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02- Layla's Choice - Sam Crescent

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Layla es humana. 
En la Manada del Bosque del Norte, los humanos son tolerados, pero no 
exactamente... amados. Después de que su mejor amiga se apareara 
con el alfa, Layla ya no sabe cuál es su lugar. Es consciente de que la 
manada corre mucho peligro, sobre todo su mejor amiga. El Desastre 
del Otro Mundo es una secta empeñada en destruir a todos y todo por 
poder. Ella tiene un pequeño secreto. Todas las noches sale a buscarlo. 
Alexander sabe que no debe dejarse tentar por la pequeña humana. Es 
un vampiro muy viejo y no sabe qué tiene la joven, pero parece que no 
puede tener suficiente de ella. Ha prolongado su estadía en la manada 
para ayudar a protegerla. La secta es un peligro para todos ellos, y él 
está dispuesto a ofrecer sus servicios para ayudar a destruirlos. 
Desastre del Otro Mundo está detrás de algo importante. En el 
momento en que lo consigan, por fin podrán hacerse con todo el poder. 
Sólo hay un problema: no saben quién tiene el poder. 
En la Manada del Bosque del Norte hay un secreto. Uno que se ha 
guardado durante más de veintiún años. Layla no es lo que parece. Sus 
verdaderos padres hicieron un gran sacrificio para mantenerla a salvo. 
Ella es especial. ¿Será demasiado tarde para salvarla? 
 
Capítulo 1 
Layla miró al cielo. Estaba oscuro y vio el borde de la luna 
asomando entre un espeso manto de nubes. Faltaban pocos días 
para la luna llena. Durante ese tiempo, ella ayudaría con todas 
las festividades. Se abrazó a sí misma y siguió mirando la luna, 
preguntándose qué demonios hacer con su vida. 
Hacía cuatro meses, su mejor amiga, Elle Smith, se había 
apareado con el alfa de la manada, Brandon. Ella y Elle no eran 
lobas. Eran de los pocos humanos que residían en la Manada del 
Bosque del Norte, en Grace Hill. Su familia se había mudado aquí 
hacía mucho tiempo. Tanto tiempo que para ella era incluso 
natural cómo los trataban los lobos. A los lobos les gustaba 
utilizar a las mujeres humanas solteras, no a las que tenían 
esposo o familia. 
Ella era soltera, virgen, y hacía poco había estado enamorada 
de Lewis, uno de los hombres cercanos a Brandon. Ya no, lo que 
le hacía mucha gracia, teniendo en cuenta que ahora Lewis 
pasaba mucho tiempo con ella. 
Cuando su mejor amiga se apareó con Brandon, sucedieron 
muchas cosas en Grace Hill, incluida una reunión entre todas las 
 
facciones paranormales. Había osos, brujas, hechiceros, 
vampiros y varios sectores más. 
A ella le costaba mantenerse al día con todos ellos. Prefería 
su pequeña burbuja de humanos y lobos, pero si no hubiera sido 
por aquella reunión y la posible amenaza, no habría conocido a 
Alexander. Él era la razón por la que salía a altas horas de la 
noche. El vampiro no se había marchado como tantas otras 
especies de otro mundo. 
Si Lewis supiera que ella se escabullía para disfrutar de un 
poco de paz y tranquilidad y encontrarse con el otro hombre, se 
volvería loco. Le había dicho que no era seguro que saliera por la 
noche. Durante las primeras semanas, ella le había creído, pero 
luego, poco a poco, había empezado a rebelarse contra su orden. 
Lewis no se preocupaba por ella, y ella estaba bien con eso. 
Más que bien. No lo quería, sobre todo porque sabía que en 
cuanto él consiguiera lo que quería, no querría volver a verla. Ella 
no estaba interesada en ser un rollo de una noche, o una 
aventura casual. 
Se abrazó a sí misma, miró al cielo y respiró hondo. Hubo un 
tiempo en que pensar en Lewis le producía dolor. Sabía que sólo 
la utilizaría, incluso antes de presenciar el apareamiento de 
Brandon y Elle. Ahora se sentía en paz. Ella y Lewis nunca iban 
a suceder. Ella no era su compañera y, después de ver cómo era 
Brandon con Elle, Layla sabía que nunca cometería ese error. 
 
Probablemente fuera una tontería, quizá incluso anticuado, 
pero no quería entregarse a cualquiera. Su virginidad no iba a ser 
tomada sin que significara algo. 
—Percibo que estás muy pensativa —dijo Alexander. 
Eso la hizo sonreír e inclinó un poco la cabeza hacia la 
derecha, y allí estaba él. Era alto, pero a diferencia de la mayoría 
de los vampiros que ella imaginaba, no era superdelgado, sino 
grande y musculoso. No tenía ni idea de su edad, pero según Elle, 
era viejo, posiblemente incluso antiguo. Él había visto el mundo 
a través de muchos tiempos diferentes, décadas y épocas. 
—La verdad es que no. 
Alexander aspiró y luego soltó una risita. —No hueles como 
el lobo. 
La otra noche se había quejado de que ella tenía un horrible 
olor a perro. Ella sólo podía imaginar que era Lewis. 
—Me acordé de lo que dijiste. —Se había dado una ducha, 
asegurándose de usar mucho de su champú perfumado. Lo 
último que quería era que él odiara venir a verla. 
Ella no sabía si los vampiros tenían un olor para los lobos, 
pero probablemente podía garantizarlo con la forma en que 
parecían disgustados el uno con el otro. 
—Eres una mujer dulce —dijo. —Dime, ¿qué te preocupa esta 
noche? 
 
—Nada. 
—¿Sigues pensando en irte? —preguntó. 
Ella suspiró. 
—¿Sí? —volvió a preguntar él antes de que ella pudiera 
contestar. 
—Sinceramente, no lo sé. Cuando Elle hablaba de ello antes 
de aceptar a Brandon, pensé que estaba loca por pensar siquiera 
en dejar Grace Hill, pero no sé si puedo quedarme aquí. 
—¿Por qué? 
—No hay nada para mí aquí. 
—¿Tu lobo no te satisface? 
Ella sintió que sus mejillas se calentaban. —No. 
Absolutamente no. Lewis y yo no estamos juntos ni nada. Nunca 
hemos estado juntos. No me he acostado con él. Mierda, no sé lo 
que estoy diciendo. 
Alexander se rió. —Aún eres virgen, Layla. 
Le encantaba la forma en que su nombre salía de su lengua. 
¿Cómo conseguía que todo fuera tan sensual? 
Apenas podía pensar con claridad. 
—Sí. ¿Cómo lo supiste? —preguntó. 
—Tengo mis maneras. 
 
—¿Es el olor? 
—No. A diferencia de los lobos, mi olfato no incluye el aroma 
de la inocencia. 
Layla frunció el ceño. —¿Cómo lo sabes? 
—Nuestras conversaciones, dulce. 
—Ah. —Eso la hizo fruncir el ceño. —Nunca te dije que era 
virgen. 
Alexander se rió. —Me dijiste que nunca habías estado con 
un lobo, y para el caso nunca has estado con un hombre, y que 
nunca serías utilizada por nadie del sexo opuesto. 
Se quedó con la boca abierta. ¿Qué se suponía que debía 
decir? Ella había dicho eso, no hace mucho tiempo. 
—Tu rubor es increíblemente encantador. 
Layla se cubrió las mejillas. 
—No tienes por qué avergonzarte —dijo. 
—¿Cómo no voy a avergonzarme? Yo... lo siento. 
Alexander le tocó el brazo. No fue duro, sino suave, casi como 
si no pudiera evitarlo. En el momento en que la dejó ir, ella quiso 
tocar ese punto de nuevo, sólo para estar segura de que había 
sentido que él la tocaba. 
—No hay necesidad de que lo sientas. Hay otra forma de 
saber que eres inocente, pero es bastante más... personal. 
 
—¿Cómo? —preguntó ella. 
Le encantaba que Alexander no le mintiera ni eludiera la 
verdad. Le decía las cosas claras. No importaba la pregunta, él 
respondía. Así fue como supo que la secta que se hacía llamar —
Desastre del Otro Mundo —quería la destrucción total de todos 
los seres para que sus reglas y su poder fueran los únicos que se 
siguieran. 
Elle le había dicho que había algo malo ahí fuera, pero 
Alexander fue quien completó la información. Lewis le había 
dicho que no tenía por qué preocuparse, lo que se traducía en 
que no era lo bastante importante como para que le dijeran lo que 
iba a pasar. 
Alexander le habló de la amenaza, de cómo un vampiro, 
cuando Elle tenía dieciséis años, la había embelesado, lo que le 
había impedido aparearse verdadera y completamente con 
Brandon. El vampiro había querido eliminar a Elle como 
compañera de Brandon, lo que habríaprovocado la destrucción 
de la Manada del Bosque del Norte. Su plan había fracasado, pero 
Alexander creía que había más formas de empezar la guerra. 
—¿Segura que quieres saber la respuesta? —preguntó. 
—Sí. —Ella le ofreció una sonrisa, a lo que él tomó su muñeca 
y le tomó el pulso. 
—Aquí mismo, probando tu sangre. 
 
Ella frunció el ceño. —¿Tiene que ser la sangre de mi muñeca 
en concreto? 
Alexander se echó a reír. —No, cualquiera de tu sangre 
serviría de cualquier parte de tu cuerpo. 
—Ah. 
Le soltó la muñeca y ella tuvo que preguntarse si había 
sentido su pulso acelerado. Alexander no tenía pulso ni latido. Le 
había permitido tocarle el pecho en uno de sus primeros 
encuentros. Ella lo hizo y se maravilló de la ausencia de sonido. 
Aquel hombre la fascinaba. 
—Se está haciendo tarde y te noto cansada. 
—Estoy bien. 
—Puede que no pueda verte en todo el día, mi dulce, pero 
estás trabajando duro y veo la palidez de tu piel. Estás cansada. 
Incluso las marcas alrededor de tus ojos están oscuras de 
cansancio. No deberías agotarte. 
Quería discutir con él, pero aunque le había preguntado a 
Daisy, la loba dueña de la cafetería, si consideraría la posibilidad 
de abrir hasta tarde por la noche, y que ella haría el turno, Daisy 
se había negado. 
Sólo podía ver a Alexander durante unas horas, pero eran 
horas que anhelaba, que apreciaba, y por eso seguía viniendo por 
 
la noche, siguiendo el mismo camino que Alexander le había 
mostrado. Él le había prometido que era seguro, y ella le creía. 
Elle le había dicho que tuviera cuidado, que no podía confiar 
en los vampiros. Brandon también desconfiaba de ellos. Si él 
estaba preocupado por ellos, ¿por qué no los había echado de 
Grace Hill? 
Alexander había ayudado a Elle, había salvado a la manada, 
¿por qué eso lo convertía en una amenaza? 
—¿Me acompañas a casa? —preguntó. 
—Me encantaría. 
*** 
Alexander observó cómo Layla se escabullía de vuelta a su 
casa. Aún vivía con su familia y, al cruzar la puerta, se giró y lo 
saludó con la mano. Él levantó el brazo y le devolvió el saludo, en 
una reacción completamente humana, que lo divirtió bastante. 
—No deberías estar entreteniendo a la chica —dijo Charles. 
Alexander no dejó de mirar hacia la casa. Layla era una mujer 
especial. Él percibía una belleza en su interior. Un poder. No 
sabía exactamente cuál, pero no podía contenerse. Cada noche, 
se prometía a sí mismo que sería la última vez que iría a visitarla, 
pero cada vez que hacía esa promesa, se encontraba volviendo a 
ese punto especial del bosque. El que la Loca Lizzie le había dicho 
 
