermoso ver cómo era con su hermana, y la forma en que 
cuidaba de su madre era inspiradora. 
Cambié de tema, sintiendo la necesidad de abordar lo sucedido en la 
biblioteca. —Quería disculparme —susurré—. Por la biblioteca, quiero decir 
que no estoy segura de por qué August... —No podía describir lo que había 
pasado. Era demasiado embarazoso. 
Se aclaró la garganta. —¿Querías... querías eso? ¿Debería haberlo 
detenido? —No era como si hubiera podido intervenir. August podía hacer lo 
que quisiera. 
Bajé la mirada a mis pies, demasiado llena de vergüenza. —Sabes que 
siempre he tenido cierto cariño por August. 
Cuando volví a mirar hacia arriba, sus labios estaban apretados en una 
línea. —He observado eso, sí. 
—Nunca imaginé que lo haríamos... Supongo que pensé que sería 
diferente. O tal vez que llegaríamos a eso. 
—Él estaba reclamando. 
Palidecí. —¿Qué? 
Leo inclinó la cabeza hacia un lado, mirándome como si fuera adorable. —
Se ha dado cuenta de que Atticus pasa más tiempo contigo. Los dos se han 
acercado. August es como un perro orinando en su territorio. 
Sacudí la cabeza. —Ciertamente no... 
Leo me soltó el brazo y me tomó las mejillas. Nos quedamos de pie en 
medio del pasillo, mirándonos con una espesa tensión que se arremolinaba a 
nuestro alrededor. —Te mereces chocolate y cumplidos, Christine. Una cita 
romántica, un dulce primer beso junto a las rosas favoritas de tu madre. Te 
mereces paciencia. Te mereces un hombre que no le dé a otro la oportunidad de 
acercarse a ti. 
Tragué y sus ojos se detuvieron en mi cuello. —¿Sí? 
—Por supuesto que sí. Espero que lo consigas algún día. Pienso en ello a 
menudo. 
 
24 
Me acerqué para rodear su muñeca con mis ágiles dedos, sintiéndome tan 
pequeña contra su imponente figura. —¿En qué más piensas? 
Dejó escapar un suave suspiro antes de soltarme y dar un paso atrás. No 
estaba segura de cómo me sentía en ese espacio. —Pienso en llevarte lejos, muy 
lejos de este reino. 
—¿Por qué? 
Leo se quedó mirando la puerta del dormitorio del rey durante un 
momento antes de volverse hacia mí. —Eres demasiado buena para este lugar. 
—No creo... 
—Sí, lo harás. Estaré afuera. Si necesitas algo, házmelo saber. 
Ambos sabíamos que Leo no podía desafiar a su rey, no sin perder su 
trabajo. Cualquier cosa que el Rey Frederick quisiera, estaba obligado a 
someterse. 
Se apoyó en la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras yo 
levantaba el puño para llamar a la puerta. Por un momento, miré a Leo por 
encima del hombro, con sus ojos verdes clavados en mí, como si estuviera 
observando cada centímetro de mi aspecto. La esquina de mi boca se levantó. —
Hola, ¿Leo? —dije. 
—Sí, Lady Christine. 
—Gracias por ser un buen amigo. Sé quesiempre puedo contar contigo. 
 
 
 