que era sagrado, que nadie podría ver lo que allí ocurriera. Nadie 
percibiría ni sabría de sus encuentros. 
No se avergonzaba de encontrarse con Layla. Era el punto 
más alto de su día. Sin embargo, Charles empezaba a aburrirlo 
con sus constantes gemidos. 
—Y tú no deberías alejarte de los libros —dijo Alexander, 
finalmente alejándose y dejando a Layla descansar. 
La joven se estaba agotando, y él sabía por experiencia que 
si ella no era fuerte, no podría luchar contra cualquier amenaza 
potencial que pudiera presentarse en cualquier momento. 
La Loca Lizzie le había dicho que el mal se acercaba. 
Una de las pocas noches que había estado a solas con sus 
pensamientos, la Loca Lizzie había acudido a él, con sus ojos 
verdes casi brillantes mientras le decía que la muerte llegaría, 
que se llevaría algo precioso, algo que era necesario para ayudar 
a detener esta guerra a la que se estaban acercando. 
El Desastre del Otro Mundo era un dolor en el trasero, y él lo 
sabía, había vivido más de mil años. No era tan viejo como Lizzie, 
pero sí que lo era. Comparado con algunos de los seres que había 
conocido, era un jodido anciano. 
Se estaba cansando de que los jóvenes creyeran que sabían 
más. No habían visto lo suficiente del mundo como para darse 
cuenta de que estaban jugando a un juego tonto. 
 
—Los libros no dicen nada. Tú sabes eso. Deberíamos haber 
tomado a Lizzie cuando tuvimos la oportunidad. 
Alexander se detuvo, rodeó el cuello de Charles con los dedos 
y lo sujetó con fuerza. Charles no era tan viejo como él. No eran 
verdaderos hermanos, pero pertenecían a la misma línea familiar. 
Había humanos vivos de su linaje. No todos se habían 
convertido en vampiros. Él se aseguraba de que estuvieran 
protegidos. A lo largo de los años, había hecho tratos con brujas 
y hechiceros por igual, para proporcionar la protección adecuada 
para mantenerlos a todos a salvo. 
Su familia humana de hoy no conocía su historia. Alexander 
se había asegurado de borrar su existencia de cualquiera de los 
libros. Lo había hecho en cuanto se enteró de la amenaza del 
Desastre del Otro Mundo. 
Para asegurarse de que su linaje sobreviviera, no le había 
quedado otra opción. Existía la posibilidad de que algún ser fuera 
capaz de detectar la magia que había adquirido, pero tendría que 
ser muy poderoso. 
Con lo joven y débil que era Charles, aún creía que tenía el 
poder de respirar, y eso facilitaba su control. 
Charles no se había adaptado a convertirse en vampiro. Por 
eso Alexander no tenía otra opción que mantenerlo cerca. La 
verdad era que Charles era una pesadilla para su existencia. Si 
 
no fuera porque era de la familia, Alexander lo habría matado 
hace mucho tiempo. 
En lugar de matarlo, se había asegurado de mantenerlo con 
vida, y también había impedido que nadie más lo matara. Los 
vampiros eran perseguidos. Incluso había humanos que seguían 
creyendo que podían eliminar a los vampiros de la existencia, y 
el padre de Elle era uno de ellos. 
Hacía mucho tiempo que Alexander no conocía a un humano 
con tanto desprecio por los de su especie. Ni siquiera había tenido 
que decir una palabra, pero sabía que aquel hombre, Raymond, 
lo odiaba. Habían metido mucho ajo en la casa de reuniones, y a 
él y a Charles los habían confinado en el sótano. Hombre tonto. 
El ajo afectaba a los vampiros jóvenes, incluido Charles. Para 
Alexander, no había mucha diferencia. El agua bendita, en 
cambio, sí que era una plaga y le crearía dolorosos forúnculos y 
llagas, derritiéndole la carne e impidiéndole curarse durante 
mucho tiempo. 
—Mírame, Charles. 
El hombre seguía ahogándose, pero no había aire que 
necesitara para sobrevivir, así que su desollamiento era 
innecesario. 
Esperó. 
Observó. 
Y estuvo aburrido todo el maldito tiempo. 
 
No tenía ningún deseo de matar a Charles, pero no le gustaba 
la forma en que quería encontrar la verdad. Charles era un 
cobarde y creía que secuestrar a la Loca Lizzie y torturarla era la 
forma de conseguir que contara el futuro. 
Podría funcionar -podría-, pero Alexander no trabajaba así. 
La Loca Lizzie era una amiga. Lo más cercano que tenía a 
una amiga. 
Sí, él sabía que tenía una reputación horrible, pero eso era 
cosa del pasado. Hacía casi cien años que no tomaba a una 
humana como juguete sexual. Ya no tenía un harén de mujeres. 
Estaba solo. 
Por supuesto, aún corrían rumores sobre él, y él estaba más 
que feliz de mantener las falsedades. Incluso muerto, había 
encontrado el tiempo para crecer como vampiro. Embelesar a los 
humanos, tratarlos como juguetes sexuales, hacía tiempo que 
había perdido su brillo. La Loca Lizzie se había encargado de eso. 
—Habitaciones llenas de mujeres. Horas llenas de deleite, y 
sin embargo, ninguna de ellas está ahí para ti, sólo la vida eterna. 
Las mujeres que había tomado querían algo de él -juventud 
eterna, vida eterna- y él se lo había dado a unas pocas, pero eran 
malvadas, así que no tuvo otra opción que librar al mundo de su 
presencia. Ser vampiro no consistía en matar y ser egoísta. Él 
tenía una responsabilidad, al igual que todos ellos. 
 
Si los vampiros no se controlaban, habría caos, 
derramamiento de sangre y muerte. Todos odiaban a los 
vampiros. Eran consideradoslas alimañas del otro mundo. Pero 
eso no les impedía a ninguno de ellos necesitar a los de su 
especie. 
Los vampiros eran los únicos que podían embelesar. Su 
habilidad no se limitaba a mirar a los ojos de una persona. Si él 
lo deseaba, podía controlar multitudes e incluso crear su propio 
ejército. Ellos eran mortales. 
Charles no dominaba ninguna de esas habilidades. Desde el 
momento en que se había convertido, había luchado por 
consumir sangre de cualquier tipo, ya fuera animal o humana. 
Alexander disfrutaba de una dieta variada. Era viejo y no 
necesitaba mucha sangre para mantenerse. Se buscaba 
voluntarios y hacía tratos por la sangre que bebía, pero aparte de 
eso, disfrutaba mucho con la comida. Le gustaban las 
hamburguesas con queso y patatas fritas, así como el filete con 
patatas. El pollo estaba bien, pero prefería la carne del muslo, 
mucho más tierna y jugosa. 
—Hablas de una absoluta locura y no tengo tiempo para ello. 
La Loca Lizzie no es tu bola ocho personal. Aprenderás que 
algunos futuros no están hechos para ser predichos. 
Charles estaba cagándose de miedo. Temía a la muerte, 
aunque no hiciera absolutamente nada para ayudarse a sí 
mismo. No estaba dispuesto a intentar convertirse en un gran 
 
vampiro, lo único que hacía era quejarse. Charles temía Al 
Desastre del Otro Mundo. Era el equivalente paranormal al 
hombre del saco, sólo que ellos existían. El hombre del saco no. 
Alexander siempre lo había encontrado un cuento bastante 
entretenido. Dejó ir a Charles. 
—Vuelve a casa y lee esos malditos libros —dijo Alexander. 
Charles se alejó a trompicones, llevándose una mano al 
pecho mientras intentaba recuperar el aliento. Un aliento que no 
necesitaba. 
Sacudió la cabeza y miró hacia la casa de Layla. Esperaba 
que durmiera bien. Sentía que su alma estaba perturbada y 
quería estar allí para curarla. Hacía mucho tiempo que no se 
preocupaba por un humano. Pero Layla era diferente. Después 
de pasar toda una vida con hombres y mujeres, humanos o no, 
que lo miraban con total repugnancia, Layla era la primera 
persona que lo veía como un hombre. Le resultaba una 
experiencia embriagadora y deseaba seguir repitiéndola. 
Girando sobre sus talones, se detuvo al ver a la Loca Lizzie 
en su camino. Sus ojos brillaban en rojo y su piel parecía brillar. 
—Todos ustedes están en peligro —dijo. —Ya vienen. 
Pretenden llevársela. Van a destruirnos a todos. Elle era sólo el 
principio, no se detendrán hasta encontrarla. 
—¿Encontrar a quién? 
—La estrella de cinco puntas. 
 
Y luego, como un rayo, la Loca Lizzie se había ido. 
La bruja le había estado haciendo esto durante siglos. Ella 
había sido la que le advirtió sobre Charles. Pasándose una mano 
por la cara, no sabía cuándo se había convertido en el mensajero. 
 
 
Capítulo 2 
—No deberías estar aquí —dijo Layla, quitando la bandeja de 
comida de las manos de Elle. 
Su mejor amiga puso los ojos en blanco. —Y yo debería decir 
lo mismo de ti. 
—Yo no soy la que está embarazada del Alfa, y no soy la que 
está delicada aquí —espetó Layla. 
La manada estaba encantada con la noticia del bebé, aún les 
quedaban varios meses. El médico de la manada creía que Elle 
estaba embarazada de tres meses. El comienzo de muchos según 
las profecías que Elle había leído. 
Layla no había visto ninguno de los libros o pergaminos 
antiguos de los que hablaba Elle. Aunque le encantaba la 
historia, se había especializado en servir a la manada. Como 
ahora, que la manada llenaba el comedor. Daisy cocinaba como 
una loca, mientras ella y Elle servían. 
Ella no le permitía a Elle hacer más de lo necesario. Elle podía 
tomar los pedidos mientras Layla los entregaba. Eran muy 
unidas y, después de mucho tiempo trabajando juntas, sabían 
cómo hacer las cosas. 
 
Layla mantenía una sonrisa en su rostro mientras atendía a 
los miembros de la manada. Al parecer, el hecho de que cuidara 
de Elle había aumentado su nivel de aceptación entre la manada. 
Ahora eran más tolerantes con ella que nunca, lo cual era 
estupendo. Eso no significaba que se fuera a acostar con alguno 
de ellos. 
Hablando de acostarse, Lewis, el lobo al que se le había 
asignado su protección, entró por la puerta. Layla le había 
preguntado a Elle si ella tenía algo que ver con que Lewis la 
escoltara de un lado a otro del trabajo, pero su amiga le había 
prometido que no. Brandon había dado la orden. Lewis se 
encargaba de que se cumpliera. 
No necesitó verlo dirigirse a la mesa donde se sentaban Drake 
y Darcy. Brandon no tardaría en unirse, pero, según Elle, siempre 
tenía asuntos de los que ocuparse. 
Daisy hizo sonar la campana, indicando que ya se había 
hecho otro pedido. Al acercarse al mostrador, Elle vio los platos 
de comida y al instante los llevó a la parte de atrás. Ofreció una 
sonrisa a la pequeña familia de lobos, pero no recibió ninguna a 
cambio. Tuvo que preguntarse si su estancia en Grace Hill tenía 
algún sentido. 
Elle pensó en marcharse antes de aparearse con Brandon y 
de que se le quitara el embelesamiento. Layla no tenía más 
compañía que la amistad de Elle. Su mejor amiga no dejaba de 
intentar que tuviera citas, pero ella se negaba. 
 
Había tenido tres citas con tres hombres humanos, todas 
ellas un fracaso total. Layla le había pedido amablemente a Elle 
que dejara de intentarlo. Ella no quería tener citas. Prefería 
escabullirse en el bosque para encontrarse con un vampiro, pero 
no podía decírselo a Elle. Su amiga lo compartía todo con 
Brandon. Era una de las razones por las que Layla había dejado 
de hacer confidencias a su amiga. No necesitaba compartir sus 
pensamientos y opiniones personales con el alfa. 
—Lewis te está mirando —dijo Elle. 
Layla asintió, agarró un salero vacío y lo llevó al mostrador 
principal. Elle la siguió. 
—¿Qué ocurre? 
—Nada. 
—Creía que te gustaba Lewis. 
—Sí que me gustaba. Pero ya no. —Llenó el salero y se giró 
hacia su amiga. 
—¿Qué está mal? —preguntó Elle. 
—No hay nada malo. Es que... he visto cómo es Brandon 
contigo y Lewis no es así. No soy su compañera. No soy nada 
suyo, así que no voy a fingir lo contrario. —Se encogió de 
hombros. 
—Lo siento. 
 
Layla se rió entre dientes y luego se acercó para abrazar a su 
amiga. —Deja de preocuparte por mí. Todo está bien. De verdad. 
No me preocupa no estar apareada. —Soltó a Elle cuando 
Brandon entró por la puerta. —Ve a estar con tu compañero y 
deja de preocuparte por mí. 
Elle no tuvo tiempo de quejarse cuando Brandon rodeó el 
mostrador y abrazó a su compañera. Ella no se quedó. No tenía 
sentido ver cómo se besuqueaban y se hacían cariñitos. No 
deseaba ver lo que nunca podría tener. 
Recogió el último pedido y siguió trabajando. Era consciente 
de que Lewis la miraba, pero él estaba más interesado en el reto 
que ella le planteaba. Quería perseguirla, así de simple. Ella no 
quería ser perseguida. Layla quería amor, quería ser el mundo 
entero de alguien. No sólo una muesca, o un trofeo, o un polvo. 
¿Estaba tan mal que quisiera serlo todo para un hombre? 
No pudo evitar pensar en Alexander. No había forma de que 
ella fuera su nada. Era un vampiro y, por supuesto, había visto 
muchas mujeres hermosas en su vida. Era imposible que se fijara 
en una humana gorda que formaba parte de la Manada del 
Bosque del Norte. Ella ni siquiera era un verdadero miembro. No 
había sangre de lobo corriendo por sus venas. Ella no era nadie. 
Ni siquiera sus padres desempeñaban papeles importantes 
dentro de la manada. 
Su padre trabajaba en la tienda de bricolaje, y su madre en 
la tienda de alimentación local. Nunca habían intentado 
 
participar. Eran reservados, incluso en luna llena. Sus padres no 
siempre habían aprobado su relación con Elle. Aunque este lugar 
era su hogar, no querían que se acercara demasiado a nadie. 
Siempre que Elle preguntaba por ellos, Layladecía que eran 
solitarios, tímidos y que no querían molestar a los lobos de la 
manada. 
Nunca le preguntaban por su familia. Ese era el punto de ser 
un humano dentro de la manada. Nunca les preguntaban nada 
sobre su pasado, ni sobre sus familias. Lewis no había 
preguntado nada. Alexander sí. Él quería saberlo todo sobre ella. 
No había mucho que contar. Sus padres habían solicitado 
unirse a la Manada del Bosque del Norte, fueron aceptados y 
luego se mudaron aquí. Así de sencillo. 
Cada vez que Layla les hacía preguntas sobre su antigua 
vida, ellos le decían que todo había quedado en el pasado y que 
dejara de obsesionarse con ello. Ella no se estaba obsesionando, 
pero según sus padres, sí. Con el tiempo, dejó de hacer 
preguntas. Así era más fácil. 
Después de desayunar, cuando llegó la hora de comer, estaba 
hambrienta. Llevaba trabajando desde las ocho de la mañana y 
ya era la una de la tarde. 
Daisy siempre le preparaba la comida. Cada día era diferente. 
A Layla siempre le costaba comer lo mismo. Le gustaba la 
variedad y a Daisy le encantaba cocinar para ella. Hoy había una 
 
hamburguesa con bacon, dos tipos diferentes de queso, pepinillos 
y patatas fritas con lo que parecía ser una llovizna de queso y 
cebolla por todas partes. Se le hacía agua la boca. Tenía mucha 
hambre. 
Su jefa se había quejado de que parecía demasiado cansada. 
La mayoría de las noches no se acostaba hasta pasadas las tres. 
Intentaba pasar el mayor tiempo posible con Alexander. 
—Me estás evitando —dijo Lewis, sentándose frente a ella. 
Layla dio un mordisco a su hamburguesa y masticó mientras 
lo miraba desde el otro lado de la mesa. Terminó su bocado antes 
de negar con la cabeza. —No, no lo hago. 
Él enarcó una ceja. —Podrías haberme engañado. 
Ella se encogió de hombros. —No estoy engañando a nadie. 
No te estoy evitando. 
—Esta noche terminas a las cinco, ¿verdad? 
—Sí. 
—¿Qué tal si tú y yo salimos a bailar? —preguntó él. 
—No, gracias. —Ella esperaba llegar a casa, ducharse y salir 
de nuevo al bosque a esperar a Alexander. 
—Sabes, pensaba que tú y yo podríamos ser amigos. 
Layla respiró hondo. —No, lo que pensabas era que tú y yo 
podíamos tener sexo. Eso es lo que dijiste. No somos compañeros, 
 
lo has dejado perfectamente claro, y créeme, me alegro un millón 
de veces por ello, pero no voy a dormir contigo. 
Él trató de acumular el encanto, pero no estaba funcionando. 
—Podríamos hacer otras cosas además de dormir. 
—No, no me interesa. 
Lewis se sentó y le sonrió. —¿Qué pasó con eso de que yo te 
gustaba? 
Ella se encogió de hombros. —Crecí. Sí, me gustabas porque 
eras lindo y todo eso, pero creo que al ver a tu mejor amigo 
apareado y ver lo que todo eso significa, no estamos destinados a 
estar juntos. Para ti, sólo sería sexo. Para mí, significaría algo, y 
luego un día, tendría mis sentimientos aplastados cuando 
finalmente encontraras a tu compañera y me hicieras a un lado. 
No, gracias. 
—¿Y no quieres divertirte? 
—No, no quiero. No busco diversión, Lewis, así que deja de 
intentarlo. 
*** 
—¿Están buscando una estrella de cinco puntas? —preguntó 
Brandon. —¿Estás seguro? 
—No tengo por costumbre oír mal las cosas. 
 
El Alfa recorrió el pasillo. El olor a ajo aún flotaba en el aire. 
Raymond estaba en la esquina, su animosidad goteando de cada 
poro. 
—Podría ser un truco —dijo Raymond. 
—La Loca Lizzie no engañaría con este tipo de cosas —dijo 
Brandon. —Ha estado yendo y viniendo estos últimos cuatro 
meses, dejando mensajes, actuando incluso más extraña de lo 
habitual. —Se pasó una mano por la cara. —¿Por qué aquí? 
—¿Tienes algo que tenga una estrella de cinco puntas? 
—No, ni siquiera tengo idea de lo que podría significar —dijo 
Brandon. —Ella habla con acertijos. ¿Es un collar? ¿Un tótem? 
¿Una estúpida flor de mierda? No lo sé. 
Alexander comprendía su irritación. La Loca Lizzie siempre 
había sido así. 
—Sabemos que la estrella de cinco puntas es el eje central 
del símbolo del Desastre del Otro Mundo —dijo Raymond. 
—Sí —dijo Alexander. 
—¿A eso se refería ella? 
Miró al humano y Raymond le devolvió la mirada. —¿Crees 
que hay alguien de la secta aquí? 
Raymond se encogió de hombros. —Parece que la Manada 
del Bosque del Norte es el punto central de la guerra, ¿verdad? 
 
Alexander frunció el ceño. 
—Entre mi hija y Brandon, se centraron específicamente en 
esta manada. ¿Por qué? 
Odiaba admitir que el humano tenía razón. Alexander se giró 
hacia Brandon. —El humano tiene razón. 
—El humano tiene un nombre. 
Ignorando el comentario, miró a Brandon. —Piénsalo, hay 
muchas manadas, muchos sectores diferentes mucho más 
débiles que éste, y sin embargo se están concentrando aquí. Si lo 
que dice la Loca Lizzie es cierto, están viniendo, lo que significa 
que aquí hay una gran debilidad o una gran oscuridad. 
—Si pueden inclinar la balanza, pueden empezar la guerra —
dijo Brandon. 
—Todos los de aquí están identificados —dijo Raymond. —
Todos. Ustedes tienen un proceso minucioso. 
—No siempre lo hicimos —dijo Brandon, y se giró para mirar 
a Raymond. 
—¿Qué quieres decir? —preguntó Raymond. 
—Mi padre era un gran creyente en la paz. También creía que 
todas las facciones debían trabajar juntas. Esperaba tener una 
comunidad en la que no sólo hubiera lobos, sino también 
vampiros, osos, de todo. Creía que trabajar todos juntos nos 
hacía más fuertes. 
 
—Suena como un idealista —dijo Alexander. Había conocido 
a unos cuantos en su época, pero la verdad era que sólo se 
produciría el caos. Había demasiada historia, se había derramado 
demasiada sangre. No había forma de que hicieran las paces. 
Vampiros y lobos viviendo juntos en armonía no funcionaría. 
Tampoco lo harían lobos y osos. Y mucho menos brujas y 
hechiceros. Luego, por supuesto, había vampiros y nigromantes, 
que no se mezclaban bien. 
Sería un desastre. Añadir humanos con actitud y un sentido 
de los límites morales era una receta para el desastre, seguro. 
—Mi padre creía en el poder y en ayudar a los débiles. 
—Tener una manada llena de débiles no te mantiene fuerte 
—dijo Alexander. 
—No hablemos de débiles y fuertes. —Las manos de Brandon 
se cerraron en puños apretados. El lobo que tenía delante era un 
desastre. Con una nueva compañera, humana, y embarazada de 
un niño, era un lobo con miedo. 
No había visto a Brandon con miedo. Era una visión bastante 
inusual. Una que Alexander envidiaba un poco. 
—¿Quieres que empiece a traer a las familias humanas? —
preguntó Raymond. —Quiero advertirte que eso podría causar 
miedo. 
—Lo único que importa es la protección de todos. No el miedo 
de unos pocos humanos —dijo Alexander. 
 