25 
ntra —dijo el rey. Cuando entré en su alcoba real, me 
encontré con él sentado en un sillón de terciopelo con 
detalles dorados. Tenía las piernas cruzadas y un vaso de 
whisky en la mano. 
No esperaba verlo vestido con un pijama y una bata de terciopelo rojo 
sobre los hombros. Las zapatillas acolchadas que llevaba en los pies eran de 
color azul marino con el escudo real bordado. Era muy inusual y 
extremadamente inapropiado verlo así. 
Me incliné, como era costumbre al ser convocada por el rey, pero me sentí 
mal al mostrarle sumisión. —Su majestad —saludé. 
—Ya tienes dieciocho años, ¿verdad? Celebré tu cumpleaños hace un par 
de meses. 
Asentí. —El trece de enero. 
—Conocí bien a tu padre, sabes. Era uno de los pocos malditos tontos en 
los que podía confiar en este reino. Compartíamos la misma visión. Los mismos 
ideales. 
Mi estómago se revolvió incómodo. —Habló muy bien de usted, su 
majestad. 
Tomó un sorbo lento de su whisky, saboreando el sabor mientras yo 
permanecía en suspenso. —Que descanse en paz. 
Bajé la mirada a mis pies, lo que pareció complacer al rey Frederick, 
porque cuando volví a mirarlo, estaba sonriendo. —Eres una niña tan débil. 
Necesitas una mano firme para mantenerte a raya. 
—¿Lo he disgustado, majestad? 
—En absoluto. De hecho, me has complacido mucho últimamente. —Se 
levantó y metió las manos en los bolsillos de su pijama de seda, y vi el contorno 
de su mano frotando su polla tiesa. Las campanas de alarma se dispararon en mi 
mente—. Siempre me pareció bastante pesado cuando mi mujer decidió 
acogerte. Vi cómo debilitabas a mi hijo. Cómo te mimaba. Pero finalmente 
encontré un uso para ti. 
—No lo entiendo —me atraganté. 
—Lord Geralt es un buen hombre. De buena crianza. Conexiones 
impresionantes y una cuenta bancaria considerable. Ha llamado su atención, 
señorita Abernathy. 
Mi pecho se contrajo. —¿Lo he hecho? 
—E 
 
26 
—Ya eres lo suficientemente mayor. Te vas a casar con él, Christine. Lo 
anunciaremos mañana. No volverás a la academia. Es inútil perder el tiempo en 
una educación que no vas a utilizar. No entiendo por qué las mujeres sienten la 
necesidad de ir a la escuela, de todos modos. La academia siempre fue una 
escuela para varones, para la élite y los miembros más dignos de la sociedad. 
Me tragué la gruesa bola de emoción que tenía en la garganta. —Su 
majestad... yo... ni siquiera conozco a Lord Geralt. 
—No tienes que conocer a alguien para abrirle las piernas. Eres mi 
súbdito. No eres más que una cara bonita y un coño húmedo para que los señores 
te violen. Quiere el fondo fiduciario de House of Rose y las propiedades de tu 
familia. Un matrimonio es la forma más fácil de dárselo. 
Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas. —Mi madre nunca 
quiso que tuviera un matrimonio concertado... 
—No me importa lo que tu madre quería. Tu padre sabía que el único valor 
que tenías como mujer era una alianza. Voy a honrar sus deseos. —Una puerta 
lateral se abrió, conduciendo a un túnel secreto en la alcoba del rey—. Ah. Justo 
a tiempo. 
Lord Geralt atravesó el túnel, y yo me tomé un momento para observar al 
hombre con el que el rey Frederick quería que me casara. Tenía una nariz 
abultada y ganchuda. Pelo gris enjuto y ojos marrones brillantes tan pequeños 
que se los tragaba el blanco. Era más o menos de mi altura. Tenía una curva en 
la columna vertebral que le hacía encorvarse, y la gota de saliva en la comisura 
de su boca me hizo retroceder. 
—Lord Geralt quiere probarte. 
—¿Probarme? —pregunté. 
El señor sonrió. —No puedo tener una esposa que no me satisfaga en el 
dormitorio. 
Di un paso atrás. —No. Yo... 
—Es mi derecho como rey exigir tu cuerpo para quien yo elija. Tu padre 
quería que te casaras con Lord Geralt. Ahora tienes dieciocho años. 
Sollozaba y temblaba. —Pero... no puedo... 
—Ahora agáchate como una buena dama y deja que Lord Geralt te pruebe 
antes de comprarte. 
Sollocé cuando Lord Geralt se acercó a mí. Pasó sus dedos huesudos por 
la curva de mi hombro, y me estremecí ante su contacto estático. Me dolía el 
pecho con un dolor que ni siquiera podía procesar. 
—Estoy deseando domarte —susurró Lord Geralt, con su curtida voz llena 
de malicia. 
—Disfruten de la noche. Mis aposentos para invitados están a su 
disposición. —El rey se dirigió a su armario y empezó a desnudarse. Desvié la 
 