—Necesito hablar con Darcy —dijo Brandon. —Él es quien 
ha estado gestionando las peticiones de los humanos. 
—Tienes que impedir que entre nadie más —dijo Alexander. 
—Tú no hablas por nuestro Alfa. —Ese fue Raymond. 
Alexander estaba cada vez más cansado de su asco y su falta 
de respeto. Ya podría haberle arrancado las entrañas, pero había 
sido un buen vampirito y había seguido las normas. 
—Hablo en nombre de todas y cada una de las personas, 
vivas o muertas aquí. Si quieres poner en peligro las vidas de tu 
Alfa, tu hija y su manada, adelante, pero el Desastre del Otro 
Mundo se acerca. —Se giró hacia Brandon. —Tú y yo sabemos 
que la Loca Lizzie nunca se equivoca. Puede que no sea tan 
precisa con los tiempos de estos sucesos, pero sabe que van a 
ocurrir. 
—No se puede dar crédito a una bruja loca —dijo Raymond. 
Alexander ya no lo soportaba. Con un solo destello, estuvo 
frente al humano, con los dedos alrededor de su carne. 
—No lo hagas —dijo Brandon. 
No soltó a Raymond. La Loca Lizzie era una amiga. Habían 
visto muchas batallas juntos. Lo que mucha gente no sabía era 
que también se habían salvado mutuamente una o dos veces a lo 
largo de los siglos.—Puede que Lizzie esté loca, pero no es una bruja cualquiera. 
Nunca volverás a faltarle el respeto en mi presencia. 
—¿Alfa? —Raymond se estaba ahogando y Alexander aflojó 
su agarre. 
—No tienes derecho a faltarle al respeto. Es una bruja 
valiosa, y sí, está un poco loca, pero nunca ha dicho una mentira. 
Habla con acertijos, pero así es ella. 
Alexander ya había oído suficiente. Necesitaba alejarse de la 
animosidad del humano antes de hacer algo drástico, como 
matarlo. Quería matarlo. 
—¿Adónde vas? —preguntó Brandon. 
La única razón por la que Raymond aún respiraba era por su 
asociación con la mujer de Brandon. El hombre era el padre de 
Elle. 
Este no era su lugar para arreglar las cosas, pero él estaba 
allí para ayudarlos. Sabía que la división los separaba, por eso se 
había quedado a propósito. Además, tenía que ver con una dulce 
joven que seguía encontrándose con él en el bosque. 
Layla era un soplo de aire fresco. Incluso en la oscuridad, vio 
la ligereza de su pelo rubio, el brillo de sus ojos azules y la 
tentación burlona de sus labios dulces y carnosos. 
Salió por la puerta principal, hacia la noche, y miró a 
Brandon. —Te sugiero que pongas a tu humano a raya. Entiendo 
que sienta un odio generalizado hacia los de mi especie y, 
 
después de lo que vi de su mujer y su hija, puedo comprenderlo, 
pero yo no fui ese. Estoy aquí para proteger a todos, y no tengo 
por qué recibir insultos mientras estoy aquí. 
No escuchó la respuesta de Brandon. Desapareciendo en la 
noche, se dirigió hacia el lugar donde Layla solía reunirse con él, 
y no pudo evitar sonreír. Ella estaba a sólo unos metros delante 
de él. 
Después de eliminar el embelesamiento de Elle, Raymond le 
había pedido que colocara un bloqueo permanente sobre su 
mujer, Vivian. Alexander lo había hecho. 
Ella nunca recordaría haberse enamorado de un vampiro, ni 
lo fácil que había sido seducirla. Él les había advertido a Brandon 
y a Raymond que Vivian era una humana débil con una mente 
débil. Tendrían que vigilarla de cerca porque otros seres no 
tardarían en encontrarla y utilizarla. Sin embargo, no creía que 
ella fuera la amenaza actual. Alguien ya tenía que estar aquí del 
Desastre del Otro Mundo para poder ser el objetivo. 
—Sé que estás aquí —dijo Layla. 
En la mano llevaba una margarita. Se giró hacia él y le sonrió. 
No sabía si se había cambiado para él, pero en cualquier caso, el 
vestido blanco sobre su piel pálida era hermoso. Su inocencia 
parecía brillar esta noche. 
—¿Y cómo lo sabes? —le preguntó acercándose a ella. 
—Te he oído. 
 
Alexander se detuvo. Nunca nadie lo había oído acercarse. Se 
sacudió la inusual sensación y se acercó a ella. Quiso estirar la 
mano y tocarla, atraerla hacia sí, pero se contuvo. 
Alexander la había tocado, poniéndole una mano en el brazo 
o incluso tocándole el pelo, pero no había llegado a abrazarla. No 
había sobrepasado ese límite, al menos no todavía. 
Hacía mucho tiempo que no tocaba a un humano. No sabía 
si eran tan frágiles como antes. 
—Se acerca la luna llena —dijo ella. 
Alexander miró al cielo y vio que la luna volvía a estar 
creciente. —Así es. 
—¿Qué tienes que hacer durante la luna llena? —preguntó 
ella, girándose para mirarlo. 
—¿Yo? 
—¿No se supone que los vampiros y los hombres lobo son 
enemigos natos? 
Él se rió entre dientes. —Según el folclore humano, sí. 
—¿No lo son? 
—Oh, lo somos, pero la luna llena no me molesta. El hedor a 
perro ya me resulta repugnante. En todo caso, siento que debo 
sostener una flor o un aromatizante durante la luna llena. 
Le encantó la sonrisa de su cara. 
 
—¿Lo haces? 
—Se sabe que sí. 
A Alexander le encantaba oírla reír. Era el sonido más dulce 
del mundo. 
 
 
Capítulo 3 
—¿No vas a contarme ningún cotilleo jugoso? —preguntó 
Elle, deslizándose frente a Layla mientras almorzaba. 
Layla miró a su mejor amiga y sonrió al ver lo radiante que 
estaba. Se veía realmente despampanante, incluso más de lo que 
recordaba. 
—¿Cotilleos jugosos sobre qué? 
—De ti, de Lewis, de cualquier cosa. ¿Has tenido una cita? 
Buscó una servilleta y se limpió las manos mientras arrugaba 
la nariz. —Realmente tienes que dejar de hablar de Lewis. En 
serio, él y yo, nunca va a suceder. 
Elle gimió. —¿Por qué no? Ustedes dos se ven tan bien 
juntos. Tienes que admitirlo. 
Layla había perdido el apetito, y estaba a punto de colocar la 
servilleta encima de su plato, pero Elle la detuvo. Tiró de las 
patatas fritas sobrantes hacia ella. 
—No se puede desperdiciar la buena comida. 
—Me alegra ver que tu apetito no se ha visto afectado por 
todo lo que está pasando. 
 
Elle gimió. —No sé si es porque es el bebé de Brandon, o todo 
un asunto de lobos, pero me muero de hambre, como todo el 
tiempo. Sabes, he tenido que empezar a llevarme galletas a la 
cama, y bocadillos. Todos ellos. Tengo tanta hambre. 
—Déjame ir a pedir algo para ti. —Las patatas fritas se 
habían acabado. 
—No, no, está bien. Ya estoy bien. —Exhaló un suspiro, y 
luego se giró hacia ella. —¿Dónde estaba? Oh, sí, Lewis. 
—No, no vamos a hablar de esto. 
—¿Por qué no? Quiero que seas feliz. 
—¿Y esa felicidad implica que él me rompa el corazón? No soy 
la verdadera compañera de Lewis, lo que significa que cuando esa 
persona aparezca, voy a ser yo la que reciba la patada. 
—¿No te gustaba Lewis? 
—Sí, pero... no sé, como que siguió su curso. Cuando lo miro, 
no me acelera el corazón y no siento nada por él. Para ser sincera, 
¿puedes hacer que Brandon le diga que deje de acompañarme 
constantemente a casa? 
Elle se sentó. —¿Es eso lo que quieres? 
—Sí, te lo agradecería mucho. —Levantó su café y tomó un 
sorbo. 
—Puedo pedírselo. 
 
Sonrió a su amiga y cambió rápidamente de tema. —¿Cómo 
es estar embarazada? 
—¿Además del hambre constante? ¿El ligero dolor de 
espalda, por no hablar de los pezones sensibles y otras partes del 
cuerpo? 
Layla no pudo evitar sonreír. Elle le había advertido que todo 
se había agudizado para ella. 
—Entonces, ¿no te estás divirtiendo? 
—Me encanta estar embarazada. Creo que me encanta estar 
embarazada. 
Se echó a reír. —Eres graciosa. —Miró la hora. —Tengo que 
volver al trabajo. —Era el día libre de Elle. Desde su embarazo, 
se había acordado en la manada que tenía que trabajar menos. 
Ella había notado que la manada intervenía si sentían que Elle 
estaba haciendo demasiado. Estaba gestando la próxima 
generación de la manada, y su trabajo era uno de los más 
importantes. Proporcionar bebés sanos para el futuro. 
Layla no pudo evitar pensar en Alexander. ¿Tenía familia? 
¿Sabía lo que era tener hijos? Cuando estaba vivo, ¿tenía esposa? 
¿Se había enamorado alguna vez? 
Pensó en todas las preguntas que podría hacerle, y le hizo 
ilusión que pasaran las próximas horas. 
Su turno no terminaba hasta después del servicio de cena, 
que siempre era un momento agitado. Sin embargo, la manada 
 
no estaba tensa, ya que hacía tiempo que no recibían visitas 
humanas. Al final del turno de cena, Daisy le había dicho que 
había trabajado demasiado y que tenía que ir a descansar. 
Estaba más que contenta de trabajar, pero le costaba dormir. 
Cada noche parecía dormirse más y más tarde. 
Al salir de la cafetería, con la chaqueta en la mano y el bolso 
colgado del cuerpo, se detuvo al ver que Lewis la esperaba. 
—¿Ya no quieres que te acompañe a casa? —le preguntó con 
cara de enojo. 
Elle trabajó rápido. 
—No creo que sea necesario. 
—¿No sabes que tenemos un par de vampiros en la ciudad y 
una amenaza potencial al acecho? ¿Tan repulsiva te resulta mi 
compañía? —preguntó. 
—No eres repulsivo, pero tú y yo sabemos que aquí no va a 
pasar nada. 
Lewis se encogió de hombros. —Eso no significa que no 
podamos ser amigos. 
Ella gimió. —¿Crees que no veo a través de ti? 
—¿Qué demonios se supone que significa eso? —preguntó.—Simple. Soy un desafío. Tú buscas la persecución y yo 
ahora mismo lo soy, porque no te quiero. —Ella suspiró y miró 
más allá de su hombro. —No voy a hacer esto contigo. 
—¿De verdad no quieres follar? 
—No, no contigo, y deja de actuar como si los vampiros 
fueran horribles. No lo son. —Ella sintió la necesidad de defender 
a Alexander. Era uno de los hombres más dulces que había 
conocido. 
No había duda de que era un monstruo. Sabía que 
probablemente había hecho muchas cosas malas, el tipo era un 
vampiro, pero no le gustaba oír a hombres como Lewis decir esas 
cosas. 
—¿Y has conocido vampiros antes? —preguntó Lewis, con 
una sonrisa burlona en la cara. 
¿Cómo pudo haberlo encontrado atractivo? Era una persona 
horrible. Al menos había superado aquel patético enamoramiento 
antes de hacer algo de lo que se arrepintiera. Layla sacudió la 
cabeza. Ya había tenido suficiente conversación. Estaba 
demasiado cansada para aguantar sus estupideces. 
—No tengo tiempo para esto —dijo. 
—Espera —dijo Lewis, extendiendo la mano para agarrarla. 
En el momento en que la tocó, Layla sintió una rabia como 
ninguna otra cosa. —¡No me toques! 
 