27 
mirada mientras sacaba ropa formal y se la ponía—. Acabo de recibir la noticia 
de que tengo que viajar a Redview. Tu cooperación en ese asunto es muy 
apreciada. La Corona le recompensará con creces por su apoyo, Lord Geralt —
dijo el rey al hombre que en ese momento me miraba con lascivia. 
Lord Geralt agarró mi cabello entre sus dedos mientras respondía. —La 
culpa será de Lord Finich. Sus opiniones radicales han sido una espina en mi 
costado desde hace tiempo. 
El rey asintió antes de caminar hacia la puerta. —Vete. Volveré en una 
semana. Avisa si no es adecuada. 
—Tengo la sensación de que será más que adecuada. Es una pequeña y 
hermosa dama. Su piel es suave. Como la de un bebé. 
Lord Geralt me rodeó la muñeca con la mano y me arrastró hacia los 
túneles mientras el rey Frederick salía de la habitación. 
El hombre malvado me alejó de Leo. Lejos del rey. Lejos de las esperanzas 
de escapar de este destino. 
Arrastré los pies, sintiéndome atrapado en un aturdimiento impotente 
mientras intentaba procesar todo. Lord Geralt se movió con avidez, tirando de 
mí mientras resoplaba de emoción. —Llevo años observándote, Christine. 
Esperando. Esperando mi momento. 
Un sollozo ahogado escapó de mis labios. —Señor Geralt. Yo no... 
—Suplicar y llorar sólo hará que te desee más —dijo, cortándome. 
Al final del túnel, me llevaron a una habitación roja con una cama con 
dosel. A ambos lados de la cama había dos mesas de noche con lámparas que 
proyectaban una luz cálida. 
Un tablero de madera en la pared tenía clavijas con juguetes sexuales 
colgados alineados, con un aspecto intimidante y prístino a la vez. —El rey tuvo 
la amabilidad de prestarme su habitación. Vivo en el campo, ya sabes. Lejos de 
aquí, en una hermosa mansión que va a correr. Pero no podía esperar a llevarte 
de vuelta. 
Me empujó sobre el colchón y se puso delante de mí. Lo miré con lágrimas 
en los ojos. Me sentía tan atrapada, tan disociada de la experiencia. 
—Mira qué bonita eres. —Buscó mi mejilla y presionó su pulgar contra mis 
labios—. Un intercambio tan fácil. Limpiar el desorden del rey por una vida de 
placer. 
Se inclinó, su aliento a atún me inundó. —Y disfrutaré de ti regularmente. 
Todas las mañanas cuando te despiertes. Cada noche, antes de que te vayas a 
dormir. Tu cuerpo estará tan agotado que no conocerás otra cosa que la 
sensación de mi polla deslizándose por tu garganta y sus empujones en tu 
apretado y joven coño. 
Mis hombros saltaron por mis sollozos demoledores y negué con la 
cabeza. —Por favor, Lord Geralt. Yo no... 
 