No pudo evitar gruñir y, en cuanto lo hizo, Lewis apartó la 
mano. 
—Lo entiendo. Estás molesto porque no conseguiste lo que 
querías o por la razón que sea, pero lo nuestro nunca va a 
suceder. No me importa si quieres sexo sin sentido. Eso no es lo 
que yo estoy buscando. Estoy buscando a largo plazo. Eso no es 
lo que tú quieres. ¿No lo entiendes? Deja... de hacer esto. —Ella 
no estaba interesada en nada de esto con él. ¿Por qué no podía 
verlo? 
Lewis frunció el ceño pero asintió. 
—Así que hazme un favor y déjame en paz. 
Tan rápido como surgió su ira, se evaporó. Sin disculparse, 
giró sobre sus talones y se dirigió a su casa. No se sorprendió al 
ver que sus padres no estaban allí. No tenía hambre, así que en 
lugar de comer, se dio una ducha rápida y se puso unos vaqueros 
y una camiseta antes de salir. 
Se sentía obligada a ir a ver a Alexander. Llevaba todo el día 
pensando en él. 
El sol seguía brillando y justo ahora se estaba cansando del 
sol veraniego. Normalmente, le encantaba el sol. Le encantaba 
cualquier motivo para ponerse vestidos bonitos y sentirse 
femenina, pero el sol significaba que Alexander no podía salir. 
Odiaba ese molesto control. 
 
Caminando por el sendero del bosque hasta el lugar donde él 
la encontraba normalmente, se detuvo y respiró hondo varias 
veces. Las manos le temblaban un poco. Ni siquiera sabía por qué 
le molestaba tanto que Lewis la tocara. Los lobos eran 
extremadamente... toquetones. Les encantaba tocar y estar con 
la gente. Layla había visto lo cariñosos que eran. 
Acomodándose un poco el pelo detrás de la oreja, miró al cielo 
y odió la luna. Cada vez estaba más llena. Dentro de unos días, 
no iba a poder venir a ver a Alexander. 
Durante la transformación de los lobos, todos los humanos 
estaban obligados a permanecer en casa. Sólo se les permitía 
contribuir y formar parte de la manada cuando sonaba la 
campana, señal de que era seguro. 
—Pareces irritada esta noche, dulce. 
Se dio la vuelta y vio a Alexander de pie detrás de ella. Ni 
siquiera lo había sentido cerca. Era la primera vez. Su interacción 
con Lewis debía haberla afectado. 
—Estoy bien. Sólo... no sé. ¿Alguna vez tienes días en los que 
simplemente no quieres que la gente, como ... esté cerca? 
—Sí. 
—Supongo que esta es una de esas noches. 
—¿Quieres que te deje en paz? 
 
—¡No! —Ella entró en pánico. —No, no me refiero a ti. Es otro 
hombre. Lewis. Seguro que lo conoces. 
—Lo conozco. 
—Él... Le he pedido a mi amiga, Elle, que le dijera que no me 
acompañara a casa, pero esta noche él parecía un poco.... —Ella 
sacudió la cabeza, no muy seguro de lo que era. —No es nada. 
Olvídalo. 
Le sonrió. Ahora todo iba bien. 
Sus temblores habían cesado, al igual que su molestia. 
*** 
A Alexander no le gustó que el tal Lewis la hubiera molestado 
tanto como para hacerla temblar. Al ver el temblor en sus manos, 
se acercó rápidamente a ella y la estrechó entre sus brazos. Si 
quería que se detuviera, sólo tenía que decirlo. 
Layla lo sorprendió aún más al rodearlo con sus brazos y 
luego apretar su cara contra su pecho. 
—Dime si quieres que me detenga —le dijo. 
Él soltó una risita. —Creo que esa debería ser mi frase, ya 
que soy yo quien te está abrazando, cariño. 
—No me molesta. —Ella acurrucó la cara contra su pecho y 
él estaba bastante seguro de que lo respiró. —Hueles bien. 
 
Eso lo hizo reír. 
—Me alegra que pienses así. 
Layla suspiró y echó la cabeza hacia atrás. —¿Crees que 
podríamos dar un paseo? ¿O algo así? 
Él tenía la sensación de que ella necesitaba seguir 
moviéndose. 
—Sí. —Le tendió la mano y esperaba que la rechazara, pero 
esta pequeña humana lo sorprendió deslizando su mano entre 
las suyas. 
Estaba llena de sorpresas esta noche. 
Apretando su mano, caminaron por el sendero. Alexander 
había explorado las tierras de la Manada del Bosque del Norte. 
No estaban muy lejos de un lago cercano al límite. Los humanos 
frecuentaban el lugar porque era hermoso, pero también estaba 
lo bastante lejos de Grace Hill. 
No creía poder llevar a Layla allí esta noche y con la amenaza 
del Desastre del Otro Mundo, no le interesaba poner su vida en 
peligro. Así que, pasear por el bosque, disfrutando de su 
compañía tendría que ser suficiente. 
—Así que, eh, ya sabes que se acerca la luna llena —dijo. 
—Sí. —Charles le había recordado una vez más que iban a 
tener que quedarse en casa durante esa noche. 
 
No le interesaba pasar la noche con aquel hombre que era un 
aburrimiento constante. Lo único que Charles quería era 
secuestrar a la Loca Lizzie y eso nunca estaría en sus planes. Le 
gustaba la extraña brujita. Después de todo por lo que había 
pasado, había visto su capacidad para sonreír y quizá fuera 
extraño pensarlo, pero la mujer le daba esperanza. Incluso en 
tiempos de guerra y gran desesperación, la Loca Lizzie siempre 
salía sonriente, próspera. También había rumores de que cuando 
la torturaban, se reía de sus torturadores, incluso se burlaba de 
ellos, pero, de nuevo, eran sólo rumores. 
—¿Cómo vas a pasar la luna llena? —preguntó. 
—Mirando afuera y preguntándome como estarás. 
—¿Pensarás en mí? 
—Por supuesto. Paso gran parte del día con curiosidad por lo 
que estás haciendo. 
Eso hizo que Layla se detuviera y él hizo lo mismo, mirándola. 
—No tenía ni idea de que pensaras en mí. 
Alexander sabía que esto era peligroso. Como vampiro, los 
humanos lo consideraban embriagador y podía aprovecharse de 
ello para conseguir lo que quisiese. Cuando se trataba de Layla, 
no había utilizado ningún tipo de embeleso. En primer lugar, le 
había prometido a Brandon que no haría daño a nadie de su 
manada, y cumplía su palabra. Segundo, no había usado su 
embelesamiento en casi un siglo. Una vez que te dabas cuenta de 
 
que la gente sólo estaba a tu alrededor porque tú los obligabas, 
perdías su encanto por mucho tiempo, y eso era lo que le pasaba 
a él. 
Todo lo que Layla sentía, era lo que ella sentía. Nada más. 
—¿Cómo no iba a pensar en ti? —preguntó. —Eres una mujer 
increíblemente hermosa. 
Vio cómo se le encendían las mejillas. Sus palabras la habían 
avergonzado un poco. No, no la habían avergonzado, la habían 
hecho sonrojar. Hacía mucho tiempo que no sonrojaba a una 
mujer sin proponérselo. 
—No lo soy. 
Ella negó con la cabeza. 
Él redujo la distancia que los separaba y, sin pensarlo, le 
apartó el pelo largo. Esta noche, se lo había dejado suelto, y él 
opinaba que estaba aún más deslumbrante que nunca. 
Mirándola fijamente a los ojos, lo invadió una extraña sensación. 
Era como si estuviera mirando a los ojos de un alma vieja. Alguien 
que llevaba casi tanto tiempo como él. No podía ser. Esta mujer 
eramuy humana. 
Recordó a lo largo de los años a gente diciendo palabras 
parecidas, de cómo había gente que había estado en la Tierra 
antes. Alexander no tenía ni idea de si existía la posibilidad de 
que la gente volviera o tuviera varias vidas. 
—Voy a besarte —dijo. 
 
—Nunca antes he besado a nadie. 
Eso hizo que se detuviera. —¿A nadie? 
Ella negó con la cabeza. —Yo... yo no he besado a nadie. 
La polla de Alexander se endureció. Era como si no tuviera 
ningún control. Era consciente de la virginidad de Layla. Ella 
tenía un aura a su alrededor, una inocencia que él no había visto 
en mucho tiempo. Le acarició la mejilla, esperando que se 
apartara de él, o al menos que se estremeciera. 
Pero nada. 
Ella era mejor que un soplo de aire fresco. Le acarició la 
mejilla con el pulgar y la miró a los ojos, reduciendo lentamente 
la distancia. 
—Cierra los ojos —le dijo. 
Ella hizo lo que le pidió, y entonces él le tocó los labios, y ese 
toque fue como la mayor sensación de placer que había conocido 
jamás. 
Hundiendo los dedos en su pelo, tiró de ella y le rodeó la 
espalda con un brazo. Por fin sintió su cuerpo contra él, y era 
todo lo que deseaba y más. Sus tetas eran grandes y maduras. 
Pasó la mano desde su cintura hasta su cadera y luego hasta su 
culo, agarró la carne jugosa y no tuvo suficiente. 
Su polla se endureció hasta el punto de sentir puro dolor. La 
excitación sexual era cosa del pasado. 
 
Durante los últimos cien años, más o menos, había leído, 
estudiado y aprendido todo lo que caía en sus manos. 
Layla era la primera mujer que había probado. Sintió su 
sangre, latiendo contra la superficie. Su aroma lo hizo querer 
hundir los dientes en su carne y saborearla. No lo haría. Nunca 
le quitaría nada a Layla. 
Alexander juró que sólo daría. Layla tendría que ofrecerle o 
pedirle, o incluso suplicarle, que le hiciera algo. Se negaba a 
romper esa confianza. 
Aunque no le mordería el cuello, eso no le impidió romper el 
beso y bajar los labios hacia su cuello. Pasó la lengua por el 
sensible pulso y se burló yendo y viniendo. Ella gimió su nombre, 
lo lloriqueó, y él se sintió tan tentado. 
Su aroma, la sensación de ella, eran una gran tentación, pero 
él luchó contra ello. Apretando los dientes, no se fallaría a sí 
mismo. Layla era demasiado importante. 
Se apartó, pero la mantuvo entre sus brazos. Tenía la cara 
roja, los ojos cerrados, pero los labios carnosos y maduros. 
Lentamente, ella abrió los ojos y él la miró. Había un brillo. 
—Ha sido increíble —dijo ella. 
Él le acarició la mejilla. 
—¿Puedo... puedo... puedo pasar la luna llena contigo? —
preguntó ella. 
 