28 
—Lo harás. Llevas mucho tiempo provocándome, pequeña. Con esas 
coletas. Con tus tacones de gatita. 
¿Cuánto tiempo llevaba observándome? Buscó mi pecho y amasó mi 
carne. —Inclínate y toma a tu señor como una buena chica. 
Me empujó hasta que mi espalda golpeó el colchón. Miré al techo mientras 
el sonido de su cinturón desabrochado invadía mis oídos. No podía irme. Si 
desobedecía una orden del rey, podía encarcelarme o, peor aún, hacer que me 
mataran por traición. 
Presionó contra mi entrada. Su polla caliente se encontró con mi piel seca. 
—¿No estás mojada para mí? Supongo que la sangre te hará resbalar. 
Se abalanzó sobre mí y dejé escapar un fuerte sollozo. El dolor ardiente 
hizo que mi visión se manchara durante un minuto, y giré la cabeza para evitar 
ver su cara de placer. 
Mis ojos se posaron en esa maldita lámpara, que proyectaba luz y sombras 
por la habitación, aportando luminosidad al peor día de mi vida. 
Se deslizó y se abalanzó sobre mí una vez más, y la rabia como una 
tormenta ardió enmis venas. 
Me negué a tumbarme aquí sumisamente y aceptar mi destino. 
Prefiero morir que vivir una vida de abusos sin amor. 
Me incorporé en un instante, apartándolo de mí con un fuerte empujón. 
Cayó de nuevo al suelo y maldijo. —¡Maldita perra! 
Parecía tan débil, tumbado en el suelo con su mediocre polla colgando. 
Algo se rompió dentro de mí, y alcancé la lámpara, mis dedos la agarraron y la 
arrancaron de la mesita de noche. 
Era pesada e incómoda de sostener, pero aun así rodeé con ambas manos 
la gruesa base de forma fálica, y salté encima de Lord Geralt. Sus ojos se abrieron 
de golpe, sorprendidos, y se sacudió hacia arriba, con su polla presionando mi 
muslo, mientras yo levantaba la lámpara por encima de mi cabeza y la golpeaba 
contra su cráneo. Un fuerte grito salió de mi pecho cuando el crujido del hueso 
golpeó mis oídos. La sangre de su boca salpicó mi camisón. 
Levanté la pesada lámpara y lo golpeé de nuevo. 
Y luego otra vez. 
La sangre brotó de su cuerpo. Sus gritos fueron cortados por la brutalidad 
de mis golpes. Mi grito de guerra llenó la habitación y volví a golpearlo. 
Lo golpeé incluso cuando su cuerpo estaba quieto. 
Lo golpeé cuando su cráneo era cóncavo, la materia cerebral y el cartílago 
asomaban por los cortes de la cara. 
Lo golpeé hasta que no fue más que un eco maltrecho, un demonio abatido. 
Lo golpeé hasta que murió. 
 
29 
ollozaba sobre él, y un grito ahogado me hizo volver a centrar mi 
atención en el túnel. Leo estaba allí, con la boca abierta al ver la 
carnicería. 
—Christine —susurró mientras daba un paso cauteloso hacia mí—. ¿Qué 
ha pasado? 
Me arrojé de Lord Geralt y me arrastré hasta un rincón de la habitación, 
llevándome las rodillas al pecho mientras me mecía y lloraba. La muerte carmesí 
cubría mi piel, y el flujo constante de lágrimas saladas se mezclaba con la 
brutalidad de mi muerte. 
—El rey quería que nos casáramos —ahogué mientras Leo se acercaba—. 
Lord Geralt me trajo aquí. Él... estaba dentro de mí. —Me golpeé el pecho. Una 
sensación desagradable me subió por la garganta, la bilis me quemaba desde 
dentro mientras me mecía en el sitio. 
—Christine —se atragantó Leo. Se arrodilló ante mí y me alcanzó la rodilla, 
pero me aparté de él. 
—Me van a encerrar. Me van a matar, Leo —le dije mientras lo miraba a 
los ojos. Sentía que mi vida se escapaba, pero me negaba a lamentar lo que había 
hecho. Prefería estar muerta que pasar un solo día con él—. Estoy muerta. Bien 
muerta. Me decapitarán. Un señor, Leo. He matado a un señor. 
—No —gruñó Leo—. Eso no va a suceder. El rey acaba de irse a Redview. 
Probablemente en su coche blindado mientras hablamos. 
Dejo escapar una risa amarga. —¿Y? Se seguirá corriendo la voz, Leo. Yo 
lo maté. La gente se dará cuenta. Tienes que salir de aquí. Te harán cómplice. 
Leo negó con la cabeza, con determinación en su mirada. —¿Confías en 
mí? 
Apoyé la frente en las rodillas y aspiré profundamente, el olor a sangre 
oxidada invadió mi nariz. —Sí —solté. 
Leo se acercó y me rodeó con sus brazos. La sensación de su piel sobre la 
mía me hizo sentir un nudo en el estómago. No quería que me tocaran. Quería 
lavarme el cuerpo, restregarlo hasta que no pudiera sentir más a Lord Geralt. —
No —gemí. 
—Te dejaré ir tan pronto como te saque de aquí. Te lo prometo. Cuidaré 
de ti, Christine. —Leo me levantó y me acunó contra su pecho, su olor almizclado 
mezclándose con la sangre que manchaba mi piel. Pasó por encima del cuerpo 
de Lord Geralt y me llevó por el oscuro túnel que conducía a la alcoba del rey. 
S 
 