Aquello era una sorpresa. 
Alexander tuvo que mirarla a los ojos para asegurarse de que 
ella no había caído bajo ningún embelesamiento, o de que él lo 
había hecho sin darse cuenta de que lo hacía. Sus ojos estaban 
limpios. 
—Yo... —En el fondo de su mente, sabía, en lo más profundo 
de su corazón no palpitante, que debía decir que no. No podía 
hacerlo. Era imposible. 
—Sí, puedes venir y quedarte conmigo. —Luego pensó en 
Charles. —Tendrás que perdonar a mi... pariente. Charles no es 
precisamente encantador. 
Eso la hizo soltar una risita. —De acuerdo, bueno, ¿y si tú 
vienes a mi casa? 
—¿Tus padres? 
—Siempre están ocupados cuando hay luna llena. No 
siempre están en casa. Puede que lo estén, pero podrías venir a 
conocerlos. 
—¿Y no tienen ningún problema con que te juntes con un 
vampiro? 
Ella inclinó la cabeza. —No lo saben. 
—¿No se lo has dicho? 
 
Layla se lamió los labios. —No se lo he dicho a nadie, y no es 
porque me avergüence o algo así, es que es más fácil no decir 
nada. La manada le teme a los vampiros. 
—No se equivocan, Layla. 
—No vas a hacerme daño. 
Eso hizo que se riera. —Algunos dirían que eso te hace muy 
tonta. 
—No lo creo. Si fueras a hacerme daño, ya lo habrías hecho. 
No lo has hecho. Confío en ti. 
Aquellas palabras fueron como un amuleto mágico que tejió 
un hechizo sobre su corazón. Ella confiaba en él. Una humana 
confiaba en él. 
—Entonces pasaré la luna llena contigo. Si tus padres están 
allí, me encantaría que me los presentaras. 
 
 
Capítulo 4 
Layla ayudó a poner los últimos platos en la mesa. Elle 
parloteaba, pero no le estaba prestando mucha atención a la otra 
mujer. La madre ya había preparado la comida, pero sus padres 
habían dicho que iban a tener que hacer algunos recados para el 
Alfa. Ella no preguntó qué podía ser o si necesitaban ayuda. 
Alexander llegaría al toque de la primera campana. 
La emoción la invadió. Alexander y ella estarían solos, en una 
casa... donde había una cama. Desde que se besaron, no podía 
quitárselo de la cabeza. Incluso sirviendo a los clientes en la 
cafetería, tenía pensamientos aleatorios de Alexander, desnudo. 
Se los imaginaba revolcándose en la cama, disfrutando el uno del 
otro, tocándose. 
Le parecía una locura. Lewis había querido disfrutar de un 
poco de sexo al azar, pero no se había atrevido. Sin embargo, una 
mirada de Alexander, y ella estaba más que tentada. Lo deseaba. 
Era una locura. 
—Tierra a Layla —dijo Elle, pasando una mano por delante 
de ella. 
—Lo siento, estaba fuera con las hadas. 
 
—Y existen —dijo Elle. 
—¿Qué? 
—Sí, las hadas existen. Brandon tiene un archivo especial. 
Ha estado allí a menudo y como estamos apareados y no puede 
soportar estar lejos de mí, hemos estado bajando juntos. 
—¿La manada tiene un archivo? 
—Sí. Muchos libros viejos y mohosos. Idiomas extraños 
también. Brandon no puede leer algunos de ellos. Está esperando 
a un intérprete. —Elle jadeó de repente. —Sabes, debería llevarte 
allí. 
—No creo ser la persona adecuada para llevar. Ni siquiera 
sabía que teníamos un archivo. 
—Tiene un montón de diarios y documentación que la 
manada ha podido salvar. Ese tipo de cosas. Puedo llevarte. Por 
favor, por favor, por favor. 
Layla no pudo evitar reírse de su amiga. —De acuerdo. Bien. 
Podemos ir, pero no sé por qué te hace tanta ilusión. 
—Yo tampoco lo sé. Es muy extraño, ¿no crees? 
Eso la hizo reír aún más. Tiró de su amiga contra ella y la 
abrazó con fuerza. 
Respiró hondo y algo pasó por su cabeza. Una imagen de Elle 
con un bebé en brazos. Brandon estaba allí, y era en el bosque. 
Elle estaba herida y Layla se apartó rápidamente. 
 
—Layla, ¿qué pasa? —preguntó Elle. 
—No es nada. —Ella negó con la cabeza, pero se le erizaron 
los pelos de todo el cuerpo. El malestar le oprimía el estómago. 
—Te has puesto blanca como la leche. 
Sonó la campana y Layla se sacudió lo que fuera que le había 
pasado. —Estoy bien. Será mejor que entre. Luego hablamos. 
¿Qué demonios había sido eso? 
Elle no podía impedir que se fuera. Las reglas eran simples. 
Todos los humanos debían marcharse en cuanto sonara la 
campana y sólo se les permitía volver cuando sonara de nuevo. 
Layla seguía viendo a Elle en su mente, tan clara, casi como si 
hubiera estado a su lado, protegiéndola. 
Se frotó el pecho al entrar en su casa. Cerró la puerta y se 
apoyó en ella. 
Eso no podía significar nada, ¿verdad? No, no podía significar 
nada, porque no existía. Era imposible que hubiera existido. Elle 
aún no había dado a luz. Su mejor amiga ni siquiera había llegado 
a término. Todavía le quedaban unos meses. 
Fuera lo que fuera, había sido un pensamiento idiota. Había 
una explicación fácil. Con todo lo que se hablaba del Desastre del 
Otro Mundo, y el temor de que vinieran a dañar a Elle, eso debió 
haber desencadenado un pensamiento horrible. Era imposible 
que fuera una premonición de lo que estaba por venir. No había 
nada que temer. Ninguna razón en absoluto para tener miedo. 
 
Layla volvió a respirar hondo y entonces sonó el timbre de su 
puerta. Alexander. No lo dudó. 
Se dio la vuelta, abrió la puerta de un tirón y allí estaba él. 
Llevaba unos pantalones oscurosy una camisa blanca que 
dejaba ver su pecho. 
—Hola, Layla. 
Ella le sonrió. 
—Algunas de las reglas, querida, son ciertas. En efecto, 
necesito una invitación para entrar en tu casa. 
—Oh, er, entonces, sí, por supuesto. Te invito a entrar. —
¿Acaso podía avergonzarse más? 
Alexander cruzó la línea, tomando la puerta de ella, y 
cerrándola. —¿Dónde están tus padres? 
—Tenían que hacer unos recados. No van a estar aquí. 
Él frunció el ceño. —¿Tenían que hacer recados en luna 
llena? 
—A veces sí, a veces no. Nunca sé lo que están haciendo, pero 
está bien. 
Eso hizo que frunciera el ceño. —Está bien. 
—Sí. —Ella apretó los labios. —¿Quieres tomar algo? Quiero 
decir, ¿te gustaría un té? ¿Un café? ¿Una cerveza? —Ni siquiera 
 
tenían cerveza. No sabía por qué se la ofrecía. —¿Chocolate 
caliente? 
—Café está bien. 
—¿Bebes café? 
—Bebo y como —dijo. 
—Oh —dijo Layla. —¿Todos los vampiros beben y comen? 
—Algunos sí. Los que han aprendido a controlar la sed de 
sangre. No tenemos que sucumbir a la... bueno... ya sabes. 
—La sed de sangre. 
—Sí. 
—Eso está bien. Así que lo tienes controlado. —Layla gimió y 
giró hacia él, sólo que Alexander había estado caminando. Sintió 
que se caía y él la agarró por la cintura. 
Abrió los ojos y lo miró fijamente. De repente se le secó la 
boca y se lamió los labios. La mirada de él se posó en su lengua. 
—Layla, sólo tengo cierto control y contigo parece que me 
resulta... muy difícil. 
—¿Por qué es difícil? 
—Porque, cariño, quiero follarte. 
La hizo jadear. Esas palabras se le metieron entre las piernas 
y no pudo evitar apretar los muslos. Él la ayudó a levantarse para 
que ya no estuviera recostada en sus brazos. 
 
—Debería irme. 
—No, por favor, no. 
Alexander se había alejado. Ella estiró la mano y se la puso 
en el brazo. Era patético, ella lo sabía. No había forma de 
detenerlo si quería irse. Sólo pensaba en hacer que se quedara. 
No se había ofendido. 
—Te deseo —dijo. 
Alexander levantó la mirada. 
—No sabes lo que dices —dijo. 
Ella soltó una risita. —En realidad, es lo primero que sé. Es 
una locura, ¿verdad? No quiero estar con ninguno de los lobos. 
Tratan a los humanos como basura. Sólo sería otro cuerpo 
dispuesto para ellos, y eso no es lo que quiero. Sé que no me estás 
ofreciendo algo para siempre, porque la verdad es que no puedes 
quedarte en la manada, pero cuando estoy contigo, siento tantas 
cosas. No sé qué me está pasando, pero sí sé que no puedo 
evitarlo. —Se detuvo, respirando hondo. ¡Mierda! ¿Qué había 
hecho? 
No apartó la mirada, aunque se sentía completamente 
avergonzada por lo que acababa de decir. ¿Se iba a ir? ¿Se había 
ofendido? ¿Se había enojado? Se mordisqueó el labio e intentó no 
dejarse llevar por el pánico. Lo último que quería era que él se 
fuera. 
 
En un instante, él estaba de pie frente a ella. —¿Me estás 
diciendo, cariño, que te gustaría que te follara? 
—Sí. 
Había estado guardando su virginidad para el hombre al que 
amaría. La persona con la que quisiera pasar el resto de su vida. 
Alexander podía ser esa persona, aunque fuera un vampiro. 
—No tienes ni idea de lo que estás diciendo —dijo él. 
—Lo tengo muy claro. 
Ella dio un paso hacia él, echó la cabeza hacia atrás y le puso 
la mano en el pecho. Su corazón no hizo ningún movimiento. 
—¿Puedes... tener sexo? 
—Sí. 
—¿Cómo? 
—No tengo ni idea. 
Él le acarició la mejilla y Layla puso ambas manos en su 
pecho y las subió hasta rodearle el cuello. 
—A menos que tú no quieras. 
Él se rió, pero era un sonido sexy, no histérico. 
—Layla, acabo de decirte que quiero follarte. Créeme, quiero, 
muchísimo, quiero. 
 
Ella no pudo evitar mirar sus labios. Un beso. Eso era todo 
lo que habían compartido, y ella deseaba tanto sus labios en los 
suyos. Era como si Alexander pudiera leerle la mente, porque al 
instante, sus labios se posaron en los de ella. 
A lo lejos, oyó el aullido. Resonó en el cielo, pero no le 
importó. Layla tenía todo lo que quería aquí, en su casa, y no 
había nada malo en ello. 
*** 
Alexander no tenía intención de besar a Layla esta noche. Ni 
siquiera pensaba decirle que quería follársela. Las palabras se le 
habían escapado como si tuvieran mente propia. No había sido 
capaz de controlarlas. 
Quería follarse a Layla. De hecho, quería hacérselo todo. 
Mostrarle de lo que era capaz su cuerpo y explorar todo tipo de 
placeres con ella. El beso era la primera parte. 
Envolviéndola con sus brazos, acarició su cuerpo, tocando su 
culo, deslizándose por su espalda, luego hacia sus tetas. No podía 
saciarse de ella y se movieron del lugar frente a la puerta, yendo 
hacia la sala de estar. 
Las cortinas estaban cerradas y él se sorprendió al verse 
apretado contra el sofá, con Layla a horcajadas sobre él. Aquello 
era... nuevo. No se lo había imaginado, pero no le importaba que 
 
ella estuviera encima. Cada vez que la había visto, estaba vestida 
con pantalones o shorts. Esta noche, llevaba un vestido. 
Acariciándole la rodilla, le acarició la tierna carne antes de 
deslizarse hacia arriba hasta tocarle el muslo. 
Ella rompió el beso y gimió. El abanico de su aliento en su 
cara lo llenó de placer. 
—¿Nunca te han tocado? —le preguntó. 
—No. 
—Eso es bueno. 
Ella frunció el ceño. —¿Cómo es eso bueno? 
—Significa que puedo enseñártelo todo. 
—¿Quieres ser mi profesor? 
—Sí. —Le rozó el borde de las bragas y vio cómo jadeaba. 
Joder. Era embriagadora. Nunca en su vida se había sentido 
tan jodidamente obligado. Alexander hizo a un lado el borde del 
elástico y acarició su dulce coño. 
Layla cerró los ojos y él la vio respirar hondo varias veces 
mientras intentaba controlarse. Él no quería que ella sintiera 
ningún tipo de control. Su coño estaba empapado. Tocó entre sus 
dulces pliegues, acarició los finos pelos que cubrían su coño y 
luego se deslizó entre ellos. Cuando tocó su clítoris, ella jadeó y 
luego gimió. Sus manos se dirigieron a los hombros de él. 
 
—¿Has estado pensando en mí? —le preguntó. 
—Sí. 
—¿Y has estado pensando en mí follando este dulce coño? 
—Sí. 
—Layla, quiero saborearte. 
Eso la hizo abrir los ojos. —¿Saborearme? 
—Sí. Quiero lamerte el coño. 
Su boca se abrió, sólo ligeramente, y él vio que la había 
sorprendido. —¿Te gustaría? 
—Sí. 
—Bien, porque eso es exactamente lo que quiero hacer. —
Antes de que pudiera hacer más preguntas, la empujó hacia el 
sofá para que se recostara. El vestido se le subió por los muslos 
y él le agarró las manos, levantándoselas por encima de la cabeza. 
—Mantenlas ahí. 
Ella le sonrió. Sus mejillas se tiñeron de rojo, pero asintió con 
la cabeza, haciéndole saber que lo había oído. 
Bien. 
Se colocó en posición. Sus muslos estaban apretados, él 
corrió la falda del vestido y le sujetó las rodillas. Ella se abrió para 
él, con la más mínima presión. Sus muslos se abrieron y él miró 
 
su sexo cubierto de bragas. Le estorbaban, así que agarró la tela 
y se la arrancó del cuerpo. 
—¡Son mis bragas! 
—Y estorbaban. 
Ella soltó una risita y él se inclinó, dándole un beso en los 
labios, pero luego fue directo a su coño. Abriéndoselo, miró su 
hermoso coño. Tenía un adorable clítoris hinchado que pedía a 
gritos ser chupado. Luego, por supuesto, estaba su entrada. Su 
entrada virginal. No iba a penetrarla, no hasta que estuviera bien 
preparado. Quería hacerlo, pero no con la lengua ni con los 
dedos. Su polla tendría el placer de tomarla. 
—¡Alexander! 
—Sí, mi amor. 
—No sé lo que estoy haciendo. 
—Es simple. Todo lo que tienes que hacer es relajarte. 
Deslizó la lengua por su coño y el grito de placer que resonó 
en la habitación fue absolutamente embriagador. Alexander 
nunca había oído nada igual. 
Le tocó el clítoris y se deslizó hacia delante y hacia atrás. Ella 
siguió gimiendo y su nombre brotó de sus labios como un mantra.Era un sonido tan hermoso. No quería dejar de oírlo nunca. 
—Por favor, por favor —dijo ella. 
 
Tenía la sensación de que ella ni siquiera sabía lo que estaba 
suplicando, pero él la llevaría a esa cima. Alexander deseó 
haberla desnudado, pero no lo había hecho. Todavía no. Ya 
habría tiempo para ello. 
Le subió y le bajó las manos por los muslos, le acarició el 
clítoris y se lo metió en la boca. Usó los dientes, pero con cuidado. 
Percibió el orgasmo en su interior y la guió, llevándola al borde 
del abismo, al primero de los muchos orgasmos que planeaba 
provocarle, sólo esta noche. 
Layla no se contuvo. Se lo dio todo. 
Su polla amenazaba con salirse de sus pantalones, pero se 
controló. Ignorando sus propias necesidades y concentrándose 
en la mujer que tenía delante. Nunca se había preocupado por 
una mujer. Nunca se había preocupado por sus necesidades. 
Durante mucho tiempo, había sido un hombre egoísta, un 
vampiro horrible. 
—Eso fue increíble —dijo ella, después de que él se detuviera, 
cuando vio que ella no podía más. 
Él le sonrió y se lamió los labios. Su sabor era... todo. ¿Qué 
tenía esta mujer? 
Layla se incorporó y se sentó a horcajadas sobre él. Le 
acarició la cara y él se sorprendió un poco por su reacción. Estaba 
acostumbrado a que las mujeres siempre pidieran permiso. Layla 
 
no necesitaba que él le dijera lo que tenía que hacer. Le 
encantaba que lo tocara, que lo explorara. 
El sonido de la campana a lo lejos lo hizo quejarse. 
—Ignórala —dijo Layla. 
—¿Quieres que ignoremos la campana? 
—¿Por qué no? No soy un lobo. No tengo que salir a disfrutar 
del festín mientras intentan convencer a un montón de mujeres 
para follárselas. No me interesa. 
—¿Y tu lobo? —preguntó. 
—No tengo lobo. Lewis no es mío. Él encontrará a su 
verdadera compañera. Yo quiero quedarme aquí contigo. 
—Tus padres podrían aparecer —dijo él. 
Layla sonrió y se mordió el labio. —¿Te gustaría ver mi 
dormitorio? Yo... nunca he tenido a un chico en mi habitación. 
Alexander se levantó y la rodeó con los brazos, estrechándola 
contra su cuerpo. Ella cruzó rápidamente las piernas alrededor 
de su espalda y le rodeó el cuello con los brazos. 
Se rió entre dientes. —¿Te dan miedo las alturas? 
—Un poco. Por favor, no me dejes caer. 
—Yo no haría nada parecido. 
Ella se rió, pero él oyó el ligero pánico que había en ella. Se 
dirigió hacia las escaleras. 
 
—¿Peso demasiado? —preguntó ella. 
—Cariño, soy un vampiro. Nada es demasiado pesado para 
mí. 
—Oye —dijo ella, fulminándolo con la mirada, pero se veía 
tan linda. 
—No eres demasiado pesada. —No lo era. 
Layla se sentía bien en sus brazos. Ella le dio indicaciones 
para llegar a su dormitorio y él las siguió, encontrando la 
habitación correcta con bastante facilidad. Al entrar, supo al 
instante que era su habitación. Las paredes eran rosa pastel y la 
cama blanca. 
—Ésta es mi habitación —dijo ella. 
La bajó a la cama y se incorporó. 
Tenía un escritorio contra la pared del fondo con un espejo 
que daba a la cama. No tenía ningún póster, pero vio muchas 
fotos de ella con Elle. Se dio cuenta de que no parecía haber 
ninguna con sus padres. Alexander tampoco los había visto 
nunca, lo cual era extraño. 
—¿Elle es tu mejor amiga? 
—Sí, éramos como hermanas cuando se mudó aquí. Tenía 
dieciséis años. 
Veía el vínculo entre las dos. 
 
—¿Cuándo te mudaste aquí? —preguntó. 
La manada de Brandon aceptaba peticiones de humanos 
para unirse a su manada para su protección. Sólo unos pocos 
humanos conocían el mundo paranormal. A los que lo conocían, 
les resultaba difícil seguir llevando una vida normal. Una vez que 
habían despertado y visto todo lo que había que ver, era difícil 
volver atrás. 
—Yo... hace mucho tiempo. No recuerdo cuándo. Siento como 
si siempre hubiera estado aquí. 
Frunció el ceño y se giró hacia ella. —¿No recuerdas haber 
venido aquí? 
—No. Creo que quizá nací aquí. A mis padres no les gusta 
hablar de ello. Es algo en lo que se niegan a pensar. Dicen que es 
por nuestra seguridad. 
—Eso tiene sentido. —Le seguía pareciendo raro que sus 
padres no hablaran de ello. —Esta es tu casa. Ellos son tu 
familia. 
—Sí, lo son. La mayoría me odia porque soy humana. 
—No, lo dudo. —Él no podía ver una razón para odiarla en 
absoluto. 
 
 
Capítulo 5 
La noche siguiente 
Layla soltó una risita cuando Alexander se escabulló por la 
ventana de su habitación. Sus padres estaban abajo viendo la 
televisión. Casi podía oírlos a lo lejos. 
Estaba bastante segura de que debían de haber oído algo, y 
se llevó un dedo a los labios, fingiendo hacerlo callar. —Van a 
sospechar. 
Como si nada, su madre llamó preguntando si estaba bien. 
Corrió hacia la puerta y la abrió. —Sí, mamá, estoy bien. Sólo 
me he dado un golpe en el pie. Pero estoy bien. —Cerró la puerta 
y se giró hacia Alexander, que estaba sentado en su cama. 
Layla ya se había puesto el pijama. Alexander había pasado 
la mayor parte de la noche con ella, y sólo se había marchado 
cuando sintió que salía el sol. No quería quedarse atrapado en su 
habitación todo el día por miedo a asustar a sus padres. 
Odiaba verlo marchar y esperaba que algún día pudiera 
quedarse con él toda la noche. Antes de irse, le prometió que 
 
vendría a visitarla esta noche. Le prohibió que se adentrara en el 
bosque para esperarlo. 
—Volviste —dijo ella. 
—Te dije que lo haría. 
Eso la hizo sonreír. —Cierto, dijiste que lo harías, pero no 
pensé... —Ella se negó a terminar lo que iba a decir, y en su lugar 
lo miró. 
Se había cambiado de ropa. Esta noche llevaba unos 
vaqueros y una camiseta negra. 
Sentado a su lado, Alexander le agarró la mano y entrelazó 
sus dedos. 
—¿Cómo es ser vampiro? —preguntó ella. 
—Responderé a todas tus preguntas, pero para ello tienes 
que hacer algo por mí. 
Layla gimió. —No me gustan los ultimátums. 
—Estás cansada, cariño, y no me gusta. Me quedaré contigo, 
responderé a tus preguntas, hasta que te duermas. 
—¿Te quedarás para que me duerma? 
—Sí. Has pasado demasiado tiempo despierta, intentando 
verme. Es justo que te deje dormir y relajarte. Tenemos todo el 
tiempo del mundo para hablar. 
 