30 
Me acurruqué contra su cuello, cerrando los ojos mientras él seguía saliendo por 
la puerta, por el pasillo, hasta la habitación de la reina. 
—¿Qué estás haciendo? 
Me acarició la mitad de la espalda con el pulgar, animándome, y la 
sensación me hizo sentir asco. —Ella puede ayudarnos —dijo. 
Leo miró a su alrededor. Todos los guardias estaban apostados al final del 
pasillo, fuera de la vista. Rápidamente, giró el pomo y se coló en el dormitorio 
de la reina. 
Levanté la vista y la vi cepillándose el cabello en el tocador. Había un 
fuego rugiendo en la chimenea, y ella dejó escapar un suspiro perezoso, sin 
molestarse en mirarnos. —¿Qué pasa ahora? —preguntó. 
—Reina Isabelle, necesitamos su ayuda —susurró Leo. 
Giró en su silla para mirarnos y su expresión cambió en un instante. Al 
principio, había una molestia arrogante en ella. Pero en cuanto vio mi ropa 
ensangrentada y mi cuerpo tembloroso en los brazos de Leo, se levantó y corrió 
hacia nosotros, prácticamente tropezando con sus zapatillas. —¿Qué ha pasado? 
—preguntó antes de apartarme el pelo de la cara para inspeccionar mi mejilla—
. ¿De quién es esta sangre? 
Leo esperó a que respondiera, pero no pude forzar mis palabras. —Ella 
mató a Lord Geralt. 
Yo lo maté. 
Me he salvado. 
El demonio estaba muerto. 
Se oyó un zumbido en mi oído mientras Leo le explicaba rápidamente lo 
sucedido. Hice todo lo posible por bloquear los detalles, el recuerdo de aquello 
seguía nadando en mi conciencia mientras él me abrazaba. 
La reina Isabelle se llevó la punta de los dedos a los labios durante un 
breve instante, y luego su columna vertebral se puso rígida. Unos ojos crueles 
me miraron, y adoptó el aire de autoridad que yo había sabido aceptar y 
respetar. —Llévala a mi baño. 
Leo atravesó la habitación y abrió de una patada la puerta del baño. La 
reina Isabelle encendió la bañera de patas mientras me sentaba. —Quítale la 
ropa. Debemos quemarlas. 
Sentí como si las hormigas se arrastraran por mi cuerpo mientras Leo 
obedecía su orden. Era un cuerpo inútil, sin sentido, sin control sobre mis 
miembros. La adrenalina se había desvanecido, dejándome nada más que una 
cáscara. Leo tuvo mucho cuidado de no tocar mi piel desnuda mientras me 
quitaba la bata de los hombros y me desabrochaba el camisón del cuello. 
El guardia desvió la mirada una vez que estuve desnuda, y la reina Isabelle 
colocó sus dedos sobre mi palma antes de guiarme hacia la bañera. 
 
31 
Miró a Leo. —Recoge a Lord Geralt. Enviaré a alguien de confianza para 
que le ayude. Limpia la habitación para que parezca que no ha pasado nada. 
—¿Dónde debo poner el cuerpo? —preguntó Leo. Me estremecí una vez 
más. 
El cuerpo. 
El cuerpo. 
El cuerpo. 
La reina Isabelle dejó escapar un suspiro. —Ya se me ocurrirá algo. 
Tendremos que escenificar su muerte. Mi marido no estará en casa hasta dentro 
de una semana, así que tenemos tiempo. Despejaré a los guardias de esta planta. 
Diles que inspeccionen el terreno en busca de una amenaza. 
Leo asintió mientras me sentaba en la bañera. —¿Qué pasa con ella? —
preguntó. 
La reina Isabelle me miró, con una pizca de lástima en su expresión, pero 
no había calidez ni compasión. Trataba de resolver el problema y no de consolar 
a la víctima. 
—La enviamos lejos. 
Sus palabras me sacaron de mi estado de shock y me giré para mirarla. 
Leo se aclaró la garganta. —Recogeré el cuerpo. 
La reina Isabelle le agarró el antebrazo. —Averigua quién sabía que se 
iban a reunir esta noche. Tendremos que vigilarlos. 
Leo asintió. Y con una última mirada hacia mí, salió del baño. 
Me aclaré la garganta. —¿Me estás enviando lejos? 
La Reina Isabelle me lanzó una toalla. —Límpiate, Christine. El trabajo no 
está hecho. 
Me restregué la piel, dejándola en carne viva por la ferocidad con la que 
me lavé la sangre de Lord Geralt. Pasaron minutos mientras ella me miraba 
fijamente, con los labios apretados en una línea firme. —¿Puedo despedirme, 
Izzy? —Utilicé el apodo que reservaba para los momentos de intimidad, el mismo 
que le puso mi madre. 
La reina Isabelle inclinó la cabeza hacia un lado. —No. No puedes. Te irás 
de aquí y no volverás jamás. Mientras mi marido esté vivo, estarás en peligro. 
Se me apretó el corazón. La idea de dejar a August y a Atticus, e incluso a 
Leo, hizo que una nueva ola de dolor me destrozara el alma. 
Iba a dejar el reino de Aldrich. 
Pero viviría. 
Incluso la mitad deuna vida sin los que amaba era mejor que estar a dos 
metros bajo tierra. 
 
32 
(Bloody Royals Book 1) 
 
 
 
Una marioneta, un príncipe y un playboy. Un matrimonio 
concertado. Tres hombres que debo mantener a distancia. 
Atticus Dupont me ha estado observando desde la distancia, controlando 
mi vida como controla el sórdido mundo criminal. Anhela poseer mi mente, mi 
cuerpo y mi alma. 
Leo Winthrop está dispuesto a hacer lo que sea necesario para 
protegerme de los horrores de este castillo, incluso si eso significa ser cruel y 
alejarme. 
¿Y el Príncipe Augustus? Es un miembro de la realeza renuente que 
preferiría dormir en la corte antes que ser forzado a un matrimonio arreglado 
conmigo. 
Huí del reino hace cuatro años, planeando no volver jamás. 
Pero el rey está muerto. 
El reino es un caos. 
Mi deber hace imposible que me vaya. 
Una cosa sé con certeza: tengo que abrir mi corazón 
resquebrajado, porque esta corona es demasiado pesada para que la 
lleve un solo amante. 
 
33 
Coralee June es una escritora de novelas románticas con éxito de ventas 
en el USA Today, que disfruta con proyectos atractivos y desarrollando 
personajes reales, crudos y afines. Es licenciada en Filología Inglesa por la 
Universidad Estatal de Texas y ha tenido un intenso interés por la literatura desde 
su juventud. Actualmente reside con su marido y sus tres hijos en Dallas, Texas, 
donde disfruta de largos paseos por el pasillo de los helados en su tienda de 
comestibles local. 
 
 
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	Créditos
	ÍNDICE
	No Such Fling
	Sinopsis
	Capítulo Uno
	Capítulo Dos
	Capítulo Tres
	Capítulo Cuatro
	Capítulo Cinco
	No Such King
	Acerca de la Autora