Ella quería decirle que no. En cuanto desapareciera la 
amenaza, él también se iría. No tenían todo el tiempo del mundo. 
Él tenía que saberlo. ¿A menos que quisiera llevársela con él? 
¿Era eso posible? No tenía ni idea de si le permitirían llevársela, 
pero sin duda era una oportunidad que estaba dispuesta a correr. 
—Si me meto en la cama, me acuesto con la intención de 
dormir, ¿responderás a alguna de mis preguntas? 
—Sí. 
Aunque no quería correr el riesgo de quedarse dormida, era 
demasiado tentador como para ignorarlo, así que se metió 
rápidamente en la cama, acomodó las almohadas y esperó. 
Alexander soltó una risita, y a ella le encantó el sonido. Se 
colocó a su lado en la cama y ella vio cómo le apartaba el pelo de 
la cara. 
—Pregunta —le dijo. 
—¿Qué se siente al ser vampiro? 
—No sé si entiendo la pregunta. 
—¿Te sientes diferente a cuando eras humano? ¿Tienes 
superpoderes? —preguntó ella. 
—Ha pasado tanto tiempo desde que era humano. No 
recuerdo la sensación de estar vivo. Ya no me pongo enfermo. 
Antes sufría con el frío, pero ya no. Soy más fuerte, más rápido y 
oigo increíblemente bien. También tengo un buen sentido del 
 
olfato, no tan bueno como el de los lobos, pero no bromearía con 
ello. 
Eso la hizo sonreír. 
—¿Quién ganaría en una carrera, un vampiro o un lobo? 
—Oh, cariño, esa no es una buena comparación. Yo soy un 
vampiro, así que es natural que diga que ganaría. 
Eso la hizo reír. —¿Lo harías? 
—Por supuesto. 
—¿Qué hay de... la sangre? —preguntó. 
—¿Qué pasa con ella? 
—¿Te apetece? 
—Cuando eres joven, sí, la anhelas. Algunos vampiros nunca 
aprenden a controlarse y la sed puede volverlos locos,pero eso 
ocurre en raras circunstancias. Nunca viven lo suficiente para 
contarlo. 
—¿Los matan? 
—Sí, algunos son cazados por los humanos. A otros los 
matan los nuestros. Es triste, pero es cierto. Tenemos el deber de 
protegernos y si no lo hacemos, habremos fracasado. 
—¿Pero tú lo controlas? 
—Sí. También puedo comer comida humana. 
 
—¿Cómo funciona eso? ¿Tu corazón no late? ¿Cómo puede 
funcionar? —Ella estaba tan fascinada por todo sobre él. 
—¿Por qué hay lobos, vampiros, osos, brujas? Es toda una... 
vida bastante fascinante, ¿no crees? No intento preguntarme por 
qué puedo hacer esas cosas, acepto lo que puedo hacer, y luego 
simplemente aprendo a disfrutar del resto. 
—Eso me gusta —dijo ella. 
—Por esa sonrisa en tus labios, puedo verlo. —Se inclinó 
hacia ella y la besó. 
No había podido quitárselo de la cabeza en todo el día. Eso 
no había afectado a su capacidad de trabajo y no pudo evitar 
sonreír. Alexander la hacía feliz. Estar cerca de él la hacía 
sentirse completa, si es que eso era posible. 
—¿Has matado a gente? —preguntó. 
—Sí. 
—¿Eran...? 
—He matado a gente buena y mala, Layla. No he sido una 
buena persona. En mis comienzos, mi sed de sangre me llevó a 
aniquilar un pueblo entero. Era joven, era tonto, y entonces 
conocí a un vampiro, mayor que yo, y me dio una advertencia. 
Me dijo que si continuaba así, mi vida terminaría, al igual que la 
vida de mi línea familiar. 
—Entonces, ¿tienes familia? —preguntó ella. 
 
Él vaciló. 
Ella vio cómo se frotaba los ojos. —No hablo de ellos. He... 
cortado todos los lazos. 
—¿Por qué? 
—No seré la causa de sus muertes. Mi mera existencia los 
pone en peligro, y no podría perdonarme a mí mismo si algo les 
pasara. 
—Entonces, ¿no los ves? —preguntó ella. 
—No, ya no. Solía hacerlo, pero... no puedo. Ahora es 
demasiado peligroso. 
—¿Es por el Desastre del Otro Mundo? 
—Sí. 
—Gracias —dijo ella, tras una pausa de unos segundos. 
—¿Por qué me das las gracias? 
—No me mientes ni me ocultas nada. Es refrescante. —Ella 
se giró para mirarlo. Odiaba empezar a sentirse cansada. 
—¿Crees que vendrán aquí? —preguntó. 
Alexander no dijo nada al principio. Ella lo observó, 
esperando. Su mirada tan concentrada en ella. 
—Sí, lo creo. 
—¿Tienes miedo? 
 
—No. —Esta vez, él no dudó. 
—¿Ni siquiera un poco? 
—No tengo nada que temer. Cuando vengan, me las 
arreglaré. 
Ella miró hacia abajo, hacia su pecho. —¿Y Brandon? 
—Él lo manejará. Es un lobo fuerte. Un buen Alfa. 
Eso la hizo sonreír. —¿Te costó decir eso? 
—No. Es un lobo, pero no me duele admitir la fuerza que ya 
está ahí. 
—Eres un buen hombre, Alexander. 
—Muchos no me ven como un hombre. 
Ella se encogió de hombros. —No me importa lo que piensen 
los demás. 
Se hizo el silencio entre ellos. Layla tenía sueño, pero no 
quería cerrar los ojos. Aunque parpadeaba, los sentía cada vez 
más pesados. 
—No debería importarte lo que piensen de ti. —Extendió la 
mano y le acarició la mejilla. —Lo que sí tienes que hacer es 
dormir. 
—¿Es una orden? 
—Más bien una petición educada. 
 
—Bueno, ya que lo has pedido amablemente... —Ella se 
acurrucó cerca. Le parecía lo más natural del mundo. 
Lo respiró y luego, lentamente, cerró los ojos, esperando no 
dormirse, pero sabiendo en su corazón que lo haría. 
*** 
—Entonces, ¿están todas las familias? —preguntó Brandon. 
Darcy se mordisqueó el labio. Elle puso una mano entre las 
suyas e, instintivamente, se llevo la muñeca a la nariz e inhalo. 
Siempre le resultaba excitante sentir su olor cerca del de ella. 
Noches como esta, con la luna llena menguando, encontraba 
consuelo en ella. Su compañera. Su amor. 
—¿Qué es? —preguntó Brandon, sabiendo que Darcy no 
estaba diciendo nada mientras su mirada seguía yendo a Elle. —
Lo que tengas que decir, puedes decirlo delante de mi compañera. 
No tenemos secretos. 
—No puedo encontrar ninguna información sobre Layla y su 
familia. No hay nada en los registros. Ninguna petición. No hay 
nada. Es como si un día hubieran aparecido. 
Brandon frunció el ceño. 
—Layla estuvo aquí antes que yo. Prácticamente se crió aquí. 
¿Tuvieron un incendio o algo así? Quizá perdieron ese tipo de 
información. Ocurre todo el tiempo —dijo Elle. 
 
Nunca había habido ningún tipo de incendio. Brandon se 
pasó una mano por la cara mientras algo le rondaba por la 
cabeza. Algo importante. 
—Tu padre los conocía. Recuerdo a Layla estando aquí. 
Brandon se pasó una mano por la cara. —Tenemos que ir a 
hablar con los padres de Layla. 
—¿Por qué? —preguntó Elle. —No puedes pensar que son 
una amenaza en absoluto. 
Percibió la angustia de su compañera. 
Se puso en pie y la abrazó. —No tienes de qué preocuparte. 
Yo cuidaré de ella. Te lo prometo. 
*** 
Alexander oyó sonar el timbre y frunció el ceño. Era tarde. 
Demasiado tarde para una visita. 
Layla se había quedado dormida y él la miraba a la cara, sin 
querer separarse de ella. Callado, oyó abrirse la puerta y los 
saludos. Era Brandon, junto con Darcy. No oyó a Elle. Bajando 
de la cama, se dirigió hacia la puerta y escuchó. 
—Siento venir tan tarde —dijo Brandon. 
—Está bien, Alfa. Eres bienvenido a nuestra casa —dijo una 
mujer. 
 
—¿Qué trae al Alfa por aquí? 
Alexander también quería saber qué traía a Brandon. 
—Es con respecto a su... petición. Sé que tu padre se ocupó 
de... 
Frunció el ceño cuando la voz de Brandon de repente se 
apagó. Se le erizaron los pelos de la nuca, y no era tonto. La magia 
estaba ocurriendo ahora mismo. Abriendo la puerta, lo hizo con 
cuidado para no alertar a nadie. 
Cuando llegó a las escaleras, se congeló de nuevo cuando la 
voz de Brandon se acercó a él. 
—Tienes mucha razón. Te pido disculpas por la intromisión. 
Alexander no tuvo otra opción que volver a la habitación de 
Layla, antes de que lo vieran. Escuchó cómo Brandon se 
marchaba, junto con Darcy. De pie en la habitación de Layla, oyó 
cerrarse la puerta. 
—Tenemos que llevarnos a Layla. Se están acercando. No 
sabemos en quién podemos confiar —dijo la mujer. 
—Si nos vamos, nos exponemos a que la rastreen. No 
podemos arriesgarnos. La amenaza se acerca cada día. 
—Tenemos que advertirle a Layla de lo que se avecina. 
—Ella no está preparada para esto. Sabemos que no está 
preparada para esto. 
 
—Tenemos que despertarla. 
—No hasta que sea el momento adecuado. Se nos dijo que 
todo lo que debíamos hacer era guiar. Cuando llegue el momento, 
ella sabrá qué hacer. 
Las voces se desvanecieron y Alexander miró hacia Layla. 
¿Qué demonios estaba pasando? Layla era humana. ¿Qué 
habían hecho sus padres? 
En ese momento, Layla soltó un gemido y rodó sobre sí 
misma. Al hacerlo, la manta se bajó y dejó al descubierto su 
cadera. La luna pareció proyectar un resplandor en la habitación 
y, al hacerlo, él vio la marca de nacimiento: una estrella de cinco 
puntas en su cadera. La puerta del dormitorio se abrió de golpe. 
Layla seguía durmiendo y él vio a sus padres por primera vez. 
Pero no eran humanos. Vio el brillo de su percepción humana, 
pero debajo había dos gárgolas. 
Hacía mucho tiempo que no veía gárgolas en carne y hueso. 
Cómo eran capaces de hacerse pasar por humanos era algo 
sorprendente. Sus servicios eran difíciles de conseguir, pero eran 
conocidas por proteger a las personas más preciadas. 
Miró hacia la cama. Layla no era una simple humana. 
—Debes ser aniquilado. 
—¿Es ella el mal supremo? —preguntó Alexander. 
 
No tenía que preocuparse por despertar a Layla. Las gárgolas 
habían colocado una protección a su alrededor. Cualquier cosa 
que dijeran o hicieran no se oiría. 
—No tienes derecho a estar aquí, vampiro —siseó la gárgola. 
Alexander sintió que su carne empezaba a burbujear por 
debajo de la superficie. Pocos sobrevivían al enfrentamiento con 
los de su especie. Pero se negó a retroceder. 
—Tiene

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